Y si fuera cierto - David Estopier - E-Book

Y si fuera cierto E-Book

David Estopier

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Beschreibung

Cuentos que nacen de un hilo de luz colgado en la ventana. Personajes que atraparon al autor para llevarlo a su mundo y convertirlo en su emisario. Cuentos imposibles que se vuelven posibles en ese trotar de fantasías, todas descifradas desde una esfera de luz, desde un bit o desde la muerte, que rima con calle, con polvo, con tapanco, con mueca o con silencio.

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David Estopier Bermúdez

D.R. © 2010, David Estopier Bermúdez

ISBN: 978-607-9281-27-4

Editorial Trópico de Escorpio

Primera edición 2010

Coordinadora de la ediciónAlicia Alonso Vargas

Diseño y formación (interiores y portada)D.G. Ivonne Viart Sánchez

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra –incluido el diseño tipográfico y de portada–, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin consentimiento por escrito del editor.

 

 

Para Muñe por hacer que me lata el corazóncada que parpadeas.

 

Introducción

Los personajes que aparecen en este libro andan por ahí entre nosotros. Sin saber por qué cada uno de ellos, de pronto y por separado, me encontró. Me atraparon y me llevaron a su mundo, luego me regresaron al mío y me dijeron sus razones. No me dejaron hasta que estuvo escrita de manera satisfactoria para ellos la parte que cada uno me contó. Por eso la quiero contar yo también, para ser un emisario de sus relatos.

David Estopier Bermúdez

 

El sueño

Estaba dispuesta a todo por soñar, porque la realidad era ya tan pesada que no era posible dormirse y soñar, todos estaban tan llenos de capacidades, de comunicación, de información, de datos, que ya nadie soñaba.

Todo empezó cuando de pronto apareció en el campo tecnológico la palabra virtual. Es curioso, pero fue derivado de un sueño, de una mente brillante que decidió por todos y que llevó el concepto a lo tangible, rompiendo así, de un zarpazo impecable e implacable, la frontera entre lo que se toca y lo que no.

Las máquinas comenzaron a alojar las posibilidades de la mente, las personas miraban las pantallas cristalinas, asombradas de ver adentro de ellas, cómo un hombre caminaba por las paredes, otros por el techo y otros sobre el agua. Cómo crecían más allá de lo usual los insectos, cómo se hacían los días y las noches con sólo solicitar desde el teclado del ordenador un comando y sin que ello representara mayor dificultad.

Al principio, decía, supimos que todo ello era fruto de los efectos especiales que la electrónica y el video comenzaron a desarrollar, pero después, llevados por la emoción natural, los asumimos como posibles. Ella lo recordó, recordó aquella famosa frase colgada años atrás en la pared de su oficina: What the mind of a person can conceive and believe, it can achieve. Zadip, que desde pequeña era una apasionada de los adelantos y la tecnología, estaba dispuesta en aquel entonces —siendo ya como era emprendedora, joven y brillante— a mirar lo que se imaginaba en las pantallas de los ordenadores, luego en las televisiones, luego en los juegos electrónicos, y así seguía, mirando y mirando, hasta llegar al colmo y después a los límites en los que se encontraba, con una mente que desde días atrás la hacía sentirse vacía y sola, con un síndrome de falta de atención a todo y totalmente deprimida, totalmente dependiente, con los ojos debilitados y los sentidos desprotegidos y torpes.

Había percibido ya que aquello era peligroso, desde que miró en una pantalla uno de sus sueños más queridos, más entrañables, más privados, más disfrutados: volar. Sí, volar como volaba, sobre las ciudades, extendiéndose y tomando altura, a veces hasta de manera temeraria, pero sintiendo el aire y la libertad de una forma indescriptible, se elevaba y sentía su pecho lleno de un aire puro y fresco, peligroso pero no lo suficiente como para dejarlo, llegaba a pasar noches enteras en ese sueño y hasta le daba tristeza despertar y encontrarse en su cama. Ése, el de volar, era su sueño favorito, sin embargo desde que lo encontró en los ordenadores y en los televisores, desde que supo que había juegos donde la gente podía verse volando y configurar algún video, desde que esa posibilidad no sólo estaba en su mente sino que también se había salido, dejó de aparecer en sus noches. Primero no lo percibió porque a veces pasaba muchos días sin soñar, pero después empezó a sentir su ausencia y la de los demás sueños y poco a poco dejó de soñar; dormía, sí, pero ya no soñaba.

