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¿Por qué me siento tan abrumado? ¿Todos los demás están logrando más que yo? ¿Qué puedo hacer para realmente marcar la diferencia? ¿Soy el único que se siente así? Este libro es una hoja de ruta reveladora y tranquilizadora para navegar sobre las presiones y ansiedades de la vida actual: una guía de hermana mayor para la generación (predominantemente) femenina de Instagram. Gemma describe esto como «no un libro sobre mí, sino un libro sobre nosotros». Al poner en primer plano su voz y sus experiencias personales, explora los desafíos de salud mental y las luchas que ha enfrentado (específicamente, la depresión y la ansiedad) como una forma de apoyar a otras personas que atraviesan momentos difíciles. La Generación Z se enfrenta a una crisis temprana de la mediana edad; en este libro, Gemma habla directamente a esa generación y ayuda a sus millones de seguidores a comprender por qué se sienten abrumados por las presiones constantes de la vida moderna y cómo pueden hacer para sentirse mejor y ser más felices.
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Seitenzahl: 448
Veröffentlichungsjahr: 2025
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¿Por qué me siento tan agobiado?
¿Todos los demás están logrando más cosas que yo?
¿Cómo se me ocurrió decir algo tan humillante?
¿Qué puedo hacer para ser diferente?
¿Soy el único que se siente así?
Gemma responde a estas preguntas y más en este manual revelador y tranquilizante para afrontar las presiones y ansiedades de la vida moderna.
Ante un futuro incierto, una dependencia tecnológica y una creciente desconexión social, estamos luchando contra niveles sin precedentes de estrés, soledad, agotamiento e inseguridad.
Basándose en su propia experiencia con problemas de salud mental, Gemma Styles investiga cómo funciona nuestro cerebro para comprender y manejar mejor las presiones de la vida actual. Con los conocimientos de expertos y las últimas investigaciones, ¿Por qué soy así? muestra que al comprender lo que puede afectar nuestra salud mental y al elegir ser compasivos y amables en lugar de juzgar, podemos comenzar a sentirnos más esperanzados, conectados y en paz con nosotros mismos. Este libro, estimulante y alentador, está dirigido a cualquier persona que se sienta abrumada, inferior o que no pertenece a ningún lugar.
GEMMA STYLES es una voz identificable, auténtica y confiable que interactúa con sus 10 millones de seguidores en Instagram para crear conciencia sobre los problemas más urgentes de la sociedad. En su galardonado pódcast, Good Influence, invita a debatir sobre temas que deberían interesarnos, como la salud mental, la sostenibilidad y el feminismo. También es embajadora de MQ Mental Health Research.
A quienes, por sentir demasiado, y aun así nunca lo suficiente, piensan de más.
Ni siquiera comprendemos el cerebro de un gusano.
DOCTOR CHRISTOF KOCH, DIRECTOR CIENTÍFICO Y PRESIDENTE DEL ALLEN INSTITUTE FOR BRAIN SCIENCE
¿POR QUÉ SOY ASÍ? ¿CUÁNTAS VECES TE HAS HECHO EXACTAMENTE esta pregunta la última semana? ¿Por casualidad te dejaste el vaso de café apoyado sobre el techo del coche, olvidaste responder un mensaje o te quedaste atrapado en tu laberinto mental repasando todas las razones por las cuales no estás conforme ni contigo mismo, ni con tus pensamientos, ni con la forma en que funciona tu cerebro?
Probablemente haya quienes lean esto y piensen: «Uf, Gemma, qué dramática», mientras que otros os preguntéis cómo puede ser que haya acertado con tanta precisión. ¡Es que somos diferentes! Esto es y seguirá siendo así y deberíamos celebrarlo, pero ya sea que te exaspere, que solo te despierte curiosidad o que no sientas ningún interés por el modo en que funciona el cerebro, el hecho es que hay elementos del cableado que son bastante universales. A mí comprenderlos mejor me ha resultado empoderador y apasionante.
Durante mucho tiempo, me sentí atrapada y restringida por lo que sucedía dentro de mi cabeza. No entendía por qué todo me costaba tanto y tenía la impresión de que los demás se las arreglaban perfectamente bien, mientras que yo me derrumbaba por dentro ante el primer obstáculo que aparecía en mi camino. El factor que más ha influido siempre en cómo me siento es la información. Encontrar respuestas. En mi caso, muchas de esas respuestas tuvieron que ver con cuestiones de salud mental, o como descubrí más tarde, con el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH).
Estas no son mis memorias; sin embargo, quiero contar mi experiencia personal con ciertos problemas de salud mental y las dificultades que tuve que enfrentar a partir de los últimos años de mi adolescencia (en particular, ansiedad y depresión). En cierta medida lo hago para que se entienda de dónde vengo, para ser transparente y honesta al hablar de asuntos que afectan a muchas personas en algunos momentos de su vida, pero también porque el mejor punto de partida suele ser aquello que uno conoce bien. Puede que mis preguntas no sean las mismas que las que se plantea otro, pero, en todos los casos, la forma en que nos sentimos con respecto a nosotros mismos está profundamente entretejida con cómo nos manejamos en el mundo donde vivimos.
Seamos realistas, lo cierto es que nunca dejaremos de percibir cosas nuevas y que cada vez son más las particularidades que nos gustaría comprender. Harían falta miles de libros si quisiéramos tratar de resumir todas y cada una de las experiencias de una sola vida, la que sea. No todo el mundo se siente identificado con lo mismo, pero sí con ciertas cosas. Lo valioso de investigar el modo en que procesamos nuestro entorno en términos generales es que lo que se aprende acerca de uno, aplica también a otros. Puede que tu mayor frustración sea contigo mismo, o quizás se dirija más bien hacia los demás: ¿por qué reaccionan de esa forma? o ¿cómo puede ser que no me escuchen?
Sin embargo, en lugar de resignarnos frente al modo cada vez más exasperante en que funciona (y nos hace sentir) el cerebro, me gustaría que fuéramos capaces de ver que detrás del caos hay cierta lógica, y que tenemos la posibilidad de modificar algunas cosas. Aunque a veces parezca lo contrario, tu cerebro no está en tu contra. En realidad, por lo general intenta mantenerte a salvo. El mundo donde vivimos ha cambiado demasiado en muy poco tiempo. Las razones que nos alteran o por las que nos sentimos amenazados hoy en día son distintas a las que producían ese mismo efecto en la época en que la evolución nos hizo desarrollar la capacidad de divisar un tigre esperando al acecho fuera de la cueva, pero la química cerebral no siempre percibe la diferencia.
