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David Ricardo

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El inglés David Ricardo (1772-1823) fue el economista más importante después de Adam Smith.  Principios de Economía Política y Tributación, de 1817, es su obra clave en la economía clásica. Fue el primer tratado completo sobre la disciplina después de La Riqueza de las Naciones, editada más de cuarenta años antes. Ricardo planteó importantes innovaciones analíticas en cuanto a la teoría del valor y la distribución, la ley de los rendimientos decrecientes y la teoría de la renta, la célebre teoría de las ventajas o costes comparativos en el comercio exterior, los impuestos y el paro tecnológico. La profundidad intelectual de Ricardo y la forma notablemente moderna en la que abordaba los problemas económicos, con un elevado y riguroso nivel de abstracción, aun teniendo en cuenta que carecía de una educación universitaria formal, hizo que la influencia de los Principios de Ricardo fuera perdurable, siendo admirado por economistas tan destacados como John Stuart Mill y Karl Marx en el siglo XIX, y después Alfred Marshall, Piero Sraffa y muchos otros hasta nuestros días.

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David Ricardo

PRINCIPIOS DE ECONOMÍA

POLÍTICA Y TRIBUTACIÓN

Título original:

“The principles of political Economy

and Taxation”

Primera edición

Isbn: 9786558944072ᘍ

Sumario

PRESENTACIÓN

El autor y su obra

PRÓLOGO DEL AUTOR A LA PRIMERA EDICIÓN

ADVERTENCIA DEL AUTOR EN LA TERCERA EDICIÓN

PRINCIPIOS DE ECONOMIA POLITICA Y TRIBUTACIÓN

CAPÍTULO I - SOBRE EL VALOR

CAPÍTULO II - SOBRE LA RENTA

CAPÍTULO III - SOBRE LA RENTA DE LAS MINAS

CAPÍTULO IV - SOBRE EL PRECIO NATURAL Y EL PRECIO DE MERCADO

CAPÍTULO V - SOBRE LOS SALARIOS

CAPÍTULO VI - SOBRE LOS BENEFICIOS

CAPÍTULO VII - SOBRE EL COMERCIO EXTERIOR

CAPÍTULO VIII - SOBRE LOS IMPUESTOS

CAPÍTULO IX - IMPUESTOS SOBRE LOS PRODUCTOS DEL SUELO

CAPÍTULO X - IMPUESTOS SOBRE LA RENTA

CAPÍTULO XI - DIEZMOS

CAPÍTULO XII - IMPUESTO SOBRE LA TIERRA

CAPÍTULO XIII - IMPUESTOS SOBRE EL ORO

CAPÍTULO XIV - IMPUESTOS SOBRE LAS CASAS

CAPÍTULO XV - IMPUESTOS SOBRE LOS BENEFICIOS

CAPÍTULO XVI - IMPUESTOS SOBRE LOS SALARIOS

CAPÍTULO XVII - IMPUESTOS SOBRE ARTÍCULOS DISTINTOS DE LOS PRODUCTOS DEL SUELO

CAPÍTULO XVIII - IMPUESTOS PARA LA ASISTENCIA DE LOS POBRES

CAPÍTULO XIX - SOBRE LOS CAMBIOS REPENTINOS EN LOS CANALES COMERCIALES

CAPÍTULO XX - VALOR Y RIQUEZA: SUS CARACTERES DISTINTIVOS

CAPÍTULO XXI - LOS EFECTOS DE LA ACUMULACIÓN SOBRE LOS BENEFICIOS Y EL INTERÉS

CAPÍTULO XXII - PRIMAS A LA EXPORTACIÓN Y PROHIBICIONES A LA IMPORTACIÓN

CAPÍTULO XXIII - SOBRE LAS PRIMAS A LA PRODUCCIÓN

CAPÍTULO XXIV - LA TEORÍA DE ADAM SMITH SOBRE LA RENTA DE LA TIERRA

CAPÍTULO XXV - SOBRE EL COMERCIO CON LAS COLONIAS

CAPÍTULO XXVI - SOBRE LA RENTA BRUTA Y NETA

CAPÍTULO XXVII - SOBRE LA MONEDA Y LOS BANCOS

CAPÍTULO XXVIII - SOBRE EL VALOR RELATIVO DEL ORO, EL CEREAL Y EL TRABAJO EN LOS PAISES RICOS Y POBRES

CAPÍTULO XXIX - IMPUESTOS PAGADOS POR EL PRODUCTOR

CAPÍTULO XXX - DE LA INFLUENCIA DE LA OFERTA Y LA DEMANDA SOBRE LOS PRECIOS

CAPÍTULO XXXI - SOBRE LA MAQUINARIA

CAPÍTULO XXXII - LAS OPINIONES DE MALTHUS SOBRE LA RENTA DE LA TIERRA

ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS

PRESENTACIÓN

El autor y su obra

El inglés David Ricardo (1772-1823) fue el economista más importante después de Adam Smith. Descendiente de la diáspora sefardí que huyó de la Península Ibérica, de ahí su apellido, los Ricardo pasaron a Italia, Holanda y finalmente se instalaron en Londres, dedicándose a las finanzas, actividad en la que David Ricardo alcanzó gran éxito acumulando una apreciable fortuna. Más tarde se dedicó a la política, y sobre todo al estudio de la economía, llegando a ser una de las figuras más importantes de toda la historia de esta ciencia.

David Ricardo era el tercero de diecisiete hijos de una familia judía sefardí que emigró de Países Bajos a Inglaterra antes de su nacimiento. Empezó a trabajar a los catorce años en la Bolsa de Londres como empleado de su padre. En 1793 se casó fuera de la fe judía y las relaciones con su familia se volvieron más tirantes, por lo que Ricardo decidió establecerse por su cuenta. Se especializó en la negociación de valores públicos, prosperó bastante deprisa y para 1815 había amasado una fortuna considerable.

Después de haber adquirido su fortuna en la Bolsa de Londres, se convirtió en terrateniente. En 1819 fue elegido miembro del Parlamento; retuvo el cargo hasta su muerte. En la Cámara de los Comunes sus opiniones gozaban de autoridad, y se ha dicho de él que fue el primero en educar a la Cámara en el análisis económico.

Se retiró de los negocios, lo que le permitió dedicarse a trabajos intelectuales desde muy joven. Su interés por los problemas de la teoría económica se desarrolló hacia la mitad de su vida. Su primer contacto con el tema parece datar de 1799, cuando leyó a Adam Smith. En 1809 aparecieron publicadas sus primeras opiniones sobre economía en forma de cartas a la prensa firmadas por «R» en relación con la devaluación de la moneda.

Principios de Economía Política y Tributación, de 1817, es su obra clave en la economía clásica. Fue el primer tratado completo sobre la disciplina después de La Riqueza de las Naciones, editada más de cuarenta años antes. Ricardo planteó importantes innovaciones analíticas en cuanto a la teoría del valor y la distribución, la ley de los rendimientos decrecientes y la teoría de la renta, la célebre teoría de las ventajas o costes comparativos en el comercio exterior, los impuestos y el paro tecnológico.

La obra constituye la exposición más madura y precisa de la economía clásica; en el prefacio afirma que «el principal problema de la economía política es determinar las leyes que regulan la distribución». Con ese fin desarrolló una teoría del valor-trabajo. La teoría del valor-trabajo en la economía política clásica, la teoría del valor y una teoría de la distribución. Escribió también gran número de ensayos, cartas y notas que contienen aportaciones de importancia. Sin embargo, sus escritos resultan tan condensados y complejos que muchos lectores encuentran mejor expuestas sus ideas en los trabajos de Jean-Baptiste Say, Thomas Malthus y John Ramsay McCulloch.

