Rosa, la mula caprichosa - Albeiro Echavarría - E-Book

Rosa, la mula caprichosa E-Book

Albeiro Echavarria

0,0

Beschreibung

Rosa es una mula que pasa de amo en amo, pues parece que es demasiado testaruda y caprichosa como para obedecerle a uno solo por mucho tiempo. ¿Pero y si de verdad lo que ella quisiera es ayudarles a resolver sus problemas? Este relato habla sobre la importancia de escuchar, de la empatía y de valorar lo que otros tienen para aportarnos, ahora en una nueva edición en tapa dura con ilustraciones de Julian Ariza

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 31

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Primera edición digital, noviembre 2023

Segunda edición, marzo de 2023

Primera edición, noviembre de 2010

© Albeiro Echavarría

© Panamericana Editorial Ltda.

Calle 12 No. 34-30. Tel.: (57) 601 3649000

www.panamericanaeditorial.com.co

Tienda virtual: www.panamericana.com.co

Bogotá D. C., Colombia

Editor

Panamericana Editorial Ltda.

Diagramación y diseño de tapa

Mario Alarcón Orozco

Ilustraciones

Julián Ariza

Ilustración de tapa

Shutterstock

ISBN DIGITAL 978-958-30-6783-9

ISBN IMPRESO 978-958-30-6507-1

Prohibida su reproducción total o parcial

por cualquier medio sin permiso del Editor.

Hecho en Colombia - Made in Colombia

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

A mi adorada Juana,por hacerme feliz

Capítulo 1

Una noche de truenos y relámpagos, tan espantosa que parecía la llegada del Juicio Final, la estilizada yegua Clarisa escapó del corral, saltando tres cercas y una peligrosa cañada. Los rayos caían tan cerca de ella, que uno de ellos alcanzó a chamuscarle la cola. Muerta de terror, deambuló por las praderas y los bosques vecinos hasta que dio con un potrero pelado y escabroso, donde a duras penas podrían sobrevivir unos cuantos chivos. Clarisa detuvo su alocada carrera al ver una extraña sombra debajo de un almendro.

No era un refinado ejemplar como los que ella acostumbraba encontrar en la caballeriza. Era simplemente Poncho, un burro más empapado que un pingüino. Poncho era tan escuálido que cualquiera que se lo encontrara en el camino podía pensar que era un espanto o, en el peor de los casos, la misma muerte andante. La luz de los relámpagos hacía que sus orejas se proyectaran sobre el campo, creando un efecto fantasmagórico en el horizonte. Ni siquiera tenía dueño, pero su mirada era dulce y llena de melancolía. Tal vez por eso, o por la tribulación compartida, el hechizo fue instantáneo: Poncho y Clarisa pasaron el resto de la noche en muy buenos términos, olvidándose por completo de la tempestad.

Clarisa, una yegua muy fina, solo era emparentada con los mejores caballos pura sangre del país. Todos los hijos de Clarisa se paseaban orgullosos en exposiciones, torneos y competencias. Sus dueños, los hermanos Restrepo, la mantenían en una caballeriza, vigilada y protegida como una auténtica joya de la corona. Por eso, cuando la esbelta Clarisa dio a luz, los hermanos Restrepo pusieron el grito en el cielo. No era para menos: en vez de un potrillo de fina estampa, ante sus ojos tenían una pequeña mula babosa. Toda una deshonra para unos de los más famosos criaderos de caballos del país.

Los dos hermanos trataron, sin suerte, de evitar a toda costa que la gente se diera cuenta del incidente. En Liones no se habló durante muchos días de otra cosa que del desliz que había tenido la aristocrática yegua Clarisa. A nadie se le pasó por la cabeza que Poncho, el burro más feo y solitario del mundo, fuera el causante de semejante alboroto.

La cría fue sacada de la hacienda como si se tratara del más horrendo de los monstruos y llevada a la casa de Pelardo, un hombre que recogía sobras de comida en todas las casas del pueblo.

El tiempo pasó y nadie volvió a mencionar el incidente. La hija de Clarisa, bautizada con el nombre de Rosa, creció en un ambiente tan hostil que fue un verdadero milagro que sobreviviera. Cuando tuvo suficientes músculos, Pelardo la puso a trabajar.

Rosa le daba a Pelardo suficientes motivos para mantenerlo iracundo. La vasija donde le servían la comida tenía que estar pulcra, de lo contrario no probaba bocado. Pelardo se ponía rojo de la furia cuando Rosa seleccionaba con el hocico los granos de cebada o los cortes de caña que se tragaría.