Hay personas que dedican toda su vida a estudiar neurociencias, psicología o antropología con el objetivo de comprender mejor a los seres humanos. Yo no soy una experta en ninguna de esas disciplinas. Pero creo que no hace falta un título para acceder a la información que produce aquel ¡eureka! tan energizante a partir del cual algo en uno se destraba. Disfruto mucho de recabar información y presentarla de manera que resulte fácil de entender (probablemente esa sea la razón por la que me saqué el título de profesora de ciencias). Un tema tan vasto como el funcionamiento del cerebro y cómo nos afecta puede abordarse de muchas formas. Como alguien que se queda perpleja, se frustra y nunca deja de fascinarse al aprender acerca de cómo funcionamos, me he dado cuenta de que tenemos en nuestras manos la capacidad de entendernos un poco mejor. Creo que lograrlo también nos da la posibilidad de ser más compasivos con nosotros mismos y con quienes nos rodean, y que eso permite que sea un poco más fácil vivir en este mundo tan complejo y desafiante.
En los siguientes capítulos hablaré mucho acerca de salud mental, en qué sentido la salud difiere del trastorno y sobre el modo en que nos afecta colectivamente el tipo de vida que llevamos hoy, conectados día y noche a la información, siempre con un dispositivo en el bolsillo donde buscar picos de dopamina y con más oportunidades para compararnos con otros que las que hayamos tenido jamás. Me interesa indagar en aquello que tenemos en común antes que sumergirme en lo que nos hace únicos. ¿Te ha pasado alguna vez, mirando redes sociales, que de pronto te topas con una infografía que justo describe perfectamente algo que sueles hacer o sentir? ¿Conoces esa satisfacción de entenderte aunque sea solo un poco mejor? Eso es lo que quiero que te lleves de esta lectura. Si lo que he dicho hasta aquí te ha hecho asentir más de una vez, si reconoces esa sensación de frustración con el modo en que opera el propio cerebro, entonces espero que encuentres en este libro algo que te sea de ayuda. Tarde o temprano, todos nos vemos obligados a enfrentar ciertos desafíos internos que hacen que nos preguntemos ¿Por qué soy así?
Sin embargo, si diéramos con la respuesta, ¿qué pasaría después? Por supuesto, descubrir la razón de una conducta no necesariamente hace que podamos controlarla. Pero percatarnos acerca de algunas cosas que suceden dentro de la cabeza y conocer los sesgos y el modo en que ha evolucionado nuestro cableado mental puede colaborar para que dejemos de desperdiciar todo el tiempo que le dedicamos a estar disconformes con nosotros mismos y así podamos seguir adelante con nuestra vida sin dar tantas vueltas.
Como veremos en mayor profundidad más adelante, es imposible discutir con alguien sin saber cuál es el argumento que sostiene o a dónde quiere llegar con lo que dice. De la misma manera, si no comprendemos qué es lo que está pasando cuando aparecen esos pensamientos de celos o envidia susurrando al oído, o cuando recaemos en malos hábitos, ¿cómo vamos a poder hacer algo al respecto? Conozco esa sensación de darte cuenta de pronto que estás apretando las muelas de los nervios por una discusión que estás teniendo con alguien dentro de tu cabeza, ¡madre mía!
Lo que yo aprendí, a fuerza de golpes, es que lo que daña la salud mental es lo siguiente: no jugar para tu propio equipo. Me pasé demasiado tiempo enfadada conmigo misma, preguntándome cómo podía ser que volviera a caer en viejos hábitos o que reaparecieran pensamientos recurrentes, cómo podía costarme tanto lidiar con asuntos que otros parecían manejar bien, cómo podía ser que me importara tanto lo que piensan los demás. Es agotador. Y me di cuenta de que, si hay algo peor que cualquiera de esas tendencias, es vivir convencida de que es culpa tuya y que además te conviertes en un bicho raro. ¡No quiero perder más tiempo en eso!
Básicamente, llegué a la conclusión (después de muchos años de luchar contra mis propias dificultades) de que entender por qué suceden ciertas cosas hace que el día a día sea mucho más fácil. Así de simple. Y además, en mi opinión —y espero poder convencerte—, es muy interesante. No hace falta ser un friki apasionado de la biología o de la psicología para alucinar con el hecho de que dentro de la cabeza tenemos un cerebro que es increíble, capaz de cosas geniales.
Lo que me gustaría compartir contigo es justamente eso: la oportunidad de tomar una perspectiva que te permita apreciar lo complicados que somos como especie, por qué esto es así y cómo es que nos ha ayudado a sobrevivir. Quiero que nos libremos del resentimiento que generamos hacia nosotros mismos cuando reaccionamos con ira, cuando nos comparamos con los demás o cuando nos sentimos anestesiados por un mundo que va demasiado rápido. Porque, si logramos sacarnos ese peso de encima, podremos gastar menos energía en batallas internas y esa energía quedará disponible para aquello que tenemos para ofrecerle al mundo. Quizás sea una forma de activismo que busque lograr cambios dentro de tu comunidad, o dejar de sentirte un impostor en el trabajo, o puede que simplemente se trate de ser alguien en quien sus amigos pueden confiar. Quiero que sepas que está justificado sentir que estamos enfrentando dificultades, que te reconforte saber que no eres el único que se siente así, y que entonces estés lo suficientemente empoderado como para seguir adelante en todo tu imperfecto esplendor.
EMPECEMOS POR LO POSITIVO. CREO QUE LA MAYORÍA ESTARÍA de acuerdo en que está cambiando bastante la forma en que se habla sobre salud mental. Antes se consideraba grave que alguien dijera que tomaba antidepresivos, o que tenía ataques de pánico, y ya no es así. Se ha vuelto más común que la gente se anime a hablar abiertamente acerca de su salud mental, y eso en mi opinión es maravilloso.
Sin embargo, ¿es lo mismo hablar de salud mental que hablar de trastornos de salud mental? ¿Acaso hay cada vez más personas con trastornos, o simplemente estamos escuchando hablar más al respecto porque están saliendo a la luz y comienza a desaparecer el estigma que venía con ellos? Y, aunque sea genial poder hablar de aquello que puede llegar a incomodarnos del funcionamiento de nuestro cerebro, ¿qué hacemos con eso luego? En un mundo ideal, podríamos acudir a un profesional cada vez que lo necesitáramos, pero lo cierto es que en general los sistemas públicos no cuentan con los fondos adecuados, las consultas privadas son inaccesibles y además la demanda es tal que no hay suficientes oídos con el entrenamiento requerido para cubrirla, de modo que hay mucha gente que no tiene esa posibilidad. Por otro lado, ¿siempre resulta útil la etiqueta que nos asignan esos profesionales, o puede ser que haya un exceso de diagnósticos, o demasiada atención puesta en la salud mental, si existe tal cosa? Cuando estamos en medio de una crisis, ¿qué podemos hacer para comprender el funcionamiento del cerebro y qué es lo que va mal?
