#atrapadaenlared - Albeiro Echavarría - E-Book

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Albeiro Echavarria

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Beschreibung

"Y mientras la mayoría ha sido hipnotizada por la red, como en una novela distópica, unos cuantos, expertos en sondear las debilidades y puntos vulnerables de niños y jóvenes, aprovechan para asesinar a pequeños como Beto o para comprar a los hijos de Euclides". Nemo es un atormentado investigador de delitos cibernéticos. Laura es una incomprendida adolescente con una desbocada actividad en redes. Los dos quedarán atrapados en una impactante y oscura trama de delitos, abusos y suicidios, oculta bajo el manto de un inocente juego en la red. ¿Lograrán sobrevivir? En esta historia policiaca de crímenes y misterio, Echavarría retrata problemas actuales, como el matoneo, el grooming y otras trampas de la tecnología. Sus libros han sido altamente recomendados por IBBY Colombia e IBBY México.

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Echavarría, Albeiro, 1963-

Atrapada en la red / Albeiro Echavarría. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2019.

216 páginas : ilustraciones ; 23 cm. -- (Narrativa contemporánea)

ISBN Impreso 978-958-30-6012-0

ISBN Digital 978-958-30-6272-8

1. Novela juvenil colombiana 2. Redes sociales en línea -Novela juvenil 3. Novela policíaca colombiana I. Tít. II. Serie.

Co863.6 cd 22 ed.

A1647677

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Primera edición, enero de 2020

© 2019 Panamericana Editorial Ltda.

© Albeiro Echavarría

Calle 12 No. 34-30. Tel.: (57 1) 3649000

www.panamericanaeditorial.com

Tienda virtual: www.panamericana.com.co

Bogotá D. C., Colombia

Editor

Panamericana Editorial Ltda.

Fotografía de carátula

© Shutterstock: Madebyindigo

Imágenes

© Shutterstock: Media Union, 2happy, Maria Letta, Sahachatz,

Yourpane, CooiCo, Radek Standera,

Photographee.eu, jpbarcelos, SergeyIT

Diagramación

Martha Cadena

ISBN Impreso 978-958-30-6012-0

ISBN Digital 978-958-30-6272-8

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor.

Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A.

Calle 65 No. 95-28. Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355. Fax: (57 1) 2763008

Bogotá D. C., Colombia

Quien solo actúa como impresor.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

A mi amigo X, y a los que como él salvan vidas en internet.

Nemo

MIS COLEGAS ME LLAMAN NEMO. Sí, como ese misterioso capitán de Veinte mil leguas de viaje submarino que se sumerge en los más profundos abismos del océano con la idea de no salir nunca de allí. Navego en el abismo oscuro de internet, en lo que se conoce como la red profunda, deep web. Allí no todo es malo, pero es el lugar donde se alberga la red oscura, dark web, donde todo sí es malo. Tengo que deambular entre rufianes de la peor calaña: pederastas, vendedores de drogas, traficantes de armas, terroristas y organizaciones de trata de blancas.

Al igual que el capitán del Nautilus, tengo la intención de hacer del mundo un mejor lugar para todos. A diferencia de él, no recurro a la violencia para lograrlo; sin embargo, mis métodos pueden resultar reprochables, pero son necesarios cuando se trata de explorar un mundo ilegal que se rige bajo una regla de oro: el anonimato.

La gente se imagina que un investigador como yo vive frente a una pantalla de computador espiando lo que hacen los usuarios, como un voyerista. Pero no es así. Solo puedo actuar cuando hay una investigación en curso. Y esta solo se produce cuando hay una denuncia de alguien que ha sido víctima de un acto delictivo. En mi oficina lo llamamos “noticia criminal”.

Una vez tengo la noticia criminal sobre mi escritorio, trato de actuar bajo los parámetros oficiales. Trato, pues en ocasiones hay que saltar ciertas barreras para lograr un objetivo. Eso lo saben mis jefes, pero es algo que no se comenta y se pasa por alto. Entonces, puedo decir que tengo “cierta libertad” para establecer mis propios límites.

