Reconciliación - Mario Pereyra - E-Book

Reconciliación E-Book

Mario Pereyra

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Beschreibung

Vivimos en un mundo cada vez más violento. Guerras, terrorismo, homicidios, delincuencia urbana, violencia doméstica, todos los ámbitos del quehacer humano están corroídos por el virus de la violencia. La escuela no está exenta de este fenómeno universal, está siendo atacada por el bullying y otras formas de hostilidades, que padecen alumnos, docentes y padres. La escuela no solo debe enseñar los saberes curriculares, sino también desarrollar una convivencia pacífica, proclamar la cultura de la paz y promover una pedagogía de resolución de conflictos, enseñando a superar desavenencias y discordias. El autor nos presenta en este libro modelos, estrategias y técnicas de intervención para resolver las controversias interpersonales y promover el perdón y la Reconciliación desde una cosmovisión cristiana, logrando experiencias enriquecedores y conmovedoras que permiten superar los enojos y las confrontaciones para afianzar los vínculos y la amistad.

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Reconciliación

Cómo superar los conflictos en el aula

Mario Pereyra

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Índice de contenidos
Tapa
Prólogo
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Anexo 1
Anexo 2
Anexo 3
Referencias Bibliográficas

Reconciliación

Cómo superar los conflictos en el aula

Mario Pereyra

Dirección: Antonella Arce

Diseño del interior: Marcelo Benítez

Diseño de tapa: Nelson Espinoza

Ilustraciones: Propiedad de Shutterstock

Libro de edición argentina

IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición, e - Book

MMXXI

Es propiedad. © 2017, 2021 Asociación Casa Editora Sudamericana.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-392-0

Pereyra, Mario

Reconciliación : Cómo superar los conflictos en el aula / Mario Pereyra / Dirigido por Antonella Arce. - 1ª ed . - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo digital: Online

ISBN 978-987-798-392-0

1. Ciencias de la Educación. 2. Prevención de conflictos. 3. Cristianismo. I. Arce, Antonella, dir. II. Título.

CDD 268.5

Publicado el 26 de marzo de 2021 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: [email protected]

Website: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Prólogo

El doctor Mario Pereyra es una figura emblemática en el campo de la psicología, dentro de los referentes adventistas hispanos, por su vasta experiencia tanto en el ámbito de la salud mental como en el académico, al ser un prolífero escritor y al desempeñarse como profesor en universidades adventistas de la Rep. Argentina, el Perú y México.

Luego de muchos años de haber egresado de sus aulas, me sumo a un numeroso grupo de estudiantes que tuvieron el privilegio de haber transitado por sus clases, pero hoy tengo el honor de ser partícipe de uno de sus libros mediante este prólogo.

El profe Mario (como me gusta llamarlo) aceptó el desafío de escribir sobre la problemática escolar de las relaciones interpersonales conflictivas e, inmediatamente, se puso en contacto con la realidad, recopilando dudas, necesidades y luchas que se presentan en las instituciones educativas. Sobre la base de ellas, abordó en forma creativa la escritura de este libro.

Esta obra presenta los conflictos escolares, su análisis y las estrategias de resolución. Pero ¿qué la distingue de tantos otros libros que abordan esta temática? Para la educación cristiana, sus escuelas se diferencian de otras no por la ausencia de problemas, sino por la manera en que estos se abordan. Sabiamente, el autor propone el modo de resolverlos desde una perspectiva bíblica cristiana, definida como “reconciliación”. Este es otro modo que tiene el docente cristiano de integrar su fe en el aula.

Claudia Brunelli

Introducción

Vivimos en un mundo cada vez más violento: guerras, terrorismo, homicidios, delincuencia urbana, violencia doméstica; todos los ámbitos del quehacer humano están corroídos por el virus de la violencia. La escuela no está exenta de este fenómeno universal. El aula, empresa destinada al “desarrollo armonioso de las facultades físicas, mentales y espirituales” (White, 1978, p. 13) de los alumnos, que tiene como propósito enseñar saberes y desarrollar una convivencia pacífica, está siendo atacada por el bullying, el ciberbullying y otras formas de hostilidad que padecen alumnos, docentes y padres.

Es cierto que siempre existieron las “cargadas”, críticas, actitudes de subestimación y desprecio, pero ahora aparecen con mayor intensidad y desparpajo. Los alumnos suelen enfrentar a los docentes con insolencia y groserías. Asimismo, las direcciones de las escuelas generalmente tienen una actitud prescindente de los conflictos del aula, esperando que los maestros lo solucionen. Leyendo informes de los conflictos en el aula, encuentro que los maestros suelen ser rehenes de esas conductas disruptivas, sin saber cómo proceder.

