Política en serie - VV. AA. - E-Book

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Beschreibung

Política en serie es el libro que Frank Underwood no quiere que leas. Por sus páginas, y radiografiados por algunos de los mejores analistas políticos y consultores de este país, desfilan los protagonistas de 'El ala oeste de la Casa Blanca', 'Borgen', 'Homeland' o 'House of Cards', tal vez los más dignos espejos de los dirigentes políticos de las últimas décadas. Y es que las series, como dice en su prólogo Jorge Carrión, "son los engranajes de una gran maquinaria política de traducción e interpretación de la realidad desde el punto de vista del imperio" o, lo que es lo mismo, una oportunidad idónea para la comprensión de muchos de los entresijos del poder.

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Primera edición digital: noviembre 2016 Composición de la cubierta: Óscar Giménez Diseño de la colección: Jorge Chamorro Corrección: Juan Francisco Gordo Revisión: Elena Pina

Versión digital realizada por Libros.com

© 2016 Begoña Gozalbes, Diana Rubio, Eli Gallardo, Fernando Cuñado, Ignacio Martín Granados, Imma Aguilar Nàcher, Jorge Carrión, Juan Carlos Calderón, Julio Otero, María Vázquez Lorca, Santiago Castelo, Toni Aira, Xavier Peytibi © 2016 Libros.com

[email protected]

VV. AA.

Política en serie

Coord. por Julio Otero y Diana Rubio

A nuestras familias, amigos y a todos los que nos han apoyado en este proyecto, sin vosotros nada de esto tendría sentido.

A los creadores, artistas y profesionales de las series de televisión, que hacen disfrutar a millones de personas a través de la pequeña pantalla, haciéndonos partícipes de la realidad paralela que sirvió como chispa para crear esta obra.

A los profesionales de la comunicación política, que sin apenas reconocimiento trabajan sin horarios para que los políticos lleguen mejor a los ciudadanos.

Índice

 

Portada

Créditos

Título y autor

Dedicatoria

Prólogo. Por Jorge Carrión

Introducción. La política en el difuso borde entre realidad y ficción. Por Julio Otero

Episodio 1. Guionistas en serie. Por Toni Aira

Episodio 2. ¿Asesores de ficción? Por Juan Carlos Calderón

Episodio 3. Lo personal es político. Por Imma Aguilar Nàcher y Begoña Gozalbes

Episodio 4. La política hecha por mujeres. Por María Vázquez Lorca

Episodio 5. El Ayuntamiento en la pequeña pantalla. Por Julio Otero

Episodio 6. Los eventos políticos en las ficciones televisivas. Por Diana Rubio

Episodio 7.

Borgen

: breve manual para la negociación política. Por Ignacio Martín Granados

Episodio 8. El papel del lobby en la ficción. Por Fernando Cuñado

Episodio 9. La retórica religiosa y su representación televisiva. Por Xavier Peytibi y Santiago Castelo

Episodio 10.

New media

y comunicación política. Por Eli Gallardo

Conclusiones. Por Diana Rubio

Mecenas

Contraportada

Prólogo. Todo es política

Por Jorge Carrión

I

Todo es política, sin duda. Todas las relaciones son relaciones de poder, por supuesto. Todas las series de televisión, por tanto, integran de un modo u otro negociaciones ideológicas, formas de liderazgo, modelos de gobierno, estructuras de asociación popular, corporativa o de partido; el trasfondo, real o ficcionalizado, de la política estadounidense; ese debate interminable que recorre la espina dorsal de los Estados Unidos al menos desde los años 40: entre imperialismo y democracia.

