Pragmática y ontología social - Leandro Paolicchi - E-Book

Pragmática y ontología social E-Book

Leandro Paolicchi

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La pregunta por los componentes básicos de la sociedad, aquello que la constituye en última instancia, es una cuestión clásica y, a la vez, constante en las ciencias sociales y humanas. Este tema central se aborda en el libro desde diferentes perspectivas históricas y teóricas. La interrogación acerca del rol del lenguaje en la conformación de esas dimensiones fundamentales es también un eje central que trasvasa y estructura todos los capítulos. En este sentido, se confrontan perspectivas clásicas y contemporáneas desde un punto de vista contemporáneo tratando de reconstruir de manera exhaustiva las formas y los modos en los cuales las prácticas del lenguaje dan lugar a aquello propio del espacio social, distinto respecto a las manifestaciones del mundo natural e inorgánico. En esa reconstrucción se empiezan a delinear los primeros rasgos de una ontología social bosquejada ahora de un modo diferente al cual se presentaban anteriormente las ontologías tradicionales. Esta nueva teoría adopta, más bien, las características de un enfoque centrado en la historicidad y la contingencia, y define de un modo radical a las formaciones del espacio social.

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PRAGMÁTICA Y ONTOLOGÍA SOCIAL

 

La pregunta por los componentes básicos de la sociedad, aquello que la constituye en última instancia, es una cuestión clásica y, a la vez, constante en las ciencias sociales y humanas. Este tema central se aborda en el libro desde diferentes perspectivas históricas y teóricas. La interrogación acerca del rol del lenguaje en la conformación de esas dimensiones fundamentales es también un eje central que trasvasa y estructura todos los capítulos. En este sentido, se confrontan perspectivas clásicas y contemporáneas desde el punto de vista contemporáneo tratando de reconstruir de un modo exhaustivo las formas y los modos en los cuales las prácticas del lenguaje dan lugar a aquello propio del espacio social, distinto respecto a las manifestaciones del mundo natural e inorgánico. En esa reconstrucción se empiezan a delinear los primeros rasgos de una ontología social bosquejada ahora de un modo diferente al cual se presentaban anteriormente las ontologías tradicionales. Esta nueva teoría adopta, más bien, las características de un enfoque centrado en la historicidad y la contingencia, que definen de un modo radical a las formaciones del espacio social.

 

 

Leandro Paolicchi. Doctor en Filosofía y docente de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata (Argentina). En la actualidad es investigador adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Como becario del Deutscher Akademischer Austauschdienst (DAAD), ha realizado estudios doctorales (2012) y postdoctorales (2014) en la Goethe Universität de Frankfurt am Main (Alemania).

LEANDRO PAOLICCHI

PRAGMÁTICA Y ONTOLOGÍA SOCIAL

LA PERFORMATIVIDAD DEL HABLA ENTRE LAS ESTRUCTURAS SEMÁNTICAS Y LA AGENCIA COLECTIVA

Índice

CubiertaAcerca de este libroPortadaÍndiceAgradecimientosIntroducción1. La mirada de la teoría social2. La sociedad como objeto3. El lenguaje después del giro lingüísticoCapítulo 1. Las bases ontológicas de lo social1. La pregunta por los elementos básicos de la sociedad2. El naturalismo y sus manifestaciones ontológico-sociales3. Las estructuras ontológicas basadas en elementos sociales4. El programa intencional en ontología social5. El lenguaje en el programa intencionalistaCapítulo 2. Constructivismo y ontología social1. Las variedades del constructivismo2. Luhmann y las estructuras básicas de la socialidad3. Las dificultades del planteo luhmanniano en términos de ontología social4. El constructivismo social5. El lugar del lenguaje en el constructivismo social6. Unas primeras formas de construcción7. Constructivismo, realismo y materialismoCapítulo 3. Discurso y ontología social1. Las formas del discurso como teoría social2. El discurso en clave estructuralista3. Foucault, entre la autonomía del discurso y las prácticas no discursivas4. Los problemas de la arqueología de los discursos de Foucault5. Laclau, el discurso y la positividad de lo social6. Los puntos problemáticos del planteo de Laclau y MouffeCapítulo 4. Performatividad y ontología social1. La performatividad del habla bajo el foco2. El problema de la comunicación sin lenguaje3. Entrecruzamientos4. Los debates en torno a lo micro5. Ontología social más allá de la concienciaCapítulo 5. Ideología y ontología social1. La ideología en el contexto de las primeras formulaciones de Marx2. Althusser y la transición de las concepciones negativas de la ideología a las positivas3. Las concepciones positivas de la ideología más allá del marxismo4. La transformación discursiva de las concepciones positivas5. La crítica de las ideologías a partir de la normatividad inherente a las prácticas discursivasObservaciones finales1. Naturaleza, intención y construcción2. Sentido, performatividad y materialidad3. Ideología, crítica y políticaBibliografíaMás títulos de Editorial BiblosCréditos

Agradecimientos

Mi primer agradecimiento es para el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) por permitirme dedicar el tiempo necesario para concretar objetivos como el del presente libro. También quiero agradecer a los integrantes del proyecto de investigación “La materialidad del discurso: de las ontologías sociales y políticas a las ideologías”, asentado en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata, con los cuales he discutido algunos capítulos de este libro. Por último, quiero agradecer también a los participantes de los coloquios anuales de la Fundación ICALA, con quienes también he intercambiado argumentos en torno a algunas de las ideas presentadas aquí.

