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Entre los hombres que lucharon contra el imperialismo estadunidense y a favor de una América Latina realmente independiente y soberana se cuenta a Juan José Arévalo Bermejo, presidente de Guatemala de 1945 a 1951. Lamentablemente, su figura ha caído en el olvido. Esta antología de sus textos nos da una muestra tanto de los ideales del político guatemalteco como de su capacidad como escritor.
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LETRAS MEXICANAS
Poesía no eres tú
Primera edición, 1972 Segunda edición, 1975 Tercera edición, 2001 Cuarta edición, 2004 Tercera reimpresión, 2014 Primera edición electrónica, 2014
Diseño de portada e interiores: R/4, Pablo Rulfo
D. R. © 1972, 1975, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008
Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672
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ISBN 978-607-16-2261-7 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
Apuntes para una declaración de fe
El mundo gime estéril como un hongo.
Es la hoja caduca y sin viento en otoño,la uva pisoteada en el lagar del tiempopródiga en zumos agrios y letales.
Es esta rueda isócrona fija entre cuatro cirios,esta nube exprimida y paralíticay esta sangre blancuzca en un tubo de ensayo.
La soledad trazó su paisaje de escombros.
La desnudez hostil es su cifra ante el hombre.
Sin embargo, recuerdo...
En un día de amor yo bajé hasta la tierra:vibraba como un pájaro crucificado en vueloy olía a hierba húmeda, a cabellera suelta,a cuerpo traspasado de sol al mediodía.
Era como un durazno o como una mejilla
y encerraba la dicha
como los labios encierran un beso.
Ese día de amor yo fui como la tierra:sus jugos me sitiaban tumultuosos y dulcesy la raíz bebía con mis poros el airey un rumor galopaba desde siemprepara encontrar los cauces de mi oreja.
Al través de mi piel corrían las edades:
se hacía la luz, se desgarraba el cieloy se extasiaba —eterno— frente al mar.
El mundo era la forma perpetua del asombro
renovada en el ir y venir de la ola,
consustancial al giro de la espuma
y el silencio, una simple condición de las cosas.
Pero alguien (ya no acierto
con la estructura inmensa de su nombre)
dijo entonces: “No es bueno
que la belleza esté desamparada”
y electrizó una célula.
En el principio —dice
esta capa geológica que toco—
era sólo la danza:
cintura de la gracia que congrega
juventudes y música en su torno.
En el principio era el movimiento.
Cada especie quería constatarse, saberse,y ensayaba las notas de su esencia:la jirafa alargaba la gargantapara abrevar en nubes de limón.
Punzaba el aire en las avispas múltiplesy vertía chorritos de miel en cada heridapara que el equilibrio permaneciera invicto.
El ciervo competía con la brisay el hombre daba vueltas alrededor de un árboltrenzado de manzanas y serpientes.
Nadie lo confesaba, pero todosestaban orgullosos de ser como juguetesen las manos de un niño.
Redondeaban su sombra los planetasy rebotaban locos de alegríaen las altas paredes del espacioteñidas de antemano en un risueño azul.
No me explico por qué
fue indispensable que alguien inventara el relojy desde entonces todo se atrasa o se adelanta,la vida se fracciona en horas y en minutos
o se quiebra o se para.
La manzana cayó; pero no sobre un Newtonde fácil digestión,
sino sobre el atónito apetito de Adán.
(Se atragantó con ella como era natural.)
¡Qué implacable fue Dios —ojo que atisbaa través de una hoja de parra ineficaz—!
¡Cómo bajó el arcángel relumbrandocon una decidida espada de latón!
Tal vez no debería yo hablar de la serpientepero desde esa vez es un escalofríoen la columna vertebral del universo.
Tal vez yo no debiera descubrirlopero fue el primer círculo viciosomordiéndose la cola.
Porque esto, en realidad, sólo tendría importanciasi ella lo supiera.
Pero lo ignora todo reptando por el suelo,dormitando en la siesta.
Ah, si se levantara
sin el auxilio de fakires indios
a contemplar su obra.
Aquí estaríamos todos:
la horda devastando la pradera,dejando siempre a un lado el horizonte,tratando de tachar la mañana remota,de arrasar con la sal de nuestras lágrimasel campo en que se alzaba el Paraíso.
Gritamos ¡adelante! por no mirar atrás.
El camino se queda señalado—estatua tras estatua— por la mujer de Lot.
Queremos olvidar la leche que sorbimosen las ubres de Dios.
Dios nos amamantaba en figura de lobacomo a Rómulo y Remo, abandonados.
Abandonados siempre. ¿De qué? ¿De quién? ¿De dónde?No importa. Nada más abandonados.
Cantamos porque sí, porque tenemos miedo,un miedo atroz, bestial, insobornable,y nos emborrachamos de palabras
o de risa o de angustia.
