RAPTO DE AMOR - Lori Foster - E-Book
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RAPTO DE AMOR E-Book

Lori Foster

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Beschreibung

Si hubiera creído que iría con él sin oponer la más mínima resistencia, el experto en seguridad Dillon Jones no habría utilizado sus dotes más especiales para secuestrarla. Pero Virginia Johnson era una luchadora y Dillon tenía un ojo morado que lo demostraba. No podía evitar preguntarse cómo sería cuando se encontrara en el fragor de la pasión... cómo sería tomar su cuerpo y su alma...

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Seitenzahl: 203

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1998 Lori Foster. Todos los derechos reservados.

RAPTO DE AMOR, Nº 32B - junio 2013

Título original: Taken!

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicado en español en 2006.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3131-5

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta: DREAMSTIME.COM

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

i

Tenía tanto calor, que pensó que estallaría de deseo. Aquello era totalmente inesperado; no se parecía a lo previsto.

El pezón de Virginia se endureció ante el contacto de sus duros dedos. Ella gimió y logró que se estremeciera, que se volviera loco de necesidad; después, pasó una mano por el cabello de él y dijo, con cierto tono de desesperación:

–Por favor…

Dillon sintió la tersa piel de su pecho, oyó la respiración entrecortada y la dulce súplica, y olvidó sus propósitos. Ya no recordaba que tenía otros motivos. Que en realidad no se sentía atraído por aquella mujer.

–Dillon…

–Shh… Está bien, cariño.

Estaba mucho mejor que bien. Era increíble.

Él se abrió camino entre su chaqueta y le subió un poco más la blusa. El seno, grande, firme y pesado, descansaba sobre la palma de su mano. Pero sobre todo y por encima de todo, Dillon deseaba verla desnuda. Quería contemplar el color de sus pezones bajo la débil luz de la luna que atravesaba el parabrisas. Quería notar el brillo de placer en sus ojos de color avellana, ojos generalmente duros, arrogantes, decididos, pero ahora dulces por el deseo. Por él.

La besó en el cuello y aspiró su aroma, que le pareció único. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo bien que olía, ni había imaginado lo sexy que era, ni había previsto la apasionada forma en que respondería a sus caricias.

Ella soltó un grito entrecortado y él le susurró al oído, aplacándola mientras sus dedos jugueteaban con el pezón. El cuerpo entero de Virginia temblaba de necesidad.

Dillon pensó que aquello no era correcto, pero se sentía tan bien, que gimió con ella. Lo que había empezado como una seducción necesaria por las circunstancias, se había convertido en una sorprendente y ciega atracción sexual. No podía negar que estaba disfrutando del encuentro y de su propia reacción. Estaba duro como una piedra, hasta el punto de que casi le dolía. Y era tan evidente que Virginia lo notaba.

El coche era pequeño, pero no importaba, y se encontraban cómodos aunque la noche era terriblemente fría: compartían la calefacción y el calor del deseo sexual mientras el viento rugía a su alrededor.

Él sabía que la fiesta seguía en el interior de la mansión. La luz procedente de las ventanas iluminaba el jardín nevado, y la música resultaba perfectamente audible en la distancia. Estaban en un lugar arriesgado, pero había conseguido quedarse a solas con ella y no estaba dispuesto a perder la oportunidad. Necesitaba avanzar, acelerar los acontecimientos; ya se había perdido demasiado tiempo.

Durante treinta y seis años, Dillon había sido un verdadero perro de presa; se lo debía a la educación que le había inculcado su padre. Nunca olvidaba sus objetivos, nunca vacilaba al seguir su rumbo. Pero aquella noche, en aquel lugar, no se sentía con fuerzas para recordar el plan que se había trazado.

Quería que Virginia se tumbara desnuda en el estrecho asiento, y quería situarse entre sus muslos y entrar profundamente en su cuerpo. Quería hacerle el amor hasta que volviera a gemir de nuevo, hasta que rogara que le diera lo que necesitaba.

–Dillon, espera.

Su tono de voz no era autoritario, no poseía el habitual tono cortante de Virginia. Bien al contrario, sonaba bajo, sensual y femenino. Y Dillon disfrutaba al estar con una mujer que no actuaba como esperaba que lo hiciera; ni siquiera, como necesitaba que lo hiciera.

