Poesía escogida - Ana Istarú - E-Book

Poesía escogida E-Book

Ana Istarú

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Beschreibung

Se incluye en esta antología el poemario "La estación de fiebre", del cual expresó el Jurado del Certamen Latinoamericano EDUCA (1982): "Transido de alta temperatura erótica sostenida de principio a fin, se expresa en un vocabulario personal y estricto logrando así, en tan difícil tema, un armonía de expresión emotiva con un gobierno infalible de la forma".

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Ana Istarú

Poesía escogida

(contiene La estación de fiebre)

La estación de fiebre

a César

y en César

a todos los hombres

las mujeres

que urden la esperanza

que fabrican la brasa del mundo

con sus cuerpos

cada día

a todos los obreros del amor

Alrededor de tu piel

ato y desato la mía,

un mediodía de miel

rezumas: un mediodía.

Miguel Hernández

I

Cuál red que me retenga,

dónde un mástil como a Ulises,

dónde un muro de algas pérfidas

que me corte este vuelo,

que me imprima en la lengua

otra sed que no sea

esta sed de tomarte

con huracanes ciegos.

No hay cuerda que me toque,

no hay turbios arrecifes.

Soy un rayo perfecto.

Ardo en un girasol

delirante de celo.

La sangre se me escapa,

tornado adolescente.

Una orquídea de oro

te he de poner por sexo.

No hay ríos maniatados,

no hay sal, no hay torcedura

que me lacere el paso.

Voy a beber el mar

que guardas retenido,

a arrancarte la copa,

el algodón de nieve,

de la leche los lares,

lentos linos, luceros.

Cubro de cielo tu espalda.

Tú entre mi espalda y el cielo.

II

tu boca vela de roja nervadura

para mi sed ruidosa dame

tu fuego

enervada frambuesa de tu encía

boca donde desgarrar

este grito desgreñado

donde terriblemente muerto así

ya nunca más la roja

sed encarnadísima

frambuesa y rocío espeso

tu saliva

luz distraída que se alojó en tu boca

dame espada de duro clavel

tu dentadura

para esta fiebre con su lanza

sobre mi lengua desiertos que ha fundado

su ácido encaje señora lenta

arráncame este borde cárdeno

la garra furibunda de la melancolía

para tu boca vuelo yo y la hoguera

hundir las estrellas apretadas

entre tu boca cristal sin juicio

traigo a beber el mar

dame esta granada irreprochable

un tesón de mediodías sobre tu labio menor

toda ternura tocó este nido

el anís el verano

para mi roja

dame

porque la sed

mis senos dos tigres de bengala dos

desquiciados pelícanos en llamas

hasta tu boca norte

tu boca boca bodega del cielo

al galope

que tu relámpago azul

bebo la luz

III

Este tratado apunta

honestamente

que el pudor y su sueño

no encuentran mejor dueño

que el rincón apacible

de la vagina

y me destina

a una paz virginal

y duradera.

Esto el tratado apunta.

Por ser latina y dulce y verdadera-

mente inclinada

a una casta tensión de la cadera.

Y no lastima

al parecer

las intenciones puras

de tantos curas.

El novio se contenta,

al padre alienta

que en América Central

siempre se encuentra

su hija virgen y asexual.

Este tratado enseña

cómo el varón domeña

y preña

en la América Central

y panameña.

Y de esta fálica

omnipotencia

mi rebelión de obreras

me defienda.

Porque tomo la punta de mis senos,

campanitas

de agudísimo hierro

y destierro

este himen puntual

que me amordaza

en escozor machista

y en larga lista

de herencia colonial.

Yo borro este tratado de los cráneos,

con ira de quetzal

lo aniquilo,

con militar sigilo

lo muerdo y pulverizo,

como a un muerto ajado e indeciso

lo mato y lo remato

con mi sexo abierto y rojo,

manojo cardinal de la alegría,

desde esta América encarnada y encendida,

mi América de rabia, la Central.

IV

Ahora que el amor

es una extraña costumbre,

extinta especie

de la que hablan

documentos antiguos,

y se censura el oficio desusado

de la entrega;

ahora que el vientre

olvidó engendrar hijos,

y el tobillo su gracia

y el pezón su promesa feliz

de miel y esencia;

ahora que la carne se anuda

y se desnuda,

anda y revolotea

sobre la carne buena

sin dejar perfumes, semilla,

batallas victoriosas,

y recogiendo en cambio

redondas cosechas;

ahora que es vedada la ternura,

modalidad perdida de las abuelas,

que extravió la caricia

su avena generosa;

ahora que la piel

de las paredes se palpan

varón y mujer

sin alcanzar el mirto,

la brasa estremecida,

ardo sencillamente,

encinta y embriagada.

Rescato la palabra primera

del útero,

y clásica y extravagante

emprendo la tarea

de despojarme.

Y amo.

V

Cuando tu amor fecunde pródigamente

el silencioso germen de la tierra y suba

un camino de espigas a mi atento cuerpo

colocando su ámbar en mi pezón de lis,

un follaje de alas a lo azul del omoplato,

el crudo torso del alba a mis ojos como un cerco;

cuando de mi corazón hendido abreven tus raíces

resinas agridulces, las celdas del almizcle;

cuando por tu amor ya nada pueda herirme, ni una

[ honda,

qué hombre no amaré,

qué fugitivo átomo del astro más terreno,

cuál cardo no temblará en la miel bajo mi planta,

se negará a alojarme qué sombra con encono,

en dónde una mujer no le pondrá un encaje a mi

[cintura,

qué duelo ajeno no partirá mi fémur,

qué hombre no amaré ya para siempre.

VI

Cuánta extensa devoción

que he esgrimido.

Cuánta cruzada fervorosa.

La desnudez de labios

que atravesó mi historia.

Los nombres de varón

que bebo y que desviven

como efímeros derrumbes.

Cuánta fatiga y la fatiga

y la pasión que olvida dar sus señas.

Y así extraviada

adolescentemente

entre tanta ternura que escalara mi cuerpo

y cuerpos que ay nunca escalaron mi ternura.

Cuánto ejercer la entrega,

mi ocupación de amante,

para arribar a vos,

César Maurel,

cierre de rutas

último y preciso

donde convergen los bordes del verano.

Para arribar a vos,

para escribir al fin

y arrancarme la desdicha

este mi sereno,

mi esperadísimo

y final

primer poema de amor.