¡Qué cuidadosamente nos mentimos!
¡Qué cotidianamente planchamos nuestras máscaraspara hormiguear un rato bajo el sol!
No, yo no quiero hablar de nuestras nochescuando nos retorcemos como papel al fuego.
Los espejos se inundan y rebasan de espantomirando estupefactos nuestros rostros.
Entonces queda limpio el esqueleto.
Nuestro cráneo reluce igual que una moneday nuestros ojos se hunden interminablemente.
Una caricia galvaniza los cadáveres:sube y baja los dedos de sonido metálicocontando y recontando las costillas.
Encuentra siempre con que falta unay vuelve a comenzar y a comenzar.
Engaño en este ciego desnudarse,terror del ataúd escondido en el lecho,del sudario extendido
y la marmórea lápida cayendo sobre el pecho.
¡No poder escapar del sueño que hace muecasobscenas columpiándose en las lámparas!
Es así como nacen nuestros hijos.
Parimos con dolor y con vergüenza,cortamos el cordón umbilical aprisacomo quien se desprende de un fardo o de un castigo.
Es así como amamos y gozamosy aun de este festín de gusanos hacemosnovelas pornográficas
o películas sólo para adultos.
Y nos regocijamos de estar en el secreto,de guiñarnos los ojos a espaldas de la muerte.
La serpiente debía tener manos
para frotarlas, una contra otra,
como un burgués rechoncho y satisfecho.
Tal vez para lavárselas lo mismo que Pilatos
o bien para aplaudir o simplementepara tener bastón y puroy sombrero de paja como un dandy.
La serpiente debía tener manospara decirle: estamos en tus manos.
Porque sí un día cansados de este morir a plazosqueremos suicidarnos abriéndonos las venascomo cualquier romano,nos sorprende saber que no tenemos sangreni tinta enrojecida:
que nos circula un aire tan gratis como el agua.
Nos sorprende palpar un corazón en huelgay unos sesos sin tapa saltarinay un estómago inmune a los venenos.
El suicidio también pasó de moday no conviene dar un paso en falsocuando mejor podemos deslizarnos.
¡Qué gracia de patines sobre el hielo!
¡Qué tobogán más fino! ¡Qué pista lubricada!
¡Qué maquinaria exacta y aceitada!
Así nos deslizamos pulcramenteen los tés de las cinco —no en punto— de la tarde,en el coctel o el pic-nic o en cualquieracostumbre traducida del inglés.
Padecemos alergia por las rosas,por los claros de luna, por los valsesy las declaraciones amorosas por carta.
A nadie se le ocurre morir tuberculosoni escalar los balcones ni suspirar en vano.
Ya no somos románticos.
Es la generación moderna y problemáticaque toma coca-cola y que habla por teléfonoy que escribe poemas en el dorso de un cheque.Somos la raza estrangulada por la inteligencia,
“la insuperable,
mundialmente famosa trapecistaque ejecuta sin máculatriple salto mortal en el vacío”.
(La inteligencia es una prostitutaque se vende por un poco de brilloy que no sabe ya ruborizarse.)
Puede ser que algún díainvitemos a un habitante de Martepara un fin de semana en nuestra casa.
Visitaría en Europa lo típico:alguna ruina humeante
o algún pueblo afilando las garras y los dientes.Alguna catedral mal ventilada,
invadida de moho y oro inútil
y en el fondo un cartel: “Negocio en quiebra”.
Fotografiaría como experto turista
los vientres abultados de los niños enfermos,
las mujeres violadas en la guerra,
los viejos arrastrando en una carretilla
un ropero sin lunas y una cuna maltrecha.
Al Papa bendiciendo un cañón y un soldado,a las familias reales sordomudas e idiotas,al hombre que trabaja rebosante de odioy al que vende el honor de sus abuelosa la heredera del millón de dólares.
Y luego le diríamos:
“Esto es sólo la Europa de pandereta.
Detrás está la verdadera Europa:la rica en frigoríficos —almacenes de estatuasdonde la luz de un cuadro se congela,donde el verbo no puede hacerse carne—.
Allí la vida yace entre algodonesy mira tristemente tras el cristal opacoque la protege de corrientes de aire.
En estas vastas galerías de muertos,de fantasmas reumáticos y polvo,nos hinchamos de orgullo y de soberbia”.
Los rascacielos ya los ha visto de lejos:
los colmenares rubios donde los hombres nacen,
trabajan, se enriquecen y se pudren
sin preguntarse nunca para qué todo esto,
sin indagar jamás cómo se viste el lirio
y sin arrepentirse de su contento estúpido.
Abandonemos ya tanto cansancio.
Dejemos que los muertos entierren a sus muertos
y busquemos la auroraapasionadamente atentos a su signo.