Introducción

1. La mirada de la teoría social

Cuando se hace foco en algunas de las formas a las cuales puede adscribirse la cualidad “social” se está ante una serie de alternativas teóricas y metodológicas importantes. Al ser tanto teóricas como metodológicas, ellas conciernen tanto al estatuto de los objetos a los cuales se va a indagar a partir de esa característica como a las herramientas con las cuales se llevará a cabo dicha empresa. Las elecciones que se tomen a partir de esas alternativas terminarán decantando en qué tipo de ámbito específico se ubicará la pesquisa, si es que cabe ubicarla en alguno. Algunas posturas tienden a decir que no hay una “marca” social como tal previa a la elección de los instrumentos que se elijan para acercarse a ese ámbito de lo real y, por lo tanto, objetos con un estatuto específico anterior a esas elecciones. No obstante, esta es una de las elecciones posibles, pero no la única.

La sociedad como tal no ha sido un objeto tradicional de indagación como pueden serlo otros tópicos legados por la tradición antigua. La explicación es sencilla: ese espacio no existió siempre, y cuando comenzó a delinearse históricamente se lo abordó con los materiales y dentro de los campos conocidos en ese entonces. Es decir, la metafísica primero y, luego, la política acudieron en auxilio de quienes se abocaban a su estudio. El surgimiento de una ciencia específica posterior demarcó las posibilidades de análisis con algunos métodos y teorías concretas, pero no fue la única. La aparición de otras ciencias que lo tenían también como objeto hacía que las miradas se solaparan en algunos puntos, pero ofrecían igualmente sus propios instrumentales metodológicos, así como sus propias elucubraciones teóricas. Esta circunstancia evidencia que ese campo excede con mucho los intentos de las ciencias particulares por monopolizarlo o agotarlo y, por lo tanto, ellas representan una perspectiva de estudio, una manera de mirarlo o de constituirlo.

Preguntarse por los componentes básicos de ese espacio o por las entidades indispensables que deben organizarlo puede condicionar la mirada y la elección de los conceptos, al punto de tender a ubicar esa indagación dentro de un terreno determinado. Así, el calificativo de básico en la pregunta por los elementos confeccionando un área de investigación puede llevar a considerar dicha pesquisa de carácter ontológico. Es decir, la indagación tendría el carácter de ontológica en la medida en que se propondría dejar al descubierto una serie de entidades inevitables que deberían considerarse necesariamente cuando se trata la constitución de ese plano. Junto con la característica de indispensables vendría también anexada la noción de últimas, con lo cual las sospechas de estar ante una mirada ontológica parecerían aún más justificadas. Lo que terminaría por consolidarse hacia el final de ese examen es el desvelamiento de una estructura ordenada, con cierta jerarquía dentro de ese orden, de un nivel considerable de abstracción y con validez para cualquiera de las formas adoptadas por ese espacio más allá de sus variaciones históricas o sincrónicas.

Algunas de estas formas de indagación han sido foco de críticas severas en el panorama del pensamiento contemporáneo, empezando por Martin Heidegger, pasando por Theodor Adorno y Niklas Luhmann y llegando hasta Jürgen Habermas y Jacques Derrida. Se ha condenado la mirada ontológica precisamente por ser una mirada reificante de una estructura suprahistórica e invariante, incapaz de dar cuenta de las particularidades y dinámicas de un objeto de estudio. En última instancia, ella estaría asociada a un pensamiento que fija y se guía por identidades inmutables y perpetuas. Esta situación se vería agravada en este caso, pues la exploración de la que estamos tratando no es metafísica o gnoseológica sino de un ámbito, podríamos decir, activo y cambiante como es la sociedad.

Esta consideración sobre la ontología en investigaciones históricas o sociales puede verse paradigmáticamente en Adorno. Aunque no exenta de cierta ambigüedad,1 su postura representa dentro de la primera generación de la Escuela de Frankfurt la posición de aquellos que, frente al estudio del ámbito del espíritu objetivo como una nueva instancia histórica que se yergue más allá de los individuos, rechazan de plano una teoría ontológica por ser responsable en sí misma de una mirada reificante del ser social.2 Si bien en sus comienzos consideró como posible una ontología histórica,3 ya en Negative Dialektik asocia la ontología con el pensamiento identitario, el cual transforma todo aquello que cae bajo sus redes conceptuales en estructuras suprahistóricas.

A este producto reificado correspondería por supuesto una determinada concepción de la filosofía social como una disciplina que tiene como objetivo producir un saber independiente de las ciencias empíricas, a priori y fundamentalmente descriptivo de las estructuras sociales.4 Algunas corrientes de ontología social contemporánea parecen corresponderse con esta caracterización de la filosofía social o filosofía de la socialidad. Allí tiende a explicarse la génesis de la sociedad en torno a fórmulas lógicas que la caracterizarían, fórmulas que pueden determinarse con independencia de las ciencias fácticas correspondientes y válidas más allá (o más acá) de cualquier tipo de sociedad humana de que se trate.

En alguna medida, ese tipo de ejercicio teórico, confiado en poder captar órdenes invariantes de lo social, vive de un estatuto que la filosofía actual parece ya no tener. Él se alimenta aún hoy del privilegio cognitivo otorgado a esa disciplina durante siglos desde su aparición en la antigüedad. No obstante, esa prerrogativa parece desplazada hace un tiempo por la consolidación de las ciencias particulares y por la propia intervención teórica de filósofos como los señalados en párrafos anteriores. Podríamos decir, las aproximaciones lógicas (y también las metafísicas) a la socialidad se sostienen todavía hoy gracias a las débiles energías de un proceder capaz de desocultar fórmulas de lo social sin ayuda de las disciplinas correspondientes y con la creencia firme en la existencia de esas formas transhistóricas. Adorno diría que el viejo pensamiento ontológico vive todavía en ese tipo de planteos, más allá de su caducidad. Como contrapartida, muchas tendencias de la filosofía más reciente no se cansan de criticar una y otra vez esa clase de intentos a la luz del avance de las ciencias específicas y su propia evolución teórica.

