Psicología de la esperanza - Mario Pereyra - E-Book

Psicología de la esperanza E-Book

Mario Pereyra

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Beschreibung

La obra resume la extensa trayectoria intelectual, académica y clínica del autor, de treinta años de duración en la investigación de la esperanza. Presenta los fundamentos epistemológicos de la esperanza y deriva el marco teórico referencial a partir de la cosmovisión bíblica. Se precisan los contenidos semánticos en una definición operativa de la esperanza-desesperanza integrada por ocho dimensiones dialécticas básicas. Se operacionalizó el concepto y se construyó un instrumento de evaluación válido y confiable, el Test de Esperanza-Desesperanza (TED). Luego de varios años de aplicaciones, al realizarse un metanálisis, se revisó la prueba y surgió el TED-R, único medio científico de evaluación de la esperanza trascendente. Con esos instrumentos (TED y TED-R) se realizaron 50 investigaciones, sobre unos 8500 casos, referidos a una amplia gama de temas, muestras y variables, que puso de maní esto el carácter salutífero de la esperanza y las asociaciones de la desesperanza con diversas patologías. Se presentan las aplicaciones clínicas de la esperanza, de alto grado de eficacia, lo que con gura un tipo de psicoterapia original, que trae aportes a la estrategia, a las técnicas y a las características personales del terapeuta. Finalmente, se sintetizan los estudios sobre la esperanza trascendente, los cuales tienen la originalidad de ser las únicas investigaciones científicas sobre el tema. La esperanza trascendente es la forma suprema de la esperanza, por su legitimidad lógica, su carácter ilimitado y su valor perfecto.

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Autor: Mario Pereyra

Título original de la obra: Treinta años investigando la esperanza. Fundamentos teóricos, evaluación, terapia y revisión de las investigaciones

Dirección editorial: Rafael Paredes, Editorial Universidad Adventista del Plata

Edición editorial: Fernando Bogorni, Editorial Universidad Adventista del Plata

Corrección editorial: Viviana Marsollier de Lehoux, Editorial Universidad Adventista del Plata

Diseño de tapa y diagramación: Mauro Perasso

Ebook: Mariel Mambretti

Imagen de tapa: © Shutterstock

© Editorial Universidad Adventista del Plata (2020)

MMXVIII - 100

Editorial Universidad Adventista del Plata

25 de Mayo 99, Libertador San Martín,

E3103XAC Entre Ríos, ARGENTINA

Teléfono: 54 343 4918000, int. 82 1230

Fax: 54 343 4918001

Dirección de correo electrónico: [email protected]

Sitio web: www.uap.edu.ar

La Editorial Universidad Adventista del Plata es miembro de

Red de Editorialesde Universidades Privadas

Pereyra, Mario

Psicología de la esperanza : 30 años de investigación / Mario Pereyra. - 1a ed . - Libertador San Martín : Universidad Adventista del Plata, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-765-034-1

1. Psicología. 2. Proyectos de Investigación. I. Título.

CDD 150.72

Índice analítico

1Prólogo

2Fundamentos epistemológicos de la esperanza

Resumen

La ambivalencia conceptual

Pensamiento greco-romano

Pensamiento judeo-cristiano

En el Antiguo Testamento

En el Nuevo Testamento

Dos cosmovisiones contrastantes

3Antecedentes históricos

Resumen

La distorsión de la esperanza cristiana

Críticas a la esperanza cristiana desnaturalizada

La esperanza arrogante de la modernidad

La esperanza en Kierkegaard

El dominio del pesimismo

La esperanza maldita

La apología de la desesperanza

La psicología del desesperanzado. El hombre del subsuelo

La glorificación de la desesperanza

“La doctrina de la feliz incertidumbre”

La escuela de la esperanza

La esperanza en Erich Fromm

La filosofía de la esperanza de Ernst Bloch

La teología de la esperanza, según Moltmann

Jornadas sobre la Esperanza en la Universidad Adventista del Plata

La esperanza en la psicología positiva

Conclusiones

4La cosmovisión bíblica y la esperanza

Resumen

¿Qué es una cosmovisión?