En seguridad informática no está bien decir que uno es bueno porque siempre habrá alguien mejor. Pero me preocupo mucho porque mis equipos se mantengan actualizados. Y tengo en la oficina poderosas herramientas y un arsenal digno de una unidad de investigación: mis torpedos, como los llama Protón, nombre en clave de mi mejor amigo y compañero de trabajo.

¿Saben por qué los llama torpedos? Porque Tor, The Onion Router, es mi sitio predilecto. Tor es el navegador que más utilizo en mis incursiones a la red oscura. Por ello mi amigo Protón, ingenioso, aunque no tanto como yo, hizo un juego de palabras: tor-pedos. Porque eso es lo que lanzo, auténticos torpedos, cuando realizo una incursión en el campo enemigo. Algo así como un ataque de fuerza bruta, como denominamos en nuestro medio a una cacería de contraseñas.

Son esos torpedos, junto con mi olfato, los que me han llevado a ganar cierto prestigio entre los investigadores. Por eso me pusieron Nemo. Por eso y porque me gusta poner a prueba a todos mis colegas para que descubran no solo la vulnerabilidad de mis programas, sino también de mis personajes. Ellos saben que me esfuerzo mucho por darles todo el realismo posible. No se trata de crear un falso perfil, sino de darle vida a un bandido real que pueda vérselas de tú a tú con gente de su propia calaña.

En cierto sentido me parezco a un escritor cuando moldea sus personajes: les da vida, los hace creíbles y los pone a actuar. Solo que yo, en vez de escritor, soy un agente de la UIT, la Unidad de Investigaciones Tecnológicas de la Policía.

Euclides Torres fue una de mis últimas creaciones. Este sujeto tenía veintiocho años y vivía con su esposa y sus dos hijos en Quinta Paredes, Bogotá. Ante los ojos de todos, Euclides era un técnico electricista. Lo que nadie sabía era que tenía un socio, Richard, con quien trabajaba en la venta de videos pornográficos de menores de edad. Un día, llevado por la ambición y la avaricia, organizó una subasta para vender a sus propios hijos.

Sí, Euclides era una infame creación, como suele decir Protón, pero una creación que me habría de ayudar a desarticular a una poderosa banda de pederastas que funcionaba en varios países de América y Europa, que podría estar integrada por más de treinta mil personas. Para ello conté con Protón, con mis torpedos, con mis amigos de la Interpol y la Europol, un par de amigos en España y dos fiscales colombianos con los que comparto información.

Así fue como comenzó todo: hace un tiempo llegó a mis manos una noticia criminal sobre un caso de grooming que involucraba a un niño de trece años. Beto fue contactado por un pederasta local que se hizo pasar por un niño de su misma edad. Cuando se hicieron amigos y se ganó su confianza, el hombre le puso una cita en un parque cercano para jugar fútbol y allí lo secuestró. Durante una semana, el pederasta —que no actuaba solo— le tomó fotos a Beto, abusó de él y finalmente lo asesinó. El cuerpo del niño apareció en un potrero en las afueras de Fusagasugá, cerca de Bogotá.

Una semana después, las fotos de Beto y el video del asesinato circularon en la red oscura y fueron adquiridas por pederastas del Reino Unido y Francia. La Europol descubrió que habían sido puestas en la red desde algún lugar de Colombia.

Eso era todo lo que se sabía del caso de Beto. Todavía no se había realizado ninguna captura, pero mis colegas de la Dijin, con nuestro apoyo, iban por buen camino y tenían esperanzas de que pronto habría buenas noticias.

Así, me di a la tarea de crear a Euclides Torres. Una vez fue perfeccionado, se convirtió en la punta de lanza de la Operación Terciopelo, como se llamó en español el plan de búsqueda y futura desarticulación de la red de pederastas que compró las fotos y videos de Beto.

Si bien me esforcé en hacer creíble a Euclides, era su amigo Richard —otro invento mío— quien aparecía como el autor de las fechorías. Hasta le tuvimos un apartamento en el barrio Kennedy de Bogotá, donde trabajaba en su computador y ofrecía las fotos de los hijos de Euclides. Pero quien realmente lo hacía era otro investigador de la UIT. Yo asumo que en estos casos es más importante el mensaje que el emisor. Y en este caso, Richard es el emisor, pero Euclides es el mensaje y su relato tiene que pasar todas las pruebas.

