Secretos en la isla - Trish Wylie - E-Book

Secretos en la isla E-Book

TRISH WYLIE

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Beschreibung

Garrett Kincaid podía ayudar a la bella Keelin O'Donnell a descubrir los secretos de su pasado, pero nunca podría entregarle su corazón. Garrett sabía que la vida de Keelin estaba en otro lugar. Lo que no imaginaba era que el poder de la isla iba a cautivar a Keelin y a darle el valor que necesitaba para enfrentarse al futuro. Un futuro que pensaba compartir con él.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Trish Wylie

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Secretos en la isla, n.º 2162 - septiembre 2018

Título original: Bride of the Emerald Isle

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-634-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

KEELIN O’Donnell había sido siempre una persona que prefería la mañana. Pero aquel día estaba poniendo a prueba su preferencia por las mañanas.

Hizo una pausa, miró calle abajo y suspiró. La casa debía de estar cerca. ¿Moría todavía la gente en los páramos?

Hubo un ladrido que venía de algún sitio cercano.

–Genial –protestó en voz alta–. Ahora voy a ser devorada por perros salvajes…

El ladrido volvió a sonar cerca y ella intentó buscar con sus ojos azules el lugar de donde provenía. La niebla de la mañana estaba cediendo y podía ver algo más que la silueta de los viejos muros de piedra a cada lado: delante de ella se extendían campos aún húmedos por el rocío de la mañana.

Podía oír el ruido del mar como música de fondo y olerlo en el aire. Pero aún con el tranquilizador ritmo de las olas golpeando en las rocas ella se sintió la última persona sobre la tierra. Hasta que su vista periférica vio una sombra entre la niebla.

Los ladridos sonaron más cerca también. Y entonces una voz llamó a uno de los perros, seguido de un silbido. Así que Keelin supo que se trataba de una figura masculina. Un hombre que caminaba en dirección a ella, como en un sueño, como si fuera un fantasma del amanecer.

Salió el sol e iluminó un mechón del cabello negro del hombre. Y Keelin se quedó de pie, inmóvil, mientras él se acercaba más y la miraba directamente.

El hombre era impresionante.

Parecía salido de un anuncio de ropa vaquera.

Cuando él avanzó por aquella tierra irregular con dos perros Springer Spaniel a su lado, ella se sintió transportada en el tiempo.

Debía de ser por la ropa. Llevaba un abrigo de piel vuelta, y un bastón. Parecía Heathcliff, el personaje de Cumbres borrascosas.

Keelin sintió que se le secaba la boca. ¿De dónde había salido aquel hombre tan sexy? Era un desperdicio que hubiera aparecido en la costa del Condado de Kerry, pensó Keelin.

–Buenos días.

¡Dios! ¡Hasta la voz era seductora! ¿Sería real?

Keelin lo miró cuando él estuvo más cerca. Después de todo, siempre había suspirado por hombres altos, morenos y atractivos. ¿Y quién no?

«¡Di algo, Keelin!», se dijo.

Silenciosamente carraspeó y dijo un sensual:

–Hola.

El hombre siguió mirándola.

–¿Está perdida?

Podría haberlo estado, después de mirarlo…

–No, según las indicaciones del hombre del hotel.

–¿Patrick? –el hombre sonrió brevemente.

Y ella notó los hoyuelos en sus mejillas.

–Le dijo que estaba a una zancada de aquí, ¿verdad?

Ella asintió.

–Es una broma que suele hacerle a los incautos, ¿no?

–Me temo que sí –respondió el hombre, y alargó una mano para acariciar a uno de los perros, que movía el rabo–. ¿Adónde quería llegar?

–A Inishmore House.

Keelin intentó no sentirse celosa de un perro. Después de todo, nadie había palmeado su cabeza desde que tenía nueve años, y entonces lo odiaba.

–Se supone que debía estar por aquí. He leído en un folleto que esta isla sólo tiene doce kilómetros de un extremo a otro, así que no puede ser mucho más lejos… Si no me caería por la otra orilla.

