Residuo cero en casa - Bea Johnson - E-Book
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Residuo cero en casa E-Book

Bea Johnson

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Beschreibung

Residuo cero en casa, de Bea Johnson, es un libro original, creativo, aplicable desde la simplicidad, a su vez que desde la determinación, a nuestro día a día. La estructuración hegemónica del consumo viene acompañada de la generación de residuos que, en la mayoría de los casos, se podrían evitar. ¿Es difícil?

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© Personal

BEA JOHNSON vive con su familia sin generar ningún tipo de residuo desde el año 2008. Actualmente se dedica a compartir su experiencia (libros, conferencias, ...) para polinizar la sociedad con el concepto de Residuo Cero. Residuo Cero en casa se ha traducido a 10 lenguas y está revolucionando la forma de relacionarnos con lo material.

Podéis seguirla en:www.zerowastehome.comwww.facebook.com/ZeroWasteHometwitter.com/zerowastehome

Para Max y Léo.

Título original: Zero Waste Home. The ultimate guide to simplifying your life by reducing your waste

© by Bea Johnson

All rights reserved

Published by arrangement with the original publisher, Scribner, a División of Simon & Schuster, Inc.

Primera edición en español (papel): septiembre de 2017

Primera edición en español (ebook): febrero de 2020

© De la traducción: Esther Peñarrubia

© De esta edición: Pol·len edicions, sccl

Pol·len edicions, sccl

Carrer Junta de comerç 20 08001 Barcelona

www.pol-len.cat [email protected]

ISBN: 9788416828807

Imagen de cubierta: Lucía Joglar

Diseño de cubierta: Georgina Rosquelles

Maquetación digital: Books and chips

Huella de carbono del diseño del ebook: 4 g CO2 eq.

Índice

Introducción
Las 5R y los beneficios del estilo de vida Residuo Cero
Cocina y compra de alimentos
Lavabo, artículos de higiene personal y cosmética
Habitación y vestidor
Limpieza y mantenimiento de la casa
Zona de trabajo y correo basura
Infancia y escuela
Vacaciones y regalos
Salir al exterior
Involucrarse
El futuro del Residuo Cero
Recursos

Introducción

No hace mucho tiempo las cosas eran diferentes: yo era propietaria de una casa de 380 m2, dos coches, cuatro mesas y veintiséis sillas. Cada semana llenaba un cubo de basura de 250 L.

Hoy en día, cuanto menos tengo más rica me siento. ¡Y no tengo que sacar la basura!

Todo cambió hace unos años. Ni se nos incendió aquella casa enorme, ni me convertí en monja budista.

Aquí tienes mi historia.

Crecí en la región de la Provenza (Francia), en una casa adosada de una calle sin salida: muy diferente a la granja de la infancia de mi padre, o a la base militar francesa en la que creció mi madre, en Alemania. Pero mi padre se dedicó a sacar el máximo provecho de su terreno suburbano. Durante los meses cálidos dedicaba todo su tiempo libre a trabajar en el jardín, fiel a sus raíces granjeras, cultivando verduras y saciando la tierra con su sudor. En invierno se dedicaba al garaje, donde cajones repletos de puntas, tornillos y piezas llenaban las paredes. Sus aficiones eran reconstruir, reparar y reutilizar. Él era (y todavía es) el tipo de persona que si ha visto una aspiradora, radio, televisión o lavadora tirada en el margen de una carretera no duda en parar a recogerla. Si cree que el aparato se puede arreglar, lo carga en el maletero del coche, lo lleva a casa, lo desmonta, lo vuelve a montar y de una forma u otra consigue que funcione de nuevo. ¡Incluso es capaz de reparar una bombilla fundida! Mi padre tiene talento, pero en su región sus habilidades no son inusuales. La gente de las zonas rurales francesas está dotada de un tipo de astucia que les permite alargar la vida útil de sus pertinencias. Por ejemplo, cuando yo era pequeña, mi padre quitó el tambor de una lavadora y lo convirtió en una trampa para cazar caracoles. Recuerdo utilizar la carcasa vacía como casa de muñecas (pequeñita y caliente).

Según mi visión infantil, mi casa era una versión moderna de La casa de la pradera, una serie de televisión que de niña veía religiosamente en una de sus reposiciones. Vivíamos en los suburbios y mis dos hermanos y yo ayudábamos tanto como los hijos de los Ingalls (mi hermano mayor incluso tenía fobia al estropajo), mi padre era una persona práctica y mi madre una ama de casa especializada en presupuestos ajustados. Ella preparaba comidas y cenas de plato y cuchara. Tal y como lo hacía la madre de Laura Ingalls, mi madre se organizaba la semana en torno a la iglesia, la cocina, la repostería, la limpieza, la plancha, la costura, el punto y, en la temporada correspondiente, las conservas. Los jueves iba al mercado de productores en busca de ofertas de telas e hilos. Después del colegio yo le ayudaba a marcar patrones para coser y la observaba mientras transformaba telas en prendas de ropa bien complejas. En mi habitación la imitaba y creaba ropa para mis dos muñecas Barbie a partir de trozos viejos de nailon o gasa (esta última provenía de las visitas de mis padres al banco de sangre). A los doce años cosí mi primer vestido y a los trece tejí mi primer suéter.

Al margen de las discusiones fraternales ocasionales, llevábamos lo que parecía una vida familiar feliz. Pero mis hermanos y yo no habíamos percibido las grandes desavenencias entre mis padres, que terminarían transformando su matrimonio en una triste batalla por el divorcio. A los dieciocho años, preparada para dejar atrás las dificultades psicológicas y económicas, me fui a California con un contrato de un año de au pair. Lo que no sabía era que durante aquel año me enamoraría del hombre de mis sueños, el hombre con el que más tarde me casé, Scott. No era el típico surfista con el que todas las jóvenes francesas fantaseaban, sino que era una persona compasiva que me ofreció la estabilidad emocional que tanto precisaba. Juntos recorrimos el mundo y vivimos en el extranjero, pero cuando me quedé embarazada opté por el estilo de vida de super-madre americana (como había visto en la televisión) y regresamos a los Estados Unidos.

MI SUEÑO AMERICANO: PLEASANT HILL

Nuestros hijos, Max y poco después Léo, nacieron rodeados de mi sueño americano: una casa moderna de 380 m2 en una calle sin salida, con techos altos, habitaciones familiares y salones, armarios vestidores, un garaje para tres coches y un estanque para peces, todo en Pleasant Hill, un barrio a las afueras de San Francisco. Teníamos un coche todoterreno urbano, una televisión gigante y un perro. Poseíamos dos neveras grandes y varias veces a la semana llenábamos la lavadora y la secadora de tamaño industrial. Esto no significa que nuestra casa siempre estuviera desordenada o que compráramos todo nuevo. La forma de ahorrar que heredé de mis padres hizo que comprara ropa, juguetes y mobiliario en tiendas de segunda mano. Aun así, al lado de casa, un gran cubo de basura recogía semanalmente restos de pintura y montañas de desperdicios. Sin embargo, nos sentíamos bien en relación a nuestra huella ecológica por el mero hecho de reciclar.