En ese momento, Euclides aparecía en escena, pero como un personaje secundario, asediado por problemas, que estaba dispuesto a todo con tal de salir de la pobreza. Richard organizaría la subasta y de inmediato despertaría la ambición y la lujuria de cientos de pederastas, que pujarían por quedarse con los niños. Nuestra esperanza era que entre ellos se encontraran los asesinos de Beto.

En este nivel de búsqueda me topé por casualidad con un asunto que me dio muchas vueltas en la cabeza. Lo descubrí en una corta conversación en un chat de pederastas ingleses. Hacía referencia a un delfín morado que supuestamente iba a provocar una conmoción planetaria. Tres días después encontré la misma referencia, delfín morado, en un e-mail enmascarado que desapareció antes de que pudiera detectar su origen.

Lo primero que se me vino a la cabeza era que alguien estaba tramando un atentado terrorista. Así como la deep web la utilizan activistas políticos en países donde hay represión, también les sirve a las organizaciones terroristas para trazar planes y definir objetivos. Allí, en internet profundo, es más difícil rastrearlos. ¿Saben por qué? Permítanme explicarlo de una manera sencilla:

Imagine que usted es un espía que necesita saber quién es el remitente y el destinatario de un paquete que circula por las calles de Cali. Del punto A al punto B es enviado un paquete por correo. Solo con interceptar el paquete, entre A y B, sabrá la dirección del uno y del otro. Lo mismo ocurre cuando uno utiliza navegadores como Firefox o Explorer, y trata de dar con la dirección IP de un usuario emisor o receptor. Hacer eso es tan sencillo que hasta un newbie, un hacker novato, lo puede averiguar.

Pero en internet profundo, con navegadores como Tor, la cosa es a otro precio. Ese mismo paquete no circulará por las vías normales, la información no se indexará en los resultados de búsqueda y, por lo tanto, no se hará visible. Ese paquete ya no irá por las calles sino por las redes del alcantarillado, por lo que a un observador externo le será casi imposible seguir la huella.

Ya ven: mi afán era tanto que no lograba concentrarme. Mientras husmeaba en la red, iban apareciendo nuevas cosas. ¿A qué se debía mi desvelo? No voy a revelar —al menos por ahora— todos los detalles del motivo que me condujo a trabajar en la UIT, cuya oficina estaba instalada encima de un asadero de pollos de la avenida Roosevelt de Cali. Solo diré que fue por un terrible suceso que destruyó la vida de mi hermana Inés y marcó a toda nuestra familia. Y yo, que tenía otros planes para el futuro, tuve que cambiar de rumbo.

Cuando salí del colegio, mi aspiración era convertirme en actor de cine. No es que fuera un galán, ni mucho menos, sino que era bueno para exagerar cualquier situación y para meterme en la piel de otras personas. Hacía imitaciones de mis compañeros y de personajes. Yo organizaba el grupo de teatro del colegio, dirigía a los actores y me autoproclamaba personaje principal de todas las representaciones. Pero, además, era bueno para otra cosa: para los videojuegos.

En esto último me secundaba mi amigo Efraín, un auténtico cracker. Con solo decir que él se las ingeniaba para hackear el computador del rector, extrayendo de allí secretos que los alumnos no teníamos por qué saber. Yo era apenas un aficionado a consolas como Xbox 360, sin embargo, asimilaba todo lo que Efraín me enseñaba desprevenidamente. Con una o dos clases que me daba sobre un asunto particular, superaba al maestro. Aunque yo no estaba interesado en convertirme en hacker, oía a Efraín, asimilaba sus conocimientos y guardaba todo lo que aprendía sin darle ningún uso.