La numerosa bibliografía sobre el tema, especialmente los reportes de los docentes que afrontan episodios de violencia, sorprende por la falta de recursos para tratar esos casos. Es cierto que en muchas situaciones se trata de maestros con poca experiencia, sin embargo, denuncian la pobre capacitación en cuestiones de relaciones humanas y tratamiento de situaciones conflictivas. Esas problemáticas, en algunos casos, llegan a ser de tal magnitud que muchos desisten de continuar la tarea docente, por lo menos, en el ejercicio dentro del aula.

La buena noticia es que el bullying y otros conflictos escolares pueden superarse. Muchas personas han alcanzado notoriedad, en diferentes ámbitos de la sociedad y la cultura, a pesar de haber atravesado el acoso en su etapa escolar. Por ejemplo, informaciones periodísticas recientes presentan una lista de personajes atractivos, exitosos y talentosos de Hollywood, que muestran que la vida no siempre fue color de rosa para ellos. Como muchos niños o adolescentes, los famosos también sufrieron bullying en el colegio. La crueldad y falta de escrúpulos dominan en todos lados y no siempre es fácil para la víctima librarse del maltrato. A veces, las huellas de esas experiencias desgraciadas resultan difíciles de sobrellevar, sin embargo, en el caso de algunas celebridades salieron adelante y triunfaron en el mundo del espectáculo. En la lista aparecen personajes como la bella actriz Megan Fox, la cantante Taylor Swift, el popular Justin Bieber, la célebre figura de Disney Selena Gómez, la cantante Lady Gaga, la actriz de Desperate Housewives, Eva Longoria y muchos otros más.

También otras personalidades relevantes en el deporte, la cultura o las artes, tuvieron que superar el bullying en sus años de estudio. Esas humillaciones que a algunos los pueden destruir, a otros los ayudan a crecer. Sin embargo, el colegio no puede ser espectador pasivo de las violencias evidentes como aquellas otras encubiertas, debe prevenir e intervenir cuando sea necesario. Especialmente debe educar una cultura de la paz, enseñando el ejercicio de una convivencia armoniosa y saludable.

Este libro está escrito por un psicólogo, aunque también educador. Tengo una actuación docente que está llegando a los cincuenta años, realizada en el secundario, la universidad y el posgrado. Al inicio de mi carrera como profesor del secundario tuve que afrontar fuertes conflictos en el aula. Fue en Montevideo, en 1968, un año de gran efervescencia social y escolar. Hubo movimientos juveniles en Francia, en el resto de Europa y en los Estados Unidos, que se trasladaron a los países de América Latina, entre ellos, Uruguay.

Allí, donde empezó a operar el grupo guerrillero de los tupamaros, los colegios hervían de inquietudes y continuos alborotos. Había asambleas donde los chicos salían soliviantados, en actitud belicosa, y manifestaban consignas revolucionarias a voz en cuello por las calles, apedreando negocios. El aula donde dictaba mis clases de Filosofía, en el cuarto año del secundario, apenas podía encapsular cuarenta alumnos, en bancos largos, sin separaciones, que tenía un estrecho corredor central. Como era imaginable, había codazos, pellizcos, golpes y vaya a saber qué otras cosas más, en ese clima beligerante y rebelde.

Quien no toleraba la situación era el director del colegio, un señor mayor de origen alemán, alto, serio, muy estructurado y amante del orden, que continuamente iba de un lugar al otro como un bombero, procurando apaciguar a los alumnos. Temo que no haya podido sobrevivir a la violencia juvenil, a diferencia de mí que, siendo joven, logré tolerar el estrés escolar.

A lo largo de los años, la sociedad ha ido cambiando y la experiencia del aula también. En lo personal, preferí la enseñanza universitaria y el posgrado a los desasosiegos y el bullicio del secundario. En las aulas apacibles de personas adultas y responsables que están interesadas en culminar una maestría o su doctorado me siento más cómodo y encuentro más receptividad que en aulas atiborradas de adolescentes hiperactivos y reactivos, que manifiestan escaso interés en bucear las profundidades del pensamiento filosófico o de las teorías psicológicas.

Por eso, a pesar de contar con alguna experiencia docente, escribo este libro como psicólogo y no como educador; ya que en mi experiencia clínica, a lo largo de casi cuarenta años de trabajo profesional, he podido tratar todo tipo de conflictos interrelacionales. Especialmente, me he especializado en superar las problemáticas humanas a través del perdón y la reconciliación. He escrito algunos libros sobre esos temas (Pereyra, 2009; 2010) y otro sobre relaciones humanas (2012), donde he presentado modelos, estrategias y técnicas de intervención para resolver las controversias interpersonales.

