Rayo de luz - Amanda Calaña Carbonell - E-Book

Rayo de luz E-Book

Amanda Calaña Carbonell

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Beschreibung

El presente volumen, que, bajo el título de "Rayo de luz", nombre que toma de uno de los versos de José María Heredia, y que recoge una selección de la poesía romántica cubana del siglo XIX como Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), Gertrudis Gómez de Avellaneda, José Jacinto Milanés, Joaquín Lorenzo Luaces, Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé), Juan Clemente Zenea y Luisa Pérez de Zambrana. El libro además se honra en situar como pórtico del mismo, unas oportunas palabras del ensayo "José María Heredia: la patria y la vida", de Leonardo Padura Fuentes

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Seitenzahl: 73

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Tomado deLa poesía lírica en Cuba,tomosIIyIII, La Habana, 1928.

Perfil de la colección: Osvaldo García

Colección al cuidado de Amanda Calaña Carbonell

Edición: Amanda Calaña Carbonell

Diseño y composición: Yaimel López Zaldívar

Cubierta: Roldán Lauzán Eiras

Ilustraciones: Osvaldo García, págs. 2 y 21;Esteban Valderrama, págs. 23, 41, 55 y 69; Roldán Lauzán Eiras, págs. 33, 50, 53, 63, 67, 71, 80, 92, 99, 105, 107, 108, 111, 118, 121, 123 y 128; A. Sánchez Araújo, págs. 85, 91, 113 y 125

© Sobre la presente edición: Editorial Gente Nueva, 2013

ISBN 978-959-08-2230-8

Instituto Cubano del Libro, Editorial Gente Nueva, calle 2 no. 58,

Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

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Nota a la edición

El presente volumen, que bajo el título de Rayo de luz, nombre que toma de uno de los versos de José María Heredia, y que recoge una selección de la poesía romántica cubana del siglo XIX, se honra en situar como pórtico del mismo, unas oportunas palabras del ensayo ”José María Heredia: la patria y la vida”, de Leonardo Padura Fuentes, a quien agradecemos su gentileza en tal dación y en el agudo decir que de las mismas emana.

José María Heredia: la patria y la vida

…el primero que […] hizo resonar la lira cubana con acentos delicados y nobles.

Domingo del Monte

El primer poeta de América es Heredia. Sólo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza. Él es volcánico como sus entrañas y sereno como sus alturas.

José Martí

El 15 de junio de 1824, sentado al borde de la imponente catarata americana, el desterrado José María Heredia escribe su prodigiosa oda “Niágara”. Apenas tenía entonces diecinueve años y ya había vivido tanto y escrito tan impresionantes poemas de temática filosófica, amorosa, civil y patriótica, que el reflejo de aquel hombre que se nos proyecta desde el Niágara hacia la inmortalidad tiende a parecernos el de un ser que ha fatigado todos los caminos de la vida.

Pero es dos días después, el 17 de junio, y todavía bajo el influjo de la poderosa emoción vivida ante uno de los mayores prodigios de la naturaleza americana, cuando Heredia descubre la verdadera esencia de su destino y le escribe a su tío Ignacio, radicado en Matanzas, en la añorada y distante isla de Cuba, una reveladora misiva donde, con su espíritu romántico desplegado, le comenta: “Yo no sé qué analogía tiene aquel espectáculo solitario y agreste con mis sentimientos. Me parecía ver en aquel torrente la imagen de mis pasiones y de la borrasca de mi vida. Así, así como los rápidos del Niágara, hierve mi corazón en pos de la perfección ideal que en vano busco sobre la tierra. Si mis ideas, como empiezo a temerlo, no son más que quimeras brillantes, hijas del acaloramiento de mi alma buena y sensible, ¿por qué no acabo de despertar de mi sueño? ¡Oh!, ¿cuándo acabará la novela de mi vida para que empiece su realidad?”.