Entonces ocurrió lo de mi hermana y nuestra vida familiar se hizo añicos. Todo por culpa del HPZ: el HIPNOTIZADOR, como llamo a internet. Sí, echen una mirada alrededor y verán que todos andan como hipnotizados —en el bus, en la calle, en la mesa, en la cama o a la orilla de la carretera— por las imágenes que aparecen en la pantalla del teléfono. Auténticos zombis que se mueven en una aldea virtual totalmente ajenos a lo que sucede en el mundo real: ¡el gran HPZ! Y mientras la mayoría ha sido hipnotizada por la red, como en una novela distópica, unos cuantos, expertos en sondear las debilidades y puntos vulnerables de niños y jóvenes, aprovechan para asesinar a pequeños como Beto o para comprar a los hijos de Euclides.

Después de la desgracia familiar me costó mucho levantar cabeza. Cuando lo hice, me dediqué a estudiar ingeniería de sistemas y le paré bolas a todo lo que Efraín tuvo a bien enseñarme. A los cinco años, cuando me gradué con honores, ya tenía trabajo. No sé quién le llevó el cuento a la Policía de que en la Universidad del Valle se estaba gestando un genio y entonces me reclutaron. Ni siquiera fue necesario que me convirtiera en policía, empecé a trabajar para ellos como contratista civil. Acepté porque sabía que eso era lo que quería hacer por el resto de mis días.

No aparezco en la nómina oficial de la Policía, pero soy el jefe en la sombra, aunque solo mande en un pequeño cuarto que siempre huele a pollo asado. Protón, con el cargo de subintendente, figura como jefe. Así que estamos a la par: yo, jefe en la sombra, y él, jefe oficial. Tanto las órdenes suyas como las mías tienen que acatarse. ¿Quién ordena y quién obedece? ¡Vaya lío el que nos armamos en ocasiones! Menos mal que tenemos un jefe de verdad, conocido entre nosotros como Lukas3, quien despacha desde sus oficinas de la Dijin en la avenida Simón Bolívar y se encarga de poner orden cuando nosotros nos descarrilamos.

Ahora, volviendo al asunto principal, mi prioridad era mantener en alto la credibilidad de Euclides Torres, ese hombre que estaba dispuesto a vender a sus dos hijos con tal de conseguir dinero para salir de la pobreza y costearse el vicio, el licor y todo lo que se le viniera en gana. Richard, viejo conocido de la red profunda, estaba a punto de contar su historia ante los pederastas del mundo, que seguramente se frotarían las manos al ver a los dos niños que serían subastados. Podría decir que la Operación Terciopelo entraba en su fase más crítica. Esto me mantendría muy ocupado por algún tiempo y confiaba en tener suerte para desenmascarar a los asesinos de Beto.

Me hice el propósito de averiguar, en los ratos que me quedaban libres, qué se traían entre manos con eso del delfín morado. Algo me decía que era un asunto siniestro. Pero solo podría actuar cuando tuviese información significativa. Porque, como ya saben, yo no estoy aquí para observar, sino para actuar sobre hechos concretos, para resolver una noticia criminal.

Laura

UN DÍA LUCY ME DIJO que yo era bipolar y la miré con ganas de matarla. Me sonó feo. Como si me hubiera dicho en términos científicos que yo estaba loca. Eso fue ofensivo. Si al menos me hubiera dicho “Laura, estás deschavetada” o “Estás más loca que una cabra”, yo lo habría tomado como una expresión de cariño. Esa palabra me dolió tanto que decidí vengarme dejándola en visto en WhatsApp durante cuatro días. Fui demasiado cruel, lo reconozco, porque no puede haber peor ofensa y humillación que lo dejen a uno en visto, pero se lo merecía.

Eso de que yo era bipolar me resonó en la cabeza toda la tarde. Cuando me acosté, seguía maldiciendo a mi befa. Ya saben, befa es una derivación de BFF, best friend forever. Lucy era mi befa. Aunque a veces peleábamos, terminábamos amándonos como siempre. La cosa funcionaba así: la muy canalla decía sus cosas, a mí me daba rabia, me alejaba por un tiempo, la dejaba en visto todo lo que podía y después, aunque no lo reconociera, sus palabras me ponían a pensar.