Creo que ha sido un acierto importante la decisión del área educativa de la Asociación Casa Editora Sudamericana de proponer la publicación de este libro, ya que puede ser de mucha ayuda para los docentes de primaria y secundaria a fin de afrontar exitosamente los conflictos del aula.

Hay que afirmar una vez más que el problema no es el conflicto en sí mismo, sino el no saber resolverlo. Lo importante es encontrar la llave que abra esas situaciones difíciles, que parecen muros de imposibilidades. Cuando se encuentra la solución, la desgracia se transforma en bendición.

¡Cuántas veces he visto a niños, jóvenes y adultos abrazarse después de haber superado una discordia! El perdón y la reconciliación son experiencias enriquecedoras y conmovedoras. Permiten superar los enojos y las confrontaciones para afianzar los vínculos y la amistad. Como decía William L. Ury en su libro Alcanzar la paz: “Uno de los mayores desafíos del siglo XXI es el desarrollo de la cooperación entre los individuos y las naciones; tenemos que aprender a convivir a través de consensos, algo en lo que los bosquimanos nos llevan miles de años de ventaja”.

Esperamos que este libro permita alcanzar ese desafío en los conflictos del aula, de la mejor manera posible.

Dr. Mario Pereyra Colina de la esperanza, Entre Ríos, Argentina, 13 de junio de 2017.

Capítulo 1

PARA CONSTRUIR LA CULTURA DE LA PAZ

“No hay camino para la paz; la paz es el camino”.

Mahatma Gandhi

Conflicto en el aula

Al entrar al aula, luego del segundo recreo, los chicos estaban alborotados. Uno de ellos lloraba desconsoladamente. Se trataba de Luis, un alumno de siete años, delgado y pequeño. Alrededor de él revoloteaban sus compañeros curiosos e inquietos, mientras, a los gritos, llamaban a la maestra. Cuando ella llegó, con cierto esfuerzo consiguió que todos se sentaran en sus lugares. La docente procuró, con dificultad, llegar hasta Luis a través del poco espacio libre. El niño continuaba llorando angustiado; después de algunos minutos dedicados a apaciguarlo, consiguió hablar. Contó que en el recreo otro niño de doce años, Juan, de físico imponente, le dijo que si no le daba cinco pesos le iba a pegar. Luis estaba aterrorizado. Otros días había tenido dinero y evitado la golpiza, pero ese día no tenía con qué pagar.

La docente se sintió muy molesta al percibir cómo una atrocidad de ese tipo estaba ocurriendo. Otros quince chicos confesaron que a ellos también Juan los golpeaba cuando no le pagaban. “¿Eso pasa en los recreos?”, preguntó furiosa. “¿Qué más ignoramos los docentes?”, reflexionó. Miró a Juan con dureza y le ordenó que se acercara al escritorio. Lo reprendió severamente, ante la mirada displicente y cierta actitud insolente del muchacho. “¿Qué más debo hacer?”, se cuestionó la maestra.

Juan fue disciplinado tres veces y otras tantas su mamá fue citada por la maestra, la directora y la asistente social, sin nunca aparecer. Por lo tanto, hizo una nueva citación, sabiendo que sería en vano, ya que el muchacho está habituado a esas convocatorias y a la familia no le importan.

Al otro día, mientras los docentes y los alumnos estaban en el pequeño patio del colegio, observaron un nuevo episodio de violencia. Juan estaba golpeando a un chico de cuarto año. La maestra intervino tomando del brazo al agresor, sacándolo del patio y llevándolo a la dirección, mientras el niño luchaba fuertemente por liberarse, lanzando golpes en todas direcciones, totalmente fuera de control. La maestra, una mujer de 35 años, trataba de no quebrarse, mientras sentía todas las miradas de alumnos y colegas sobre ella, pensando para su interior, “¿En qué me he convertido? ¿Soy una maestra o un policía? ¿Cómo se puede trabajar en estas condiciones? ¿Qué pasará con este chico en el futuro si ahora actúa como un delincuente? ¿Cómo se podrá ayudarlo?”

