Poesía no completa - Wislawa Szymborska - E-Book

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Wislawa Szymborska

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Beschreibung

Más que una antología, este volumen de la escritora que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1996, incluye prácticamente toda la obra de Wislawa Szymborska. En el prólogo, escribe Elena Poniatowska: "Sus poemas nítidos, aforísticos, nada describen, ninguno se alarga demasiado. Su ironía es precisa, tajante a veces. Más que contar grandes elegías, exalta juguetona, traviesa, las pequeñas y curiosas diferencias que nos determinan".

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Poesía no completa

TEZONTLE

WISŁAWA SZYMBORSKA

POESÍA NO COMPLETA

Texto introductorio deELENA PONIATOWSKA

Edición y traducción deGERARDO BELTRÁN Y ABEL A. MURCIA

Primera edición, 2002Segunda edición, 2008Primera edición electrónica, 2013

© Wisława SzymborskaEn esta edición los seis poemas de la sección“Poemas Nuevos” se reproducen con autorizaciónde Ediciones Igitur, S. C.

D. R. © 2002, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-1668-5

Hecho en México - Made in Mexico

SUMARIO

Wisława Szymborska, por Elena Poniatowska

Nota de los traductores

Poemas anteriores a 1957

Llamando al Yeti [1957]

Sal [1962]

Mil alegrías —un encanto— [1967]

Si acaso [1972]

El gran número [1976]

Gente en el puente [1986]

Fin y principio [1993]

Poemas nuevos

Nota biobibliográfica

Índice

WISŁAWA SZYMBORSKA

A Marek Keller

Sergio Pitol, amoroso de Polonia, nombra el primer establecimiento que se abrió entre los escombros de Varsovia después de la segunda Guerra Mundial: una florería. Así imagino a Wisława Szymborska, surgiendo solitaria entre la neblina de un nuevo amanecer de cenizas y diamantes como en la película de Wajda.

Isaac Babel narra que los jinetes polacos cargaban a galope tendido contra los tanques blindados alemanes. Así veo a Wisława Szymborska, sobre un maravilloso caballito polaco, lanza en mano, desafiante de ideologías y consignas, mientras la trepidación humana hace que unos hombres conduzcan tanques de guerra para destruir a otros. Szymborska siempre ha defendido la subjetividad frente al adoctrinamiento masivo.

Para ella, la autodestrucción es peor que la accidental muerte colectiva.

Aunque nació el 2 de julio de 1923 en Bnin, un pueblo del oeste de Polonia, Szymborska vive desde los ocho años en Cracovia, una de las ciudades más bellas del mundo. Cracovia, severa, alerta, esencial, retraída como una mujer que ha sufrido mucho; Cracovia permanece a la expectativa, como toda Polonia. Sale a caminar con su vieja bufanda y sus botines negros en la nieve y mira atrás y a los lados por si algún posible invasor con dientes ensangrentados la viene siguiendo. Codiciada por ávidos vecinos, avanza rápidamente porque sabe que su supervivencia depende sólo de ella.

Blanca y roja, Polonia es una imagen de Szymborska, una manzana roja, partida en cruz, que aparece cuando la nieve se derrite.

Si geografía es destino, el de Polonia, país mártir, país trágico si los hay, está marcado por las invasiones de Rusia, Austria (como Imperio austrohúngaro) y Alemania, que la mutilaron, le hicieron pagar un precio atroz y obligaron a sus ciudades a cambiar de identidad cada vez que las ocupaban o se las repartían rusos y alemanes. Los polacos, despojados, tuvieron que comerse sus propios corazones.

¿Qué les pasa a los habitantes de un país con vecinos empeñados en borrarlo de la faz de la tierra, al grado de que en algún momento, en los mapas de Europa, Polonia ya ni siquiera aparecía? Aman a su país por encima de todo.

Las sucesivas particiones de Polonia, la llegada de Hitler y de Stalin al poder, la ocupación del país, la presencia de campos de concentración como los de Auchwitz-Birkenau y Treblinka pudieron asfixiar la voz de una Wisława que en 1942 tenía diecinueve años. Desde la Universidad Jagellona, Szymborska padeció el aniquilamiento de su patria y, más tarde, el estalinismo, que llevó a Milosz a refugiarse en los Estados Unidos.