Durante siete años Scott fue ascendiendo de categoría en su empresa, proporcionándonos una vida muy cómoda que incluía vacaciones internacionales cada medio año, fiestas espléndidas, un amplio surtido de carnes carísimas, ser socios de una piscina privada, compras semanales en el supermercado Target y estanterías llenas de cosas que utilizábamos una sola vez y después tirábamos. No teníamos ninguna preocupación económica, la vida avanzaba sin esfuerzos y me podía permitir tener el pelo rubio platino al estilo Barbie, bronceado artificial y labios y frente inyectados con bótox. Incluso había experimentado con extensiones del pelo, uñas acrílicas y el «envoltorio europeo» (film adherente que se coloca bien ajustado alrededor del cuerpo mientras pedaleas sobre una bicicleta estática). Estábamos sanos y teníamos buenos amigos. Parecía que lo teníamos todo.

Pero las cosas no andaban del todo bien. Yo tenía treinta y dos años y, en el fondo, estaba aterrada ante la idea de que mi vida fuera estable y acomodada. Nuestra vida había pasado a ser sedentaria. En la ciudad dormitorio donde vivíamos, con grandes avenidas y centros comerciales, destinábamos demasiado tiempo al coche y no el suficiente a ir a pie. Scott y yo añorábamos la vida activa y pasear por las calles de las capitales extranjeras donde habíamos vivido. Añorábamos caminar hasta las cafeterías y las panaderías.

UN PASO HACIA LA SIMPLICIDAD

Decidimos trasladarnos cruzando la bahía hasta Mill Valley, un pueblo que presume de tener un núcleo urbano activo al estilo europeo; vendimos nuestra casa y nos mudamos temporalmente a un apartamento con solo lo imprescindible, almacenando el resto, pensando que finalmente encontraríamos una casa donde alojar mi decoración de estilo árabe y todo el mobiliario a conjunto.

Durante este período de transición, descubrimos que con menos cosas teníamos tiempo para disfrutar de las actividades que nos gustaba practicar. Como ya no dedicábamos cada fin de semana a cortar el césped y cuidar nuestra enorme casa y su contenido, ahora toda la familia podía pasar tiempo unida, ir en bici, hacer senderismo, pícnics y descubrir la costa de nuestra nueva región. Fue liberador. Scott entendió el verdadero significado detrás de las palabras de su padre: «Me gustaría no dedicar tanto tiempo al cuidado de mi césped». Mientras reflexionaba sobre las numerosas vajillas que había adquirido para amueblar el rincón de la cocina, el comedor y los dos patios de nuestra antigua casa, recordé un comentario de mi amigo Eric: «¿Cuántas zonas para sentarse necesita una casa?»

Me di cuenta de que no añorábamos la mayoría de cosas que teníamos almacenadas, de que habíamos gastado innumerables horas y recursos incalculables equipando una casa con elementos innecesarios. Comprar para la casa anterior se había convertido en una afición –inútil–, un pretexto para salir y estar ocupados en nuestra ciudad dormitorio. Me quedó claro que mucho de lo que entonces almacenábamos no tenía una finalidad real, excepto llenar grandes habitaciones. Habíamos dado demasiada importancia a las «cosas», y entendimos que cambiar hacia la simplicidad nos aportaría una vida más llena y con más sentido.

Tardamos un año, vimos 250 viviendas hasta que finalmente encontramos la perfecta: una casa de campo de 137 m2 construida en 1921, sin césped, a cuatro pasos del núcleo urbano que originariamente nos habían dicho que no entraba dentro de nuestro margen de presupuesto. El precio por metro cuadrado de las edificaciones de Mill Valley era el doble que en Pleasant Hill y la venta de nuestra anterior casa nos permitió pagar la mitad de la nueva. Pero nuestro sueño era vivir cerca de caminos para practicar senderismo, bibliotecas, escuelas y cafeterías, y estábamos preparados para reducir dimensiones.

Tras la mudanza teníamos el garaje y el sótano repletos de los muebles de nuestra vida anterior, pero poco a poco vendimos lo que no cabía en la casa nueva, de menores dimensiones. Teníamos que deshacernos de todo aquello que no usábamos, no necesitábamos o no queríamos. Este se convertiría en nuestro lema para ordenar cualquier cosa. ¿Realmente utilizábamos, necesitábamos y queríamos el remolque de la bici, el kayak, los patines, las tablas de descenso sobre nieve, el equipamiento de taekwondo, los guantes de boxeo y de artes marciales, el porta bicicletas, los patinetes, la canasta de baloncesto, las bolas de «bochas» (juego similar a la petanca), las raquetas de tenis, los tubos de buceo, el equipamiento de camping, los monopatines, el bate y guante de béisbol, la red de fútbol, el juego de bádminton, los palos de golf y las cañas de pescar? Al principio Scott tuvo algunos problemas para deshacerse de ellos. Le encantaban las actividades deportivas y había trabajado duro para conseguir todo aquel material. Últimamente, sin embargo, se había dado cuenta de que era mejor decidir qué era lo que realmente le gustaba y concentrarse en menos actividades en vez de dejar que los palos de golf se llenaran de polvo. De esta manera en un par de años nos separamos de un 80 % de nuestras pertenencias.

DE LA SIMPLICIDAD A LA REDUCCIÓN DE RESIDUOS

Mientras simplificábamos, encontré consejos sobre sencillez en los libros de Elaine St. James y revisé la colección de La casa de la pradera de la autora Laura Ingalls Wilder. Todos estos libros nos inspiraron para evaluar a fondo nuestras actividades diarias. Desconectamos la televisión y cancelamos las suscripciones a revistas. Sin tele y teniendo en cuenta que la compra nos ocupaba muchos ratos, ahora disponíamos de tiempo para aprender sobre temas medioambientales que hasta entonces no habíamos considerado. Leímos libros como Natural Capitalism, In Defense of Food y Cradle to Cradle (editado en castellano como De la cuna a la cuna); y a través de la página Netflix vimos documentales como Earth y Home que muestran osos polares sin tierra y peces confundidos. Aprendimos sobre las implicaciones trascendentales de las dietas poco saludables y del consumo irresponsable. Empezamos a entender el nivel de amenaza que cae sobre la Tierra y cómo nuestras decisiones cotidianas están empeorando nuestro planeta y el que dejaremos a nuestros hijos.

Utilizábamos demasiado el coche, llevábamos los almuerzos en bolsas de plástico, bebíamos agua embotellada, empleábamos (deliberadamente) papel de cocina y pañuelos de papel y usábamos incontables productos tóxicos para limpiar la casa y cuidarnos. Recordé los innumerables cubos de basura que había llenado con bolsas del supermercado mientras vivíamos en Pleasant Hill y las cenas precocinadas que había calentado en el microondas. Me di cuenta de que mientras disfrutábamos de todo lo que rodeaba el sueño americano, nos habíamos convertido en ciudadanos y consumidores desconsiderados. ¿Cómo podíamos estar tan desconectados del impacto de nuestras acciones?, ¿habíamos llegado nunca a estar conectados?, ¿qué les estábamos enseñando a nuestros hijos, Max y Léo? Por un lado, lo que habíamos aprendido nos hizo llorar y nos provocó mucha rabia haber estado tanto tiempo ajenos a esta problemática. Por otro lado, nos fortaleció para decidirnos a cambiar drásticamente nuestros hábitos de consumo y vida, por el bien del futuro de nuestros hijos.