La cosmovisión bíblica

Dos cosmovisiones contrapuestas

Principios de cosmovisión bíblica

La presencia activa y efectiva del ser divino

La religiosidad humana o la interrelación con el ser divino

El conflicto

El saber psicológico proviene de Dios

Autogestión

Transformación

Esperanza

5Operacionalización del marco teórico

Resumen

El modelo esperanza-desesperanza

Sentido prospectivo o retrospectivo

Esperar lo mejor o lo peor

Novedad o repetición

Libertad o fatalismo

Fortaleza o derrotismo

Confianza o desconfianza

Orientación productiva o destructiva

Trascendencia o inmanencia

El Test de Esperanza-Desesperanza

6Investigaciones de la esperanza-desesperanza

Resumen

Las investigaciones con el TED y el TED-R

Resúmenes de las investigaciones

Principales conclusiones de las investigaciones

Síntesis

7Aplicaciones clínicas de la esperanza

Resumen

La esperanza como marco teórico

Tendencias en psicoterapia

Antecendentes

La esperanza en la psicoterapia

Algunas escuelas de psicoterapia de la esperanza

La terapia del sentido

La terapia cognitiva de la esperanza

La terapia de las posibilidades

La terapia del aprendizaje del optimismo

El marco teórico del autor

La esperanza como estrategia terapéutica básica

La esperanza en las técnicas específicas

La visualización del futuro

La técnica del milagro

Las excepciones

La escala de avance

Tareas de fórmula

Preguntas orientadas al futuro

Introducir un futuro con posibilidades

Reorientar al cliente para centrarse en el futuro

Integración de diversas técnicas

Focalizar la búsqueda del propósito divino

La esperanza como una actitud inespecífica

8La esperanza trascendente

Resumen

Introducción

Metodología

Resultados

Discusión

Bibliografía

1

Prólogo

“Me interesa el futuro porque pienso pasar allí el resto de mi vida”.

Charles Kettering (1876-1958)

Desde 1989 venimos estudiando la esperanza. En un primer momento procedimos a leer a los filósofos, teólogos y literatos que a lo largo de la historia expusieron sus ideas sobre el tema (ver cap. 2). Descubrimos el carácter anfibológico de la semántica elpídica (del griego, elpís = esperanza), que elaboraron las dos fuentes principales del pensamiento occidental, la tradición greco-latina y el pensamiento judeo-cristiano (ver cap. 1). Encontramos que esta última fuente proporciona los mejores contenidos para elaborar una psicología de la esperanza de base científica. A esos fines, recurrimos a la exégesis, a la hermenéutica y a estudiar la cosmovisión bíblica de la psicología para precisar los diferentes contenidos de la concepción bíblica de la esperanza (ver cap. 3)

A partir de allí, desarrollamos un constructo multidimensional, plurifacético y dialéctico que define la esperanza-desesperanza (E-D) y ocho dimensiones bipolares (ver cap. 4). En 1991, cuando inició sus clases la Universidad Adventista del Plata, organizamos las Jornadas de Integración Psicológica bajo el tema Psicología de la Esperanza. La Universidad se convirtió en pionera en el ámbito universitario en la Argentina en abordar la esperanza en la psicología. En esa ocasión, publicamos el libro Psicología de la esperanza. Un enfoque cristiano de la salud y la historia (Pereyra, 1991), nuestra primera publicación sobre el tema.

El siguiente paso fue operacionalizar el constructo para elaborar un instrumento de evaluación. Entonces construimos el Test de Esperanza-Desesperanza, (TED). Luego se procedió a validar el instrumento y a determinar su confiabilidad; este demostró tener muy buenas virtudes psicométricas. Realizamos cinco investigaciones con ese instrumento que expusimos en la tesis doctoral que presentamos en la Universidad Católica de Córdoba, la cual se tituló La esperanza-desesperanza como variable diagnóstica y predictiva del proceso salud-enfermedad (Pereyra, 1995).

Un área predilecta de aplicación de la esperanza fue la clínica. Trabajar como psicólogo en el Servicio de Bienestar Mental del Sanatorio Adventista del Plata, con un equipo interdisciplinario, posibilitó desarrollar, evaluar y discutir técnicas de intervención. Los resultados de esa tarea realizada durante varios años posibilitó publicar el libro Psicología de la Esperanza, con aplicaciones a la práctica clínica (Pereyra, 1997). Posteriormente, en ocasión de dictar un seminario en la Universidad Peruana Unión, en Lima, sobre la psicología positiva, publicamos otro libro: Terapia de la esperanza. Cómo abrir los horizontes del futuro (Pereyra, 2006; 2011). En ambas obras, propusimos un modelo clínico, metateórico e integrativo de psicoterapia (1997; 2006), con un marco teórico coherente, una estrategia básica y diversas técnicas de intervención clínica, efectivas y prácticas (ver cap. 6). Además, la esperanza debería ser una actitud distintiva de la personalidad de todo buen terapeuta, para poder promover la resiliencia y el bienestar de sus clientes o pacientes. Las investigaciones sobre la eficacia de la psicoterapia han encontrado que el terapeuta tiene mayor gravitación en los resultados, que la teoría y las técnicas con las cuales opera.

Después de casi dos décadas de investigaciones con el TED, procedimos a realizar una revisión, a partir de 33 investigaciones recogidas hasta ese momento (2011). Entonces elaboramos una nueva versión reducida, el TED-R (Pererya, 2012), con un fuerte respaldo estadístico. Ese último instrumento es el único, dentro de la frondosa literatura elpidométrica, en evaluar la esperanza trascendente. Revisando la bibliografía, encontramos que ambas pruebas, el TED y el TED-R, han producido 50 investigaciones hasta el momento, basadas en más de 8000 casos, que detallamos y analizamos (ver caps. 5 y 7), para descubrir el amplio espectro de beneficios y virtudes de la esperanza. Esa revisión presenta importantes evidencias empíricas para sostener que la esperanza es una variable asociada y predictiva de la salud física y mental, como asimismo la desesperanza se asocia y predice la enfermedad física y mental. Un informe previo e incompleto al que estamos realizando en este libro fue publicado en España por la Editorial Académica Española, bajo el título Teoría, evaluación, terapia e investigaciones de la esperanza. Psicología de la esperanza (Pereyra, 2017).