Me parece justo aclarar que la razón por la que hablaré a menudo acerca de ansiedad y depresión en este capítulo es simplemente porque yo misma las experimenté. Soy consciente de que existen otros trastornos, pero como estos dos son, además, los más frecuentes, espero que al menos alguno de vosotros pueda sentirse identificado con lo que me tocó vivir a mí. A medida que pasa el tiempo, los detalles de los peores momentos se vuelven difusos, pero no hay duda de que la depresión grave y la ideación suicida han dejado en mí una huella duradera. No en el sentido de sentirme propensa a volver a caer, sino porque me dejó una capacidad permanente de valorar los momentos en que me siento bien y estoy contenta, y de empatizar profundamente con las personas que hoy están luchando contra ella.
Tengo la suerte de que (en el momento de escribir esto) estoy en una buena época, en comparación con otros períodos de mi vida, y eso a su vez significa que me resulta mucho más fácil hablar sobre salud mental en sentido general, así como revisar aquellos tiempos que fueron duros para mí. Como dije antes, empecé a tener problemas de salud mental al final de la adolescencia. Creo que durante esos primeros años mi problema principal era la ansiedad, casi siempre activada a partir de situaciones que suelen ser estresantes, como los exámenes; pero, al verlo en retrospectiva después de todas las experiencias que viví más tarde, me doy cuenta de que ya desde entonces me estaba adentrando en un terreno poco saludable.
Cuando entré en la universidad, empecé a sufrir más bien de depresión. No tardé demasiado en consultar a mi médico al respecto, pero me sugirió que hiciera terapia grupal para poder hablar con otros acerca de las presiones comunes de la vida de estudiante, y que leyera libros de autoayuda. Dos recursos que, lamentablemente, no eran los más adecuados para la persona que era yo en ese entonces. Aunque pueda parecer lo contrario, dado que me propuse escribir un libro sobre mi salud mental, soy muy reservada, así que la terapia grupal o los grupos de debate, aunque pueden resultar de muchísima ayuda para un montón de gente, no eran lo mío. No me gustaba la idea de hablar de esas cosas con extraños con quienes luego podía llegar a cruzarme en la comunidad de estudiantes. Además, durante mucho tiempo tuve demasiado presente que hablar sobre mi vida, mi infancia o mi familia implicaba hablar acerca de personas que, por decirlo de alguna manera, despiertan bastante curiosidad en el ámbito público; al ser extremadamente protectora con ellos, era reacia a confiarle a otros mi información privada. Esa misma preocupación fue la que retrasó durante años que acudiera a un terapeuta, pero, cuando finalmente lo hice, resultó ser la mejor decisión que podría haber tomado. Así que, si la idea de hablar sobre tus problemas con personas que no conoces te hace sentir de la misma manera que me hacía sentir a mí, recurrir a un terapeuta más acorde a tus necesidades podría ser una experiencia mucho más agradable que la que imaginas. Aprende de mis errores.
Sin embargo, lamentablemente, antes de mejorar, empeoré. En el transcurso de los últimos años de mi adolescencia y hasta la mitad de la década de los veinte, pasé de tener algunos síntomas depresivos leves a episodios de depresión severa. A veces me sentía totalmente desamparada, pero no podía explicar por qué. Cuando me pasaban cosas tristes las usaba como excusa para justificar lo mal que estaba, porque entonces cobraba sentido que me sintiera tan mal. En los momentos más difíciles, no era exactamente que tuviera el deseo de morir, pero tenía tantas ganas de salir pitando de aquello en lo que se había convertido mi vida que, en definitiva, el anhelo era el mismo. Por suerte, la conmoción y el miedo que me dio darme cuenta de que era eso lo que se estaba cruzando por mi cabeza me impulsó a pedir ayuda; no hubiera tenido la fuerza necesaria para hacerlo de no haber tenido cerca los amigos que necesitaba en el momento justo. Saber que hay gente que toca fondo de esa manera y no cuenta con los salvavidas que yo tuve me da mucha pena, y hace que el tema de la asistencia y la prestación de salud mental me apasione aún más.
En aquella época no siempre estaba tan mal. A veces estaba un poco mejor hasta que, de pronto, la recaída me pateaba sin previo aviso; otras veces se iba acercando sigilosamente mientras yo apenas alcanzaba a entrever su avance a través del rabillo del ojo. Otras veces creía que estaba bien, que simplemente estaba disfrutando de mi vida, cuando en realidad me estaba anestesiando para evadirme de ella. Como suele suceder, estoy segura de que la mayoría de la gente a mi alrededor ni siquiera se daba cuenta de que algo iba mal. Sin embargo, durante mucho tiempo sentí que toda mi vida adulta estuvo aletargada y marcada por la sensación de vacío, tristeza y falta de autoestima. Con su crueldad característica, la depresión hace que te sientas desesperadamente vacío y que, al mismo tiempo, creas que es culpa tuya, como si por alguna razón no hubieras vivido tu vida de la manera correcta y luego se hubiera vuelto imposible encontrar el rastro que podría ayudarte a desandar el camino que te condujo a una situación tan miserable.
Durante demasiado tiempo creí que durante toda mi vida iba a estar —por lo menos— un poco deprimida. Aunque tomaba medicación o seguía procesos terapéuticos, incluso cuando estaba todo bien en líneas generales y tenía varios momentos de entusiasmo, no podía verme a mí misma como una persona feliz ni como alguien capaz de disfrutar de lo simple de la vida cotidiana. Cuando me diagnosticaron TDAH, tenía poco más de treinta años y pude darme cuenta de que algunos de esos síntomas persistentes, como la dificultad para automotivarme o para gestionar los vínculos de amistad, bien podían surgir de aquel trastorno y no de la depresión, como yo (lógicamente, creo) suponía.