Es por ello que, cuando se enteró de una comunidad del sueño, se puso de inmediato a investigar cuántos datos había al respecto. No cesó hasta contactar a ese grupo. Claro que le costó muchísimo trabajo ya que no era un grupo virtual que se reuniera por net meeting, era un grupo presencial, y había que viajar varios kilómetros para llegar al sitio donde presuntamente se reunían. Esa comunidad tenía además ciertos requisitos que condicionaban el acceso: no se debía llevar equipos electrónicos, es decir, no computadoras portátiles, no teléfonos celulares, no dispositivos de audio, nada de eso, sólo la intensión de estar allá por unos días.

Así, después de reflexionar y de darse valor para dejar todo aquello, Zadip adquirió su boleto, esperó el autobús y emprendió el viaje misterioso.

Cuando llegó a aquella ciudad le pareció abandonada, solitaria, vieja y sin nada que llamara su atención, de hecho nadie fue a recibirla y los pasajeros del transporte donde llegó se dispersaron como el humo en cosa de segundos, al igual que el autobús que de manera precipitada aceleró y desapareció por el camino levantando a su paso una ráfaga de polvo que tardó varios segundos en dispersarse, de tal manera que Zadip se encontró sola y sin posibilidad de preguntar a dónde se ubicaba la dirección que llevaba anotada en la pequeña libreta que guardaba en el bolsillo. De manera natural buscó en su bolso de mano el teléfono celular con la intención de llamar para que le indicaran la dirección deseada, pero mientras lo intentaba recordó que no lo llevaba. Luego un poco apresurada y preocupada cerró su bolso y sin pensarlo más comenzó a caminar hacia donde —según su apreciación— se divisaban algunas casas.

El camino fue más largo de lo imaginado y el sol más intenso de lo aparente, por lo que cuando llegó a la primera casa estaba exhausta y sus zapatos cómodos y suaves le parecieron rígidos y secos, al igual que su piel. Se pasó la mano sobre el cabello y notó que había perdido toda suavidad y se levantaba de manera aleatoria al menor contacto, como tratando de huir de su cabeza.

La casa que estaba frente a ella era de madera muy vieja y oscura y el aspecto del color más bien parecía de leña abandonada. Era notoria su inclinación y el techo, también de madera, había querido ser de dos aguas.

Nadie acudió cuando ella tocó a la puerta e insistió, el grosor de la madera de la puerta le dio la impresión de que adentro nada se escucharía. Como sucede en esos casos, la puerta no estaba bien cerrada, así que, después de algunos minutos de tocar con insistencia, Zadip presintió que se abriría. Lo pensó por unos segundos, y por fin la empujó, no sin un pequeño esfuerzo que le hizo reflexionar en el peso de la madera y que además provocó un fuerte crujido, en parte por el tiempo que llevaba cerrada y en parte por la fricción que tuvo la puerta al deslizarse y arrastrarse sobre el piso que era, por cierto, también de madera.

Una vez adentro, lo primero que encontraron sus ojos fue una pequeña mesa que intencionalmente, como después lo sabría, se encontraba frente a la entrada con un papel muy visible que decía: “Bienvenida Zadip”.

A ella le pareció una broma de mal gusto porque se sentía realmente cansada y sedienta y pensó que lo menos que podían haber hecho era irla a esperar, sin embargo estaba agotada y dejó en una silla maltrecha sus cosas, se sentó en otra y apoyó los codos en la mesa que se vino abajo.

Todo parecía sobrepuesto y frágil a pesar de que la casa en sí se veía rústica y firme. Zadip esperó y esperó y como nadie llegaba, sin darse cuenta se fue quedando dormida. Cuando despertó todo seguía ahí: el silencio, la madera, el olor a tierra seca, el calor sofocante, la mesa rota, las sillas. Fastidiada comenzó a caminar en esa pequeña casa y salió, por una puerta que no había descubierto al inicio, a la parte de atrás donde encontró un torno viejo de madera con un banco frente a él, además un grifo y unos montículos de barro. Se apresuró a probar y para su fortuna salió agua; ella bebió rápidamente juntó también un poco entre sus manos y mojó su rostro. Se sintió feliz y experimentó una sensación de tranquilidad. Nuevamente observó su entorno y descubrió que la parte de atrás de la casa no estaba inclinada. La observó detenidamente con curiosidad y sin darle mucha importancia.

Después de un rato de mirar hacia las demás casas que desde ahí se divisaban a lo lejos decidió esperar ahí. Habían pasado más de tres horas desde que llegó y no encontraba rastros de nadie. Abrazada por la sombra que daba la teja en el traspatio decidió intentar algo con el barro. Humedeció un montón que había puesto en el torno previamente y primero intentó amasarlo, mientras lo hacía, se percató de que sus manos habían perdido esa habilidad; le costó bastante trabajo lograr acomodar una masa casi redonda en el centro del pequeño torno. Puso sus pies donde intuyó que se podía hacer que la