La profundidad intelectual de Ricardo y la forma notablemente moderna en la que abordaba los problemas económicos, con un elevado y riguroso nivel de abstracción, aun teniendo en cuenta que carecía de una educación universitaria formal, hizo que la influencia de los Principios de Ricardo fuera perdurable, siendo admirado por economistas tan destacados como John Stuart Mill y Karl Marx en el siglo XIX, y después Alfred Marshall, Piero Sraffa y muchos otros hasta nuestros días.

PRÓLOGO DEL AUTOR A LA PRIMERA EDICIÓN

El producto de la tierra, todo lo que se saca de su superficie por la aplicación conjunta del trabajo, la maquinaria y el capital, se distribuye entre las tres clases de la sociedad, es decir: los propietarios de la tierra, los del capital necesario para cultivarla y los trabajadores que la cultivan. Pero en etapas distintas de la sociedad las proporciones del producto total de la tierra, que se adjudicarán a cada una de esas clases con el nombre de renta, beneficios y salarios, serán muy diferentes, dependiendo principalmente de la fertilidad del suelo, de la acumulación de capital, de la población y de la habilidad, ingenio e instrumentos empleados en la agricultura.

El problema principal de la economía política consiste en determinar las leyes que regulan esta distribución; aunque la ciencia ha progresado mucho con las obras de Turgot, Stuart, Smith, Say, Sismondi y otros, nos suministra muy pocos datos satisfactorios sobre la naturaleza de la renta, de los beneficios y de los salarios. En 1815, el Sr. Malthus, en su Inquiry into the Nature and Progress of Rent, y un miembro del University College, Oxford, en su Essay on the Application of Capital to Land, presentaron al mundo, casi al mismo tiempo, la verdadera doctrina de la renta, sin cuyo conocimiento es imposible comprender el efecto del aumento de la riqueza sobre los salarios y los beneficios o señalar satisfactoriamente la influencia de la tributación sobre las diferentes clases de la sociedad, en particular cuando las mercaderías gravadas son productos sacados inmediatamente de la superficie de la tierra. Adam Smith y los demás autores eminentes a quienes he aludido antes no han advertido muchas verdades importantes que sólo pueden ser descubiertas después de un conocimiento cabal del problema de la renta.

Para suplir esta deficiencia se requiere una capacidad muy superior a la que posee el autor de las páginas siguientes; sin embargo, después de haber reflexionado mucho sobre esta cuestión, después de la ayuda prestada por las obras de los grandes autores mencionados antes y después de la experiencia proporcionada a la generación presente por la abundancia de hechos en estos años últimos, confía en que no se le tendrá por presuntuoso al exponer sus opiniones sobre las leyes de los beneficios y de los salarios y sobre los efectos de los impuestos. Si los principios que el Juzga verdaderos lo fuesen realmente, corresponderá a otros más capacitados que él llevarlos hasta todas sus consecuencias importantes. El autor, al combatir opiniones admitidas, ha encontrado necesario hacer referencia, más particularmente, a aquellos pasajes de Adam Smith de los que difiere, por tener razones para ello; y espera que nadie deducirá de esto que no participa, como todos los que reconocen la importancia de la ciencia económica, de la admiración que despierta la gran obra de ese célebre tratadista. La misma advertencia puede aplicarse a los excelentes trabajos del Sr. Say, quien no sólo fue el primero, o entre los primeros, de los autores continentales que apreciaron y aplicaron justamente los principios de Smith, y que hizo más que todos los escritores del continente juntos para recomendar los principios de ese ilustrado y beneficioso sistema a las naciones de Europa, sino que consiguió también dar a la ciencia un orden más lógico y más instructivo, habiéndola enriquecido, además, con varias disertaciones originales, exactas y profundas. Pero el respeto que siente el autor por los escritos de este hombre eminente no le ha impedido comentar con la libertad que requiere, a su juicio, el interés de la ciencia aquellos pasajes de la Économie politique que cree están en desacuerdo con sus propias opiniones.

Especialmente el capítulo XV, parte I, «Des Débouchés», contiene principios importantes, que creo explicó este distinguido autor por primera vez.

ADVERTENCIA DEL AUTOR EN LA TERCERA EDICIÓN

En esta edición he intentado desarrollar, de un modo más completo que en la anterior, mi opinión sobre la difícil cuestión del valor, y con este objeto he hecho algunas adiciones al capítulo primero. He insertado también un capítulo nuevo sobre la «Maquinaria» y sobre los efectos de su perfeccionamiento en los intereses de las diferentes clases sociales. En el capítulo sobre los «Caracteres distintivos del valor y de la riqueza» he examinado las doctrinas del Sr. Say, sobre esta importante cuestión, tal y como aparecen, modificadas, en la cuarta y última edición de su obra.

En el último capítulo he intentado poner sobre una base más firme que antes la doctrina de la capacidad de un país para pagar impuestos adicionales en dinero, aunque el valor total de la masa de mercancías, estimado en dinero, descienda, bien a consecuencia de que se requiera una cantidad menor de trabajo para producir cereal en el país, por mejoras en la labranza, o a causa de obtenerse cereal extranjero a un precio menor, por medio de la exportación de artículos manufacturados.

Esta cuestión es de gran importancia, pues se refiere a la política de dejar en libertad la importación de cereal extranjero, particularmente en un país cargado con una tributación, en dinero, fija y onerosa a consecuencia de una gran deuda nacional. He tratado de demostrar, además, que la capacidad para pagar impuestos no depende del valor total en dinero de la masa de mercancías, ni del valor en dinero de los ingresos netos de los capitalistas y terratenientes, sino del valor en dinero de los ingresos de cada individuo comparado con el valor en dinero de las mercancías que consume habitualmente. 26 de marzo de 1821.

PRINCIPIOS DE ECONOMIA POLITICA Y TRIBUTACIÓN

CAPÍTULO I - SOBRE EL VALOR

SECCIÓN I: El valor de una mercancía, o la cantidad de cualquier otra mercancía por la que pueda intercambiarse, depende de la cantidad relativa de trabajo necesaria para su producción, y no de la compensación mayor o menor que se paga por dicho trabajo.

Adam Smith observa que la palabra Valor tiene dos significados distintos. A veces expresa la utilidad de algún objeto en particular, y a veces el poder de compra de otros bienes que confiere la propiedad de dicho objeto. Se puede llamar a lo primero "valor de uso" y a lo segundo "valor de cambio". Las cosas que tienen un gran valor de uso con frecuencia poseen poco o ningún valor de cambio. El aire y el agua son sumamente útiles, de hecho, son indispensables para la vida, y sin embargo en circunstancias normales no se puede obtener nada a cambio de ellos. El oro, por el contrario, aunque su utilidad es pequeña comparado con el aire o el agua, se intercambiará por una gran cantidad de otros bienes. En consecuencia, la utilidad no es la medida del valor de cambio, aunque resulte esencial para el mismo. Si un artículo no es útil para nada — en otras palabras, si es incapaz en modo alguno de contribuir a nuestra satisfacción — , carecería de valor de cambio por más escaso que fuera y cualquiera que fuese la cantidad de trabajo necesaria para conseguirlo. Poseyendo utilidad, las mercancías derivan su valor de cambio de dos fuentes: su escasez y la cantidad de trabajo que su obtención requiere. Hay algunas mercancías cuyo valor viene determinado exclusivamente por su escasez.