En su universidad, la joven Wisława estudia literatura y sociología, y en marzo de 1945, al final de la guerra, publica su primer poema, “Busco la palabra”, en el suplemento literario del diario Dziennik Polski, y descubre que los ritmos poéticos son los mismos que los latidos de su corazón.

Wisława Szymborska poeta escribe a mano, dibuja signos en la hoja de papel, signos más complejos que los nuestros, a los que sólo hemos inventado un sombrerito para volver eñe la ene, porque en el idioma polaco hay eles partidas y eses con tilde que se pronuncian con el íntimo sonido de alcoba “shshsh”. Nos sorprendemos ante tantas consonantes juntas, “szczypnąć”, “ćwiczyć, “skrzywdzić”. Esos signos adquieren vida cuando trascienden la tinta con que fueron escritos. Escuchar poesía eslava es adentrarse en una cantata catedralicia, una imploración, un lamento que proviene del principio de los tiempos. Alguna vez pude oír al ruso Józef Brodsky y mi asombro persiste y su canto sigue retumbando entre las paredes. La poesía de Szymborska es más ligera pero comparte las características de los idiomas de Europa central.

De 1953 a 1981, Wisława trabaja en la redacción del semanario La Vida Literaria. Le atrae la poesía medieval francesa , la ama y la traduce. Comprendió que para ella la poesía era una forma de respiración y tuvo la sensatez necesaria para formular las preguntas que están todo el tiempo ahí, en el aire, esperándonos. Wisława debió de darse cuenta de que la pregunta es el inicio del saber.

Leer un poema es un rito de iniciación en el que el libro desaparece para convertirse en mensajero. La de Szymborska no es una poesía mística; sin embargo, sus poemas tienen la magia de la revelación. Y la de la sonrisa.

“A los existencialistas no les gusta bromear.” Wisława, menos solemne y más irónica, más desacostumbrada de sí misma, nos revela que filosofía y poesía son vasos comunicantes. Wisława tiende puentes entre ellas y se pregunta en qué se diferencian. ¿Qué es filosofía y qué es poesía? Filosofía es el arte de pensar, poesía el de intuir. Ambas son ríos que desde distintos manantiales desembocan en dos palabras que Szymborska insistió en repetir en su discurso de recepción del Nobel: “No sé”. Según ella, esas dos sílabas entrañables le abrieron la puerta a Isaac Newton y a María Sklodowska-Curie, su compatriota. “En el lenguaje de la poesía, donde se calibra cada palabra, nada es normal. Ni una sola piedra, ni una sola nube. Ni un solo día o una sola noche. Y, sobre todo, ni una sola existencia, ninguna existencia en este mundo.” Szymborska, con su modestia, vierte luz sobre la esencia del mundo.

Conocer nuestra esencia es conocer también algo del universo, por eso el poema nos conecta con el dios que cada uno somos. Lo que somos en lo más profundo sólo se nombra mediante la palabra que el poeta atrapa. Szymborska, lúdica espectadora de sí misma, dice que “La Eva de la costilla, la Venus de la espuma, / la Minerva de la cabeza de Júpiter / eran más reales. // Cuando él no me mira, / busco mi reflejo / en la pared. Y sólo veo / un clavo del que han descolgado un cuadro”.

La poesía de Szymborska es gracia y descubrimiento.

Szymborska pasa del amor a la humanidad al amor por el individuo, y tal vez de allí derive su preferencia por la sencillez. Un pedazo de cielo es todo el cielo. A la poesía szymborskiana la acompaña la creencia de que lo muy pequeño contiene lo más grande, y así el individuo es más grande que la humanidad. Amar a la humanidad es una abstracción, pero amar al individuo es tangible. Esta reivindicación del individuo nos hace ver al hombre no sólo como el inventor de la guerra, sino como el creador de la belleza.

Muy pronto, Wisława supo que su mundo giraría alrededor del instante poético. Lo supo tan bien que escribió “Las tres palabras más extrañas”:

Cuando pronuncio la palabra Futuro,la primera sílaba pertenece ya al pasado.

Cuando pronuncio la palabra Silencio,lo destruyo.

Cuando pronuncio la palabra Nada,creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.