Las neurodivergencias y los trastornos de salud mental suelen ir de la mano, por eso se conocen como afecciones comórbidas, pero no son lo mismo. Ser neurodivergente no necesariamente implica que tengas algún problema de salud mental, pero lo cierto es que el simple hecho de existir dentro de una sociedad neurotípica, donde eres diferente de la mayoría de la gente de tu entorno, tiene un coste emocional que puede derivar en síntomas de trastornos. Los que dicen «de repente todo el mundo tiene TDAH» deberían tener en cuenta que en el Reino Unido, el NICE (Instituto Nacional para la Calidad de la Sanidad y de la Asistencia), y por lo tanto el NHS (Servicio Nacional de Salud), ni siquiera reconocieron la existencia de el TDAH en adultos hasta 2008, y en 2018 tuvieron que actualizar su guía para destacar el problema persistente del infradiagnóstico en mujeres y niñas.1 Así que no es que todo el mundo de pronto haya decidido tener TDAH, sino que hay personas que lo padecen desde siempre y tenemos una enorme cantidad de casos pendientes que no han tenido acceso a una red de apoyo ni a un tratamiento. Permíteme subirme al estrado, pero, como el tema me toca en lo personal, me irrita muchísimo leer a gente que no tiene absolutamente nada en juego en esto dando sermones acerca de que ser neurodivergente está «de moda».
Todo esto para decir que, pese a haber hecho un largo recorrido en la comprensión de mis problemas de salud mental —y aunque probablemente estén en el extremo menos áspero del espectro—, me siguen avasallando algunas preguntas sin responder y cosas que no entiendo cómo están conectadas unas con otras. Por ejemplo, ¿por qué lo primero que tuve fue ansiedad y depresión? ¿Están vinculadas entre sí? ¿Fueron producto del TDAH o el trastorno solo las estimuló? ¿Por qué algunos medicamentos funcionaron y otros no? Nos gustaría creer que para tratar un trastorno mental basta con medir un valor y luego prescribir una pastilla que lo modifique de manera tal que pasemos a ver todo de color rosa, pero lamentablemente (y a favor de la belleza) la forma en que funciona el cerebro es muchísimo más intrincada.
Me han preguntado muchas veces cómo y cuándo fue que decidí empezar a hablar online acerca de mi salud mental, pero no tengo una respuesta concreta. No recuerdo que haya sido una decisión de esas que marcan un antes y un después. Creo que nunca hice una publicación del tipo «gran anuncio» ni una explicación introductoria sobre mi propio estado de salud mental. Según lo que recuerdo, fue más bien un proceso gradual: alguna vez hice una mención a la ansiedad, en otra ocasión subí un meme que hablaba sobre depresión. Como suele ocurrir con casi todo en las redes sociales, aquellos pequeños retazos nuestros que decidimos compartir, estén bien pensados o se publiquen a la ligera, crean una imagen pública de quiénes somos, y así fue como, poco a poco, me fui haciendo conocida como alguien que habla abiertamente acerca de salud mental. Estoy orgullosa de eso.
Sin embargo, soy consciente de que los trastornos que tengo o que alguna vez experimenté están dentro del lado más común o «aceptable» del espectro. Pongo aceptable entre comillas muy a propósito, porque hablo de aceptación en términos de cuán bien los tolera la sociedad en general. En otras palabras, la forma en que reacciona la gente cuando hablo de ansiedad o de depresión no es nada en comparación a lo que podrían producir los relatos de las personas que padecen afecciones más estigmatizadas o malinterpretadas. Otros trastornos —como el bipolar, el trastorno de estrés postraumático (TEPT), el disfórico premenstrual (TDPM) y el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC)— deben enfrentarse cada uno con sus desafíos particulares, que van desde la falta de conciencia acerca de que el trastorno existe hasta los estereotipos sobre quién lo padece, pasando por nociones simplificadas y distorsionadas de sus efectos. (Por favor, no te refieras a las personas a quienes les gusta tener la casa ordenada y limpia como «un poco TOC»).
En Inglaterra, cada semana, ocho de cada cien personas experimentan una combinación de ansiedad y depresión, mientras que, por ejemplo, el trastorno bipolar solo afecta a dos de cada cien personas a lo largo de toda su vida. Los trastornos psicóticos como la esquizofrenia afectan a menos de una de cada cien personas, según los registros anuales históricos.2 Por lo tanto, aunque sea comprensible que, por una cuestión de estadística, es sencillamente más probable que hayamos experimentado o que nos hayamos cruzado con los trastornos más comunes, eso también implica que deberíamos estar más dispuestos a generar conciencia acerca de aquellos desórdenes menos frecuentes.
No creas que se me escapa el hecho de que hay gente que tiene una actitud displicente incluso hacia la depresión y la ansiedad. Para mí, no es posible estar «en desacuerdo» con el concepto de salud mental del individuo. Si estás «en desacuerdo» con que los trastornos o problemas de salud mental existen, es porque no los comprendes. Lo mismo pasa con el cambio climático. Puedes ser todo lo escéptico que quieras acerca del calentamiento global, pero los datos científicos son datos científicos y los glaciares se están derritiendo. Lamentablemente, aun así estamos rodeados de un montón de personas que intencionalmente se mantienen desinformadas y son poco compasivas. En sus desvaríos más aburridos y cansinos, el contingente de quienes se mantienen críticos y/o displicentes afirma que lo que sucede con las nuevas generaciones en particular es que son jóvenes demasiado sensibles, egocéntricos y buscan diagnósticos con avidez. Cualquiera que se burle de la sensibilidad y que haya llegado a este libro por accidente, seguramente a estas alturas ya lo ha abandonado. (Ojalá sea más feliz sin mí). Es probable que, en cuanto nos movemos un poco más allá de los espacios de apoyo a la salud mental, se nos recuerde que las campañas llevadas a cabo durante años y la insistencia para que nos animemos a hablar sobre lo que nos pasa no han impactado en todo el mundo precisamente. Y, aunque hayamos logrado mayor conciencia acerca de los trastornos de salud mental, esto no equivale automáticamente a niveles comparables de compasión o de comprensión en todas nuestras comunidades o para todos los que están pasando un mal momento.
Entonces, ¿cómo saber qué es lo cierto? ¿Hay alguna manera de medir las actitudes que hay en general hacia los trastornos de salud mental? Bueno, en una encuesta de 2019 llevada a cabo por The Harris Poll para la Asociación Estadounidense de Psicología, el 87 % de los encuestados estuvieron moderada o totalmente de acuerdo con la afirmación de que «un trastorno mental no es algo de qué avergonzarse». ¡Esperanzador! Sin embargo, en la misma encuesta, un valor casi idéntico del 86 % estuvo moderada o totalmente de acuerdo con la afirmación de que «el término trastorno mental conlleva un estigma».3
Mmmm... Ok. Ahora bien, podría ser que quienes respondieron no estén de acuerdo con el estigma y aun así crean que existe (aunque la primera respuesta sugiere que el estigma debería estar mucho menos extendido que lo que ellos aparentemente asumen); pero, de todos modos, los números me resultan desconcertantes al ser tan fuerte la manifestación a favor de que los trastornos de salud mental dejen de generar vergüenza. ¿Será que aquella pequeña proporción de intolerantes es la culpable de todos los problemas? Podría ser, pero lo que creo es que estos resultados en realidad ponen en evidencia la gran brecha que hay entre la conciencia y la tolerancia aparente de los trastornos de salud mental, por un lado, y el apoyo concreto o las medidas de integración para quienes los padecen, por el otro.