Ningún trabajo podrá incrementar la cantidad de dichos bienes, y por tanto su valor no se verá disminuido por una oferta mayor. Tal el caso de algunas estatuas o pinturas excepcionales, libros o monedas raras, vinos de una calidad peculiar, que sólo pueden ser elaborados con uvas cultivadas en una tierra especial, de oferta muy limitada. Su valor es por completo independiente de la cantidad de trabajo originalmente requerida para producirlos, y varía con la riqueza y preferencias variables de quienes desean poseerlos. Pero estos bienes constituyen una minúscula fracción de la masa de mercancías que diariamente se intercambian en el mercado. El trabajo es lo que procura la gran mayoría de los bienes que son objeto de deseo; y ellos pueden ser multiplicados, no sólo en un país sino en muchos, casi sin límite determinado, si estamos dispuestos a dedicar el trabajo necesario para obtenerlos.

Siempre que hablamos, pues, de mercancías, de su valor de cambio y de las leyes que regulan sus precios relativos, nos referimos sólo a los bienes cuya cantidad puede ser incrementada gracias al ejercicio de la actividad humana, y en cuya producción la competencia opera sin restricciones. En los estadios primitivos de la sociedad, el valor de cambio de estas mercancías, o la regla que determina cuánto de una de ellas se dará a cambio de otra, depende casi exclusivamente de la cantidad relativa de trabajo empleada en cada una. Dice Adam Smith: «El precio real de todas las cosas, lo que cada cosa cuesta realmente a la persona que desea adquirirla, es el esfuerzo y la fatiga que su adquisición supone. Lo que cada cosa verdaderamente vale para el hombre que la ha adquirido y que pretende desprenderse de ella o cambiarla por otra cosa es el esfuerzo y la fatiga que se puede ahorrar y que puede imponer sobre otras personas». «El trabajo fue el primer precio, la moneda de compra primitiva que se pagó por todas las cosas». «En aquel estado rudo y primitivo de la sociedad que precede tanto a la acumulación del capital como a la apropiación de la tierra, la proporción entre las cantidades de trabajo necesarias para adquirir los diversos objetos es la única circunstancia que proporciona una regla para intercambiarlos. Si en una nación de cazadores, por ejemplo, cuesta habitualmente el doble de trabajo cazar un castor que un ciervo, un castor debería naturalmente intercambiarse por, o valer, dos ciervos. Es natural que lo que es el producto habitual de dos días o dos horas de trabajo valga el doble de lo que normalmente es el producto de un día o una hora de trabajo».

Libro I, cap. 5 y 6

Que esto es realmente el fundamento del valor de cambio de todas las cosas, excepto las que no pueden ser multiplicadas por la acción humana, es una doctrina de la máxima importancia en economía política; de ninguna fuente proceden tantos errores y tantas divergencias de opinión en dicha ciencia como de las ideas imprecisas atribuidas a la palabra valor. Si la cantidad de trabajo incorporada en las mercancías regula su valor de cambio, todo aumento en dicha cantidad de trabajo debe elevar el valor del bien al que se incorpora, y toda disminución debe reducirlo. Adam Smith, que definió con tanta exactitud la fuente original del valor de cambio, y que por coherencia se vio obligado a sostener que todas las cosas se volvían más o menos valiosas en proporción al empleo de más o menos trabajo en su producción, estableció él mismo otro patrón de medida del valor al hablar de que las cosas son más o menos valiosas en proporción a cómo se intercambien por más o menos de este patrón de medida. Se refiere a veces al cereal y a veces al trabajo como patrón; no la cantidad de trabajo invertida en la producción de un objeto cualquiera, sino la cantidad que ese objeto puede ordenar o demandar en el mercado; como si se tratara de dos expresiones equivalentes, y como si, debido a que el trabajo del hombre duplica su eficiencia, y puede por tanto producir el doble de cantidad de una mercancía, necesariamente ha de recibir a cambio de ella el doble de lo que recibía antes. Si esto fuera cierto, si la retribución del trabajador guardase siempre proporción con lo que produce, la cantidad de trabajo invertida en una mercancía y la cantidad de trabajo que dicha mercancía puede comprar serían iguales, y cualquiera de ellas podría medir con precisión las variaciones de las demás cosas. Pero no son iguales.

La primera es bajo numerosas circunstancias un patrón invariable, que indica correctamente las variaciones de otras cosas; la segunda está sujeta a tantas fluctuaciones como las mercancías que con ella se comparan. Adam Smith, después de demostrar con suma pericia la insuficiencia de un medio variable, como el oro y la plata, para determinar el valor cambiante de otras cosas, ha escogido él mismo, al inclinarse por el cereal o el trabajo, un medio no menos variable. Es indudable que el oro y la plata están sometidos a fluctuaciones merced al descubrimiento de minas nuevas y más ricas, pero tales descubrimientos son infrecuentes, y sus efectos, aunque poderosos, están limitados a periodos de duración relativamente breve. También están sometidos a fluctuaciones debidas a mejoras en la eficiencia y la maquinaria con que las minas son explotadas, puesto que como consecuencia de tales mejoras se puede obtener una cantidad mayor con el mismo trabajo.

Están asimismo abiertos a fluctuaciones a raíz de la producción decreciente de las minas a lo largo del tiempo, una vez que han rendido un abastecimiento al mundo. Ahora bien, ¿de cuál de estas fuentes de fluctuación se halla exento el cereal? ¿No varía acaso, por un lado, debido a mejoras en la agricultura, en la maquinaria y útiles de labranza, así como al descubrimiento de nuevas tierras fértiles que entran en cultivo en otros países y que afectarán al valor del cereal en todos los mercados donde la importación es libre? ¿No es por otro lado susceptible de expandir su valor gracias a prohibiciones a la importación, al incremento de la población y la riqueza y a la mayor dificultad para obtener más suministros, debido a la cantidad adicional de trabajo que requiere el cultivo de las tierras peores? ¿No es acaso el valor del trabajo igualmente variable, al ser afectado, como todas las otras cosas, no sólo por la proporción entre oferta y demanda, que varía uniformemente con cualquier cambio en las condiciones de la comunidad, sino también por el cambiante precio de los alimentos y otros bienes de primera necesidad en los que se gastan los salarios?

En un mismo país puede que se requiera en un momento dado el doble de cantidad de trabajo para producir una cantidad dada de alimentos y bienes de primera necesidad de lo que sería necesario en otro momento más distante; y a pesar de ello la remuneración del trabajador posiblemente no se vea apenas disminuida. Si los salarios del trabajador en el primer periodo consistieran en una cierta cantidad de alimentos y provisiones, es probable que no hubiese sido capaz de subsistir con una cantidad menor. En este caso los alimentos y provisiones han aumentado en un 100% si son estimados conforme a la cantidad de trabajo necesaria para su producción, mientras que su valor apenas ha subido de acuerdo con la cantidad de trabajo por el que pueden intercambiarse. Lo mismo cabe observar con respecto a dos o más países.