II

Tal vez sea The Walking Dead, gracias a su naturaleza post-apocalíptica, la que mejor se ha revelado como un laboratorio de modelos de gobierno. Los protagonistas se van organizando de distintas maneras, que incluyen la asamblea, la militarización, el liderazgo único o compartido e incluso la dictadura. Cuando Rick Grimes fortifica la prisión donde se han refugiado de los muertos vivientes y se enfrenta al Gobernador, líder psicópata de otra comunidad de supervivientes, vemos cómo se contraponen dos figuras de poder del viejo sistema finiquitado, la del policía y la del político, las fuerzas de la ley y las fuerzas de la legislación y el Gobierno. Aunque en todas las series las fronteras entre esas dos esferas sean obviamente porosas, en el mundo arrasado que propone The Walking Dead, donde el ser humano ha retrocedido hasta el canibalismo, directamente se superponen y se confunden. Las células anarquistas y libertarias y las microcomunidades utópicas tienen los días contados: sólo los grupos de espíritu y efectividad militar, criminales, pueden sobrevivir en el nuevo escenario político mundial.

III

Si damos por cierto que la tercera edad de oro comienza en 1999 con el estreno simultáneo de The West Wing y The Sopranos, también podemos afirmar que lo hace con una doble apuesta en términos políticos: la macropolítica de la Casa Blanca y la micropolítica de una banda mafiosa de New Jersey. Desde entonces esa ha sido la tendencia de las series norteamericanas más significativas. O bien enfocar la actividad de alcaldes (The Wire, Boss), gobernadores (The Good Wife), agencias de seguridad nacional (24, Homeland) y presidentes de los Estados Unidos de América (Commander in Chief, House of Cards). O bien crear pequeñas comunidades en tensión, sobre todo a partir de una figura fuerte: criminales (Deadwood, Sons of Anarchy, Breaking Bad) o profesionales (Six Feet Under,Mad Men, The Newsroom), cuando no criminales y profesionales al mismo tiempo (como ocurre en The Shield o en Orange is the New Black, a través de los puentes que tiende la corrupción).

Es cierto que todas las series de televisión se apoyan en una red de personajes redondos y que muchas de las mejores son realmente corales, pero la tendencia principal coloca el peso de la producción sobre los hombros de un protagonista. Incluso en proyectos que no contemplaban esa necesidad, como The West Wing, donde Aaron Sorkin pretendía dejar al presidente Josiah Bartlet en un perpetuo segundo plano desenfocado, mientras la atención se centraba en su gabinete de asesores y técnicos; se impuso finalmente la figura carismática, estupendamente interpretada por Martin Sheen, del presidente. Es coherente que así sea. Al fin y al cabo, el presidente de los Estados Unidos es la figura central de la realidad de ese país. Es su pater familias. No es casual que Bartlet y Tony Soprano sean padres. Ni que tampoco lo sean Walter White, Jax Teller, Vic Mackey o Don Draper. No sólo son padres sino que, además y en la medida de sus posibilidades, son padres correctos, buenos, incluso excelentes, que hacen cualquier cosa por el bien de sus familias. El problema, por supuesto, es que se sienten responsables de dos familias, la biológica y la profesional, cuyos intereses son a menudo incompatibles. Fijémonos en Lost: una serie en la que todos los personajes tenían problemas muy graves con sus padres o con sus hijos, pero en la que varios líderes se sentían responsables del bienestar de las respectivas comunidades, con estrategias tan distintas como las de Jack Shephard o las de Benjamin Linus.

IV

En esta segunda década se ha consolidado el protagonismo femenino de las series políticas. The Good Wife, Madam Secretary o Scandal permiten hablar de una transición en términos de género (que tiene en Borgen su gran ejemplo europeo). En House of Cards, con su protagonismo compartido por Frank y Claire Underwood, encontramos otra novedad significativa: no son padres. Dirigir el país como ellos lo hacen, anteponiendo siempre los intereses personales o los colectivos, es más fácil si no has experimentado nunca la preocupación y el sacrificio que son intrínsecos a la paternidad.

Si The West Wing trató de retratar un proceso utópico de presidencia ética —que ha tenido en Obama una traducción parcial en lo real—, sus giros manieristas, sus hijos bastardos, ya no pueden o no quieren creer en el idealismo. Tal vez sea culpa del 11-S y sus consecuencias (la guerra absurda, la paranoia extendida, los drones, la vigilancia masiva). Pero lo cierto es que en todas las series de alta política posteriores a la obra maestra de Aaron Sorkin se da por supuesto que el Gobierno es manipulador, corrupto y a menudo asesino.

