Tablero de damas - Rosario Castellanos - E-Book

Tablero de damas E-Book

Rosario Castellanos

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Beschreibung

Ésta es una de las piezas dramáticas menos conocidas de las que escribiera Rosario Castellanos. Publicada por primera vez en 1959, "Tablero de damas" le valió numerosas enemistades entre sus contemporáneos. La obra es un retrato de la sociedad literaria en el México de los años cincuenta, en el que la principal protagonista, una versión de Gabriela Mistral, se encuentra rodeada por un grupo de mujeres que escriben, más por una postura social que por vocación. Castellanos denuncia así a aquellas que renuncian a pensar con originalidad y actuar con independencia en busca del halago y del aplauso.

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ROSARIO CASTELLANOS

TABLERO DE DAMAS

Primera edición, 1998 Primera edición electrónica, 2017

Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

D. R. © AÑO, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5470-0 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

Índice

Tablero de damas

Tablero de damas

PIEZA EN TRES ACTOS

 

Primera edición, en revista América, número 68, 1952.

A Luisa Josefina Hernández, dama

PERSONAJES

 

MATILDE CASANOVA. Poetisa. Soltera. De una edad en la que el estado civil carece ya de importancia.

VICTORIA BENAVIDES. Secretaria de Matilde. Ex poetisa. Soltera. De una edad en la que el estado civil es irremediable. ESPERANZA GUZMÁN. Poetisa. Divorciada. Un poco menor queVictoria.

TERESA DE VÁZQUEZ GÓMEZ. Poetisa. Casada. No confiesa su edad. Aunque es evidente que si la confesara la disminuiría.EUNICE ÁLAMOS. Poetisa. Sería la mujer de treinta años si no negara que los tiene.

AURORA RÍOS. Poetisa. Soltera. Todavía sin problemas con suedad.

PATRICIA MENDOZA. Autora de novelas policiacas. Soltera. Un año mayor que Aurora.

UNA PERIODISTA.

UNA CRIADA.

UN CRIADO.

GABRIEL DEL VALLE. Adolescente.

 

La acción transcurre en la mañana y la noche de un día y la mañana del día siguiente.

 

Época actual.

ACTO PRIMERO

 

Suite de un hotel de lujo en Acapulco. Mobiliario moderno y elegante. Puertas a la izquierda y a la derecha que conducen, respectivamente, a las habitaciones interiores y al resto del hotel. Al fondo un ventanal de cristales desde el que se domina la playa. Al levantarse el telón, una criada, joven, está arreglando los objetos y limpiándolos. Por la puerta derecha se asoma una muchacha, joven también. Lleva en las manos un ramo de flores, un cuaderno de notas. Es la periodista.

 

CRIADA.— Usted otra vez...

PERIODISTA.— Shhh, calla. No ha despertado la señora, ¿verdad?

CRIADA.— Ni la señorita se ha dormido.

PERIODISTA.— La señorita no se dará cuenta de nada... si tú me ayudas.

CRIADA.— ¡Jesús, qué cosas se le ocurren!

PERIODISTA.— Anda, no seas mala. ¿Qué puedes perder?

CRIADA.— El empleo.

PERIODISTA.— (Soñadora.) ¡Sería un reportaje sensacional! Primero un gran titular a ocho columnas: “Yo conocí a Matilde Casanova”. Después, en tipo más pequeño: “La gran poetisa habla para los lectores de Novedades”. Y por último, en letra minúscula: “Joven fámula despedida por desobedecer órdenes”. ¿No te gustaría aparecer en los periódicos?

CRIADA.— Preferiría salir en el cine.

PERIODISTA.— Podría ser que hasta te contrataran para filmar una película. (Ante el gesto de duda de la criada.) Así han empezado muchas estrellas. (El gesto de duda de la criada se acentúa.) Bueno. Cambiemos de tema. Ah, me olvidaba. Te traje estos dulces. Ten.

CRIADA.— (Con frialdad.) Gracias.

PERIODISTA.— ¿No te gustan los dulces?

CRIADA.— Sí.

PERIODISTA.— ¿Entonces?

CRIADA.— Usted sabe bien que lo que yo quiero no son dulces.

PERIODISTA.— (Escandalizada.) Ah, no, eso sí que no.

CRIADA.— ¡Qué lástima! Sería tan fácil que usted entrara a ver a la señora. Sólo con que yo le dijera cómo.

PERIODISTA.— Mira, muchacha: yo seré periodista pero tengo algún sentido de la dignidad.

CRIADA.— Ni modo.

PERIODISTA.— Es que es el tango más cursi del mundo.

CRIADA.— Pero yo quiero aprenderlo. Mis compañeras se morirán de envidia. Ya tengo la letra en un cancionero, pero no sé la música.

PERIODISTA.— ¿Si te la enseño me llevarás con la señora?

CRIADA.— La llevaré.

PERIODISTA.— ¿Prometido?

CRIADA.— Prometido.

PERIODISTA.— (Deja sus cosas sobre la mesita y se sienta allímismo. Balancea las piernas mientras canta. La criada escucha con embeleso.) “Yo tenía un hijo / que era mi alegría, / ángel de los cielos / sol de mediodía. / Bello cual su madre / fuerte como yo...”

VICTORIA.— (Alta, delgada, seca, entrando por la izquierda.) ¡Conmovedora escena!

PERIODISTA.— (Poniéndose de pie precipitadamente.) ¡Victoria! ¡Qué sorpresa más agradable! Le traje estas flores. (Entrega el ramo mientras la criada trata de escabullirse sin ser advertida.)

VICTORIA.— (Deteniendo a la criada.) Un momento. Llévese algo de la basura que hay aquí. (Le da las flores. La criada sale por la izquierda.)