En 1996, una sorprendida Wisława Szymborska (“hay otros mejores que yo”) obtiene el Premio Nobel, sumándose así a los tres escritores polacos que la antecedieron, Sienkiewicz (1905), Reymont (1924) y Milosz (1980). Testigo del nacimiento de Solidaridad, Szymborska lo comparte también con Lech Walesa, quien en 1983 recibió el de la Paz.

La Academia sueca señala que Szymborska (comparable a Samuel Beckett y a Paul Valéry) ha sido calificada como el “Mozart de la poesía por la riqueza de su inspiración y sobre todo por la leve gracia con que ordena las palabras”, pero también “que hay algo de la furia de un Beethoven en su actividad creadora”.

Sal, Llamando al Yeti, Gente sobre el puente, Si acaso, El gran número, Fin y principio y otros títulos conforman sus nueve tomos de poesía a lo largo de cincuenta años literarios; conforman una obra celebrada dentro y fuera de Polonia. Los jóvenes la siguen, la cantan, la aman. Los diez mil ejemplares de la primera edición de El gran número (un número infinito, paradoja inconcebible, un número sin número, el más pequeño de los círculos, cualquiera de ellos, pi o el del borde del vaso) se venden en una semana de 1993. A Szymborska la canta Kora con su voz dulce en la noche de Varsovia (“la noche, viuda del día”, como la llama Szymborska). La escoge por su sentido del humor y porque el juego sonoro de sus ritmos es musical. También Lucía Prus la vuelve refrán callejero. Amor a primera vista es hoy una canción en que Szymborska asegura que el destino juega con los enamorados, los hace verse por la ventana, subir escaleras, perderse en la primera esquina. Todo está previsto, todo está contabilizado. Finalmente la modernidad es una suma inacabable de individuos que por una abstracción son reducidos a una cuenta bancaria, un número telefónico, las placas de un auto.

Sus poemas nítidos, aforísticos, nada describen, ninguno se alarga demasiado. Su ironía es precisa, tajante a veces. Más que cantar grandes elegías, exalta, juguetona, traviesa, las pequeñas y curiosas diferencias que nos determinan.

Szymborska anda de boca en boca, la tararean, la dicen en voz baja y en voz alta, es parte de la vida cotidiana por su modestia, su sencillez estilística y porque no vuela encima ni debajo de nadie.

Octavio Paz afirmaba que la poesía hay que decirla en las plazas públicas, y promovió con Homero Aridjis los festivales de Morelia, Michoacán, en los que un público compuesto por campesinos, amas de casa, barrenderos, placeras y artesanos escuchaban embelesados a los poetas venidos del mundo. A partir de ese momento, la poesía empezó a volar no sólo por encima de los tejados mexicanos sino sobre los océanos.

A Szymborska, obsesionada por la Atlántida, mítico continente perdido entre Europa y América, de la cual supuestamente se derivan nuestras culturas, le habría gustado ver a la gente que va y viene en el Zócalo detenerse para escuchar que la golondrina es una “espina de la nube, / ancla del aire, / Ícaro mejorado, / frac en el séptimo cielo”.

A los otros grandes poetas polacos no les sucedió lo que a Szymborska. Ni su compatriota Zbigniew Herbert, “para muchos el más grande poeta europeo del fin de siglo”, ni Czeslaw Milosz son tan festejados por los jóvenes como ella. José Emilio Pacheco, quien conoce bien la poesía de Europa central y ha ponderado a Herbert, a Czeslaw Milosz, a Vasko Popa, admira a esta mujer que hoy tiene 78 años y el cabello blanco y ha declarado que lo que más le gusta de los viajes es el regreso. Szymborska, que abomina del lugar común y de la falsa erudición, vive como una araña en el centro de su laberinto; prefiere quedarse en casa a fraguar las respuestas que en sus poemas sorprenden por inesperadas.

Para Szymborska, al igual que para los grandes: Heany, Milosz, Herbert, la vida humana, en última instancia, sólo puede ser comprendida como un hecho poético.