Scott se veía capaz de llevar a la práctica nuestras teorías y, aunque la economía estaba en recesión, dejó su trabajo para abrir una empresa de consultoría sobre sostenibilidad. Desapuntamos a los niños de la escuela privada que ya no nos podíamos permitir y yo abordé las prácticas ecológicas en casa.

Con el nuevo conocimiento de que el reciclaje no era la respuesta a la crisis medioambiental y de que los plásticos estaban devastando nuestros océanos, cambiamos las botellas y bolsas de compra de un solo uso por reutilizables. Únicamente nos teníamos que acordar de llevarlas cuando nos hicieran falta. Fácil. Entonces empecé a comprar en las tiendas de productos naturales y me di cuenta de que la selección de artículos locales y ecológicos compensaba el dólar extra y que el embalaje excesivo podía ser totalmente evitado comprando en la sección de productos a granel. Opté por bolsas de malla típicas de la ropa sucia para meter los productos agrícolas y por bolsas de tela cosidas a partir de una sábana vieja para llevar los artículos a granel. Las diseñé de modo que no tuviera que utilizar cintas desechables para cerrarlas. Como acumulaba una colección de botellas y botes vacíos, poco a poco fui reduciendo nuestro consumo de alimentos empaquetados y rápidamente nuestra despensa estuvo llena de productos a granel. Incluso diría que me convertí en adicta a este tipo de compra, conduciendo largas distancias a lo largo de la bahía en busca de proveedores. Dejamos de utilizar papel de cocina convirtiendo una sábana vieja en una docena de trapos absorbentes y comprando paños de microfibra. Scott comenzó a hacer una pila de compost en el patio trasero y yo me inscribí a clases de botánica para aprender los usos de las plantas silvestres que veíamos en nuestros paseos de senderismo.

Me había llegado a obsesionar con los residuos de la cocina y pasé por alto los del lavabo, pero pronto procedí a buscarles alternativas. Durante seis meses me lavé el pelo con bicarbonato y me lo aclaré con vinagre de manzana, pero cuando Scott ya no pudo soportar más mi «olor a vinagreta» en la cama, opté por rellenar botellas de vidrio con champú y acondicionador a granel. Iba a comprar menos veces que cuando vivíamos en Pleasant Hill. Aprendí nuevos métodos para conseguir una casa más ecológica, pero ahorrando dinero, ya que era la época en la que Scott iniciaba su nuevo negocio.

Max y Léo también contribuyeron, yendo al colegio en bicicleta, compitiendo por la ducha más corta y apagando las luces de casa. Pero un día, mientras acompañaba a la clase de Léo a una excursión a la tienda de productos naturales del pueblo, paramos en la sección de artículos a granel y vi como él tartamudeaba ante la pregunta de la profesora: «¿Por qué es ecológico comprar a granel?». En ese momento me di cuenta de que no habíamos informado a nuestros hijos sobre los esfuerzos que hacíamos para reducir residuos. Como cada día llevaba una galleta casera, ni se había dado cuenta de la carencia de las procesadas. Esa noche les volví a explicar los motivos y cómo conseguíamos nuestra despensa atípica, también les comenté otros cambios que inconscientemente ya habían adoptado. Ahora que los chicos ya eran conscientes y que toda la familia estaba de acuerdo podíamos proponernos el «Residuo Cero».

Mientras buscaba alternativas encontré el término refiriéndose a prácticas industriales. No busqué la definición e ignoré lo que implicaba para las industrias, pero de alguna forma la idea me marcó. Me permitía pensar cuantitativamente sobre mis esfuerzos. No sabíamos si podríamos eliminar toda la basura, pero esforzarnos en conseguir el cero nos aportaría un objetivo al que acercarnos lo máximo posible, examinar nuestros residuos y abordar incluso los elementos más pequeños. Habíamos alcanzado el punto de inflexión.

PROBANDO LOS EXTREMOS DEL RESIDUO CERO

Para saber qué pautas tenía que seguir, examiné lo que tirábamos a los contenedores de rechazo y a los de reciclaje. En el cubo de la basura encontré envases de carne, pescado, queso, pan, mantequilla, helado y papel higiénico. En los de reciclaje encontré papeles, latas de tomate, botellas de vino vacías, botes de mostaza y envases de leche de soja. Me propuse eliminarlos todos.

Empecé llevando botes de conserva al mostrador de la carne, lo que generó miradas, preguntas y observaciones por parte de compradores y trabajadores. Mi táctica constante era explicar a la persona de detrás del mostrador: «Yo no tengo cubo de basura». En la panadería, al principio recibí comentarios sobre la funda de almohada que llevaba para recoger mi pedido semanal de pan, pero pronto fue aceptada como una rutina normal. Coincidiendo con la apertura de un nuevo mercado de agricultores intenté hacer conservas, convirtiendo tomates frescos en productos envasados como reserva para el invierno. Encontré una bodega donde nos llenarían nuestras botellas con vino tinto de mesa, aprendí a hacer papel a partir de los impresos que mis hijos traían del colegio y me enfrenté a cada uno de los folletos de propaganda que llegaban al buzón. En la biblioteca no había libros sobre reducción de residuos por lo que acepté sugerencias y busqué en Google sustitutos para los productos que no encontraba sin envase. Aprendí a elaborar pan, mostaza, yogur, queso artesanal, mantequilla, a colar leche de soja y a fundir protector de labios.

Un día un invitado con buenas intenciones se presentó en casa con unos postres con envoltorio. Fue entonces cuando me di cuenta de que sin la ayuda de nuestros amigos y familiares nunca conseguiríamos nuestro objetivo Residuo Cero. Entendí que el Residuo Cero empieza fuera de casa, normalmente en la tienda, cuando compramos a granel y optamos por elementos reutilizables en lugar de los de un solo uso; pero también comienza pidiendo a los amigos que cuando nos visiten no traigan residuos a casa y rechazando regalos de cortesía innecesarios. Añadimos «rechazar» al mantra de sostenibilidad «reducir, reutilizar, reciclar y compostar el resto» y empecé un blog para compartir la logística de nuestro sistema de vida, para hacer entender a amigos y familiares que nuestros esfuerzos eran reales y que el objetivo Residuo Cero iba en serio. Rogué no recibir más cajas de pasteles no deseadas, regalos de cortesía o propaganda y empecé un negocio de consultoría para difundir mis ideas y ayudar a los demás a simplificar.

Pronto separamos la parte reciclable del correo ocasional, del impreso del colegio y de la botella de vino vacía. Percibí que nos movíamos hacia el objetivo Reciclaje Cero y de camino a nuestro viaje anual a Francia, fantaseaba que, a la vuelta, mi familia llevaría el Residuo Cero hasta el siguiente nivel y tendríamos que cancelar el servicio de recogida de reciclaje puerta a puerta.