No soy bipolar, o quién sabe, pero sí he tenido mis días, mis horas y mis segundos en los que he parecido una veleta. Como ocurría cuando me despertaba, levantaba la persiana, dejaba que entrara el viento de la madrugada y me decía a mí misma que iba a tener un día maravilloso. Después, al regresar del baño, mi mundo se derrumbaba cuando miraba el celular y veía que en el grupo del salón, Los Terribles Despechados, tenía mil seiscientos mensajes sin leer. ¿Por qué me acosté tan temprano? El mundo acabándose y yo durmiendo como un lirón. Entonces desayunaba de mal genio, me despedía a las carreras de mamá y, cuando me subía al bus, empezaba a repasar el chat mientras iba maldiciendo para mis adentros, pensando que el colegio era el peor invento de la humanidad. Menos mal solo me faltaba un año para pasar a la universidad. Cuando iba por la mitad de la ruta me quedaba dormida y no alcanzaba a ver ni siquiera la mitad de los mensajes. ¡Qué horror! Estaba totalmente desactualizada. Todos me mirarían como si yo fuera un bicho raro.

Las cosas empezaban a cambiar cuando llegaba al colegio, me encontraba con mi befa, con Lina y con las demás, Las Rechiqui, como nos llamábamos entre nosotras. Entonces me parecía que el colegio era el único lugar donde era feliz, donde era sincera y donde encontraba mi verdadera identidad. Sí, cuando me fuese del colegio las extrañaría.

Los sube y baja de mis estados de ánimo eran famosos. Que lo digan mis estados en WhatsApp que muchas veces se volvieron virales. Ponía frases que me inventaba, de las que se deducía cómo me encontraba. Para la muestra, una captura de mi estado cuando perdí Química:

Otras veces me ponía más sentimental. Ocurría, por ejemplo, cuando pasaba horas enteras viendo la foto del perfil de Daniel en WhatsApp, esperando, rogando, suplicándoles a todos los santos que el muy cretino se dignara a enviarme un mensaje. Podía soportar todo en la vida, menos que Daniel me ignorara. De verdad, ni siquiera se fijaba en mis mensajes. ¿Por qué no me bloqueaba de una vez por todas? Tal vez quería dárselas de importante o le gustaba hacerse el difícil. “Cuando él me busque, le voy a pagar con la misma moneda, como dice la canción de Maluma —pensaba—. Yo sé, por lo que me ha dicho Lucy, que le gusto. A lo mejor él también se pasa mirando mi foto y leyendo mis estados”. En momentos así, ponía estados megacursis, como indirectas para Daniel. Yo sé que quienes más se divertían con mis estados eran mis amigas; como con este, que fue muy alabado:

Daniel era amigo de las faru del salón, o sea, de las populares, y no solo me ignoraba en las redes sino en la vida real. Aunque eso que llaman “vida real” es bastante relativo, pues para mí esta cabía en la palma de la mano: todo lo que palpitaba y era importante estaba allí, en ese milagroso aparato, mi celular, que me mantenía en contacto con el mundo exterior y en comunicación directa con Las Rechiqui. ¡Ah! No importaba que Daniel fuera un cretino. ¡Es que era tan lindo! Parecía un oso de peluche. Si mis papás lo hubiesen conocido no se habrían puesto tan bravos como cuando estuve de novia con Mario Bros, que se ganó su animadversión porque era muy mal hablado y una vez fue a la casa con tragos en la cabeza. ¡Es que mis papás eran bastante complicados! Al final terminamos, no por mis papás, sino porque él se enredó con Lina, del mismo combo de las faru.

Mamá trabajaba como jefe de prensa de un político que estaba haciendo campaña para llegar a la gobernación del Valle. Llegó allí porque fracasó en el periodismo y terminó haciendo comunicados de prensa en varias empresas, hasta que la contrató el político. Papá es odontólogo. Tiene dos trabajos: uno en la EPS, donde atiende por las mañanas, y otro en el edificio Versalles, donde tiene su consultorio particular. Ambos se ponían de acuerdo para llegar a casa a las nueve de la noche, cuando yo estaba a punto de dormirme. Poco nos veíamos, pero siempre estábamos al alcance de un clic: debo decir que el grupo The Family Tree, compuesto por mamá, papá y yo, era de los más aburridos. Pero al menos servía para cuando ellos me querían ubicar o cuando íbamos a reunirnos en alguna parte.