Aunque podamos razonar que el estigma asociado a los trastornos de salud mental no es justo, sabemos que no vivimos en un mundo ideal y podemos darnos cuenta de que a menudo persiste de todas formas. Las personas pueden mostrarse comprensivas con la depresión en abstracto, pero esa actitud a menudo desaparece en cuanto se ven afectadas por los síntomas depresivos de alguien. A veces se hace el esfuerzo de comprender la ansiedad, pero los prejuicios acerca de las personas con esquizofrenia o TOC se mantienen. Volveré sobre este tema en breve, pero abordar los trastornos de salud mental con un único enfoque suele desembocar en estos momentos de confusión, sencillamente porque es demasiado complejo como para poder abarcarlo en una sola pregunta.
Es evidente que hemos hecho un largo recorrido generando verdadera conciencia y tolerancia hacia los trastornos de salud mental incluso en la forma en que hablamos de «temas de salud mental» y de «trastornos de salud mental». Estos dos enunciados se han vuelto casi sinónimos en las conversaciones de casi todo el mundo. Y, aunque definitivamente vale la pena hacer una pausa y celebrar el progreso que implica la simple existencia de un diálogo masivo acerca de la salud mental, seguimos teniendo el problema de que esta confusión no colabora demasiado a la hora de alentar lo que todos queremos: que todas las personas se cuiden. Quizá te haya pasado, como a mí, que escuchaste por ahí a alguien que usa a la ligera frases como «Uh, tiene temas de salud mental» al hablar de una persona que tiene dificultades. (Si ya estás pensando: «Bueno, pero es obvio que debería decir ««problemas de salud mental»», has ganado un premio). Hay una infinidad de razones por las que este tono por lo general no es, digamos, del todo correcto, pero repasemos solo las más importantes.
En primer lugar, todo el mundo tiene temas de salud mental. Así, sea nuestro panorama anímico actual bueno, malo, o más bien esté en algún gris entre esos dos extremos, todos vamos por la vida con ciertos pensamientos y sentimientos, y somos a veces más y a veces menos capaces de hacerle frente a los altibajos del camino. Usar la frase «temas de salud mental» como un diagnóstico, como una forma de referirse a algo que algunas personas viven como una adversidad y que a la mayoría no le afecta en absoluto, nos perjudica a todos y no sirve ni para educar ni para alentar a nadie a estar atento a su propio estado de salud mental, y mucho menos para darse cuenta de que alguien está sufriendo o para poder poner en marcha ciertos pasos a seguir con el objetivo de sentirse mejor.
En segundo lugar, decir con esa imprecisión que alguien tiene «temas de salud mental» genera una visión del tipo «nosotros y ellos» en lo que se refiere al bienestar emocional, y evita reconocerlo como algo que, en todos y cada uno de nosotros, tiene sus vaivenes a lo largo de la vida. Además, en muchos casos, un período de trastornos mentales no es más que eso: una época concreta, que no dura para siempre. Decir que alguien tiene «temas de salud mental» (a pesar de que, como dije más arriba, ¡todos los tenemos!) suena con una carga mucho más pesada que decir que alguien tiene un resfriado; sin embargo, para muchísima gente un período de dificultades de salud mental tiene grandes oportunidades de ser un estado temporal y curable. Está bien, es muy probable que lleve más tiempo que lo que supone reponerse de un resfriado, pero, en un mundo como este, donde todavía hay un nivel considerable de estigmatización de los trastornos de salud mental, en cuanto alguien habla abiertamente acerca de sus dificultades pasa a ser visto como una persona que tendrá problemas para siempre; y no solo es bastante probable que esto no sea cierto, sino que, además, esconde el tipo de juicio de valor que hace que de entrada cueste pedir ayuda.
Algo que también es importante tener en cuenta es que, según la Asociación Estadounidense de Psicología, «los trastornos de salud mental son condiciones que suponen cambios emocionales, mentales o de comportamiento (o una combinación de todos ellos). Los trastornos mentales pueden estar asociados con angustia y/o problemas para funcionar en actividades sociales, laborales o familiares».4 En otras palabras, es un campo muy amplio. Es muy distinto lo que atraviesa una persona que tiene un episodio transitorio o que sufre de ansiedad moderada de lo que vive alguien que tiene una afección psiquiátrica crónica grave, y para contenerlas se requieren abordajes distintos. ¡Y quiero creer que si se habla de alguien que está sufriendo trastornos de salud mental, es en el marco de querer ayudar! Algunas de las categorías más amplias dentro de las que se engloban los desórdenes mentales son los trastornos del estado de ánimo como la depresión, los trastornos de ansiedad, los trastornos psicóticos como la esquizofrenia, los trastornos por trauma, los trastornos por abuso de sustancias y los desórdenes alimentarios. No es una lista exhaustiva, pero ojalá baste para que quede claro por qué usar un lenguaje simplista o reduccionista no sirve de nada.
De hecho, el nivel de particularidad inherente a la salud mental de cada individuo es difícil de entender hasta para quienes tienen una actitud abierta y se esfuerzan por lograrlo. Un grupo de personas que tiene el mismo trastorno mental no es un bloque uniforme, incluso una misma persona puede experimentar diferencias en la gravedad de su trastorno día a día.
Como lo describe el Instituto Nacional para la Calidad de la Sanidad y de la Asistencia del Reino Unido:
Un problema de salud mental esleve cuando la persona tiene pocos síntomas con un efecto limitado en su vida cotidiana.
Un problema de salud mental esmoderado cuando la cantidad de síntomas que tiene la persona es mayor y hace que su vida cotidiana pueda volverse bastante más complicada que lo usual.
Un problema de salud mental esgrave cuando la persona tiene muchos síntomas que hacen que su vida cotidiana se vuelva extremadamente difícil.