A ese tipo de indagación se ha contrapuesto una categoría de ejercicio denominado de-ontológico o posontológico.5 Por ello se entiende una clase de pesquisa no orientada por la búsqueda de estructuras últimas, inmutables o abstractas, edificadas sobre nociones identitarias fuertes como sujeto o conciencia –entre otras– y ordenadas en jerarquías, en algunos casos teleológicas. Es decir, un modelo de teoría que considera sus objetos y los productos de su investigación como contingentes, su mirada orientada hacia la multiplicación de los puntos de vista6 e informándose a partir de una variedad de disciplinas. Además, ella no se guiaría por la búsqueda de identidades invariables y asumiría la imposibilidad de un cuadro teórico completo y total que podría dar una explicación acabada de la realidad social en todas sus manifestaciones. Esta no es simplemente una idea de teoría por llevarse a cabo, sino vista por algunos autores realizada en Luhmann y otros pensadores del siglo XX.

De entrada, se pueden compartir muchas de estas convicciones en torno al agotamiento de una forma de proceder intelectualmente y producir teoría (social o política) en el contexto actual. De todas maneras, estas últimas formulaciones no están exentas igualmente de problemas o ambigüedades, como puede verse también en el caso de Adorno o el mismo Luhmann. Básicamente ese problema consistiría en que esas determinaciones, más allá de sus esfuerzos en un sentido posontológico, no pueden desprenderse enteramente de sus compromisos ontológicos, es decir, de sus asunciones en torno a la existencia de determinadas entidades y al estatuto que les cabría en el marco de una teoría que las abarque y las ponga en relación. Es decir, esas postulaciones posontológicas no pueden escapar a un entendimiento determinado sobre el tipo de objeto estudiado y su realidad específica.

En el caso de Adorno, estos equívocos pueden verse frente a la necesidad de desarrollar una teoría del espíritu objetivo en términos de estructuras sociales e históricas objetivas. Su concepción de ese espacio a la manera de una filosofía social parece contener determinados presupuestos ontológicos que el propio Adorno no puede desarrollar afirmativamente pues equivaldría a un ejercicio de pensamiento reificante, tal como su crítica a cierta metafísica señala. Como se ha afirmado,7 Adorno termina dando por sentado una ontología social negativa de la cual no puede dar cuenta de un modo detallado y exhaustivo. Frente a situaciones como esta, lo más aconsejable parece ser la explicitación de esos compromisos ontológicos y, en la medida de lo posible, un tratamiento pos o de-ontológico de sus presupuestos fundamentales. Esto es lo que parece indicar este nuevo escenario, más allá de cuáles sean las intenciones explícitas de los que lo propiciaron con sus críticas a la metafísica tradicional.

En este sentido, entonces, las indagaciones ontológicas actuales no tienen por qué adoptar necesariamente la configuración tradicional señalada por sus críticos, pudiendo adquirir muchos de los rasgos de una investigación posontológica. Es decir, de lo que se trataría es de asumir una visión deontologizada de la teoría social que acepta y elabora sus propios compromisos ontológicos afirmativamente en el seno del correspondiente análisis, con materiales provenientes de varias disciplinas y con las prevenciones mencionadas acerca de su lugar de partida, de su alcance, su aparato conceptual y de los productos de la propia especulación, así como de las entidades objeto de su análisis. Es dentro de estas condiciones que puede llevarse a cabo en la actualidad un estudio que se califique a sí mismo como ontológico.

Con esos márgenes trazados, podríamos ubicar la indagación llevada a cabo en estas páginas, en principio, en el ámbito de la teoría social en general. Es decir, un espacio que se constituye a partir de la contribución de una serie de estudios como los de la filosofía social, la teoría sociológica, la teoría política, las ciencias del lenguaje y la comunicación, así como todo el conjunto de las disciplinas conocidas por pensar los órdenes sociales vehiculizando sustento empírico para respaldar sus afirmaciones. Con las precauciones señaladas en párrafos anteriores, este tipo de confluencia entre diferentes saberes podría estar encaminada a la reconstrucción del conjunto de relaciones que constituyen de manera básica o elemental el campo de lo social.

2. La sociedad como objeto

Una de las lecciones de la crítica a la ontología tradicional es la imposibilidad de acceder a una visión total y abarcadora de la sociedad en cuanto objeto de estudio. La sociedad como un todo parece haber quedado fuera de las posibilidades o de las consideraciones de la teoría contemporánea. Aquellos viejos convencimientos de los marxistas occidentales de que solo con una explicación global de los procesos capitalistas podía llegar a vislumbrarse una mirada crítica y una superación de esas mismas dinámicas8 parecen ahora obsoletos. La idea lukacsiana de que la reificación solo puede ser superada mediante una visión holista de las trasformaciones sociales parece haber caído en desuso.

Con estos desplazamientos, el concepto mismo de sociedad parece haber caído también en desgracia.9 En verdad, ese concepto estuvo desde el inicio cuestionado por los propios fundadores de la teoría sociológica, como Simmel o Weber, en gran medida porque no es capaz de dar cuenta de una manera exhaustiva del carácter procesual y relacional de lo social.10 A esto se agregaron posteriormente otras tradiciones reacias también a hacer un uso fuerte de esa noción por no poder ser empíricamente ratificada. Han sido las tradiciones deudoras del funcionalismo y del hegeliano marxismo las que en general han tratado de mantener el concepto de sociedad como totalidad, en alguna medida existente hasta la actualidad.

Desde una mirada política sobre el uso de ciertos conceptos puede atisbarse detrás de esa caída en muchos casos, además de una postura epistemológica, una decisión política de renunciar a una perspectiva que podría propiciar precisamente esa mirada crítica ansiada por los (neo)marxistas. Este vislumbrar determinadas posturas políticas o ideologías –ligadas, por ejemplo, al avance de desarrollos neoliberales– detrás de ese descarte de la noción de sociedad obligaría a reconsiderar la posibilidad de dejar dicho concepto rápidamente de lado. Para algunos incluso esa posibilidad está clausurada por la presencia “espectral” de la noción de sociedad y de la sociedad en sí misma como un todo en cualquier consideración especulativa sobre ese espacio.

