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Se necesita amante para el jefe. Rocco Losi era famoso por ser el mejor en su campo... además de por ser arrogante y exigente. Y no hizo más que obedecer a su reputación al tratar de despedir a Amy Logan. Lo que no sabía era que Amy no se marcharía sin luchar. ¿Quién demonios era esa rebelde que se creía con derecho a llevarle la contraria... y a seducirlo? Y Rocco no tardó mucho en considerar la idea de no dejarla marchar... y convertirla en su amante.
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Seitenzahl: 171
Veröffentlichungsjahr: 2013
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Cathy Williams. Todos los derechos reservados.
SE NECESITA AMANTE, Nº 1555 - Noviembre 2013
Título original: The Italian Tycoon’s Mistress
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3879-6
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Se puede saber qué es esto?
Aquello, más que una pregunta, era una orden para conseguir una explicación inmediatamente. Ese tipo de preguntas había sido la tónica habitual durante los dos últimos dos días. Rocco Losi había llegado a Construcciones Losi para hacerse cargo temporalmente de la compañía.
Richard Newton miró preocupado lo que Rocco estaba señalando en las hojas que tenía sobre la mesa.
–Se trata de una de las filiales –explicó inclinándose hacia delante para poder leerlo.
–¿Una de las filiales? ¿Dónde están los documentos sobre esa filial? –preguntó Rocco levantándose bruscamente de su asiento sin dejar de mirar fijamente al hombre canoso que tenía frente a él y que estaba en un evidente estado de nerviosismo.
Aquello se estaba convirtiendo en una pesadilla y, por lo que Rocco estaba advirtiendo, el nivel de los ejecutivos de la empresa dejaba mucho que desear. Era un milagro que la compañía de su padre diera beneficios teniendo en cuenta la falta de iniciativa de los directores, todos ellos hombres entrados en años. Richard Newton, el director de contabilidad, era uno de los miembros más jóvenes del comité de dirección aunque Rocco no hubiera apostado nunca por él. De hecho, en su compañía aquel hombre apenas hubiera durado cinco minutos.
Claro que no podía olvidar que el ritmo de vida en Nueva York era más acelerado que allí, en Inglaterra.
Rocco apoyó las manos en el escritorio de su padre y se dirigió a su interlocutor en tono autoritario.
–Escúcheme atentamente, señor Newton. Me he visto obligado a dejar mi empresa de Nueva York debido a circunstancias ajenas a mi voluntad. Ahora que estoy aquí, no tengo intención de dejar que las cosas continúen como están. No quiero tener que estar haciendo preguntas continuamente porque espero que toda la información que necesite sobre la compañía de mi padre esté sobre esta mesa, esperando a que yo la lea. ¿Ha quedado suficientemente claro?
Rocco Losi mantuvo la mirada fija en el hombre sentado frente a él sin ápice de compasión. No había ido hasta allí para ser amable con nadie ni para hacer amigos. Estaba allí para hacerse cargo temporalmente de la compañía de su padre hasta que se recuperara y entonces él pudiera regresar a Nueva York, la ciudad que había sido su casa durante los últimos diez años.
No estaba dispuesto a hacer una labor superflua; ése no era su estilo. Había ido hasta allí en contra de sus deseos, y estaba dispuesto a hacer todo lo posible para conseguir que Construcciones Losi se convirtiera en una de las compañías más importantes.
Inmediatamente, los documentos que había solicitado fueron depositados sobre su mesa. Sin siquiera molestarse en mirar a Richard Newton, Rocco le ordenó que se quedara donde estaba para aclarar cualquier duda que pudiera surgirle. Se tomó su tiempo para estudiar los papeles, ignorando en todo momento al contable que esperaba pacientemente al otro lado de la mesa.
Tras unos largos minutos, Rocco levantó la cabeza y se quedó mirando en silencio a Richard Newton.
–Explíqueme la importancia de este apunte contable en la cuenta de beneficios de la compañía –dijo y se quedó a la espera de una respuesta.
Sabía por su propia experiencia que el silencio podía ser muy efectivo para conseguir respuestas sinceras.