Ella susurró su nombre otra vez, y al ver que hacía caso omiso, cerró los dedos sobre el cabello de Dillon. Él interpretó la reacción como gesto de ánimo y le quitó el sostén. Sus senos eran extraordinariamente sensibles, lo cual le agradaba. Imaginaba lo que sentiría al hacer el amor con ella, al buscar y descubrir todos sus puntos erógenos con las manos, los labios, la lengua, los dientes. Deseaba probarla, chuparla dulcemente y luego, no tan dulcemente, devorarla.

Le acarició el estómago y ella se arqueó. Necesitaba acariciarla, de modo que introdujo una mano entre sus muslos y lo hizo.

Pero de repente, ella se sobresaltó.

–Dillon, no…

Dillon notó el nerviosismo de su voz. Ella apoyó la cabeza en el asiento y cerró los ojos con fuerza.

–Lo siento, no puedo hacerlo.

La dura realidad empezó a aclarar las ideas de Dillon, oscurecidas hasta entonces por el deseo. Y no entendió nada.

Virginia acababa de decir que no podía hacer el amor con él, pero se suponía que era él quien se había obligado a seguir, al menos al principio, por el bien de su plan. El único propósito de su visita a Delaport City, la localidad de Ohio, era seducirla y conseguir respuestas. No esperaba que Virginia se le resistiera. Era un imprevisto francamente inconveniente.

–Virginia…

–No –dijo ella, negando con la cabeza–. No está bien. Escondidos aquí, como si sintiéramos vergüenza de lo que hacemos… Además, no he debido tratarte con tan poco respeto. El hecho de que trabajes para la empresa y de que yo tenga la potestad de despedirte no me da derecho alguno a faltarte al respeto.

Mientras hablaba con voz firme, ella se iba abrochando la blusa. Dillon intentó volver a ver el pezón que tanto deseaba probar, pero enseguida renunció a ello. Virginia pensaba que lo había tratado mal porque lo estaban haciendo en el coche, a hurtadillas; sin embargo, su plan exigía que lo hicieran precisamente de ese modo.

Le acarició la mejilla. Varios mechones de su melena se le habían soltado del peinado y ahora pendían sobre sus hombros. Dillon se llevó una sorpresa; Virginia siempre llevaba el pelo recogido y hasta ese momento no había tenido ocasión de observar lo largo y rizado que era. Además, los mechones sueltos le daban un aspecto casi vulnerable, aunque nadie habría dicho que Virginia pudiera ser tal cosa. Y también hacía que pareciera más sensual y femenina.

Dillon jugueteó con uno de los mechones, increíblemente suave, y se preguntó cómo estaría con todo el pelo suelto. Lo tenía de color rojizo, así que imaginó que en contraste con su blanca piel y sus exuberantes senos le haría parecer una diosa pagana.

Intentó poner en orden sus pensamientos y se dijo que llevaba demasiado tiempo sin acostarse con una mujer. Pero en los últimos tiempos había tenido otras prioridades; concretamente, salvar a su hermano.

Tenía que concentrarse. Debía recordar el propósito de aquella seducción.

Adoptó su tono más anodino, el que sabía que Virginia deseaba y esperaba de sus subordinados y dijo:

–Lo comprendo, Virginia. Ambos sabemos que no es bueno que te vean conmigo. Cliff se enfadaría y tu reputación saldría mal parada.

Virginia negó con la cabeza. En las dos semanas que llevaba observándola, había descubierto que Virginia Johnson había convertido su obstinación en un arte tan irritante y refinado como su arrogancia y su completa falta de modestia en los negocios. Sabía que tenía talento para la toma de decisiones y quería que todo el mundo lo reconociera, aunque tuviera que hacérselo tragar a la fuerza.

–No me importa lo que piense mi hermano. Es un esnob y ni siquiera nos llevamos bien. Además, no soy propiedad suya. No tiene derecho a decir cómo debo vivir mi vida.

–Ésa no es la impresión que da.