En América y Polonia, en las tierras más recientemente puestas en cultivo, un año del trabajo de cualquier número dado de hombres producirá mucho más cereal que en una tierra en similares circunstancias en Inglaterra. Suponiendo que todos los demás bienes de primera necesidad son igualmente baratos en los tres países, ¿no sería un grave error concluir que la cantidad de cereal entregada al trabajador es en cada país proporcional a la facilidad con que se produce? Si los zapatos e indumentaria del trabajador, gracias a mejoras en la maquinaria, pudiesen producirse con la cuarta parte del trabajo que hoy se necesita para ello, probablemente caerían en un 75%; pero está tan lejos de ser verdad el que por ello el trabajador podría consumir permanentemente cuatro chaquetas o cuatro pares de zapatos en vez de uno, que probablemente su salario al poco tiempo se ajustaría por efecto de la competencia y del estímulo a la población al nuevo valor de las subsistencias en las que se gasta.

Si esas mejoras se extienden a todos los objetos que consume el trabajador, probablemente lo encontraríamos al cabo de pocos años en posesión si acaso de sólo una pequeña adición a sus disfrutes, aunque el valor de cambio de dichas mercancías, comparado con el de cualquier otra en cuya manufactura no se hubiese registrado dicha mejora, registraría una reducción muy considerable, y aunque fueran el producto de una cantidad de trabajo apreciablemente disminuida. No puede ser correcto, entonces, decir con Adam Smith que como «el trabajo puede a veces comprar una cantidad de bienes mayor, y otras veces menor, lo que cambia es su valor, no el del trabajo que los compra»; y por tanto que «el trabajo exclusivamente, entonces, al no variar nunca en su propio valor, es el patrón auténtico y definitivo mediante el cual se puede estimar y comparar el valor de todas las mercancías en todo tiempo y lugar». Pero es correcto decir, como Adam Smith afirmó antes, que «la proporción entre las cantidades de trabajo necesarias para adquirir los diversos objetos es la única circunstancia que proporciona una regla para intercambiarlos»; o, en otras palabras, que la cantidad relativa de bienes que el trabajo produce es lo que determina su valor relativo presente o pasado, y no las cantidades relativas de bienes que se entregan al trabajador a cambio de su labor. Supongamos que el valor relativo de dos bienes cambia y deseamos saber en cuál de ellos ha tenido realmente lugar la variación.

Si comparamos el valor actual de uno de ellos con los zapatos, los calcetines, los sombreros el hierro, el azúcar, y todas las demás mercancías, vemos que se intercambia por exactamente la misma cantidad de ellas que antes. Si comparamos el otro con las mismas mercancías vemos que ha variado con respecto a todas ellas. Podemos entonces inferir con toda probabilidad que la variación se ha registrado en esta mercancía y no en aquellas con las que la hemos comparado. Si al examinar más detenidamente todas las circunstancias vinculadas con esas diversas mercancías comprobamos que se necesita exactamente la misma cantidad de trabajo y capital para la producción de zapatos, calcetines, sombreros, hierro, azúcar, etc., pero que no se requiere la misma cantidad que antes para producir la mercancía cuyo valor relativo se ha modificado, entonces la probabilidad se torna certeza, y estamos seguros de que la variación corresponde a esa mercancía; descubrimos asimismo la causa de su variación.

Si observo que una onza de oro se intercambia por una cantidad menor de las mercancías antes enumeradas y muchas otras; y si veo que merced al descubrimiento de una mina nueva y más fértil, o al empleo de maquinaria más eficiente, una cantidad dada de oro puede ser obtenida con una cantidad menor de trabajo, estaría justificado al decir que la causa de la alteración en el valor del oro relativamente al de otras mercancías estribó en la mayor facilidad de su producción, o la menor cantidad de trabajo necesaria para conseguirla. Del mismo modo, si el trabajo cayera muy acusadamente en su valor, con respecto a todas las demás cosas, y si observo que su caída fue consecuencia de una oferta abundante, estimulada por la gran facilidad con que el cereal y otros bienes de primera necesidad son producidos, creo que estaría acertado si afirmo que el cereal y las provisiones han caído en su valor como consecuencia de que es necesaria una menor cantidad de trabajo para producirlos, y que esta facilidad en procurar el mantenimiento del trabajador ha sido seguida por un descenso en el valor del trabajo. No, dicen Adam Smith y el Sr. Malthus, en el caso del oro usted estaba en lo cierto al llamar a su variación una caída en su valor, puesto que el cereal y el trabajo no habían variado entonces; y como el oro proporciona una cantidad de ellos, y de todas las otras cosas, menor que antes, era correcto decir que todas las cosas habían permanecido constantes y que sólo el oro había variado; pero cuando el cereal y el trabajo caen, que son las cosas que hemos seleccionado como nuestros patrones de medida del valor, a pesar de todas las variaciones a las que admitimos que están sometidos, sería muy incorrecto decir lo mismo; el lenguaje apropiado sería afirmar que el cereal y el trabajo han permanecido estables y que el valor de todas las demás cosas ha aumentado. · Impugno este lenguaje.

Creo que precisamente, como en el caso del oro, la causa de la variación entre el cereal y las otras cosas es la menor cantidad de trabajo necesaria para producirlo, y entonces, razonando con buen juicio, estoy obligado a calificar la variación del cereal y del trabajo como una caída en su valor, y no como una subida en el valor de las cosas con las que se los compara. Si contrato a un trabajador por una semana, y en vez de diez chelines le pago ocho, sin que haya variado el valor del dinero, el trabajador probablemente pueda comprar más alimentos y medios de vida con sus ocho chelines que antes con diez, pero esto no se debe a un aumento en el valor real de sus salarios, tal como afirmó Adam Smith y más recientemente el Sr. Malthus, sino a un descenso en el valor de los artículos en que gasta sus salarios, lo que es algo claramente diferente; y sin embargo, al llamar a esto una caída en el valor real de los salarios, se me dice que adopto un lenguaje nuevo e inusual, que no se compadece con los verdaderos principios de la ciencia.

A mí me parece que el lenguaje inusual y verdaderamente incoherente es el utilizado por mis oponentes. Supongamos que se paga a un trabajador un bushel de cereal por una semana de trabajo cuando el precio del cereal es de 80 s. el quarter, y un bushel y cuarto cuando el precio baja a 40 s. Supongamos también que él destina medio bushel por semana para su consumo y el de su familia, e intercambia el resto por otros artículos tales como combustible, jabón, velas, té, azúcar, sal, etc.; si los tres cuartos de bushel que le quedan en un caso no pueden procurarle la misma cantidad de dichas mercancías que le proporcionaba medio bushel en el otro caso, como de hecho sucederá, el valor del trabajo ¿habrá aumentado o disminuido? Aumentado, deberá afirmar Adam Smith, porque su patrón es el cereal, y el trabajador obtiene más cereal por una semana de labor. Disminuido, deberá sostener el mismo Adam Smith, puesto que «el valor de una cosa depende del poder para comprar otras cosas que la posesión de ese objeto confiere», y el trabajo tiene menos capacidad para adquirir esos otros bienes.

SECCIÓN II: Diferente remuneración para las diferentes calidades de trabajo. No puede ser causa de variación en el valor relativo de los bienes.

Ahora bien, aunque proclamo que el trabajo es el fundamento de todo valor, y que la cantidad relativa de trabajo es casi exclusivamente lo que determina el valor relativo de las mercancías, no se debe suponer que ignoro las diferentes calidades de trabajo ni la dificultad de comparar el trabajo de una hora o un día en un empleo con un trabajo de idéntica duración en otro. La estimación de las diferentes calidades laborales es algo que se establece pronto en el mercado con una precisión suficiente a todos los efectos prácticos, y depende mucho de la destreza comparativa del trabajador y de la intensidad de la labor realizada. Esta escala, una vez formada, es susceptible de poca variación. Si el trabajo de un día de un artesano joyero vale más que el trabajo de un día de un obrero corriente, esto es algo que desde hace mucho tiempo ha sido ajustado y situado en su debida posición en la escala del valor.