Estos episodios ocurrieron en una escuela de educación básica con ruralidad urbana de segundo grado, en un distrito del Gran Buenos Aires. El colegio cuenta con una infraestructura limitada, con falta de aulas para albergar a todos los cursos. Los grupos de segundo grado comparten un salón pensado como biblioteca, donde reúne cada mañana 72 niños, cuando debería tener como máximo 36 alumnos. El espacio es insuficiente (los chicos están hacinados) y generalmente está sucio, por el trabajo de los albañiles. Los niños provienen de una comunidad circundante, carenciada, de clase media-baja. La institución escolar provee guardapolvos, zapatillas, útiles escolares elementales y servicio de comedor diario (ver Barreiro, 2007, pp. 54-56).

Escenas como estas y aún peores ocurren continuamente en el escenario de la convivencia cotidiana, tanto en la escuela como en otros ámbitos, exhibiendo la hegemonía del conflicto e infligiendo a las relaciones dolores, traumas y perturbaciones. Las fuerzas de la destrucción perseveran en su lucha contra los frágiles andamiajes sociales. ¿Qué hacer? ¿Cómo tratar los conflictos en las relaciones humanas? ¿Cómo impedir las crueldades y brutalidades? ¿De qué manera curar las heridas originadas en las batallas de las desa­venencias personales? Responder estos interrogantes son los objetivos de este libro. Consideraremos cómo mantener la concordia y reparar los vínculos dañados, y qué hacer para superar la discordia por la vía de la reconciliación.

Educar para la paz

Ciertamente habitamos un mundo contaminado por la violencia, en sus diferentes manifestaciones (social, política, delictiva), pero la generada, actuada y repetida en la escuela puede ser una de las más graves, ya que el objetivo de los colegios es educar para mejorar la vida del individuo y de la comunidad. Sin embargo, cuando el colegio se convierte en escenario impotente de la violencia, se distorsiona su misión y de alguna manera puede alimentar y perpetuar las disfunciones sociales. Pero, por otro lado, cuando la institución educativa enfrenta, entiende y trata adecuadamente los conflictos interpersonales, buscando superar las desavenencias y reparando adecuadamente los vínculos se convierte en un recurso extraordinario para construir una sana convivencia.

No pretendemos resolver todos los conflictos escolares de relaciones humanas, sino ofrecer algunas herramientas conceptuales y dar algunas sugerencias metodológicas que pueden ser útiles para contrarrestar las formas sociales destructivas. En primer lugar, es necesario afirmar que las relaciones de unidad y armonía –o de “paz” como podemos denominarlas en forma general– no están exentas de sufrir desgastes y ser quebrantadas, ingresando al ámbito del conflicto y, en su forma más grave, llegar a los niveles de lo que llamamos la “guerra”. En otras palabras, entre la paz y la guerra interpersonales no hay distancias insalvables, solo grados de un continuo, donde se puede avanzar hacia uno u otro de esos polos. La idea es descubrir cuándo la relación va transitando peligrosamente hacia el campo de la guerra para desandar el camino y regresar a la zona de la paz y la concordia. La maestra de Luis y Juan no se dio cuenta que entre sus alumnos existía un estado de violencia hasta que detonó, con el consiguiente daño a la víctima.

Es de vital importancia que la armonía y la unidad reinen entre los vínculos, pero no es fácil conservarla porque siempre asechan los pleitos, las luchas y las hostilidades, donde los más fuertes pueden aprovecharse de los débiles. Las diferencias de opiniones, los malos entendidos, los celos, las burlas o extorsiones están a la orden del día para instigar agresiones y disensiones. El conflicto abunda en todos los niveles de la vida humana, desde la familia, la escuela y el trabajo hasta en la calle con desconocidos. Pero, lo importante es luchar por conservar las buenas relaciones y restaurar los vínculos cuando estos se han fracturado por la discordia. Eso es lo que llamamos imponer una cultura de la paz. Precisamente, la institución educativa es quien más puede contribuir a obtener ese ideal de armonía comunitaria. Veremos cómo se puede alcanzar ese noble objetivo.

Un modelo para entender las desavenencias

A Manuel, un niño delgado y pequeño de un colegio particular religioso, sus compañeros de curso lo apodaban el “basura”. Un día, lo agarraron en el recreo y lo pusieron adentro de un tarro de residuos. Manuel no quería volver al colegio. Eso ocurrió en el quinto año básico rural de la décima región de Chile. Unas niñitas huilliches contaban que también a ellas las discriminaban, marginándolas de los juegos y de las actividades escolares dentro del aula (ver González, 2004, p. 7). Cuando se llega a esos hechos es porque se recorrió un importante trecho en el camino entre la paz y la guerra interpersonales. En algún momento se rompió la armonía entre Manuel y sus compañeros y la hostilidad fue creciendo contra él, ante su impotencia y quizá cierto clima favorable para las agresiones, hasta llegar a una zona de guerra contra Manuel, donde era atacado cruelmente.