Dillon sabía que debía elegir las palabras con cuidado, para que no sospechara. No estaba acostumbrado a delegar nada en otras personas. Vivía con sus propias normas, con su propio código del honor, y con excepción de su padre y de su hermano, no debía nada a nadie. Pero Virginia era una mujer poderosa, tan acostumbrada como él a hacer las cosas a su modo, así que carraspeó y añadió:

–Tu hermano es muy protector.

–¡Ja! Es un bravucón y yo soy la única persona con el carácter necesario para pararle los pies. Entre otras cosas, porque controlo casi todo el dinero. Cliff sabe que, sin mí, destruiría la empresa en unas pocas semanas.

Incluso en la oscuridad, Dillon notó la ira en su rostro. Virginia no era exactamente una mujer guapa, o por lo menos no se lo había parecido hasta entonces. Le resultaba demasiado contenida y dura, demasiado acostumbrada a dar órdenes a diestro y siniestro, y además le sobraban algunos kilos.

Sin embargo, unos minutos antes no la había encontrado gorda, sino exuberante, cálida y sensual.

–Virginia, no puedo permitir que…

–¿No puedes permitir? –preguntó ella, arqueando una de sus rojizas cejas–. Tú no puedes detenerme, Dillon. Siempre hago lo que quiero. Y lo sabes.

Con rapidez y eficacia, Virginia terminó de abrocharse la blusa e intentó abrir la portezuela del coche.

Dillon la tomó del brazo. Desde que provocó la situación para que los presentaran, él se había estado mordiendo la lengua. No quería revelar su verdadera identidad. Pero a veces, el deseo de ponerla en su sitio era demasiado intenso.

Ella bajó la mirada a la mano de Dillon y luego clavó sus increíbles ojos en los de él. Parecían decir: ¿Cómo te atreves?

Virginia podía desearlo, pero no admitía que nadie se interpusiera en su camino ni que le dijera lo que debía hacer. La mayoría de los hombres que trabajaban con ella se mantenían a distancia; los tenía asustados y no querían arriesgar sus puestos de trabajo. En cuanto al resto, simplemente no estaban interesados en su jefa.

A Dillon le preocupaba muy poco su supuesta trayectoria profesional en la empresa. Al fin y al cabo, aquel sólo era un trabajo temporal, una tapadera para acercarse a ella y hundir los destructivos planes de su hermano, Cliff. Pero de no haber sido así, tampoco habría permitido que Virginia le faltara al respeto. Existían formas más placenteras de vivir que someterse al tiránico yugo de una dama de hierro.

–Escúchame, cariño…

Dillon convirtió el contacto en una suave caricia y consiguió calmarla hasta cierto punto. En su intento de acercarse a ella, no le había quedado más opción que seducirla. Pero no había sido fácil. Casi había agotado toda su gama de trucos y estratagemas, algo a lo que no estaba acostumbrado en absoluto. Virginia era una mujer muy difícil. Tanto, que su plan había dejado de ser una necesidad para convertirse, también, en un reto personal.

Sin embargo, lo había conseguido.

–Virginia, si tu reputación no te preocupa, piensa en la mía. Cliff me despedirá de inmediato si se llega a enterar. ¿Es eso lo que quieres?

Dillon debía mantener aquella relación en secreto. Era esencial que nadie sospechara de él.

Virginia le dio un golpecito condescendiente en la mano y dijo:

–Descuida, no permitiré que te eche. Yo controlo la empresa, y tengo la última palabra en las contrataciones y despidos.

Dillon suspiró para hacerse la víctima.

–Lo siento, pero no puedo permitirlo. Quedaría como un tonto si dejara que salieras en mi defensa. Todos pensarían que quiero echar mano a tu fortuna y que…

Ella alzó una mano para que dejara de hablar.

–Tonterías. Todo el mundo sabe que no tengo intención de casarme. Y ésa es la única forma en la que podrías tocar mi dinero. Lo nuestro es una simple aventura.

–Una simple aventura que es asunto estrictamente nuestro. No de los demás –declaró él, con tono seco.

Ella frunció el ceño y él hizo un esfuerzo por controlar su mal genio y volver a ser el Dillon supuestamente afable y tranquilo.

–Lo siento –añadió él entre dientes–. No pretendía hablarte de ese modo. Pero lo que ocurra entre nosotros, es asunto nuestro. Y me gustaría que siguiera siéndolo.