En WhatsApp pertenecía a quince mil grupos. Exagerada, ¿no? Quítenle el mil y da la cifra exacta. Quince grupos donde tenía tantos amigos que ni yo misma sé quiénes eran todos ellos. Casi siempre tenía tres o cuatro chats abiertos y hasta me confundía mandándoles cosas a unos que eran para otros. Tampoco llegaba al extremo de Tampi, mi mejor amigo. Un día estaba con mi mamá y él envió un video que a primera vista era el de un señor persiguiendo a otro por un callejón. Cuando lo abrí, ¡oh sorpresa!, era un video pornográfico: tremendos gritos y gemidos de una pareja haciendo al amor en todas las posiciones habidas y por haber. Yo me puse tan nerviosa que no encontraba la forma de bajarle el volumen y sentí que se me subieron los colores a la cara. Menos mal mamá conocía a Tampi desde que éramos chiquitos y apenas se limitó a gritarle, mientras yo grababa un mensaje de voz haciéndole el reclamo, “Cochino, no mandés eso”.

Podía parecer muy amiguera por todos los contactos que tenía en Instagram, Snapchat o en WhatsApp, pero no era la felicidad en pasta. Muchos de mis días comenzaban mal y terminaban repeor. Incluso, a veces lloraba sin motivo. Como cuando estaba en el baño y dejaba que las lágrimas salieran hasta que el vapor de la ducha comenzaba a ahogarme. Eso era bueno porque se confundían con el agua. Y si mamá me veía con los ojos rojos, le explicaba que los tenía así porque me había caído jabón y no porque estuviera fumando marihuana, que era lo primero que ella pensaba al verme así. Pero eso, fumar cualquier cosa, nunca me interesó.

No sé por qué me ponía así. Había algo misterioso que me venía a cada rato y me mantenía con el ánimo por el piso. No podía descubrir qué era. No creo que por falta de novio, como decía Lucy, porque mi situación era peor cuando salía con Mario Bros. En esos días no solo andaba triste sino al borde del suicidio. No me soportaba ni a mí misma.

Pero al mal tiempo buena cara. Para eso estaban las amigas. En el chat de Las Rechiqui, Lucy me tenía a mí como Lau Mor, mientras que yo la tenía a ella como Bruja. Ahí estaban también mis otras amigas: Naty Bebita, Lina Arango, Mi China, Tati Sandoval, H. Corral y Danna Pérez. Todas más o menos de mi edad; la mitad de ellas tenía novio; seis eran fanáticas del reguetón; una, Lina Arango, estaba enamorada del profesor de Física; otra, Tati Sandoval (Tati Lana), que era la más seria, se la pasaba escuchando canciones de Calle 13, por eso le decía que era la más rara de todas. Tarareaba todo el tiempo esa canción, John, el Esquizofrénico, que en alguna parte dice: “Ven, amiguito, acércate aquí, las tijeras que traigo son para cortar el jardín”. Y en otra dice: “Para poder matar el hambre, desayuno cereal con sangre”. La verdad es que a mí me gustaba también esa canción, pero si lo decía me iban a señalar de poco original o de copietas, por ser la canción preferida de Tati Lana.

En el chat de Los Terribles Despechados hablábamos mucho de tareas y de generalidades del grupo, aunque algunos se lo tomaban como si fuera su chat de amigos privados. Caso Tampi, “el Rey del Porno”. ¿Había dicho que Tampi se me declaró cuando estábamos en séptimo? Cuando le respondí que no, dejó de hablarme como un mes. Pero después, en una fiesta de cumpleaños dejó la bobada y me volvió a dirigir la palabra. Es un buen chico pero no me veo al lado de él. Bueno, sí, como grandes amigos que somos, pero nada más. Pero eso sí, a mamá le encantaría que fuera mi novio, con todo y lo grosero que es.

Y tenía otros chats: Los Vagos Oprimidos, de mis amigos del conjunto, donde había un niño, Emanuel, que siempre me gustó, pero creía que era gay; Décimo Prom2018, donde estaban los dos cursos de décimo que había en el colegio, y Los Melomerengues, donde tenía amigos en común de varios grupos. Allí fue donde conocí a Condesa. Ella, después de Lucy, se convirtió en mi mejor amiga. ¡Otra befa! ¿Qué más puedo hacer si soy tan faru? Mentiras, yo no soy faru ni nada de eso.