–Sí, bueno... La compañía de su padre siempre ha logrado buenos beneficios. Ya sabe que es una de las mejores empresas de construcción que existen. Y... bueno, con el auge que ha tenido en los últimos años la vivienda y que todavía durará unos años más... las cosas van bastante bien como puede apreciar en la contabilidad. Bueno, yo diría que van muy bien –contestó nervioso. Rocco se quedó sorprendido de aquella respuesta evasiva, pero decidió no decir nada y en su lugar, continuó mirando fijamente a Richard Newton–. En cuanto al apunte contable al que se refiere, quizá no entienda cómo funcionan las cosas aquí, señor Losi. Quiero decir que usted está acostumbrado a otra manera de operar...
–Quiero que me dé una respuesta clara y concisa, señor Newton. Usted es el director de contabilidad y estoy seguro de que puede hacerlo.
–Esta filial es una de las más importantes de la compañía. Amy Hogan se ocupa de ella. Podríamos decir que se ocupa de la consecución de beneficios además de...
Rocco frunció el ceño.
–Ese nombre no me suena. Creía que había conocido a todas las personas que ocupan los puestos directivos de la empresa.
–Es que ella no trabaja en este edificio. Tiene una oficina cerca de Birmingham y viaja a menudo.
–¿Qué puesto ocupa?
–Ella es uno de los directivos que...
–Pedí que me fueran presentados todos los directivos –dijo con rotundidad.
–Sí, lo sé, pero no pudo venir ayer.
–¿Por qué? –preguntó Rocco enojado–. ¿Estaba de viaje fuera del país?
–Dijo que estaba ocupada.
–¿Que estaba ocupada? –repitió furioso Rocco.
Había dado instrucciones precisas desde el momento en que había llegado a aquella compañía. Estaba acostumbrado a que sus órdenes fueran acatadas de inmediato, por lo que la sola idea de que alguien las había infringido lo exasperaba.
–Amy trabaja mucho –dijo Richard tratando de calmar a Rocco–. Precisamente ahora está ocupándose de un gran proyecto.
–¿No será uno de esos proyectos altruistas?
–Se trata de rehabilitar un centro social en estado ruinoso en el centro de la ciudad –respondió Richard.
Rocco estaba al límite de su paciencia. Aquello era inaudito. Era un hombre seguro de sí mismo, acostumbrado a hacer valer su poder e influencia. Sabía cómo resolver eficazmente los problemas que se presentaban en el día a día de una gran empresa. Sin embargo, era la primera vez que alguien no acudía a una de sus reuniones alegando que tenía cosas más importantes que hacer. Aquello, sencillamente, lo sacaba de sus casillas.
Se inclinó hacia delante y apoyó las manos sobre la mesa.
–Le voy a encargar algo, señor Newton. Tan pronto como salga de este despacho, quiero que telefonee a la señorita Hogan y le diga que iré a hacerle una visita esta misma tarde. Confío en que me espere en su oficina, no importa lo ocupada que esté, a las tres en punto. Si no está allí, dígale que se dé por despedida.
Richard Newton abrió la boca para decir algo, pero se quedó callado. Asintió con la cabeza y salió del despacho con una inmensa sensación de alivio, dejando a Rocco sumido en sus pensamientos.
Si su padre y él hubieran mantenido algún tipo de comunicación, habría llegado con alguna idea de lo que se iba a encontrar. El enfrentamiento que habían tenido años atrás lo había obligado a buscarse la vida al otro lado del Atlántico. Por ello, había llegado a Inglaterra sin conocer el estado de la compañía de su padre y si obtenía beneficios o no.
Se pasó la mano por el cabello y pidió a su secretaria que le organizara el viaje hasta el centro de la ciudad, hasta la oficina que ocupaba la señorita Hogan. El resto de la mañana lo dedicó a estudiar las cuentas de pérdidas y ganancias, preparando informes en el ordenador y a atender llamadas del otro lado del Atlántico.
A las dos en punto, su secretaria lo interrumpió para decirle que el chófer acababa de llegar para llevarlo a la ciudad.
No estaba seguro de lo que iba a encontrarse. Imaginaba que sería una casa victoriana de altos techos. La sede de Construcciones Losi estaba ubicada a las afueras de Stratford, en un edificio de época, todo lo contrario que sus oficinas en Nueva York, que se encontraban en pleno centro, en un moderno rascacielos.
Se quedó sorprendido cuando el coche se detuvo ante un local pequeño y de aspecto abandonado enclavado en mitad de un barrio marginal.
