Derrumbando barreras - Trish Wylie - E-Book

Derrumbando barreras E-Book

TRISH WYLIE

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Beschreibung

Un marido al que ella no podía olvidar... Una esposa a la que él no podía recordar... El novio de Abbey le había pedido que se casara con él, pero había un problema: el marido al que ella no había visto desde hacía ocho años, cuando la había dejado en el aeropuerto y no había vuelto a aparecer. ¿Había llegado el momento de desechar la esperanza de que algún día regresara? Ethan había perdido la memoria después de un accidente de coche. Por eso, cuando recibió la petición de divorcio de Abbey, decidió averiguar toda la verdad sobre esa esposa que ni siquiera sabía que tenía...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Trish Wylie

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Derrumbando barreras, n.º1994 - junio 2017

Título original: Marriage Lost and Found

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-687-9681-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

ES entre los días de Navidad y Fin de año, cuando la gente se plantea lo que quiere cambiar para el nuevo año, cuando se hacen los buenos propósitos para poner en práctica a partir del 1 de enero.

Fue entonces cuando Abbey decidió que debía dejar atrás su pasado.

¿Cómo había sido el año que terminaba? La verdad era que para Abbey Jackman había sido un año muy bueno.

Un año buenísimo, en realidad.

Sus objetivos profesionales se habían visto cumplidos, trabajaba en algo que le encantaba con gente inteligente y de talento, se había mudado de casa hacía menos de un mes y tenía novio desde octubre.

Incluso su madre había encontrado otra pareja y estaba distraída, lo que hacía que no se metiera continuamente en su vida.

Sí, definitivamente, la vida era maravillosa.

Abbey llevaba años ocupándose meticulosamente de su apariencia externa, cuidando su círculo social y no descuidando en ningún momento esos pequeños detalles que deberían guiarla a la vida que quería llevar.

Y ahora estaba recogiendo sus frutos.

Por supuesto, había dejado atrás todo lo que tenía que dejar, había decidido seguir adelante con la esperanza de encontrar cosas mejores y, por fin, todo estaba saliendo bien.

Por fin, después de muchísimo tiempo, Abbey había tomado las riendas de su vida.

Sólo quedaba un pequeño detalle.

Sentada en el sofá de su casa, mordisqueó el extremo del lápiz y se quedó mirando a la nada.

Aquella carta era muy difícil de escribir.

Incluso ahora.

Lo cierto era que, en realidad, ni siquiera sabía si le iba a llegar, porque no sabía dónde estaba.

¿Dónde lo habría llevado la vida?

A Abbey la molestaba sobremanera siquiera preguntarse ese tipo de cosas. ¿Por qué le seguía importando?

Sacudió la cabeza y decidió que lo único que podía hacer era mandarla a la última dirección que tenía y rezar para que algún alma caritativa la enviara a la nueva.

Ocho años eran muchos años y, sin embargo, durante muchos de ellos había mantenido la esperanza.

Suponía que por la parte romántica de toda la historia, aquello en lo que había creído en el pasado.

La realidad había aniquilado aquellos sueños hacía ya mucho tiempo y ahora había llegado el momento de seguir adelante, de soltar amarras.

El amor no era lo que ella creía que era.

Ahora, sabía que era construir unos cimientos sólidos, añadir pragmatismo, estabilidad y confianza, porque todo aquello eran cosas de verdad y duraban mucho más que la historia de amor salvaje e instintivo.

Entonces, los dos eran muy jóvenes y muy idealistas. Seguro que algo así de mágico jamás habría durado en la «vida real», porque la vida real no era mágica excepto durante unos cuantos instantes.

Ahora, sabía todo eso.

Aun así, después de tantos años, le estaba costando mucho escribir aquella carta. Un montón de papeles arrugados en el suelo daban fe de ello.

Ni siquiera sabía cómo empezarla. Lo había intentado todo, desde el simple «hola» hasta «estimado señor Wyatt» pasando por «querido Ethan».

Abbey suspiró y arrojó otra bola de papel al suelo.

¿Por qué le costaba tanto?

