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Juan Raúl Barrera

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Beschreibung

El 3 de diciembre se conmemora el último episodio de resistencia de fuerzas armadas en democracia. Ellos se encolumnaron tras la figura del coronel Mohamed Alí Seineldín. Hoy, desde su perspectiva, ellos cuentan cómo nació el carapintadismo después de Malvinas, y el movimiento que se empezó a gestar con el advenimiento de la democracia. Continúan a partir del año 1986, cuando comenzaron los levantamientos en los cuarteles (Monte Caseros, Escuela de Infantería, Villa Martelli). Desde este punto de vista, los autores plantean cuestiones internas de la fuerza, y niegan haber buscado réditos económicos ni cargos con los levantamientos. Un grupo de soldados eligió la carrera de las armas, y con la respuesta lo perdieron todo. Hoy, nuevamente insertos en la sociedad de donde salieron, se encuentran continuando con su vida. En estas páginas, presentan una postura clara: "Somos conscientes de que usar las armas no es lo correcto; las usamos para protestar y pagamos caro con prisión y bajas. Queremos hacerle saber al lector que no fuimos asesinos; está comprobado que fue un ardid del generalato y el gobierno de turno para hacernos quedar como tales".

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Promoción 390 : veteranos del 3 de diciembre / Juan Raúl Barrera ... [et al.] ;

compilado por Juan Raúl Barrera. - 1a ed . - Córdoba : Tinta Libre, 2020.

246 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-551-8

1. Historia Política Argentina. 2. Historia Militar. 3. Biografías. I. Barrera, Juan Raúl II.

Barrera, Juan Raúl, comp.

CDD 920

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución

por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2019. Juan Raúl Barrera

© 2019. Tinta Libre Ediciones

Promoción 390

Veternanos del 3 de diciembre

PRÓLOGO

Estos 29 suboficiales del ejército argentino, algunos de ellos veteranos de la guerra de Malvinas, no necesitan presentación de nadie. Como tampoco necesita presentación el campo de batalla, la isocronía de los astros, los accidentes topográficos, el viento, la lluvia y la turba malvinera. Ellos son curtidos y corajudos soldados de Dios y de la Patria; estos incontaminados hombres sintieron la necesidad de ser escuchados, porque todos hablaron de ellos y debieron esperar largo tiempo para dar rienda suelta a la pasión de manifestar vivencias que estuvieron celosamente guardadas por tantos años. Ellos todavía creen en el amor a la Patria, en la verdad y la justicia.

Ellos pondrán a vuestra consideración una llamada pesarosa y sin odio para que vayan penetrando los predestinados a seguir de cerca, lo que hicieron los valientes soldados en aquella gesta histórica. En el presente exordio, es mi deber enunciar que el contenido de los distintos relatos en el presente libro, va a través de los hechos bélicos, donde la muerte puso la adrenalina a más no poder. Solo un soldado puede equiparar lo que se siente minutos antes de entrar en combate.

Está en mi dilucidar y examinar, la sinopsis desde donde viene el suboficial de nuestro ejército. Porque, como siempre ocurre, el ciudadano común ve un uniformado y juzga y más de una vez. Se han ensañado en criticar, denostar y hacer comentarios mendaces hacia ese servidor.

Algunos deberían darse cuenta de que, detrás de ese uniforme, antes que nada hay una persona, hombre o mujer. Detrás de ellos, una familia; que estudian y trabajan como cualquier hijo de vecino. Cada soldado lleva marcada a fuego la soledad angustiosa del desarraigo; la gran masa de la suboficialidad proviene del interior del país. Desde ahí, en los lugares más recónditos de la tierra, como un poder divino, surgió una voz que le dijo: “Has venido a la tierra tanto para labrarla como para servirla”. Y a partir de ese momento, hizo el compromiso de defenderla, hasta perder la vida si fuera necesario. Pavada de juramento. En cada pronunciamiento y en los distintos reclamos, podrán ver y oír las miles de endechas que, a lo largo de sus sufridas carreras, fueron colmadas de angustias en noches de guardias, retenes y semanas. Hasta que una vibrátil y estremecedora voz los hizo volver en sí, y entregaron su alma sobre el tembladeral de sus propias desesperaciones. Son aquellos que aún persisten en la creencia de la luz, aunque marchen manoteando entre tinieblas. Verán la conmoción de sus carnes estremecidas, el bramido incesante de los cañones y morteros, y el mirar impertérrito de sus decididos camaradas, que al jugarse en un todo o nada, vieron muy cerca el triunfo; pero también vieron pasar el desencajado, maléfico y maloliente rondar de la muerte.

Un día, mirando la película Hombres de honor, me quedé perplejo por la gran similitud que encontré con ese niño que salió del campo. Acompañado por su familia, partió hacia un terreno desconocido, lejos de sus seres queridos, llevando consigo una radio, pero con una meta fija: servir a la Patria. Haciendo una mirada introspectiva, me vi reflejado en esas escenas, y pensé en mis orígenes, en mis padres; también pensé en nuestros héroes: Juan Bautista Cabral, el gran Mario “perro” Cisneros, el sargento Guillermo Verdes y el Cabo primero Rolando Morales, y tantos otros que ofrendaron sus vidas en busca de una Patria gloriosa y emancipada.