Virginia seguía mirándolo con cierta desconfianza. Él la maldijo para sus adentros mientras intentaba aparentar ingenuidad. Aquella mujer tenía la manía de pretender controlarlo todo. En eso se parecían bastante, pero lo suyo era distinto: le habían enseñado a ser cauto, a vivir su propia vida; su padre era un hombre muy independiente y le había dejado su carácter en herencia.

Dillon se aceptaba como era y utilizaba su fuerza para ayudar y proteger a los suyos. En cambio, Virginia era una niña mimada. No tenía ninguna excusa.

Por fin, ella asintió.

–Bueno, está bien. Si te preocupa tanto, mantendré nuestra relación en secreto. Pero no pienso hacer el amor en un coche. Es ridículo.

Aquello era lo que Dillon estaba esperando. La culminación de dos semanas de duro trabajo y paciencia a raudales.

–Tienes razón. Podríamos tomarnos un día libre, ir a algún sitio íntimo y dedicarnos a disfrutar un poco…

Dillon tragó saliva y se obligó a añadir:

–Te deseo tanto, cariño…

Ahora que ya no la estaba besando ni acariciando, ahora que sólo estaba expuesto a su crispante y duro tono de voz, todos los ecos del deseo habían desaparecido y volvía a estar concentrado en su plan. Virginia era un peón en el tablero de los acontecimientos, una marioneta a la que manipularía para alcanzar sus objetivos, pero sin convertirla en víctima. Aunque terminara algo humillada, no le haría daño. Se limitaría a hacer lo necesario para pararle los pies a Cliff y salvar a su hermano.

Fiel a su naturaleza, Virginia hizo un gesto negativo.

–No puedo tomarme ningún día libre. Tengo demasiadas cosas que hacer… Ven a mi casa esta noche. Y ya que tanto te preocupa tu reputación, nos marcharemos de la fiesta por separado, para que nadie se dé cuenta.

Dillon deseó decirle un par de cosas por hablarle de ese modo. Obviamente sólo quería pasar dos horas con él y retozar un poco; ni siquiera buscaba el compromiso de toda una noche. Y aunque le pareciera estúpido, se sintió insultado. Lo consideraba una especie de objeto sexual y había herido su orgullo.

Por otra parte, dos horas no le servían de nada. Necesitaba tiempo suficiente para ganarse su confianza y descubrir las claves de la amenaza que podía destruir a su hermano. Pero no lo conseguiría si Cliff llegaba a descubrir que se acostaban.

–No. Es demasiado arriesgado –dijo con sinceridad–. Alguien podría verme en tu casa.

Ella suspiró y lo miró. Sus ojos parecieron dorados a la luz de la luna.

–¿Estás seguro de que quieres hacerlo? Para ser un hombre que hace unos minutos se encontraba dominado por el deseo, pones demasiados obstáculos. Nunca había conocido a nadie que fuera tan ridículamente sensible y tan exageradamente cauto.

Dillon entrecerró los ojos y le devolvió la mirada, intentando encontrar la forma de contestar a su afirmación sin perder la calma. Aunque Cliff se encontrara en su camino, era Virginia quien controlaba las cosas. Ella era su única esperanza de solucionar aquel asunto.

Pero Dillon no tuvo que decir nada. Virginia se adelantó y dijo:

–Discúlpame. Me he excedido un poco… es que no estoy acostumbrada a este tipo de cosas.

Dillon la creyó. No en vano, ¿cuántos hombres se dedicaban a intentar seducir a una dama de hierro? Mientras la besaba, mientras ella reaccionaba de forma sensual y femenina, había olvidado lo dominante y fría que podía llegar a ser. Pero eso había sido un simple accidente. Pocos hombres se habrían atrevido a aventurarse tanto como para descubrir lo que había al otro lado de su fachada. Y de no haber sido por Wade, él tampoco lo habría intentado.

–Virginia, sé que esto es complicado. Pero no se me ocurre otra forma de…

–Tal vez deberíamos olvidarnos del asunto. No estoy exactamente hecha para las aventuras amorosas. Esto es demasiado raro para mí.

–No.