“Cuando escribo siempre tengo la sensación de que alguien está detrás de mí haciendo muecas. Por eso huyo, todo lo que puedo, de las grandes palabras”, comentó Wisława en alguna de sus escasas entrevistas. Después del Nobel no tuvo más remedio que someterse a la curiosidad internacional, pero —aunque se benefició con el discurso de Jruschev, que condenaba los crímenes de Stalin en 1956, y el consiguiente deshielo— siempre se mantuvo alejada de la política. “El escritor no debe usar la herramienta de la política, debe enfrentarse solo al mundo”, declaró, a diferencia de Milosz, Herbert o Szczypiorski, quienes en los ochenta abanderaron la oposición anticomunista.

“Puede quererse a la gente —declaró— pero no es necesario buscarles un salvador. Cada vez que pienso en las ideologías recuerdo una película de Chaplin donde Charlot se va de viaje. Carga una maleta de hierro que no logra cerrar, y cuando por fin corre el cerrojo, quedan fuera una manga de camisa, una pierna de pantalón. Entonces Charlot toma unas tijeras y corta todo lo que cuelga fuera de la maleta. Lo mismo pasa con las teorías intelectuales.”

En el punto exacto entre el humor y lo ridículo, entre el pesimismo y el entusiasmo, se encuentra la poesía de Szymborska, que busca el claroscuro, la contradicción de sentimientos y efectos poéticos en el poema mismo. El claroscuro refleja la riqueza de posibilidades que ofrece la existencia humana. No sólo hay Hitlers y Mozarts, también hay hombres y mujeres que encuentran, en distintas latitudes y de distinta forma, las respuestas a las mismas viejas preguntas de la humanidad.

Imposible separar a Wisława Szymborska de Cracovia, patrimonio de la humanidad. Cracovia, situada en el centro de Europa, como Szymborska, es mediterránea. Una de las reinas de Polonia, Bona, fue italiana, y todavía hoy los polacos llaman a las verduras “italianas” porque fue ella quien las introdujo en su dieta. Los polacos hablaban latín, y su arquitectura florentina es la más fluida de Europa central. Sólo hay once cuadros de Leonardo da Vinci en el mundo, y uno de ellos se encuentra en el Museo de los Czartoryski en Cracovia. La dama con el armiño podría ser Wisława. Lo atestiguan la timidez de una sonrisa apenas esbozada y el recato de una mano grande y fuerte que protege al armiño.

Quizá Wisława no asista a la iglesia de Santa María porque se ha declarado atea en un país católico, pero es imposible que no celebre al trompetero (de carne y hueso) que desde lo alto del campanario de Santa María sale a dar la hora en un solo aliento musical, que se interrumpe abruptamente porque un tártaro mató a alguno de sus antecesores de un flechazo cuando atacó Cracovia. Los turistas azorados abren grandes los ojos porque el trompetero es un símbolo de libertad. Los alemanes, durante su criminal ocupación, prohibieron esa costumbre única en el mundo.

Sepultar a los poetas junto a los reyes en la catedral de Wawel es otra bella costumbre. Adam Mickiewicz y Juliusz Slowacki descansan al lado de la reina Jadwiga y los reyes Casimiro y Segismundo Augusto. Respiran al unísono su sueño de altezas serenísimas. Los héroes de la época napoleónica Tadeusz Kościuszko y Józef Poniatowski sueñan de nuevo las grandes batallas que les dieron la victoria sobre los rusos o se tiran sobre sus monturas al río Elster antes que entregarse al enemigo (¡ah, los caballos polacos!). A la sombra de sus soberanos de piedra, Ignacio Paderewski, músico y primer ministro, yace bajo una lápida blanca, y si uno se acerca es fácil percibir el murmullo de miles de orquestas.

Wisława ha escrito que para ella la muerte es una exageración y siempre llega un poco después. Todavía la esperan años tranquilos en la Roma polaca, como se llama a su ciudad, Cracovia. A pesar del Nobel, que la lanzó de cabeza al mundanal ruido, sabe que la muerte es torpe y “a veces ni siquiera tiene la fuerza de aplastar una mosca en el aire y son muchos los gusanos que la han abandonado”.

Por algo dice Wisława Szymborska que no hay “nadie en mi familia que haya muerto de amor. / Lo que pasó, pasó, pero nada de mitos. / ¿Romeos tuberculosos? ¿Julietas con difteria? / Algunos, por el contrario, llegaron a la decrepitud. / ¡Ninguna víctima por falta de respuesta / a una carta salpicada de lágrimas!”