PERIODISTA.— (Roja, abanicándose con las notas.) Hace un día muy caluroso. ¿No le parece?

VICTORIA.— No tiene por que parecerme. No he intentado sobornar a nadie ni he fracasado.

PERIODISTA.— Pero si yo no intentaba sobornarla con esas flores.

VICTORIA.— Oh, no. Es la simpatía que yo le inspiro. Sus halagos no tienen nada que ver con su deseo de entrevistar a Matilde.

PERIODISTA.— Pues bien, sí. Necesito entrevistarla.

VICTORIA.— ¿Tan importante es?

PERIODISTA.— Tan importante. De mi éxito depende un aumento de sueldo o el cese.

VICTORIA.— ¿Y a qué actividad piensa usted dedicarse?

PERIODISTA.— (Echándose a llorar convulsivamente.) ¿Pero no comprende usted lo que esto significa para mí? Tengo que mantener a mi madre viuda y enferma...

VICTORIA.— Y a una hermana paralítica que ambiciona ser bailarina. No se moleste en contarme todo eso. Conozco el cuadro. Es típico.

PERIODISTA.— (Recomponiéndose.) Es típico también que sea mentira. De todos modos yo necesito entrevistar a Matilde.

VICTORIA.— De ningún modo será posible.

PERIODISTA.— ¿Por qué?

VICTORIA.— Se lo he dicho mil veces. Está enferma. El médico le ha prohibido que se fatigue. Y yo no conozco nada más fatigoso que un periodista.

PERIODISTA.— Yo sí. (Recogiendo su cuaderno.) En fin, renuncio. Me voy.

VICTORIA.— Como siempre, saldrá usted por la puerta sólo para entrar después por la ventana. ¿No se conformaría usted con algo menos que con esa entrevista?

PERIODISTA.— ¿Qué?

VICTORIA.— Una noticia. Matilde espera visita.

PERIODISTA.— Como no sea la visita de la cigüeña, yo no veo en eso nada que llame la atención.

VICTORIA.— Viene Esperanza Guzmán.

PERIODISTA.— ¿La poetisa?

VICTORIA.— La mejor poetisa de México, según ella. ¿No es sensacional?

PERIODISTA.— Naturalmente que no. Es demasiado discreta. Hace sus escándalos en voz baja, sus divorcios a puerta cerrada. El resultado es que algunos la leen, pero nadie la conoce.

VICTORIA.— ¿Y a Teresa de Vázquez Gómez?

PERIODISTA.— Administra bien su publicidad. Pero hay de por medio un marido complaciente que amortigua todos los ruidos.

VICTORIA.— Tengo entendido que, en cambio, Eunice Álamos es soltera.

PERIODISTA.— Su estado civil no tiene nada que ver con su conducta. ¿Viene también ella?

VICTORIA.— Sí.

PERIODISTA.— Entonces hay que prepararse porque seguramente sucederá algo gordo. (Apunta en su libreta.) ¿Alguien más?

VICTORIA.— Aurora Ríos.

PERIODISTA.— ¿Quién es?

VICTORIA.— Otra poetisa. Recién salida del cascarón. Éste es su primer libro. (Toma uno de la mesita y se lo da a la periodista. Vuelve la criada a entrar por la izquierda y se entretiene al fondo del escenario.)

PERIODISTA.— “El segador.” Poemas. “Yo no he sido mi Dios, yo amé hasta el rostro / que nunca me mostraste.” ¡Bah! Como todas. Juanas de Ibarbourou con pretensiones de Santa Teresa. La mística desde el colchón. (Deja el libro.) ¿Y a qué se debe esta asamblea general?

VICTORIA.— Simple visita de cortesía.

PERIODISTA.— ¿Y cómo quiere usted que se publique eso en un periódico? Habrá que inventar algo. Una intriga emocionante, un terremoto, un incendio, un perro rabioso...

GABRIEL.— (Entra por la derecha.) Perdón. No quería interrumpir.

VICTORIA.— Pasa. No interrumpes. La señorita estaba a punto de irse.

PERIODISTA.— ¿Quién? ¿Yo? Ah, sí. Naturalmente. Adiós, Victoria. Le agradezco mucho sus atenciones. Adiós... señor.

VICTORIA.— No lo mire usted así, como si él fuera la intriga emocionante. ¿O es que le nota usted algún parecido con un perro rabioso? Acércate, Gabriel, para que la señorita te observe. Mírelo. No se llama terremoto ni incendio. Tiene un nombre bien simple. Se llama Gabriel, Gabriel del Valle. ¿Está satisfecha? Ahora puede marcharse. (Mientras habla ha ido avanzando contra la periodista hasta que ésta sale por la derecha.)

GABRIEL.— ¿Ha despertado ya Matilde?

VICTORIA.— Matilde, Matilde. No se oye otro nombre en esta casa, todo el día todos. ¡Claro! Como es la poetisa, como acaban de darle el premio Nobel, como está aquí invitada por el gobierno, como...

GABRIEL.— ¡Victoria!

VICTORIA.— No, no ha despertado. ¿Qué quieres que yo haga? ¿Que vaya y le eche agua fría en la cara para que abra los ojos? ¿Que le apuntale la espalda para que permanezca erguida, que le grite que la esperas y que te impacientas?

GABRIEL.— Está usted muy nerviosa hoy.

VICTORIA.— No tengo nada. He respondido a lo que me preguntabas. Matilde no ha despertado aún.

GABRIEL.— ¿No le parece que duerme demasiado?

VICTORIA.— La estás midiendo con los raseros humanos, comunes y corrientes. No olvides que Matilde es un genio. Tal vez dormir es su manera de ser genial.

GABRIEL