En efecto, a pesar de que gran parte de los esfuerzos teórico-sociales actuales –en alguna medida producto del entrecruzamiento con el posestructuralismo– pueden ser entendidos como críticos del uso enfático de la noción de sociedad como totalidad, no se ha tendido a descartarla, sino más bien a señalar su carácter ineliminable.11 En este sentido, su impulso ha estado dirigido a una reinterpretación de su significado para hacerlo compatible con las premisas del pensamiento contemporáneo. Así, por ejemplo, Luhmann continúa recurriendo a un concepto global de sociedad, pero ya no lo entiende ni como una estructura predada a sus funciones ni como una totalidad cerrada. En última instancia, para muchos planteos actuales la sociedad es una totalidad que como tal no puede ser rectificada o alcanzada, sin embargo, no puede dejar de ser proyectada en la medida en que ella –como un todo– es el horizonte que la constituye en su unidad. Es decir, en el escenario más reciente la sociedad como conjunto es una imposibilidad empírica aceptada pero que, no obstante, debe ser proyectada o producida como un elemento constitutivo de la identidad de ese orden.

Más allá de la politicidad escondida detrás de postular o no una noción fuerte de sociedad como objeto de la investigación social, o de la necesidad de esa noción para la unidad o identidad de los órdenes sociales, no es ese el ejercicio puesto en práctica en las páginas siguientes. Más bien, lo ensayado en ellas es un proceder más modesto, en la medida en que no se trata de abarcar lo social como un todo y en todas sus manifestaciones y particularidades. En verdad, creemos que eso podría ser producto de un convencimiento excesivo acerca de las posibilidades de la teoría aquí presentada y por ello se recaería en una subestimación de las complejidades de lo social. Auscultando el panorama trazado por diferentes teorías sociales y filosofías que tienen a lo social como su objeto, creemos posible la reconstrucción de algunos de los elementos básicos distintivos de ese ámbito de interacción y sus estructuras características, al cual se ha denominado tradicionalmente sociedad. Interesa además particularmente a este proyecto rastrear cuál es el rol del lenguaje y, de un modo más específico, el de determinadas prácticas discursivas en la constitución de algunos de esos elementos.

En este sentido, la identificación de esos componentes básicos se desplegará en torno a tres ejes a través de los cuales es posible ordenar la exposición. El primero de esos ejes es la dimensión estructural del tejido social. Con ello se hace referencia a una constelación macrosocial que se encuentra por encima de las interacciones de los grupos sociales, aunque esa referencia topográfica no debe ser tomada literalmente, sino a modo de ilustración teórica. Con la mención de este plano se pretende dar cuenta en gran medida del uso hecho habitualmente en las teorías sociales más difundidas, el cual remite a formaciones sociales que determinan y constriñen las formas y las posibilidades de acción de grupos e individuos dentro del entramado societario.

El segundo de los planos es el de la acción colectiva, el de la interacción intra e intergrupos. Con esta dimensión se quiere dar lugar al uso que en algunas ocasiones se hace cuando se habla de un nivel de prácticas.12 Este tipo de praxis podríamos ubicarlo en un nivel mesosocial con respecto al orden establecido para el primer eje. Como se verá en el curso de la exposición, la existencia de este nivel es absolutamente necesaria para explicar tanto la reproducción y la relación entre los diferentes componentes como la génesis de cada uno de ellos. La importancia de este vector se puede rectificar también desde un escenario posontológico en el cual se invierte la primacía tradicional –atribuida en el marco de la antigua ontología– de una mirada teórica totalizante por sobre la praxis en estratos medios del mundo de la vida. Finalmente, la postulación de este nivel de análisis puede tener también su importancia política en términos de crítica.

El último estrato del análisis debe corresponder al micronivel de la agencia individual. Ello no significa un orden de importancia menor asignado a este último elemento. Al contrario, este último componente es absolutamente necesario para explicar cómo se conforman los estratos superiores y como se interrelacionan cada uno de estos ejes. Tampoco significa que sobre esta unidad descansa todo el edificio cuyos planos se presentan aquí, ni que se pueda deducir el conjunto de la estructura social de las interacciones individuales, postulándolo así como la unidad más relevante de la estructura social. Esta última aclaración nos da el pie para otras especificaciones sobre el tipo de indagación realizado en este escrito.

Una indicación significativa referida a la presentación de estas dimensiones es que ellas no resultan de un orden real de importancia dentro de la forma en que se constituye o se vive lo social. La distinción entre esos ejes se muestra necesaria desde una perspectiva analítica, pero no refleja la manera en que algo así como la sociedad o lo social se experimenta o se reproduce en los procesos históricos. Acentuar la importancia de algunos de esos componentes por sobre la de los otros llevaría a recaer en los conocidos problemas del estructuralismo o de los planteos que buscan explicar lo social a partir de interacciones individuales, como se verá a lo largo del trabajo.

Esta especificación conecta con la otra crítica importante a las ontologías tradicionales. Ella concierne a la imposibilidad de acceder de un modo definitivo a los elementos constitutivos de lo social bajo la forma de entidades fijas y estables.13 Las mencionadas estructuras y elementos desplegados dentro de ellas no es posible definirlos socialmente haciendo referencia a propiedades intrínsecas poseídas por ellas más allá de los contextos históricos concretos y sociales a partir de los cuales surgen. Un individuo puede funcionar en determinados contextos o procesos como estructura frente a otros individuos y una estructura puede desempeñarse en el nivel mesosocial frente a otras estructuras. El trazado que tendrá lugar en estas páginas solo podrá entenderse y desarrollarse en la medida en que ponga en relación cada una de las entidades descriptas con el resto de las realidades desplegadas en este bosquejo. La relación desplaza a una aproximación por identidades14 en las configuraciones posontológicas de lo social.