Condesa era un caso aparte. Ella era la befa de un amigo de Rodolfo, el cual era un amigo de Felipe, que conoció en Los Melomerengues. Y como Felipe era amigo de Lina Arango, la puso en contacto con ella. Lina y Condesa se hicieron muy amigas. Un día nos pusimos a charlar las tres. Con el tiempo resulté yo más amiga de Condesa que la misma Lina.

Condesa estaba amargada porque sus papás se separaron y cada uno vivía en una ciudad diferente. Ella no quiso irse con ninguno y vivía en el barrio Los Alcázares, con la abuela. Era una viejita rica que iba a dejarle toda su herencia, pues no quería a la hija porque había sido muy desconsiderada y, si hubiera sido por ella, la habría tenido en un ancianato. Pero a Condesa eso de la plata no le importaba. Ella quería trabajar para irse a vivir a la India o a otro país remoto. A propósito, no es que Condesa se llamara así sino que en el grupo la llamaban así, vaya a saber por qué. Su verdadero nombre era Diana.

Cuando las dos conversábamos, sentía que hacíamos clic. Ella era madura y loca a la vez. Y eso me divertía mucho. Hay que ver las cosas que se le ocurrían, empezando con que le gustaba jugar a los retos, como ese de No Arms Challenge. Ay, no saben lo que me reí cuando un día me mandó un video de su primita sosteniendo una galleta en la frente y tratando de hacerla bajar a la boca y comérsela sin que los brazos intervinieran. Pero, según me contaba, eso eran bobadas comparado con lo que realmente le gustaba: el paracaidismo, la montaña rusa o el alpinismo, en fin, todo lo que le alborotara la adrenalina.

Lo que más me gustaba de Condesa era su lado tierno. Se preocupaba mucho por mí, me ayudaba a hacer tareas y hasta me daba consejos cuando tenía algún problema. A las dos nos gustaban las mismas canciones y hasta teníamos listas similares en Spotify. Quise que se hiciera amiga de mi befa pero se negó, aduciendo que ya tenía muchas amigas, que de pronto terminaba peleando con mi befa porque se podía poner celosa y bla, bla, bla. La verdad es que Condesa valoraba mucho nuestra amistad. Y yo le correspondía.

Ella tenía gestos bonitos. Un día yo no podía dormir, como a las tres de la mañana le escribí y al minuto me contestó. Chateamos hasta que me quedé dormida. Otro día mamá estaba enferma y ella fue mi consuelo. Papá se había ido de viaje y entonces a ella se le bajó la presión, porque creía que él andaba en amoríos con una enfermera. Al otro día estaba tan mal que tuve que llamar al doctor. Llegué tarde al colegio y apenas volví a la casa me tocó ponerme a hacer oficio. ¡Qué horror! Yo que ni siquiera lavo un plato ni sé tender una cama. Cuando vi el WhatsApp, estaba inundada de mensajes de todo el mundo. Pero no los leí, solo contacté a Condesa. Ella me subió el ánimo…, aunque no fue de mucha ayuda:

Si hay algo que me gustaba de Condesa era que rara vez me dejaba en visto. En eso no se parecía en nada a Bruja. No sé por qué, pero sentía que con ella me daban más ganas de sincerarme. ¡Tantas cosas que me pasaban por la cabeza! Bueno, es que yo a mi edad no debería tener tantos problemas. Y menos tener que lidiar con los de mis papás. Ellos, si no se ponen pilas, van a correr la misma suerte de los papás de Condesa. ¡Y la pobre Conde! Ella también se pegaba sus lloradas. No debe ser fácil vivir en la casa de la abuela por muy millonaria que sea. Condesa me decía que su abuela era requetealegona y que le ponía horarios muy estrictos cuando tenía fiestas… Hay abuelitas muy tiernas, pero es que hay otras que uno quisiera que se las comiera el lobo, como en Caperucita.