Porque hay aún un continente verdeque imanta nuestras brújulas.
Un ancho acabamiento de pirámidesen cuyas cumbres bailan doncellas vegetalescon ritmos milenarios y recientesde quien lleva en los pies la savia y el misterio.Un cielo que las flechas desconocencustodiado de mitos y piedras fulgurantes.
Hay enmarañamientos de raícesy contorsión de troncos y confusión de ramas.Hay elásticos pasos de jaguaresproyectados —silencio y terciopelo—hacia el vuelo inasible de la garza.
Aquí parece que empezara el tiempoen sólo un remolino de animales y nubes,de gigantescas hojas y relámpagos,de bilingües entrañas desangradas.
Corren ríos de sangre sobre la tierra ávida,corren vivificando las más altas orquídeas,las más esclarecidas amapolas.
Se evaporan, rugientes, en los templosante la impenetrable pupila de obsidiana.Brotan como una fuente repentinaal chasquido de un látigo.
Crecen en el abrazo enorme y dolorosodel cántaro de barro con el licor latino.
Río de sangre eterno y derramadoque deposita limos fecundos en la tierra.
Su caudal se nos pierde a veces en el mapay luego lo encontramos—ocre y azul— rigiendo nuestro pulso.
Río de sangre, cinturón de fuego.
En las tierras que tiñe, en la selva multípara,en el litoral bravo de mestizamellado de ciclones y tormentas,en este continente que agonizabien podemos plantar una esperanza.
Entre el advenimiento y el vacío.PAUL VALÉRY
•
I
Me desgajé del sol (era la entrañaperpetua de la vida)y me quedé lo mismo que la nubesuspensa en el vacío.
Como la llama lejos de la brasa,como cuando se rompe un continentey se derraman islas innumerablessobre la superficie renovada del marque gime bajo el nombre de archipiélago.Como el alud que expulsa la montañasacudida de ráfagas y voces.
Rodé como el alud, como la piedrasonámbula de abismosresbalando por meses y meses en la sombradel universo opaco que gira en los elipsestrazados en el vientre de espiga de la madre.
Era entonces muy menos
que un río desenvolviéndose
y una flecha montada sobre el arco
pero ya los anuncios de mi sangre
caminaban sin tregua para alcanzar al tiempo
y el vagido inconcreto ya clamaba
por ocupar el viento.
Nací en la hora misma en que nació el pecadoy como él, fui llamada soledad.
Gemelo es nuestro signo y no hay aguas lustralescapaces de borrar lo que marcaronlos hierros encendidos en mi frente.
Pero mi frente entonces se combabahuérfana de miradas y reflejos.
Y así me alcé feliz como el que ignorasu inevitable cárcel de ceniza
y cuando yo decía la tierra, era la tierradesnuda de metáforas, infanciarecién inaugurada.
Y no dudé jamás de que al nombrarlame nombraba a mí misma
y a mi propia sustancia.
Yo no podía aún amar los pájarosporque cantaban presos y ciegos en mis venasy porque atravesaban el espaciocontenido debajo de mis párpados.
Yo no sabía quién se levantabaimantado de estrellas polares hacia el cieloni en quién multiplicaban las yemas su promesasi en el árbol compacto o en mi cuerpo.
Era el tiempo en que Dios estrenaba los verbosy hacía, como jugando,figurillas de barro con las manos:atmósferas azules y planetasno lesionados por la geografía,muñecos intangibles para el sueñoque hiende como espada, separandoen varón y mujer las costillas unánimes.
Era el alba sin sexo.
La edad de la inocencia y del misterio.
II
La adolescencia es alta como el junco.
Su perfil se adelgaza
para ser digno de tocar el aire.
Y es un ebrio cristal que intenta transparenciasy es un florecimiento inagotablede límites geométricos
que dibujan las puntas trémulas de los dedos.
La adolescencia es tensa como el junco.
Su perfil se agudiza
para poder acuchillar el aire.
Es una vocación de búsqueda incesantehacia la luz más íntima
que se le esquiva siempre como en un laberinto.El ansia equivocadaque persigue tenaz al espejismoy el oído engañado por el eco.
Es la dura tarea del que busca,la dicha sobrehumana del encuentro.
La adolescencia es verde como el juncoy su perfil se tiñe
de todos los colores con que la invita el aire.
La gracia amaneciendo sobre el mundo,el gozo sin motivo de carne que se palpaolorosa y reciente.
La alegría de músculos elásticos,la embriaguez de la sangregalopando en canciones sobre el tiempo.
La adolescencia es plena de latencias ocultasy raíz laboriosa como el junco.
III
Recuerdo: caminaba por largos corredoresdesbordantes de palmas y de espejos.
