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"Yo no tengo nombre, no es relevante para esta ocasión, mi identidad es mía y de nadie más. Mi declive viene después de los treinta, ahí fue cuando derrapé, cuando se rompió lo que no debía." Así comienzan estos fatídicos sucesos, los cuales abren paso a una apoteósica tragedia literaria. ¿Una novela o un libro de cuentos? Una serpiente de odio y rencor es la que asoma su lengua bífida por entre las letras de este farsante. Su veneno impregna la tinta de cada palabra. ¿Un escritor, un delincuente o un asesino? Un amasijo de pasión violenta y enferma. Un doble juego cruento y desenfrenado. Un sentir patológico. El resentimiento crónico es su cruz y su cáncer y el fracaso lo ha vuelto peligroso. Estas historias ¿le pertenecen? ¿Te atreves a leerlas?
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Seitenzahl: 272
Veröffentlichungsjahr: 2023
FLAVIO SALINAS
Salinas, Flavio Rémoras de un escritor resentido / Flavio Salinas. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3779-9
1. Narrativa. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Rémoras
Martirios de un resentido
TITOR21, el influencer
Número uno: Sonrisas que incomodan, carcajadas que sangran
Número dos: Brujas que comen monte
Número tres: Esquinas que gritan y lloran
Número cuatro: El pequeño guía, hacia la necrópolis
Florencia, la periodista
Número uno: Pum, Pum
Número dos: Todas estamos malditas
Número tres: La condena que arde
Número cuatro: Campo, miseria y consanguinidad
María, la ama de casa
Número uno: Milagro errante
Número dos: Una soga y un anillo. In Memoriam A.F
Número tres: Tertulia para los difuntos
Luis, el escritor
Número uno: El croar del escuerzo
Número dos: El puerco fantoche
Número tres: El taller literario
Número cuatro: Barbarita soy yo
Infausto
Table of Contents
Para mi guía sempiterno,
con quien conocí el terror y
la realidad auténticos.
Para mis seres queridos,
los vivos y los muertos,
los que creen y los que no.
Para mis pesadillas
y suplicios aterradores,
que esta vez me saqué de encima
en forma de letras.
Sólo lo desconocido aterroriza al hombre.
Pero una vez que un hombre se ha enfrentado
a lo desconocido, ese terror se convierte en lo conocido.
Antoine De Saint-Exupery
La clave está en la gente que
pasa inadvertida, esos que manejan
los pequeños detalles, y que, si no los
manejaran bien, serían detalles mayores.
William Peter Blatty.
El terror de mis relatos
proviene de la densa oscuridad
de mi corazón.
Edgar Allan Poe.
Yo no tengo nombre, no es relevante para esta ocasión. Mi identidad es mía y de nadie más. Me pertenece sólo a mí, como muchas otras cosas de las que sí se van a enterar. No quiero explayarme demasiado en cursilerías de infancias y esas pavadas. Porque tengo una infancia común y una juventud pasable. Mi declive viene después de los treinta. Ahí fue cuando derrapé, cuando se rompió lo que no debía. Por eso este inicio lo voy a resolver de forma breve y sistemática.
El primer recuerdo consciente que tuve del terror en mi vida, creo que fue antes de tener conciencia, el miedo inconsciente. Seguramente cuando somos seres indefensos dentro del vientre materno, somos los individuos más temerosos y cuidadosos del miedo que hasta entonces jamás conocimos. Y todo este juego de palabras y de conciencias, se hace agua, se echa por tierra como un fundamento basura. Porque el horror más indescriptible es el que conocemos cuando salimos al mundo, cuando pisamos esta tierra contaminada de tanta malicia. Cuando damos la primer bocanada de aire gélido en el hospital, en el mejor de los casos. Desde ese momento se funda en nosotros una capacidad de percepción natural y arraigada como parásito iracundo, que nos hace caer en soponcio de pesadillas y nos va arrastrando de apoco, casi sin darnos cuenta, hacia un mismo lugar oscuro: el miedo. Lamentablemente, el horror más consciente es el que perpetra el ser humano, desde siempre, desde el inicio de su estirpe maldita.