Como se puede apreciar en la Figura 1, podemos entender las relaciones interpersonales como un proceso continuo entre la esfera de la paz –donde prevalecen las relaciones de concordia y armonía– y la zona de guerra, donde la violencia prevalece buscando destruir al adversario. Entre ambos extremos se encuentra el conflicto, donde las relaciones están en tensión y confrontación.

El conflicto en sí mismo no es bueno ni malo, es una realidad propia de la convivencia. Incluso, como dice Loreto González (2004, p. 15): “Enfrentar conflictos es un proceso muy enriquecedor, un proceso de aprendizaje. En el proceso de resolución pacífica de conflictos se adquieren y desarrollan habilidades sociales y cognitivas muy necesarias justamente para que los seres humanos nos relacionemos adecuadamente unos con otros”. El problema es cuando el conflicto no cumple esa función educativa y continúa escalando hacia la guerra, generando agresiones crecientes, que dañan psicológica y físicamente a uno o las dos partes implicadas.

En las relaciones pacíficas predominan las coincidencias y la armonía. Es normal y hasta sano que existan diferencias y desacuerdos de opiniones, entre quienes piensan distinto. En esos momentos, la tarea del maestro es clave para que puedan confrontar las ideas y aceptar el disenso sin que este perjudique las buenas relaciones. Eso es trabajar para la paz y la democracia. Se trata de una enseñanza prioritaria para construir una sociedad sana y feliz. Desafortunadamente muchas veces la discusión se traslada al ámbito personal –especialmente entre los niños– para generar malestares y un clima de hostilidad. En esas circunstancias suelen aparecer el rechazo y diferentes formas de violencia. Allí emergen los comportamientos descalificadores, la animadversión, el hostigamiento, los abusos y el acoso continuo, como la perversa discriminación que sufrió Manuel. En el estado de guerra, domina la violencia abierta y desatada, con el propósito deliberado de dañar o destruir al otro.

En estos niveles avanzados de disputa y enemistad, el problema por lo general trasciende lo interpersonal para extenderse al grupo, incluyendo a otras personas en el litigio, que van incorporándose ya sea como aliados o como rivales, favoreciendo uno u otro de los contendientes. Es decir, se van constituyendo bloques de enfrentamiento, con diferentes grados de intervención. Los primeros que suelen integrarse a la querella son los familiares, compañeros de clase o amigos allegados a los protagonistas. Todo lo cual incrementa la rivalidad y el malestar, haciendo más difícil la reconciliación o el retorno de la relación a la esfera de la paz.

Nos parece útil plantear este marco general para entender mejor la inserción de los métodos de resolución de conflictos, como son el perdón y la reconciliación. ¿Dónde se ubica la reconciliación en este modelo de entender los conflictos interpersonales? Como puede apreciarse en la Figura 1, es un procedimiento asistencial para reparar los vínculos trastornados por los procesos de conflicto o violencia.

La maestra de Luis y Juan se preguntaba: “¿Qué estoy haciendo acá? ¿En qué me he convertido? ¿Debo ser un policía del orden?” Los maestros son educadores y, también agentes de salud interrelacional. Deberían intervenir en los pleitos personales y grupales de sus alumnos, a lo largo del continuo paz-guerra, para mantener e incrementar la buena convivencia. Deben constituirse en promotores de la paz social, ser constructores de la conciencia comunitaria para crear una convivencia solidaria, donde predomine la unidad y la reciprocidad. Por supuesto, esto es más fácil decirlo que lograrlo. ¿De qué manera se pueden materializar los ideales de la paz social? Hay muchos procedimientos, recursos y métodos que pueden implementarse, algunos de los cuales estaremos considerando a lo largo del presente libro.

Hay que reconocer que hay una acción de promoción de las buenas relaciones y de prevención del conflicto. ¿Qué se puede hacer cuando estallan las discordias? Allí vienen las medidas asistenciales, la aplicación de los tratamientos orientados a remediar los males o por lo menos impedir que estos continúen y avancen. Es el nivel de atención secundaria de la salud interrelacional. Hay varias intervenciones posibles que pueden instrumentarse para neutralizar o resolver el conflicto; si estos fracasan, puede llegar a derivar a otras instancias que superan la institución educativa que pueden trasladar las acciones a especialistas de la salud mental e incluso a la instancia policial y/o judicial. Consideraremos en los siguientes capítulos los procedimientos para resolver los conflictos. Aquí nos focalizaremos en lo que podríamos llamar la atención primaria de la salud relacional, cómo hacer para retrotraer el conflicto interrelacional al ámbito de la paz, es decir, como recuperar la armonía perdida y principalmente de qué manera estimular los procesos de pacificación para impedir el conflicto.