Ethan jamás la había buscado. Sabía dónde vivía y dónde vivía su madre, así que podría haber escrito, haberlo intentado, pero no lo había hecho y aquello le seguía doliendo.

Abbey sintió que se le encogía el corazón.

«Canalla».

Dejó el cuaderno sobre el sofá, se puso en pie y comenzó a pasearse por el salón. Ella había cumplido con su parte del trato, había vuelto a casa para esperarlo, para terminar sus estudios tal y como habían previsto y para prepararse para su vida en común.

Lo cierto era que habían sido muy prudentes y lo habían planeado muy bien, teniendo en cuenta lo rápido que había sucedido todo…

Pero entonces él desapareció, la abandonó y los sueños de los que habían hablado para el futuro jamás se cumplieron.

Y, para rematarlo todo, había muerto su padre y el mundo se le había antojado a Abbey un lugar vacío y solitario.

No, jamás le perdonaría a Ethan el haber roto las promesas que se habían hecho el uno al otro ante el juez, jamás le perdonaría haberle arrebatado la magia.

Sin embargo, no había nada que hacer, no podía volver al pasado, así que no tenía más remedio que olvidarse de todo.

Abbey echó los hombros hacia atrás, tomó aire y cerró los ojos un segundo. A veces, necesitaba hacer aquello para sacar fuerzas de flaqueza.

Sobre todo, cuando se trataba de olvidarse de Ethan.

Suponía que eso les sucedía a todas las mujeres con su primer amor.

Acto seguido, abrió los ojos, se volvió a sentar, tomó el cuaderno y el bolígrafo y se puso a escribir.

Era una mujer adulta que había tomado las riendas de su vida y de su destino y, en un abrir y cerrar de ojos, con decisión y fluidez, escribió la carta y se olvidó de su sueño.

Capítulo 1

 

FELIZ cumplea—OS, Abbey.

Se lo habían dicho aproximadamente veinticinco veces aquel día, pero era agradable cuando se lo decía la gente que la conocía bien, porque hacía que cumplir treinta años no fuera para tanto.

Hacía que cumplir treinta años y celebrarlo con una fiesta en la minúscula población donde había crecido fuera casi llevadero.

Casi.

–Madre mía, pero si ha venido todo el pueblo a felicitarte –se maravilló Karyn Jamieson, su mejor amiga de la ciudad–. ¿Falta alguien?

–No, no creo –sonrió Abbey–. Bienvenida a la vida de una ciudad pequeña.

–Siento decirte que este lugar no es una ciudad. Para ser una ciudad, tiene que tener más de una calle principal –bromeó su amiga.

Karyn había llegado conduciendo la noche anterior desde Dublín y se había pasado el pueblo sin darse cuenta, entrando por un extremo de la calle principal y saliendo por el otro en un abrir y cerrar de ojos.

La verdad era que a la gente de Killyduff le encantaba que fuera así.

A los de fuera se los trataba como si fueran delincuentes, se los miraba con desconfianza y se cuestionaba todo lo que hacían.

La Gestapo habría sabido valorar las dotes inquisitoriales de los habitantes de Killyduff.

Abbey las conocía muy bien.

Karyn y unos cuantos amigos más habían ido desde Dublín para estar con ella en aquellos momentos.

Aun así, una parte de Abbey, una parte muy pequeña y realmente controlada, iba a echar de menos no celebrar su cumpleaños en casa, claro que aquello no se lo podía decir a su madre.

Al fin y al cabo, había pasado buena parte de su adolescencia en Killyduff, así que no le podía hacer ningún daño celebrar allí su treinta cumpleaños, volver al pasado y recordar de dónde venía.

Eso no quería decir, por supuesto, que no tuviera intención de celebrar su cuarenta cumpleaños en un sitio mucho más interesante.

–Sólo te queda un día aquí –le dijo a su amiga acariciándole el brazo–. Mañana podrás volver a la civilización.

–Mmm –sonrió Karyn.

–Feliz cumpleaños, Abbey.

Abbey sonrió con esa sonrisa suya maravillosa de «muchas gracias» mientras el cartero la abrazaba y la besaba en la mejilla.

Por supuesto, siguió sonriendo mientras el hombre le decía lo mucho que había crecido y lo bien que la encontraba.