La presente obra, producto de una extensa trayectoria intelectual, académica y clínica, de 30 años de duración, recoge y registra lo más importante de las publicaciones mencionadas, en una forma integral, completa y sistemática. La originalidad de esta presentación radica en el ordenamiento de un proceso de tres décadas, que tuvo marchas y contramarchas, y en el que la mirada retrospectiva permite descubrir continuidad y dirección. Creemos que, en ocasión cuando la Universidad Adventista del Plata celebra sus 120 años de existencia (1898-2018), puede ser útil reproducir esta faceta del quehacer universitario de investigación en una temática que le es propia, ya que apunta a la esencia misma de su identidad ideológica.

Es de hacer notar que la experiencia de investigar la esperanza ha sido algo altamente gratificante, ya que esta noble virtud abre los horizontes promisorios del futuro, permite esperar lo mejor, da fuerzas y motivación para enfrentar la adversidad, proporciona fortaleza para no bajar los brazos, estimula la resiliencia, da confianza, ayuda a sentirse mejor, incrementa los lazos de solidaridad y sociabilidad, brinda orientación en cuestiones particulares y da sentido a la vida en general, y es una fuente inagotable de bienestar y felicidad.

Aún más, la esperanza trascendente amplía las virtudes de la esperanza ordinaria y terrestre, para superar los límites de la vida y de la muerte, y abre los espacios infinitos de la eternidad, que descansan bajo las promesas divinas de glorias sin fin. Las virtudes de la esperanza son generosas e ilimitadas; esta es fuente inagotable de felicidad, bienestar y salud.

Mario Pereyra

Desde la Colina de la Esperanza,

Libertador San Martín, Entre Ríos, Argentina,

31 de diciembre de 2017

2

Fundamentos epistemológicos de la esperanza

Resumen

Se formula el marco teórico. Se ofrece una reseña de una investigación bibliográfica sobre las concepciones filosóficas de la esperanza, desde las ideas de los antiguos griegos a los autores contemporáneos, pasando por pensadores cristianos, del medioevo y de la época moderna. Al evaluar las concepciones elpídicas (derivado del griego elpís=esperanza) desde la perspectiva epistemológica se observan dos tendencias semánticas contrastantes u opuestas axiológicamente. Ya decía Sófocles que “la vagarosa esperanza que para muchos hombres es una ayuda, es para otros engaño de fútiles anhelos...”. También la Biblia reconoce dos tipos de esperanza, cuando declara: “La esperanza de los justos es alegría; más la esperanza de los malos fracasará.” (Proverbios 10:28; BJ). Ese carácter anfibológico de la elpidología se encuentra presente a lo largo de toda la historia, como se ilustra en forma más detallada en el siguiente capítulo. Específicamente esa ambivalencia deriva de dos cosmovisiones diferentes, proveniente una de la concepción greco-romana y la otra, del pensamiento judeo-cristiano. Se analizan ambas vertientes en sus presupuestos ideológicos fundamentales para concluir valorando como un enfoque más positivo la propuesta epistemológica derivada de la concepción bíblica de la esperanza.

La ambivalencia conceptual

“Pues, en verdad, la vagarosa esperanza que para muchos hombres es una ayuda, es para otros engaño de fútiles anhelos...”.

Sófocles (1968, 641)

La idea de esperanza es ambivalente. Hay quienes la conciben como algo virtuoso y benéfico, en tanto otros la entienden como peligrosa y dañina. Esa ambigüedad se observa también en las diferentes acepciones que tiene la esperanza en el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española.

Esperanza. (De esperar.) f. Estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos || 2. Virtud teologal por la que esperamos en Dios con firmeza que nos dará los bienes que nos ha prometido || 3. V. ancla de la esperanza. || 4. Mat. Valor medio de una variable aleatoria o de una distribución de probabilidad. || Alimentarse uno de esperanzas. fr.fig. Lisonjearse con poco fundamento de conseguir lo que desea o pretende. || dar esperanza, o esperanzas, a uno. fr. Darle a entender que puede lograr lo que solicita o desea. || llenar una cosa la esperanza. fr. Corresponder el efecto o suceso a lo que se esperaba (Real Academia Española, 1984, 593).

Como puede apreciarse, la primera acepción es una definición neutra, carente de juicio de valor, en tanto las dos siguientes poseen una clara valoración positiva o virtuosa, a diferencia de la figura del quinto apartado que tiene una significación peyorativa, ya que se asocia a una actitud jactanciosa “con poco fundamento”. También la palabra “espera” contiene significados de valores opuestos.

Esperar. (Del lat. sperare.) tr. Tener esperanza de conseguir lo que se desea.|| 2. Creer que ha de suceder alguna cosa, especialmente si es favorable.|| 3. Permanecer en sitio adonde se cree que ha de ir alguna persona o en donde se presume que ha de ocurrir alguna cosa.|| 4. Detenerse en el obrar hasta que suceda algo. Esperó a que sonase la hora para hablar.|| 5. Ser inminente o estar inmediata alguna cosa. Mala noche nos espera.|| esperar en uno. fr. Poner en él la confianza de que hará algún bien.|| sentado. Dícese cuando parece que lo que se espera ha de cumplirse muy tarde o nunca (ibíd.).