Para dar un colorido distinto a la presente introducción, resultaba esencial un coloquio que les presento a continuación. No sin antes agradecer la valiosa y desinteresada participación en el comienzo del prólogo, del señor suboficial músico, poeta, escritor, sociólogo, filósofo y director de orquesta, don Petencio Carbonero.

Hace tiempo conversé con mi compañero de camada (suboficial que, sin haber egresado de un instituto de formación, es enganchado a la cola de una promoción) y gran amigo, don Américo Rafael Rivera; un hombre escudriñador y estudioso de la historia argentina, conservador de las costumbres camperas y el acervo cultural que el gaucho encierra. El tema excluyente era la importancia y la trascendencia que tenía el suboficial a lo largo de la historia de los cuarteles, las antinomias propias de las armas, y un rico y jugoso anecdotario castrense a través de su historial.

En el léxico de los hombres de arma hay una palabra que, según como se diga o aplique, puede resultar agraviante o no. Mate amargo de por medio, como dignos ejemplares de la caballería argentina, la charla discurría armoniosamente y sin sobresaltos. Este gran amigo, oriundo de Córdoba, tiene una forma muy particular de entablar una conversación, porque es ocurrente en demasía, y el humor que caracteriza a los cordobeses, hace que las charlas sean más distendidas y amenas. Cada vez que nos juntamos, las horas del día son insuficientes.

Hablar de historia con personas que han leído mucho es algo fascinante, máxime si el interlocutor se preocupó en ahondar y unir criterios para llegar a una conclusión valedera. La palabra convocante era para mí de vital importancia; la considero así porque, cuando un vocablo simple perdura en el léxico de las personas de determinado ámbito, cobra resonancia y vigencia a través del tiempo.

Era imprescindible largarla en la conversación. Entonces, esta vez quien rompió el hielo fui yo, y le pregunté qué entendía por la palabra “gancho” (seudónimo que se emplea para llamar al suboficial). Américo, antes de responderme, como hombre que sabe aprovechar los espacios y los silencios, ni se inmutó ni perdió la cordura. Aprovechó para cambiar un poco de yerba al mate, cambió de sentido la dirección de la bombilla, y se dispuso a responderme:

Mirá, querido Juancito, son palabras que, desde un tiempo inmemorial, forman parte del folklore castrense y que, por respeto o ética, se trata de soslayar. En el ejército, todos sabemos que al oficial le decimos “bicho”; al suboficial, “gancho” y al soldado, “colimba”. Así que, si me permitís, desearía remontarme a antaño para ver con más claridad la sucesión de los hechos, y que entiendo yo del porqué de dicha palabra.

En la primera Invasión Inglesa de 1806, al mando de GUILLERMO CARD BERESFORD, fueron derrotados en lo que llamamos La Reconquista.En la segunda Invasión inglesa de 1807, al mando de JOHN WHITELOCKE, fueron derrotados en lo que llamamos La Defensa.

Es a partir de las invasiones inglesas que venimos peleando, y por ende reclutando gente para las milicias. Yo diría que la lucha, en la mayoría de las veces, fue desigual y austera; lo que debemos agradecer a Dios es el fabuloso temple humano y las agallas que tuvieron nuestros hombres. Las primeras milicias fueron, además de patricios, granaderos, orilleros, arribeños, blandengues, zapadores, cazadores, húsares, quinteros y labradores; también los voluntarios de Pueyrredón, Álzaga, Castas, Vivas y muchos más. Todos ellos, poco importa el orden ni a órdenes de quién lucharon. Estoy haciendo un somero relevamiento enumerando algunos de los que se fueron enganchando con un simple, pero abnegado propósito: servir a la reciente patria. Es decir, eran ganchos, y muchos de ellos eran zambos (hijo de negro e indígena, o viceversa). Como el relevante caso del Sargento Juan Bautista Cabral.

En esa época, había gauchos matreros por todos lados. Entonces se organizaban partidas, y todo aquel que era sorprendido en alguna cuadrera, o en las pulperías jugando a la taba, eran señalados de vagos y mal entretenidos. Entonces, con la excusa de defender Buenos Aires del ataque inglés, se los arreaba; esa era una forma de enganche. Algunos iban a las columnas a la chacra de Perdriel; otros, a lugares más lejanos; otros pasaban con chalupas a Montevideo. Desde ahí, se alistaban todos con un solo propósito: recuperar Buenos Aires. Estando semidistantes y someramente instruidos, con un poco de suerte y mucho coraje, utilizando el factor sorpresa, se pudo llegar y vencer a Beresford.

Los hacendados eran grandes terratenientes, dueños de grandes extensiones de campo. Tenían la posibilidad de elegir entre el peonaje a hombres rudos y fuertes; algunos eran baqueanos, reseros, avezados domadores, todos ellos diestros para el manejo de las armas, especialmente el cuchillo y la lanza, había también quienes sabían tirar. Elegían las mejores caballadas, y al tener todo ese factor a favor, armaban sus propias milicias; primero, para ahuyentar a los malones que asolaban la región y después, para adquirir poder territorial y buenas relaciones. Al luchar en las invasiones inglesas, tuvieron la oportunidad de demostrarlo, y hacerse fuerte en sus estancias.