Una vez a solas, se giró hacia su amiga.

–Karyn, prométeme una cosa.

–Lo que tú quieras, hoy es tu cumpleaños.

–Prométeme que el año que viene celebraremos mi cumpleaños en Antigua.

–Tus deseos son órdenes para mí –contestó Karyn–. Claro que, a lo mejor, deberías hablar con Paul sobre eso.

Abbey miró hacia el otro extremo de la habitación, donde se encontraba Paul.

Paul era todo lo que una madre podría querer para su hija y, tal y como era de esperar, en aquellos momentos, la madre de Abbey estaba pegada con pegamento a él.

Elizabeth Jackman lo adoraba como si fuera un superhéroe. Probablemente, se sentía inmensamente aliviada de que su hija, que tenía un carácter muy fuerte, hubiera encontrado por fin a un hombre.

Lo cierto era que Paul, ataviado con su traje de firma y su belleza de portada de revista, parecía algo fuera de lugar en aquel diminuto hotel donde se celebraban todos los grandes acontecimientos de Killyduff.

Paul la saludó con la mano y Abbey sonrió. Lo cierto era que era un gran hombre. Abbey se lo repetía una y otra vez. Sí, Paul era un gran hombre, el hombre ideal para la nueva vida que ella se había marcado para sí misma.

Era guapo, rico, exitoso y paciente, un buen marido.

Abbey dejó de sonreír al dejar de mirarlo.

Entonces, ¿por qué se sentía como si le siguiera faltando algo?

–Si Paul se sale con la suya, será nuestra luna de miel.

Karyn ahogó un grito de sorpresa.

–¿Te ha pedido que te cases con él?

–Supongo que es lo lógico, ¿no?

–¿Y has aceptado?

–Me lo estoy pensando.

Su amiga la miró atentamente.

–¿Y por qué no estás sonriendo como una idiota y anunciándolo a los cuatro vientos? Éste sería el lugar perfecto. Tu madre estaría encantada.

Abbey se quedó pensativa unos minutos. Podía esconderse tras la excusa de una medio verdad, pero prefirió ser sincera.

–No sé si me quiero casar… –confesó.

–Te escondes detrás de esa imagen de ejecutiva agresiva.

Abbey pensó que había muchas cosas de sí misma que escondía, efectivamente.

–No, creo en el matrimonio, en compartirlo todo, en pasar la vida con una persona. Claro que creo, de verdad.

–Pero no crees que esa persona sea Paul.

–Debería estar segura –comentó Abbey mirándolo de nuevo–. Es perfecto.

–Obviamente, no para ti –contestó Karyn–. De haber creído que era perfecto para ti ya le habrías dicho que sí.

–Puede ser. A lo mejor es que todavía no estoy preparada. ¿Qué puedo decir? Estoy hecha un lío –sonrió Abbey.

–Como todas, ¿no?

En ese momento, se acercaron otras dos personas a felicitar a Abbey.

–¿Qué os falta? –quiso saber Karyn una vez a solas de nuevo.

¿Pasión desenfrenada quizás, ese momento en el que a una mujer se le para el corazón y sabe que ese hombre es para ella?

Esa experiencia que Abbey había tenido una vez.

Sabía, era consciente, de que esas respuestas eran verdaderas y se enfadó consigo misma por no saber o no haber podido controlarlas.

No pudo evitar pensar en la carta que había enviado. ¿Tanto le habría acostado contestar, liberarla, haber cortado las ataduras para que hubiera podido darle el «sí» a Paul de manera incondicional?

–No lo sé.

–Deberías tener una aventura, una aventura de esas de «aquí te pillo, aquí te mato».

Abbey miró a su amiga con las cejas enarcadas.

–¿Tú crees? ¿Y de qué me serviría eso exactamente?

Karyn se encogió de hombros.

–Te haría ver si lo que tienes con Paul es de verdad. Tener una aventura te haría valorar lo que tienes. He visto antes a un tío espectacular en el hotel.

Sí, Karyn había estado hablando de aquel hombre un buen rato. Por lo visto, era digno de verse. Según ella, era «el hombre ideal», lo que para su amiga quería decir que era perfecto para una aventura y adiós.