Una misma persona puede experimentar distintos grados en distintos momentos.5
Quizás el ejemplo mejor comprendido de un trastorno que puede alternar entre las categorías definidas arriba sea la depresión. Alguien que padece depresión crónica suele tener síntomas cíclicos y puede que se sienta mejor o peor de un día para otro, o de un mes o un año a otro. Reconocer que el impacto de la enfermedad varía en el tiempo nos puede ayudar a ser más amables y capaces de ofrecer contención. Ver a las personas tal como son, en vez de aferrarnos a una imagen de su peor o su mejor versión o a una concepción limitada acerca de la enfermedad que padecen, nos hace mejores a la hora de escuchar y de apoyar. Incorporar estos importantes matices puede ser incluso de gran ayuda para promover diálogos fundamentales acerca de los trastornos de salud mental para asegurarnos de que realmente nos quede claro cuál es la diferencia entre trastornos de salud mental y atender los temas genéricos de salud mental, tengamos dificultades o no.
Hay ciertas cosas de las que estamos seguros acerca de las causas de una salud mental deficiente, y los factores que hacen que alguien sea vulnerable o no a los trastornos son muchísimos. La organización benéfica de salud mental Mind ha identificado varias de las causas que contribuyen a sufrir trastornos en la siguiente lista:
abuso, trauma o negligencia en la infancia
aislamiento social o soledad
sufrir formas de discriminación y estigmatización, incluido el racismo
desventaja social, pobreza o deudas
duelo (perder a alguien cercano)
estrés grave o crónico
alguna condición de salud física crónica
desempleo o perder el trabajo
falta de vivienda o vivienda precaria
tener a cargo el cuidado de alguien a largo plazo
consumo problemático de drogas y alcohol
violencia doméstica, acoso o algún otro tipo de abuso en la adultez
traumas significativos en la adultez, como un combate militar, estar involucrado en un incidente grave que haga temer por la propia vida o ser víctima de un crimen violento
causas físicas: por ejemplo, una lesión en la cabeza o una condición neurológica como la epilepsia pueden afectar el comportamiento y el estado de ánimo
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Sin embargo, muchas personas que sufren trastornos de salud mental se encuentran en la confusa y difícil situación de no identificarse con ningún punto de la lista. Espero que a estas alturas haya quedado claro que los problemas de salud mental no hacen distinciones, y también afectan a muchas personas que, tanto vistas desde fuera como por ellas mismas, están en una buena posición en la vida y «no tienen motivos para estar tristes». Es que sencillamente no funciona así, y eso nos lleva a reflexionar acerca del concepto de depresión situacional en contraposición al de depresión clínica. Ambas existen, y ninguna debería tomarse menos en serio que la otra, aunque comprender cuál es la que uno está atravesando puede ser de gran ayuda para elegir el tratamiento más adecuado.
La depresión situacional también se conoce como «trastorno adaptativo con estado de ánimo depresivo»,7 y suele deberse a un cambio o evento traumático en la vida de una persona. En cambio, la depresión clínica también es llamada «trastorno depresivo grave» y está oficialmente clasificada como un trastorno del estado de ánimo.8 La depresión situacional suele ser más breve y puede llegar a resolverse sin tratamiento, pero, si no se resuelve y la persona no recibe la ayuda pertinente, potencialmente podría desembocar en una depresión clínica, que por lo general es más grave.
A escala global, es 1,7 veces más común que la depresión grave se dé en mujeres. A pesar de que hay varios factores que pueden afectar este valor estadístico —como, por ejemplo, diferencias de género en los grados de abuso que se pueden sufrir y en los niveles de educación y de ingresos (es decir, la brecha salarial de género)—, las proporciones estadísticas son similares a nivel mundial, incluso en países más desarrollados donde es probable que estos factores socioeconómicos tengan un impacto menor. En otras palabras, no parece haber una gran diferencia en este sentido en países donde el estatus de las mujeres es notablemente inferior al de los hombres o en países donde el nivel sea más igualitario. Esto parece sugerir que podría llegar a haber una explicación biológica que justifique estos niveles mayores de depresión en las mujeres y las adolescentes.
Las jóvenes tienen una posición que es importante subrayar en este sentido. Según el estudio de la Carga Mundial de Morbilidad de 2010 (CMM), a partir de la pubertad las jóvenes tienen, a escala global, mayor riesgo de contraer trastornos depresivos graves y trastornos mentales en general que cualquier otro grupo. En la franja que va de los 14 a los 25 años, la depresión en mujeres supera en más del doble a la incidencia que tiene en los hombres, aunque esta proporción disminuye con la edad.9,10 A partir de los 65 años, las tasas de depresión disminuyen de forma generalizada y también se igualan los niveles entre los géneros.11
Podría pensarse que, ya que esto es así, probablemente se haga mayor énfasis en tratar los casos de depresión en mujeres. Antes de la pubertad, las tasas de depresión son casi iguales en mujeres y hombres, pero, aparentemente, los cambios hormonales que vienen con la pubertad tienen un impacto enorme en la salud mental. Esto se repite también en otras etapas, ya que en las mujeres el índice de depresión crece de forma notable en tiempos de cambios hormonales como la época premenstrual, el puerperio y la perimenopausia. Sin embargo (y prepárate para enfadarte), la mayoría de los estudios científicos se hacen con sujetos masculinos con el objetivo de simplificar descartando las variables de comportamiento que están asociadas al ciclo menstrual.
Esto no quiere decir que deberíamos aceptar que ser mujer es un factor de riesgo a la hora de sufrir depresión y seguir adelante como si nada. De hecho ya es frustrante de por sí señalar la posibilidad de un factor hormonal, porque eso es lo único que ha hecho la sociedad durante mucho tiempo: «Y sí, son las hormonas, ¿qué le vas a hacer? ¿Probaste con la pastilla?». Sin embargo, si hablamos de sentir tristeza sin saber por qué, parece ser que, para muchas mujeres, las hormonas podrían ser una pieza importante del rompecabezas y es una pieza que, en general, no se valida como legítima de un modo serio o compasivo, sino que se trata de reduccionista y despectivo. Ojalá los datos concretos sobre la prevalencia de los problemas de salud mental en este grupo demográfico sirvan en alguna medida para reivindicar a las mujeres jóvenes, que como grupo son tan a menudo menospreciadas por sus sentimientos.