En los primeros capítulos de Borgen la nueva primera ministra contrata como asesor a un brillante analista político con estudios en las más prestigiosas universidades, que vive en la esfera de las ideas y nunca se ha ensuciado las manos. Tras dos errores de bulto decide prescindir de él y contrata a su antiguo asesor de campaña, mentiroso compulsivo, cínico, descreído. El primer personaje hubiera podido tener protagonismo en The West Wing, pero de cualquier ficción política posterior sólo puede ser despedido.

V

Estrictamente contemporáneas de la obra de Beau Willimon tenemos otras dos que han puesto sobre la mesa el mismo tema: la infiltración. Si Frank y Claire llegan a la presidencia de los Estados Unidos a través de artimañas y tejemanejes, infiltrándose capa a capa en el tejido del Gobierno, Nicholas Brody es un terrorista islámico con disfraz de militar estadounidense en Homeland y el matrimonio de The Americans está conformado por dos espías rusos que se hacen pasar por americanos. Ambas series hablan de un cambio de punto de vista. Si durante la primera década del siglo XXI las series de los Estados Unidos enfocaron casi exclusivamente su propia realidad, casi siempre a través de una mirada central masculina, las de la segunda década han abierto brutalmente el campo de visión hacia otras cartografías y han empezado a situar en su eje una mirada de mujer, como la de Carrie Mathison, geopolítica y muy lúcida.

Esa mutación de la mirada se puede observar en otras dos series también coetáneas, que hablan de la crisis irreversible de la figura paterna: The Affair y Transparent. Como en la primera, cuyos capítulos están divididos en dos partes, una que nos cuenta la historia desde el punto de vista narrativo de un personaje masculino y otra que hace lo propio con el de un personaje femenino, las series están aprendiendo a repartir su espacio narrativo entre personajes de uno y otro sexo. Igual que el protagonista de la segunda, las series están asumiendo también que la identidad es movediza: es bello observar esa transformación.

Y ver cómo el patriarcado heterosexual se nos deshace entre los píxeles. El protagonista de The Affair es un pésimo padre. Y Carrie Mathison es madre soltera. Y en el matrimonio de The Americans él sufre las dudas y la sentimentalidad que en siglos anteriores se habrían vinculado con la figura femenina, mientras que ella se muestra mucho más convencida, sólida y —digamos— «patriarca». Si los presidentes y los gobernadores y los alcaldes y los jefes de la policía han dejado de ser pater familias modélicos, no cabe esperar que ese rol permanezca intacto en los espacios profesionales y en el interior de los hogares.

VI

Mientras que en Homeland y en The Americans, como sólo es habitual en el cine y las series de espías, la acción se sitúa a menudo en países extranjeros, en Tyrant —su consecuencia lógica— vamos más allá y la obra entera se ubica en un país del norte africano. Un país inventado, pero cuyos paisajes han sido rodados en Marruecos e Israel; un país imaginario, pero que asiste al posible crepúsculo de una larga dictadura tras la muerte del patriarca y la explosión de las primaveras árabes. Así culmina —provisionalmente— un proceso de infiltración en la otredad. Un proceso de domesticación de la otredad. Porque los Estados Unidos no programa en sus canales de difusión las series israelíes que le interesan: las versiona. Las series son los engranajes de una gran maquinaria política de traducción e interpretación de la realidad desde el punto de vista del imperio. Como espectadores y observadores, nuestra única opción es intentar lecturas de conjunto de ese mosaico en perpetua expansión.

Todo es política: también nuestras miradas. Todo son relaciones de poder: también las que mantenemos con las series.