La primera es una definición objetiva. La segunda tiene un carácter positivo. La tercera y cuarta acepciones tienen un sentido pasivo, en tanto la última presenta un matiz negativo, ya que espera una “mala noche”. Igual ocurre con las aplicaciones del término que recoge el diccionario, donde puede significar la “confianza” de “algún bien” como esperar algo que difícilmente se cumplirá o jamás ocurrirá.

Esos matices contrastantes del Diccionario también se encuentran en los dichos, las coplas, los proverbios y las expresiones populares. Por ejemplo, la Enciclopedia Larousse (1865, T.VII, 912) recoge algunas expresiones ilustrativas. Mme de Saint decía: “La esperanza nos grita sin cesar ¡adelante!, ¡adelante! y nos atrae así hasta la tumba”, reconociendo que tiene un poder motivador y alentador de superación, pero concluye con términos extremadamente pesimistas. Por su parte, Catalina (1947, 152) la define en forma paradojal y con alto grado de ironía, declarando: “La esperanza es una adorable enemiga del hombre, y una amiga pérfida de la mujer” (obsérvese el contraste entre adorable y amiga, con enemiga y pérfida). Muy parecido es un bello poema del poeta español José Zorrilla (Marías, 1985, 26), quien asocia la ilusión y la esperanza con la muerte: “¡Blanca ilusión! ¡Benéfica esperanza! Triste y última luz del corazón, a cuyo tibio resplandor se alcanza un más allá en el hondo panteón”.

Cuando recorremos las páginas de la literatura, encontramos que predominan las opiniones críticas o desvalorizantes de la esperanza. Nicolás de Chamfort, por ejemplo, afirmaba: “La esperanza no es más que un charlatán que nos engaña sin cesar” (Larousse, ibíd.). “Peor que desesperar, peor que la amargura a la muerte, es la esperanza”, dice en forma más contundente Shelley, el gran poeta inglés (cf. Menninger, 1959, 483). También, la esperanza suele ir acompañada de adjetivos tales como “seductora, presuntuosa, temeraria, funesta, fatal, peligrosa, loca, ciega, ridícula, incierta, engañosa, fugitiva, efímera, frágil, vana, vaga, falsa, pérfida” (Larousse, 1865, T. 7, 912), que como puede apreciarse, no hablan bien de ella, sino por el contrario, manifiestan descrédito. Estas expresiones están muy lejos de la esperanza virtuosa y benéfica, que es un “ancla del alma”, es decir, algo que sustenta y asegura a quienes atraviesan circunstancias tormentosas o turbulentas.

A esta altura de la exposición podemos decir que hay una ciencia de la esperanza, una disciplina dedicada a su estudio, denominada elpidología, cuyo nombre proviene del griego, elpís, esperanza. La elpidología reconoce ese rasgo ambivalente entre los contenidos semánticos que tiene el concepto. Así, por ejemplo, hay pensadores que postulan una falsa esperanza y otra genuina. Por ejemplo, el filósofo y teólogo germano Paul Tillich (1965) refiere que hay una esperanza engañosa, que atrapa a los necios, en tanto, hay otra que es patrimonio de los sabios. Por su parte, el investigador Silberfeld (1981, 415-417) distingue ambos tipos, al observar las reacciones de los pacientes oncológicos cuando reciben el diagnóstico de cáncer y encuentran las posibilidades de expectativas de vida disminuidas. La “falsa esperanza” se revela con rabia y deseos de venganza. Ocurre frecuentemente cuando las expectativas de la muerte mueven a aferrarse a propósitos inalcanzables o exagerados, lo que produce desconsuelos y desesperación. Por su parte, la “esperanza real”, como la llama Silberfeld (1981), aparece cuando se alcanza un profundo desilusionamiento sin caer en exageradas idealizaciones. Ella emerge de sí mismo cuando las lecciones de vida no son impedidas sino enfrentadas, cuando se libera de las cadenas de la desilusión. Un adecuado sentido de la esperanza proporciona la habilidad para aceptar la pérdida y la vulnerabilidad en el enfrentamiento de la incertidumbre.

Por nuestra parte, sostenemos que existe un solo tipo de esperanza. La llamada “falsa esperanza” es una de las tantas manifestaciones de la desesperanza. Muchos confunden la verdadera esperanza con actitudes y conductas que son expresiones de desesperanza. Así, la ilusión, los anhelos o los sueños futuros irrealizables o dudosos, la negación de la realidad, el optimismo exagerado o las fantasías futuras de omnipotencia y éxitos desmedidos son formas de desesperanza más que de esperanza. Eso es debido a que existe una gran confusión acerca de lo que es verdaderamente la esperanza, de cuáles son sus contenidos o reales dimensiones. A su vez, la confusión sobre lo que realmente es la esperanza y la desesperanza tiene orígenes muy antiguos; proviene de los mismos comienzos de la cultura occidental.