Ese carácter relacional de cada una de las dimensiones no debe ser subvalorado. Ello no solo porque define el rasgo concreto que adoptará ese elemento en determinada configuración histórica, sino porque también marca el carácter global o sistémico que todavía puede adoptar una ontología social,15 en la medida en que esa configuración específica no está dada de manera fija y estática, sino en el contexto más amplio de las otras dimensiones. Es decir, los hechos sociales no son meros agregados de componentes de partida con identidades prefijadas sino configurados por mutuas y sucesivas formas de determinación entre ellos en entornos específicos.

A esto debe agregarse otra razón por la cual debe resaltarse la importancia del carácter relacional de los elementos presentados en esta reconstrucción. Ese rasgo es el que permite que esos componentes den lugar a dinámicas y procesos sociales de un orden superior de complejidad. Solo en la medida en que los componentes presentados en las páginas siguientes tienen una propiedad relacional pueden pretender tener una capacidad de constituir el sentido de la objetividad social y así conformar estratos cada vez más complejos y abarcadores de esa objetividad. Es esa determinación mutua la que puede darle una dinámica al cuadro presentado en este escrito, necesaria para conservar fidelidad a los procesos sociales reales.

En este sentido también, las reconstrucciones (pos)ontológicas ya no pueden dar lugar a órdenes que se presentan como inalterables o naturalizados en toda forma de organización social. Muchas de las formaciones que se describirán a lo largo de estas páginas están caracterizadas sobre todo por la contingencia que define su existencia. Este aspecto es fundamental, pues abre la posibilidad para una investigación de tipo empírico que rastree las apariciones históricas de esas formaciones bajo diferentes circunstancias y bajo diversos tipos de conflictos o disputas. A la conflictividad de lo social solo puede hacérsele justicia acabadamente si se establece el carácter contingente de aquello por lo que se lucha. En este contexto, el aparecer o el mostrar(se) como invariante o necesario de ciertas creaciones sociales será presentado como un determinado proceso susceptible de crítica.

Una última característica merece ser destacada con respecto a la idea y posibilidad de una teoría sobre lo social dentro del contexto contemporáneo. En la crítica a las formas legadas por la modernidad –y en la presencia todavía en ella de las huellas de la metafísica– se ha objetado la centralidad que esa tradición todavía asignaba a la teoría por sobre la práctica. Ecos de esa primacía podían todavía oírse en la máxima epistemológica de una neutralidad exigida al científico, si este procuraba dar carácter de cientificidad al producto de su investigación. El científico debía alejarse de su objeto de estudio y de todos los condicionantes empíricos de su subjetividad que podían entorpecer el transcurso de su pesquisa para asegurar de ese modo objetividad a sus resultados.

En el tránsito de la modernidad a otras formas de pensar la relación de la teoría con su objeto de estudio se ha resaltado cada vez más la dependencia de la teoría de los contextos concretos de los cuales surge y a los cuales se aplica. Esta dependencia no solo tiene el efecto de revertir el primado de la teoría por sobre el de la práctica, sino el de hacer consciente a la propia teoría del lugar que ocupa como tal en la constitución y reproducción de aquello que debe estudiar. No se trata aquí de relativizar la necesidad de buscar objetividad en toda investigación social cuanto en hacernos conscientes sobre todo de ese último hecho. En el plano de lo social este desarrollo repercute de una manera diferente del de lo natural y por supuesto tiene repercusiones sobre la forma en que concebimos la objetividad de ese campo.

Esta constatación está llena de consecuencias epistemológicas y políticas. Por un lado, ha servido para desarrollar posiciones epistemológicas en las variantes del constructivismo y, por otro, ha servido para destacar el papel crítico que, más allá de la intencionalidad del investigador, tiene por sí misma la teoría. En el transcurso de este trabajo, las diversas facetas de estos posicionamientos se irán desarrollando a través de diferentes teorías centrales para la reconstrucción y el desarrollo de una ontología social. La autocomprensión constructivista y crítica de la teoría en la salida de la modernidad ha llevado a acentuar rasgos que deben ser abordados y profundizados en la presentación de una ontología de ese tipo.

Así como se produce una reinterpretación de las perspectivas globales sobre lo social, el acceso privilegiado de la filosofía social, el desocultamiento de identidades fijas fungiendo como elementos últimos y la primacía de la teoría por sobre la praxis que le da origen, de igual modo se terminará de romper con una concepción objetivista del campo social para la cual las producciones propias de ese ámbito están ya naturalmente dadas por fuera de las prácticas que les dan origen y para la cual la tarea de las teorías debería ser reflejarlas lo más adecuadamente posible. Como consecuencia de esa ruptura, se reinterpretará una concepción exclusivamente representacional de los enunciados que buscan dar cuenta de las dinámicas de esos espacios en la medida en que esa función es solo una de las funciones de las prácticas discursivas en esos planos.

3. El lenguaje después del giro lingüístico

Muchas de las características de este nuevo escenario y esta manera novedosa de considerar los elementos objeto de investigación fueron posibilitadas por una crítica a la metafísica y a la ontología tradicional proveniente de varias corrientes. Aunque algunos autores de esas líneas vieron a los conceptos como los culpables de las estructuras reificantes de la metafísica occidental,16 muchas otras ofensivas provinieron de planteos que intentaron poner en el centro alguna forma de lenguaje como modo de acceso y solución a los problemas fundamentales dejados sin resolver por esa ontología. La importancia otorgada a la teoría, el lugar de constitución de una mirada teórica en la praxis de las interacciones cotidianas, el carácter de los objetos y las relaciones entre los diferentes saberes fueron ahora abordados por un conjunto de esquemas que intentaron desentrañar las capacidades contenidas en diferentes modos de lingüisticidad y su relación con estructuras y prácticas colectivas.