De esa fuente también hubo enganchados: se los asimilaba acorde a la necesidad y capacidad. A veces llegaban a obtener jerarquías por el buen desempeño y condiciones para el mando. En el caso de los suboficiales, se veían algunos cabos, muchos sargentos y sargentos mayores, que eran los más avezados y tenían determinada edad como para lucir ese tipo de jineta. En el caso de los oficiales pasaba algo parecido, aunque los hijos de los estancieros tuvieron mejores posibilidades de educarse. Cuenta la historia que hubo capitanes que apenas sabían leer y hubo tenientes coroneles en las mismas condiciones, pero eran hombres decididos, arriesgados y de genio fuerte. Al final de una escaramuza que terminaba en furibundos enfrentamientos, a base de sablazos y lanzazos, al final de la contienda con muertos y chuceados, después venía la recompensa con un ascenso. Así hubo alféreces, coroneles, generales, brigadieres. Por ejemplo, el cirujano mayor Cosme Argerich, ¿de dónde salió? Fue por una necesidad… no salió de los claustros de una academia militar.

Manuel Belgrano, después de la Revolución de Mayo, siguió sembrando la semilla de la libertad en una de esas columnas que formaban parte del gran proyecto libertario. Cabe acotar que el general Belgrano no era egresado de la “west point”, era un abogado que se colocó una chaquetilla y se hizo cargo de un regimiento que ya estaba formado, ya que Cornelio Saavedra estaba viejo y enfermo. En esa campaña fundó pueblos como Mandisoví y Curuzú Cuatiá. Conocemos el emblemático caso del tambor de Tacuarí que muere en esa batalla. Vale decir que hasta niños se enganchaban.

No pasó lo mismo con el General San Martín, que tuvo una formación militar a corta edad en el regimiento de Murcia en España. Por eso los granaderos tenían otro tipo de formación y disciplina. Después de la batalla de San Lorenzo, a él se le engancha un paraguayo que llegó a ser coronel; el coronel Bogado, quien trajo de regreso los pocos granaderos que quedaban después de terminar en el año 1826 la campaña libertadora. Pasó lo mismo con la campaña al alto Perú; y a Güemes también se le enganchó el gauchaje.

Por supuesto que deberíamos tener el tiempo necesario para buscar en la basta bibliografía de entonces, más o menos desde 1806 hasta 1885. Al ver las milicias sumidas en semejante libertinaje, en esa inconmensurable franja de tiempo existió de todo; lo que Domingo Faustino Sarmiento llamó civilización y barbarie. Entonces fundó el Colegio Militar de la Nación.

En un apasionado relato, mi amigo Américo dio un pantallazo de lo que fueron las enganchadas de aquella época. Esta vez me tocaba a mí dar mi punto de vista sobre los distintos enganches a partir de la creación de la escuela para suboficiales.

El CMN fue creado por orden de Sarmiento en 1869. En sus inicios funcionó en una vieja casona de Rosas, y para principios del 1900, en el Palomar.La escuela de Suboficiales fue creada por orden de J. A. Roca como escuela de cabos y sargentos en 1881. En 1902, como Escuela de Aplicación de Clases; en 1916, Escuela de Suboficiales “Sargento Cabral”, y en 2002, Escuela de Suboficiales del Ejército “Sargento Cabral”.

Aún con el CMN en vigencia, la gente se seguía enganchando, hasta que llegó la llamada ley Richieri, dirigida a los ciudadanos aptos para cumplir con el servicio militar, con 18 años cumplidos o como se decía entonces, “estar bajo bandera”. A veces los mismos cuadros, al verles condiciones para el mando o ver ellos mismos, los soldados, que se avizoraba tener una carrera digna y un futuro en la fuerza donde les había tocado cumplir con la Patria, “se enganchaban”. Como dije anteriormente, Américo dejó en mí muchas enseñanzas, pero hay una que debo reconocer que nunca había escuchado; una aseveración de tal magnitud y con tantos fundamentos como para dejarme atónito y perplejo. En esa charla amena, cordial y enseñadora, arribamos a la siguiente conclusión: LOS OFICIALES TAMBIÉN FUERON GANCHOS.

Es un vasto y profundo anhelo llegar a ustedes con este prólogo en representación de mis 28 camaradas que son el alma de este libro. Quizá profundizo demasiado en algunas cuestiones, pero es necesario para que quede bien sentado el origen del suboficial argentino y la palabra “GANCHO”. Que de ningún modo puede tomársela de una manera agraviante, sino todo lo contrario.

Juan Raúl Barrera

Juan Raúl Barrera

Sargento Primero de CaballeríaESPAC (Escuela de los Servicios para Apoyo de Combate) “General Lemos”

Hermano Carapintada

Hermano carapintada, la noche en que decidiste embetunar tu cara para gritarle a quienes quisieran escuchar tus reclamos postergados desde siempre, pusiste en marcha un efímero y arriesgado anhelo, pues tenías mucho que perder. Al irte, dejaste inconclusos tus verdaderos sueños de soldado y emprendiste un viaje que para muchos fue sin retorno. Cuando iniciaste la marcha dejaste, entre tantas cosas entrañables para ti, a tu familia y amigos, y sentiste la incertidumbre de imaginar que, si las cosas te salían mal, perderías tu trabajo y aquello que tanto te costó y que amabas como pocas cosas se aman en la vida, tu carrera militar.