Pero, aunque el trabajo es la medida real del valor de cambio de todas las mercancías, no es la medida con la cual su valor es habitualmente estimado. Es con frecuencia difícil discernir la proporción entre dos cantidades distintas de trabajo. El tiempo invertido en dos tipos diferentes de labor no siempre bastará por sí solo para determinar esa proposición. Habrá que tener en cuenta también los diversos grados de esfuerzo soportado y la destreza desplegada. Puede que haya más trabajo en una hora de dura labor que en dos de una tarea sencilla o en una hora de un oficio cuyo aprendizaje costó diez años que en un mes de un trabajo común y corriente. Pero no es fácil encontrar una medida precisa ni de la fatiga ni de la destreza. Es común que se conceda un margen para ambas en el intercambio de producciones de tipos de trabajo distintos, pero el ajuste no se efectúa según una medición exacta, sino mediante el regateo y la negociación del mercado, que desemboca en esa suerte de igualdad aproximada, no exacta pero suficiente para llevar adelante las actividades corrientes.» Riqueza de las Naciones, Libro I, cap. 5

Por tanto, al comparar el valor de una misma mercancía en periodos de tiempo distintos apenas es necesario considerar la destreza e intensidad comparativas del trabajo necesario para esa mercancía particular, porque es algo que influye igualmente en ambos períodos. Una clase de labor en un momento es comparada con la misma clase en otro momento; Si se ha añadido o eliminado una décima, una quinta o una cuarta parte, se producirá en el valor relativo del bien un efecto proporcional a la causa. Si una pieza de paño vale hoy dos piezas de lino, y dentro de diez años el valor normal de una pieza de paño es de cuatro piezas de lino, podremos concluir con seguridad que se requiere más trabajo para fabricar el paño, o menos para el lino, o que han actuado ambas causas. Dado que la investigación hacía la que deseo orientar la atención del lector se refiere al efecto de las variaciones en el valor relativo de los bienes, y no en su valor absoluto, revestirá escasa importancia examinar los grados comparativos de estimación vigentes para las diversas clases de trabajo humano. Podemos razonablemente concluir que cualquier desigualdad que haya existido originalmente entre ellas, cualesquiera que sean el ingenio, la pericia o el tiempo necesarios para la adquisición de un tipo de destreza manual en grado mayor que otro, continúan virtualmente invariantes de una generación a otra; o por lo menos que la variación es ínfima de un año a otro y, en consecuencia, en períodos breves ejerce una influencia pequeña en el valor relativo de las mercancías. «La proporción entre las diferentes tasas de salarios y beneficios en los distintos empleos del trabajo y el capital no parece verse muy afectada, como ya se ha indicado, por la riqueza o la pobreza, ni el estado progresivo estacionario o regresivo de la sociedad. Aunque estas revoluciones en el bienestar general influyen sobre las tasas tanto de salarios como de beneficios, lo hacen en última instancia de la misma forma en los diferentes empleos. La Proporción entre ellas, por lo tanto, permanece inalterada y no puede ser modificada por tales revoluciones, al menos no durante un tiempo prolongado».

Riqueza de las Naciones, Libro 1, cap. 10.

SECCIÓN III: El valor de los bienes resulta afectado no solo por el trabajo aplicado inmediatamente sobre ellos, sino por el empleado en los utensilios herramientas y edificios con que aquel trabajo es asistido.

Aun en el estadio primitivo al que se refiere Adam Smith, el cazador necesitaría algún capital para cazar a su presa, aunque posiblemente un capital fabricado y acumulado por él mismo. Sin un arma no hay forma de abatir al castor o al venado, con lo que el valor de esos animales vendría regulado no solo por el tiempo y esfuerzo requeridos para su captura, sino también por el tiempo y esfuerzo necesarios para suministrar el capital del cazador, el arma con ayuda de la cual se efectúa la caza. Supongamos que el arma necesaria para matar al castor fue fabricada con mucho menos trabajo que la necesaria para cazar al venado, debido a la mayor dificultad para aproximarse al primero y a la consiguiente necesidad de que sea más certera; un castor valdrá naturalmente más que dos venados, y precisamente por esta razón, porque se requeriría en conjunto más trabajo para cazarlo. O supongamos que se precisa la misma cantidad de trabajo para fabricar ambas armas, pero que su duración es muy desigual; sólo una pequeña porción del valor de la más duradera se transferiría al bien, y una porción mucho mayor del valor de la menos duradera se incorporaría a la mercancía que ha contribuido a producir.

Puede que todos los elementos necesarios para cazar al castor y al venado pertenezcan a una clase de personas, mientras que el trabajo empleado en su captura es suministrado por otra clase; aun así, sus precios relativos guardaran proporción con el trabajo de hecho invirtiendo tanto en la formación del capital como en la captura de los animales. Bajo circunstancias diversas de abundancia o escasez de capital en comparación con el trabajo, bajo circunstancias diversas de abundancia o escasez de alimentos y bienes indispensable para el mantenimiento de las personas, quienes aporten un valor igual de capital para uno u otro uso podrán recibir la mitad, un cuarto o un octavo de la producción obtenida, siendo el resto pagado en concepto de salarios a quienes aportaron el trabajo; pero esta división no podría afectar al valor relativo de los bienes, porque aunque los beneficios del capital fueran mayores o menores, aunque fueran del 50, 20 o 10%, o aunque los salarios fueran: altos o bajos, actuarían igualmente en ambos empleos.

Aunque supongamos que las ocupaciones de la sociedad se multiplican, y que algunos suministran las canoas y los aparejos de pesca, otros las semillas y las máquinas rudimentarias antiguamente utilizadas en la labranza, aun así regiría el mismo principio: el valor de cambio de las mercancías producidas estará en proporción al trabajo invertido en su producción, no sólo en su producción inmediata sino en todos los instrumentos o equipos necesarios para ejecutar la labor específica a la que fueron aplicados. Si analizamos el estadio de la sociedad en el que se han efectuado los mayores adelantos, y en el que florecen las artes y el comercio, seguimos observando que los bienes cambian de valor conforme a este principio; por ejemplo, al estimar el valor de cambio de las medias veremos que su valor, con relación a otras cosas, depende de la cantidad total de trabajo necesaria para fabricarlas y llevarlas al mercado.

Primero está el trabajo requerido para labrar la tierra donde se cultiva el algodón; segundo, el trabajo de transportar el algodón al país donde habrán de fabricar las medias, que incluye una parte del trabajo empleado en la construcción del buque en el que es transportado, parte incluida en el flete de las mercancías; tercero, el trabajo del hilandero y el tejedor; cuarto, una porción de la labor del ingeniero, el herrero y el carpintero que construyeron los edificios y las máquinas que precisa la manufactura de las medias; quinto, el trabajo del comerciante minorista y el de muchos otros que huelga particularizar. La suma total de estas diversas clases de trabajo determina la cantidad de otras cosas por las que se intercambiarán las medias, mientras que la misma consideración de las distintas cantidades de trabajo invertidas en esas otras cosas gobernará del mismo modo la porción de las mismas que se entregará a cambio de las medias.

