Seducción abrasadora - Melanie Milburne - E-Book

Seducción abrasadora E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

Vinn quería que su esposa, Ailsa, volviera con él. Dado que Ailsa le había dejado hacía casi dos años, estaba dispuesto a recurrir incluso al chantaje para conseguir una reconciliación temporal según unas condiciones impuestas por él. Pero la apasionada Ailsa se enfrentó a él. Por ese motivo, a Vinn no le quedó más remedio que recurrir a la seducción para obligarla a rendirse a sus deseos.

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Seitenzahl: 180

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2018 Melanie Milburne

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Seducción abrasadora, n.º 2680 - enero 2019

Título original: Blackmailed into the Marriage Bed

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1307-497-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

PARA Ailsa solo había una cosa peor que ver a Vinn Gagliardi después de casi dos años de separación, y era que la hicieran esperar.

Y esperar, y esperar, y esperar.

No un par de minutos. No diez o quince minutos, ni veinte minutos. Llevaba una hora fingiendo leer las revistas que la joven y despampanante recepcionista de Vinn había dejado encima de la mesa de centro para que se entretuviera. Bebió un café exquisito y agua mineral con infusión de limón. Ignoró el cuenco con caramelos de menta y, en vez de chupar caramelos, se mordió las uñas.

Por supuesto, Vinn la estaba haciendo esperar a posta. Se le imaginaba sentado detrás de su escritorio entretenido haciendo bosquejos de muebles y disfrutando de la tortura que sabía estaba infligiéndole a ella con la espera.

Ailsa cerró los párpados con fuerza y trató de erradicar de su mente la boca de él sonriendo. ¡Qué boca! Lo que esa boca la hacía sentir. Las partes de su cuerpo que esa boca había besado y acariciado…

«No, no, no. No debo pensar en su boca». Llevaba veintidós meses repitiéndose lo mismo. Ya lo había superado. Ya había terminado con él. Ya no tenía nada que ver con Vinn Gagliardi, había sido decisión suya.

–Ya puede pasar a ver al señor Gagliardi –la voz de la recepcionista la sacó de su ensimismamiento y, al mismo tiempo, el corazón comenzó a martillearle el pecho.

No debería estar tan nerviosa, no tenía motivos para estarlo. Tenía todo el derecho del mundo a hablar con él; sobre todo, teniendo en cuenta que se trataba de un asunto que concernía a su hermano menor.

Aunque… quizá no debiera haber tomado un avión a Milán sin pedir una cita antes; pero había ido a Florencia a ver a unos clientes y estaba allí cuando su hermano, Isaac, la llamó para decirle que Vinn iba a patrocinar su carrera deportiva. Y, por supuesto, no estaba dispuesta a irse del país sin exigir explicaciones a Vinn, cara a cara, sobre el motivo por el que iba a poner dinero para hacer realidad el sueño de Isaac de convertirse en jugador de golf profesional.

Ailsa se levantó del sofá de cuero, se alisó la falda, se colgó el bolso del hombro y, con la otra mano, tiró de la pequeña maleta con ruedas en dirección a la puerta del despacho de Vinn.

¿Por qué Vinn no había salido personalmente a recibirla? ¿Por qué la estaba obligando a llamar a la puerta cerrada? Había sido su esposo. Se habían acostado juntos. Lo habían compartido todo.

Bueno, no todo…

Ailsa ignoró una punzada de remordimiento. Los matrimonios no tenían por qué compartir todos y cada uno de sus secretos, cada uno de los detalles de su vida anterior; sobre todo, un matrimonio como el suyo con Vinn. Había sido una unión basada en el sexo, no en el amor. Se había casado con él consciente de que Vinn no la quería, pensando que lo mucho que la deseaba sería suficiente. Pero Vinn había exigido de ella algo más que permitirle que la exhibiera en público. Mucho más. Más de lo que ella había estado dispuesta a dar.

Ailsa estaba segura de que Vinn no le había revelado todo respecto a su pasado. Vinn siempre se había mostrado reacio a hablar del encarcelamiento de su padre por fraude y de las repercusiones que ello había tenido para el negocio familiar. Al final, había renunciado a seguir presionándole al respecto, consciente de que no iba a conseguir nada. Ella misma tenía un secreto que no estaba dispuesta a revelar.