Cuenta Oliver La Naire (que la entrevistó en 1996) que para verla tuvo que atravesar un angosto pasillo en medio de un conjunto habitacional, subió escalones de cemento gastados por cuatro generaciones y finalmente la encontró esperándolo recargada en el marco de la puerta, vestida con una falda amplia y un grueso suéter de lana.

Habla de “una abuela sonriente de uñas cuidadosamente pintadas”. “En la entrada de su minúsculo departamento, se amontonan muñecos de peluche, pequeños vasos con flores, accesorios de loza que, juntos, componen un carnaval de chácharas”, puntualiza La Naire.

Ni las uñas cuidadosamente pintadas, ni el carnaval de chácharas hacen juego con Szymborska, que alguna vez le pidió a la felicidad que no se enojara por considerarla suya y que compuso, como quien no quiere la cosa, su epitafio:

Aquí yace, como la coma anticuada,la autora de algunos versos. Descanso eternotuvo a bien darle la tierra, a pesar de que la muertacon los grupos literarios no se hablaba.Aunque tampoco en su tumba encontró nadamejor que una lechuza, jacintos y este treno.Transeúnte, quita a tu electrónico cerebro la cubiertay piensa un poco en el destino de Wisława.

ELENA PONIATOWSKAMéxico, 2001

NOTA DE LOS TRADUCTORES

A Jan Zych, in memoriam

I

Antes del 3 de octubre de 1996 se había publicado no más de una veintena de traducciones de poemas de Wisława Szymborska —a quien ese día se le otorgó el Premio Nobel de Literatura— en toda el área de la lengua española. Un promedio aproximado de un poema por país, por expresarlo de alguna manera. Sobra decir que aquel jueves comenzó una carrera desesperada, primero por saber quién era Szymborska, y luego por traducir sus obras. A partir del 4 de octubre comenzaron a aparecer poemas de la poeta polaca en todos los periódicos importantes que se publican en español, pero, salvo en el caso de aquellas hechas por traductores que ya se dedicaban a la poesía polaca, las traducciones eran muchas veces improvisadas o provenían, con mayor o menor fortuna, de una tercera lengua. A la fecha —además de innumerables versiones en periódicos y revistas, y de las que circulan en internet— se han publicado dos antologías importantes de Szymborska, ambas aparecidas a principios de 1997: Vista con grano de arena, en la editorial Lumen de Barcelona,1 y El gran número. Fin y principio y otros poemas, en Hiperión de Madrid.2 También se han publicado los poemarios Instante (2004) y Dos puntos (2007) en Ediciones Igitur de Tarragona.3

El volumen que el lector tiene en sus manos es más que una antología: incluye prácticamente toda la obra poética de Wisława Szymborska a partir de su tercer libro, Llamando al Yeti (1957), considerado por ella misma como su debut. Incluye también tres poemas anteriores a 1957: uno fechado en 1945, que pertenece a una colección no publicada, y uno de cada uno de los dos libros publicados antes de Llamando al Yeti, libros todavía influenciados por la poética del realismo socialista, y de los que Szymborska sólo ha rescatado algunos poemas. Finalmente, hay seis poemas posteriores a Fin y principio (1993).4 En relación con los Wiersze wybrane (Poe mas selectos) —antología personal de Szymborska—, publicados por la editorial a5 de Cracovia a principios del año 2000, hemos eliminado los cuatro poemas que la misma autora decidió no incluir (“Spotkanie” [“Encuentro”], “Na powitanie odrzutowców” [“Bienvenida a los aviones de reacción”], “Pewność” [“Seguridad”] y “Parada wojskowa” [“Desfile militar”]),5 así como otros cuatro de traducción particularmente intrincada —dada su naturaleza—, que el lector interesado puede encontrar en las ediciones de Lumen e Hiperión (“Koloratura”, “Konkurs piękności męskiej”, “Mozaika bizantyjska” y “Urodziny”),6 y de los que no consideramos que tuviera sentido proponer nuevas versiones. De los ocho poemas anteriores a 1957 que presenta la edición polaca, decidimos traducir sólo los tres que, a nuestro juicio, podían encontrar mejor acogida entre los lectores de habla hispana. En resumen, esta edición —probablemente la más amplia que se haya hecho en cualquier lengua— contiene 175 poemas de los 184 propuestos por la poeta polaca en su selección. Dentro del más puro estilo szymborskiano, hemos decidido dar a esta colección el título de Poesía no completa, primero porque, como ha quedado claro, no incluye todos los poemas que ha escrito Szymborska hasta el momento y, luego, porque tampoco incluye los que aún no ha escrito ni, mucho menos, los que quizá no escriba nunca.