Aquella forma de relacionarse con los hombres no entraba dentro de los planes de Abbey.

–¿Por qué no le has dicho que se viniera a la fiesta? –le preguntó a su amiga–. Así te habrías entretenido.

«Y no estaríamos hablando de mi falta de compromiso hacia un hombre ideal», pensó Abbey.

Ambas sabían que la mejor manera de mantener entretenida a Karyn era ponerle delante un hombre guapo.

–Lo he invitado.

–Estupendo. Cuando llegue, se lo presentas a Paul y, así, comparamos. Si resulta ser un hombre por el que podría perder la cabeza, dejo a Paul inmediatamente.

Karyn percibió el sarcasmo en las palabras de su amiga y sonrió.

–De eso no me cabe la menor duda. Todos sabemos que eres muy impulsiva.

Ambas sonrieron y se dirigieron hacia donde estaban Paul y la madre de Abbey.

–¿Qué quieres que te diga? Cuando quieres algo, la mejor manera de conseguirlo es concentrándote en ello.

Al verla llegar, Paul la miró intensamente y le hizo sitio a su lado.

–Hola, preciosa.

–Hola –contestó Abbey besándolo en la mejilla–. ¿Me has echado de menos?

–Abigail, sólo llevas separada de él diez minutos –contestó su madre–. El pobre chico apenas ha tenido tiempo de echarte de menos.

¿Cómo la iba a echar de menos estando acompañado por su madre? Crecer como adolescente bajo la sombra de su guapísima madre había sido difícil a veces, pero ahora había crecido y Abbey tenía más confianza en sí misma.

En teoría.

Paul le pasó el brazo por la cintura y la atrajo hacia sí.

–¿Cómo no iba a echar de menos a tu hija, Liz? Es tan cautivadora como su madre.

Abbey sonrió a aquel hombre que siempre sabía qué decir. Por eso era tan bueno en los negocios.

–Espero que mi hija no te deje escapar, porque encontrar a un hombre tan devoto como tú hoy en día es muy raro.

–¿Alan no es así? –le espetó Abbey.

Alan era el nuevo fichaje de su madre, un hombre diez años más joven que ella y demasiado meloso para Abbey.

Claro que no era su padre.

Abbey echaba terriblemente de menos a su padre.

–Cariño, ya sabes que a mí Alan me parece perfecto y, si hubiera algo que fallara en él, lo tendría que cambiar, ¿no?

De repente, Abbey sintió pena por el pobre hombre, pues su madre tenía muy claro cómo conseguir lo que quería de cada persona, ya que era la reina de la manipulación.

Claro que, ¿quién era ella para criticar a nadie en el terreno de las relaciones? Al fin y al cabo, ella llevaba suficiente peso a sus espaldas al respecto como para haber hundido el Titanic…

 

 

El hombre observó al pequeño grupo que había al otro lado de la sala y se sintió… vacío cuando había esperado sentirse… ¿exactamente cómo?

¿Había esperado sentir algún tipo de explosión emotiva hacia aquella mujer que en el pasado había sido tan importante para él?

A lo mejor, había esperado demasiado. ¿No se habría engañado diciéndose que todo iba a encajar cuando la viera?

¿No sería que haber recorrido miles de kilómetros hasta aquella diminuta población irlandesa esperando que una persona fuera la pieza clave del rompecabezas que constituían los últimos ocho años de su vida había sido demasiado?

La observó atentamente con sus ojos de color avellana mientras ella se relacionaba con los que la rodeaban; la observó acercarse al hombre de pelo claro que tenía al lado y sonreírle.

Aquello no le gustó mucho, claro que de haber estado en su lugar él, probablemente, después de tantos años, también habría seguido adelante con su vida.

Ethan descubrió que, aunque aquello tenía sentido racionalmente, no le gustaba en absoluto.

Interesante.

Curioso, pero interesante.

 

 

–Madre mía, aquí está –exclamó Karyn mirando por encima del hombro de Abbey–. ¡No te des la vuelta!

Abbey enarcó una ceja.