–¿Está seguro que éste es el sitio? –preguntó Rocco, con el ceño fruncido, al chófer.
Un grupo de jóvenes holgazaneaban a la puerta del local.
–Desde luego, señor. He venido en más de una ocasión a recoger a la señorita Hogan cuando se le ha estropeado el coche.
–¿Y eso ocurre con frecuencia?
–Sí. Le gusta mucho el viejo Mini que tiene –contestó Edward–, aunque le juegue malas pasadas de vez en cuando.
Rocco gruñó al oír aquello. Abrió la puerta y bajó del coche. Una vez fuera, se agachó para hablar al chófer a través de la ventanilla.
–Lo llamaré en cuanto haya terminado aquí.
–Sí, señor.
Rocco no pensaba estar más de una hora. No tenía ninguna intención de revisar documentación alguna con aquella mujer. Eso lo podía dejar para otro día en la comodidad del despacho de su padre. En esta ocasión, tan sólo quería darle a entender que todas aquellas tonterías acerca de construir viviendas para los más desfavorecidos se acabarían si su padre se veía imposibilitado para volver al trabajo. Si la compañía quería hacer donaciones, había otras maneras de hacerlo que adicionalmente podrían reportar importantes rebajas fiscales. Pero tenía claro que la empresa debía dedicar todos sus recursos a la obtención de beneficios y no a hacer obras de caridad.
Con ese objetivo en su cabeza, Rocco entró en la oficina y se encontró con un ambiente que nunca antes había visto: muebles baratos, alfombras raídas y un gran desorden alrededor. No había recepción. Cinco escritorios llenaban aquella estancia que era mucho más pequeña que su despacho de Nueva York. Una pared estaba cubierta de planos. Las ventanas estaban sucias y a medio abrir, por lo que apenas circulaba aire fresco. Un viejo ventilador de techo amenazaba con hacer volar los papeles que se hallaban sobre las mesas.
En aquella desagradable atmósfera, había cinco personas trabajando que se habían detenido nada más verlo entrar y que ahora lo observaban con curiosidad. Eran tres hombres y dos mujeres, todos ellos de unos veinte años.
–Estoy buscando a Amy Hogan –dijo Rocco, dando un paso al frente.
–¿Qué es lo que quiere? –preguntó uno de los hombres, interponiéndose en el camino de Rocco.
–He venido a ver a la señorita Hogan.
–Y, ¿quién es usted?
–Rocco Losi. Tengo una reunión con la señorita Hogan, por si no lo sabe.
–No me ha dicho nada. Por cierto, ¿cómo está su padre? Yo me llamo Freddy. Siento haberle hablado así, pero en este lugar uno no se puede confiar –dijo el joven alargando la mano para estrechar la de Rocco.
–Hace quince días la oficina fue asaltada –intervino una de las mujeres–. Tres individuos rompieron ese cristal y se llevaron todo lo que pudieron. La alarma no sirvió para nada.
–La policía tardó diez minutos en llegar. Para entonces, ya se habían ido.
–El pobre señor Singh se llevó un buen susto.
–Ya veo que ha conocido a todo mi equipo –dijo una cálida voz femenina. Rocco levantó la mirada y vio a una mujer en la puerta, vestida de manera informal con unos vaqueros, una camiseta de tirantes y unas zapatillas–. Soy Amy Hogan y usted debe de ser el hijo de Antonio.
El nombre de su padre pronunciado por aquella voz lo estremeció. Ella lo miraba con una amplia sonrisa que él le devolvió de manera forzada. Era una mujer menuda, de apenas un metro sesenta de estatura, con el pelo castaño y los ojos marrones y con pecas a ambos lados de su pequeña nariz.
Rocco se quedó observándola y preguntándose cómo su padre había contratado a una mujer tan joven para manejar a su libre antojo una gran suma de dinero y destinarlo a centros sociales, albergues, parques... No había visto su currículum vitae, pero decidió que sería lo primero que haría tan pronto regresara a la oficina de su padre.
–¿Podemos ir a otro sitio para hablar a solas? –preguntó Rocco acercándose a ella.
–Vamos a mi oficina.
Era muy alto y guapo, observó Amy, que apenas podía dejar de observarlo. Debía de medir casi dos metros de altura. Tenía la piel morena y el pelo negro, que contrastaba con unos ojos de intenso color azul.