Figura 1: Modelo general del continuo paz-guerra

Los procesos de pacificación

En la atención primaria de las relaciones humanas podemos hablar de la promoción de la paz social y de la prevención de los conflictos. La promoción se refiere a todas las acciones destinadas a favorecer la concordia y la unidad de los grupos, los recursos o medios que harían posibles que las relaciones interpersonales se conserven en el ámbito de la paz; en este punto hablamos de cómo incrementar la armonía social. Con respecto a la prevención de los conflictos, se trata de qué hacer para que la gente no se pelee o, por lo menos, puedan manejar sus diferencias en forma positiva y no incrementando sus diferencias a niveles de violencia o ataques personales. En resumen, podemos hablar de dos tipos de procesos de pacificación, con sus respectivas estrategias de intervención, las destinadas a fortalecer los vínculos y la orientada a manejar las diferencias. En este capítulo trataremos el primer tipo de procesos pacificadores, en tanto, el segundo será tratado en el capítulo siguiente.

Incrementar la armonía

Son medidas de atención primaria de la salud relacional orientadas a potencializar o fortalecer los vínculos, que promuevan la concordia y el espíritu de unidad del grupo. Presentamos a continuación algunas estrategias que pueden instrumentar los docentes en el aula para alcanzar esos objetivos.

Cultivar el espíritu de “Ubuntu”

Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Les ofreció una canasta llena de frutas como premio a quien llegara primero a la meta. Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después todos disfrutaron del premio. Cuando les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podría haber ganado todas las frutas, le respondieron:

–Ubuntu. ¿Cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás estarían tristes?

–¿Qué es ubuntu? –preguntó el antropólogo.

–Yo soy porque nosotros somos –respondieron los niños.

Ubuntu es un comportamiento típico entre los nativos del sur de África. Proviene del dicho popular “umuntu, nigumuntu, nagamuntu”, que en zulú significa “una persona es una persona a causa de los demás”. Ubuntu es una regla ética tradicional sudafricana que dispone la lealtad entre las personas. Es un concepto amplio, ya que quien obra según ubuntu, está disponible a los demás, debiendo apoyar a los otros a sentirse bien y mejorar. Las otras personas no deben ser humilladas, menospreciadas o tratadas mal, porque cuando los demás se disminuyen, todos sufren, porque todos pertenecen a una gran totalidad (ver Mari, 2012).

Nelson Mandela explicó, en un video disponible en YouTube (https://goo.gl/FyBujP), que el espíritu de ubuntu consiste en ayudar a los necesitados; implica respeto, servicio, compartir, comunidad, cuidado, confianza y desinterés. Significa que debes hacer algo para mejorar tu comunidad.

Es una idea muy valiosa y hermosa. Si creyéramos que todos somos uno, que los demás forman parte de nosotros, que debemos luchar por el bienestar de los otros porque de esa manera todos seremos más felices, no existirían la discriminación, los abusos y las agresiones. Ahora, pues, ¿cómo podrían los maestros trabajar para fortalecer la unidad del grupo? ¿Cómo se podría conseguir un estado semejante al ubuntu en el grupo de niños que cada uno tiene a cargo? Algunas sugerencias podrían ser:

Enseñar que todos somos hijos de Dios y debemos cuidarnos y ayudar a cada uno porque así todos estaremos mejor.Premiar actividades colectivas más que indi­viduales.Evitar, en lo posible, las competencias personales.Favorecer la unidad realizando actividades académicas, de juego o artística que premie al grupo (por ejemplo, representar una obra teatral que valore el trabajo en equipo).Promover la amistad

Una célebre y bella ilustración de cómo hacer amigos la escribió Antoine de Saint-Exupéry, en el clásico de la literatura El principito, en la memorable escena con el zorro.

“Fue entonces que apareció el zorro:

“–Buen día –dijo el zorro.

“–Buen día –respondió cortésmente el principito, que se dio vuelta, pero no vio a nadie.

“–Estoy aquí –dijo la voz–, bajo el manzano...

“–Quién eres? –dijo el principito–. Eres muy bonito...

“–Soy un zorro –dijo el zorro.

“–Ven a jugar conmigo –le propuso el principito–. Estoy tan triste...

“–No puedo jugar contigo –dijo el zorro–. No estoy domesticado.

