Presencias - David Estopier - E-Book

Presencias E-Book

David Estopier

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Beschreibung

El autor confiesa que, en estos 14 cuentos, empeñado en deshacerse de las Presencias las escribe. Algunas están ahí. Son casi imperceptibles, pero están, han descrito los sucesos aquí narrados a través de él. Cada cuento revela, además de situaciones explícitas, manifestaciones implícitas de algo o de alguien que aparece y se desvanece por falta de evidencias tangibles. Los hechos no terminan de hacerse cuando aparecen otros nuevos que los transforman y cada hecho saca sus propios desenlaces sin importarle la lógica amarrada a las secuencias y consecuencias comunes.

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presenciasPrimera edición: febrero 2023 ISBN: 978-607-8773-53-4

© David Estopier © Gilda Consuelo Salinas Quiñones (Trópico de Escorpio) Empresa 34 B-203, Col. San Juan CDMX, 03730 www.gildasalinasescritora.com Trópico de Escorpio

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase al CeMPro (Centro Mexicano de Protección y Fomento de los Derechos de Autor, http://www.cempro.org.mx).

Distribución: Trópico de Escorpio www.tropicodeescorpio.com.mx Trópico de Escorpio

Diseño editorial: Karina Flores

HECHO EN MÉXICO

PREFACIO

Empeñado en deshacerme de las presencias las escribo. Algunas están aquí. Son casi imperceptibles, pero están, han descrito los sucesos aquí narrados a través mío. Cada cuento revela además de situaciones explícitas, manifestaciones implícitas de algo o de alguien que aparece y se desvanece por falta de evidencias tangibles. Los hechos no terminan de hacerse cuando aparecen otros nuevos que los transforman y cada hecho saca sus propios desenlaces sin importarle nuestra lógica amarrada a las secuencias y consecuencias comunes.

JULIA

I

Así anduve desde aquel día, de un lado a otro, de pueblo en pueblo, sentado en cada banca de jardín, alterando el paisaje. Lo intenté en cada fonda, en cada café. Nada, ninguna revelación me consoló. No la encontré, solo abracé con fuerza el sabor de su boca, el aroma de su piel y la imagen suya antes de huir.

II

Julia sacó la hogaza crujiente del horno, la partió por la mitad, me ofreció aquel trozo dorado lleno de aroma. Habíamos desordenado la cama y perfumado el silencio. Nos sentamos a la mesa hambrientos, ilusionados. ¿Cómo olvidar su boca?, aquellos ojos miraban mi expresión mientras probé el pan. Le entregué un anillo de oro con su nombre grabado al interior. La tarde se asentó en el pueblo de Milte, el trigal se enderezó con el viento.

Cuando llegaron, oí sus pasos, gritos y golpes tras la puerta, recuerdo que corrió, logró escapar. Yo me quedé, me golpearon, me confundieron y fui acusado. Cuando todo se aclaró regresé, ella no estaba; la casa de madera se encontraba casi vacía, el horno frío, el trigal en silencio, un trozo de pan sobre la mesa, mi corazón también estaba en trozos. No quiero perderla, por eso anduve sin rumbo, probando hogazas en cada vendimia, en cada local, ninguna hogaza sabía igual, ninguna. Imaginé que podría encontrarla si reconocía el aroma de aquel pan horneado. Desde entonces voy errante por caminos y trigales.

III

Cuando salió de la casa, Julia corrió desesperada, como si debiera ocultar algo. No sabía qué debía de esconder, no sabía ni siquiera a qué se debían los gritos y las amenazas, pero su instinto le decía que corriera. Desde hace días en el pueblo de Milte los hombres estaban buscando algo o a alguien y ella no quería ser esa alguien.

No supo cuánto tiempo corrió, pero cubierta por la noche se sentó junto a un árbol. Estaba sudando, apenas si podía jalar aire. A lo lejos aún escuchaba voces. El trigal cuchicheaba y el bosque murmuraba. Julia trató de calmarse y aflojó los puños. Se dio cuenta de que traía el anillo en la mano. Lloró de tristeza y de rabia. Volvió a apretar el puño. Con sigilo se enderezó y siguió caminando cerca de algunos matorrales. A cierta distancia se observaba la luz de algunas casas de Quintana, el pueblo vecino. La mujer decidió dirigirse hacia allá.