Cuando tenía diez años vi la película “El Exorcista”, recuerdo que me colé en el cine del barrio. Una sala apestosa, allá por 1973. Por suerte, con semejante espectáculo audiovisual, no tuve la desgracia de ver demostraciones de afecto exageradas. Más allá de algún apretón de manos o abrazo temeroso. A los once años, mataba pájaros con la gomera. Antes de que murieran, les arrancaba las plumas una por una, para hacerme máscaras de monstruos. Cuando quedaban completamente pelados, los tiraba por ahí, aunque siguiesen moviéndose. Cuando cumplí doce años, mi mamá me regaló un libro de cuentos de terror, tuve que prometerle que los leería de día. Con esos libros pude volar. Con el vuelo que les robaba a los pájaros que había asesinado un año antes, tenía varias horas acumuladas.
Con el paso de los años, aparecieron los terrores nocturnos, las pesadillas recurrentes, los ataques de pánico, las caminatas sonámbulas por toda la casa a mitad de la madrugada, los sueños lúcidos y lo que fue aún peor: la parálisis del sueño. Podría decirse que sopesé un varieté bastante suculento de experiencias poco deseadas. Todas por igual, me calaron hondo el sentimiento. Me fui curtiendo de espanto. Por eso tengo el ánima negra y voladora.
Puedo asegurar, con absoluta sinceridad, que sufrí mucho del miedo cuando era niño. Pero igualmente, lo deseaba, lo saboreaba. Todo fue por una multiplicidad de factores. La herencia genética, puesto que mi padre era el ser más miedoso. Dormía con un pollito vivo, amarillo y de plumaje suave, abrigando sus noches y abrazando sus abrazos. Yo de grande tuve un pato como hijito, pero al dormirme, me di la vuelta en la cama y lo aplasté con mi espalda. Lo asfixié. Antes de cumplir la mayoría de edad, mi papá se terminó yendo de la casa, porque necesitaba libertad. Se encamotó con una prostituta del norte, tuvieron tres hijos. Dos de ellos casi normales, el tercero medio opa, con una sola pierna y con un bulto negro y peludo en el cuello. Quizás por los trabajos ennegrecidos que con saña, le hizo mi mamá.
Por otro lado los compañeros de la escuela, por las noches, comentando las leyendas urbanas, de ese barrio viejo en donde vivíamos todos sin escapatoria alguna. Finalmente las historias y cuentos de mi madre, augurando siempre la peor de las catástrofes. Tal vez por eso se mal intencionó mi vida, ya que cuando en el discurso están arraigadas las negatividades, los días suelen transformarse en fatídicos desenlaces. Este es otro tipo de terror. Es el terror cotidiano, destino como escenario funesto que nos conforma el peor de nuestros enemigos: nuestra mente infecciosa y putrefacta. Que repugnancia de palabras de miedo, no hacen más que erizar la piel de los desprevenidos, o peor aún, estremecen la calma de las respiraciones constantes de quienes leen libros de terror, entrando como cuchillos por los ojos fijos de curiosidad mortal.
Pero continúo con la película que me cautivó de niño: El exorcista. El villano, el oculto al asecho y el tirano de la historia, siempre se supo. Fue el diablo, el mismo mal con tantos y tantos nombres a través de la historia: Lucifer, Satanás, Abadón, Apolión, Belcebú, Belial, Maligno, Samael, Leviatán… En este caso, Pazuzu fue muy aterrador. Es el mal personificado en el peor de los seres conocidos por el ser humano. Es el mal hecho ser, consumiendo y poseyendo a una niña. El mal hecho persona.
Sin embargo, el mal que aquí se ostenta en forma de historia, habla de uno posterior que siempre estuvo en mi cabeza y que vine a conocer pasada mi lozanía: la frustración. Un mal que no vi venir. La mufa, la yeta, el infortunio adulto. Con toda esta mugre sucedida, ese miedo se hizo realidad ante mis ojos de futuro fracasado. Era mi sonsera crónica. Qué trivial se hacía mi realidad cuando venían al ruedo momentos de esta naturaleza podrida. Y qué estúpida mi vida, intentando seguir existiendo, ignorando lo que quería ser.