Para convencernos de que ésta es la verdadera base del valor de cambio, supongamos que se produce un perfeccionamiento en los medios que abrevian el trabajo en cualquiera de los procesos que debe atravesar el algodón antes de que las medias manufacturadas lleguen al mercado y se intercambien por otras cosas, y veamos los efectos resultantes. Si se precisan menos hombres para cultivar el algodón, o menos marineros para tripular o menos carpinteros y artesanos de ribera para construir el barco en el que llega hasta nosotros; si se emplea menos mano de obra para levantar los edificios y fabricar la maquinaria, o si la eficacia de ambos aumenta, inevitablemente el valor de las medias disminuirá, y en consecuencia se dará menos de otras cosas a cambio de ellas. Su valor disminuirá porque será necesaria una cantidad menor de trabajo para su producción, con lo cual se intercambiarán por una cantidad menor de aquellas cosas en las que no se ha registrado ningún recorte en el trabajo de ese tipo. El ahorro en el uso del trabajo indefectiblemente reduce el valor relativo de una mercancía, sea que el ahorro se produzca en el trabajo necesario para manufacturar la propia mercancía o en el necesario para la formación del capital con cuya asistencia ella es producida. En cualquier caso, el precio de las medias bajará, sea porque se emplean menos individuos como blanqueadores, hilanderos y tejedores, personas directamente involucradas en su manufactura; o como marineros, transportistas, ingenieros y herreros, personas que intervienen más indirectamente en la misma. En un caso todo el ahorro de trabajo recae sobre las medias, porque esa porción de trabajo se limitaba exclusivamente a las medias; en el otro caso recae sobre las medias tan sólo una parte, y el resto es aplicado a todas las demás mercancías a cuya producción asisten los edificios, maquinaria y medios de transporte. Supongamos que en los estadios primitivos de la sociedad los arcos y las flechas del cazador eran de igual valor e idéntica duración que la canoa y aparejos del pescador, siendo ambos el producto de la misma cantidad de trabajo.

En tales circunstancias el valor del venado, resultado de un día de trabajo del cazador, sería exactamente igual al valor del pescado, producto de un día de trabajo del pescador. El valor relativo de la pesca y la caza vendría regulado completamente por la cantidad de trabajo realizado en cada una, cual9mera que fuese la cantidad producida y el nivel general alto o bajo de los salarios o los beneficios. Por ejemplo, si las canoas y aparejos del pescador valen 100 l. y su duración se calcula en diez años, y él contrata a diez hombres cuya labor anual cuesta 100 l. y que en un día pescan veinte salmones; si las armas que empuña el cazador también valen 100 l. y duran diez años, si también él contrata a diez personas cuyos servicios cuestan 100 l. por año y que en un día le cazan diez venados; entonces el precio natural del venado será de dos salmones, sea grande o pequeña la proporción del producto total que reciben los hombres que lo han producido. La proporción que pueda ser pagada en salarios es de una crucial importancia en la cuestión de los beneficios, pues se comprende inmediatamente que los beneficios serán altos o bajos exactamente en proporción a que los salarios sean bajos o altos; pero no afecta en lo más mínimo al valor relativo de la pesca y la caza, puesto que los salarios serán altos o bajos al mismo tiempo en ambas actividades.

Si el cazador reclamase por estar pagando una proporción abultada o el valor de una proporción abultada en concepto de salarios, con objeto de inducir al pescador para que le entregue más pesca a cambio de su caza, este último argumentará que él está afectado igualmente por la misma causa; entonces, bajo todas las variaciones de salarios y beneficios, bajo todos los efectos de la acumulación del capital, en la medida en que sigan obteniendo con un día de trabajo respectivamente la misma cantidad de pesca y la misma cantidad de caza, la tasa natural de intercambio será de un venado por dos salmones. Si con la misma cantidad de trabajo se obtuviese menos pesca o más caza, el valor de la pesca aumentaría con relación al de la caza. Por el contrario, si con la misma cantidad de trabajo se obtuviese menos caza o más pesca, la caza subiría con respecto a la pesca. Si existiera algún otro bien cuyo valor fuera invariable, podríamos averiguar, comparando el valor de la pesca y la caza con el de esa mercancía, cuánto de la variación cabe atribuir a una causa que afectó al valor de la pesca y cuánto a una causa que influyó sobre el valor de la caza.

Supongamos que esa mercancía es el dinero. Si un salmón cuesta 1 I. y un venado 2 I., entonces un venado vale dos salmones. Pero puede que un venado llegue a valer tres salmones, al requerirse más trabajo para cazar el venado o menos para pescar el salmón, o ambas causas quizá operen a la vez. Si contásemos con esa medida invariable podríamos fácilmente precisar en qué grado interviene cualquiera de las causas. Si el salmón sigue vendiéndose a 1 I. mientras que el venado sube a 3 I., concluiremos que se ha necesitado más trabajo para cazar el venado. Si el venado mantiene el precio de 2 I. y el salmón se vende por 13 s. 4 d., podemos estar seguros de que se necesita menos trabajo para pescar el salmón; si el venado sube a 2 I. 10 s. y el salmón cae hasta 16 s. 8 d., ello nos convencerá de que ambas causas han intervenido para dar lugar a la alteración en el valor relativo de estos bienes. Ningún cambio en los salarios puede producir modificación alguna en el valor relativo de tales mercancías, pues, suponiendo que suban, no se requerirá una cantidad mayor de trabajo en ninguna de las actividades, aunque su precio subiría, y la misma razón que induciría al cazador y al pescador a eleva el valor de su caza y su pesca hará que el propietario de la mina aumente el valor de su oro. Si esta razón actúa con la misma intensidad en las tres actividades, y la situación relativa de los que a ellas se dedican es la misma antes y después de la subida de los salarios, el valor relativo de la caza, la pesca y el oro seguiría inalterado.

Los salarios pueden subir un 20% y los beneficios consiguientemente bajar en una proporción mayor o menor sin ocasionar la más mínima alteración en el valor relativo de esos bienes. Supongamos ahora que con el mismo trabajo y capital fijo se puede producir más pescado, pero no más oro ni caza; el valor relativo de la pesca bajaría en comparación con el del oro o la caza. Si en vez de veinte salmones, el producto de un día de trabajo es veinticinco, el precio de un salmón sería dieciséis chelines en vez de una libra, y a cambio de un venado se darían dos salmones y medio en vez de dos salmones, aunque el precio del venado seguiría siendo de 2L., como antes. Del mismo modo, si con el mismo capital y trabajo se obtuviera menos pesca, entonces la pesca subiría de valor comparativo. Por tanto, el valor de cambio de la pesca sube o baja sólo debido a que se precisa más o menos trabajo para obtener una cantidad determinada, y jamás puede subir o bajar fuera de proporción con la incrementada o disminuida cantidad de trabajo necesaria.

Si dispusiéramos, pues, de una medida invariable con la que poder medir la variación en otras mercancías, veríamos que el límite máximo hasta el que podrían subir de modo permanente, si fueran producidas bajo las circunstancias supuestas, es proporcional a la cantidad adicional de trabajo requerida para su producción; y que no podrían subir de ninguna manera si no se precisase más trabajo para su producción. Una elevación de los salarios no aumentaría su valor monetario, ni su valor con relación a ninguna otra mercancía cuya producción no demandase una cantidad adicional de trabajo y que emplease la misma proporción de capital fijo y circulante y un capital fijo de la misma duración. Si se necesitase más o menos trabajo en la producción de la otra mercancía, ya hemos afirmado que ello inmediatamente ocasionaría una alteración en su valor relativo, pero dicho cambio no se debe a la subida salarial, sino a la alteración registrada en la cantidad de trabajo necesaria.