Yo, sedienta de mí, me detenía en estatuasduplicando el instante fugitivo en cristalesy luego reiniciaba mi marcha de Narcisoya entonces como aladaliberación de imagen entre imágenes.
Novedad de mi cuerpo
que se hallaba a sí mismo en cada cosa
y para poseerse se entregaba
a la solicitud del universo.
Juventud de la luz que nimbaba la tierray que brotaba acaso con mis ojos.
Yo estaba circundada por rondas de palabras.Subían como el humo en el espacio,diluían su masa, se perdían.
Sólo quedaba —espesa como leche bañándome—
la que anudaba origen y destino:
mujer, voz radical que hipnotizaba
en la garganta de Eva
y en toda sucesiva
docilidad de miel para los besos.
Mi esencia se vertía exaltada en la órbitaconcéntrica y total de la palabray era la musical delicia de la gota
incorporando al mar de canto sin fronterassu mínimo sonido de caracol vibrando.
IV
La fiesta cosquillea en los talones.
Vamos todos a ella cantando y sonriendo.
Vamos todos a ella cogidos de la manocomo quien sale al campo a cosechar claveles.
La ciudad se ha vestido lo mismo que una novia.Mirad: en cada puerta se ostenta una guirnalda,de par en par se rinden las ventanascolmándose del día y su deleite.
La sombra juega al escondite por los patiosescapando del rayo de sol que la persigue.
Venimos a la fiesta cantando y sonriendo,danzando el pie descalzo sobre céspedes finos.
¿Quién eres tú que traes antifaz de bellezay te ciñes en túnicas de ritmo y de armonía?
¿El mensaje cifrado de algún ángelen la pluma del ave
o en el vuelo preñado de la abeja?
¿Eres la Anunciación? —Me llaman Viento,soy el vehículo de las cancionesy también de las hojas marchitas en otoño.
Mi destino es girar perpetuamentey no sé responder.
¿Quién eres tú de rostro tremendo y enigmático?Paralizas los ojos de quienes te contemplande estupor y de miedo.
¿Escondes el misterio de un dios o eres su cóleraque se desencadena al infinito?
—Mi nombre es Mar, mi movimiento es olaque recomienza siempre.
Nunca salgo de mí. Soy el esclavoirredimible de mi propia fuerza.
¿Y tú que así te adornas con el irisy te recorren escalofríos de cascabeles?
Yo quisiera abrazarte pero ignoro quién eres.—Soy quien pintarrajea la verdadpara volverla amable
y hace que hasta los ídolos se paren de cabeza.
Los niños me bautizan mariposa
y organizan cacerías para prenderme
y cuando creen haberlo conseguido
tienen entre sus dedos
sólo el polen dorado de mis alas.
Algunos hombres dicen que me despreciany para denigrarme agrupan letras:
R-i-s-a, B-u-r-l-a, I-r-o-n-í-a.
Pero se arrastran hasta mí en tinieblasy les doy la mentira de mí misma.
Los viejos me olvidaron y ya no me conocen.
Tú, adivina quién soy, corre y alcánzame.
Adiós, adiós,cantarito de arroz.
Allá, bajo los mirtos, ¿quién es el que reposa?
Las vides se exprimieron en sus mejillas.
De sus cabellos se desprende un hálitode flores maceradas y lámparas ardiendo.
Tiene la piel jocunda de la manzana,la breve plenitud del mediodíay el zumbador encanto de la siesta.
—Su símbolo es eterno: pezuña y caramillo.
En las florestas griegas
se lanzó tras la ninfa destrenzada.
Lo aprisionaron mitos y tabernáculos
y es un demonio cuyo nombre nadie
se atreve a pronunciar porque no quiere
despertarlo en el fondo de sí mismo
pues igual que Sansón enloquecido
derriba las columnas que sostienen los templos.
Su nombre es el rubor de las doncellasy el martillo en las sienes del mancebo.
¿Y tú que sin cesar cambias de signo,que te ocultas y asomas,te velas y revelas en las formas?
¿Eres Proteo? Debes ser divinopara infiltrarte así entre todas las cosas.
—Mírame bien ¿y no me reconoces?
Sin embargo te he sido tan fiel como un espejoy tan irrenunciable como tu propia sombra.
—Es cierto, yo te vi mil veces antes.
Ahora identifico esas cejas, los dientes,los hombros y la espaldatajando en dos mitades infinitas
lo mismo que una lápida.
Eres como nosotros. Anda, ven y bailemos.¡Alegría! ¡Alegría!
¡La ciudad se desposa con la noche!
V
¿Qué reptil se afilaba entre la brisa?
¿Qué zumo destilaba la amapola
que el vino se hizo un día de hiel entre mis labios?
¿Cómo fueron mis células ahondándosepara ceder un sitio decoroso a la angustia?
¿Cómo creció esta fiebre de hormigas en mis pulsos?