Como siempre, todo en la vida de los asquerosos seres humanos, tiene algo bueno y algo malo. Aquí va mi desbalance. Lo bueno fue que con tanta cosa muerta en mi cabeza, con tanto miedo acontecido, junté muchos manuscritos. Siempre supe que quería publicarlos. Que la gente conociera lo que era capaz de hacer, lo que salía escrito de mi cabeza mal barajada. Lo malo, fue que en el transcurso de casi una década, recorrí más de cuarenta editoriales. Toqué tantas puertas, como portazos soportaron mis narices. La voluntad se me empezó a reventar. Por si la desdicha era poca, la mano derecha con la que escribía, se me empezó a atrofiar. Evidentemente vivía, pero para ratificar el espanto de la muerte que me seguía.
Recorrí todos los caminos habidos y por haber, para lograr ser autor publicado, pero nada, siempre la negativa, como un zarpazo cruel y brutal, arrancándome la poca seguridad en este mundo, y dándome miedo al fracaso. Ese es el miedo, el sentir que nada basta para superarlo, porque después de cada capa de piedad, simulada en reflexión para suavizarlo, sigue descubriéndose con miedo y más miedo. Por eso es el lugar más oscuro, porque es un vacío que no tiene final.
Los escritores y escritoras que están pululando en el espacio que nos rodea y que conozco, no saben por lo que yo he pasado, no se imaginan la impotencia. Mis novelas, mis cuentos, mis historias con mis personajes, mis textos de terror, tan originales y nunca leídos, todos ellos van a seguir ocultos, ciegos e hipogeos.
Cuando cumplí cuarenta años, hice una sesión de espiritismo. No invité a nadie, puse la torta encima de la mesa y en el centro una copa, con una vela negra adentro, después apagué todas las luces y empecé a cantar unas loas, que traduje de un libro antiguo de mi bisabuelo materno. Mi mamá fue mi maestra en ese arte, tal vez, aquel desempeño fue el que me abrió la cabeza y me mostró el camino a seguir.
Desde ese momento, entendí cuál es el miedo que aterroriza a todos por igual: el miedo a lo desconocido. El peor de los terrores, según mi percepción y mi experiencia. El horror que se disimula en la cotidianidad, el miedo que se esconde en el transcurrir de los días normales. El espanto que se camufla entre el paisaje natural que nos rodea como cándido, matizando de pinceladas vivas, todo aquello que hace tiempo está sombrío, muerto y seco de tanta y tanta perversidad. Vaya que ese, si es el peor de los miedos.
Por eso, algunos de los aquí presentes no la pasan tan mal después de todo. Estos seres que están aquí encerrados, yo diría que son una suerte de compendio poco feliz que me atrevo a compartirles. Son las sombras de las noches oscuras, que a veces son tantas que se desparraman por todo el piso de la habitación. Algunas mañanas despiertan agitados y temblando, yo los miro y me atraganto a carcajadas.
Como les dije, son mis sueños malos. Puesto que me desvelaron descaradamente por las madrugadas, los dejé ocultos unos pocos metros bajo la superficie. Así también, los sepulto unos metros, bajo la tierra de mis pensamientos. Mientras tanto van trabajando para mí, van escribiendo lo que yo nunca he podido. Si luego de un tiempo, algún inepto los imprime y los exhuma, no es mi responsabilidad. Así se hundirán más aún en el cementerio de mi olvido, porque van a formar parte de la conciencia y del recuerdo colectivo de ustedes.
Finalmente debo confesarles, no estoy tan enfermo. Quiero cumplir un sueño nada más. Tengo una meta de la cual no puedo desprenderme, puesto que la vida me condujo sin salida a un cuello de botella bilateral: el miedo y la literatura.
En ocasiones tengo contradicciones, pero no temo, porque siempre viene un día nuevo que puede ser mejor. Al menos eso he comprobado hasta hoy. Aquí va otro juego de palabras de este turbio inicio:
El miedo ocurre cuando sospechamos de lo que no está al lado. Ocurre cuando sentimos la respiración fría de lo invisible o percibimos la presencia de lo que no está detrás, aunque sabemos que sí está. Esas son las costuras mal simuladas. Ahí sí temo y temo mucho. Porque lo desconocido siempre está al asedio de lo conocido, asechando en lo esperadamente inexistente, para impactar de existencia inesperada.