“–¡Ah!, perdón –dijo el principito.

“Pero, después de reflexionar, agregó:

“–¿Qué significa ‘domesticar’?

“–No eres de aquí –dijo el zorro–, ¿qué buscas?

“–Busco a los hombres –dijo el principito–. ¿Qué significa ‘domesticar’?

“–Los hombres –dijo el zorro– tienen fusiles y cazan. ¡Es bien molesto! También crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas gallinas?

“–No –dijo el principito–. Busco amigos. ¿Qué significa ‘domesticar’?

“–Es algo demasiado olvidado –dijo el zorro–. Significa ‘crear lazos’.

“–¿Crear lazos?

“–Claro –dijo el zorro–. Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domésticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo...

“–Comienzo a entender –dijo el principito–. Hay una flor... creo que me ha domesticado...

“–Es posible –dijo el zorro–. En la Tierra se ven todo tipo de cosas...

“–¡Oh! No es en la Tierra –dijo el principito.

“El zorro pareció muy intrigado:

“–¿En otro planeta?

“–Sí.

“–¿Hay cazadores en aquel planeta?

“–No.

“–¡Eso es interesante! Y ¿gallinas?

“–No.

“–Nada es perfecto –suspiró el zorro.

“Pero el zorro volvió a su idea:

“–Mi vida es monótona. Yo cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen, y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domésticas, mi vida resultará como iluminada. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los demás. Los otros pasos me hacen volver bajo tierra. Los tuyos me llamarán fuera de la madriguera, como una música. Y, además, ¡mira! ¿Ves, allá lejos, los campos de trigo? Yo no como pan. El trigo para mí es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Y eso es triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. ¡Entonces será maravilloso cuando me hayas domesticado! El trigo, que es dorado, me hará recordarte. Y me agradará el ruido del viento en el trigo...

“El zorro se calló y miró largamente al principito:

“–Por favor... ¡domestícame! –dijo.

“–Me parece bien –respondió el principito–, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.

“–Solo se conoce lo que uno domestica –dijo el zorro–. Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes. Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!

“–¿Qué hay que hacer? –dijo el principito.

“–Hay que ser muy paciente –respondió el zorro–. Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...”

¿Cómo se consigue hacer amigos? El zorro dijo que, con paciencia, poco a poco, tratando de estar cada vez más cerca uno del otro. En la escuela, los niños comparten el aula durante todo el año, sentados cerca uno de otro, ¿son todos amigos? El zorro también entendía que no alcanza solo con la cercanía, ya que constituye un proceso de “domesticación”, de “crear lazos”, de hacerse mutuamente indispensable el uno para el otro, de tal manera que se añore el encuentro. Es una bonita definición de la amistad. ¿Cómo se podría hacer para que los compañeros se conviertan en amigos? Espontáneamente muchos llegan a crear en la escuela amistades que duran toda la vida. Pero si el maestro trabajara en crear lazos duraderos, podría conseguirse que la mayoría de los niños sean amigos. Cuánto mayor sea la amistad, habría menos violencia.

¿Qué estrategias podrían instrumentarse en el aula para crear relaciones amistosas entre los alumnos? La idea principal es crear lazos: que dos o tres niños participen, compartan, cooperen o conlleven de manera más asidua, para favorecer las relaciones amistosas. Otras podrían ser:

Promover actividades escolares, de juego u otras que faciliten la participación de grupos de niños, por ejemplo, formando parejas o tríos para que compartan tareas.

Que un niño que tenga facilidad en alguna asignatura o campo del conocimiento pueda ayudar a otro compañero que tenga dificultad.

Convocar encuentros de padres de los niños para que socialicen y haya acercamiento entre ellos para que favorezcan la intensidad de las relaciones entre los niños.

Promover la reciprocidad

“Como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos”.

Jesucristo (San Lucas 6:31)

Un principio básico de las relaciones interpersonales es la reciprocidad. Se la ha llamado la “ley de oro”. Es un principio relevante que tiene la capacidad potencializar los cambios de comportamiento de las personas, los grupos humanos y de toda la sociedad, para que tengamos mayor armonía, más bienestar y felicidad. Se trata de un principio de fácil comprensión, pero difícil aplicación. Desafortunadamente, no se aplica o se hace en forma muy limitada. Hay cierta dificultad en la naturaleza humana para responder al modelo de la reciprocidad. ¿Cómo se lo entiende? ¿Qué hacer para que domine en una sociedad?