ENCONTRAR EL EQUILIBRIO

Observar todos los residuos generados en el aeropuerto y durante el vuelo me trajo rápidamente de vuelta a la realidad. Había estado viviendo en una burbuja. El mundo derrochaba más que nunca. Aun así, pasar un par de meses en casa de mi madre, un hogar «normal», me permitió hacer una pausa para relajarme y liberarme de decisiones y frustraciones. También fui capaz de dar un paso atrás para tener una visión más general de mi intento histérico de alcanzar el Residuo Cero. Vi claramente que muchas de mis prácticas requerían mucho tiempo y eran socialmente restrictivas, por lo que eran insostenibles. Si tenía en cuenta la poca cantidad de mantequilla requerida cada semana para hacer galletas, producirla era costoso, hacer queso demandaba un mantenimiento innecesario y elevado, además podía comprar directamente tanto la mantequilla como el queso. Me percaté de que había llevado el Residuo Cero demasiado lejos. ¡Por favor, había buscado musgo para usarlo como sustituto del papel higiénico!

Después de todo, era más probable mantenernos próximos al Residuo Cero si lo hacíamos fácil para nosotros mismos y si encontrábamos un equilibrio. Residuo Cero era una elección de estilo de vida y si íbamos a permanecer en él a largo plazo, lo teníamos que hacer factible y conveniente a nuestras realidades. Simplificar estaba de nuevo bajo control.

Tan pronto volví a casa, decidí concentrarme en abandonar los extremos sin comprometer los beneficios que ya habíamos conseguido en la reducción de residuos. Reconsideré mi tendencia a buscar productos a granel en lugares remotos y en su lugar acepté comprar en las tiendas locales disponibles. También dejé de hacer helado y opté por rellenar un envase en la tienda Baskin Robbins del pueblo. Aceptamos botellas de vino de los invitados y renunciamos a la idea de Reciclaje Cero. Dejé de producir mantequilla y me conformé con tirar los envoltorios ya comprados al compostador. La mantequilla fue (y aún es) el único alimento que compramos empaquetado. En el plazo de un mes el Residuo Cero pasó a ser fácil, divertido, simple y libre de estrés.

Scott se encargaba de nuestras finanzas y durante esta época temía que mi pasión por los mercados de agricultores, las alternativas sostenibles y los productos ecológicos a granel para reduir los residus de envoltorios perjudicara nuestra economía, así que analizó los gastos domésticos. Comparó los costes de nuestro estilo de vida anterior al Residuo Cero (2005) y el nuevo (2010), repasando antiguos extractos bancarios y teniendo en cuenta que nuestros dos hijos comían significativamente más –habían pasado cinco años. Lo que descubrió superó nuestras expectativas: ¡estábamos ahorrando al menos un 40 % de nuestros gastos anuales! Dentro de su mente analítica, este valor, junto con la cantidad de tiempo que sabía que estábamos ahorrando, con un estilo de vida más sencillo y haciendo menos viajes al supermercado, eliminó todas sus dudas.

Hoy estamos en paz con el Residuo Cero. En nuestras rutinas diarias, los cuatro hemos adoptado nuevas prácticas y podemos disfrutar plenamente de lo que este estilo de vida puede ofrecer, más allá de los aspectos ecologistas obvios de «sentirnos bien». Con la implementación de alternativas Residuo Cero hemos descubierto mejoras innegables: importantes beneficios para la salud además de ahorrar considerablemente, tanto dinero como tiempo. Aprendimos que el Residuo Cero no priva de cosas –al contrario– con él he encontrado una sensación de significado y propósito. Mi vida se ha transformado, se basa en experiencias y no en cosas materiales, en optar por los cambios en lugar de esconderme detrás de la negación.

SOBRE EL LIBRO

El medio ambiente, la economía y la salud de nuestro país están en crisis. Los recursos naturales se están acabando, la economía es volátil, la salud general está en declive y nuestro nivel de vida se encuentra bajo mínimos históricos. ¿Qué puede hacer una persona ante problemas de tal magnitud? La realidad aplastante de estos hechos puede paralizarnos, pero debemos recordar que las acciones individuales afectan y están en nuestras manos.

Los recursos naturales se están agotando, pero compramos productos basados en petróleo. La economía está debilitada, pero consentimos productos extranjeros. Nuestra salud general está empeorando, pero llenamos nuestros cuerpos con alimentos precocinados y llevamos productos tóxicos a nuestros hogares. Lo que consumimos apoya prácticas de fabricación específicas y crea una demanda para aumentar su producción, afectando directamente al medio ambiente, a nuestra economía y a nuestra salud. En otras palabras, comprar significa votar y las decisiones que tomamos a diario tienen un impacto. Tenemos la oportunidad de herir o curar nuestra sociedad.

A muchos de nosotros no hace falta que nos convenzan de adoptar un estilo de vida verde, pero deseamos encontrar maneras sencillas para hacer algo más que reciclar. Para nosotros el Residuo Cero ofrece una forma inmediata de sentirnos capaces de hacer frente a los desafíos que encontramos.

Residuo Cero en casa te llevará más allá de las típicas alternativas ecológicas incluidas en otras publicaciones. Este libro te animará a ordenar y reciclar menos, no solo por un medio ambiente mejor sino también por ti mismo. Ofrece soluciones prácticas y corroboradas para vivir de manera más plena y saludable, empleando recursos a nuestro alcance, sostenibles y sin residuos. Todo esto siempre y cuando sigas un sistema bien sencillo: rechazar (lo que no necesitas), reducir (lo que necesitas), reutilizar (lo que consumes), reciclar (lo que no puedes rechazar, reducir o reutilizar) y compostar el resto.

Durante los últimos años he aprendido que cada persona interpreta de diferente modo nuestro estilo de vida. Algunas piensan que es demasiado extremado porque, por ejemplo, no compramos comida basura. Otras dicen que no es suficientemente extremista porque compramos papel higiénico y comemos carne una vez a la semana o de vez en cuando. Lo que nos importa no es lo que piensa la gente sino lo bien que nos sentimos respecto a lo que hacemos. El Residuo Cero es un tema que merece la pena abordar, no por las restricciones preconcebidas, sino por las infinitas posibilidades que hemos descubierto con él. Me emociona la idea de compartir todo lo que hemos aprendido para ayudar a otras personas a mejorar sus vidas.

No se trata de un libro para conseguir el Residuo Cero absoluto. Teniendo en cuenta donde se llevan a cabo las actuales prácticas de producción, es evidente que no es posible alcanzarlo totalmente. El Residuo Cero es un objetivo idealista al que nos tenemos que acercar lo máximo posible. Todos los lectores de este libro no serán capaces de implementar lo que cito o no reducirán sus residuos domésticos anuales hasta el tamaño de un bote de litro, como ha conseguido mi familia. Basándome en los comentarios de los seguidores de mi blog, puedo decir que para determinar hasta dónde podemos llegar a la hora de acercarnos al Residuo Cero entran en juego las desigualdades geográficas y demográficas. No importa cuánto residuo generes. Lo valorable es entender los efectos del poder del consumo sobre el medio ambiente y actuar en consecuencia. Quienquiera puede adoptar los cambios que le sean posibles en su vida. Además, cualquier pequeña modificación hacia la sostenibilidad tendrá un efecto positivo sobre nuestro planeta y nuestra sociedad.