El miedo también está presente en la sangre roja y coagulada, en las cavernas calientes del cuerpo que la muerte recorre. El miedo está en la psiquis de quien lo siente, como un perno siniestro, que genera trepanaciones dañinas y deja el alma dañada.
Las rémoras, según el diccionario, son los impedimentos para llevar a cabo un proyecto. Y si hablamos de impedimentos, de rémoras, puf, yo tenía un manojo de palos en la rueda que impedían la concreción de mi anhelado proyecto, hablo de los infelices que me negaban los derechos, editores, correctores, ilustradores, editoriales y empresas literarias malditas que no sabían lo que se perdían. Por eso tuve que pasar a la acción directa, me convertí en un artífice de mi propio destino. Me cansé de esperar obras y caridades de los demás.
Quizás, me extralimité. Tal vez, lo que hice fue paranormal, qué risa, también una palabra de miedo, digamos que esa palabra molesta a muchas escalas, niveles insospechados en el cuerpo y sobre todo en el espíritu de cada persona. Después de todo, lo normal para algunos es algo inacabado o parcial o incompleto para mí. Para los que saben, no hay nada totalmente acabado, la normalidad en mi vida, nunca coincidió con lo común. Aquí la realidad se desborda de cualquier parámetro o límite esperable.
La mayoría de las personas se quedan cómodas en el terreno de la seguridad que les otorga lo conocido y lo chequeado previamente a garantía de rutinas. Ese es el modo más relajado de vivir, pero a su vez, es el obstáculo imperceptible que colocamos entre el mundo y nosotros mismos. Es una pared de dudosa consistencia, puesto que aunque sirva de barrera para quien la crea inconsciente o conscientemente, no deja de ser realmente una persiana americana. Un mecanismo que cuenta con una posibilidad de paso inadvertido. Deben estar alertas, porque es un método que podemos aplicar para percibir lo que hay más allá. Lo inquietante en muy pocas ocasiones, es que esta persiana puede moverse y correrse un poco de eje, para dejar entrever la existencia inesperada. Al final de cuentas, la existencia de algo más.
La cuestión fue que yo me atreví a mirar por esa rendija minúscula y la puse en funcionamiento. Fui por todos y todas las que me arrebataban el lugar, ese sitio que yo debía estar ocupando en los escaparates de las librerías del mundo. De apoco, a fuerza de actos inteligentes, me convertí en lo inesperado de la vida de estos cuatro prisioneros literarios. Diagramé capturas fáciles y efectivas.
Esta es la antesala y la advertencia inicial y final que les comparto antes que lean, bajo su total responsabilidad, los siguientes hechos. Créanme que no soy tan malo. Soy un apasionado de lo que hago. No estoy tan enfermo. Aunque quizás esto, les resulte demasiado. Para mí, todo lo que hice formó parte del mismo arte.
Las personas que seleccioné, fueron cuidadosamente estudiadas por mi parte. Cada planificación, cada detalle fue supervisado por mí mismo. Como soy escritor, cuento con una pizca de creatividad, pero no soy un profesional del terrorismo. Por eso tuve que formarme varios meses antes de llevar a cabo los procedimientos necesarios para completar la meta propuesta. Lamento el tiempo que perdí sin poder escribir, instruyéndome física y mentalmente para los secuestros. Me cansé de las trabas y los palos que me pusieron en el camino, me convertí en una topadora humana y fue bastante divertido.
Como soy muy ordenado y metódico por naturaleza, voy a comenzar por el menor de las personas que elegí: Héctor, el más amado y aclamado por la prensa. Mientras que sus fans copaban las tiendas de libros y hacían filas larguísimas y absurdas para comprar su biografía, yo sentía arcadas y pensaba en el vacío profundo de esas cabezas. El raquítico y debilucho Héctor. Titor21, ese era el nombre que utilizaba en todas sus redes sociales. Tenía más de veinte millones de seguidores en su cuenta de Instagram, casi los mismos en su fan page de Facebook. El impresentable se había convertido en un influencer a través de las pavadas que publicaba a diario, a cada hora.