–Oh, le quedan un par de kilómetros todavía para que suceda eso.

–Eso me tranquiliza.

Él se acercó al muro de piedra que los separaba. Uno de los perros se asomó y movió una de las piedras con sus patas.

Keelin le sonrió en respuesta y luego volvió a mirar al hombre. Éste tenía unos ojos marrones sensacionales. Pero ella sabía que unos ojos así podían llevarla a sufrir.

–¿Qué la trae a Inishmore House?

Aquello era como decirle: «¿Qué hace una chica guapa como tú en un sitio como éste?», pensó Keelin.

Pero ella no había hecho un viaje tan largo para buscar un nuevo amor, ¿no? A esas alturas de su vida no necesitaba otra complicación.

No. Tenía cosas más importantes de que ocuparse. No podía permitirse distraerse tanto.

Así que cambió el tono de voz, pasó a uno menos cálido y más frío y le dejó claro que tenía algo importante que hacer.

–Estoy buscando a alguien. ¿Queda cerca?

–A una zancada de aquí.

–Muy gracioso.

El hombre se rió controladamente.

Aquella profundidad de su risa le llegó muy dentro y la estremeció.

Debía de ser algo de la atmósfera lo que le producía aquella reacción.

Debía de sentirse seducida por la situación.

¿Sería por escapar de aquello que había ido a descubrir?

No había tiempo para fantasías.

No había ido hasta allí para sentirse afectada por un hombre atractivo.

–Si pudiera señalarme la dirección correcta, por favor… Eso me sería de gran ayuda, gracias.

–Puedo hacer bastante más que eso –él dejó su bastón en el muro y lo saltó, apoyándose en una mano. Luego la miró y agregó–: La llevaré allí.

Keelin había leído demasiadas historias de asesinatos, y aquel hombre le resultaba lo suficientemente peligroso por su aspecto y su voz como para permitir que la acompañase.

–No, no se moleste, gracias. Puedo encontrarlo sola si usted me señala el camino.

–Yo voy en esa dirección.

Con ella, no, pensó Keelin.

–No, de verdad, gracias. Estoy segura de que puedo…

–¿Ya no quedan caballeros en las grandes ciudades?

No muchos, pensó ella. Pero ése no era el tema.

–Usted es un extraño. No lo conozco.

–Bueno, eso se remedia fácilmente –extendió la mano–. Soy Garrett…

–No me hace falta saber quién es usted. Lo siento. Sólo necesito llegar adonde voy. No estoy aquí para que me recojan extraños en el medio de la nada.

El hombre bajó la mano.

–Es usted un poco engreída, ¿no?

Keelin vio un brillo burlón en sus ojos. Al parecer, el extraño se estaba divirtiendo un poco. Pero era muy tentador.

No obstante no iba a dejarse llevar por un hombre atractivo.

Su madre había ido un día allí y se había dejado llevar por otro hombre, ¿y adónde la había llevado aquello?

–Oiga, señor…

–Garrett.

Ella frunció el ceño. Si su intento de poner distancia y frialdad con aquel extraño no resultaba, tendría que ser más directa.

–Garrett. Estoy segura de que habrá muchas turistas con las que puedas divertirte de vez en cuando… Pero yo no soy una de ellas, ni estoy interesada en divertirme. Tampoco estaré aquí el tiempo suficiente como para dejarme llevar por tu encanto rústico… Así que, ¿por qué no me indicas el camino? Te prometo que diré a la Oficina de Turismo que la gente del lugar es muy amable.

–Acabas de decir que no eres una turista.

–No lo soy.

–Entonces, ¿cómo vas a decirle a la Oficina de Turismo que tengo un encanto rústico?

Keelin suspiró.

–Olvídalo. Encontraré el camino por mí misma.