Igualmente, firme en tus ideales nacionalistas, cuando juraste “Dios, patria y hogar” te hincaste de rodillas ante la Santa Madre, pusiste tu fusil al hombro y los que te vieron pasar notaron que estabas decidido. En tu bravía mirada había un poco de todo, menos odio; quizás un poco de rencor mezclado con angustia por aquellos que eran tus compañeros y no se animaron a dar el gran paso. Pero aquel tres de diciembre de mil novecientos noventa fue la última rebelión nacionalista y el último bastión carapintada, que quedará en los anales de los cuarteles hasta que la misma historia nos juzgue.

En tu bélico trajín, soñaste siempre con un Ejército equipado, instruido, preparado moral y profesionalmente, digno como aquel que seguramente soñara nuestro gran libertador el General don José de San Martín. En ese anhelo que albergabas, de hermandad y camaradería, te fuiste dando cuenta de que todo era efímero y a vos se te iba yendo la vida sin que nadie hiciera nada; así vimos pasar Semana Santa, Monte Caseros, Villa Martelli, pero la cosa seguía igual. Hasta que te halló el alba con la cara tiznada, con un jefe que no era el de todos los días, pero convencido como vos de que había que ponerle fin a esa vil patraña. Después te encomendaste a Dios todopoderoso, te hiciste la señal de la cruz en ese escapulario que siempre te acompañó y, en diciembre del noventa, te jugaste a todo o nada. Eran las nueve de la noche y ya estaba en marcha la revuelta.

Perdóname mujer, lo hago por vos y por mis hijos, la patria una vez más me llama y el corazón se me quiere salir del pecho. Veo a mi bandera que flamea como nunca allá en el mástil, ella me está indicando que debo cumplimentar lo que jurara un día, defenderla si fuera preciso hasta perder la vida; debo lanzarme sin miramientos en pos de ese quimérico sueño que alborea un lumínico diciembre.

Retabas al destino con tu fusil en apresto, no solo llevabas la mochila cargada de sueños sino también tus pertrechos de guerra y el infaltable avío. Y te plantaste, como un verdadero soldado de la talla y la estirpe de Cabral, llevando como norte el orgullo de ser nacionalista y sanmartiniano. Era la última oportunidad que tenías… y en los primeros días de diciembre del noventa, dijiste “¡¡Basta!!” al bastardeo déspota y autoritario de nuestros inmorales generales, que, salvo honrosas excepciones, dejaron mucho que desear en toda su trayectoria y se rindieron en Malvinas sin tirar ni un solo tiro. Allí fue donde nuestros hermanos vieron en los superiores la notable falta de ejemplos personales, algo básico y fundamental para la vida de un combatiente. La ausencia de mando y coordinación en todos los aspectos fue en detrimento de la moral y la estima, que caían precipitadamente en el ánimo de la tropa: los generales argentinos estuvieron más preocupados por pasar revista de pelo, barba y lustre que por recorrer posiciones y ver que, en las trincheras, a la tropa se le secaba la ropa en el cuerpo. Además de un plato de comida caliente, aunque fuese de vez en cuando, ni hablar de la falta de municiones; toda esa desidia corre por cuenta de los generales de cartón que tuvimos.

Muestras de valor no te faltaron, la decisión firme y tajante frente a las adversidades de la vida siempre la tomaste con fe y con gallardía. Tener que soportar horas sentados en el piso bajo el sol de diciembre, haciéndonos comer por los mosquitos y sin poder movernos ni ir al baño, todo tipo de vejámenes, improperios y desprecios, e, inclusive, gente detenida en cárceles comunes, como Caseros y Sierra Chica… de todas estas experiencias se podrá decir que hoy forman parte del anecdotario en la vida de un soldado.

¡Pero quisiera hacer una salvedad! No repararon aquellos grandísimos malvados en que, detrás de cada soldado carapintada, siempre hubo una familia de fierro que los apoyó sin miramientos. Vaya para las mujeres este reconocimiento, solo ellas supieron aguantar de pie, con la frente alta y sin vergüenza, orgullosas de lo que nosotros hicimos. La valentía puesta de manifiesto por todas ellas valió mucho más que el trato desagradable, autoritario y pusilánime que en todo momento mostraron los que estaban a cargo de la custodia (el Ejército Argentino, Gendarmería Nacional y el Servicio Penitenciario Federal). Haciendo caso omiso del maltrato, siguieron adelante y domingo tras domingo llegaron al penal para traernos, además de nuestra comida favorita, una sonrisa y un beso; y aunque por dentro tenían el alma hecha pedazos, nunca lo demostraron. Las madres, las esposas y las novias de aquellos soldados tuvieron más agallas, a veces, que el propio soldado carapintada.