Digamos que al principio no me molestaba tanto. Lo consideraba como uno más dentro de un mar de suertudos sin cerebros, pero desde el momento en que anunció la publicación de su biografía, justo ahí empezó mi odio. Cuando dijo qué editorial iba a encargarse de imprimirla y distribuirla casi me desmayo, ahí sí que empecé a detestarlo. Una editorial que se encargaba de publicar crónicas, novelas y cuentos paranormales, de miedo, de terror, etc., ahora iba a publicar una biografía de un imbécil de tan solo veinticinco años, solamente porque este idiota contaba que había vivido fenómenos psíquicos y espirituales espeluznantes en su infancia. Por favor, qué imbécil podría creer todo aquello, los de la editorial seguro que no, solo les interesaba el dinero. El tonto de Titor21 sabía que eran pavadas, pero con eso abultaría más su cuenta y por supuesto sumaría miles y millones de seguidores más de todo el mundo. En definitiva, los imbéciles que creían eran sus fans, aceptaban cualquier palabra y disparate que saliera de su pestilente boca. Ahora iban a pagar dinero extra por leer sus mentiras.
Debo admitir que secuestrar a Titor21 me causó mucha excitación. Creí que iba a tener custodia las veinticuatro horas del día, pero me equivoqué. Para mi suerte, ya bastante rebajada, el famoso influencer necesitaba paz y soledad de vez en cuando. Por lo visto tanta exposición, fotos, comentarios, corazones de “me gusta”, lo tenían un poco empachado. Yo me aproveché de ese momento de tranquilidad, lo esperé escondido detrás de los pinos más viejos del parque San Martín, aquel por donde solía correr los días en que necesitaba escaparse de las redes. Tenía esa costumbre el jovencito. Lástima que ahora no puede estirar tanto las piernas, ese fue su precio por convertirse en autor publicado.
En segundo lugar, les voy a contar sobre Florencia, tan dedicada a sus labores. Era un hada del trabajo, sus dedos parecían estrellas impactando contra el universo del teclado de su notebook. La revista para la que trabajaba, era una de las más leídas del país, tenía una facilidad natural para la redacción, un carácter exquisito para imprimir sus opiniones de la sociedad y, sobre todo, muy buen tino para seleccionar la editorial con la que quería trabajar. Además de ser una periodista repulsiva y amarillista, era escritora de novelas románticas. Escribía todo ese tipo de historias trilladas y tan conocidas. Realmente, la detestaba con todo mí ser.
Con tan solo treinta y dos años ya había publicado más de cinco novelas, todas con las mismas temáticas aburridas y repetidas hasta el hartazgo. Yo no entendía, cómo la gente pagaba para leer sus historias. La cuestión era que en el último año se había hecho muy conocida y famosa. Sus ventas habían crecido exponencialmente, sus últimas dos obras iban a ser traducidas para más de veinte países, y seis de las diez editoriales más importantes del país, le habían ofrecido contratos para publicar su próxima novela.
Con Florcita fue más fácil, tuve que desatar el tigre de bengala que llevo dentro, colocarme ropa de marca y bañarme en una imitación de perfume francés. Con esos artilugios la volví loca, la enamoré a primera vista. Comencé a presentarme en el gimnasio donde ella iba asiduamente, nos hicimos cercanos. Hablábamos durante horas y horas de sus textos cansadores y embelesantes. Bebíamos vino, mientras ella escuchaba embobada las falacias que yo creaba para seducirla. Ella prometía que yo me volvería su inspiración y yo la besaba. Tuvimos relaciones sexuales en su departamento y eso fue todo. Me cansaba la vista ver sus paredes rosadas y sus arreglos florales, tan hediondos y repugnantes, tan repartidos por todas las superficies.