Richard tenía que haberla avisado de su imponente aspecto; así no estaría allí balbuceando sin saber qué decir. Por suerte, sí le había hablado de otros aspectos de Rocco, especialmente de su carácter arrogante, del que ya se había percatado tan pronto lo había visto.
–¿Quiere beber algo? –preguntó Amy con una gran sonrisa–. Café, té. Olvide el café. Hace dos días que se acabó y todavía no hemos ido a comprar más. Así que las únicas opciones son té o agua.
–Estoy bien, no se preocupe. Enseguida me marcharé.
Amy se encogió de hombros y lo guió hasta su oficina. Era otra habitación, más pequeña que la anterior, pero en el mismo estado de desorden. Había un escritorio, tras el que ella se sentó y un par de sillas. Le hizo un gesto a Rocco para que se sentara.
Sorprendido, miró a su alrededor antes de prestar atención a Amy.
–¿Qué puedo hacer por usted? –preguntó ella, sonriendo educadamente.
–Ayer le pedí que viniera a verme al despacho de mi padre.
–Sí, lo siento. Estuve muy ocupada y no pude ir. ¿Cómo está su padre? Estuvimos muy preocupados cuando nos enteramos de que estaba enfermo con neumonía. Unos días antes de enfermar, me había dicho que no se encontraba bien. Fui a verlo al hospital, pero lo encontré tan débil que no me pareció una buena idea volver a visitarlo.
–Dejemos una cosa clara, señorita Hogan. No quiero permanecer aquí más tiempo del necesario. Mientras mi padre se recupera, espero que cada miembro de la plantilla coopere conmigo. Incluida usted.
Amy dejó de sonreír y lo miró fríamente.
–Ruego acepte mis disculpas. Ahora, por favor, dígame qué puedo hacer por usted.
Richard había acertado plenamente en el motivo de la visita de Rocco a pesar de que ella estaba convencida de que todo lo que querría sería conocer los proyectos en los que estaban trabajando. Ahora se daba cuenta de que había sido demasiado ingenua.
–Lo primero que puede hacer es hablarme de los estudios que ha realizado.
–¿Cómo dice?
–Sí. ¿Qué ha estudiado usted?
–¿Para qué quiere saberlo? –preguntó Amy sonrojándose–. Antonio siempre ha confiado en mí y...
–Mi padre no está actualmente a cargo de la compañía –la interrumpió–. Tal y como está, es posible que no pueda volver a trabajar y, en ese caso, es mi deber dirigir la compañía y conseguir que todo esté en orden antes de que abandone el país.
A pesar del ventilador que estaba ruidosamente en marcha, aquella habitación era un horno, por lo que Rocco se subió las mangas de la camisa. No entendía cómo aquella gente podía trabajar en ese lugar. Su primer verano en Nueva York, antes de comenzar su ascendente carrera, lo había pasado en un sitio como aquél, pequeño y caluroso. De eso hacía ya diez años. Ahora, vivía en un lujoso y confortable apartamento decorado con muebles de los más destacados diseñadores y con un moderno sistema de aire acondicionado.
–¿Qué tiene eso que ver con mi formación, señor Losi? –preguntó Amy.
Rocco se inclinó hacia delante.
–Le seré franco, señorita Hogan. Me estoy dando cuenta de que la compañía de mi padre arroja beneficios gracias al azar más que a una buena estrategia. El negocio de la construcción está en pleno auge y mi padre se mantiene en el mercado gracias a la buena reputación que ha mantenido su compañía a lo largo de los años. Pero no veo que los directivos se molesten en crear nuevas líneas de negocio. Se conforman con lo que hay y no se dan cuenta de que en cualquier momento, otras compañías más agresivas pueden perjudicarnos. Y por si todo esto fuera poco, me encuentro con que una jovencita tiene a su disposición una gran cantidad de dinero para entretenerse jugando a hacer obras de caridad.
–¿Se refiere a mí, señor Losi?
–Veo que es usted muy lista –contestó Rocco con ironía reclinándose sobre el respaldo de la silla y mirándola con indiferencia.
Parecía inteligente, pensó Rocco, pero aquella mujer no tendría más de veinte años.
–Tengo veintiséis años, aunque no sea asunto suyo.
–Ahí se equivoca. Claro que es asunto mío. Ahora soy su jefe y como tal, quiero saber qué experiencia tiene para manejar todo ese dinero. ¿Quién es su superior inmediato?