Algunos te ignoraron, otros te denostaron, pero la gran mayoría te miró con admiración y respeto. Quizás se dieron cuenta, aunque tarde, de que indirectamente fueron parte de la maldita treta que algunos pergeñaron para sacarnos del medio. Con el último alzamiento arrancaron de cuajo al sector nacionalista de las FF. AA., arteramente prepararon la traición y armaron un contubernio que les sirvió para que un candidato venido del interior engañara a todos con la imagen agreste de un caudillo, que lucía la melena y las patillas de Facundo Quiroga, un poncho de fina trama —cual si fuera el Chacho Peñaloza—, y el proyecto de Perón bajo el brazo.

Aquel patilludo sombrío que hizo soñar a todos con un Ejército Nacional, después de ganar las elecciones, tuvo que ir a rendir cuentas al país del norte. Cuando vino de allá, no solo se cortó el pelo y las patillas y tiró el poncho con el que solía presentarse en los programas de televisión bailando zambas y cantando folclore, sino que al proyecto de Perón lo usó para limpiarse las partes escatológicas. Y a partir de entonces, estuvo rodeado de la más grotesca calaña, que incluiría como jefe del ejército a un personaje nefasto que se encargó de finalizar la obra que comenzara el presidente Alfonsín, de desmantelar y de desmalvinizar a las FF. AA. Y aquel tres de diciembre, había dado la orden de fusilarnos al igual que en la época del General Valle. La cúpula militar y el gobierno del presidente Menem manipularon al pueblo, usando a los medios de difusión masiva, para hacernos quedar como violentos golpistas; no hay nada más alejado de la realidad, porque todos les reclamos que se hicieron fueron contra la cúpula militar, no contra el gobierno democrático.

Pero el comandante que él mismo eligió para todas las maniobras espurias se quedó con las ganas; ni el presidente ni el general tuvieron decisión y agallas para hacerlo. En una palabra, “les faltaron huevos”. Una vez terminada la obra, con el sector nacionalista preso, al comandante taimado y corrupto le encontraron un puesto como eterno embajador del mal en otro país, y se fue por el río, flotando cual si fuera una balsa maligna y perversa, lejos de su tierra. El suscripto, detenido en el Instituto Penal de las FF. AA., tuvo la suerte de compartir una charla grupal con el coronel Mohamed Alí Seineldín, en la que el propio oficial dijo haber tenido una conversación con la entonces primera dama de los argentinos: la señora Zulema Yoma le dijo “Coronel, ¡mi marido lo va a traicionar!”. ¡Y vaya que fue cierto!

Nombrarte siempre es mi consigna, hermano de la lucha inclaudicable. Te siento hermano porque en el combate nos parió la vida, y aunque existían evidencias comprobables de que había connivencias entre el generalato y un presidente traidor, corrupto y vende patria, vos seguiste adelante a sabiendas de que tenías mucho por perder, porque para vos no hay peor meta que aquella que nunca se ha intentado. Tampoco pensaste que alguien de tu misma entraña se pondría al servicio del traidor apátrida, para tronchar tus ansias de enarbolar bien alto la bandera de tu sueño libertario. Lo que se vivió aquella jornada fue adrenalina pura, el olor a pólvora penetraba en tu nariz hasta mezclarse con tu sangre. Y cada estampido que se oyó aquella fatídica madrugada siempre vino del lado contrario, no del tuyo, prueba cabal de que, a pesar de estar decidido, convencido y persuadido, igual tuviste compasión por aquellos que te traicionaron.

Y los llamaron “leales”. Es una pregunta que me hice mil veces, pero nadie me supo responder: ¡¿leales a quién?!, y ¿para qué? La que sí llevo retenida en mis retinas es la lamentable y triste imagen de cientos de cascos parapetados en apresto esperando la orden de abrir el fuego. Algún día, tal vez un hijo o a lo mejor un nieto te hará esa pregunta que evadiste tantas veces. Ese día llegará, y espero que seas sincero y, mirándolo a los ojos, sin titubeos, sin evasiones, le digas que en un costado oscuro de tu sangre transita una mancha que difícilmente sientas orgullo de lucir; no queda bien ocultar aquel estigma, ¡debe ser muy triste que te tilden de cobarde!

Olvidarte tampoco han podido, ni a tu causa noble que luces con orgullo. Unos cuantos, que se mofaron diciendo que tus locuras formaban parte de un quimérico e inalcanzable anhelo, al tiempo se fueron dando cuenta de cuánta razón tenías. Porque los vaticinios de aquel viejo soldado que fue un adelantado y un visionario se cumplieron uno a uno… muchas veces el mal obnubila la razón. Hay frases que pululan en el saber popular, y esta está más vigente que nunca: dijo nuestro máximo líder, el Coronel don Mohamed Alí Seineldín, “Para la justicia, Dios; para la verdad, el tiempo”.

El tiempo que se acuerda de todos y de todo, único testigo intangible y que, como nadie, sabe esperar. Es por eso que cuando empezaron a ver en los tinglados los tanques y los camiones sobre taco, se acordaron de aquella infausta frase que dijese un seudo presidente, “Ramal que da pérdida, cierra”; yo diría “Vehículo que se rompe, queda sobre taco”. Ahí comenzamos a ver galpones con los candados herrumbrados; en las cuadras, ni siquiera aserrín para pasar en el piso; material para instrucción, cada vez menos; hasta que llegó la solución mágica. Otra vez los engañaron con espejitos de colores, los disfrazaron con uniforme yanqui con las tiras invertidas, chapitas de distintos colores en el pecho y medallas de poco peso cual si fuesen condecorados de la legión extranjera.