Delante de la puerta, Ailsa enderezó los hombros como si se estuviera preparando para una batalla. Y de ninguna manera iba a rebajarse a llamar a la puerta y esperar a que él le diera permiso para entrar. Respiró hondo, giró el pomo de la puerta y abrió.

Ailsa encontró a Vinn de espaldas a ella, de cara a la ventana, hablando por teléfono. Vinn apenas volvió la cabeza para lanzarle una mirada y, con un gesto de la mano, le indicó una de las sillas situadas delante de su escritorio y continuó con su conversación telefónica.

Un profundo dolor se le agarró al pecho. ¿Cómo podía Vinn ignorarla de esa manera después de tanto tiempo sin verla? ¿Acaso no había significado nada para él?

Vinn estaba hablando en italiano y Ailsa trató de no prestar atención porque siempre la había excitado oírle hablar en su lengua materna. Y también en inglés. Sospechaba que Vinn, hablara en el idioma que hablase, siempre la excitaría.

Mientras él conversaba, Ailsa le observó con disimulo; al menos, esperaba que él no lo notara. Cuando Vinn se movía, podía verle mejor el rostro. Pero no era suficiente, quería mirarle a los ojos, ver si notaba en ellos alguna huella de cicatrices causadas por su fracasada relación.

¿Y Vinn, por qué no la miraba? ¿No podía mostrar un mínimo interés en ella? Aunque no era vanidosa, sabía que tenía buen aspecto, se gastaba mucho dinero en ello. Se había comprado ropa de diseño para la cita con sus clientes, había ido a la peluquería y había dedicado mucho tiempo al maquillaje. Su buen aspecto físico compensaba lo mal que se sentía por dentro.

Vinn movió el ratón de su ordenador y continuó con la conversación telefónica. Y Ailsa se preguntó si no debería haberse puesto algo con más escote para demostrarle lo que se estaba perdiendo.

Vinn seguía tan guapo como siempre. Su pelo negro, ni corto ni largo, ni liso ni rizado, le recordó los tiempos en los que enredaba esas hebras con sus dedos durante extraordinarios encuentros sexuales. Aunque iba afeitado, se acordó de esa barba incipiente que había raspado su suave piel, dejando marcas en su rostro, en sus pechos, entre las piernas…

Ailsa contuvo un estremecimiento e, ignorando la silla que él le había indicado, lanzó a Vinn una gélida mirada y dijo:

–Quiero hablar contigo. Ya –pronunció enfatizando el «ya».

Las comisuras de los labios de Vinn se movieron, como si estuviera conteniendo una sonrisa. Entonces, tras unos segundos, acabó su conversación telefónica y puso el teléfono encima del escritorio con meticulosa precisión.

–Si hubieras pedido una cita, como hace todo el mundo, no tendrías que haber esperado para hablar conmigo.

–Yo no soy todo el mundo –Ailsa le lanzó una furiosa mirada–. Yo soy tu esposa.

Un sombrío brillo asomó a los oscuros ojos castaños de Vinn.

–¿Se te olvida que pronto vas a ser mi ex?

¿Significaba eso que Vinn, por fin, iba a firmar los papeles del divorcio? Como se habían casado en Inglaterra, la ruptura de su matrimonio debía someterse a las leyes de divorcio inglesas, que establecían que una pareja debía permanecer dos años separada antes de formalizar el divorcio. De haberse casado en Italia, ya podrían haberse divorciado, debido a que las leyes italianas sobre el divorcio solo requerían un año de separación.

–Puede que esto te sorprenda, Vinn, pero no he venido a verte para hablar del divorcio.

–Entonces, ¿a qué has venido? –Vinn lanzó una mirada a la maleta de ella y sus ojos volvieron a brillar–. Ya, quieres volver conmigo.

Ailsa apretó con fuerza el asa de la maleta.

–No, no quiero volver contigo. He venido para hablar de mi hermano. Isaac me ha dicho que le has ofrecido patrocinarle para que participe en el circuito internacional de golf del año que viene.

–Sí, así es.

–Pero… ¿por qué?

–¿Por qué? –Vinn arqueó las cejas como si la pregunta le resultara absurda, como si le pareciera una imbecilidad que ella hubiera preguntado semejante cosa–. Porque Isaac me lo ha pedido, por eso.