Cuando se despliega una mirada histórica sobre el desarrollo de la filosofía de las últimas décadas, puede verse el siglo XX dominado por el giro lingüístico y un siglo XXI en el que comienzan a surgir figuras problematizando esa centralidad otorgada al lenguaje en muchas de las teorías del período anterior. En este sentido, esas figuras señalan la necesidad de abandonar ese protagonismo e incluso dejar de lado la trascendencia asignada en general al discurso o a la comunicación como paradigma para poder resolver una serie de problemas que ese paradigma prometía solucionar, pero cuya promesa parece no poder cumplir.17

En efecto, el giro lingüístico estuvo propiciado por aquellos que vieron en el lenguaje –en sus diferentes dimensiones– un modo de resolver las viejas cuestiones que la modernidad y la ontología precedente dejaba pendientes. Así, el pensamiento, la percepción, la praxis humana y la autoconciencia fueron abordadas y explicadas desde la capacidad contenida en el uso de los sistemas de signos. Como se verá más adelante, el mundo social también fue descifrado a partir de las estructuras constitutivas de la praxis lingüística y todos sus elementos fundamentales fueron aclarados mediante las reglas y los procedimientos con los cuales se descifraba a esa práctica.

El cambio de siglo pareció traer una serie de voces manifestando la necesidad de pensar muchas de las cuestiones que el paradigma del lenguaje creyó zanjar desde otras perspectivas y desde otros dispositivos que no fueran las prácticas discursivas. Así, aparecieron planteos pensando esos antiguos temas desde las prácticas,18 desde nuevas formulaciones del materialismo19 o nuevas concepciones de lo mental. A lo largo de este trabajo se irán mencionando e incluso discutiendo algunas de estas nuevas propuestas.

El problema latente con varias de estas teorías es que al ser reacciones tajantes a la importancia excesiva del lenguaje otorgada en décadas anteriores pueden terminar muchas veces depositando todo el potencial explicativo en un solo elemento, recayendo por ello en una serie de inconvenientes. El primero de ellos es una especie de nuevo reduccionismo. Es decir, si acusaban a los antiguos bosquejos de ser reduccionistas al explicar todo a partir de un solo componente, estos nuevos esquemas también recaerían en ese viejo vicio al procurar desentrañar, por ejemplo, la clave de la estructura social mediante un solo dispositivo. A esto debería sumarse el hecho de que el lenguaje, en algunas ocasiones, es desplazado completamente del cuadro explicativo, recayendo también de esta manera en definiciones no plausibles acerca del surgimiento, por ejemplo, del significado de las acciones sociales, los lazos comunitarios, así como las estructuras decantadas de esas interrelaciones. Frente al nuevo escenario que parecen abrir estas formulaciones, lo más apropiado parece ser no adoptar rápidamente algunas de estas propuestas y abandonar las ideas precedentes típicas del paradigma lingüístico. Esta coyuntura parece ser la oportunidad para adoptar otra actitud con respecto a estas nuevas configuraciones, así como a la idea de “giro” en general.

Es decir, desde nuestra perspectiva este nuevo panorama no significa que el lenguaje ya no tiene nada que ver con la forma de concebir nuestra subjetividad, nuestros lazos sociales o la realidad social en general. Más bien en este nuevo escenario la lingüisticidad sigue siendo un elemento imprescindible en la forma de interpretar nuestras prácticas, nuestra individualidad y el mundo social en el cual nos desenvolvemos. No es posible pensar tampoco en este nuevo panorama de un modo correcto acerca de cómo se constituyen los elementos de las estructuras sociales si no se tiene en cuenta también a la praxis lingüística. Otros componentes pueden entrar ahora en la consideración, pero no pueden faltar las prácticas discursivas.

Esta posición propuesta aquí puede verse perfectamente reflejada, por ejemplo, en el posestructuralismo.20 Allí se abandona, en algunas fórmulas, la centralidad del lenguaje en cuanto nueva forma de filosofía primera con la cual explicar todos los aspectos tradicionales de la filosofía. No obstante, no se deja de lado lo lingüístico como tal a la hora de abordar y proponer soluciones a esos problemas. Aún más, el discurso no es solo un elemento junto a otros en esa tradición sino un componente ineludible, al punto de que lo social mismo es entendido en algunos planteos de modo enteramente discursivo. En la medida, por ejemplo, en que los procesos de constitución de sentido son centrales a la configuración de la socialidad, también lo será alguna forma de articulación simbólica. Podríamos decir incluso que, en el caso de ciertas variantes de posestructuralismo, se reemplaza la ausencia de una estructura social total que ya la teoría no puede revelar por un conjunto de prácticas discursivas constitutivas de ese ámbito, demostrando el rol clave que el lenguaje tiene todavía allí.

Como se ha señalado,21 esta evolución a partir del paradigma representado por el giro lingüístico puede entenderse como un movimiento de ampliación, tal como el posestructuralismo puede entenderse no como una ruptura total con el estructuralismo, sino como una reelaboración y profundización de sus premisas.22 Esta ampliación consiste en lo siguiente: con ese giro aparecieron elementos y relaciones entre esos elementos que no podían ser explicados sin el lenguaje, pero que tampoco podían ser explicados solo con él, es decir, no podían reducirse a cuestiones lingüísticas. Esto quedará claramente ejemplificado en el cuerpo del trabajo cuando se aborde la importancia asignada a este factor en las posiciones estructuralistas y los callejones sin salida a los cuales conducen esos enfoques. La necesidad de recurrir a otras instancias –además de las propias lógicas internas de las estructuras semánticas– para poder explicar cómo se constituye el mundo social ilustrará de modo claro la necesidad de apelar a otros recursos que en principio no son las prácticas discursivas mismas. Estos otros componentes en consideración no serán sin más otros componentes, sino unidades que, en su interrelación constitutiva con el lenguaje, pueden dar una explicación más adecuada de los órdenes del mundo social. La reconstrucción de una ontología en este campo debe necesariamente poner en el centro la interrelación necesaria de esas unidades sin las cuales no habría estructuras sociales. De cualquier forma, el lenguaje sigue siendo un elemento imprescindible en la constitución de esas estructuras comunales.