Garrett se puso al lado de ella y, cuando ésta se giró para mirarlo, casi se tropezó con uno de los perros. Garrett le agarró el codo para sujetarla. Ella se apoyó un momento en su fuerza, pero pronto se recuperó, quitó el codo y se apartó. Lo miró a los ojos y le dijo:

–¿Me harías el favor de marcharte, simplemente?

–Ya te dije que voy en esa dirección.

–Bueno, entonces esperaré a que te marches para empezar a caminar.

Keelin se cruzó de brazos, y él sonrió disimuladamente.

–¿Siempre eres tan maleducada con alguien que quiere ser un caballero?

–Sólo cuando estoy perdida en un terreno donde podría ocultarse cualquier asesino.

–¿Tengo aspecto de asesino en serie?

–No hace falta que seas un asesino en serie. Con que puedas asesinarme a mí es suficiente.

–Bueno, yo soy un buen muchacho, te lo juro. Y conozco bien el camino. Tú podrías ir en dirección contraria y caerte por los acantilados, si te dejo. Y eso, definitivamente, arruinaría mi reputación de buen muchacho.

Keelin lo miró.

Luego agitó la cabeza, al darse cuenta de que aquel brillo en sus ojos significaba que le estaba tomando el pelo. Garrett no tenía nada de amenazador. Aunque era extraño que estuviera tan segura de ello después de apenas diez minutos de conocerlo. Era todo muy surrealista.

Le hacía falta un café, un cappuccino tal vez, pensó Keelin.

Ella no dijo nada, y Garrett hizo un gesto con la boca, que parecía demostrar que le divertía la situación.

Uno de los perros debió de notar la tensión en el ambiente porque se puso a dos patas como si quisiera saludarla, dejándole la marca de sus pezuñas en el vaquero.

Keelin se echó atrás. Normalmente le gustaban los perros, pero en aquella situación se sobresaltó.

–¡Abajo, Ben! –dijo Garrett.

El perro obedeció inmediatamente, se sentó al lado de su amo y lo miró con ojos de adoración.

–Oh, impresionante. Genial –dijo ella.

–Son demasiado sociables a veces.

–Es algo muy habitual en estos parajes, ¿no? –dijo ella sarcásticamente.

Él miró las huellas de las patas del perro en su ropa y luego siguió mirando más abajo.

–¿Eso que llevas son botas de agua?

Keelin se miró.

–Sí. Son botas de agua.

Se las había comprado especialmente para el viaje. En Dublín no hacían mucha falta las botas de agua.

Keelin miró el cabello de Garrett: castaño oscuro.

–¿Qué les pasa a mis botas de agua?

–Tienen flores.

–Sí. Soy una chica –respondió Keelin.

–Sí, de eso me he dado cuenta.

Ella se puso colorada.

–Es que las botas de agua suelen venir en verde o negro –le explicó Garrett.

–¿Y en azul marino?

–A veces.

Ella lo miró. Y casi se olvida de todo al ver lo atractivo que era. Se enfadó consigo misma. ¿Cómo iba a excitarse con una conversación sobre botas de agua?

–Me parece que tienes que salir más a menudo de esta isla.

–¿Y explorar la multitud de posibilidades que tienen las botas de agua fuera de estos parajes?

–Exactamente. Ampliar tus horizontes.

Él se acercó.

–Ya ves… Lo haría… Pero soy un chico. Y ocurre que a los chicos nos gustan las botas verdes, negras o azules. Es más práctico.

Keelin tragó saliva.

–Entonces… ¿Estás dispuesta a caminar un poco más, ahora que hemos aclarado el tema de las botas de agua?

–No vas a dejarme ir sola, ¿verdad? –ella lo sabía instintivamente.

Garrett agitó la cabeza.

–No.

¡Maldita caballerosidad! ¿A quién se le ocurría en los tiempos actuales?, pensó ella.

Keelin desvió la mirada, suspiró y dijo, resignada:

–Bueno, ve delante, entonces. Pero, te lo advierto, he tomado clases de defensa personal.

Él se rió por lo bajo y luego dijo:

–Ha estado demasiado tiempo en la ciudad…

–¿Qué te hace estar tan seguro de que soy de la ciudad?