Introducción. La política en el difuso borde entre realidad y ficción

Por Julio Otero

En un futuro no muy lejano quizá se evoquen estos tiempos como la edad de oro de las series de televisión. Las series son hoy un producto de consumo audiovisual masivo, un punto de encuentro que reúne cada noche en torno a la caja tonta a distintas generaciones de una familia. Son, quizás, el entretenimiento que más se parece a la era que nos ha tocado vivir: no paran de evolucionar; y los espectadores las disfrutan a través de distintos dispositivos y de forma diacrónica. Hay tantos tipos de series y tantas formas de consumirlas como espectadores en el mundo. Y es que, por más que avance la tecnología, la esencia de las series, el motivo por el que nos atrapan, no deja de ser el mismo. Como comenta nuestro prologuista, el escritor Jorge Carrión, «si nadie como Shakespeare supo retratar al hombre y a la mujer de su tiempo, nada como estas nuevas series de televisión retrata la evolución de nuestras sociedades, nuestros deseos, nuestras inquietudes». En el siglo XXI parece que las series están supliendo el papel social que jugaba el teatro clásico hace siglos.

La política nos preocupa. La crisis económica ha provocado que los ciudadanos hayan pasado del desencanto a la acción. Esta puede ser una de las razones que explique por qué desde hace unos años las series políticas inundan las parrillas. Pero no se trata de una mera causa coyuntural. El hombre es, ante todo, un animal político. La política es un elemento consustancial a la evolución del ser humano. El teatro y el cine siempre nos han hablado de política. Está inevitablemente en el centro de nuestras preocupaciones porque si alguien tiene la tentación de pasar de la política, esa persona no puede más que darse de bruces con la realidad: la política, lejos de pasar de él, va a condicionar gran parte de su vida.

Política y series. Realidad y ficción

Como sucede con la realidad y la ficción, la política y las series son dos mundos aparentemente lejanos y, sin embargo, en constante proceso de retroalimentación. Desde tiempo inmemorial algunos de los mejores relatos ficticios están basados en hechos reales. El dramaturgo William Shakespeare o el guionista Dalton Trumbo pusieron en boca de personajes históricos como Julio César, Ricardo III o Espartaco monólogos tan brillantes como inventados. Pero, por más que nos fascinen estos dramas, como dice el tópico, la realidad supera siempre a la ficción. Y en esto, el universo de las series no podía ser menos. Uno de los mecenas de esta obra, Jorge Moragas, diputado en Cortes y jefe de Gabinete del presidente Mariano Rajoy, nos lo ha comentado en tono cariñoso en la página web de este libro.

En otros casos, que la ficción se aproxime a la realidad simplemente aterra. Esa fue la sensación que causó la confesión que el mismísimo Bill Clinton le hizo a Kevin Spacey, actor que encarna al presidente Frank Underwood en House of Cards: el 99 % de lo que aparece en la serie es real. No debe extrañarnos tanto. Como relata Toni Aira en su capítulo, el guionista y escritor de la novela que inspira la serie, Michael Dobbs, fue durante casi una década la mano derecha de la primera ministra Margaret Thatcher. Las cloacas de la real politik británica tuvieron que sugerirle alguna que otra escena.

La favorita de la Dama de Hierro, Sí, ministro, es una disparatada comedia de situación británica producida por la BBC en los años 80. Algunos espectadores se quedaron de piedra al conocer hasta qué punto los guiones bebían de anécdotas fidedignas. Otros, con más experiencia en la administración pública, no encuentran tan inverosímiles las excusas que el secretario permanente del Ministerio de Asuntos Administrativos, Sir Humphrey Appleby, le daba a su jefe, el ministro Jim Hacker, para no cumplir sus órdenes. En efecto, más de algún lector habrá escuchado en boca de políticos y funcionarios de carne y hueso enredos aún más surrealistas.

Políticos reales y de series. ¿Quién inspira a quién?

Con frecuencia, los personajes televisivos están basados en políticos reales. Ignacio Martín Granados explica en su capítulo que Birgitte Nyborg, primera ministra danesa en Borgen, es un personaje cimentado en la actual comisaria de la Competencia de la UE, la exministra danesa Margrethe Vestager. La exprimera dama y exsecretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton ha dejado huella en hasta cuatro series: Political Animals, Madam Secretary (Señora secretaria de Estado), Commander-in-chief (Señora presidenta) y The good wife (La esposa ejemplar en América Latina). En Tyrant, en cambio, la familia Al-Fayeed es un pastiche de los dirigentes de algunas de las principales naciones árabes: un tanto de los Al-Assad, otro tanto de los Hussein… A veces, los parecidos generan controversia. Richard M. Daley, alcalde de Chicago entre 1989 y 2011, niega tajantemente haber sido el espejo de la tenebrosa Boss, como tantos sugieren.