¿Cómo el recto camino fue curvándosehasta ser un dedálico recinto?
¿Cómo fue Dios quedándose sordo y mudo y ausente,irremediablemente atrás como la aurora?
¿Cómo a cualquier extremo al que volviera el rostrome devolvía el suyo —absoluto— la nada?
El cielo de tan pobre se encontraba desiertoy al principio y al fin del horizontese extendía el dominio del silencio.
VI
Aquí me quedaré llorando como el fruto
derribado a pedradas
de la copa del árbol y su sustento.
Ya nunca podré amar ni aun en el sueñoporque una voz insobornable gritay su grito vacía mis entrañas:
“¡El amor es también polvo y ceniza!”
VII
He aquí que la muerte tarda como el olvido.
Nos va invadiendo lenta, poro a poro.
Es inútil correr, precipitarse,
huir hasta inventar nuevos caminos
y también es inútil estar quieto
sin palpitar siquiera para que no nos oiga.
Cada minuto es la saeta en vano
disparada hacia ella,
eficaz al volver contra nosotros.
Inútil aturdirse y convocar a fiestapues cuando regresamos, inevitablemente,alta la noche, al entreabrir la puertala encontramos inmóvil esperándonos.
Y no podemos escapar viviendoporque la Vida es una de sus máscaras.
Y nada nos protege de su furia
ni la humildad sumisa hacia su látigoni la entrega violentaal círculo cerrado de sus brazos.
VIII
Padres:
ya no desparraméis blasfemias en la tierra.No os dejéis embaucar por la embusteraque exalta vuestros vientrespara depositarles su semilla de espanto.
Cuando os llame fecundos, arrojadlesu mentira a la cara.
Si os consagra inmortales os escarnece.
Sabed que la esperanza nos traicionay que es la compañera de la muerte.
Sabed que ambas —muerte y esperanza—
crecen como el parásito
alimentado en nuestro propio cuerpo.
IX
Pero ¿no hemos de amarlas
cuando así las nutrimos con nuestra sangre?
Reverenciad su patrimonio único.
Contemplad cómo las madura el tiempo.
Alternativamente
una se ensancha y otra palidece.
X
Hoy es en mí la muerte muy pequeñay grande la esperanza.
Ha soportado climas estériles y rudos,ha atravesado nieblas y luces dolorosasy ha desafiado al viento.
Ahora sabe que su ser es isla.
Para emerger acendra primero sus cimientosy se ubica después sobre la espumadisputando su patria palmo a palmo.
No ignora que el vacío la rodeay siente la amenaza del gusano.
Pero edifica muros de arena, defendiéndose.Tenaz e infatigable
elabora y destruye sus pompas de jabóny es la aniquiladora y creadora de un cosmos
transfigurado y líquido.
Trabaja con la llama.
¡Cuántas formas modela, cuántas formasduermen almacenadas en su seno!
Les dice un día fantasmas y otro les dice juegopero el nombre secreto en el que se refugiacomo en la magia o en el sortilegio,ese nombre es el nombre impalpable de Poesía.
No perturbéis la rosa con palabras impuras,no violéis su perfume ni con el pensamiento.
Es la hora perfecta
en que la rama en el altar florece.
Permitid que florezca.
Es la última pasión, la última hogueracrepitando en la nieve.
Dejadla que respire.
En sus escombros pacerá la muerte.
•
EN EL FILO DEL GOZO
I
Entre la muerte y yo he erigido tu cuerpo:que estrelle en ti sus olas funestas sin tocarmey resbale en espuma deshecha y humillada.
Cuerpo de amor, de plenitud, de fiesta,palabras que los vientos dispersan como pétalos,campanas delirantes al crepúsculo.
Todo lo que la tierra echa a volar en pájaros,todo lo que los lagos atesoran de cielomás el bosque y la piedra y las colmenas.
(Cuajada de cosechas bailo sobre las erasmientras el tiempo llora por sus guadañas rotas.)
Venturosa ciudad amurallada,
ceñida de milagros, descanso en el recinto
de este cuerpo que empieza donde termina el mío.
II
Convulsa entre tus brazos como mar entre rocas,rompiéndome en el filo del gozo o mansamentelamiendo las arenas asoleadas.
(Bajo tu tacto tiemblo
como un arco en tensión palpitante de flechasy de agudos silbidos inminentes.
Mi sangre se enardece igual que una jauríaolfateando la presa y el estrago.
Pero bajo tu voz mi corazón se rindeen palomas devotas y sumisas.)
III
Tu sabor se anticipa entre las uvasque lentamente ceden a la lenguacomunicando azúcares íntimos y selectos.
Tu presencia es el júbilo.
Cuando partes, arrasas jardines y transformasla feliz somnolencia de la tórtolaen una fiera expectación de galgos.