Precisamente en esa inquietante sensación de un hombre que, apenas traspasada la adolescencia, descubre la fatal certidumbre de estar viviendo la vida como una novela en la que apenas es un personaje movido por los antojos de un veleidoso demiurgo, se encuentra el origen y motor de este acercamiento a la más enigmática y esencial contribución de Heredia a la cultura y a la definición misma de la incipiente nación cubana. Porque, leída aquella dramática y agónica frase del poeta —cuya existencia personal, en realidad, fue una verdadera novela, por demás romántica y hasta demasiado melodramática—, se desató la obsesión en la que viví durante tres años: escribir la novela de la vida de Heredia, en la cual, como componente dramático principal, he debido explicarme —o más bien he tratado de explicarme, como si tal empeño fuera posible— por qué José María Heredia decidió que debía ser cubano…

Por más que lo pienso no deja de sorprenderme el hecho de que el primer gran momento de la poesía cubana, el instante refulgente en el que cristalizan y se proyectan hacia la posteridad atisbos, sensaciones, asuntos, paisajes, sentimientos y palabras hasta entonces solo barruntadas —la palabra patria, por ejemplo, redefinida y cargada de nuevo sentido en la poesía de Heredia—, se nos presente acompañado de uno de los enigmas culturales, políticos y humanos más asombrosos que cualquier investigador de la cultura pueda enfrentar. Porque si no hay dudas de que el primer poeta, o con más propiedad, el primer gran poeta del amplio y poblado parnaso cubano es José María Heredia, no puede menos que intrigarnos el hecho de que un hombre que solo vivió treinta y cinco años, haya decidido, con tan conocida vehemencia, ser el primer poeta de un país que por entonces ni siquiera existía y en el cual apenas vivió algo más de seis años, la mitad de ellos en su primera infancia.

Como es sabido, José María Heredia y Heredia, hijo del funcionario colonial José Francisco Heredia Mieses y de su prima María de la Merced Heredia y Campuzano, ambos dominicanos de origen, nació en Cuba el 31 de diciembre de 1803, y murió en la Ciudad de México, el 7 de mayo de 1839. Pero es importante recordar que sus treinta y cinco años de vida, meses más, meses menos, los gastó del siguiente modo: algo más de seis años en Cuba —tres de ellos en su primera niñez, como ya he dicho—, cinco y medio en Venezuela, dos en Santo Domingo, un poco más de cuatro años en el actual territorio norteamericano y unos dieciséis años en México, donde vivió un largo período de su destierro, participando activamente de la vida política, social y literaria de un país en que fue considerado por muchos como un mexicano. ¿Por qué —creo que vale la pena preguntarse otra vez— Heredia decidió ser cubano, se sintió cubano, vivió como cubano toda su vida adulta, si también pudo haber sido venezolano, dominicano y, con más razón, mexicano…?

[…] Al seguir la evolución poética y cultural de Heredia, en función de su apropiación de la patria, encontramos un texto, ubicado justo en el momento previo o o inmediatamente posterior a su llegada a México, que anuncia ya las futuras nociones del poeta. Escrito en 1819 y publicado por primera vez en la edición de sus Poesías de 1832, “A Elpino” pudiera ser uno más de sus poemas de temática amorosa tan abundantes en este período, paralelo quizás a uno anterior titulado “A Julia” —no incluido en sus obras editadas—, pues su asunto tiene que ver con los amores que, por los avatares de la vida, quedan atrás cuando el bardo —con su inflamado espíritu romántico— parte hacia otras tierras. Pero mientras “A Julia” es apenas un adiós al platónico amor que permanece en Caracas cuando Heredia viaja a Cuba, “A Elpino” es una despedida al amor que queda “en la patria”, a través de un canto al amigo que vuelve a ella…

Tú, empero, partes, y a la dulce patria

tornas… ¡Dado me fuera,

tus pisadas seguir! […]

¡Oh! ¡cómo palpitante saludara

las dulces costas de la patria mía,

al ver pintada su distante sombra,

en el tranquilo mar del mediodía!

Aunque la patria aquí evocada está desprovista de toda la carga política, propia del siglo XIX, que Heredia le conferirá en los próximos años, el hecho de que por primera vez el poeta identifique a Cuba con “la patria”—y, además, la llame “dulce patria” y la vea a través del mar, límite invencible— es en su caso una advertencia demasiado importante como para no ser tomada en cuenta. “La patria” a la que ha cantado Heredia en 1819, delimitada por “dulces costas” y “el tranquilo mar” es, cuando menos, un espacio geográfico preciso, enmarcado por el océano que le otorga una entidad física diferenciada y propia —escalón indispensable en el ascenso hacia una singularidad nacional—, un carácter insular sobre el que volverán, una y otra vez, los escritores cubanos del XIX y de todo el siglo XX.

[…] De tal modo, el José María Heredia que vuelve a Cuba, en febrero de 1821, parece un hombre decidido a encontrarse a sí mismo, libre ya de la compacta tutela de su padre, gozoso de sumergirse en un ambiente que lo fortalece y con el cual se comunica.



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