II

No han sido pocas las ocasiones en que hemos lamentado que el nuevo traje lingüístico que brindábamos a Szymborska no le permitiera presentarse en todo su esplendor. Sin duda, habrá casos en que nuestra incapacidad ha sido la única culpable, pero queremos decir en nuestro favor que en la traducción de la poesía de Szymborska al español aparecen, con particular intensidad, muchos de esos problemas que han provocado en tantas y tantas ocasiones que la poesía sea considerada, quizá con razón, particularmente intraducible.

Comúnmente se piensa, cuando menos en principio, que el problema básico de la traducción —la posibilidad o imposibilidad de traducir un texto— estriba en las diferencias léxicas y estructurales entre dos idiomas, diferencias que no permiten, por ejemplo, reproducir adecuadamente el número y significado de las palabras o la sintaxis de las frases. Pronto se hace evidente, sin embargo, que la traducibilidad o intraducibilidad de un texto tiene que ver no sólo con las diferencias entre dos sistemas lingüísticos, sino también con las marcadamente extralingüísticas; es decir, con aquellas diferencias existentes entre los contextos históricos y socioculturales (e incluso naturales) que envuelven a cada uno de estos sistemas.

El universo de interrelaciones referenciales del sistema formal de la lengua respecto al ámbito cultural en el que se circunscribe cada uno de los idiomas en juego; las restricciones y/o posibilidades a las que someten las respectivas tradiciones poéticas; las implicaciones metaliterarias que se desprenden del desarrollo del género (tendencias, estilos, escuelas) en un eje espacial y temporal determinado; los valores, la pertinencia y connotaciones de los sistemas de versificación y de las distintas clases de rima, de versos y combinaciones métricas dentro de una realidad literaria concreta; la relación entre lengua y literatura en el marco de la percepción de los hablantes de una lengua (registro literario, lenguaje coloquial, uso de la fraseología, etc.); la especificidad de los temas tratados y la forma de tratarlos, etc., son algunos de los problemas a los que no hemos dudado en enfrentarnos y de los que quizá no siempre hayamos salido airosos. Como sea, y a pesar de nuestras limitaciones, hemos emprendido este reto con toda la pasión y toda la responsabilidad que nos imponen una gran poeta y una gran poesía.

Por otra parte, el hecho de ser español uno de nosotros y mexicano el otro nos llevó a enfrentarnos en más de una ocasión a la decisión de qué variante lingüística utilizar en determinado momento, particularmente al traducir algunos giros fraseológicos o, simplemente, para dar a nuestras versiones ese tono coloquial tan característico de Szymborska. A pesar de que la tendencia general fue la de “mexicanizar” las traducciones (siendo el Fondo de Cultura Económica una editorial mexicana), en muchos casos esta solución resultaba demasiado artificial, por lo que al final decidimos—politicacorrectamente— que cada quien optara por su propia variante, o que la modificara sólo en la medida en que siguiera sintiéndose cómodo con ella, aunque tomando en cuenta a los posibles lectores no sólo españoles o mexicanos, sino de cualquier país de habla hispana, o incluso a aquellos que utilizan el español como segunda lengua.

Cada uno de nosotros leyó y comentó las traducciones del otro, pero la responsabilidad del resultado final es de cada uno por separado, y por eso, después de cada traducción, se anotan las siglas del traductor: AM (Abel A. Murcia) y GB (Gerardo Beltrán). Hay unos cuantos poemas en los que utilizamos como base versiones de David Carrión y Carlos Marrodán publicadas en la edición de Hiperión, versiones en las que habíamos trabajado juntos —al igual que ellos en las nuestras— formando una especie de taller. Lo hemos hecho, desde luego, con su autorización y con nuestra gratitud.

III