Y, amor, cuando regresas,
el ánimo turbado te presiente
como los ciervos jóvenes la vecindad del agua.
LA ANUNCIACIÓN
I
Porque desde el principio me estabas destinado.Antes de las edades del trigo y de la alondray aun antes de los peces.
Cuando Dios no tenía más que horizontesde ilimitado azul y el universo
era una voluntad no pronunciada.
Cuando todo yacía en el regazodivino, entremezclado y confundido,yacíamos tú y yo totales, juntos.
Pero vino el castigo de la arcilla.
Me tomó entre sus dedos, desgarrándomede la absoluta plenitud antigua.
Modeló mis caderas y mis hombros,me encendió de vigilias sin sosiegoy me negó el olvido.
Yo sabía que estabas dormido entre las cosasy respiraba el aire para ver si te hallabay bebía de las fuentes como para beberte.Huérfana de tu peso dulce sobre mi pecho,sin nombre mientras tú no descendieraslanguidecía, triste, en el destierro.
Un cántaro vacío semejabanostálgico de vinos generososy de sonoras e inefables aguas.
Una cítara muda parecía.
No podía siquiera morir como el que caeaflojando los músculos en unabrusca renunciación. Me flagelabala feroz certidumbre de tu ausencia,adelante, buscando tu huella o tus señales.
No podía morir porque aguardaba.
Porque desde el principio me estabas destinadoera mi soledad un tránsito sombríoy un ímpetu de fiebre inconsolable.
II
Porque habías de venir a quebrantar mis huesosy cuando Dios les daba consistencia pensaba
en hacerlos menores que tu fuerza.
Dócil a tu ademán redondo mi cinturay a tus orejas vírgenes mi voz, disciplinadaen intangibles sílabas de espuma.
Multiplicó el latido de mis sienes,organizó las redes de mis venasy ensanchó las planicies de mi espalda.
Y yo medí mis pasos por la tierrapara no hacerte daño.
Porque ante ti que estás hecho de nieve
y de vellones cándidos y pétalos
debo ser como un arca y como un templo:
ungida y fervorosa,
elevada en incienso y en campanas.
Porque habías de venir a quebrantar mis huesos,mis huesos, a tu anuncio, se quebrantan.
III
Para que tú lo habites quisiera depararteun mundo esclarecido de céfiros, laureles,fosforescentes algas, litorales sin término,grutas de fino musgo y cielos de palomas.
IV
He aquí que te anuncias.
Entre contradictorios ángeles te aproximas,como una suave música te viertes,como un vaso de aromas y de bálsamos.
Por humilde me exaltas. Tu mirada,
benévola, transforma
mis llagas en ardientes esplendores.
He aquí que te acercas y me encuentrasrodeada de plegarias como de hogueras altas.
DE LA VIGILIA ESTÉRIL
I
No voy a repetir las antiguas palabras
de la desolación y la amargura
ni a derretir mi pecho en el pomo del llanto.
El pudor es la cima más alta de la angustiay el silencio la estrella más fúlgida en la noche.
Diré una vez, sin lágrimas, como si fuera ajenoel tema exasperado de mi sangre.
Todos los muertos viajan en sus ondas.
Ágiles y gozosos giran, bailan,suben hasta mis ojos para violar el mundo,se embriagan de mi boca, respiran por mis poros,juegan en mi cerebro.
Todos los muertos me alzan, alzándose, hacia el cielo.Hormiguean en mis plantas vagabundas.
Solicitan la dádiva frutal del mediodía.
Todos los muertos yacen en mi vientre.
Montones de cadáveres ahogan el indefensoembrión que mis entrañas niegan y desamparan.
No quiero dar la vida.
No quiero que los labios nutridos en mi senoinventen maldiciones y blasfemias.
No quiero a Dios quebrado entre las manosinocentes y cárdenas de un niño.
No quiero sus espaldas doblegadas
bajo el látigo múltiple y fuerte de los días
ni sus sienes sudando la sangre del martirio.
No quiero su gemido como un remordimiento.
Seguid muertos girando dichosos y tranquilos.
La espiga está segada, el círculo cerrado.
Sólo vuestros espectros recorrerán mis venas.
Sólo vuestros espectros y este lamento sordode mi cuerpo, que pide eternidad.
II
A ratos, fugitiva del sollozo
que paulatinamente me estrangula,
vuelvo hacia las praderas fértiles y lo invoco
con las voces más tiernas y el nombre más secreto.
¡Hijo mío, tangible en el delirio,
encarnado en el sueño!
Y es como si de pronto la tierra se entregarahaciéndose pequeña, pueril como un juguetepara caber, ceñida, entre los brazos.
Es como renacer en otros ámbitoslimpios, transfigurados y perfectos.