Dillon no podía permitir que se echara atrás. No podía perder más tiempo. Seducirla le había llevado más de lo previsto.

–No, no me hagas esto, Virginia –continuó, haciéndose el amante desesperado–. Te deseo tanto, que…

Para resultar más convincente, se inclinó sobre ella y la besó durante unos segundos.

Por mucho que le disgustara, debía reconocer que sabía bien. Inconscientemente, alzó una mano y la llevó a uno de sus generosos senos. A pesar de la ropa que llevaba puesta, pudo sentir su suavidad.

Ella gimió y dijo, en un susurro:

–Déjame ver lo que se puede hacer. Me pondré en contacto contigo en algún momento de la semana.

Antes de que pudiera impedírselo, Virginia abrió la portezuela y salió del vehículo.

Sin embargo, le pareció bien. Estaban aparcados en el vado, entre el resto de los coches, y cualquiera podría haberlos visto. Dillon se había concentrado tanto en su objetivo, que había sido poco cuidadoso.

Nadie sabía quién era en realidad. Debía mantener su identidad en secreto, porque tenía intención de desaparecer en cuanto se ganara la confianza de Virginia y destruyera los planes de Cliff.

Si alguien sospechaba que mantenía una relación con Virginia, fracasaría. Y su hermano, Wade, sufriría las consecuencias.

ii

Cuando Virginia entró en la mansión por la puerta de la cocina, se topó con su hermano. Cliff la miró con desconfianza.

–¿Qué estabas haciendo ahí afuera?

Ella lo apartó del camino y se quitó la chaqueta. Todos aquellos besos y caricias la habían sobreexcitado y confundido a la vez. No estaba acostumbrada a sentirse tan atraída por ningún hombre. Sobre todo, por un hombre como Dillon.

Al recordar lo sucedido, se estremeció.

–Estaba con mi amante secreto, por supuesto.

–Ja, ja. Muy gracioso –dijo con tono enfadado–. Como si hubiera algún hombre en el mundo tan tonto como para liarse contigo.

Virginia negó con la cabeza. En cierto sentido, Cliff tenía razón. Los hombres se acercaban muy pocas veces a ella; por lo menos, los hombres con intenciones románticas. No se podía decir que fuera sexy. Tenía una personalidad demasiado fuerte y le sobraban kilos.

Todos los años se enfrentaba a una docena de tipos que intentaban casarse con ella, pero sólo pretendían tener acceso a la empresa y a su fortuna. Eso, en parte, explicaba su mal genio. Los hombres que la rodeaban eran peleles o aprovechados, así que había renunciado a la posibilidad de tener algo parecido a una vida amorosa.

Sin embargo, había tenido esperanzas en Dillon desde el primer día. No se parecía al resto de los individuos que contrataba su hermano. Dillon era alto, bien formado y moreno, pero su escultural cuerpo no era producto de ningún gimnasio: era el cuerpo que se conseguía tras largas y duras jornadas de trabajo a lo largo de muchos años. De hombros anchos y piernas pétreas, parecía muy capaz de realizar cualquier tarea física. Actuaba con confianza en sí mismo, como si se supiera más despierto que la mayoría; y por si fuera poco, poseía el tipo de intensidad que habría vuelto loca a cualquier mujer.

Pero Virginia no se sentía intimidada. Nada podía intimidarla. Había sido una niña regordeta y fea y se había visto obligada a pelear por todo lo que quería, incluido el afecto. Con el paso de los años, se había abierto paso en la empresa e incluso se había ganado la confianza de su padre. Y cuando se desencadenó la batalla por el poder, tras la muerte de sus padres, supo que muy pocas cosas podrían intimidarla. Tampoco Dillon.

Por desgracia, tenía la impresión de que en el fondo era igual al resto. Bastaba que ella subiera un poco el tono de voz para que él retrocediera. ¿Por qué no conseguía encontrar a un hombre que fuera capaz de llevarle la contraria?

Se sentía decepcionada por lo que consideraba una falta de valor, pero la decepción no era lo suficientemente profunda como para poner fin a su relación. Con suerte, todavía cabía la posibilidad de que él le diera una grata sorpresa cuando aprendiera que a ella se le podía aplicar el viejo refrán: perro ladrador, poco mordedor.