Los fundamentos de nuestra cultura provienen de dos fuentes históricas básicas: el pensamiento greco-latino —derivado de la filosofía y la literatura griega— y la tradición judeo-cristiana, que proviene de las enseñanzas bíblicas. Procuraremos demostrar que la ambivalencia semántica y la confusión responden a la concepción negativa proveniente del pensamiento griego, en tanto el movimiento que rescata sus valores positivos emerge de la cosmovisión bíblica. Por tales motivos, se hace indispensable investigar los fundamentos teóricos históricos de esas tendencias semánticas, a fin de definir con precisión las dimensiones de la esperanza/desesperanza.

Pensamiento greco-romano

“La esperanza era para los griegos un mal salido de la caja de Pandora y sembrado en el espíritu humano para confundirlo y abatir su orgullo”.

J. Moltmann (1971, 182)

En sus orígenes más remotos, la idea de esperanza surge del pensamiento mitológico procedente de la antigua Grecia. Según Hesíodo (1964), Prometeo robó el fuego a los dioses para favorecer a los hombres que habitaban las noches oscuras y frías de la tierra. Cuando Zeus, padre del universo, advirtió lo acaecido, juró venganza. Entonces formó a Pandora, la más hermosa mujer jamás creada, y la envió a Epimeteo, hermano de Prometeo, junto con una caja que traía el presente del cielo. Epimeteo no dudó en casarse con ella. Pero la mujer era tan hermosa como necia y curiosa. A pesar de la prohibición que pesaba sobre la caja, la abrió. De ella salieron todos los males que desde entonces han venido afligiendo a la humanidad: enfermedad, locura, dolores, vicios. Cuando las calamidades empezaron a salir de la maléfica caja, “sólo la Esperanza se quedó en el interior de la infranqueable prisión, sin rebasar los bordes de la jarra, porque Pandora había puesto nuevamente la tapa, siguiendo la voluntad de Zeus” (ídem, 45-47).

En esta concepción, la esperanza es la última de las desgracias —que vino a sumarse a las desgracias que el hombre ya poseía— o la peor de las calamidades, pues en forma engañosa encubriría el duro presente con una vestidura de fantasías de incierto cumplimiento. La iconografía greco-romana representaba la esperanza con la figura de una joven ninfa, que los griegos reverenciaban bajo el nombre de Elpís y los romanos llamaban Spes. Era de rostro sereno y sonriente, alado, coronado de flores y cargada de frutos. El color verde era su emblema, ya que anunciaba la cosecha. Una “deidad alegórica, hermana del Sueño y de la Muerte” (Ruiz, 1963, tomo 1, 505), que exhibía las flores promisorias de un mañana fructífero que vuela más allá de todo presente. De ahí su parentesco con el sueño o con el ensueño, como afirma Ernst Bloch (1980), y su fraternidad con la muerte, la luctuosa realidad que palpita en sus negras entrañas revestidas de rosas.

En esencia, el mito hace de la esperanza el último de los males, un mal esquivo, oculto, que tiene apariencia benéfica, pero en su corazón tiene un carácter maléfico. ¿Por qué se la concibe así? Porque engaña con sus ilusiones, colocando un imaginario manto de ficción sobre los padecimientos, alargando los dolores e incapacitando para enfrentarlos.

“No sólo el mito, sino también los historiadores griegos clásicos, como Heródoto y Tucídides, participan de una visión fundamentalmente pesimista ante el futuro”, afirma el profesor Juan Noemi (2005, 23). Igualmente ocurre con las ideas filosóficas que tenían los griegos de la antigüedad. ¿Qué entendían los filósofos al respecto?

Para Ferrater Mora (1965, T.1, 569) el concepto de esperanza no fue tematizado por la filosofía griega clásica, aunque la noción está presente en relación con las ideas de tiempo, de futuro o destino, en ciertas comprensiones ontológicas y en la cosmovisión general de la existencia. En líneas generales, los filósofos siguen las significaciones míticas y su concomitante actitud desvalorizante. Por ejemplo, para Platón, las esperanzas o “elpídes” son producidas por las anticipaciones de los deseos y las fantasías grandiosas. En el Filebo (Platón, 1966, 1259), expone esas ideas representativas de la noción griega, cuando expresa:

SÓCRATES: Ahora bien: acabamos de decir que todo hombre está lleno de esperanzas, ¿no?

PROTARCO: ¿Cómo negarlo?

SÓCRATES: Y, en cada uno de nosotros, lo que llamamos esperanzas son discursos, ¿no?

PROTARCO: Sí.

SÓCRATES: Y las imágenes que las acompañan son pinturas: hay quien a menudo ve caer sobre él una gran profusión de oro y, como consecuencia del oro, una gran multitud de placeres; mucho más aún, él se percibe a sí mismo en esta imagen interior, desbordando de alegría y contento.

PROTARCO: Naturalmente.