IV

Los caminos alimentan el azar, ¿cómo iba yo a saber que me esperaba una sombra? A lo lejos, calle abajo, una silueta oscura estiró los brazos huesudos, me interceptó. Sostenía un breve canasto de pan, lo acercó. Tuve que detenerme. La tarde estaba a punto de morir. No distinguí el rostro, con su mano flaca quitó el pequeño mantel que cubría los panes. El aroma me dejó sin aliento. Era inconfundible. La mujer se sobresaltó al ver mi expresión. Me ofreció una hogaza más bien pequeña, aún tibia.

—¿De dónde la sacaste?

No contestó, me retiró el pan para envolverlo en papel y me lo entregó.

Le ofrecí dinero. Lo tomó y se puso en marcha mientras decía en voz alta palabras que no entendí. Al escucharla, algunos comenzaron a acercarse, intenté gritar, pero al ver que más gente se acercaba me contuve; a pesar de su edad se fue de prisa como se van las sombras. Después de unos instantes comencé a caminar despacio en la dirección en que la vieja huyó, mientras la gente me observaba a cierta distancia. Cuando vi que perdieron el interés en el asunto corrí, di muchas vueltas por calles y calles, pero no localicé a la mujer. Descontrolado regresé con el envoltorio de pan en la mano, fui al hostal, pedí un café y saqué lentamente mi pan. Sentí de nuevo aquella sensación enigmática, áspera al tacto, firme y a la vez tersa; gentil. Lo partí. El sonido de la costra abrió camino en mi pecho, la recordé. El migajón era suave, moreno, discretamente esponjado.

V

Los parientes no se escogen. Cuando Julia llegó a la casa de su hermana, el cielo aún estaba oscuro, tocó a la puerta. Su hermana la reconoció de inmediato. No se abrazaron, se miraron fijamente. La herida era tan grande que ninguna de las dos dijo palabra. No hubo marcha atrás ni reconciliación. No la invitó a pasar. Después de unos interminables segundos la puerta de madera oscura volvió a cerrarse. Julia no había sentido el frío de la noche, pero ahora sentía un frío extremo que le congelaba la sangre. Dio media vuelta y comenzó a caminar por las calles del pueblo. Recordó algunas cosas. Conforme el cielo se aclaraba, el ruido del pueblo comenzó a aumentar. El capataz y dueño, don Jacinto, estaba afuera recibiendo los costales de harina cuando miró a la mujer que apenas podía caminar y luego a unos metros se desplomó. Don Jacinto pidió ayuda a los cargadores y la llevaron adentro. Dos de ellos fueron a buscar al médico por instrucciones del capataz, otro se quedó ahí, mirando a la mujer mientras Jacinto terminaba de recibir los costales.

El hombre miró la mano apretada de Julia que poco a poco se soltaba y dejaba ver un destello dorado. Sin pensarlo abrió la mano y ella semiinconsciente, hizo un último esfuerzo por apretar el puño en el instante en que el médico entró junto con una mujer. La llevaron al consultorio. Julia se recuperó un poco. Despertó por completo cuando el consultorio estaba solo. Miró su mano vacía. Afuera el médico atendía a algunos pacientes. La mujer miró la puerta del pequeño traspatio. Salió de ahí sigilosa. Fue directo al molino y entró por la panadería. Don Jacinto la reconoció de inmediato. Le pregunto en dónde vivía, ella fingió no recordar la dirección exacta, pero dijo que en el lejano pueblo de Atenpa, había perdido a su familia, que no tenía dónde vivir, pero que era buena para cuidar el trigal del gorgojo y para preparar masa, sobre todo para hacer pan; necesitaba ayuda.