Entonces, ¿son más comunes los trastornos mentales en los jóvenes hoy en día o no? Para decirlo rápido, los datos dicen que sí. Según The Health Foundation, en Inglaterra, el índice de probabilidad de tener trastornos mentales en chicos de entre 6 y 16 años ascendió de uno de cada nueve en 2017 a uno de cada seis en 2021.12 (Por supuesto, hay una infinidad de factores que podrían estar contribuyendo a este declive de la salud mental en niños y jóvenes, y no cuento con las páginas suficientes para sumergirme en cada uno de ellos, pero volveremos a uno que es especialmente relevante cuando analicemos en mayor profundidad las redes sociales). Un incremento así en la población joven es muy alarmante, pero también se refleja en datos que abarcan más grupos demográficos. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, los desórdenes de salud mental están aumentando a escala global, con un incremento del 13 % en trastornos de salud mental y trastornos por abuso de sustancias durante la década anterior a 2017, aunque señala que esto se debe principalmente a los cambios demográficos.13
Adjudicarlo a cambios demográficos quiere decir que se observa que la forma en que vivimos hoy en día, en comparación con otros momentos de la historia, tiene un correlato con una incidencia mayor de trastornos mentales. En un estudio de 2021 sobre desórdenes de salud mental autodeclarados en Estonia, los investigadores pudieron demostrar que había un grado distinto de la incidencia de estrés, depresión, agotamiento e ideas suicidas según las diferentes circunstancias socioeconómicas.14 Se encontró una relación directa entre bajos ingresos y todos los problemas de salud mental que se medían en el estudio. También se pudo observar una relación entre niveles educativos bajos y mayor incidencia de depresión, mientras que se descubrió que los niveles más bajos de competencias laborales indican una mayor probabilidad de ideas suicidas. Es interesante el dato de que todos los problemas de salud mental analizados en el estudio fueron reportados en mayor medida por parte de la población más joven que por el grupo de mayores (de 50 a 64 años de edad) y que el índice también fue mayor en personas solteras que viven solas.
Analizando a simple vista estos resultados, se entiende el funcionamiento de ciertos patrones. Hay pruebas de sobra de que hoy en día las generaciones más jóvenes se encuentran en una posición totalmente distinta con respecto a generaciones anteriores en términos de coste y nivel de vida. Incluso antes de la aguda crisis por el aumento del coste de vida que comenzó en 2021, llevábamos varias décadas de cambios de tendencia en cuanto a, por ejemplo, salarios medios frente al gasto por alquilar una vivienda o la entrada para adquirir una. No hay duda de que esto no puede atribuirse a un aumento de la debilidad por comer tostadas con aguacate en cafés de moda. Si los salarios bajos están asociados con una mayor incidencia de trastornos mentales, tiene sentido suponer que, para algunas personas solteras, ser las únicas responsables de pagar las cuentas y cubrir todos los gastos es una fuente de estrés adicional (puede que algunas de ellas, además, sean la única persona a cargo de sus hijos, lo cual hace que la carga financiera sea aún más pesada).
De modo que sí, hay datos que demuestran que los problemas de salud mental son más comunes hoy en día que lo que solían ser, y las razones son muchas, son complejas y no es sencillo determinarlas. Pero también es cierto que ha cambiado la percepción y la aceptación social, por lo menos en la medida en que cada vez somos más los que decimos abiertamente que padecemos algún trastorno mental. Y eso afecta la forma en que percibimos los números de las estadísticas: cuantas más personas atraviesan estas dificultades y hay una proporción mayor de ellas que está dispuesta a hablar sobre el tema, para cualquier observador la incidencia de trastornos mentales lógicamente parecerá haber aumentado muchísimo en un período de tiempo breve.
Este ejemplo resulta útil para entender por qué deberíamos indagar un poco más allá de datos específicos y de titulares sensacionalistas cuando se trata de salud mental (y de muchas otras cosas, en realidad). Está muy bien advertir que los jóvenes tienen más probabilidades de informar que están atravesando dificultades de salud mental que las generaciones mayores, pero debemos tener en cuenta que el mundo en el que están creciendo estos jóvenes es totalmente distinto y que —a pesar de que en varios sentidos hemos hecho progresos positivos— la vida moderna puede ser dura. Creo que es importante que en el capítulo acerca de salud mental de un libro que se titula ¿Por qué soy así? me tome un momento para detenerme aquí. Si has tenido dificultades de salud mental alguna vez, o las estás padeciendo ahora mismo, no estás solo; para nada. Tampoco eres culpable de eso, hay razones que van mucho más allá de nosotros y que resultan determinantes en la forma en que nos sentimos, incluso si no es fácil identificarlas. Estás haciendo un gran trabajo solo con seguir adelante.
Lo cierto es que no es fácil dar con relaciones de causa y efecto unívocas al investigar correlaciones entre factores sociales o demográficos y trastornos mentales, en gran medida debido a la naturaleza infinitamente interconectada de estos temas. No es tan simple como señalar algo en particular y decir: «Bueno, esto fue lo que empeoró y ese es el motivo por el cual ahora las personas se sienten así». Por mucho que hablemos de feminismo interseccional, por ejemplo, y que tratemos de examinar la transversalidad de los factores en juego cuando se trata de la experiencia de alguien con respecto a la desigualdad de género, es necesario ir más allá de los titulares e indagar acerca de todas las explicaciones posibles (¡que no es fácil cuando son tantas las variables que hay que tener en cuenta!). Si me lo permites, voy a usar el ejemplo de un titular que me resultó interesante acerca de un estudio nutricional que se llevó a cabo en Brasil en 2022 y que llegó a la conclusión de que quienes no comen carne tienen alrededor del doble de posibilidades de padecer episodios depresivos que aquellos que comen carne.15 Es bastante fácil de imaginar el titular sensacionalista que se podría hacer con esto: «Estudio confirma que ser vegetariano te vuelve depresivo». Así que analicémoslo.
Ya hemos mencionado que, estadísticamente, las mujeres y las adolescentes son más propensas a sufrir depresión También es más común encontrar mujeres vegetarianas que hombres vegetarianos. ¡Ajá! ¿De eso se trata? Sin embargo, el estudio brasileño ajustó los datos para tener este factor en consideración, y corrigió también otros factores de sesgo, incluidos el consumo de alcohol, el tabaquismo y los niveles de actividad física; y aun así, llegó a la conclusión de que tanto vegetarianos como veganos tienen el doble de probabilidades de tener episodios depresivos que aquellos que incluían carnes en su dieta. ¿O sea que debo salir corriendo a pedir un filete para proteger mi salud mental? No.
Dado que este estudio analizó el consumo de ciertos alimentos en particular y se hicieron ajustes para intentar hacer foco en ese único factor, parecería simple establecer relaciones de causa y efecto a partir de los resultados, ¿no es cierto? ¿Será que aquellos que no comen carne tienen deficiencia de algún nutriente específico que impacte en el estado de ánimo? La producción de serotonina en el cuerpo solo depende de un aminoácido obtenido a través de la alimentación que se llama triptófano, ¿acaso las dietas veganas y vegetarianas tienen poco de eso? Suena verosímil. Sin embargo, a la hora de analizar los datos, los investigadores que llevaron a cabo este estudio tuvieron en cuenta un amplio espectro de variables nutricionales, entre ellos la ingesta calórica, los niveles de micronutrientes, el grado de procesamiento de los alimentos y la ingesta de proteínas. Esto sugiere que, en realidad, lo que genera mayores índices de depresión en vegetarianos no es la calidad nutricional de su dieta. La cosa se complica, pero hay un montón de alternativas posibles para encontrar una explicación.