Como puede apreciarse, Platón equipara la esperanza a la ilusión. Afirma que las “esperanzas” son “discursos”, “opiniones”, “reflexiones” o una “escritura” producida por la percepción de las impresiones sensoriales del medio externo. Estas “esperanzas” se acompañan de “imágenes” que representan “fabulosas cantidades de oro” tan abundantes que hacen rebosar el alma “de alegría y contento”. Se infiere que cuando la impiadosa realidad hiera los sentidos con la pobreza de la desnudez y tantas otras carencias, aparecerá la desilusión, seguida de frustración y decepción. Así lo reconoce el mismo Platón cuando escribe que si las esperanzas son falsas o no se pueden satisfacer se convierten en dolor (Filebo 36b). Por eso, las “elpídes” de los necios son engañadoras (Demócrito, Fragmentos 58 y 292; cf. Platón [1966, 1259]). Solo los dioses pueden no ser engañados por las esperanzas, dice Píndaro (ibíd).

Por su parte, Aristóteles (1964, 1235) definió la esperanza como el “sueño de un hombre despierto”. Dice el estagirita en la Retórica que la esperanza es propia de los jóvenes, porque son “ingenuos” y “crédulos”. En razón de su edad, “no han sido testigos de muchas maldades” y por lo tanto “aún no han sufrido desengaños en muchas cosas”. Así, pues, son “fáciles de engañar, por lo dicho; porque esperan fácilmente” (ídem, 169). En contraste, los ancianos “maliciosos” y “suspicaces”, son “desesperanzados” (ídem, 170-171). No obstante, reconoce que “el esperar algún bien es algo que inspira resolución” (ídem, 169), confianza y valentía. Aristóteles compara la actitud del cobarde y el valiente, y destaca la virtud de la osadía. “El cobarde y el tímido es, de alguna manera, refractario a la esperanza. ¿Acaso no lo teme todo? El hombre valiente se conduce muy de otra manera, pues la confianza nace en él de una esperanza firme” (ídem, 1206).

Los filósofos posteriores conservaron los temores y precauciones hacia elpís y aconsejaron no tomarla en cuenta, para sustraerse a sus engaños. Tanto los estoicos como los epicuros propusieron el paradigma ético de la existencia sin zozobras e inquietudes presentes como futuras. El ideal de la “ataraxia”, la “tranquilidad de ánimo” o la “imperturbabilidad”, enunciado tanto por Epicuro como por Epicteto, persigue “no sufrir y no agitarse”, eludir el dolor absteniéndose de lo que pueda producirlo. “Prudencia” es la palabra clave. Hay que vivir sin esperanzas para no sufrir la decepción y el cruel desengaño. Epicuro aconseja a Meneceo:

A cada deseo es menester preguntarse: ¿Qué sucederá si se satisface? ¿Qué pasará si no se lo atiende? Sólo el cuidadoso cálculo de los placeres puede conseguir que el hombre se baste a sí mismo y no se convierta en esclavo de las necesidades y de la preocupación por el mañana (Abbagnano, 1975, t.1, 155).

Mejor vivir bien en el presente y desconfiar de todo hipotético porvenir por más atractivo que parezca.

Uno de los estudios más serios y profundos sobre el concepto griego de la espera (ἐλπίξειv) y de la esperanza (ἐλπίς) fue realizado por el teólogo y erudito alemán Rudolf Bultmann, publicado en el Diccionario Teológico de G. Kittel (1974). Bultmann resume el concepto griego de esperanza y afirma que “contiene la imagen del futuro que el hombre se ha forjado” de acuerdo a sus deseos. Concluye que se basa en las imágenes o “proyecciones que el hombre se forma de su futuro”. Se fundamenta en el deseo y se identifica con la ilusión y el sueño. Reitera la idea de los peligros de su engaño e inseguridad, y la conveniencia de prescindir de ella, aunque reconozca la capacidad para hacer actuar con resolución y tenga una importante función de consuelo.

Pensamiento judeo-cristiano

“… tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma…”.

Hebreos 6:18-19

Muy distinta es la concepción de la esperanza en el pensamiento judeo-cristiano. En la Biblia, la esperanza se representa con un arco policromático que se dibuja en el amplio firmamento del cielo, después del diluvio universal, con la promesa de que nunca más la civilización sería destruida por el agua (Génesis 9:11-17). Es un hombre anciano que confía en la promesa divina de tener un hijo a pesar de su avanzada edad, mirando las noches estrelladas, con la confianza de que su descendencia sería tan numerosa como los astros del universo (Génesis 15:1-6). Es un pueblo que atraviesa el desierto buscando los nuevos horizontes de una tierra que “fluye leche y miel” (éxodo de Israel). Es un enfermo atormentado por terribles dolores que afirma con absoluta convicción que ha de ver a Dios aun después de muerto (Job 14:7-15). La Biblia identifica a la esperanza como un lugar de refugio (Sal 62:5-8), un castillo (Sal 91:2), una puerta que se abre “en el valle de la desgracia” (Os 2:17; el texto reza: “el valle de Akor lo haré puerta de esperanza”, donde “Akor... significa valle de desgracia”, BJ, 1978, 1301), un ancla para el alma (Hb 6:18-19). En esencia, la esperanza bíblica es sinónimo de confianza en Dios (Sal 14:6; 39:7; 71:5; 91:9; Rom 15:13; Col 1:27), creer que él cumplirá sus promesas. Por eso, dice el salmista: “Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza se halla en ti” (Salmos 39:7).

