San Tíjon de Moscú y los nuevos mártires de la Iglesia ortodoxa rusa - Miguel Palacio - E-Book

San Tíjon de Moscú y los nuevos mártires de la Iglesia ortodoxa rusa E-Book

Miguel Palacio

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Beschreibung

Tíjon de Moscú fue elegido patriarca en 1917, en los días de la revolución rusa. Su mandato no duró ocho años. Falleció en 1925, a los sesenta años, casi seguro envenenado. En 1989 fue declarado santo, el primero de los nuevos mártires de la Iglesia ortodoxa rusa, que ha canonizado ya a unos mil ochocientos. Los soviéticos disfrazaban su política de erradicación de la Iglesia como defensa frente a la contrarrevolución, asegurando que jamás oprimirían la libertad religiosa de eclesiásticos y creyentes normales. En realidad, la Iglesia sufrió en Rusia la mayor persecución sangrienta de su historia. El patrón ruso fue seguido en otros muchos lugares —entre ellos España— en las persecuciones del siglo XX. Un joven autor ruso, de ascendencia hispana, ha escrito en español el primer libro que cuenta esta historia martirial en nuestra lengua. Superar el desconocimiento es comenzar a andar el camino de la comprensión, de la unidad y de la paz.

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Colección

Mártires del siglo XX

nº 5

Dirigida por Juan A. Martínez Camino

Miguel Palacio

San Tíjon de Moscú

y los nuevos mártires de la Iglesia ortodoxa rusa

© El autor y Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2022

Imágenes: https://pstgu.ru/, https://azbyka.ru/, https://www.pravenc.ru/, https://martyr.ru/ y otras fuentes abiertas

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

100XUNO, nº 104

Esta obra ha sido publicada con la colaboración del

Instituto de Estudios Históricos de la Universidad CEU San Pablo

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN EPUB: 978-84-1339-445-9

Depósito Legal: M-16839-2022

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa

y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda, 20 - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

I. DE LA SANTA RUS AL ESTADO ATEO

La cristianización de la Rus de Kiev

Sintonía vs. cesaropapismo

Tercera Roma

Siete décadas de construcción de una catedral

La predicación del stárets Savva sobre el «ejército del Anticristo»

«La enfermedad del espíritu»

Dos revoluciones en un año y el primer nuevo mártir

II. SAN TÍJON DE MOSCÚ, PATRIARCA MÁRTIR

Los apodos proféticos del joven Vasili

En el Nuevo Mundo

Un encuentro con Nicolás II en la era de inestabilidad

La entronización delante del Cristo Crucificado

Entre «rojos» y «blancos»

«Nicolás herido»

La carta de Benedicto XV a un comisario del pueblo

El martirio de las reliquias sagradas

El «Bonaparte Rojo» y la requisa de los vasos sagrados

Los cismas de la época de san Tíjon

«Doy mi bendición… para el martirio y la muerte por Él»

El procurador general soviético

El patriarca en la cárcel, privado del sacerdocio y del monacato

Las últimas batallas del patriarca mártir por la Iglesia

Saber vivir y actuar

III. EL MARTIRIO DE LOS JERARCAS CLAVE

El metropolita Vladímir (Bogoyavlenski)

El arzobispo Mitrofán (Krasnopolski)

El metropolita Veniamín (Kazanski)

El arzobispo Hilarión (Troitsky)

El metropolita Piotr (Polyanski)

El metropolita Kiril (Smirnov)

IV. LA «MADRE DEL GULAG» EN EL MONASTERIO DE SOLOVKÍ

El archimandrita Veniamín (Kónonov)

El arzobispo Piotr (Zvérev)

El metropolita Eugenio (Ziórnov)

El arcipreste Vladímir Lozina-Lozinski

V. EL CAMPO DE TIRO DE BÚTOVO Y SUS MÁRTIRES

El arzobispo Dimitri (Dobroserdov)

