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Cory sabía que Max Hunter era un hombre poderoso. Su última secretaria había dicho que era un jefe excepcional, pero Cory pronto descubrió que era único. Sólo podía haber un hombre en el mundo tan sexy, tan dinámico, tan...¡irresistible! Cory estaba decidida a concentrarse en su trabajo, y no en el imponente atractivo físico de Max. Después de todo, ella estaba enamorada de otro hombre. Un hombre que Max inmediatamente decidió que no era lo bastante bueno para ella, y la manera más sencilla de convencer a Cory de su error fue mantenerla prisionera…
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Seitenzahl: 163
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1999 Helen Brooks
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Prisionera del deseo, n.º 1082- mayo 2022
Título original: A Boss in a Million
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1105-649-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
LONDRES? Oh, Cory, no. No te vayas. Las cosas se te arreglarán aquí; lo sé. Ten paciencia.
Cory Masters miraba el rostro de su amigo, su querido amigo, el hombre al que conocía de toda la vida y al que había amado casi todo ese tiempo. ¿Cómo iba a decirle que las razones que había argumentado para dejar su pequeño pueblo aletargado, escondido en las verdes montañas de North Yorkshire, eran mentira? El verdadero motivo de su huida al anonimato de la gran ciudad era él, Vivian Batley-Homas.
La radiante sonrisa de Cory y sus ojos verdes, del color del fondo del mar con su fascinante brillo violeta, no dejaban traslucir ni un ápice de su agitación interior.
—Ya está todo arreglado, Vivian —Cory se retiró un mechón de su sedoso cabello castaño oscuro que le había caído en la mejilla, y continuó con voz alegre—: Después de la entrevista la semana pasada, cuando vi a algunas de mis competidoras, no pensé que tuviese ninguna posibilidad de conseguir el trabajo, pero esta mañana me ha telefoneado la secretaria del señor Hunter. Empiezo dentro de cuatro semanas. Entonces tendremos dos semanas para que ella me ponga al tanto de todo antes de que se traslade con su marido a Estados Unidos a finales de mayo.
—¿Pero si estabas pensando algo así, por qué no lo dijiste? —preguntó Vivian desconcertado, con la voz ligeramente quejumbrosa y una expresión ceñuda en su rostro aniñado—. Y está la boda y todo eso; Carole contaba con tu ayuda para los preparativos, ella es negada en lo que se refiere a las cosas prácticas —su voz era indulgente más que crítica, pero cambió para añadir—: Eres la dama de honor principal después de todo.
—Lo sé.
Cory tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener la sonrisa. Sabía muy bien que era la dama de honor principal de la guapísima recién llegada que había capturado el corazón de Vivian desde que la vio en uno de los bailes locales. Carole James, con su larga cabellera rubia y sus intensos ojos azules, cuerpo de ánfora y largísimas piernas. Y además, para infelicidad de Cory, era simpática. Un poquito tonta e inútil, pero era buena chica.
—Y sigo siendo la dama de honor de Carole, así que no te preocupes —añadió Cory tranquilizadoramente—. La mayoría de los preparativos pueden hacerse antes de que me vaya, y vendré aquí el fin de semana anterior a septiembre por si Carole necesita que la ayude.
—Claro que necesitará que la ayudes —la voz de Vivian sonó ansiosa e irritada al mismo tiempo.
Por un momento la ira sobrepasó el dolor de Cory. ¿Cómo podía ser tan…necio? Habían vivido pegados el uno al otro desde que iban a la guardería, y como eran vecinos habían pasado la infancia y la juventud el uno en casa del otro.
Nunca se habían dicho nada explícitamente. Pero no era necesario decirlo. Estaban hechos el uno para el otro. O eso había pensado ella… la tonta de ella.
—Vivian, sé que Carole no tiene familia, pero tu madre la aconsejará en todo lo que pueda —Cory intentó mantener la voz serena—. El salón del pueblo ya está reservado para el banquete. No hay ningún problema. Todo está controlado.
—Pero ella contaba con tu apoyo moral…
—¡Para eso te tiene a ti, por Dios Santo!