–¿Isaac… te lo ha pedido? –Ailsa se quedó boquiabierta–. No es eso lo que Isaac me ha contado –Ailsa respiró hondo, soltó el asa de la maleta y agarró el respaldo de la silla situada delante del escritorio de Vinn–. Lo que me ha contado es que tú le habías dicho que ibas a patrocinarle, pero con ciertas condiciones. Condiciones que me implicaban a mí.

La expresión de Vinn, burlona hasta ese momento, se transformó en una máscara.

–Siéntate y hablaremos de ello.

Ailsa se sentó, pero no porque él se lo hubiera ordenado, sino porque le temblaban las piernas. ¿Por qué Isaac la había hecho creer que había sido Vinn quien le había propuesto patrocinarle? ¿Por qué su hermano se había mostrado tan insensible y tan dispuesto a permitir que Vinn volviera a formar parte de su vida? El hecho de que Vinn se fuera a ver involucrado en la carrera de Isaac como jugador de golf significaba que ella no podría evitarle, como había hecho durante los dos últimos años.

Tenía que evitarle a toda costa.

No le quedaba más remedio.

No se fiaba de sí misma cuando estaba cerca de Vinn. Con él, se convertía en otra persona, una persona con las ilusiones y los sueños de cualquier persona normal, una persona sin un horrible secreto a sus espaldas. Un secreto que ni siquiera su hermano conocía.

Su medio hermano.

Ailsa tenía quince años cuando descubrió quién era su padre natural. Hasta entonces había creído, igual que todo el mundo, que Michael, en realidad su padrastro, era su padre. Durante los primeros quince años de su vida esa mentira había mantenido unida a la familia; bueno, «unida» podía ser una exageración. Sus padres, aunque eran personas decentes y respetables por separado, no habían sido felices juntos; en su opinión, se debía a que no habían hecho el esfuerzo suficiente por llevarse bien.

En ningún momento se le había ocurrido pensar que había sido culpa suya. Sin embargo, había sido la mentira respecto a ella lo que les había hecho tan infelices. Pero después de descubrir que su padre biológico era otro y de enterarse de las circunstancias en las que había sido concebida, llegó a comprender las diferencias entre sus padres.

Ailsa tiró del borde de la falda para cubrirse los muslos y respiró hondo para calmarse, pero tuvo la desgracia de desviar la mirada hacia una fotografía con un marco de plata que Vinn tenía sobre el escritorio. ¿Por qué conservaba esa foto? Ella le había dado el marco después de su matrimonio, era la foto preferida de su boda, los dos sonreían en primer plano; de fondo, una puesta de sol. Le había dado la foto en un intento por engañarse a sí misma, por querer creer que su unión era real, no un matrimonio que a Vinn le convenía porque quería una esposa hermosa con la que adornar su casa.

Ailsa se había aferrado a la esperanza de que Vinn acabaría enamorándose de ella. ¿Qué esposa no quería que su apuesto marido la amase?

Había cometido un grave error al creer que se conformaría con ser la mujer de Vinn, con compartir su cama, con formar parte de su vida. Pero no había dejado de soñar con que él le abriera su corazón, con ser la primera persona en la que él pensaba al despertar y la última que tenía en mente al dormirse. No obstante, Vinn no la había valorado, ella no había sido lo más importante para él. Vinn no la amaba, nunca la había amado y nunca la amaría. Vinn era incapaz de amar.

Vinn se acopló en su asiento, cruzó una pierna sobre la otra, el tobillo sobre uno de sus musculosos muslos, y la miró fijamente.

–Tienes buen aspecto, cara.

–No me llames eso –dijo Ailsa poniéndose tensa.

Vinn sonrió, parecía hacerle gracia verla enfadada.

–Sigues teniendo el mismo mal genio de siempre.

–Normal, me pasa siempre contigo –respondió Ailsa–. ¿Cómo puedo estar segura de que no has sido tú quien le ha metido a Isaac esa idea en la cabeza? ¿Cuántas veces te has puesto en contacto con él desde nuestra separación?

–Mi relación con tu hermano no tiene nada que ver con mi relación contigo –declaró Vinn.

–Tú y yo ya no tenemos una relación, Vinn.

–¿Y de quién es la culpa? –la mirada de él se tornó dura.

Ailsa se esforzó por contener la ira, pero era casi imposible.