El obispo Nikita (Delektorski)

El arzobispo Nikolái (Dobronravov)

El metropolita Serafín (Chichagov)

VI. LOS NUEVOS MÁRTIRES DE RÁDONEZH

El archimandrita Mauricio (Poletayev)

El arcipreste Elías Gromoglasov

El archimandrita Kronid (Liubímov)

El metropolita Anatolio (Grisyuk)

VII. LOS DEMÁS MÁRTIRES

Jerarcas y clérigos

Los mártires de la dinastía Romanov

Mártires laicos

VIII. «TIEMPO DE RECOGER PIEDRAS»

GLOSARIO DE TÉRMINOS ORTODOXOS

BIBLIOGRAFÍA SELECTA

INTRODUCCIÓN

La idea de escribir este libro nació en agosto de 2016 camino de Avilés. Llegué a Asturias para asistir, en nombre del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú1 —donde trabajaba por entonces— al coloquio «Víctimas y mártires. Aproximación histórica y teológica al siglo XX», organizado por monseñor Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid, como parte de los Cursos de La Granda. Antes de hablar sobre los nuevos mártires de la Iglesia ortodoxa rusa, aproveché unas horas libres para conocer las curiosidades locales. Don Juan Antonio, asturiano, amablemente me acompañó y compartió historias interesantes conmigo.

En particular, me contó que don Lázaro San Martín Camino, primo de su bisabuelo materno, que había sido párroco en Piloña, recibió el martirio en Gijón el 18 de agosto de 1936, a manos de los milicianos. Entonces recordé que el mismo día, en Andalucía, era fusilado por la Guardia Civil Federico García Lorca, mi poeta favorito y, desgraciadamente, rehén de clichés ideológicos. Tanto el sacerdote como el poeta están enterrados en fosas comunes no identificadas. Dos Españas, dos realidades paralelas, dos terrores: Rojo y Blanco. Y una tragedia de un pueblo. Rusia había vivido todo eso dos décadas antes.

Otro dato que me impresionó es que en el icono de los mártires del siglo XX, pintado por Nati Cañada en 2014-2015 y ubicado en la iglesia de la Concepción Real de Calatrava de Madrid, entre los sacerdotes, monjes y monjas católicos de España, México, Alemania y Polonia, encontró un lugar digno el patriarca Tíjon2 de Moscú y toda Rusia, símbolo del martirio de la Iglesia ortodoxa rusa. Es un testimonio de la fraternidad católico-ortodoxa, violentada hace más de mil años, pero inextinguible en corazones y oraciones. En el último cuarto del siglo XIX, el metropolita3Platón (Gorodetski)4 de Kiev y Hálych dijo: «Nuestros tabiques eclesiásticos no llegan al cielo». Y san Juan Pablo II, en 2000, reforzó la tesis del jerarca ortodoxo: «El ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe es el más convincente; indica el camino de la unidad a los cristianos del siglo XXI».

Así, dando un pequeño recorrido por Asturias, acordamos ampliar la ponencia preparada para el coloquio y ofrecer al público hispanoparlante una visión general del martirio de los ortodoxos en el país que se extiende por Europa del Este y Asia del Norte. El autor considera un honor que su libro se publique en la colección Mártires del siglo XX, dirigida por monseñor Juan Antonio Martínez Camino. Y se atreve a esperar que estas páginas sean un descubrimiento para usted, querido lector, pues aún no se ha editado en español ni una sola monografía al respecto.

Durante 12 años, desde 1928 hasta su muerte en 1940, Mijaíl Bulgákov, célebre prosista y dramaturgo ruso, estuvo escribiendo la novela El Maestro y Margarita. La trama de esta obra maestra de la literatura universal se desarrolla en dos dimensiones: por una parte, el juicio a Jesús de Nazaret (Yoshúa Ga-Nozri) y su crucifixión; por otra, la visita del diablo (bajo el nombre de Vóland) a Moscú. Y efectivamente, parecía que un auténtico Satanás movía los hilos en la Rusia «roja».