A Cory se le acabó la paciencia. Su madre era pelirroja y los reflejos rojizos de su cabello castaño oscuro daban testimonio de que había heredado sus exaltados genes.
—¿Entonces estás decidida a irte? —preguntó Vivian tensamente, tras una pequeña pero elocuente pausa.
—Sí, estoy decidida —la voz de Cory sonó igualmente tensa.
Se iría al día siguiente si podía. Ya había tenido bastante los últimos meses, contemplando a Vivian y a su curvilínea rubia como tortolitos; y la fiesta de compromiso de la semana anterior había sido una experiencia que no se la deseaba ni a su peor enemigo. Faltaban seis meses para mediados de septiembre, y no sobreviviría si tenía que pasar en Thirsk todo ese tiempo. Por alguna extraña razón Carole se había empeñado en que fuese su mejor amiga.
—Entonces no hay nada más que decir —dijo Vivian con frialdad, y entonces, en contra de esa afirmación, añadió—: Pero no alcanzo a entender por qué no has podido seguir trabajando unos meses en Stanley & Thorton’s. Dijiste que necesitabas un cambio y que un nuevo trabajo fuera te renovaría, y entiendo que a tu edad… —Cory lo hubiese golpeado—. Pero otros seis meses no hubiesen cambiado mucho las cosas.
—Tal vez a mi edad no quiera perder el tiempo —soltó Cory con acritud mientras Vivian se encaminaba hacia la puerta del acogedor salón rosa de la casa de los padres de Cory—. Tal vez crea que debo agarrarme a la vida antes de que pase.
Carole, con veinte años, sólo era cuatro años más joven que Cory y Vivian y ya había sacado el tema varias veces, con tal asombro que hacía que Cory se sintiese como Matusalén. De todas formas, hacía años que debería haberse marchado de Yorkshire.
Vivian no se detuvo en su retirada y, tras uno o dos segundos, cuando oyó la puerta, Cory respiró hondo y reprimió las lágrimas que le abrasaban los ojos, parpadeando desesperadamente y levantando la barbilla.
No. No iba a llorar más. Ya había derramado bastantes lágrimas esos últimos meses, y estaba harta de sentirse tan desesperada. Se iría de Thirsk en cuatro semanas. No había mencionado ni a Vivian ni a sus padres que el contrato era de prueba, pero aunque no consiguiese el puesto de secretaria del ilustre presidente de Operaciones Hunter, no volvería.
Todos sus sueños, todas sus aspiraciones desde que había aprendido a andar, habían estado unidas al hombre alto y apuesto que acababa de salir de la casa tan bruscamente. Tendría que aprender a afrontar el resto de su vida sin él, y a labrarse un porvenir.
Enderezó la espalda y echó los hombros hacia atrás. Ella nunca había sido una quejica. Era joven, inteligente y tenía una vida por delante a pesar de Vivian Batley-Thomas… por muy guapo que fuese. ¡No! Cory frunció el ceño con determinación. No podía permitirse pensar eso nunca más. Podía ser muy guapo, pero no estaba disponible. Fin de la historia.
—Cory, me alegro de volver a verte, y por favor, llámame Gillian.
Era una fría mañana de abril cuatro semanas después, y, tras haberse instalado en su comprimida pero atractiva habitación amueblada el viernes anterior, Cory acababa de entrar muy nerviosa en la torre de oficinas de Operaciones Hunter. El edificio era enorme, espectacular y lujoso, nada que ver con su antigua oficina, pero la afectuosa sonrisa de Gillian Cox de alguna manera alivió el pánico que sentía Cory esa mañana al enfrentarse a su nuevo trabajo.
—Hola, Gillian —asombrosamente su voz sonó casi normal—. Yo también me alegro de volver a verte. ¿Cómo estás?
—A la carrera, volviéndome loca y de camino a un agitado descanso. Aparte de eso, bien —Gillian sonrió, acompañando a Cory al ascensor y diciendo entusiasmadamente antes de apretar el botón—: Estarás deseando conocer a Max; no es muy frecuente que una no conozca a su jefe hasta el primer día de trabajo, ¿verdad?