VI

Cuando la conocí estaba en la calle, sentada, con su canasta sobre las piernas. No sé por qué me acerqué a ella. Había más vendedoras de pan en esa zona del pueblo, pero algo en esa mujer me llamó la atención. Cuando levantó la vista quedé prendado de sus ojos; negros, brillantes y sinceros. Me puse en cuclillas para escoger una hogaza sin saber que en realidad estaba eligiendo un destino. Todos los días, después de una semana, fui a comprar pan a ese lugar. Estaba de visita en el pueblo. Venía desde el lejano Atenpa a vender en Milte dos sillas españolas de montar que mi padre había dejado. Yo no las usaba y necesitaba completar el dinero para empezar mi vida en otro lugar. Los ojos de aquella mujer, que después supe se llamaba Julia, hicieron que decidiera permanecer más tiempo en Milte a pesar de que había vendido bien las sillas.

En su jacal pasamos varios días. Me hice adicto a su mirada, a los besos de su boca y a sus piernas, pero también a su pan horneado. El aroma de su piel tenía un olor a algo que decidí llamar mujer-pan. Sus manos y en general su cuerpo tenían una fragancia que me hacía quedarme en ella y con ella.

Siempre he sido bueno para trabajar la madera, así que no me resultó difícil conseguir trabajo en un taller de Milte. No obstante, las personas me miraban como extranjero. Los rumores de una banda de asaltantes habían llegado al pueblo y yo era visto como desconocido. Sin embargo, el dueño del aserradero me recibía bien, le gustaba mi trabajo y sobre todo me pagaba a tiempo. El latido del corazón es variable, pero en ese momento las cosas caminaban en orden.

VII

Para sorpresa de Jacinto, su mujer recibió a Julia con agrado. Felipa era una sesentona que hacía mucho requería platicar con alguien más joven, así que no dudó en prepararle un catre y mandarla a arreglar la pequeña covacha. Ahí se hospedó Julia varios días.

Don Jacinto, capataz y dueño estaba feliz, el pan horneado mejoró muchísimo. Julia permanecía seria y no hablaba casi con nadie. El capataz mantenía a raya a los panaderos para que no la molestaran y él mismo en su momento le había dado una explicación al doctor para justificar la salida de la mujer.

Todos los días Julia se levantaba en la madrugada y ayudaba a preparar el desayuno, aseaba su cuarto, se daba un baño y salía a eso de las cinco y media, hacia el trabajo. Ya para entonces, la harina estaba lista y ella comenzaba a amasar y preparar el horno, el pan caliente estaba disponible desde las ocho. Julia trabajaba con esmero, casi no hacía pausas para descansar. De vez en cuando intercambiaba algún comentario para preguntar nombres y cómo es que la habían encontrado. Por la tarde, después de sacar las hogazas vespertinas, se apresuraba para ir con la señora Felipa y ayudar en los quehaceres de la casa.

Tres días posteriores a su llegada al molino, se enteró de que un cargador estaba vendiendo un anillo. Nadie se lo había comprado. Todos suponían que lo había robado. Ella no dijo nada.

VIII

Cuando el marido de la hermana de Julia le preguntó quién había tocado a la puerta, ella no le contestó. Ya casi no hablaban. Aquel hombre era realmente una carga. La maltrataba con sus borracheras y ella se desquitaba con silencio. Vivían así desde que ella descubrió que él robaba cosas para venderlas y sacar dinero que por supuesto no llegaba a sus manos.

Se fue a llorar en silencio a la cocina mientras preparaba una vianda. Se sintió devastada, su laberinto era muy grande. Tenía rabia y angustia, remordimiento y temor y no tenía con quien desahogarse. El hombre tomó la vianda y se fue. El portazo la sobresaltó, pero también le hizo sentir calma.

IX

Aquel sábado Julia se despertó a las tres de la mañana, tenía claro su plan. Llegó a la panadería a las cuatro y buscó a uno de los hombres, aún no estaba preparada una parte de la masa, todavía estaban descargando materia prima. Los cargadores se movían activos. El hombre señaló al tipo que la había cuidado mientras estaba desmayada y ella argumentó que quería darle las gracias, así que el panadero salió por un momento del cuarto de preparado. Julia esperó agazapada tras una mesa a que el hombre descargara el costal, tomó un rodillo de metal y lo golpeó en la cabeza con todas sus fuerzas. La cabeza rebotó en la esquina de la mesa. El cargador cayó muerto. Julia trató de controlarse, buscó en los bolsillos del hombre y encontró el anillo. No supo qué hacer, así que lo metió dentro de la masa. Cuando el panadero entró, encontró a Julia llorando con una parte de la blusa desabotonada, el cabello desordenado, algunos botones en el piso y al cargador tendido, muerto. Ella argumentó que aquel hombre la había tratado de violar. Aprisa llamaron a la policía. Don Jacinto entró espantado. Media hora más tarde la hermana de Julia se lanzó llorando sobre el cadáver del difunto. La policía se llevó detenida a Julia.