–Nunca llegamos a tener una relación. Te casaste conmigo por motivos que no tienen nada que ver con una buena relación. Te casaste conmigo porque querías una esposa a la que pudieras exhibir en público, una esposa que se comportara como las de los años cincuenta mientras tú te dedicabas a tus negocios y despreciabas mi carrera profesional como si no tuviera que ser importante para mí.

Vinn apretó los labios; aparentemente, él también estaba haciendo un esfuerzo por contener la ira.

–Y esa carrera tuya, ¿te está permitiendo mantenerte? ¿O te has buscado un amante para ese menester?

Ailsa alzó la barbilla.

–Mi vida privada ya no es asunto tuyo.

–Isaac me ha dicho que no has salido con nadie desde la separación.

Ailsa iba a estrangular a su hermano menor. Le iba a atar al sofá y le iba a obligar a ver películas de dibujos animados en vez de canales deportivos de televisión. Le iba a tirar los palos de golf. Le iba a meter por la boca comida basura en vez de esos productos de cultivo orgánico que su dietista le recomendaba que tomara.

–Bueno, él no sabe nada de eso –contestó Ailsa con una deliberada y provocativa mirada.

–Será mejor que te olvides de los amantes que puedas haber conseguido, tengo planes para ti durante los tres próximos meses.

«¿Planes? ¿Qué planes?», se preguntó ella al tiempo que se le aceleraba el pulso.

–¿Qué? Deja que te recuerde, Vinn, que ya no puedes planificar mi vida. No, ya no. Soy dueña de mi vida y tú no tienes ningún derecho sobre mí.

Vinn se la quedó mirando y a ella se le erizó el vello. Fue entonces cuando, por casualidad, se fijó en el anillo de boda que Vinn llevaba en la mano izquierda. Le dio un vuelco el corazón. ¿Por qué Vinn seguía llevando el anillo?

–Isaac no conseguirá participar en un circuito profesional sin un patrocinador –declaró él tras un prolongado momento–. El incidente en aquel club en el que se vio metido el año pasado ha tenido repercusiones negativas para él, nadie está dispuesto a patrocinarle. Solo puede contar conmigo. Soy la única persona que le puede dar esa oportunidad.

Ailsa tragó saliva. Dicho incidente en el club no solo podía haber acabado con las perspectivas profesionales de su hermano, sino también con la vida de una persona. Los amigos con los que salía desde el colegio solían meterse en líos e Isaac siempre estaba en medio de todo; no porque se dejara llevar, sino porque no se daba cuenta de los posibles problemas hasta que no era demasiado tarde. Ese era el motivo de que hubiera recurrido a Vinn. Pero, si participaba en un circuito profesional de golf, se alejaría de esos amigos que ejercían una mala influencia en él.

–¿Por qué me involucras a mí en esto? Si quieres patrocinar a Isaac, hazlo, pero déjame al margen.

Vinn sacudió la cabeza lentamente.

–Las cosas no son así, cara. El único motivo por el que estoy dispuesto a patrocinarle eres tú. Tú eres la razón de que lo haga.

Ailsa parpadeó. ¿Podía estar equivocada respecto a Vinn? ¿Se había casado con ella porque la amaba, no por satisfacer la necesidad de ir por ahí con una esposa hermosa colgada del brazo? ¿Era por eso por lo que aún llevaba puesto el anillo de boda?

No, imposible, Vinn no la había amado nunca. Jamás le había dicho que la quería, aunque ella tampoco a él. No lo había hecho porque no había querido sentirse tan vulnerable, tan débil, en su relación con él. No había querido darle más poder sobre ella del que Vinn ya había tenido. El poder que había ejercido sobre su cuerpo era suficiente, más que suficiente.

Vinn la había arrollado y la había introducido en su vida; al principio, en apariencia, había aceptado la decisión de ella de no tener hijos; pero después, al cabo de unos meses de estar casados, había cambiado de opinión. O quizá no hubiera cambiado de opinión, quizá hubiera confiado en su capacidad de someterla a sus deseos.

Pero no lo había conseguido.

Ailsa lanzó otra mirada a la foto.

–¿Es eso lo que creo que es?

Vinn giró el marco para que pudiera ver aquella foto de su boda. Su matrimonio ni siquiera había durado un año. Once meses y trece días para ser exactos.