—Sí —dijo Cory con la voz débil. ¡Eso había pensado ella!
—Pero acaba de regresar de esa horrible gira de viajes y conferencias por el Lejano Oriente. Te llevarás bien con él, Cory, de verdad —dijo Gillian alegremente—. Es un jefe excepcional. De no haber sido porque a mi marido le han ofrecido ese trabajo maravilloso en Estados Unidos, jamás se me habría ocurrido dejar Operaciones Hunter, y menos después de quince años trabajando con Max.
Gillian seguía hablando cuando se detuvo el ascensor en el último piso, y al abrirse las puertas, dejando ver suntuosas moquetas de color crema y paredes tapizadas de lino, la silenciosa calma se rompió bruscamente por una iracunda voz masculina bramando:
—¿Gillian? ¡Por todos los santos! ¿Dónde está ese fax de Katchui?
Los ojos de Cory pasaron del vestíbulo al ancho pasillo, ocupado por el enorme hombre, pero Max Hunter sólo tenía ojos para su tranquila y aparentemente inalterable secretaria que, tras indicar a Cory rápidamente que esperase en su despacho justo enfrente de ellas, avanzó, diciendo serenamente:
—Está en tu mesa, Max, donde ha estado los últimos tres días. Sin duda estará enterrado bajo la montaña de papeles que has estado mirando todo el fin de semana.
Gillian desapareció por el pasillo, y Cory entró al despacho de la mujer, que pronto sería el suyo. Aunque, después de ver al formidable Max Hunter tenía sus dudas.
Ese hombre era enorme, por lo menos medía dos metros. Y no era muy mayor; Gillian le había contado que el padre de Max Hunter, que fundó el imperio Hunter a finales de los cincuenta, había muerto hacía quince años, y que su hijo había heredado todo a la tierna edad de veintitres años, pero la fugaz visión que había tenido de ese rostro duro con el cabello negro salpicado de canas plateadas respondían a un hombre mayor de treinta y ocho años. Y su actitud…
—Sin novedad en el frente —Gillian sonreía radiantemente cuando apareció por la puerta que conectaba su despacho con el de Max Hunter—. Tenía al señor Katchui en el teléfono y Max odia no tener todo controlado —dijo alegremente—. Típico de hombre.
Cory asintió con la cabeza sin decir nada. Se estiró la falda de tubo del traje azul marino que le había costado un riñón, se aclaró la garganta y acababa de abrir la boca para preguntar algo inteligente, cuando Gillian se le adelantó, y dijo con la voz apremiante:
—No hagas caso de cómo es Max, Cory… su actitud, su forma de hablar y todo eso. En realidad es un hombre encantador. Siempre nos hemos llevado estupendamente.
—¿Sí? —Cory necesitaba que la tranquilizase.
—Sin duda —Gillian asintió con la cabeza firmemente—. Pero hay que acostumbrarse a él. Está muy seguro de lo que quiere, y más aún de lo que no quiere, y no soporta a los ineptos —sonrió a Cory que esbozó una débil sonrisa—. Y es muy riguroso en su opinión de la gente —continuó—. De las diez aspirantes que he entrevistado, tú eres la única que encajas en sus criterios. Max es terrible con los empleados. Algunas eran demasiado solícitas, otras no lo suficiente. Y a Max no le gustan las mujeres que están acicalándose todo el tiempo, o mirando el reloj para irse, y por supuesto espera una discreción absoluta —Gillian sonrió radiantemente con el rostro sereno.
—Por supuesto —dijo Cory, tragando saliva desesperadamente e intentando tomarse todo aquello como un cumplido—. Bueno, ya me has dicho las cosas que no le gustan, Gillian —dijo prudentemente—. Tal vez podrías decirme ahora la parte positiva.
Y entonces una voz grave y fría, hizo que las dos volvieran las cabezas.
—En esencia, son cinco cosas. Inteligencia, eficacia, iniciativa, audacia y… —se detuvo deliberadamente.
—¿Y?