Excepto los condecorados de Malvinas, que muy merecido lo tienen.

Triste destino el del soldado, y aunque unos pocos nos tilden de envidiosos, no está bien andar cuidando bienes extranjeros. Las misiones de paz sirvieron para lavar dólares y convertir a grandes soldados en mercenarios. Quizás no se dieron cuenta, o les importó muy poco, pero mientras paseaban por las maravillas del viejo mundo, aquí se entregaban espacios, campos, edificios; y en las unidades entró a tallar la puta corrupción, la gran desidia de ignominiosos generales que, al entregar la Fuerza, entregaron también la dignidad y la memoria de los grandes hombres que hicieron glorioso al Ejército Argentino. Quizás suene lapidario y apocalíptico lo que les estoy diciendo. Pero está a la vista: una vez que les pusieron el pie encima, nunca podrán levantar la cabeza. Si quieren, pueden llamarnos anacrónicos, anticuados, nostálgicos y retrógrados, pero algún memorioso de los de antes sabe muy bien el costo altísimo que tuvimos que pagar. De igual manera, el sueño de tener un ejército profesional… se esfumó. Los que participamos del tres de diciembre de mil novecientos noventa lo hicimos convencidos de seguir hasta el final, por algo se sostiene aquella maravillosa máxima del padre de la patria que reza lo siguiente: “Cuando la patria está en peligro, todo es lícito menos verla perecer”.

Canta tu canción, guerrero incorregible, canta a los cuatro vientos sobre tu lucha inclaudicable. Canta, que tal vez mañana se oirá tu voz entremezclada con la turba malvinense y con la voz de un soldado de los tantos que, cargados de gloria, vagan en ese pedazo de tierra irredenta que es nuestro y que, como argentinos, debemos reclamar hasta el último hálito de vida; cuando se recuperen las islas, no habrá mejor lugar para que descanse un combatiente que su propia tierra reconquistada. Canta, soldado nacionalista, una vez más, que el mar llevará tus nítidas melodías en forma de endechas y se sentirá el clamor de la patria toda. Tu voz, como un jazmín inmarcesible, irá mutando contra el viento hasta encontrar la libertad que necesita. Algún día, porque lo exigen la Historia y la nación toda, esa tierra sabrá que hubo un soldado que se levantó en armas tan solo para no verla entregada; que no sea en vano la sangre derramada por el Sargento “A” (VGM) Guillermo Daniel Verdes, que no tuvo la suerte de mirar a los ojos a quien lo iba a matar arteramente, sin darle la más mínima posibilidad de defenderse. El cabo primero “I” Rolando Daniel Morales, en cambio, murió combatiendo, como muere un soldado.

Alza tu lanza bravía y soñadora y arremete contra todo, pues la vida te pertenece, querido hermano; en tu acervo quedará marcado a fuego el día que el ejército nacionalista dio su último estertor. Cuando se escriba la historia del tres de diciembre de mil novecientos noventa, se sabrá que, después de Malvinas, fuiste el último bastión donde se pagó con sangre para sostener a la patria; de ahí en más, todo fue entregado.

Todavía no se ha hablado de que hubo un Ejército antes y después del último alzamiento. El anterior era honrado, abnegado y sacrificado, todavía creía en el amor, la patria y la bandera, y respetaba cada uno de nuestros símbolos; también cantaba el himno con respeto, por ser la canción patria más venerada. Nunca pidió nada a cambio, ni reclamos salariales ni nada que tuviese que ver con la parte económica.

Pero pasó como pasa siempre; gran parte de la sociedad fue manipulada por los medios de comunicación masiva, que le hicieron creer a la gente que éramos un grupo desestabilizador y golpista. Aun así no pudieron acallar tu voz, pero como no había más remedio, tuviste que pagar con la cárcel tu válido reclamo; entonces, te despojaron de ese uniforme que tanto amabas y usaron a tus propios camaradas para custodiarte, para menoscabarte aún más. Pero lo que no pudieron ni podrán nunca es mancillar tu honor y la hombría de bien. Tampoco podrán bajarte la cabeza, tu mirada sigilosa y penetrante es una espada de Damocles cuyo hilo quizás nunca se corte. Ellos tendrán que vivir el resto de su vida con la mirada gacha; en cambio tú, soldado nacionalista, y tu mirada alta, desafiante y orgullosa, hasta el último día serán iguales.

El otro Ejército, el que vino después del alzamiento… voy a usar una frase poco ortodoxa, pero quiero que me entiendan todos: por la plata, baila el mono.

Rezaste muchas veces por las noches por la patria, por tus hijos y tu amada, y en tu ritual supiste amenguar las horas lerdas, porque entre rezo y rezo también cantabas. Como todo convicto, dejaste tus huellas en las frías paredes del penal donde estabas, como muestra indeleble de un soldado que no quiso ser igual a otros. Rezar es honrar a Dios omnipotente, que, además de aliviar el dolor, abriga el alma y el espíritu en el más crudo y cruento invierno… Nunca te olvides, soldado, cuando tengas situaciones límites como esta, de cantar y rezar; el canto y la oración van de la mano y te alejan sutilmente del averno.