SECCIÓN IV: El principio de que la cantidad de trabajo empleada en la producción de los bienes regula su valor relativo es modificado considerablemente por el uso de la maquinaria y otras formas de capital fijo.

Hemos supuesto, en la sección anterior, que los utensilios y armas necesarios para la caza del ciervo y la pesca del salmón duraban el mismo tiempo y, además, que eran producidos con la misma cantidad de trabajo, y hemos visto que, en este caso, las variaciones del valor relativo del ciervo y del salmón dependen únicamente de las cantidades diferentes de trabajo necesarias para obtenerlos; pero en cualquier estadio de la sociedad las herramientas, utensilios, edificios y maquinaria empleados en distintos trabajos pueden tener grados diversos de duración y requerir cantidades diferentes de trabajo para producirlos. Además, el capital necesario para el sostenimiento de una industria, y el invertido en su establecimiento, en herramientas, máquinas y edificios, pueden estar combinados en proporciones diversas. La diferencia, en el grado de duración, de capital fijo y la diversidad de las proporciones en que las dos clases de capital pueden combinarse introducen otra causa de variación en los valores relativos de los bienes, independientemente de la cantidad mayor o menor de trabajo necesaria para producirlos: esta causa es el alza o baja de los salarios. Los alimentos y vestidos que consume el trabajador, los edificios en que trabaja y los útiles de que se vale son cosas perecederas por naturaleza. Hay, sin embargo, una diferencia grande en cuanto a la duración de estos diversos capitales; una máquina de vapor durará más que un buque; un buque más que el traje del trabajador, y el traje, más que el alimento que consume. Según que el capital se consuma rápidamente y deba ser repuesto con frecuencia, o sea de desgaste lento, se le denomina circulante o fijo.

La división no es esencial, y la línea demarcatoria no puede ser trazada con precisión.

Se dice que un fabricante de cerveza emplea una gran parte de capital fijo, porque sus edificios y maquinarias son costosos y duraderos; por el contrario, de un zapatero, cuyo capital se emplea principalmente en pagar salarios, que son gastados en alimentos y vestidos, bienes consumibles más rápidamente que los edificios y las máquinas, se dice que emplea la mayor parte de su capital en capital circulante. Ha de observarse también que el capital circulante puede circular, o volver a su poseedor, en plazos muy desiguales. El cereal comprado por un labrador para sembrarlo es un capital fijo, comparado con el cereal adquirido por un panadero para transformarlo en pan. Uno lo deja en la tierra y no puede obtener remuneración alguna durante un año; el otro puede molerlo para hacer harina, venderlo luego como pan a sus clientes y tener de nuevo su capital disponible al cabo de una semana, para renovar la misma producción o comenzar otra cualquiera. Dos actividades, por tanto, pueden emplear la misma cantidad de capital, pero éste puede estar repartido muy diferentemente entre la porción fija y la circulante. En una producción puede haber empleado muy poco capital circulante, es decir, el que se requiere para el sostenimiento de la industria; el capital estará en ella invertido con preferencia en maquinaria, útiles, edificios, etc., capital de un carácter relativamente fijo y duradero. En otra industria puede haberse invertido la misma cantidad de capital, pero estar empleado, sobre todo, en el sostenimiento de la producción y muy poco invertido en utensilios, maquinaria y edificios. Un alza en los salarios tiene, por fuerza, que afectar de un modo desigual a las mercancías producidas en condiciones tan distintas. Además, un fabricante puede emplear la misma cantidad de capital fijo y de capital circulante que otro; pero las duraciones de sus capitales fijos pueden ser muy desiguales.

Uno puede tener máquinas de vapor por valor de 10.000 I.; el otro, buques del mismo valor. Si los hombres no empleasen maquinaria en la producción sino solamente trabajo, y transcurriese para todos, el mismo tiempo, hasta que los artículos estuviesen en disposición de ser vendidos, el valor de cambio de éstos sería precisamente proporcional a la cantidad de trabajo empleada. Si empleasen capital fijo del mismo valor y de la misma duración, también el valor de los productos se obtendría del mismo modo y variarían con la mayor o menor cantidad de trabajo empleado para su producción. Pero, aunque mercancías producidas en circunstancias semejantes no varíen unas con respecto a las demás por ninguna otra causa que el aumento o disminución de la cantidad de trabajo necesaria para producirlas, si se las compara con aquellas que no sean producidas con la misma cantidad proporcional de capital fijo, variarán por la otra causa que he mencionado antes, es decir, un alza en los salarios, aunque no fuese empleado un trabajo mayor o menor en la producción de ninguna de ellas. La cebada y la avena mantendrían la misma relación ante una variación cualquiera en los salarios. Ocurriría lo mismo a los artículos de algodón y a los tejidos si fuesen también producidos, precisamente, en circunstancias similares; pero con un alza o baja de salarios la cebada valdría más o menos, comparada con los artículos de algodón, y la avena, comparada con el paño.

Supongamos que dos hombres empleen 100 trabajadores cada uno, durante un año, para la construcción de dos máquinas, y que otro hombre emplee el mismo número de trabajadores para cultivar cereal; al final del año, cada una de las máquinas tendrá el mismo valor que el cereal, porque cada una de esas cosas fue producida con la misma cantidad de trabajo. Supongamos ahora que el dueño de una de las máquinas la emplea al año siguiente, con ayuda de 100 hombres, para fabricar paño, y el dueño de la otra la dedica, con la ayuda también de otros 100 hombres, a hacer artículos de algodón, mientras que el agricultor continúa empleando 100 hombres, como anteriormente, en el cultivo del cereal. Durante el segundo año, todos ellos habrán empleado la misma cantidad de trabajo; pero las mercancías, juntamente con la maquinaria, en el caso del tejedor, y lo mismo en el del fabricante de artículos de algodón, son el resultado del trabajo de 200 hombres empleados en un año, o, mejor, el trabajo de 100 hombres empleados durante dos años, mientras que el cereal sería producido con el trabajo de 100 hombres en un año; por consiguiente, si el valor del cereal fuese de 500 l., la máquina y el paño del tejedor juntos deben valer 1.000 l., y la máquina y artículos de algodón del otro fabricante deben valer también el doble del cereal. Pero valdrían más del doble, pues el beneficio del capital del tejedor y del fabricante durante el primer año ha sido añadido a sus capitales, mientras que el del agricultor ha sido gastado y disfrutado. A causa, pues, de los diferentes grados de duración de sus capitales respectivos, o, lo que es lo mismo, a causa del tiempo transcurrido hasta que los artículos estén en disposición de ser vendidos, éstos no pueden ser valorados exactamente en proporción a la cantidad de trabajo empleada en ellos; los artículos considerados antes no estarán en la relación de dos a uno, sino de algo más de dos, para compensar el mayor plazo que ha de transcurrir hasta que esté el de más valor en disposición de ser lanzado al mercado.