Entiendo que, habiendo dado mi punto de vista, muchos se cuestionarán la decisión de publicar el libro impreso en papel. ¿Esta valiosa información debería estar solo al alcance de aquellos que leen libros electrónicos? A estas alturas, un libro impreso es para mí la mejor manera de llegar al máximo de lectores. Tengo la obligación moral de difundir el mensaje del Residuo Cero tanto como pueda, de intentar de todas las formas modificar nuestro modelo de consumo excesivo y de alentar a las empresas a tener en cuenta los productos y las decisiones que impactan sobre la salud y que utilizan recursos limitados. He pensado y reflexionado sobre esta decisión. Analizando el coste-beneficio he llegado a la conclusión de que si inspiro a una única persona a reducir su nivel de residuos diario, ya compensa la impresión de un solo libro. Teniendo en cuenta que soy una fiel patrocinadora de las bibliotecas, sería hipócrita por mi parte no editarlo en papel y te animo a que una vez dejes de necesitar este ejemplar, se lo cedas a tu biblioteca o lo regales a alguna amistad.

Este no es un libro científico. La estadística y los datos exactos no son mi especialidad. Varios autores han analizado perfectamente las evidencias básicas que demuestran que la sociedad actual necesita adoptar el Residuo Cero. En Garbology, Edward Humes expone la realidad incómoda sobre la problemática de nuestros residuos y en Slow Death, Rubber Duck, Rick Smith y Bruce Lourie reclaman tomar conciencia sobre la toxicidad de los artículos domésticos comunes. Este libro es diferente. Se trata de una guía práctica basada en la experiencia.

Mi objetivo es ofrecer a los lectores estrategias comprobadas que me han ayudado a acercarme al Residuo Cero tanto como me ha sido posible. Comparto contigo lo que me ha funcionado; ¡y lo que desgraciadamente ha fallado! Algunos llevarán a cabo diversos intentos y otros lo llevarán al extremo. En cualquier caso, a pesar de las circunstancias personales y geográficas, espero que encuentres alternativas útiles.

El hogar debería ser un santuario. Nosotros –madres, padres y ciudadanos– tenemos el derecho, sino la obligación y sin duda el poder, de aportar al mundo cambios positivos a través de nuestras decisiones y acciones diarias.

¡Un futuro más próspero empieza en tu hogar!

Bienvenidos al Residuo Cero en casa.

Para ti es fácil estar sentado en casa, frente al televisor, consumiendo lo que quieras, tirando todo al cubo de la basura y sacándolo a la calle para que el camión de recogida de basura se lo lleve. Pero, ¿dónde van los residuos?

—Magna, antigua recolectora de reciclaje de la planta Jardim Gramacho de Río de Janeiro, en el documental Waste Land.

Cada noche sacamos la bolsa de la basura hasta los contenedores y a la mañana siguiente cuando nos levantamos, la bolsa interna del paquete de cereales y las servilletas de papel han desaparecido por arte de magia. Pero cuando decimos «hemos tirado algo», ¿a qué nos referimos realmente? «Tirar algo» hace que desaparezca de nuestra vista, pero eso no significa que tenga que estar fuera de nuestra mente (no quiere decir: ojos que no ven, corazón que no siente). Nuestros desperdicios no se evaporan cuando los trabajadores del servicio de basura los recogen. Los residuos que generamos acaban en los vertederos, dañando el medio ambiente, emitiendo componentes tóxicos al aire y al suelo, malgastando los recursos empleados para crear los bienes rechazados y costándonos cada año un billón de dólares en procesamiento de productos.

Estos son los motivos por los que el Residuo Cero es tan crucial. Pero ¿qué es el Residuo Cero? Es una filosofía basada en una serie de prácticas para evitar generar desperdicios tanto como sea posible. En el ámbito de la producción esto inspira el diseño de principio a fin; en casa hace que el consumidor se comprometa a actuar de manera responsable. Mucha gente tiene la idea errónea de que solo se trata de reciclar, cuando, al contrario, el Residuo Cero no promueve el reciclaje, sino que tiene en cuenta las incertidumbres y los costes asociados a los procesos de reciclaje. El reciclaje es únicamente una alternativa al tratamiento del material residual (frente a lo ideal, que sería su eliminación) y, aunque está incluido en el modelo del Residuo Cero, se le considera uno de los últimos pasos al que recurrir antes del vertedero –otra etapa previa sería el compostaje.

¿Qué implica el Residuo Cero para el hogar? Siguiendo estos cinco pasos sencillos es muy fácil reducir los residuos de una casa: rechazar lo que no necesitas; reducir lo que necesitas; reutilizar lo que consumes; reciclar lo que no puedes rechazar, reducir o reutilizar y compostar el resto. Tal y como se muestra en el siguiente gráfico, he comprobado que aplicando ordenadamente las 5R, de manera natural se obtienen muy pocos residuos. La dos primeras R se refieren a la prevención del residuo, la tercera R al consumo responsable y las dos últimas R al proceso de los desechos.

PASO 1: RECHAZAR {LO QUE NO NECESITAS}

Cuando mi familia se embarcó en el viaje del Residuo Cero, pronto se hizo evidente que implantarlo en casa, en realidad, empezaba con nuestro comportamiento fuera del hogar.

Limitar el consumo es un aspecto fundamental para la reducción de residuos –lo que no consumimos no deberíamos tirarlo en última instancia–, pero el consumo no sucede solo a través del hecho obvio de comprar. En nuestra sociedad, empezamos a consumir en el momento en el que salimos por la puerta y recogemos un anuncio de una tintorería que colgaba del pomo o una bolsa de plástico con un tríptico anunciando servicios inmobiliarios en el patio de entrada. En el trabajo, las tarjetas de visita se dan a diestro y siniestro y salimos de una reunión con la mano llena. En las conferencias cogemos una de las bolsas de obsequios para los asistentes. Miramos el contenido y aunque en casa ya tenemos suficientes bolígrafos como para que nos duren toda la vida, pensamos: «¡Qué bien, un bolígrafo!». De camino a casa compramos una botella de vino; nos la ponen en una bolsa doble y antes de poder decir nada ya nos han dado el tique. A continuación, retiramos un panfleto colocado bajo el parabrisas. Una vez en casa abrimos el buzón y lo encontramos lleno de correo basura.

El Residuo Cero tiene en cuenta las dos formas de consumo, la directa y la indirecta. La primera R (rechazar) aborda el tipo directo, los panfletos y materiales de marketing que llegan sigilosamente a nuestras vidas. Podríamos ser capaces de reciclarlos casi todos, pero el Residuo Cero no se basa en reciclar más; se trata de actuar rechazando lo que es innecesario y conseguir que no entre en casa.