Todo comenzó poco después de la tercera aparición de la Virgen de Fátima el 13 de julio de 1917, cuando la Señora dijo a tres niños portugueses que volvería para pedir la consagración de Rusia a su inmaculado Corazón e hizo su misteriosa predicción5. En Rusia sucedió la Revolución de Octubre de 1917, y en las altísimas esferas del poder se metió Vladímir Lenin, ideólogo de la fracción radical del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (bolcheviques6), fundador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)7, ateo fanático, quien lanzó el terror contra aquellos que no encajaban en su perspectiva de una sociedad libre y justa. Al «líder de la revolución mundial» lo sucedió uno de sus compañeros cercanos y una persona que, probablemente, era el prototipo de Vóland: Iósif Stalin, originario de Georgia (antigua Iberia caucásica), ex alumno del Seminario Teológico de Tiflis y adepto de la magia negra.

Tras el fallecimiento de Lenin en enero de 1924, Stalin se mantiene entre los políticos de primera línea, aumentando su influencia y eliminando a sus competidores. Su rival más influyente fue León Trotski, la mano derecha de Lenin, «demonio de la revolución», «Bonaparte Rojo», autor del plan para destruir la Iglesia ortodoxa rusa a principios de los años 1920 y… ex admirador del papa Benedicto XV8. En 1928, Trotski es exiliado a Turquía, luego vive en Francia, Noruega y, finalmente, en 1937 se establece en México. Nadie más podría invadir el dominio exclusivo de Stalin. No obstante, este sigue buscando enemigos internos. Su caza devastadora se extiende a todos los niveles sociales, desde el koljós9 hasta el ministerio.

El país se hundió en un océano de odio, desconfianza y denuncias. La gente sentía miedo persistente al arresto por cargos falsos de conspiración, espionaje, sabotaje, seguido de interrogatorios, tortura, cárcel o ejecución. Algunos siempre tenían a mano una maleta con lo indispensable y dormían esperando oír el ruido del freno de los «cuervitos negros», los coches del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD)10 de la URSS. Como si fuera una burla maligna, los «enemigos del pueblo» eran transportados en camiones con las etiquetas «Pan», «Carne» o «Tomen champaña soviética». Sin embargo, el rumor popular reveló rápidamente el secreto de aquellos autos. «Diez años sin derecho a correspondencia» era la respuesta que recibían los familiares de la mayor parte de los detenidos, que de hecho implicaba la pena capital: el fusilamiento. Los familiares a menudo esperaban el regreso de sus esposos y esposas, padres y madres, hermanos y hermanas durante muchos años. Cientos de miles de destinos irrevocablemente mutilados.

La Gran Guerra Patria11 se cobró unos 27.000.000 de habitantes de la URSS. Eran víctimas de una agresión exterior. Mientras tanto, en las masacres del Terror Rojo los bolcheviques mataron en torno a 1.200.000 de sus compatriotas (unos 300.000 fueron víctimas del Terror Blanco). En la época de la dictadura de Stalin (1929-1953), sobre 1.500.000 hombres y mujeres murieron a manos de su propio gobierno; en total, más de 3.000.000 de personas cumplieron condenas por «delitos contrarrevolucionarios». El pico de las represiones (Gran Terror) ocurrió en 1937-1938. A la vez, se efectuó la Gran Purga en la NKVD. En dos años, más de 1.000.000 de ciudadanos fueron encarcelados y casi 700.000 de ellos, fusilados12.