–Se te ve. Tienes aspecto… –la miró–. Caro.

–¿Me estás llamando burguesa?

–¿Y no es así?

Si él supiera, pensó ella.

–Si me conocieras mejor, sabrías que soy lo menos burgués del mundo. Pero, por favor, no te cortes en formarte una idea prejuiciosa sobre mí.

–Es por eso que estás disfrutando tanto de estar en la isla, ¿no? –comentó con ironía Garrett.

No, ése no era el motivo por el que no estaba disfrutando de la isla.

Ella miró el camino que bordeaba el muro de piedra. Un poco más allá había una bifurcación. Cualquiera de los dos caminos podía ser la dirección correcta.

Keelin suspiró y confesó:

–No es culpa de la isla. Me pongo tensa cuando estoy nerviosa.

–Y yo te estoy poniendo nerviosa, ¿verdad?

Ella lo miró y, con una sonrisa malévola, respondió:

–¿Y ahora quién es el engreído?

Él sonrió. Se le formaron unos hoyuelos en las mejillas.

¡Dios, qué sonrisa!, pensó ella, y rió.

–Así me gusta más –dijo Garrett, riéndose y acercándose a su oído–. ¿Ves? Ahora pareces menos burguesa.

Ella estaba sonriendo aún cuando Garrett llamó a los perros con un silbido.

–¿Coqueteas con todas las mujeres que se pierden en la isla?

Él le clavó la mirada, y dijo:

–A lo mejor eres tú quien saca esa parte de mí.

Keelin puso los ojos en blanco. Y él volvió a reír suavemente.

Luego caminaron un rato en silencio.

–¿Y por qué estás nerviosa?

–Digamos que todavía no sé bien qué estoy haciendo aquí.

–¿Conoces a alguien de Inishmore?

–No. Todavía, no.

–¿Te espera alguien? –preguntó él después de un momento.

–No, no lo creo.

Él asintió con la cabeza, como si estuviera confirmando algo que había supuesto.

–Entonces, ¿traes malas noticias?

Keelin miró hacia el cielo, y dijo:

–Algo así.

Garrett la miró con una sonrisa, y dijo:

–A nadie le gusta llevar malas noticias. No me extraña que estés nerviosa.

Keelin lo miró, fascinada por su sonrisa.

Garrett apretó su codo suavemente y comentó:

–No son mala gente. No matarán al mensajero.

–Eso depende de lo que les diga el mensajero, ¿no crees?

Garrett levantó una ceja y preguntó:

–¿Son culpa del mensajero las noticias?

–No –susurró ella.

Ella había pensado que estaba mejor preparada para aquello de lo que estaba, pensó.

Había reflexionado consigo misma que, si la rechazaban, sabría encajarlo. Pero la verdad era que una parte de ella se sentiría herida si la rechazaban. Y si no averiguaba lo que estaba buscando.

Tal vez hubiera sido mejor dejarlo correr y seguir adelante con su futuro, en lugar de estar a punto de confesarle algo a un desconocido.

Garrett presionó suavemente su codo, sacándola de su melancolía, de manera que ella tuvo que levantar la mirada.

Garrett sonrió cálidamente y ella sintió el calor de su sonrisa en su pecho. Y aquello la tranquilizó un poco.

Lo miró con curiosidad.

No había conocido a ningún hombre como él. Tenía algo que la fascinaba.

Era irresistible. Sí, «irresistible» era una buena palabra.

Él le soltó el codo.

–Dermot Kincaid es un buen hombre. Escuchará lo que tengas que decirle, sea lo que sea.

Keelin agrandó los ojos, sorprendida.

–¿Lo conoces?

–Sí. Lo conozco. Y a juzgar por tu mirada de hace un minuto, el motivo por el que lo has venido a ver es importante. Él se dará cuenta y te escuchará. No todos los habitantes del pueblo son asesinos en potencia.