Con ella, el final fue trillado. Igual que en sus historias, vacías de inteligencia emocional, fue lo que pasó entre nosotros. La enamoré perdidamente, por eso confió en un hombre con casi el doble de su edad. No me hizo mucha falta la premeditación, fue muy novelesco todo: embebí un somnífero en un pañuelo barato y la tumbé. Fin de la historia.
Qué felicidad, mi tarea estaba dando sus frutos. Por primera vez en la vida, me consideraba un hombre con suerte, con determinación, con pisada firme y segura.
La siguiente en orden de captura, fue María. Debo admitir que a ella le tenía un poco más de respeto. Creí que podía llevar a cabo una tarea interesante, por supuesto, si es que ella se lo proponía. María era una mujer de treinta y cinco años, simple y práctica, con dos hijos adolescentes y un marido bastante estafador. En el momento en que se hizo famosa por sus novelas, el marido, que entonces era su novio, inmediatamente le propuso matrimonio. Ella aceptó el ofrecimiento, solo porque estaba embarazada de su primer hijo. Sé que no lo hizo por amor, lo sé muy bien porque conozco a María más que a ninguno de los demás. Ella fue mi compañera en la escuela y en la carrera de letras. Luego, siguió capacitándose en escritura convencional, primero se dedicó a los cuentos infantiles, como no le fue muy bien que digamos, se acomodó en la narrativa general. Hizo un poco de comedia, un poco de drama, en fin, nada en concreto. El tiempo que le dedicaba a su hogar la consumía. Hasta que publicó una novela algo más interesante, que mencionaba temas familiares fuertes, dramáticos y peligrosos.
Por eso último la elegí, por eso y también porque sé muy bien cuál era su verdadera capacidad. Ella tenía una facilidad para crear historias, para inventar mucho de la nada. En eso era asombrosa, y se formaba para serlo, claro ejemplo de ello era el retiro para escritores creativos al que se había apuntado. Ese fue el momento oportuno, la intercepté a mitad del camino. Ella me encontró haciendo dedo en la ruta y me subió a su camioneta, mientras partimos rumbo a la montaña le fui cebando mates y contando por qué necesitaba el retiro, le inventé algunas pavadas, le dije que estaba en un proyecto literario muy especial y ella lo creyó sin vacilar. Por suerte el tanque de nafta estaba lleno, me bastó y me sobró para el viaje de vuelta. Antes de llegar al retiro literario, con una técnica contundente, la golpeé y la dormí. Así dormida y en su mismo vehículo la capturé como a una rata. Fin de la historia.
Para finalizar esta parte, les contaré la última conquista. Voy a ser breve porque lo mejor está por venir. Luis, Luisito, como yo le digo, el mayor de mis presas. Un escritor muy famoso, con cuarenta y cinco años recién cumplidos. Traducido a más de quince idiomas, honestamente no entendía la razón para que siguiera viviendo aquí. Por supuesto, yo me aproveché de la situación, o tal vez no, y fue el destino el que me dio una mano pequeña y dulce compensación por tantos malos tragos soportados.
Luis había escrito novelas policiales y thrillers psicológicos muy interesantes. No muchos libros, pero sus obras eran particulares y de calidad. Tenían un carisma cristalino y a la vez apabullante. Describía la malicia de los hechos, como si fuera poesía nefasta, con una prosa encantada y maldita al mismo tiempo. Con eso y con mucha suerte soplando a su favor, había logrado muchas cosas. Estaba muy bien posicionado en el ruedo y en el mercado internacional del género. Por eso a Luis le tenía puestas casi todas mis fichas. Con él, el rapto fue más complicado, llevó más tiempo.
Por suerte, todos los seres humanos somos animales de costumbres y los escritores no somos la excepción de la regla. Luisito acostumbraba a ir a un café del centro, un recinto de mala muerte, pequeño y viciado de humo y cáncer. Era su cábala, el lugar en donde había empezado su carrera literaria. Tuve que hacerme mozo, aprender a hacer tostados y manejar la máquina expendedora de café italiano, ese era su debilidad. Por eso tuve que leer sobre la historia de ese café en particular. Creo que fue de las cosas más aburridas que he hecho en mi vida, destinar tiempo a leer sobre eso, por suerte valió la pena. Entablé una amistad a base de conocimiento real y compartido. Yo le conversaba del clima, me hacía el estúpido en todos los temas, menos en el café italiano, ese era mi fuerte. Yo lo escuchaba sorprendido y me hacía eco su intelectualidad y astucia, él me invitaba a sentarme en su mesa y yo le contaba mi historia, sobre cómo había llegado a ese café. Una ficción muy aburrida que no viene al caso.