Otra cosa que me gustaba de Condesa es que a veces era bastante misteriosa. Por ejemplo, cuando pasó diez horas sin dar señales de vida después de que tuvimos un chat inconcluso, en el que me propuso un juego todo misterioso. Luego de eso me dejó en visto. Aclaro que esta era la primera vez que ocurría, porque como ya dije, ella siempre estaba para mí. Tal vez se durmió y no tuvo tiempo de conectarse. Este fue nuestro último contacto esa noche:

Esa noche me tuvo en ascuas. Finalmente no me respondió de qué se trataba el juego. Al parecer tenía que ver con un delfín. O con muchos delfines. ¿Quería que la acompañara a cazar delfines a la isla Gorgona? O mejor aún, ¿a Madagascar? No me caía mal una aventura en las profundidades del mar. Pero no creía que mis papás me dejaran ir de paseo con una desconocida. O quién sabe. Además, ellos no tenían por qué saber que solo conocía a Condesa a través del chat y no en la vida real. Igual, a algunos amigos míos del colegio ellos nunca les habían visto la cara, como es el caso de Daniel. ¡Un momento, baby! ¿Cómo así que cambió el estado? ¿Qué tenemos aquí? ¡Se rapó el cabello! Bueno, ya tengo tema de conversación para otra hora con Las Rechiqui. ¿Cómo quedó mi bebé? No sé, creo que me gustaba más con el pelo largo. Pero así, rapado a los lados y con cresta, también se ve lindo, reáspero.

Me puse a ver qué había en los otros grupos mientras esperaba que Condesa regresara desde el mundo de los muertos, para que me aclarara eso de los delfines. ¡Tan tiernos! Pensándolo bien, de pronto terminaba siendo domadora de delfines, pues siempre me gustaron los animales. Que lo diga Dulcinea, la gata más consentida del mundo. La recogí en la calle un día que iba con mamá. Vimos cómo la atropelló un carro y el conductor ni siquiera se bajó a ver qué había ocurrido, sino que se dio a la fuga. La recogimos, la llevamos al veterinario y en cosa de quince días ya estaba recuperada. En esos días me tomé una foto con ella junto al balcón, la puse en mi estado y de inmediato todos respondieron: Goals, seguido de muchos…

¡Mi tierna Dulcinea! No sé qué sería de mi vida sin ella.

Nemo

CUANDO VEO PELÍCULAS DE JUSTICIEROS me horroriza pensar que yo actué como ellos: movido por la sed de venganza. Uno no puede tomarse la justicia por sus propias manos. No se debe actuar siguiendo la misma lógica de los criminales, pues en algún momento se pierde el norte y termina uno siendo un bandido más.

Me alegro de pertenecer a la UIT, así no esté en la nómina oficial. Desde acá puedo hacer algo por este mundo, dominado ya por el gran HPZ, y en el que a veces siento que me falta el aire. Trabajar aquí me ha dado la oportunidad de no andar por ahí atormentándome con rencores que podrían hacerme daño. Recuerdo cuando le conté a Protón lo que había ocurrido con mi hermana. El tema surgió de otro tema que él me planteó.

—A veces, en la Dijin, me hacen sentir mal —me confesó Protón un día, cerca de la cafetería de la esquina, después de mordisquear a la mitad un pandebono caliente.

—¿Y allá no están tus amigos? —pregunté.

—Qué amigos ni qué nada.

—¿Cuál es el problema?

—Dicen que mientras ellos arriesgan su vida en las calles, lidiando con toda clase de malandrines, yo estoy en una oficina mirando porno en internet. Que lo mío no es investigación ni es nada. Que no hay nada de heroísmo en pasarse la vida jugando al espía en las redes. Me matonean todo el tiempo. A veces me hacen dudar de mi trabajo.

—Pues ellos no van a reconocer lo que haces hasta que no tengan que venir a pedir tu ayuda —respondí indignado—. Eres muy bueno en lo que haces. Y todos, según nuestras capacidades, podemos servir a los demás de una manera diferente. No te dejes desanimar. Muchos niños están esperando que haya tipos como tú, que los defiendan de esos miserables depredadores que están esperándolos en internet cada vez que se conectan. ¡Si hubiera habido un Protón que hubiese salvado a mi hermana!