Supongamos que se pagara por el trabajo de cada obrero 50 l. al año, o que fuese empleado un capital de 5.000 l., siendo los beneficios un 10% del mismo; el valor de cada una de las máquinas, así como el valor del cereal, al final del primer año, sería de 5.500 l. El segundo año, los fabricantes y los cultivadores emplearían nuevamente 5.000 l. cada uno para remunerar el trabajo y, por consiguiente, volverían a vender sus productos por 5.500 I.; pero los que utilizan las máquinas, para estar en las mismas condiciones que el cultivador, no solamente deben obtener 5.500 l. por los capitales iguales, de 5.000 I., empleados en salarios, sino que deben obtener, además, una suma de 550 l. por los beneficios de las 5.500 l. que tienen invertidas en la maquinaria, y, por ende, sus productos deben ser vendidos en 6.050 l. Hay, pues, capitalistas que emplean la misma cantidad exactamente de trabajo anual para la obtención de sus productos, y, sin embargo, éstos difieren de valor a causa de las diferentes cantidades de capital fijo, o trabajo acumulado, que, respectivamente, emplea cada uno.

El tejido y los artículos de algodón tienen el mismo valor, porque son el producto de cantidades iguales de trabajo y de capital fijo; pero el cereal no tiene el mismo valor que estos artículos, porque es producido, en cuanto al capital fijo, en condiciones distintas. Pero ¿cómo será afectado su valor relativo por un alza en el valor del trabajo? Es evidente que los valores relativos del paño y artículos de algodón no experimentarán cambio alguno, pues lo que afecte a uno tiene que afectar igualmente al otro, en las circunstancias supuestas, ni experimentarán tampoco ningún cambio los valores relativos del cereal y la cebada, porque son producidos en las mismas condiciones con respecto al capital fijo y circulante; pero el valor relativo del cereal, referido al paño y artículos de algodón, tiene que ser alterado por una subida de salarios.

No puede haber subida de los salarios sin una disminución de los beneficios. Si el cereal ha de ser repartido entre el cosechero y el jornalero, cuanto mayor sea la parte del segundo, menos quedará para el primero. Del mismo modo, si el paño o los géneros de algodón se dividiesen entre el trabajador y su patrono, cuanto más obtenga el primero, menos obtendrá el segundo. Supongamos que, debido a un alza de salarios, bajan los beneficios del 10 al 9%; entonces, en vez de añadir 550 l. al coste corriente de sus productos (o sea, a 5.500 1.) por los beneficios de su capital fijo, los fabricantes añadirán solamente el 9% de aquella suma, o 495 l.; por consiguiente, el precio sería 5.995 l. en vez de 6.050 I. Como el cereal continuaría vendiéndose a 5.500 I., los productos manufacturados, que requieren más capital fijo, bajarían con relación al cereal o a cualquier otro artículo en cuya producción entrara una proporción menor de esa especie de capital. La magnitud de la alteración en el valor relativo de los productos, a consecuencia de un alza o baja de salarios, dependería de la relación entre el capital fijo y el capital total empleado. Todas las mercancías que se producen con máquinas o edificios muy costosos, o que necesitan que transcurra mucho tiempo antes de estar dispuestas para ser vendidas, bajarían en valor relativo, mientras que subirían todas aquellas que son producidas principalmente por el trabajo directo o están rápidamente en disposición de ser lanzadas al mercado.

El lector se dará cuenta, sin embargo, de que esta causa de variación de los bienes es de muy poca importancia, en cuanto a sus efectos. Con una subida de salarios que ocasionase una baja del 1% en los beneficios, los bienes producidos, en las circunstancias que he supuesto, variarían en valor relativo solamente en un 1%; con tal descenso de los beneficios, los productos bajarían de 6.050 l. a 5.995. Los mayores efectos que podrían producir sobre los precios relativos de esas mercancías, como consecuencia de un alza de salarios, no excederían del 6 o 7%, pues los beneficios no admitirían, en modo alguno, probablemente, un descenso general y permanente de magnitud mayor. No sucede esto con la otra causa que hace variar también el valor de los bienes, a saber: el aumento o disminución de la cantidad de trabajo necesaria para producirlos. Si para producir el cereal se requiriesen 80 hombres en vez de 100, el valor del cereal bajaría un 20%, o sea, de 5.500 l. a 4.400 I. Si para producir paño fuesen suficientes 80 hombres en vez de 100, el paño bajaría de 6.050 l. a 4.950 I. Una alteración cualquiera en el tipo permanente de beneficios depende de causas que sólo actúan en el transcurso de los años, mientras que ocurren diariamente alteraciones en la cantidad de trabajo necesaria para producir las cosas. Cualquier perfeccionamiento en la maquinaria, en las herramientas, en los edificios o en la obtención de la materia prima hace más fácil la producción del artículo a que ese perfeccionamiento se aplica, y, por consiguiente, su valor se altera.

Al estimar, pues, las causas de las variaciones que experimenta el valor de los bienes, aunque fuese un error omitir por completo la consideración del efecto producido por un alza o baja de salarios, sería igual de incorrecto darle excesiva importancia, y, por tanto, en esta obra, en lo sucesivo, aunque me referiré ocasionalmente a esta causa de variación, consideraré que todas las grandes variaciones que tienen lugar en el valor relativo de los bienes son producidas por la mayor o menor cantidad de trabajo que es requerida, en uno y otro tiempo, para producirlos. Es casi innecesario decir que las mercancías en cuya producción se emplea la misma cantidad de trabajo diferirán en su valor de cambio si no están dispuestas para ser vendidas en plazos iguales de tiempo. Supongamos que yo emplee en la producción de una mercancía 20 hombres durante un año, haciendo un desembolso de 1.000 I., y que al final de ese año emplee para terminar y perfeccionar el producto otra vez 20 hombres por otro año con un nuevo gasto de 1.000 I., y llevo el artículo al mercado al cabo de dos años; si los beneficios han de ser el 10%, mi artículo debe ser vendido por 2.310 I., pues tuve empleado un capital de 1.000 l. durante el primer año y uno de 2.100 I. durante el segundo. Otro hombre emplea la misma cantidad de trabajo, precisamente, pero la emplea todo el primer año; tiene 40 hombres con un gasto de 2.000 I., y al final del primer año vende su producto con un 10% de beneficios, o sea, en 2.200 l. Tenemos aquí dos mercancías que, habiéndose empleado en ellas la misma cantidad de trabajo exactamente, una se vende por 2.310 l. y otra por 2.200 I.

Este caso parece distinto del anterior; pero es, en realidad, igual. En ambos el precio mayor de un producto se debe a que ha de transcurrir más tiempo antes de que esté dispuesto para la venta. En el primer caso, la maquinaria y el paño valían más del doble del cereal, aunque se empleaba solamente doble cantidad de trabajo en ellos; en el segundo, un artículo vale más que otro, aunque no se emplea más trabajo para producirlo. La diferencia de valor proviene en ambos casos de que los beneficios, al acumularse, toman la forma de capital, y esa diferencia es sólo una compensación por el tiempo que esos beneficios estuvieron retenidos. Resulta, por consiguiente, que las proporciones diferentes en que se divide el capital fijo y circulante, empleado por las diversas industrias:, introducen una modificación considerable en la ley que es de aplicación universal cuando en la producción se emplea casi exclusivamente trabajo, a saber: que nunca varía el valor de las mercancías, a menos que una mayor o menor cantidad de trabajo sea empleada en su producción, habiéndose demostrado en esta sección que, sin variación alguna en la cantidad de trabajo, la mera alza de los salarios ocasionará un descenso en el valor de cambio de aquellos bienes en cuya producción se emplee capital fijo, y cuanto mayor sea el valor de éste, mayor será el descenso.

SECCIÓN V: El principio de que el valor no varía con el alza o la baja de los salarios se modifica también con la duración diferente del capital y con la desigual rapidez con que se restituye a quien lo emplea.