Así, entre charlas, mesas de café y cigarrillos, me tomó una confianza ciega. Demoró más de la cuenta, por eso tuve que invertir bastante más de lo que había planeado para mantener a los otros tres secuestrados. Por su culpa mi presupuesto se fue al diablo. Una tarde tuve una corazonada y después del sexto café lo invité a tomar un vino a un bar por ahí cerca. Él aceptó y se dispuso a llamar a un taxi, yo le dije que de ninguna manera, que íbamos en mi auto. Por supuesto, uno que había rentado por esa semana. Resumiendo, nos subimos al auto cuando ya era de noche, le di unas cuatro o cinco trompadas en la cara y unas dos o tres en la boca del estómago. Fin de la historia.
Cuando los tuve a los cuatro en la prisión, lloré de emoción. Fueron lágrimas genuinas de escritor apasionado. Me sentí tan realizado como nunca antes. Esa escena que veían mis ojos, sé a ciencia cierta, es la que merece ser recordada por los laureles de la historia, hasta la eternidad. Esa noche de invierno supe que estaba haciendo algo muy especial. Mi deseo estaba cumplido. Eran cuatro personas distinguidas, envueltas en un manto de oscura perversidad, estaban seguras dentro de los bordes de una locura linda, dentro de mi locura.
Los rehenes literarios me miraban con recelo, pero sin un solo rasguño, excepto por Luis quizás, que alguna leve secuela de las trompadas en su cara presentaba, pero leves, muy leves. Desde el primer día de confinamiento nunca había aplicado la violencia contra ellos. Por supuesto, estaban en cuatro jaulas separadas dentro del mismo sótano, por ese motivo tampoco podían lastimarse entre ellos. De igual modo, estaban muy tranquilos, era gente culta y elevada. Traté de convencerme de eso, aunque tenía mis serias dudas sobre algunos.
Ellos nunca se imaginaron por qué o para qué estaban atrapados, cuál era mi objetivo. Yo no les dije nada, hasta que completé el lugar con los cuatro prisioneros.
Recuerdo que me paré frente a las jaulas y dije con voz de mando — Ser un autor publicado es un misterio tan grande como el tiempo, tan antiguo como el universo y, sobre todo, tan interesante como inabarcable — me miraron atontados y yo seguí con mi discurso, que sabía era exagerado, “grande como el tiempo”, “antiguo como el universo”, quería comenzar con grandilocuencia. — Por eso se encuentran ustedes aquí. Con el respeto que me merecen, voy a considerar la situación con el mayor de los recaudos y haré lo necesario para que puedan cumplir con el objetivo pautado. Esto no es ningún juego macabro, ni nada horrendo que ustedes crean, lo único que yo necesito es que escriban para mí.
Las mujeres me miraron extrañadas y empezaron a rogarme para que las dejara en libertad. Titor21 se orinó encima cuando le dije que no había conexión WIFI, y que tampoco podría tener su celular. Eso era bastante obvio, pero él me lo pidió muy serio y después llorando. Luis me ofreció una cantidad de dinero en dólares muy tentadora, no acepté. Continué pidiéndoles que no me interrumpieran, de lo contrario, los cagaba a balazos a los cuatro. Así les dije, aunque no estaba tan enfermo.
—Por la calidez que he mantenido siempre en mi trato con ustedes, y en honor a sus acciones y aportes a la literatura, debo ser en este momento más que nunca, preciso y cuidadoso con lo que necesito transmitirles —me miraron extrañados, las chicas se sonaron la nariz con el papel higiénico que les había dado. —Necesito que escriban terror. No duden de sus palabras, no escatimen imaginación y abran sus corazones en cada párrafo, en cada oración. Quiero historias buenas, originales y sobre todo atrapantes. Quiero que salgan de su zona de confort y se animen a lo que nunca antes se han lanzado. Exploren, corrijan lo que sea necesario, reformulen y escriban mucho, siempre más y mejor.