III
Pero mirad mis brazos crispados y vacíoscomo redes tiradas inútilmente al mar.
Nada debo implorar para mí en los caminosporque mi lengua acaba exactamente allí,en las fronteras simples de sí mismay su grito se apaga entre los límitesde mi propio silencio.
Mirad mi rostro blanco de exangües rebeldías,mis labios que no saben de los himnos del parto,mis rodillas hincadas sobre el polvo.
Mirad y despreciadme. Descargad vuestras manosde las piedras que colman su hueco justiciero.
Herid. No alcanzaréis la frente inerme(vellón inmaterial y delicado)a quien mi soledad sirve de escudo.
IV
Antes, para exaltarme, bastaba decir madre.
Antes dije esperanza. Ahora digo pecado.
Antes había un golfo donde el río se liberta.Ahora sólo hay un muro que detiene las aguas.
ORIGEN
Sobre el cadáver de una mujer estoy creciendo,en sus huesos se enroscan mis raícesy de su corazón desfiguradoemerge un tallo vertical y duro.
Del féretro de un niño no nacido:
de su vientre tronchado antes de la cosecha
me levanto tenaz, definitiva,
brutal como una lápida y en ocasiones triste
con la tristeza pétrea del ángel funerario
que oculta entre sus manos una cara sin lágrimas.
ELEGÍAS DEL AMADO FANTASMA
PRIMERA ELEGÍA
I
Inclinada, en tu orilla, siento cómo te alejas.Trémula como un sauce contemplo tu corrienteformada de cristales transparentes y fríos.Huyen contigo todas las nítidas imágenes,el hondo y alto cielo,los astros imantados, la vehemenciaingrávida del canto.
Con un afán inútil mis ramas se despliegan,se tienden como brazos en el airey quieren prolongarse en bandadas de pájarospara seguirte adonde va tu cauce.
Eres lo que se mueve, el ansia que camina,la luz desenvolviéndose, la voz que se desata.
Yo soy sólo la asfixia quieta de las raíceshundidas en la tierra tenebrosa y compacta.
II
Allá está el mar que no reposa nunca.
Allá el barco y la vela infatigable,los breves edificios de la espuma,las olas retumbando y persiguiéndose.
Allá, en los arrecifes, las sirenascon el cabello y la canción flotantesen lúcidos pendones musicales.
III
Yo quedaré dormida como el árbol
al que no abrazan hiedras de amorosa frescura,
ni coronan los nidos
ni rasgan su corteza verdes retoños tiernos.
Y estaré ciega, ciega para siemprefrente al escombro de un espejo roto.
Si alguna vez me inclino como ahoracon un ademán trémulo de saucehabrá de ser para asomarme en vanoal opaco arenal que abandonaste.
SEGUNDA ELEGÍA
I
Convaleciente de tu amor y débil
como el que ha aposentado largamente en sí mismo
agonías y fiebres,
salgo, purificada y tambaleante,
al reclamo de calles y de patios.
¡Qué algarabía de ruidos confusos y de oloresmezclados! ¡Qué agresivodesorden de colores esparcidos!
Con los cinco sentidos sellados yo reciboen mansedumbre el sol sobre mi espalda.
Las hormigas circulan a mis plantas.
Si alguien me sacudiera despertaraen un extraño mundo, frágil y húmedo,como bañado en lágrimas.
II
No es en el costado la herida, ni en las sienes.Las manos palparían sin hallarlay el que escuche las quejas atiende señas falsasy confía en palabras inexactas.
No es siquiera una herida. Es el cimientoroído de gusanos, la escaleraincompleta y las aguas estancadas.
III
Arrullo mi dolor como una madre a su hijo
o me refugio en él como el hijo en su madrealternativamente poseedora y poseída.
No supe aquella tarde
que cuando yo decía adiós tú decías muerte.
Ahora no es posible saber nada.
Para dejar caer, rendida, mi cabezabusco una piedra lisa por almohada.
No pido más que un limbo de soledad y hastíoque albergue mi ternura derrotada.
TERCERA ELEGÍA
I
Como la cera blanda, consumidapor una llama pálida, mis díasse consumen ardiendo en tu recuerdo.
Apenas iluminas el túnel de silencio
y el espanto impreciso
hacia el que paso a paso voy entrando.
Algo vibra en mi ser que aún protesta
contra el alud de olvido
que arrastra en pos de sí a todas las cosas.
¡Ah, si pudiera entonces crecer y levantarme,alumbrar como lámparaalimentada de tu vivo aceiteen una hoguera poderosa y clara!
Pero ya nada alcanza a rescatarmede la tristeza inerte que me apaga.
Grandes espacios ciernen finas nieblasentre tu rostro y los que aquí te borran.
Tu voz es casi un ecoy lejos resplandece tu mirada.