A ella le costaba respirar. Por fin pudo preguntar:

–¿Qué aspecto tiene?

–El aspecto normal de un hombre a su edad. Ha vivido mucho, así que tiene bastante sentido común, lo que puede ser molesto cuando crees que tienes razón y él sabe que no la tienes… Y como tiene ciertas ideas formadas a lo largo de su vida, puede ser muy cabezón cuando quiere –le sonrió brevemente, y se le formaron hoyuelos en las mejillas–. Pero sabe apreciar la belleza en una chica, así que no tendrás problema.

Keelin se puso colorada otra vez.

Garrett se dio cuenta. Se rió y dijo:

–Sí, le gustarás, aunque podría ser tu padre por la edad.

Ella se alegró de que él girase la cara en el momento de pronunciar sus últimas palabras.

–La casa está allí… –Garrett se la señaló con el dedo.

Era una casa de piedra grande en medio de una granja.

Ella se quedó petrificada. Al verla inmóvil, Garrett le preguntó:

–¿Qué sucede?

Keelin frunció el ceño. Se había sentido tan impresionada al ver la casa que se había olvidado de que él estaba allí. No podía explicarle por qué le costaba tanto dar los últimos pasos hacia allí. Garrett no podría comprender que a ella le hubiese costado toda la vida llegar hasta allí.

Así que buscó una respuesta menos comprometida.

–¿Y no podrías haberme dicho que la casa estaba pasando la siguiente curva?

Él sonrió lacónicamente.

–¿Y estropear la diversión?

Keelin levantó la barbilla y pasó por delante de él.

–Realmente te hace falta salir un poco de esta isla –dijo, altiva, y siguió caminando.

Ella no se dio cuenta de que él seguía caminando detrás de ella hasta que sus perros se detuvieron moviendo la cola delante de la puerta de una cerca mientras esperaban que se abriese.

Keelin se detuvo, los miró y luego dirigió la vista a Garrett mientras éste abría el cerrojo.

–No hace falta que me acompañes hasta la casa. Puedo ir sola desde aquí.

–Ya te he dicho que voy en esta dirección.

–No creo que te hayas referido a llegar hasta la casa.

Garrett dejó la puerta abierta para que pasara ella. Los perros habían entrado primero.

–Tengo que entrar. Vivo aquí.

Keelin lo miró, sorprendida.

–¿Vives aquí?

Garrett asintió con la cabeza y dijo:

–Sí, vivo aquí, de momento. Estoy construyendo una casa cerca de aquí, pero éste ha sido mi hogar durante mucho tiempo. He intentado presentarme, pero tú no has querido que lo hiciera. Y por cierto… tampoco sé tu nombre –levantó una ceja.

Keelin todavía estaba tratando de digerir la nueva información.

–No te lo he dicho, y tú no me lo has preguntado.

–Bueno… Podemos arreglarlo.

Garrett extendió la mano hacia ella para presentarse, pero Keelin pareció dudar en aceptar el contacto con su piel.

Él volvió a levantar una ceja, como interrogante.

Finalmente ella le dio la mano y dijo:

–Me llamo Keelin O’Donnell.

–Hola, Keelin O’Donnell. Mucho gusto en conocerte. Yo soy Garrett Kincaid.

–¿Kincaid?

–Sí, Kincaid.

Keelin soltó su mano como si le hubiera quemado.

–Mi padre debe de estar en la cocina.

Keelin pasó por la puerta automáticamente.

«Su padre», sonó en su cabeza.

Su padre, a quien ella había ido a buscar desde tan lejos. Era irónico que hubiera conocido a un hombre que la había impresionado después de mucho tiempo, y descubrir que en vez de que él fuese un asesino en serie, aquel hombre atractivo e irresistible era un miembro de la familia.

¡Oh, Dios! ¡Hasta podría ser su hermano!

Capítulo 2

 

 

 

 

 

MIENTRAS los perros corrían hacia sus cestos, Garrett miró a aquella rubia con cara de terror.

Era una mujer misteriosa.