Vinn, al final, había declarado su deseo de tener un hijo, una familia que continuara la dinastía Gagliardi. Ella habría acabado siendo una mujer con solo una misión, tener hijos; su carrera profesional se habría ido al traste, mientras el negocio de Vinn iba viento en popa.

Sin embargo, su misión en la vida no era tener hijos, sino su carrera como diseñadora de interiores. Se había sacrificado mucho por conseguirlo. Ni se le había pasado por la cabeza tener hijos. Además, había muchas incógnitas respecto a su parentesco.

Ailsa tragó saliva y clavó los ojos en la oscura mirada de Vinn.

–¿Por qué tienes esa foto encima de la mesa de despacho?

Vinn giró la foto, de cara a él, con expresión inescrutable.

–Uno de los mejores consejos que he recibido es no olvidar nunca las equivocaciones cometidas en el pasado, aprender de ellas.

No era la primera vez que Ailsa se consideraba a sí misma una «equivocación». Desde que descubrió las circunstancias en las que había sido concebida, le costaba trabajo considerarse otra cosa. A la mayoría de los niños se les concebía en un acto de amor; ella, por el contrario, era producto de la fuerza bruta.

–¿Qué piensan tus nuevas amantes de esa foto?

–Hasta el momento no me ha causado problemas.

Ailsa no estaba segura de si Vinn había contestado o no a la pregunta. ¿Había querido decir que tenía varias amantes o que ninguna de ellas había estado en su despacho? ¿Se llevaba a sus nuevas amantes a otro lugar para no recordar las numerosas veces que a ella le había hecho el amor encima de ese escritorio? ¿No se quitaba el anillo de boda cuando hacía el amor con otras mujeres o lo hacía cuando le convenía?

Buscó en el rostro de Vinn alguna señal del tumulto emocional que ella estaba sintiendo, pero la expresión de él era de completa indiferencia.

–Bueno… ¿cuáles son esas condiciones que has mencionado? –preguntó ella.

–A mi abuelo le van a hacer un trasplante de hígado, se trata de una operación a vida o muerte –dijo Vinn–. El cirujano no garantiza que sobreviva a la operación, pero si no le intervienen morirá en cuestión de semanas.

–Lo siento mucho –contestó Ailsa–. No obstante, no veo qué tiene eso que ver con…

–Si muriese, y hay muchas probabilidades de que así sea, me gustaría que muriera en paz.

Ailsa era consciente de lo mucho que Vinn respetaba a su abuelo, Domenico Gagliardi, y de cómo este había ayudado a su nieto cuando el padre de Vinn estaba en prisión. A ella siempre le había caído bien Dom y, aunque le parecía algo austero e incluso altivo en algunas ocasiones, comprendía lo doloroso que sería para Vinn perder a su abuelo. A pesar de todo, seguía sin comprender qué tenía eso que ver con ella.

–Sé lo mucho que quieres a tu abuelo, Vinn. Ojalá pudiera hacer algo…

–Esa es la cuestión, puedes hacer algo –la interrumpió Vinn–. Quiero que nos reconciliemos hasta después de la operación de mi abuelo.

Ailsa le miró, los latidos del corazón le resonaron en los oídos.

–¿Qué?

–Me has oído perfectamente –Vinn apretó los labios, su expresión era de absoluta determinación, como si nada ni nadie pudiera hacerle cambiar de idea. Ni siquiera ella.

Ailsa se humedeció los labios. ¿Vinn quería que volviera con él? ¿En el papel de esposa? Abrió la boca y la cerró. Por fin, recuperó la voz.

–¿Te has vuelto loco?

–No, en absoluto. Estoy decidido a que mi abuelo pase por estos momentos tan difíciles sin ningún estrés añadido –declaró Vinn–. Mi abuelo es un hombre de principios que cree en la familia. Quiero respetar esos principios hasta que mi abuelo se recupere y salga de peligro. No voy a permitir que nada ni nadie obstaculice su recuperación.

Ailsa se puso en pie con tal brusquedad que la silla se tambaleó y estuvo a punto de caer.

–Nunca he oído nada tan disparatado. No puedes obligarme a volver contigo y hacer como si estos dos últimos años de separación no hubieran existido. No puedes obligarme a ello.

Vinn continuó sentado, con los ojos fijos en los de ella. La inmovilidad de él le provocó un vuelco en el estómago.