II
Como queriendo sorprender tu ausenciadesnuda, abro las puertas de improvisoy acecho las ventanas entornadas.
Encuentro las estancias desiertas y sombríasdonde el vacío congela sus perfilesciñéndose a la línea de tu cuerpo.
Es como una profunda y simple copapara beber la integridad del llanto.
III
Tal vez no estés aquí dominando mis ojos,dirigiendo mi sangre, trabajando en mis células,galvanizando un pulso de tinieblas.
Tal vez no sea mi pecho la cripta que te guarda.
Pero yo no sería si no fuera
este castillo en ruinas que ronda tu fantasma.
DISTANCIA DEL AMIGO
En una tierra antigua de olivos y cipresesha fechado mi amigo su más reciente carta.
Lo imagino escribiendo, sentado en una rocaa la orilla del mar, tirando piedrecitassobre el lomo verdusco de las olas.
(Si estuviera en un parque tiraría
migas a los gorriones;
si en un estanque, Ledas a los cisnes.)
Lo imagino volviendo su rostro hacia el crepúsculo,mordisqueando una brizna mientras piensaque la vida es tan bella porque es corta.
(No es de los que invocan a la muerte.
Es de los que la hospedan, silenciosos,en el sitio más hondo de su cuerpo.)
Se levanta después y camina despacio,con las manos metidas en las bolsasde un traje viejo y ancho.
Puede hervir a su lado la multitud. Mi amigoestá solo. Entre hombres embriagadosde dicha, entre mujeres ojerosas de duelolleva su soledad como una espadadesnuda y eficaz, radiante de amenazas.
Llega a su cuarto. Lo abre. Nadie espera.
Hay un olor oscuro,
pesado, de ventana estrangulada.
Igual que cuatro cirios metálicos relucenlas cuatro extremidades agudas de la cama.
Se ha desplomado en ella y una punta lo hiere.¡Cómo sangra empapando las sábanas, tiñéndolas,cómo se queda lívido y exangüemientras bajo su frente se incendian las almohadas!La fecha de esta carta que estrujo es muy remota—de un tiempo en el que el tiempo no existía—y la ciudad de que habla se reclinamás allá de los mapas.
Mi amigo, sin embargo, está cercano.
Podría yo tocarlo si pudieratocar mi corazón recóndito y sellado.
NOCTURNO
I
Ayer, mañana, hoy, siempre sucede.
Las lágrimas dispersas en el cuerpohallan su cauce natural y fluyen.
Tarde o temprano nuestra mano aprendea crisparse apresando un poco de aire.
Los ojos se acostumbrana circular en rieles de neblina.
En vano es que digamos:
“Yo vengo de un país de íntimas huertasy recuerdo los árboles encendidos de trinos,la hierba temblorosa bajo la última lluviay el cielo de las tardesvibrando de campanas invisibles.
Vengo de esa ciudad donde los niñosquiebran en mil pedazos el silencioy colocan el pie
en la inminencia limpia del estanquey los labios al borde del espejo.
(En salones ocultos un piano negro calla.)
Del Sur hemos venido, entre cafetosy platanares verdes y naranjales ácidos”.Porque el Sur se evapora,
lo arrasa el tiempo, lo hunde la distancia,se consume, incendiando, a nuestra espalda.
No miremos atrás que sólo llegaun abrasado aliento de desierto.
Si se pudrió la fruta
que ya no nos persiga su fragancia.
Arrullemos
con canciones de cuna a la memoriay amemos esta zona devastada.
II
Como una cárcel es. Al través de los murosse infiltran lentas músicas, delirantes sonatas.Del techo se desprende hacia nuestra cabezatenaz y sucesiva la fría gota de agua.
III
Amemos la garganta de los lobosy el filo de su grito entre las sombras.Amemos su amenaza y nuestro miedo.
Amemos la aspereza de estos ángulos,la sordera del hielo, la crueldad de la estatua.
Todos los seres aman su destino.
Nuestro destino es padecer la noche.
DESTINO
Alguien me hincó sobre este suelo duro.
Alguien dijo: Bebamos de su sangrey hagamos un festín sobre sus huesos.
Y yo me doblegué como un arbustocuando lo acosa y lo tritura el viento,
sin gemir el lamento de Job, sin desgarrarmegritando el nombre oculto de Dios, esa blasfemiaque todos escondemosen el rincón más lóbrego del pecho.
Olvidé mi memoria,
dejé jirones rotos, esparcidos
en el último sitio donde una breve estancia
se creyera dichosa:
allí donde comíamos en torno de una mesael pan de la alegría y los frutos del gozo.
(Era una sola sangre en varios cuerposcomo un vino vertido en muchas copas.
Pero a veces el cuerpo se nos quiebray el vino se derrama.
Pero a veces la copa reposa para siempre