Seguramente, fue Jesús quien mejor lo definió en las palabras que aparecen más arriba. Los expertos en relaciones humanas lo llaman el principio de reciprocidad. Significa que la gente responde, por lo general, según se la trata. Por lo tanto, si somos buenos con los demás ellos serán bondadosos con nosotros, pero si los tratamos mal, probablemente nos rechazarán u odiarán.

Un ejemplo notable y dramático de la reciprocidad lo relató el mismo Saint-Exupéry, autor de El principito. Es una historia fascinante, basada en una experiencia personal. Narra que fue capturado por el enemigo y arrojado a una celda, durante la Guerra Civil Española, en la cual combatió contra Franco. En esas circunstancias, se dispuso su ejecución para el día siguiente. Este es el patético testimonio de Antoine:

“Estaba seguro de que iba a morir. Estaba terriblemente nervioso y angustiado. Hurgué mis bolsillos en busca de algún cigarrillo que hubiera escapado al cateo. Encontré uno, y debido a que me temblaban las manos, difícilmente pude ponerlo en los labios. Pero no tenía fósforos ya que me los habían quitado. Miré al vigilante a través de los barrotes de la prisión. Él no hizo contacto visual alguno conmigo. Después de todo, tú no miras a una cosa, a un cadáver. Lo llamé: ‘¿Tiene un fósforo, por favor?’ Me miró, encogió los hombros, y me encendió el cigarrillo.

“Cuando se acercó y prendió el fósforo, inadvertidamente su mirada se encontró con la mía. En ese momento le sonreí. No sé por qué, pero lo hice. Quizás estaba nervioso; quizás fue porque, cuando estás muy cerca de otro, es difícil no sonreír. En todo caso, le sonreí. En ese instante fue como si una chispa se hubiera encendido en nuestros corazones, en nuestras almas humanas. Sé que él no lo quería, pero mi sonrisa atravesó las barras de la prisión, y generó también una sonrisa en sus labios. Encendió mi cigarrillo, pero permaneció cerca mirándome directamente a los ojos, y continuó sonriéndome. Mantuve la sonrisa, viéndolo ahora como a una persona, y no como a un carcelero. Su mirada parecía tener también una nueva dimensión hacia mí. ‘¿Tiene hijos?’, me preguntó. ‘Sí, aquí, aquí’. Saqué mi cartera, y nerviosamente busqué las fotografías de mi familia. Él también sacó las fotografías de sus hijos, y comenzó a hablar de sus planes y esperanzas para ellos. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Le dije que temía que nunca vería de nuevo a mi familia. No tendría oportunidad de verlos crecer. Las lágrimas llenaron también sus ojos. De repente, sin decir una palabra, abrió la puerta de mi celda, y en silencio me sacó de ella; sigilosamente, y por calles desoladas me sacó de la ciudad. Una vez allí, en los linderos, me liberó. Y sin decir ninguna palabra regresó a la ciudad”.

Saint-Exupéry termina su relato con la sugestiva reflexión: “Una sonrisa salvó mi vida” (Canfield et al., 1993, pp. 27-38). La Madre Teresa de Calcuta aconsejaba: “Sonreíos los unos a los otros; sonríe a tu mujer, sonríe a tu marido; sonreíd a vuestros hijos, sonreíos sin que os importe a quién, y eso os ayudará a que crezca vuestro amor por el otro”.

¿Cómo se podría enseñar y ejercitar el principio de reciprocidad en el aula? ¿De qué manera se puede inculcar a los niños la idea que si le sonreímos a un compañero este nos va tratar mejor que si le tiramos tizas, le hacemos una zancadilla, nos burlamos o le sacamos un útil escolar? ¿Qué estrategias podrían instrumentarse para el aprendizaje de la reciprocidad? Algunas posibles serían.

Cambio de roles. En un grupo los alumnos sentados adelante se quejaban de los del fondo, porque estos últimos le arrojaban tizas o pelotitas de papel. El cambio de roles sería trasladar los del frente a la parte de atrás y los del fondo adelante. Así no molestarían más los de atrás. Otro ejemplo: una alumna se quejaba porque el compañero que se sentaba detrás de ella le tiraba del pelo, al sentarse ella detrás de él se solucionó el problema.

¡Aplica el principio de reciprocidad!Frecuentemente los chicos se quejan del maltrato de algún compañero. El consejo es que aplique la reciprocidad. Por ejemplo: “¿Cómo te gustaría que ese chico que te puso un apodo y se abusa de ti, te tratara? ¿Te gustaría que te diera caramelos, en lugar de golpes? Si es así, regálale caramelos todas las veces que puedas”.

“Vence el mal con el bien”.