Lenin, Stalin y sus cómplices y alumnos consideraban la religión —el «opio del pueblo»— como uno de los enemigos estratégicos del primer Estado socialista del planeta, en primer lugar, la Iglesia ortodoxa rusa, la comunidad religiosa más grande del país. El objetivo no fue la reducción de la actividad pastoral, misionera y social de la Iglesia, sino su eliminación como institución y fenómeno espiritual. La religión debería ser completamente suplantada por la fe en la pronta construcción del comunismo. En diciembre de 1931, la Catedral de Cristo Salvador de Moscú era destruida con explosivos. Stalin soñaba con construir en el lugar del templo principal del Imperio ruso un «santuario» de la nueva era: el Palacio de los Soviets, el edificio más alto del mundo, que sería coronado con una estatua de Lenin de 100 metros13.

Los ataques a la Iglesia ortodoxa rusa comenzaron inmediatamente después de la Revolución de Octubre. En 1918-1922, se produjo la nacionalización de los bienes monásticos, la incautación de objetos de valor de la Iglesia y la profanación de las reliquias de los santos. En los años 1920 y 1930 y más allá, cientos de templos y conventos se convirtieron en almacenes, fábricas, oficinas, teatros, cines, museos, bibliotecas, casas de reposo, depósitos y cárceles. Tratando de humillar al máximo a sus conciudadanos fieles, los «rojos» a veces disponían baños en altares. Casi todas las instituciones educativas de la Iglesia fueron cerradas para evitar la formación de nuevas generaciones de eclesiásticos y teólogos. En diversas ciudades funcionaban museos antirreligiosos con piezas de los santuarios cerrados. En las universidades públicas se abrieron departamentos de ateísmo. La prensa publicaba caricaturas y los escritores creaban imágenes degeneradas de obispos y clérigos.

Al mismo tiempo, los bolcheviques se ocupaban en la liquidación del episcopado y del clero. Para su detención y enjuiciamiento se utilizó el mismo método que en el caso de las víctimas laicas: inventar denuncias fantásticas de actividad o pensamiento contrarrevolucionario. Personas con sotana llenaban lugares parecidos al infierno en la tierra: los campos de concentración. Por cierto, la Dirección General de Campos y Colonias de Trabajo Correccional (GULAG) era un archipiélago, como la bautizó el Premio Nobel de Literatura, Alexander Solzhenitsyn14: contaba con 427 puntos de diferentes nombres (de trabajos forzados, de propósitos especiales, de trabajo correctivo). En julio de 1937, por iniciativa de Stalin, se redactó una orden para la ejecución dentro de cuatro meses de todos los eclesiásticos que estaban en cárceles y el GULAG. Junto con ellos, pasaron por la prisión y el fusilamiento muchísimos parroquianos que defendían a la Iglesia y se negaron a renunciar a su fe.

Así, el santoral ruso se ha enriquecido con los nuevos mártires y confesores de la fe. Su canonización se celebró a finales del siglo XX y principios del XXI, en la Rusia postsoviética. Hasta ese momento, el martirio de la Iglesia ortodoxa rusa era un secreto guardado bajo siete llaves. Las autoridades de la URSS temían la opinión pública internacional y disfrazaban sus políticas antirreligiosas como lucha contra la contrarrevolución en la Iglesia, asegurando que jamás oprimirían la libertad religiosa de los eclesiásticos y creyentes normales. Esa táctica —exponer ante el mundo un «idilio» de relaciones entre la Iglesia y el Estado— fue un punto fuerte del régimen bolchevique.

Es importante anotar que una comisión especial de investigadores reconoció como santos exclusivamente a los eclesiásticos y feligreses piadosos que, a pesar de los sufrimientos, no aceptaron falsas acusaciones. «La sangre de los mártires es semilla de cristianos», dijo Tertuliano. La celebración de la Divina Liturgia en la Iglesia ortodoxa es imposible sin la reliquia de un mártir, que se coloca en la Santa Mesa y el antimension. Ahora el servicio al Señor se realiza no solo sobre reliquias de los mártires de la Iglesia indivisa del primer milenio, sino también sobre reliquias de personas sobresalientes que fueron contemporáneos nuestros.