De tantas serenatas a la luna, circunscribiste tu mundo a un pabilo atónito y mordaz; las ofrendas, cantatas y poemas fueron endechas que en el tiempo se trasformaron en un canto de esperanza. Ese árbol dio fruto y la tierra ayudó, bendita sea; hoy, a través del tiempo, puedo verlo: el rezo y la canción fueron panacea.

A la hora de hacer tu propio balance, con el tiempo sabrás en demasía cuánto has ganado en experiencia, en carácter e hidalguía. Aunque tus arcas flaqueen, a vos poco ha de importarte: la moral, la honradez, la templanza… no hay moneda que aquilate tu labranza. Lo nuestro va más allá y ellos lo saben, porque lo han visto con sus ojos aquella tarde, al despojarte por completo de tu atavío; tu jineta fue nada más que un trapo rojo. Mancillaron tu honor cuando, ya noche, se escuchó el chirriar de los cerrojos; solo con tu alma y tu conciencia plena, en el silencio de esa tumba solitaria, mansamente cayeron tus despojos.

Pintaba la mañana del tres y el almanaque iluminaba la epopeya, la Virgen santa de Luján nos dio la venia y arreciaba el calor, era diciembre. Ni una mísera sombra ni agua fresca, pero lo mismo lo vivimos intensamente, con un fusil, “la novia del soldado”, la sangre tensa y una entrega total si había batalla; los vientos de libertad soplaban tenuemente y el cambio estaba ahí, al alcance de la mano. Porque solo tú tuviste los cojones para encontrar la punta del ovillo enmarañado aquel día luminoso y sin tormenta, con un poco de betún y sangre en las venas. Osaste fieramente y con denuedo, y lo encontraste al león aletargado; era un gigante viejo y somnoliento que, cuando le susurraste al oído mansamente, no tuvo la reacción que tú esperabas.

Pudo más la traición de unos cobardes que ocultos en las sombras se quedaron, vaya uno a saber cuáles fueron sus males; quizás especularon con su suerte, sin acordarse tan siquiera que la muerte nos estuvo rondando el santo día. Yo quisiera decirles a aquellos maulas que un soldado no especula con la patria. A la patria hay que servirla y defenderla; si es preciso, con la vida se paga muchas veces.

Inconmensurable fue tu proeza. Una vez más tu grandeza espiritual pusiste a prueba, la fe inmarcesible siempre te ayudó, en las horas amargas solo te encomendaste al magnánimo poder que nos da Dios todopoderoso, y así saliste airoso en la contienda. Quizás nunca debiste claudicar en tu anhelo, pero ellos eligieron la mano de un general puesto con el dedo, que respondía puntillosamente los caprichos del patilludo traidor —tan aciago, tan perverso y maléfico—; lo mismo que aquel que vende el alma al diablo, inescrupulosamente lo endiosaron. Por un par de jinetas y oropeles vanos, terminó regodeándose vilmente en los pasillos de la casa de gobierno, hasta que fue enviado como embajador del mal en otros lares.

Hay quienes dicen que al tiempo, después de haberlo usado, le soltaron la mano. No es extraño que termine desvariando; los fantasmas del pasado tienen vida, y él carga con la herida que causó en esos mil hombres que, por necio, al muy taimado le importaron tan poco como para entregarlos a las fauces del enemigo, y en el mismo cuartel de donde nos sacara un día. Lo descubrió el público que allí se encontraba, y a la voz de “Traidor y vende patria”, tristemente avergonzado tuvo que irse. No debe haber peor bajeza que un general de la nación, combatiente de Malvinas, con tanta gloria, que tenga que huir con la cola entre las piernas; no le fue fácil esconder su repugnante talla, después no tuvo más remedio que huir cobardemente y, al final, fue sacado para que pudiera evadirse como una rata.

¡Nadie es más que tú, soldado heroico! Aquellos que te vilipendiaron quizás lo hicieron porque no se animaron a realizar tu proeza, y el día que se mofaron de verte derrotado —cuando, cargados como hacienda, nos trasladaron en camiones, celulares y patrulleros—, otros tantos se alegraron. Para ellos nunca fue más apropiada aquella frase que dice: “Muerto el perro, se acabó la rabia”. Pero vos fuiste honrado, cabal y digno hijo, por eso nunca nadie habrá de reprocharte nada; tu conducta y tu entrega fueron totales, porque el ser nacional es cosa seria, se lo lleva en la sangre para siempre, no se puede tratar con ironía. ¡Señores, pararse y descubrirse es lo primero! ¿Cómo pueden pensar en una “patria grande”, si de patria carecemos por completo?