–¿Sigues aquí, Virginia? –preguntó su hermano con ironía no exenta de crítica–. ¿Se puede saber qué te ocurre? Te noto distraída.

Virginia suspiró.

–No estoy precisamente de humor para soportar tu sarcasmo, Cliff. ¿No deberías estar hablando con los invitados o algo así?

–De eso quería hablar contigo. Por si no lo sabías, esta noche han venido unos importantes asociados.

–¿Ah, sí? ¿Y de quiénes se trata? ¿De tu ayudante personal, tal vez? Observé que Laura te seguía como un perrito faldero hace un rato. De hecho, seguramente te esté buscando ahora mismo.

Cliff se puso tenso.

–La señorita Neil no es asunto tuyo.

A Virginia no le importaba lo que Cliff hiciera en su tiempo libre ni lo que hiciera con su secretaria, aunque sospechaba que la había ascendido a su puesto actual sólo para poder acostarse con ella. De modo que se dijo que efectivamente no era asunto suyo y se encogió de hombros.

–Eso es cierto. Y bien, ¿qué querías, Cliff?

–Me gustaría saber si lo que estabas haciendo afuera era tan importante como para ser negligente con tus responsabilidades.

Virginia no quería iniciar una discusión con su hermano; quería quedarse a solas para pensar en su relación con Dillon. Así que intentó mantener la calma.

–Ya hemos hablado antes de esto. Lo que yo haga con mi vida es cosa exclusivamente mía. Deja de presionarme o te arrepentirás.

Como esperaba, Cliff respondió con un silencio impotente y se marchó.

Era una pena que su hermano hubiera nacido antes. Y era una pena aún mayor que su padre hubiera creído que la empresa debía estar dirigida por un hombre, a pesar de la evidente incompetencia de Cliff y de su absoluta falta de sentido común en los negocios. Pero como se trataba de una empresa de productos deportivos, pensó que la dirección no podía recaer en una mujer. Virginia habría hecho un trabajo mucho mejor. Conocía el negocio desde la base. No en vano había empezado en el departamento de ventas, trabajando a tiempo parcial mientras estudiaba Empresariales y hacía de aprendiz en administración. Conocía hasta el último detalle de la empresa y la adoraba, pero eso no había sido suficiente.

Por suerte, su padre no había sido tan tonto como para dejar la empresa en manos de Cliff. Él podía ser el presidente, pero ella había heredado la mayoría de las acciones y no había una sola decisión que no pasara antes por su despacho. Aquel pequeño detalle del testamento de su padre le había granjeado el odio de su hermano.

Cliff había sido un niño bonito que se había convertido en un hombre incompetente. En el pasado siempre habían sido capaces de llevarse más o menos bien, pero las cosas habían cambiado. Y le ocurría lo mismo con su hermana, Kelsey.

Kelsey poseía una pequeña parte de las acciones de la empresa, aunque siempre hacía lo posible por no verse envuelta en el fuego cruzado de Virginia y Cliff. El negocio de la familia le interesaba poco y prefería concentrarse en sus estudios y en sus ordenadores.

En algunas ocasiones, como aquella noche, Virginia deseaba tener la suerte de su hermana. Le habría gustado ser una mujer normal y corriente por una vez. Cualquier mujer, la que fuera. Una que no tuviera que preocuparse por los posibles motivos ocultos de Dillon.

Que la deseaba, era evidente. Su reacción en el coche había sido demasiado intensa como para ser fingida. Virginia había sido más que consciente de su erección, no sólo por el bulto de los pantalones sino porque la había sentido contra la cadera. A pesar de ello, estaba segura de que Dillon pretendía algo más. Pero no parecía que le interesaran ni su dinero ni la empresa, lo cual resultaba desconcertante.

Cuando Cliff lo contrató para que supervisara el departamento de seguridad, ella sintió curiosidad y echó un vistazo a su currículum. No era el típico hombre que contrataba su hermano; no parecía haber practicado ningún deporte en toda su vida, y cuando se ponía corbata, daba la impresión de estar a disgusto. Además, aquellos ojos oscuros que casi parecían negros eran los ojos de un mercenario, o de un pirata.