Según un estudio reciente de Nikolái Sómin, un experto de la Universidad Ortodoxa Humanitaria San Tíjon, el número de los represaliados a causa de la fe en la URSS fue de unos 100.000 (± 40%)15. El Concilio de Nuevos Mártires y Confesores de la Iglesia Rusa16, una festividad conmemorativa establecida en 1992, cuenta con alrededor de 1.800 santos. Nos hemos tomado la libertad de escoger un cierto número de estos nuevos mártires (lamentablemente, dejando a los confesores de la fe a otra oportunidad) canonizados por el Patriarcado de Moscú, con el fin de mostrar un panorama de varios segmentos del mencionado Concilio: el patriarca Tíjon, jerarcas clave de la Iglesia ortodoxa rusa, miembros de los concilios locales de los mártires ortodoxos rusos del siglo XX (de Solovkí, de Bútovo, de Rádonezh)17, algunos otros obispos y clérigos, representantes de la dinastía imperial de los Romanov y parroquianos.

Entonces, querido lector, emprendamos un viaje a una etapa muy turbulenta y controvertida en la historia de la Iglesia ortodoxa rusa y de Rusia misma. Y para percibir mejor los acontecimientos a los que está dedicado este libro, primero miraremos brevemente el camino histórico de Rusia, desde la avanzadilla de la ortodoxia hasta el caos que el destacado poeta y pintor Maximilián Voloshin, en 1921, reflejó en su poema «La Pascua roja»: «El invierno de ese año fue Semana Santa, / Y mayo rojo se entretejió con la Pascua sangrienta, / Pero esa primavera Cristo no resucitó».

Moscú, 6 de febrero de 2022,

día de la conmemoración de los

nuevos mártires y confesores de la fe

de la Iglesia ortodoxa rusa

I. DE LA SANTA RUS AL ESTADO ATEO

La historia rusa comienza hace 1.500 años, en el siglo VI, cuando las tribus eslavas aparecen en la llanura europea oriental. La mayor parte de este extenso período transcurre bajo el signo del cristianismo ortodoxo.

La cristianización de la Rus de Kiev

En 978, el gran príncipe Vladímir llegó a ocupar el trono del principado de Kiev, la más influyente entre las provincias de la llamada Rus de Kiev18. Era pagano y había divulgado el paganismo. Se interesó por diversas religiones. Por invitación suya, acudieron a Kiev los musulmanes de la Bulgaria del Volga, los judíos de Jazaria, los romanos, representantes del papa, y un enviado del Imperio Bizantino, a quien el cronista apodó «el Filósofo» por su sabiduría.

Vladímir envió embajadores a varios países para conocer de primera mano diferentes tradiciones religiosas. «No sabíamos si estábamos en el cielo o en la tierra», contaron al gran príncipe los emisarios que presenciaron la Divina Liturgia en Constantinopla. El líder kievita también recordó a su destacada abuela, la princesa Olga, quien fue el primer gobernante en Rus en adoptar el cristianismo. Vladímir fue bautizado en el rito bizantino (griego, ortodoxo) en Quersoneso, una colonia griega en la parte suroeste de Crimea, y ordenó al pueblo ruso que siguiera su ejemplo, prohibiendo el paganismo.

La cristianización de la Rus de Kiev comenzó en 988 y duró unos cuantos siglos, pues no era fácil modificar la cosmovisión de la población de territorios tan vastos. Sin embargo, desde entonces, el cristianismo se convirtió en un factor esencial del camino histórico de Rusia, y los valores evangélicos ocuparon un lugar muy significativo no solo en la vida privada, sino también en la actividad legislativa del Estado, por ejemplo, en el principal código de leyes de la Rusia antigua, Justicia Rusa, impulsado en 1016 por el gran príncipe Yaroslav I el Sabio de Kiev, hijo de Vladímir, quien promovió la cultura y la educación, erigió varias iglesias y estableció relaciones con múltiples países de Europa.