De este modo, ampliar el espectro demarcado por el giro lingüístico no significa quitarles a las prácticas simbólicamente mediadas el lugar central que ocupan como formadoras, por ejemplo, de los individuos en su situación social y en el mundo establecido a partir de estas. Si bien en interrelación con otras estructuras, esa praxis permanece en un lugar destacado como componente esencial en la conformación de una ontología de ese espacio, tal como aquí se la plantea. Esto es ni más ni menos lo que una extensión y desarrollo del giro lingüístico más allá de sí exige, evitando recaer en los viejos problemas que ese giro dejó tras de sí. El nuevo escenario abierto sería el de un conjunto de factores fundamentales en la conformación de una ontología social no recurriendo a uno solo de ellos.

Un aspecto interesante planteado por esta forma de pararse frente a lo que fue el giro lingüístico es la no necesidad de pronunciar ningún nuevo giro dentro del pensamiento filosófico, social o político, como es la costumbre en el panorama contemporáneo. Al menos en el sentido de no tratar de volver a plantear otro componente como la nueva entidad a partir de la cual se podría revelar la constitución del mundo social, el pensamiento, la praxis de los individuos o finalmente la subjetividad en su totalidad. No se trata ya de agotar las explicaciones en torno a un nuevo mecanismo, fungiendo ahora como el centro de un nuevo paradigma.

Me parece que el escenario en el que nos sitúan las críticas a la modernidad y al viejo pensamiento metafísico ontológico es correrse de esa necesidad de pensar el lenguaje tal como se lo venía pensando, es decir, como una plataforma a partir de la cual podemos dar explicaciones a casi todos los problemas que esa modernidad o ese pensamiento metafísico ontológico no había podido darles un cierre. En gran parte, la ontología social que se intentará presentar en sus rasgos generales en este trabajo se abstiene de postular a uno de los factores mencionados en ella como el más básico o esencial a la hora de bosquejar sus trazos generales. Esto parece lo más adecuado en un panorama que aparenta no tolerar más ordenaciones jerárquicas o fundacionales como las que eran tan afectos en la modernidad.23

En este sentido, la estructura del trabajo estará ordenada del siguiente modo. En el primer capítulo se presentará la idea general de una ontología social y bajo qué formas ha aparecido en las primeras indagaciones acerca de las organizaciones comunitarias y las maneras en las cuales ha reaparecido en las investigaciones contemporáneas. En ese racconto se diferenciarán las propuestas según qué tipo de perspectiva hayan elegido para abordar los problemas centrales acerca de cómo se constituyen las dimensiones o los componentes elementales de la socialidad. Así, se describirán brevemente las perspectivas individualistas, las colectivistas, las teorías de las prácticas, entre algunas otras. Igualmente aparecerán allí, también de un modo breve, los esquemas naturalistas y los intencionalistas. El objetivo de ese capítulo es aportar elementos críticos a los esquemas individualistas, los naturalistas, así como también a los intencionalistas.

En el segundo capítulo se abordará el problema del constructivismo. Este es un tema ya demasiado transitado, pero es en algún punto inevitable para el desarrollo de esta presentación. Muchos de los planteos contemporáneos en ontología social tales como el intencionalista, las teorías del discurso, el neomarxismo se entienden a sí mismos como constructivistas, por lo que es necesario aclarar qué se comprende por ese término para evitar confusiones acerca de cómo debe ser entendido este trabajo. El objetivo del capítulo es sostener una diferencia señalada al principio del libro entre una forma de constructivismo radical y un constructivismo social. En este sentido, se describen las primeras formas de constructivismo y se marcan las diferencias con el constructivismo social. Asimismo, se busca aportar allí elementos para respaldar una versión materialista de este último.

El tercer capítulo trata directamente las teorías del discurso –posibles de ser comprendidas como ontologías sociales, constructivistas y con una centralidad otorgada a las prácticas lingüísticas– superadoras en cuanto al desarrollo alcanzado por otras formas de constructivismo radical y social. El objetivo allí es constatar que muchas de esas teorías tienen una concepción de las prácticas discursivas a las cuales se les asigna un rol clave en la constitución y reproducción de los componentes básicos de la sociedad. De todas maneras, se les asigna tal relevancia que terminan adoptando una configuración totalizante, impidiéndoles sostener una distinción fundamental –o no dándole la visibilidad adecuada– entre prácticas discursivas y no discursivas. Asimismo, esa visión totalizadora de esas prácticas las lleva a adoptar una perspectiva tan estructural que terminan descuidando las mediaciones pragmáticas en los meso y microniveles de la interacción. En los casos en que se presta atención a esos ejes, no se lo hace de una manera lo suficientemente detallada como para reconstruir todas las capacidades ontológico-sociales contenidas en esos planos.

El cuarto capítulo ahonda precisamente en una serie de teorías centradas en la comunicación que han tematizado in extenso esos niveles de la intersubjetividad. Allí puede verse con más complejidad qué dimensiones configura la interacción mediada por la performatividad del habla y cómo se relaciona con los otros planos constitutivos de la estructura social. A través de una discusión con algunos de esos planteos, se busca sostener también que esas prácticas solo pueden ser entendidas sobre el trasfondo de un lenguaje compartido, impidiendo de esta manera tener una concepción acotada de lo lingüístico, como sucede en algunos de esos esquemas.