Transida el alma, y con el corazón hecho pedazos, nos largamos errabundos al camino; no fue fácil despedirse de lo amado, tampoco fue fácil decidir un nuevo rumbo. Eso sí, conservamos siempre la frente alta, orgullosos de sortear un traspié que nos deparó el destino, porque el orgullo nos mantuvo siempre vivos. Golpear puertas para pedir trabajo no es delito, y la suerte siempre estuvo de nuestro lado, es por eso que lo encontramos por doquier. Ante la adversidad todo es lícito, siempre y cuando no perdamos la decencia que siempre va de la mano de la honestidad, así nos enseñaron nuestros mayores.

Al tiempo nos fuimos dando cuenta de la importante valía de ser un soldado, a pesar de que en nuestro legajo decía “No apto para ejercer funciones del grado que ostenta”. Qué equivocados estaban aquellos que firmaron nuestra baja, ¡si varias veces llegó hasta nuestros oídos la historia de algún jefe que, sintiéndose compungido, susurraba por lo bajo “Esta vez se me han ido los mejores”! Pues lo lamento en demasía, debe ser triste y vacío sentirse rodeado de cobardes.

¡Abdicar, nunca! ¡Perdonar, siempre! ¡Porque perdonar solo es de grandes! Tenemos memoria para contar lo sucedido sin inquinas, porque el hombre que perdona es doblemente hombre, y es de Dios echar un manto de piedad sobre aquellos que se equivocaron pensando que nosotros éramos los equivocados. Todos los resultados están a la vista: se sigue vendiendo todo, los tanques están sobre tacos y la disciplina no es la que nosotros conocimos. No quisiera herir susceptibilidades, pero la igualdad de género y la diversidad cultural están conduciendo al exterminio al Ejército que soñaron los ilustres hombres que por sus filas pasaron. Tendrán que hacerse cargo los que hoy conducen la Fuerza y replantearse seriamente si está bien lo que les estamos dejando a nuestros nietos.

Lo que sí vengo oyendo desde las entrañas mismas de la tierra es esta frase, que cada vez suena más fuerte y con bronca: “¡Los carapintadas tenían razón!”.

De nosotros pueden decir mil felonías, nadie está exento a la hora de pagar sus propias cuentas. Tu mortaja será pobre pero honrada, sin lujos, sin pompas ni ornamentos; la nobleza de tu espíritu, gran soldado, será como una hoja al viento que reclama serenidad y paz para las almas. No está en vos andar pordioseando y dando lástima, no es digno ni tampoco es de un criollo de esta laya. Nuestro sudor, nuestras lágrimas y nuestras penas son ofrendas que le brindamos a la patria.

A donde quieras ir tendrás amigos, y a donde quieras parar habrá un hermano. Ancho es el camino que elegiste, solo te queda la intención de transitarlo. Donde haya un mate, un libro, un asado o un vino manso compartido entre varios, te tendrán a vos como invitado, y en la parte más alta de la noche se mezclarán el rocío, las coplas, los sueños, la distancia, y se humedecerán tus ojos recordando a aquellos que se fueron tiempo adentro, soñando con una patria grande, como lo soñaste vos, hermano mío. Ese día está al alcance de la mano, cuando quieras; habrá cuentos, anécdotas y carcajadas, ¡y todo será en tu honor, carapintada!

Ramón Antonio Morales

Sargento Primero de Artillería Grupo de Artillería de Defensa Aérea 101“Tte. General Pablo Ricchieri”

Soy el Sargento Primero de Artillería Ramón Antonio Morales.

Por mi intermedio, la Guarnición Militar Ciudadela cuenta su historia sobre los hechos acaecidos antes, durante y después del 3 de diciembre de 1990.

La Guarnición Militar Ciudadela estaba compuesta por el GADA 101 (Grupo de Artillería de Defensa Aérea) Teniente General Pablo Ricchieri y el GA1 (Grupo de Artillería) Brigadier General Iriarte, ubicados en Carlos Pellegrini al 4000, Ciudadela, provincia de Buenos Aires.

El GADA 101 fue movilizado a Choele Choel, provincia de Río Negro, en el 78. Días después de recuperar las Malvinas en 1982, se le ordenó alistar una batería de cañones Hispano-Suiza de 30 mm, para reforzar el sistema de defensa aérea instalado en el archipiélago. Para cumplir con la misión fue designada la Batería «B», organizada por dos secciones de cuatro cañones cada una, junto con dos oficiales, diecinueve suboficiales y noventa soldados. Completado su alistamiento, culminó su desplazamiento hacia el Atlántico Sur el 29 de abril.

Ocupó posiciones en la península de Camber, donde perdieron la vida tres valientes artilleros: el cabo Roberto Adrián Bustos, en el hundimiento del barco Isla de los Estados, que transportaba material de la unidad, y los soldados Marcelo Planes y Claudio Romero; estos cubrían la retirada del RI 7 junto a unos comandos, quienes se inmolarían la noche del 13 de junio del 82. La batería” B” tuvo un sobresaliente desempeño durante las operaciones, y demostró un ejemplar espíritu de lucha y un gran temple para afrontar las duras condiciones propias del aislamiento en que se encontraba. Con hidalguía, ingenio y camaradería para su integración con los efectivos de las otras Fuerzas que se encontraban en su sector, luchó incansablemente e hizo sentir el efecto de sus armas sobre el enemigo, quien más que nadie sabe de su coraje, profesionalismo y valentía.