Sintonía vs. cesaropapismo

La Iglesia ortodoxa rusa, a partir de 988, fue una metrópolis del Patriarcado Ecuménico (de Constantinopla). Nació como institución antes del gran cisma de 1054. Reconoce a los santos anteriores a la trágica división, y muchos santos rusos de la época de la unidad cristiana son reconocidos en la Iglesia católica romana. En 1448, el Concilio de Moscú, un nuevo eje político de los principados rusos19, eligió un metropolita sin la aprobación de Constantinopla. En 1589, la autocefalía de la Iglesia en Rus era aprobada por el Patriarcado Ecuménico, y el primado ruso obtuvo la dignidad de patriarca. El mero hecho de que el líder religioso tuviera ese grado era trascendental para el ascendente Zarato ruso, formado en 1547, en tiempos de Iván IV el Terrible, el primer zar20, sobre la base del gran principado de Moscú y otras provincias.

Cabe subrayar que el concepto de administración de la Iglesia ortodoxa está basado sobre el canon 34 de los Cánones Apostólicos: «Los obispos de cada nación han de conocer [quién es] el primero de ellos y tomarlo como el jefe y no hacer nada importante sin su parecer, y cada cual actúe sólo sobre cosas que tengan que ver con su propia circunscripción y los territorios que de ella dependen; pero ni siquiera aquél [el primero o jefe] podrá hacer nada sin el parecer de todos: de este modo habrá concordia y será glorificado Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo». Otra idea fundamental de la eclesiología ortodoxa y una de las centrales en la filosofía religiosa rusa es la conciliaridad: la unidad orgánica o íntegra de la Iglesia a través de la involucración de toda la plenitud del pueblo de Dios en toma de decisiones.

Continuando con una acotación teórica, querido lector, quisiéramos llamar su atención sobre el hecho de que la Iglesia ortodoxa ha otorgado históricamente una importancia gigantesca a la relación con el Estado. Para la Iglesia ortodoxa, el ideal de esa relación es la sintonía, una concepción bizantina del siglo VI, según la cual las autoridades seculares y eclesiásticas deben mantener entre sí armonía y cooperación, por analogía con la naturaleza humana y la naturaleza divina y la voluntad humana y la voluntad divina de Cristo («inconfundibles e inseparables»).

En 1613, los lazos de parentesco del metropolita Filareto de Rostov con la ex dinastía reinante de Rúrikovich salvaron al país en el Período Tumultuoso (1598-1613), marcado por graves crisis políticas y sociales, conflictos internos, guerras ruso-polacas y ruso-suecas. Fiódor (el nombre laico de Filareto) Romanov, primo del zar Fiódor Ivánovich21, fue una de las figuras más influyentes del séquito del monarca. Después de la muerte de Fiódor Ivánovich, último descendiente directo de Riúrik22, en 1598 empezó una feroz lucha por el poder; Fiódor Romanov y su esposa fueron tonsurados monjes a la fuerza, lo que debería haberlos privado de derechos a la corona. Pero en 1613, la élite rusa, agotada de la inestabilidad total, la ausencia de un zar legítimo y una serie de aspirantes extranjeros a la cabeza del Estado, nominó al trono a Mijaíl Romanov, hijo de Filareto, quien resultó ser el pariente más cercano de los Rúrikovich. Tras la elección del joven Mijaíl, se instaló una nueva dinastía real que gobernará Rusia durante un poco más de 300 años. Filareto (patriarca desde 1619) era co-gobernante con su hijo, usó el título de Gran Soberano y, de hecho, estuvo a cargo de los asuntos políticos.