Los asesores de los políticos también tienen sus alter ego en la pequeña pantalla. Aira cita algunos casos interesantes. Por ejemplo, C. J. Clegg, secretaria de Prensa del presidente Bartlet en El ala oeste de la Casa Blanca, está basada en Dee Dee Myers, su homóloga para Bill Clinton, quien, además, fue la primera mujer en desempeñar este cargo. La asesora estrella de la tele es Olivia Pope, protagonista de Scandal, una experta en solucionar crisis que es un trasunto de la vicesecretaria de Prensa de George Bush padre, Judy Smith.

Otro género recurrente de las series es el biopic. Los hay históricos como John Adams, una joya de la HBO que rescata del olvido la vida de uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, encarnado por Paul Giamatti. En Los Kennedy es la saga por excelencia de la política norteamericana la protagonista. Hasta en España hemos tenido uno: Suárez, el presidente.

Otras series narran sucesos políticos con un realismo propio del documental. En Show me a hero, David Simon recrea cómo en la década de los 80 los concejales de la ciudad de Yonkers (Nueva York) se resistieron durante años a la sentencia que les obligaba a construir viviendas sociales para familias afroamericanas en zonas residenciales habitadas por blancos. Un conflicto de consecuencias trágicas que sirve de radiografía histórica de las tensiones raciales que últimamente han vuelto a aflorar en los Estados Unidos. Directores españoles también se han atrevido a reconstruir episodios relativamente recientes de nuestra historia, como el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, objeto de una serie y un telefilme. Precisamente los hitos y fechas clave de la historia son, igualmente, materia prima para grandes series políticas, desde dramas rigurosos como la danesa 1864 hasta la italiana 1992, que combina imágenes y un entorno real —el escándalo de Tangentópoli— con una trama inventada.

El afán por reconstruir el pasado con fidelidad exquisita ha llevado en los últimos años, por ejemplo, al canal de Historia a embarcarse en la producción de series de televisión, algunas eminentemente políticas como Hijos de la libertad, centrada en la lucha por la independencia de los Estados Unidos. Esta tiene como personaje principal a Samuel Adams, primo de John y cabecilla de la rebelión bostoniana. Sin ir más lejos, en España estamos viviendo desde hace un lustro un boom de series históricas. Isabel, que dedica horas y horas a cómo funcionaba la política en el Renacimiento, es la representante más sobresaliente de esta moda. También contamos con un producto muy original: El Ministerio del Tiempo, que juega no sólo con la curiosidad del ser humano por viajar a su pasado patrio, sino que introduce un ingrediente novedoso, la (supuesta) necesidad de que este se mantenga inalterado.

Desde otra perspectiva, 24 marcó un antes y un después en lo que al realismo se refiere. El elemento novedoso de este drama de acción sobre terrorismo es que está rodada en tiempo real, es decir, cada temporada tiene 24 episodios de 60 minutos, que se corresponden con cada una de las horas de un mismo día en el que transcurren los hechos. Este realismo se ve reforzado por la omnipresencia de un reloj en la pantalla, el cual va marcando el paso del tiempo.

Política y series son, hasta tal punto, vasos comunicantes que, si antes era habitual que los personajes de las series políticas estuvieran basados en hechos reales, hoy son los políticos vivos y las situaciones en las que nos vemos inmersos las que nos evocan la ficción. ¿Cuántas veces hemos oído en España durante los últimos meses que vivíamos en Borgen mientras los partidos negociaban en vano para formar gobierno? ¿Cuántas no se ha comparado a Birgitte Nyborg, la protagonista de esta producción danesa, con Albert Rivera?