–Siempre ha sido su padre.
–¿Me está diciendo que está autorizada a hacer lo que le plazca y construir refugios para mendigos y todas esas cosas?
Amy sintió cómo su enojo iba en aumento. Aquel hombre no sólo era arrogante. Era frío como el hielo. No podía echarlo de su oficina porque, tal y como acababa de decirle, actualmente era su jefe y podía llegar a serlo definitivamente si su padre se veía obligado a dejar de trabajar. Antonio tenía más de setenta años y la neumonía podía dejarlo en estado débil.
–Deduzco por sus comentarios que lo siguiente que va a decirme es que no sé hacer bien mi trabajo.
–¿Por qué habría de decirle algo así? –dijo Rocco con ironía mirando las sucias paredes, la alfombra raída y las viejas baldas llenas de libros.
–Es usted una persona muy arrogante, señor Losi.
–Haré como si no la hubiera escuchado.
–Y una cosa más, el estado de mi oficina no tiene nada que ver con cómo desarrollo mi trabajo. Quizá las cosas sean diferentes en Nueva York.
Rocco no daba crédito a lo que estaba escuchando. ¿Quién se creía aquella mujer que era para hablarle así? Aquello era una novedad para él.
–Creo que nos estamos alejando del tema que me ha traído hasta su oficina, señorita Hogan –dijo él con voz fría y distante–. Por orden de prioridades, primero quiero saber qué experiencia laboral tiene. Luego, quiero que me enseñe el proyecto en el que está actualmente trabajando, con un detalle de los costes. Además, necesito tener mañana por la mañana sobre mi mesa un informe indicando el dinero que se ha destinado a proyectos en áreas marginales. No olvide destacar aquellos que hayan reportado beneficios a la compañía.
Amy soltó una carcajada.
–Eso no es posible.
–Lo siento, creo que no la he escuchado bien.
–No hay modo de que pueda tener todo eso listo para mañana. De todas formas, Richard debe de tener información. ¿Quería algo más? –dijo Amy. Se puso de pie y alargó su mano para estrechar la de Rocco a modo de despedida.
–Vuelva a sentarse, señorita Hogan. Todavía no he acabado.
–Podría tenerle lista esa información para finales de esta semana –dijo ella dejándose caer sobre su silla y mirando con desesperación al hombre que tranquilamente estaba sentado frente a ella.
–Así que tiene veintiséis años –dijo Rocco pausadamente. Cruzó las piernas y se acomodó en su asiento. Aunque en un principio había pensado marcharse enseguida, estaba disfrutando de la conversación con aquella mujer tan inteligente y con tanta personalidad–. Eso quiere decir que lleva trabajando en Construcciones Losi... ¿cuánto? ¿Cuatro años? Por lo que se ve, se ha hecho valer mucho en poco tiempo.
–Llevo diez años –lo corrigió Amy.
–¿Diez años? Eso es imposible.
–¿Por qué es imposible?
–¿En qué año terminó la universidad?
Se hizo un tenso silencio entre ellos.
–No fui a la universidad, señor Losi. Empecé a trabajar en la compañía de su padre al poco tiempo de acabar el instituto –dijo Amy desviando la mirada de aquellos ojos azules que la observaban. Rocco se quedó sorprendido–. No todo el mundo tiene la suerte de poder ir a la universidad.
–¿Quiere decir que no obtuvo las calificaciones necesarias para ingresar en la universidad?
Amy inspiró profundamente y lo miró.
–Mi madre murió cuando yo era pequeña y mi padre se hizo cargo de mí. Cuando tenía catorce años le diagnosticaron la enfermedad de Alzheimery dos años más tarde tuvo que ser ingresado en una residencia. No pude seguir estudiando. Encontré trabajo en la compañía de su padre y tuve la suerte de vivir con una familia de acogida hasta que fui mayor de edad y pude instalarme por mi cuenta. Me habría gustado seguir estudiando e ir a la universidad, pero no pude hacerlo.
Amy se quedó jugueteando con un bolígrafo entre las manos. Sabía que Rocco la estaba observando. Ahora él sabía que no tenía una formación universitaria.
–Está bien. Así que todos sus conocimientos se basan en su experiencia laboral. Y, ¿qué fue de su padre?