Entre 1652 y 1666, el trono patriarcal es ocupado por Su Santidad Níkon, uno de los primados rusos más conocidos y controvertidos. Nadie discute su logro sobresaliente: la edificación del monasterio de la Nueva Jerusalén cerca de Moscú, que reproduce el complejo de lugares evangélicos de Tierra Santa. Pero hay opiniones polarizadas sobre la reforma lanzada por él en 1654, durante la cual los ritos y los libros litúrgicos se adaptan a los cánones griegos. Las innovaciones radicales provocan la resistencia fuerte y el cisma: una gran parte de clérigos y creyentes, liderados por el protopapa Avvakum Petrov, y sus herederos siguen las tradiciones y ceremonias antiguas y se denominan «viejos creyentes»; ellos serán perseguidos hasta el siglo XX23. Por otra parte, el patriarca Níkon tiene numerosos admiradores que lo ven como un hombre pío y protector de la Iglesia, más aún, creen que, a causa de la privación injusta del sacerdocio tras el conflicto con el zar Alekséi Mijáilovich y el exilio, debe ser considerado confesor de la fe.

A principios del siglo XVIII, Pedro I el Grande, notorio y polémico zar reformador, fundador de la nueva capital del país, San Petersburgo, promotor del acercamiento entre Rusia y Europa24 y autor de la ley de libertad religiosa, cambió sustancialmente el sistema de gobierno de la Iglesia ortodoxa rusa, implementando un enfoque protestante: reemplazó al patriarca por el Santísimo Sínodo Gobernante, un órgano colegial, subordinado al monarca («último arbitro de este Colegio») y controlado por el procurador general («ojo del Soberano»). Las sesiones del Sínodo, compuesto por obispos y clérigos, fueron presididas por el miembro preeminente, un jerarca jefe de una de las diócesis más prestigiosas: de Nóvgorod, Moscú, San Petersburgo y Kiev. En 1721, el Senado Dirigente25 y el Santísimo Sínodo Gobernante proclamaron a Pedro padre de la Patria y emperador de toda Rusia, y la Iglesia ortodoxa se hizo parte de la estructura gubernamental del Imperio ruso.

En la Iglesia ortodoxa rusa, la reforma eclesiástica de Pedro el Grande es percibida como una de las mayores tragedias, ya que en el llamado período sinodal (1700-1917), en lugar de la sintonía, estuvo en vigor el cesaropapismo, una teoría propia del siglo XVIII que supone la unificación en persona de un monarca del poder político y el poder religioso.

Tercera Roma

Casi todas las doctrinas mesiánicas, inventadas en Rusia, están arraigadas en aspectos religiosos. La quintaesencia de la Rusia perfecta y una versión ortodoxa de la Atlántida y El Dorado es Kítezh, una ciudad sagrada con muros de piedra blanca, iglesias con cúpulas doradas, majestuosos monasterios, hermosas casas de madera. La leyenda cuenta que la ciudad estaba ubicada en el poderoso principado de Vladímir-Súzdal, en una isla en el lago Svetloyar, y se hundió en vísperas de la invasión mongola en los años 1230. Se dice que cuando hace buen tiempo, en el lago se puede oír el repique de campanas, canto de himnos y ver las luces de las procesiones. Únicamente las personas puras de corazón encontrarán el camino a Kítezh.

Más de dos siglos después, una gama de factores internos y externos dio lugar a reflexiones sobre la vocación excepcional de Moscú. Primero, se requería cimentar teóricamente el papel clave del gran principado de Moscú en la liberación de Rus del yugo mongol-tártaro26 en 1480 y en la unificación de las tierras rusas. Segundo, el Concilio de Florencia (1438-1445), convocado por el papa Eugenio IV y autorizado por el emperador bizantino Juan VIII Paleólogo, que terminó con la unión entre la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa de Constantinopla, era interpretado en la Iglesia ortodoxa rusa y en varios sectores del Patriarcado Ecuménico como un perjurio y una señal alarmante del declive espiritual de Constantinopla (Nueva Roma); los ortodoxos conservadores empezaron a meditar sobre un nuevo centro religioso. Tercero, tras la caída de Constantinopla en 1453 y la desaparición de Bizancio, conquistado por los turcos otomanos, surgió el tema de una nueva capital política del Oriente cristiano.