Cada material promocional que aceptamos o cogemos crea una demanda para que se genere más. Dicho de otro modo, aceptar compulsivamente (versus rechazar) justifica y ratifica las prácticas de exceso. Cuando permitimos que los camareros nos llenen el vaso con agua que no nos beberemos y una pajita que no emplearemos, estamos diciendo: «El agua no es importante» y «por favor, hagan más pajitas desechables». Cuando cogemos un frasco de champú «gratuito» de la habitación de un hotel, la plataforma petrolífera extraerá más petróleo para producir un recambio. Cuando aceptamos propaganda de manera pasiva, en algún lugar se cortará un árbol para poder hacer más panfletos y desperdiciamos parte de nuestro tiempo ocupándonos de eliminar o reciclar algo trivial.

En una sociedad motivada por el consumo abundan las oportunidades de rechazar; a continuación, muestro cuatro ámbitos a tener en cuenta:

Plásticos desechables (SUPs, siglas en inglés): bolsas de plástico, botellas, vasos, tapas, pajitas y platos de un solo uso. La utilización de un producto de plástico durante únicamente 30 segundos ratifica los procesos industriales perjudiciales. Apoya la lixiviación de productos químicos peligrosos sobre nuestro suelo, cadena alimentaria y cuerpo; subvenciona la fabricación de materiales que a menudo no se reciclan o no pueden ser reciclados y que nunca se degradarán. Estos productos son el origen de la contaminación oceánica, como se ha observado en la Isla de basura (The Great Pacific Garbage Patch) y que se puede ver a diario a nuestro alrededor, en los márgenes de carreteras, ciudades, parques y bosques. Realmente es un problema de gran magnitud, pero puedes canalizar tu frustración, simplemente rechaza los SUPs y jura que no los usarás nunca más. El hecho de «jurar» puede ser extremadamente efectivo a la hora de cumplir objetivos. Con un poco de planificación y reutilizando (ver «Paso 3: Reutilizar») puedes evitar fácilmente los SUPs.Obsequios: artículos de aseo personal, recuerdos de fiestas, muestras de comida, mochilas de conferencias/entregas de premios/eventos/festivales (incluyendo acontecimientos sostenibles). Podrías decir: «¡Pero si son gratuitos!» ¿lo son? Normalmente estos obsequios están fabricados a bajo coste a partir de plástico, lo que implica que se rompan rápidamente (los detalles de las fiestas a menudo no duran mucho más que los SUPs). Cualquier producto de plástico o elaborado con él lleva asociado una gran huella de carbono y elevados costes medioambientales. Su acumulación en casa también conlleva desorden, almacenamiento y costes de eliminación. Se requiere mucha fuerza de voluntad para rechazar estos regalos, pero después de llevarlo a la práctica un par de veces, en breve notarás mejoras en tu vida.Correo basura: mucha gente pasa directamente el correo basura del buzón a la papelera de reciclaje, sin pensarlo ni un segundo. Pero esta acción tan sencilla tiene consecuencias colectivas que apoyan la distribución de 100.000 millones de piezas de correo basura enviadas cada año. La publicidad no deseada contribuye a la deforestación y emplea preciadas fuentes de energía para fabricarla. ¿Por qué? Básicamente para malgastar nuestro tiempo y el dinero de los impuestos. He descubierto que la mejor manera de combatirlo es optar por una política de tolerancia cero (ver «Correo basura»). Actualmente con las opciones ofrecidas por el Servicio Postal de los EE. UU. (United States Postal Service), es imposible eliminarlo por completo. Yo le declaré la guerra al correo basura, como leerás más adelante. Aunque casi la he ganado, los altibajos de esta batalla han sido la parte más frustrante de mi experiencia con el Residuo Cero. Es increíble que pueda evitar que los residuos entren en casa, pero no en mi buzón.Prácticas insostenibles: dichas prácticas incluyen los días de eventos deportivos cuando llevamos aperitivos empaquetados a los hijos, solo porque es «tradición», aceptar recibos o tarjetas de presentación que nunca consultaremos, comprar envasado excesivo y deshacerse de él sin pedir al productor que lo cambie. Estos ejemplos muestran que las acciones individuales pueden tener un gran efecto para cambiar la manera de hacer las cosas, ya que ofrecen oportunidades para opinar e implicarse (ver «Rechazo»). Los consumidores pueden cambiar los procesos malgastadores si hacen saber tanto a productores como intermediarios lo que realmente quieren. Por ejemplo, la acción colectiva de rechazar los recibos crea la necesidad de ofrecer alternativas, como no imprimirlos y/o enviarlos por correo electrónico.

De las 5R que abordaremos en este capítulo quizás encuentres que rechazar es socialmente la más difícil de conseguir, especialmente para familias con hijos. Nadie quiere ir a contracorriente o ser maleducado cuando se le ofrece algo sin mala voluntad. Pero un poco de práctica y breves justificaciones, nos facilitaran rechazar las súplicas más educadas. Tan solo tienes que decir «lo siento, pero no tengo cubo de basura», «lo siento, pero no utilizo papeles», «lo siento, pero estoy intentando simplificar mi vida», o «lo siento, pero ya tenemos demasiadas cosas en casa». La gente normalmente entiende o respeta una opción personal y no vuelve a insistir. Hemos comprobado que en algunos casos lo que mejor funciona es la prevención, como eliminar nuestro nombre de los listados de correo basura antes de que sean enviados.

El objetivo de rechazar no es sentirnos inadaptados socialmente; tiene la intención de hacernos reflexionar sobre las decisiones diarias, el consumo indirecto en el que participamos y el poder que tenemos como comunidad colectiva. Aunque el hecho individual de rechazar no conlleva la desaparición del residuo, sí que crea una demanda para buscar alternativas. Rechazar es un concepto basado en el poder del colectivo: si todos rechazáramos los obsequios de los hoteles, se dejarían de ofrecer; si todos rechazáramos los recibos, no los imprimirían. Por ejemplo, si vas a algunos negocios (como Apple) o cadenas de hoteles, actualmente tienes la opción de recibir la factura por correo electrónico en lugar de obtenerla impresa. Intenta rechazar. Las ocasiones son infinitas.

Hace un par de años fui nominada a los premios The Green Awards y al posible premio de veinticinco mil dólares para dar a conocer el Residuo Cero. El evento estaba patrocinado por Green Giant, que me ofreció el vuelo para mí y el acompañante que yo escogiera hasta la ceremonia de entrega en Los Ángeles. Llevé a mi hijo Max y nos fuimos con un plan para rechazar –sin intención de ofender a nuestro generoso anfitrión– las posibles mochilas y el posible premio. Rechazar las primeras fue fácil, pero la noche siguiente, cuando mi nombre resonó en el micrófono, acepté aquella bola del mundo de cristal, cegada por la euforia y los focos –era imposible rechazarla discretamente. Posé para la prensa con el premio en la mano y, durante el resto de la noche, Max lo sujetó orgullosamente bajo el brazo, ya que «siempre había querido un trofeo». Le recordé que no habíamos ido a ganar un objeto físico, sino a ganar las oportunidades que nos permitiría el premio en metálico. De todos modos, él insistió en llevar el premio a casa. A los dos meses, cuando ya se había disipado la emoción del triunfo, también lo hizo su afección hacia el premio.

«¿Puedo devolverlo a Green Giant para que lo utilicen con el participante del próximo año?», le pregunté.