Los prisioneros empezaron a poner los peros, pero no, mis motivos fueron mayores y tuve que llamarles la atención mostrándoles un arma de gran calibre. Cuando el silencio me dio la palabra, continué —a partir de este momento, tienen un mes como tiempo límite para crear, para dar a conocer sus producciones, ficción, hechos verídicos y todo lo que imaginen relacionado al terror, de la mano de sus capacidades como escritores y escritoras afortunadas. Sepan que les tengo algo de aprecio y que deposito mi fe en ustedes. En algunos más que otros, pero esas elecciones, me las guardo para mí.
El influencer siguió llorando y preguntó pavadas relacionadas con Internet que yo no entendí, Florencia pidió más papel higiénico, María se desmayó y Luis fue el único que atinó a decir algo con sentido —Qué nos vas a dar a cambio de las historias que escribamos —preguntó con desafío en la mirada. Les dije que quien escribiera la historia o las historias de terror que más me gustaran, iba a ser publicado y traducido instantáneamente.
Sabían que yo estaba loco, había secuestrado a cuatro personas. Pero internamente, se preguntaban si en eso de la publicación, yo nos les estaba mintiendo. Y por supuesto que no. En sus cabezas creativas, empezaron a germinar las primeras nubes grises de las historias. Les dije claramente que si escribían para mí, nadie saldría lastimado de esta situación.
Luis miró con desconfianza al resto de sus compañeros y luego dijo —y qué pasa si no queremos escribir terror, no es nuestro género, no podemos sacar del cuerpo lo que no existe. Qué pasa si nos negamos. Yo le respondí corto y sencillo —agradeceré infinitamente su predisposición para desarrollar esta experiencia tan íntima y desafiante, y espero para ello generarles tantos malos momentos como sea posible. Si se niegan, los mato. Fin de la historia. —Antes de que vinieran los llantos y los reproches, continué — vamos camaradas, lo que se escribe nunca será olvidado. Yo sé que ustedes pueden hacerlo. Además, no están solos en esta tarea, tendrán ayuda de mi parte. Incentivos fuertes y de todo tipo, para que se inspiren y se desaten en la escritura como nunca antes. No será nada agradable, al tratarse de historias de terror, porque la experiencia que atraviesa el espíritu con los nervios crispados, remueve las emociones incómodas más ancestrales del ser humano. Lo bueno es que el miedo nunca cae en la fosa de la perdición, no conoce de abismos ni suavidades, se repite y se inmortaliza de forma autómata. El miedo es cíclico, cuando se ha experimentado en su esencia más pura. Cuando pensamos que no existe, aparece de la nada y cuando creemos que se ha ido, regresa sigiloso, agazapado como pantera negra. No se preocupen, yo les voy a dar una mano con eso.
Observé las primeras evidencias de que mis rehenes literarios, serían capaces de hacerlo. Iban a poder llevar a cabo la tarea que les proponía. Observé cómo con mis palabras, aparecían las primeras miradas de terror en sus rostros de escritores de otros géneros. Me reí por dentro como un niño caprichoso, pero conforme. Para finalizar ese primer encuentro, les dije —gracias colegas, verdaderamente gracias por la imaginación y corazón que pronto pondrán a volar. Valoraré su esfuerzo, desde el primer escrito, la primera novela o el primer relato que elaboren. Todo será sumamente agradecido. Si se fijan en los cajones de sus escritorios, van a encontrar suficiente papel y bolígrafos. No hay oportunidad para que escriban en ningún dispositivo electrónico. Deberán redactar y escribir a mano sin excepción. Yo haré el trabajo más fácil en este caso, seleccionaré el texto ganador. Una suerte de licencia que necesité tomarme, después de tantos fracasos, de tantas puertas que nunca se me abrieron, porque fueron ustedes los que colmaron todo. Entonces ahora, yo solo seré un lector crítico y seleccionador.