El pináculo de las búsquedas intelectuales del lugar merecedor para Moscú en el mapa mundial, que se desarrollaron en la segunda mitad del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI, resultaron ser dos epístolas del padre Filoféi, un monje de la ciudad noroeste de Pskov, escritas en 1523 y 1524. La frase crucial, querido lector, era: «Dos Romas han caído. La Tercera se sostiene. Y no habrá una cuarta». «¡Nadie reemplazará tu reino de zar cristiano!», aclaró Foloféi al gran príncipe Basilio III de Moscú, cuyo padre, Iván III, había sido casado con Sofía Paleólogo, sobrina del último emperador bizantino Constantino XI. El monje, apoyado en datos históricos y argumentos metafísicos, a veces escatológicos, declaró a Moscú la Tercera Roma, cuya misión es mucho más espiritual que política: defender la verdadera fe. Hasta el día de hoy, el concepto de Moscú como la Tercera Roma influye en las disputas filosóficas y religiosas en Rusia.

En la misma época, el ilustre teólogo, traductor y escritor san Máximo el Griego27 utilizó por primera vez el término «Santa Rus», aunque sus sinónimos (Rus Celestial, Rus de Cristo, Rus de Dios, Reino de Cristo para Rus) ya se habían mencionado en crónicas y folclore. La Santa Rus es un fenómeno dual. Por un lado, es un espacio metafísico bendecido por la verdadera fe (ortodoxa), que reúne el Edén del Antiguo Testamento, la Palestina evangélica y todo el mundo. Por otro lado, la Santa Rus es la Rus terrenal y la población de la Santa Rus es la nación rusa que es el pueblo de Dios.

Siete décadas de construcción de una catedral

El pueblo ruso es muy devoto a los iconos, sobre todo de la Virgen María28. La tradición mariana refleja el papel sobresaliente de la mujer en la sociedad y de la madre en la familia. En la mentalidad nacional, el país se personifica en la imagen de la «Madrecita Rusia». En los momentos más peligrosos de la historia, la gente recurría a los iconos venerados de la Madre de Dios buscando protección. El principal objeto sagrado en Rusia es la imagen milagrosa de la Madre de Dios de Vladímir, el icono más antiguo, pintado por san Lucas Evangelista. A comienzos del siglo XII, este icono había sido trasladado de Constantinopla a Kiev y en 1155 era llevado a Vladímir por el gran príncipe Andréi Bogoliubski. En 1395, cuando el conquistador turco-mongol Tamerlán invadió a Rusia, el icono de la Madre de Dios de Vladímir fue llevado a Moscú. El hecho de que las tropas de Tamerlán, sin alguna razón evidente, se dieran la vuelta y se dirigieron a Asia, fue visto como un milagro. Y en el lugar de recibimiento del icono se erigió el monasterio Srétenski29.

En el Zarato ruso y el Imperio ruso existió la tradición de inmortalizar los logros remarcables con templos y monasterios. Iván el Terrible elogió el triunfo sobre el kanato de Kazán en 1552 con la edificación en la Plaza Roja de la iglesia de la Intercesión de la Santísima Madre de Dios, conocida en el mundo como la Catedral de San Basilio, actualmente el edificio más emblemático de Rusia. En 1812, el emperador Alejandro I mandó construir la Catedral de Cristo Salvador en honor a los que habían combatido y muerto en la guerra contra Napoleón (ese templo —el más grande en Rusia— fue consagrado 71 años después, en 1883). No solo las victorias, sino también las tragedias nacionales fueron marcadas por la construcción de templos conmemorativos: así, en el lugar del fatal atentado contra el emperador Alejandro II en San Petersburgo, cometido el 1 de marzo30 de 1881, se erigió la iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada.

La predicación del stárets Savva sobre el «ejército del Anticristo»