El último capítulo examina el problema de la ideología. Esta es una cuestión que debe incluirse en un libro sobre ontología social pues muchos planteos dentro de los trabajados aquí conciben a las estructuras sociales constituidas por prácticas discursivas, entre ellas a las ideologías. Las ideologías serían desde esta perspectiva prácticas, no solo lingüísticas o simbólicas en general, sino también constitutivas de las dimensiones fundamentales de una ontología de ese espacio. A esta circunstancia se suma que, continuando con una tradición del marxismo, esta manera de comprender a las ideologías las entiende de un modo material, encarnada en instituciones y prácticas. Por lo tanto, la centralidad de estas formaciones en la conformación de los planos básicos de la sociedad termina decantando claramente y su inclusión así como su tratamiento dentro de este proyecto está más que justificada. En este trabajo se trata de continuar con esta concepción; de todas formas, se procura señalar que este modo de entenderlas puede dificultar también otra herencia del marxismo como es la crítica de las ideologías. Tradición esta última que este libro procura continuar.

1. G. Bertram, “Metaphysic und Metaphyskkritik”, en R. Klein, J. Kreuzer y S. Müller Dohm (Hrsg.), Adorno Handbuch. Leben - Werk - Wirkung. Stuttgart, Metzler, 2011, p. 405.

2. I. Testa, “Ontology of the false state: On the relation between critical theory, social philosophy and social ontology”, Journal of Social Ontology, 1 (2), 2015, pp. 275.

3. T. Adorno, “Die Idee der Naturgeschichte”, en Gesammelte Schriften, Bd. I: Philosophische Frühschriften, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 2003, pp. 345-365.

4. I. Testa, “Ontology of the false state. On the relation between critical theory, social philosophy and social ontology”, pp. 274 y 285.

5. J. Clam, Was heisst, sich an Differenz statt an Identität orientieren? Zur De-ontologiesierung in Philosophie und Sozialwissenschaft, Constanza, UVK, 2002.

6. J. Clam, Was heisst, sich an Differenz statt an Identität orientieren?, p. 29.

7. I. Testa, “Ontology of the false state”, p. 287.

8. M. Jay, Marxism and Totality: The adventures of a concept from Lukács to Habermas, Berkeley, University of California Press, 1984.

9. O. Marchart, Das unmögliche Objekt. Eine postfundamentalistische Theorie der Gesellschaft, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 2013, p. 9 y U. Stäheli, Poststrukturalistische Soziologien, Bielefeld, Transcript, 2000, pp. 7-8.

10. T. Bonacker, “Gesellscaft: Warum die Einheit der Gesellschaft aufgeschoben wird”, en S. Moebius y A. Reckwitz (Hrsg.), Poststrukturalistische Sozialwissenschaften. Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 2013, pp. 27.

11. T. Bonacker, “Gesellscaft: Warum die Einheit der Gesellschaft aufgeschoben wird”, p. 31.

12. M. Saar, “What is social philosophy? Or: order, practic, subject”, en Proceedings of the Aristotelian Society, vol. CXVIII, Part 2, 2018, p. 210.

13. U. Stäheli, Poststrukturalistische Soziologien, p. 9.

14. J. Clam, Was heisst, sich an Differenz statt an Identität orientieren?, pp. 16-33; O. Marchart, Das unmögliche Objekt, p. 52, y M. Saar, “What is social philosophy?”, p. 208.

15. M. Thompson, “Marx, Lukács and the Groundwork for Critical Social Ontology”, en Georg Lukacs and the Possibility of Critical Social Ontology, Chicago, Heymarket, 2020, p. 435.

16. M. Saar, “Critical Theory and Poststructuralism”, en P. Gordon, E. Hammer y A. Honneth (eds.), The Routledge Companion to The Frankfurt School, Nueva York, Routledge, 2019, pp. 324-325.

17. G. Bertram et al., In der Welt der Sprache. Konsequenzen des semantichen Holismus, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 2008, y H. Knoblauch, “Das Ende der linguistischen Wende. Von der Sprachsoziologie zur Wissenssoziologie”, en B. Orth, T. Schwietring y J. Weiss (Hrsg.), Soziologische Forschung: Stand und Perspektiven. Ein Handbuch, Opladen, Leske+Budrich, 2003, pp. 581-593.

18. T. Schatzki, “Introduction: Practice theory”, en T. Schatzki, K. Knorr Cetina y E. von Savigny (eds.), The Practice Turn in Contemporary Philosophy, Londres, Routledge, 2001, pp. 10-23.

19. D. Coole y S. Frost (eds.), New Materialisms: Ontology, agency and politics, Durham, Duke University Press, 2010, y K. Hoppe y T. Lemke, Neue Materialismen. Zur Einführung, Hamburgo, Junius, 2021.

20. J. Bohman, “Two versions of the linguistic turn: Habermas and Posestructuralism”, en M. Passerin d’Entreves y S. Benhabib (eds.), Habermas and the Unfinished Project of Modernity: Critical essays on the philosophical discourse of modernity, Cambridge, Polity Press, 1996, pp. 197-220.

21. G. Bertram et al., In der Welt der Sprache, p. 10.

22. S. Moebius y A. Reckwitz, “Einleitung. Poststrukturalismus und Sozialwissenschaften: Eine Standortbestimmung”, en Poststrukturalistische Sozialwissenschaften, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 2013, p. 10.

23. M. Saar, “Critical theory and poststructuralism”, pp. 325-326.

CAPÍTULO 1 Las bases ontológicas de lo social

La búsqueda de los elementos característicos de lo social, de una manera específica e independiente de cualquier otra rama de investigación, no tiene mucha historia, si se la compara con otras disciplinas. La filosofía tradicionalmente ha ignorado este ámbito como un área diferente, por ejemplo, del ámbito político o de la metafísica.1 Está claro que para que hubiera una inquietud siquiera por cuáles son los mecanismos que identifican a este espacio debía producirse un desarrollo histórico que hiciera aparecerlo claramente