¿Puede ser que haya razones sociales en lugar de motivos relacionados con los nutrientes? ¿Acaso no es más probable que las personas sean vegetarianas o veganas cuando les preocupa el cambio climático y las consecuencias que tiene la producción de carne en el planeta? ¿No será que esas mismas personas a quienes esto les importa son más propensas a la depresión justamente por la preocupación ecológica? ¿Puede ser que estas mismas personas sean también más proclives a sensibilizarse y estresarse por otras cuestiones, como la preocupación por el bienestar animal?
Cuando The Conversation publicó este estudio, advirtió que el ambiente cultural brasileño también podía ser determinante en los resultados a los que habían llegado: Brasil es un país conocido por tener una dieta de mucho consumo de carne, y, a pesar de que hay otras encuestas que indican que ha habido un fuerte incremento de la popularidad del vegetarianismo durante los últimos años, en este estudio en particular quienes no consumían carne solo representaban poco más del 0,5 % de un total de 14.000 participantes.16 El artículo dice entonces que lo inusual que es este estilo de vida entre pares podría implicar que los vegetarianos padezcan una carga emocional por burlas o por ser dejados de lado en actividades sociales, por ejemplo si sus amigos van a comer a un restaurante donde no hay nada apto para ellos en el menú. ¿Podría este tipo de situaciones contribuir a los mayores índices de depresión?
En resumen, espero que este ejemplo sirva para mostrar no solo que la causalidad y la correlación son cosas distintas, sino que, además, nuestra salud mental no está suspendida en el vacío. Hay una infinidad de factores que afectan la posibilidad de que una persona sufra o no de trastornos mentales. Cuando leemos titulares o infografías que muestran la posible incidencia de ciertos estilos de vida específicos en la salud mental, la información que presentan puede resultar interesante y útil para ampliar la mirada acerca de cómo distintas personas tienen distintas formas de estar en el mundo. Pero no suele ser útil tomar aquellos titulares que hablan acerca de dietas, pasatiempos o tipos de vínculos afectivos como indicio de que cambiar una cosa en particular vaya a suponer una gran diferencia para la propia salud mental. No digo que todos esos titulares sean incorrectos per se, ni niego que los estilos de vida tienen un impacto en la salud mental, pero, cuando estamos dando tumbos en la oscuridad de una enfermedad como la depresión y de pronto nos cruzamos con un artículo que dice que todo se reduce a no estar comiendo suficientes hamburguesas. Hay bastante más en juego aquí, y no deberías culparte si sigues estos consejos y nada cambia. La salud es mucho más compleja que una relación lineal de causa y efecto.
Por supuesto que, si vamos a analizar cómo cambió la vida durante estos últimos años, tenemos que evaluar el impacto que han tenido las redes sociales. Estoy segura de que los adolescentes que ahora se están convirtiendo en mayores de edad ni siquiera se imaginan cómo era la vida en los tiempos sin redes. Es bastante común escuchar discursos acerca de cómo las redes sociales nos hacen daño y alabanzas a los beneficios de hacer desintoxicaciones de internet, o al menos pasar los fines de semana sin conectarse. Y no estoy en desacuerdo: sin duda, tomarse un descanso puede ser una gran idea. Yo misma lo he necesitado más de una vez. Con las redes se multiplicaron las oportunidades de compararse con las vidas de los demás que, por cómo se exhiben, parecen perfectas; esto puede generar baja autoestima o insatisfacción con nuestras propias circunstancias. Ser espectadores de una transmisión constante de los mejores momentos de otras personas puede hacer que se vuelva más difícil vivir plenamente nuestras propias vidas. Pero también es cierto que las redes sociales potencialmente tienen muchos aspectos positivos, como generar contactos, tomar conciencia, la posibilidad de ser ciudadanos del mundo. En la mayoría de los casos, lo que hace falta tanto en nuestra manera de estar conectados como en la forma de hablar acerca de estar conectados es capacidad para regular y distinguir matices.
Así como se están haciendo cuestionamientos válidos acerca de la relación entre el uso de las redes sociales y el bienestar psíquico, también se están esbozando conclusiones reduccionistas y pobres. Por ejemplo, se dice que, como tener trastornos mentales «está de moda», hoy es fácil encontrarse a través de las redes sociales con personas que entienden lo que uno está atravesando. Hay gente que incluso sugiere que tener acceso por internet a diálogos acerca de salud mental puede hacer que los adolescentes y jóvenes simulen tener algún trastorno, solo por lo que tiene de admirable. Como hemos visto, es cierto que los trastornos de salud mental son más comunes de lo que solían ser, que son más frecuentes en mujeres jóvenes, y también es cierto que ahora hablamos más acerca de eso, pero, pese a ello, todavía surgen este tipo de reacciones con frecuencia. ¿Puede haber algo de verdad en eso?
Un ejemplo reciente que fue rápidamente recogido por los medios de noticias es el fenómeno, a menudo atribuido a TikTok, de jóvenes que de pronto desarrollaron tics nerviosos. La idea de que los jóvenes toman hábitos o se contagian síntomas de las redes sociales no es nueva, ni específica de TikTok. También Instagram y Tumblr han tenido sus momentos en el banquillo de los acusados, en algunos casos hasta el día de hoy. Mucha gente cree que, al notar que los usuarios que tienen tics nerviosos y hablan acerca de ello generan interacción y tienen muchas visualizaciones, otros jóvenes copian su comportamiento con la esperanza de que les presten tanta atención como a ellos.
Una teoría más científica de los «tics de TikTok» dice que los jóvenes, especialmente las adolescentes y las niñas, no están fingiendo tener tics nerviosos, pero que la causa tampoco tiene que ver con un trastorno subyacente como el síndrome de Tourette o la epilepsia. Por el contrario, la altísima frecuencia con que los usuarios miran vídeos de ciertos influencers que manifiestan tics nerviosos y patrones asociados deja una huella en su cerebro que hace que inconscientemente empiecen a imitarlos. Según el neurólogo Omar Danoun: «Lo que tienen estas adolescentes se llama tics funcionales. Es un trastorno neurológico funcional. Ya hemos visto esto en niños que tienen padres o hermanos que sufren convulsiones y desarrollan convulsiones funcionales. El cerebro imita lo que ve. Se utiliza como mecanismo de evasión».17