X

La segunda mordida de pan fue una experiencia mayúscula, me hizo recordar la niñez y mis paseos junto a mi madre, revisando el trigo, cuidando que los silos no se contaminaran con el gorgojo o que no se humedecieran los granos. Mientras masticaba suavemente el pan vi colores dorados y sentí los aromas rozando mi nariz. No hubo la menor duda, ese pan solo podía estar hecho por Julia. En el hostal pedí razón de las canasteras, el molino y la panadería. No era difícil. Aunque un poco en las afueras, al igual que en Milte, las mujeres acudían temprano a comprar a buen precio el pan recién salido para llevar al mercado y a las plazas y venderlo aún tibio. Al caer la tarde el ritual se repetía. Quintana era un pueblo pequeño incluso más que el de Milte. Caminé por un sendero alumbrado por el poco sol que quedaba y pude ver a lo lejos las torres del molino. Un rato después pregunté por aquella mujer, pero nadie supo su nombre ni dio indicios de conocerla. Lo más que pude obtener de información, fue lo que el vendedor de pan me dijo respecto a una vieja extraña y flaca que pagó y se fue sin decir palabra, no la había visto antes y me señaló la calle hacia la que se dirigió.

XI

En el juzgado de Quintana, Julia, el panadero y los cargadores fueron interrogados varias veces. Nadie comentó que Julia había llegado antes a la panadería, si lo hubieran hecho se habrían dado cuenta de que ella no hizo el quehacer matutino y que doña Felipa estaba realmente furiosa. Durante su declaración, el panadero argumentó que la joven había llegado días antes y que él no hizo sino salir a buscar algo y la dejó sola por un momento cuando el hombre que cargaba un costal de harina, quien por cierto se llamaba Benjamín, entró al área donde ella esperaba. No habló de su plática con Julia y logró salir casi de inmediato de la oficina del juzgado. Los cargadores solo dijeron que Benjamín andaba muy callado esos días. No comentaron nada respecto al anillo y salieron unos minutos después del panadero. Julia estuvo horas y horas sin comer soportando la mirada lasciva de los empleados, sobre la blusa sin botones y su cabello despeinado. A las cinco de la tarde doña Felipa se presentó para exigir que liberaran a la joven. No hubo ley que se sostuviera ante el carácter de aquella señora furibunda que tomó del brazo a Julia y la sacó de ahí sin más argumentos que los suyos.

De la conversación entre Felipa y Julia solo se sabe que al final lloraron y se dieron un abrazo.

Nadie se enteró de que Julia tenía una hermana en el pueblo ni de que el fallecido era su cuñado. Dada la situación del accidente o lo que decidieron denominar accidente, no se solicitó autopsia. El médico por puro trámite expidió el acta de defunción correspondiente. Si hubiera revisado con detalle se habría percatado de que la lengua del muerto estaba completamente negra.

Al día siguiente Julia se había ido.

XII

Llegaba la tarde, la mujer ya estaba en la fila y se acercó como todas a la mesa de reparto, era una mujer vieja y oscura. Ninguna la conocía ni la volvió a ver. Fue de las primeras en acercarse. El vendedor de pan estuvo a punto de preguntarle algo pero no se atrevió, algo en ella causaba silencio. Escogió con cuidado pocas piezas, extendió la mano con el dinero exacto como si ya supiera el precio. Pagó y se marchó de prisa, no habló con ninguna otra compradora, algunas la observaron irse y se desentendieron del asunto. La vieja tomó un camino específico y diferente a los lugares donde usualmente se vendía mejor el pan. Durante su