Cory tuvo que hacer un esfuerzo para hablar; de cerca, ese hombre era totalmente apabullante. Su rostro era algo más que duro. La piel bronceada y tersa sobre una estructura ósea bien cincelada era estremecedoramente masculina, la nariz aguileña y la boca recia aumentaban la impresión de severidad. Pero eran los ojos, de un color pardo dorado, asombrosamente hermosos, y protegidos por una espesas pestañas negras, lo que proporcionaba a su mirada una cualidad inquietante e imponente.
Jamás en su vida había visto unos ojos como los de ese hombre, lo que unido a su gran altura y anchura, todo músculo, y a su magnético atractivo físico, resultaba casi paralizante. Cory no podía creer que ese fuera su jefe.
—Y belleza —terminó él concisamente, e inmediatamente sonrió, acercándose a ella y tendiéndole la mano.
Cory se recobró rápidamente, poniéndose de pie y dándole la mano que fue engullida por sus grandes dedos, pero se aseguró de que el apretón fuese firme y fuerte a pesar de que le tembló un poco la sonrisa.
—Así que tú eres la joya que ha descubierto Gillian —dijo él pensativamente con una voz ronca que la estremeció.
—Soy Cory Masters, señor Hunter —respondió ella, retirando rápidamente la mano—. Encantada de conocerlo.
—Lo mismo digo, y por cierto, llámame Max. Es el diminutivo de Maximilian, el emperador romano y significa «el más grande» —la miró indolentemente, con una extravagante sonrisa—. Bueno, tengo entendido que en las próximas dos semanas vas a dedicarte a observar y a asimilar —dijo fríamente—. Haz todas las preguntas que desees, investiga, llama a Gillian a media noche si es necesario, pero a mí no me molestes. Yo no sé como funciona la oficina; para eso pago a una secretaria. Espero que seas capaz de proporcionarme en el acto cualquier cosa que te pida, y nunca acepto excusas. ¿Ha quedado claro? —añadió él con desenvoltura.
—Perfectamente —había algo en el tono de ese hombre que irritó a Cory, y sin poder detenerse, dijo—: Y por el incidente de esta mañana deduzco que espera que su secretaria también esté al tanto de todos los papeles que hay encima de su mesa.
—Exactamente —admitió él con aparente despreocupación.
Pero por sus ojos ambarinos Cory supo que él había captado el sarcasmo de su indirecta.
Cuando él se dio la vuelta y desapareció por la puerta de su despacho, cerrándola con firmeza, se preguntó si se había vuelto loca. ¡Debería haber mantenido la boca cerrada! Era como decía su padre de su madre, su peor enemiga. Y ante la autoritaria presencia de Max Hunter los genes plácidos y tranquilos de su padre desaparecían y salían a relucir los temerarios y exaltados de su madre.
—Bien —la voz de Gillian sonó neutral—. Vamos a ponerte al corriente de todas las empresas que pertenecen a Operaciones Hunter. Hay un listado en aquella mesa con lo más relevante. La mayoría es confidencial. También he hecho un resumen de las personas, de dentro y fuera de Operaciones Hunter, con quien más tendrás que tratar.
—Gracias.
La sonrisa de la otra mujer era contagiosa, y Cory se sintió un poco mejor, aunque sus manos temblaban cuando se sentó en la mesa que le había indicado Gillian. Retirándose un mechón de cabello oscuro que se había soltado de su formal moño francés, pensó que Max Hunter estaría congratulándose de haber estipulado un período de prueba para el puesto.
Estaba inmersa en un interesante informe del principal competidor de Max Hunter, cuando oyó el interfono de Gillian.
—¿Sí, Max? —hubo un momento de silencio, y entonces dijo—: Ah, sí, por mí, bien. Le preguntaré. ¿Cory? —ante la voz ligeramente desconcertada de Gillian, Cory levantó la cabeza inquisitivamente—. Max me pregunta si tienes algún plan para comer. Ha sugerido llevarnos al Montgomery para celebrar tu primer día en Operaciones Hunter. Yo estoy libre, ¿y tú?
A Cory se le cayó el alma a los pies. El nombre del restaurante no le decía nada pues sólo llevaba una semana en Londres, pero por el tono de la otra mujer claramente no era de comida rápida.