Cuando la ficción se anticipa a la realidad

Un presidente televisivo que se construyó a imagen y semejanza de otro verdadero es Matt Santos, candidato demócrata y exalcalde de Houston en El ala oeste. Interpretado por Jimmy Smits, Santos es la versión latina de Barack Obama. Pero lo curioso es que Smits llegó a la presidencia más de dos años antes que Obama. Cuando los guionistas se fijaron en él, a la sazón, joven senador de Illinois, apenas nadie confiaba en que pudiera llegar a la Casa Blanca en tan poco tiempo. En nuestra Europa la ficción también parece detentar facultades para ver el futuro. En 2010 Birgitte Nyborg se convirtió en la primera jefa de Gobierno en la historia del Reino de Dinamarca… Claro que sólo en Borgen. En la Dinamarca real sólo hubo que esperar un año más para que Helle Thorning-Schmidt replicara este hito. Muchos han sido los paralelismos encontrados entre las dos primeras ministras, si bien la auténtica ha querido dejar claro que su vida no tiene mucho que ver con la del personaje que interpreta Side Babet Knudsen.

Otro de los autores de este libro, Fernando Cuñado, menciona en su blog otro caso paradigmático. Cuando, durante la presidencia de George W. Bush, las relaciones entre Estados Unidos y Cuba pasaban uno de sus peores momentos, El ala oeste de la Casa Blanca se atrevía a dibujar un escenario optimista que en poco tiempo incluso se ha visto superado. Como recuerda Cuñado, en el capítulo 19 de la sexta temporada, Toby Ziegler, secretario de Prensa en la última etapa del presidente Bartlet, recibe esta pregunta durante una comparecencia: «En un mundo sin Castro, ¿Cuba ya no estaría en la lista de estados terroristas?». Con el hermano de Fidel Castro en el poder, Cuba no sólo ha dejado de figurar en esa lista, sino que ha restablecido relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Como si de un visionario se tratara, el creador de The West Wing, Aaron Sorkin, imagina a un presidente estadounidense tratando de normalizar las relaciones con la mayor de las Antillas. Leo McGarry, jefe de Gabinete de Josiah Bartlet, llega a reunirse con el comandante en jefe de la Revolución Cubana en la casa que Ernest Hemigway tenía en Cayo Hueso. En su bitácora ¿Qué haría Leo? (cuyo nombre homenajea al mítico personaje de la serie), Cuñado selecciona muchas anécdotas más.

En nuestro país también encontramos series con innegables poderes de augur. Si bien es cierto que ya en 2011 se conocía el modus operandi de políticos y empresarios corruptos en el Levante, el nivel de detalle que ofrece Crematorio no deja de asombrarnos. Los yates, la prostitución… las llamadas telefónicas interceptadas por la Policía y difundidas a través de los medios de comunicación entre varios políticos y un empresario alicantino en 2015 parecían sacadas de un guion de la mencionada producción de Canal+. Otro elemento visionario de Crematorio es la libreta de la contabilidad B. La trama corrupta del empresario Rubén Bertomeu se desenmascara después de que este perdiera una libreta donde apuntaba todos los pagos de comisiones ilegales. Fue años antes de que la célebre libreta de Bárcenas, con sus supuestos apuntes a mano, entrara en escena. «Juro que este episodio fue planeado y grabado antes de que la vida real lo copiara», debieron pensar los guionistas de Crematorio parafraseando a Shonda Rhimes. Según cuenta Doro Toribio en su blog, la creadora de Scandal justificó así en Twitter un episodio en el que el Fitz Grant, presidente en la serie, se enfrenta en las primarias republicanas a un candidato llamado Hollis Doyle que es idéntico a Donald Trump. El capítulo, para mayor coincidencia, se titula The Trump Card, que se traduce por La carta ganadora.

No hay dibujos tan premonitorios como Los Simpsons. Sus creadores fueron los primeros en caracterizar precisamente a Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Fue bastante antes de que el magnate neoyorquino decidiera dar el salto a la arena política.