«Hazlo», me contestó mi hijo.

Y así lo hice. No se ha arrepentido ni un momento, ni yo tampoco. Las fotos que se hicieron aquella noche, las memorias que compartimos y las iniciativas llenas de sentido que la beca ha financiado desde entonces, son recordatorios de una velada espectacular. ¡Y a esto no le tengo que quitar el polvo!

PASO 2: REDUCIR {LO QUE NECESITAMOS Y NO PODEMOS RECHAZAR}

Parece que, si en la vida tienes pocas pertenencias, tienes poco por lo que

preocuparte. Si tienes muchas, tienes mucho que perder.

—Rick Ray en su documental10 Preguntas para el Dalai Lama

Teniendo en cuenta la crisis medioambiental, reducir es un objetivo inmediato. Aborda las cuestiones fundamentales sobre la actual problemática de residuos y tiene en cuenta las consecuencias medioambientales a corto plazo debido al crecimiento demográfico, al consumo asociado y los recursos limitados del planeta, que no pueden soportar las demandas mundiales. Reducir también significa simplificar el estilo de vida, permite concentrarte en la calidad y no en la cantidad y en las experiencias en vez de las cosas materiales. Anima a cuestionarte la necesidad y utilidad de las compras pasadas, actuales y futuras. Tienes que tener las cosas que posees porque las necesitas.

A continuación, expongo tres prácticas que hemos implementado para reducir de manera activa en casa:

Evaluar el consumo del pasado: valorar el uso y las necesidades reales de todo lo que hay en casa y deshacerse de lo que es innecesario mediante el proceso de reducir al mínimo. Considera desprenderte de cosas que siempre habías pensado que tenías que tener. A través de este proceso, por ejemplo, comprobamos que no necesitábamos un centrifugador de lechuga. Cuestiónate todo lo que tienes en tu hogar y harás muchos descubrimientos. Reducir al mínimo mejora los hábitos de consumo: el tiempo y trabajo invertidos en evaluar las compras previas nos permite pensar dos veces antes de llevar algo nuevo a casa. A partir de este proceso hemos aprendido a contenernos reduciendo la acumulación de recursos y eligiendo calidad (objetos reparables) en vez de cantidad (artículos desechables).Reducir al mínimo promueve compartir con los demás: hacer donaciones o vender las cosas compradas con anterioridad apoya el mercado de segunda mano y a la comunidad (ver «Paso 3: Reutilizar»). Compartir recursos que ya han sido consumidos fomenta la generosidad colectiva y aumenta el inventario de productos ya utilizados, facilitando así la compra de segunda mano.Reducir al mínimo hace que el Residuo Cero sea factible: simplificar facilita planificar y organizar la logística del Residuo Cero. Menos pertenencias equivale a menos por lo que preocuparse, limpiar, almacenar o tirar más adelante.Frenar el consumo actual y futuro tanto en cantidad como en tamaño: restringir la actividad comercial (de cosas nuevas o de segunda mano) obviamente ayuda a conservar recursos valiosos. Esto ahorra los recursos requeridos para fabricar cosas nuevas y hace que los productos de segunda mano estén disponibles para otros. Los ámbitos a considerar incluyen: reducir empaquetado (¿puedo comprar a granel en vez de envasado?); uso del coche (¿puedo ir más en bici?); dimensiones de la casa (¿puedo reducir su tamaño?); efectos personales (¿lo necesito?); tecnología (¿puedo pasar sin ello?); y cantidad de papel (¿es necesario que lo imprima?). Puedo comprar menos cantidad (¿quizás en un formato concentrado?). ¿Se ajustan la cantidad o dimensiones a mis necesidades? Cuestiónate las posibles compras, considera su ciclo de vida y escoge productos que como mucho puedas reutilizar o al menos reciclar (ver «Paso 4: Reciclar», selección de productos reciclables).Disminuir las actividades que apoyan o conllevan consumo: la exposición a los medios de comunicación (como la televisión y las revistas) y las compras de ocio nos pueden inspirar; aun así, el marketing dirigido financiado por las televisiones y la compra inteligente que promueven las revistas intentan hacernos sentir ineptos, poco atractivos e inadaptados. Estos sentimientos hacen que sea fácil sucumbir a las tentaciones para satisfacer necesidades aparentes. Controlar dicha exposición puede tener un gran efecto sobre lo que consumimos y sobre nuestra felicidad. Siéntete satisfecho con lo que ya tienes.

La práctica de rechazar es un asunto bastante concreto. Sencillamente di no. Reducir, por el contrario, es una tarea mucho más personal. Debes evaluar tu nivel de comodidad según las realidades de tu vida familiar, situación económica y factores regionales. Por ejemplo, teniendo en cuenta la inexistencia de transporte público en zonas rurales o semi-rurales, para la mayoría de sus habitantes no es posible eliminar el uso del coche. Reducir nos anima a plantearnos tener un único coche y/o simplemente conducir menos. Sobre todo, lo que enfatiza es ser consciente de los hábitos de consumo actuales y encontrar maneras para reducir los que sean insostenibles.

La reducción ha sido el aspecto más revelador y «el ingrediente secreto y potente» de mi recorrido por el Residuo Cero. Entre los numerosos beneficios que la simplicidad voluntaria ofrece, han surgido algunas ventajas inesperadas.

Cuando en medio de la Gran Recesión Scott dejó su trabajo para iniciar una consultoría sobre prácticas sostenibles, ya estábamos involucrados en la simplicidad voluntaria, pero, aunque no pasábamos necesidades económicas, nos vimos obligados a reducir aún más los gastos. Ya no nos podíamos permitir las vacaciones familiares ni las escapadas que hacían la vida emocionante, que nos ayudaban a desconectar del trabajo y nos ofrecían una visión actual de la sociedad. Nos consolábamos aceptando los beneficios evidentes del estilo de vida Residuo Cero. Reducir las dimensiones nos permitió vivir en un vecindario mejor y simplificar nuestras vidas facilitó el mantenimiento de la casa. Es más, nos dimos cuenta de que la combinación de estos dos beneficios daba lugar a uno nuevo e inesperado: el alquiler ocasional de nuestro hogar. La primera vez que dejamos la casa requirió un poco de preparación, como crear etiquetas, escribir una «guía de cómo llevar una casa Residuo Cero» y reinstalar los cubos de la basura y de reciclaje para los inquilinos. Pero nuestros esfuerzos tuvieron su recompensa: el alquiler de la casa cubrió los gastos de vuelo y alojamiento para ir a visitar a mi familia a Francia y para que nuestros hijos hicieran una inmersión lingüística en su segundo idioma. Desde entonces, haciendo que nuestra casa esté disponible para otras personas nos ha permitido salidas de fin de semana e incluso vacaciones a destinos cálidos. ¡Esto sí que es una ventaja que no habíamos anticipado de este estilo de vida!