Esa es la gran diferencia con la esperanza griega, que es la espera en el cumplimiento de sueños, ilusiones o deseos que se depositan en el futuro, basada en las “proyecciones que el hombre se forma de su futuro” (Kittel, 1974, 26). En cambio, la esperanza bíblica no espera algo, espera a Alguien, no espera cosas. Espera a una persona que vendrá, el regreso glorioso de Cristo a la tierra por segunda vez. Mientras que la esperanza humana es confiar en las propias expectativas —lo que significa confiar en uno mismo—, la esperanza bíblica confía en Dios y en su hijo Jesucristo, que según el apóstol Pablo, es “entre vosotros, la esperanza de la gloria” (Col 1:27, BJ).

En el Antiguo Testamento

“Porque tú, oh Señor Dios, eres mi esperanza, mi confianza desde mi juventud”.

Salmo 71:5

En un estudio más pormenorizado, la esperanza en el Antiguo Testamento, a diferencia del concepto griego que se elabora a partir del sustantivo, prioriza el verbo (Westermann, 1985, 783). Por lo tanto, se presenta como un “proceso más que un estado de cosas” (Shildenberger, 1963, 176). Tanto en griego como en hebreo, el sustantivo enfatiza el objeto de la expectativa, “mientras que el verbo más frecuentemente acentúa la actitud humana de esperar” (Minear, 1962, 640). Asimismo, la esperanza bíblica siempre indica la expectativa de un bien futuro, especialmente la salvación (Hoffmann, 1966), a diferencia del uso griego que puede “significar la expectación de un bien o de un mal”, según De Ausejo (Haag et al., 1981, 602).

En forma más específica, el término ἐλπίς (elpís), empleado en la versión griega de la Septuaginta o versión de los Setenta (LXX), translitera 17 vocablos hebreos, en tanto, el verbo ἐλπίξειv (élpizein = esperar) traduce 15 palabras diferentes del Antiguo Testamento (Hatch y Redpath, 1998, vol. I, 453-454). Por lo tanto, la idea de esperanza veterotestamentaria cubre un amplio espectro de significados (Hubbard, 1983). En una investigación que recoge las diferentes traducciones de elpís de la Septuaginta (Pereyra, 1995), se encontró que el universo lingüístico que comprende la esperanza en el Antiguo Testamento contiene 75 referencias que son traducidas por 15 términos diferentes. Estos últimos se citan en la totalidad del canon bíblico hebreo en 1274 ocasiones, que en la versión inglesa reproducen 84 expresiones, muchas de ellas repetidas. En la evaluación cuantitativa porcentual de las acepciones, encontramos que los significados de mayor peso estadístico son las siguientes:

1. Seguro o seguridad (25 %)

2. Confianza o confidencia (24 %)

3. Esperanza (22 %)

4. Resguardo o refugio (9 %)

5. Expectación (8 %).

Completan el cuadro otras 57 acepciones de significados muy diversos.

Con relación a la actitud del hombre del Antiguo Testamento hacia el futuro, Wolf (1983, 202-203) asegura que esta es descripta por medio de cuatro raíces básicas, a saber:

1. kwh, “aguardar tenso”, por ejemplo, Isaías 5:2,4,7.

2. chkh, “expectativa paciente”; ver 2Reyes 9:3, Isaías 64:3 y el caso de los “bienaventurados” que tienen la capacidad de “esperar” pacientemente hasta el cumplimiento del tiempo profético anunciado, según Daniel 12:12.

3. jchl, “aguardar perseverante con confianza”; hay 48 referencias de esta acepción, por ejemplo, el caso de Noé que esperó pacientemente que las aguas del diluvio bajaran, Génesis8:10,12. En Proverbios 10:28 se contrasta la raíz jchl con kwh, al decir: “La esperanza —tochêlet— de los justos es alegría; mas la esperanza —tikwah— de los impíos perecerá”. La primera mención es confianza perseverante, en tanto, la segunda —de kwh—, expectación ansiosa o angustiada.

4. sbr, “esperar escrutador”; por ejemplo, los ojos escrutadores que esperan el alimento de Dios, según declara Salmos 145:15.

Es de hacer notar que la mayor parte de los textos del Antiguo Testamento se refieren a la esperanza religiosa. Aproximadamente dos tercios de los textos referidos a “esperar” tienen un sentido teológico (Westermann, 1978, 1002). Los autores bíblicos enfatizan la idea de la esperanza orientada y fundamentada en Dios (v. gr., Sal 39:7; 38:15; 130:5-7 y Lam 3:24), por ser el único digno de confianza, que otorga seguridad (Sal 71:5), protección y amparo (Sal 119:114). Frecuentemente, la palabra confianza (bth) y refugio (chsh) aparecen en paralelo con los términos de esperanza. Los derivados de la raíz bth aparecen en paralelo sinonímico con aguardar (jchl) en Salmos 33:20,21 y con esperar (kwh) en Salmos 40:2,4s y 52:8,9. En Salmos 25:20,21, el paralelismo se realiza entre chsh (procurar refugio) y kwh. Según Zimmerli (Wolff, 1983), la Septuaginta traduce 47 veces bth con elpízein y 20 veces chsh con la misma palabra elpízein. Los traductores de la Septuaginta “usan bth en sentido negativo predominantemente con pepoithénai, ‘confiar en, creer en, poner confianza en’, pero cuando un texto usa bth para traducir la idea de descansar en Dios, ellos ordinariamente emplean elpízein, ‘esperar’” (Jepsen, 1990, 89). Por ejemplo, en Salmos 115:8 se emplea pepoithótes, pero en los versículos 9-11, elpízein.

Dios es reconocido como la “esperanza de Israel” (Jr 24:8) y la razón principal de la espera humana. Minear (1962, 641), distingue cuatro actitudes del hombre en respuesta a ese Dios que personifica la esperanza humana, actitudes que constituyen la esperanza como respuesta. Ellas son las siguientes:

a.una confianza en Dios, a través de la cual uno transfiere su causa al Señor, se asegura en El, y vive en serenidad y paz debajo de su presente protección (aquí bth es la palabra clave; cf. Job 11:18; Salmos 9:10; 22:8,9; 40:4; Proverbios 22:19; Isaías26:3; Jr 17:7);

b.el pronto anhelo de refugiarse en El de los enemigos, y confiar en la pronta liberación (aquí hch es la palabra clave; cf. Salmos 5:11; 7:1; 16:1; 17:7; 18:2,30; 25:20; 36:7; 37:40);

c.la confiada expectación de lo bueno, de un futuro dichoso el cual traerá la ocasión para el presente regocijo (Salmos 13:5; Proverbios 10:28; 11:23);

d.una espera paciente y fortalecida en que el Señor traerá su salvación. El reconocimiento de la demora de la promesa de la pronta ayuda, fortalece en medio de la presenta adversidad (aquí yhl es la palabra clave; cf. Salmos 31:24; 33:18-22; 38:15; 42:5,11; 69:3; 71:12-14; 119:114-116; 130:6-8; Isaías51:5).

Por eso, se considera una esperanza falsa como aquella que sustituye la confianza en Dios por la riqueza (v.gr., Salmos 52:9 y Job 31:24), la fuerza del hombre (ver Jr 17:5), el poder político (por ejemplo, 2 Re 18:24; Isaías31:1; 36:6; Jr 2:37; Ez 29:16; Os 10:13) y aún las cosas religiosas (v.gr., Jr 7:4; 48:13; Hab 2:18).

En síntesis, la noción veterotestamentaria de esperanza incluye las siguientes ideas básicas:

1. espera un bien;

2. tiene un futuro fundado en la promesa;

3. está centrada en la confianza;

4. el objeto principal es Dios;

5. contiene las ideas de aguantar, resistir, perseverar (v.gr., Job 6:11; 13:15; 14:14; 30:26; Sal 71:14);

6. abre la posibilidad de cambios en medio de la crisis;

7. aparece en un estado de tensión dialéctica con respecto a la desesperanza; dice David que clamó desde el pozo cenagoso de la desesperación y fue liberado por Dios, debido a que “pacientemente esperé a Jehová”, Salmos 40:1-4.

En el Nuevo Testamento

“Y el Dios de esperanza os llene de toda gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”.

Apóstol Pablo (Rom 15:13)

La palabra elpís se encuentra 53 veces en el Nuevo Testamento (Petter, 1976, 187-188) y con una sola excepción (donde traduce como “fe”: Hebreos 10:23), la versión Valera la reproduce siempre como esperanza. Valera traduce la palabra esperanza de cuatro términos griegos:

•elpís, en 52 oportunidades;

•elpizö, 3 veces; Lucas 23:8, 1 Timoteo 3:14 y 6:17;

•ekdoquë, 1 vez; Hebreos 10:27 y

•prosdokaö, 1 mención, en 2 Pedro 3:14.

Estos términos aparecen en los escritos paulinos y pospaulinos. No aparecen en los evangelios, en la carta de Santiago y tampoco en el Apocalipsis. Esa ausencia no significa ausencia de la realidad de la esperanza, dice Minear (1962). Por su parte, el verbo elpizö, esperar, comprende 31 referencias. Sus contenidos presentan un alto grado de continuidad con el Antiguo Testamento (Minear, 1962, 640), aunque con matices e intensidades diversas.

Los distintos autores novotestamentarios, más allá de sus diferencias individuales, hacen un uso secular y otro teológico del término esperanza. En el lenguaje profano, la palabra connota un sentido de expectación en conformidad con los intereses del sujeto. Es el caso del sembrador que espera los frutos de su trabajo (1 Co 9:10) o del prestamista que aguarda la devolución de su dinero (Lucas 4:34). También esa espera puede responder a propósitos y planes determinados. Así, pues, el fin de las Escrituras es “mantener la esperanza” (Rom 15:24) y Pablo espera que los destinatarios lean sus cartas (1 Tim 3:14). Es cierto que a veces esta esperanza puede fracasar o desvanecerse, como ocurrió con la “esperanza de ganancia” que perdieron los amos de una muchacha poseída que adivinaba, al ser exorcizada (Hch 16:19) o la “esperanza de salvarnos que iba desapareciendo” (Hch 27:20) en medio de una tormenta marítima que padecieron Pablo y sus compañeros cuando viajaban en un barco que naufragó.