—Sí, estupendo —acertó a decir débilmente.
El resto de la mañana pasó rápidamente mientras Cory intentaba asimilar cientos de datos, y justo antes de las doce, ante el apremio de Gillian, Cory pasó al pequeño aseo blanco y rosa que había en el despacho para arreglarse antes de comer.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Cory a la ingenua chica que la miraba en el espejo.
Con ese peinado discretamente elegante, ese ligero maquillaje, ese caro traje y esos zapatos italianos, no parecía ella. ¿A quién intentaba engañar? No iba a poder con ello. Jamás debería haber solicitado ese trabajo, era demasiado difícil para ella. Tragó saliva nerviosamente al tiempo que advertía que tenía las manos húmedas.
Mordiéndose el labio inferior abrió el grifo y se echó agua fría por las muñecas. Tenía que tranquilizarse. Necesitaba el dinero de esas seis semanas de prueba para pagar la habitación, que le costaba una fortuna. Y si conseguía el puesto definitivamente, cobraría el doble, lo que era todo un sueldo.
—¿Cory?
La voz de Gillian en la puerta la avisó de que era hora de irse, y Cory respiró hondo, se alisó la chaqueta entallada de lino y se colocó el cuello de la blusa verde antes de salir del pequeño refugio.
Las dos mujeres acababan de enfundarse en sus abrigos cuando se abrió la puerta del despacho de Max. Se dirigió hacia ellas, moviendo su poderoso cuerpo con la gracia natural de un animal. Con un simple gesto de la mano les señaló la puerta de salida, sin decir nada, con el rostro frío y hermético. En ese momento sonó el teléfono de Gillian.
—Déjalo.
Era una orden y Gillian asintió con la cabeza, pero entonces, tras la señal del contestador, se oyó la voz de un hombre:
—¿Gill? Gill, si estás ahí, contesta el teléfono, cariño. Es urgente.
—Es Colin —Gillian corrió hacia el teléfono, dejando a Max sujetando la puerta, y murmurando—: Lo siento.
Él se apoyó indolentemente en la pared del vestíbulo, clavando la mirada en Cory. Ella le devolvió la mirada, haciendo todo lo posible para que sus nervios no la traicionaran.
—¿Cómo ha ido la primera mañana? —preguntó él con esa voz ronca que ponía los nervios de punta.
—Bien.
Cory asintió con la cabeza, sintiendo que le ardían las mejillas. Aquello era estúpido. Furiosa consigo misma, buscó desesperadamente algo que decir, pero tenía la mente en blanco.
—¿Bien? —él arrastró la palabra en tono de burla—. ¿Te importaría ser un poco más explícita?
Irritada ante su altanera actitud, Cory se oyó a sí misma con la voz firme diciendo:
—Sería estúpida si me aventurase a opinar al cabo de tres horas, ¿no cree? Pero por supuesto, Gillian ha sido muy amable, y de una gran ayuda.
—Para Gillian sería imposible ser de otra manera —por primera vez hubo genuino afecto en su voz—. Es una secretaria excepcional.
—Eso es exactamente lo que ella ha dicho de…
Cory se detuvo bruscamente. No estaba segura de si a Gillian le importaría que repitiese su comentario. Además el ego de ese hombre ya era suficientemente grande. Pero era demasiado tarde.
—¿De? —preguntó él ingenuamente, pero se veía en sus ojos que sabía la respuesta.
—De usted —admitió Cory a regañadientes—. Dijo que era un jefe excepcional.
—Y tú lo dudas bastante.
Demasiado sorprendida, Cory se quedó mirándolo con sus ojos verdes tornasolados como platos y su generosa boca ligeramente abierta.
Cómodamente apoyado en la pared, Max Hunter parecía estar divirtiéndose. Había un tono de satisfacción en su voz cuando dijo, levantando la ceja socarronamente:
—¿Verdadero o falso?
Ciertamente Cory estaba de acuerdo con Gillian en que era un jefe excepcional, pero los motivos diferían mucho de los de su secretaria.