OPCIONES PARA REDUCIR

Las tiendas de segunda mano como Goodwill o The Salvation Army (en EE. UU.) y Cáritas (en España) pueden ser convenientes para deshacerse de cosas en primera instancia, pero existen muchos otros establecimientos que pueden ser más apropiados para objetos útiles. Aquí tienes algunos ejemplos:

Almacenes de excedentes (material de construcción)Amazon.comAmigosAnticuariosBanco de alimentos (comida)Bibliotecas (libros, CD y DVD)Casas de acogida para personas sin hogar o para mujeresCasas de subastasColocar el objeto en la puerta de casa con un papel que indique «gratuito»Cooperativas de herramientas (herramientas)Craiglist.org (objetos grandes, cajas de mudanzas, objetos gratuitos)Diggerslist.com (para mejoras de la casa)Dress for Success (uniformes o prendas de ropa laboral)eBay.com (objetos pequeños valiosos)Escuelas (material de arte, revistas, platos para eliminar los de un solo uso de las fiestas)Freecycle.org (objetos gratuitos)Guarderías y preescolares (mantas y juguetes)Habitat for Humanity (material de construcción, muebles y aparatos electrodomésticos)IglesiasLavanderías (revistas y artículos de lavandería)Mercados de segunda manoMercados por una causa justaOperation Christmas Child (objetos nuevos en una caja de zapatos), organizado por Samaritanspurse.org. En España: campaña de recogida de juguetes (organizada por la Cruz Roja para repartir juguetes en fechas señaladas)Optometristas (gafas)Regalando regalosSalas de espera (revistas)Sociedades locales para la prevención de la crueldad con los animales (SPCA, siglas en inglés) (toallas y sábanas)Tiendas de remesas (objetos de calidad que no se vendieron en su temporada)Venta en garajes o patios particulares

PASO 3: REUTILIZAR {LO QUE CONSUMIMOS Y NO PODEMOS RECHAZAR O REDUCIR}

Utilízalo, llévalo puesto, hazlo hacer o pasa sin ello.

—Proverbio antiguo

Mucha gente confunde el término reutilizar con reciclar y, en términos de conservación, difieren mucho. La mejor definición de reciclar es: volver a procesar un producto para darle una nueva forma. Por otra parte, reutilizar es utilizar el producto en su forma de fabricación original varias veces para maximizar su uso y aumentar su vida útil, ahorrando recursos que se perderían en el proceso de reciclaje.

El hecho de reutilizar tiene mala reputación debido a su asociación al estilo de vida «hippy» y a la acumulación. Yo solía confundir conservación con almacenamiento de recursos, asociando el Residuo Cero a envases desordenados sobre el mármol de la cocina. Pero, ¡no es necesario que sea así! Reutilizar puede ser sencillo y agradable.

Rechazando y reduciendo ya eliminamos todo lo innecesario así que al respetar la jerarquía de las 5R se agiliza la reutilización. Por ejemplo, las bolsas de plástico de las tiendas pueden tener una nueva finalidad (para empaquetar, como alternativa al embalaje de plástico de burbujas o para transportar zapatos llenos de barro). Como se pueden rechazar fácilmente, en una casa Residuo Cero no se almacenarán ni se les buscará una utilidad. De igual modo, al reducir hasta el punto de cubrir las necesidades reales de cada uno, también controlamos la cantidad de reutilizables. ¿Cuántas bolsas reutilizables necesito realmente? A través de la reducción, evalué su uso y observé que únicamente necesitaba tres bolsas de la compra.

Reutilizar es el momento crítico del Residuo Cero: aborda dos tipos de esfuerzos, de consumo y de conservación, a la vez que ofrece una última alternativa a la eliminación de residuos. Puede conseguir de manera efectiva (1) eliminar el consumo innecesario, (2) mitigar el agotamiento de recursos y (3) prolongar la vida útil de los objetos ya comprados.

Eliminar el consumo innecesario: los objetos reutilizables pueden evitar la necesidad de empaquetado y de productos redundantes de un solo uso: Comprando con reutilizables: llevar a la tienda los elementos reutilizables requeridos reduce o elimina la dependencia de envoltorios.Cambiando objetos desechables por reutilizables: para cada elemento desechable existe una alternativa reutilizable o que se puede llenar. Los capítulos prácticos profundizarán en este tema, pero, para los principiantes, en la página siguiente hay un listado sobre elementos «Reutilizables básicos».Mitigar el agotamiento de recursos:Participando en un consumo colaborativo (compartiendo): muchos de los objetos que consumimos se pasan horas sin ser empleados o a veces días enteros (cortacéspedes, coches, casas, etc.). Las cosas se pueden pedir prestadas, dejar, intercambiar o alquilar directamente y así podemos maximizar su uso e incluso sacar un provecho. Los siguientes ejemplos incluyen algunos elementos, pero no hay que limitarse solo a ellos: coches (RelayRides.com en EE. UU. o Blablacar.es en España), casas (Airbnb.com), espacios para oficinas (desksnearme.com en EE. UU. o coespai.com en España) y herramientas (sharesomesugar.com).Comprando artículos ya utilizados: algunos buenos lugares para comprar estos artículos son las tiendas de segunda mano, ventas de garaje, tiendas de remesas, mercados de antigüedades, Craigslist, eBay y Amazon.Comprando de manera inteligente: busca productos que sean reutilizables, que se puedan rellenar, recargables, reparables, versátiles y duraderos. Por ejemplo, los zapatos de cuero duran más y pueden ser reparados más fácilmente que los de plástico o sintéticos.Prolongar la vida útil de los objetos ya comprados:Reparando: en muchos casos, un viaje a la ferretería o una simple llamada al fabricante solucionará el problema.Repensando: los vasos para beber pueden ser empleados como botes de lápices y los trapos de cocina pueden servir para envolver y llevar las comidas Residuo Cero.Retornando: las perchas de la tintorería pueden ser devueltas a la tienda para ser reutilizadas.Rescatando: antes de enviarlas a reciclar, las cajas de envío y las hojas impresas por un lado se pueden volver a utilizar. Las prendas de ropa gastadas pueden ser empleadas como trapos de limpieza, antes de tirarlas a la basura.

LISTADO BÁSICO DE REUTILIZABLES

Bolsas de la compraCantimploras de boca anchaBotesBotellasBolsas de telaTraposTrapos de cocinaServilletas de telaPañuelos de telaPilas recargables

PASO 4: RECICLAR {LO QUE NO PODEMOS RECHAZAR, REDUCIR O REUTILIZAR}

Reciclar es una aspirina, alivia una gran resaca colectiva... el sobreconsumo.

—William McDonough, Cradle to Cradle

En las fiestas, cuando la gente se entera de que llevo una casa Residuo Cero, a menudo me comentan que ellos también «lo reciclan todo».

Por supuesto, a estas alturas ya sabes que un hogar Residuo Cero no se basa solo en el reciclaje y que la gestión de los residuos comienza fuera de casa frenando el consumo, eliminando gran parte del reciclaje y reduciendo las preocupaciones asociadas. Estas inquietudes incluyen el hecho de que el sistema de reciclaje requiere energía para su tratamiento, así como la falta de regulaciones para guiar y coordinar los esfuerzos de los fabricantes, ayuntamientos de municipios, consumidores y empresas de reciclaje. Actualmente reciclar depende de demasiadas variables para que sea una solución fiable para nuestra problemática de residuos. Por ejemplo, depende de que: