Seducción en el Caribe - Sarah Morgan - E-Book

Seducción en el Caribe E-Book

Sarah Morgan

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Beschreibung

Ella cree tenerlo todo bajo control, y él va a disfrutar demostrándole lo contrario. El despiadado abogado siciliano Alessio Capelli siempre consigue lo que quiere. Lindsay Lockheart ya lo ha rechazado una vez, y ahora que ha vuelto a su vida, está decidido a no dejarla escapar. La usará y luego la abandonará, tal y como hace con todas las mujeres. Además, las circunstancias se han convertido en su mejor aliado: Lindsay se ha visto obligada a trabajar para él sustituyendo a su hermana desaparecida. Ella puede presentarle batalla por el día, pero por la noche él tomará el control. Pronto, tendrá a una virgen en su cama, y hará lo que haga falta para no dejarla ir, hasta que se canse de ella…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Sarah Morgan

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Seducción en el caribe, n.º 1963 - julio 2022

Título original: Capelli’s Captive Virgin

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-112-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL SIGNOR Capelli no tiene hueco en su agenda hasta dentro de cinco meses –la rubia despampanante de la recepción hablaba un inglés impecable y estaba muy bien entrenada–. Los abogados de su calibre especializados en divorcios están muy demandados.

Lindsay apretó los puños.

–No necesito un abogado especializado en divorcios. No es por eso por lo que quiero verlo.

Ella sabía muy bien que todos sus clientes eran hombres. Lo sabía todo de él. Sabía que cuando un hombre le confiaba los trámites de su divorcio a Alessio Capelli, la otra parte podía darse por vencida. La misión de aquel despiadado abogado siciliano era dejar desamparadas a las mujeres que ponían fin a sus relaciones. Alessio Capelli se había hecho millonario con apenas treinta años de edad y, si aún seguía ejerciendo, era por puro placer.

¿Pero qué clase de hombre encontraba placer en destruir frágiles matrimonios?

La recepcionista daba suaves golpecitos sobre la mesa con sus perfectas uñas pintadas.

–Puedo llamar a alguien de su equipo.

–Necesito hablar con él –consumida por la preocupación, Lindsay trató de pensar con claridad. Llevaba tres noches sin dormir y la adrenalina corría por sus venas a mil por hora.

–Por favor, he venido a Roma por este motivo. Es algo personal. Algo que sólo nos incumbe al señor Capelli y a mí.

El rostro pálido de su hermana la atormentaba sin cesar, pero Lindsay no estaba dispuesta a revelarle sus secretos familiares a aquella gélida belleza.

La recepcionista levantó las cejas en un gesto de incredulidad, como si no creyera que alguien como Lindsay pudiera tener algo personal con Alessio Capelli.

–¿Le ha dado su número de móvil?

–No, pero…

–Entonces está claro que no quiere que contacte con él. Las mujeres que tienen una relación especial… siempre tienen ese número.

Lindsay hubiera querido decirle que los abogados arrogantes y crueles no eran su tipo, pero se dio cuenta de que no la creería.

Alessio Capelli era un imán para las mujeres. Lejos de ser un factor disuasorio, su profesión no hacía sino aumentar su atractivo. Era como si todas las mujeres del planeta se hubieran propuesto conquistar a aquel afamado cínico.

Lindsay se hizo a un lado para dejar paso a otra bella joven.

–El jefe está en el gimnasio, descargando energía contra el saco de boxeo. Si llega ese informe que estaba esperando, mándalo al piso dieciséis.

Mientras escuchaba la conversación, Lindsay reparó en los ascensores que estaban al final del recibidor. Sin pensar en lo que hacía, echó a andar hacia ellos y entró en el que estaba abierto. Sin perder ni un segundo apretó el botón del piso dieciséis.

Al cerrarse las puertas sintió un gran alivio, y entonces se dio cuenta de que no duraría mucho.

Todavía tenía que acceder a Alessio Capelli.

Con manos temblorosas abrió el bolso y buscó entre los documentos que se había llevado para trabajar en el avión. ¿Qué clase de informe esperaba Alessio Capelli? ¿Algo formal y discreto? ¿Grueso? ¿Delgado? ¿Algo en un sobre cerrado?

Con el corazón desbocado, Lindsay sacó una carpeta y se la puso bajo el brazo. No parecía muy oficial, pero no tenía otra cosa.

Se miró en el espejo por última vez y encontró a una seria joven vestida con una sobria blusa blanca y una falda negra justo por encima de la rodilla. Su rubio cabello estaba recogido en un estirado moño en la base de la nuca; el maquillaje, sencillo y profesional. La mujer del espejo era alguien en quien Alessio Capelli no se fijaría jamás.

La recepcionista se lo había dejado muy claro.

Algo se agitó en el interior de Lindsay; una chispa de vanidad que sofocó de inmediato.

En una ocasión sí se había fijado en ella. Sólo una vez.

Si no le hubiera rechazado, habrían…

Lindsay se levantó un poco la falda hasta enseñar la misma longitud de piernas que la secretaria. Se miró de nuevo en el espejo y volvió a bajársela rápidamente. Justo en ese momento se abrieron las puertas.

Intentando parecer segura de sí misma, fue hacia unas puertas de cristal custodiadas por un musculoso guardia de seguridad.

Alessio Capelli no escatimaba en medios de seguridad y sin duda tenía motivos para ello. Su lista de enemigos crecía conforme aumentaba su riqueza.

Aquel hombre era duro, cruel y despiadado.

Ruby…

Lindsay recordó a su hermana. Todo lo hacía por ella.

–Quisiera ver a Alessio Capelli –sonrió–. Sto cercando il signor Capelli.

El hombre miró la carpeta que llevaba debajo del brazo y tecleó un número en el telefonillo. Las puertas se abrieron.

Aquel gimnasio ultramoderno ofrecía las mejores vistas de Roma, pero también era un contenedor de testosterona, músculo y poder.

El guardia de seguridad la miró una vez más al ver su expresión incierta y señaló a un hombre que golpeaba el saco de boxeo con brutalidad.

–Es ése. Ése es el jefe.

Lindsay le dio las gracias mentalmente. Sin su ayuda jamás habría podido reconocer al infame siciliano.

Nunca se habría esperado algo así de un millonario con gustos refinados. Sin embargo, sus aficiones deportivas no hacían sino confirmar lo que ya sabía. Alessio Capelli era una máquina sin corazón, inmisericorde y terrible.

Algunos hombres se volvieron hacia ella, haciéndola sentirse como una delicada gacela en medio de una manada de leones.

Lindsay apretó los dientes y siguió al guardia de seguridad a través de la habitación.

Alessio Capelli seguía golpeando el saco de boxeo. Los músculos de sus brazos y hombros ofrecían un impresionante espectáculo de fuerza masculina. Su piel bronceada resplandecía bajo una fina capa de sudor y su camiseta y sus pantalones cortos dejaban entrever un físico perfecto moldeado a base de duro ejercicio.

Lindsay titubeó un momento. Resultaba difícil de creer que Alessio Capelli fuera capaz de semejante derroche de brutalidad viril. Quizá el guardia se había equivocado.

Aquel hombre no podía ser Alessio Capelli.

Habían pasado seis meses, pero la sofisticación de Alessio Capelli era difícil de olvidar.

Pero Lindsay no sólo se había fijado en su buena apariencia. Lo que lo hacía peligrosamente atractivo era su asombroso intelecto. Capelli usaba su afilado cerebro para retorcer los preceptos legales a su antojo. Su arma principal eran las palabras y las usaba con una habilidad excepcional para lograr su objetivo, bien si se trataba de ganar un caso o de seducir a una mujer. Como abogado, era el mejor.

Y como ser humano…

Lindsay se encogió al ver cómo golpeaba el saco el hombre que estaba ante sus ojos. No había nada suave y delicado en él. Por el contrario, parecía representar la masculinidad en su estado más primario. Entonces se volvió hacia ella.

Lindsay pudo ver la cicatriz que le cruzaba la ceja izquierda y también una magulladura que alteraba su perfecto rostro.

Era imposible olvidar aquel semblante.

Cada detalle de aquel rostro implacable se grabó en la memoria de Lindsay para siempre.

La joven dio un paso atrás, asustada. De repente deseó habérselo encontrado en un despacho, vestido con un impecable traje.

¿Cómo iba a tener una conversación seria en aquellas circunstancias? Estaba casi desnudo…

Medio desnudo y furioso, a juzgar por aquellos violentos golpes.

El documento que esperaba debía de ser algo importante.

Él no la había visto todavía y Lindsay tuvo ganas de desaparecer y esperarle junto a la puerta.

Pero entonces él miró hacia delante y su mirada se congeló.

Unos ojos oscuros y profundos la atravesaron de lado a lado y el mundo se encogió a su alrededor. Nada existía excepto el espacio que los separaba.

Se miraron en silencio durante unos segundos. Lindsay contuvo la respiración. La cabeza le palpitaba sin cesar.

Él le había causado el mismo efecto la primera vez que lo había visto, y la experiencia había sido tan sobrecogedora entonces como en ese momento.

Saber quién era y a lo que se dedicaba no amortiguaba el impacto físico de aquel hombre. Alessio Capelli era arrebatadoramente masculino y sus rasgos sicilianos saltaban a la vista en cada ángulo de su increíblemente hermoso rostro. Además, no necesitaba ropa para esconder imperfecciones físicas, como la mayoría de los hombres. Alessio Capelli tenía mejor aspecto sin ropa que vestido.

Sus ojos eran oscuros y estaban protegidos por largas pestañas, como si la naturaleza hubiera querido enfatizar cada línea con esmero. Otros hombres habrían usado esas pestañas para ocultar sus sentimientos, pero no Alessio Capelli. Su mirada era directa y desafiante. Lindsay sabía que nunca había sentido la necesidad de ocultar sus emociones porque nunca había experimentado emoción de ningún tipo en su vida.

Él vivía entre hechos y números; números muy grandes, si los rumores eran ciertos.

Lindsay se aclaró la garganta, insegura como una quinceañera.

–Hola, Alessio.

Él bajó los puños, sin dejar de mirarla ni un instante. Entonces se quitó los guantes lentamente y los dejó caer sobre el banco más cercano.

–Has escogido un lugar muy romántico para el reencuentro, Lindsay –dijo en un inglés perfecto.

Lindsay sintió una efervescencia repentina al comprobar que no la había olvidado, pero la sensación se desvaneció cuando se dio cuenta de que era mucho peor así.

Las mariposas ya revoloteaban en su interior y las piernas le fallaban…

Pero tenía que recordar a Ruby. Ella era la razón por la que estaba allí.

–Me sorprende que no me hayas olvidado, con todas las rubias que pasan por tu vida. Pensaba que después de un tiempo todas serían iguales.

Los ojos de Alessio brillaron con malicia. Agarró una toalla para secarse.

–Lo inesperado nunca se olvida. Tú te fuiste de mi lado.

Al oír su tono de voz Lindsay se dio cuenta de que ninguna otra mujer lo había hecho.

–Nunca tuve ni la más remota intención de involucrarme contigo. A diferencia de ti, yo sí pienso con la cabeza.

Él se echó a reír y Lindsay frunció el ceño ligeramente. A lo largo de los meses había logrado olvidar su sentido del humor, y ella sabía por qué. Su sonrisa lo hacía más humano y ella no quería pensar en él de esa manera. Era vital recordarle como a un hombre cruel y despiadado; tan poco atractivo como fuera posible.

–¿Y entonces por qué has venido a verme? –le preguntó él con una sonrisa que podía ser cualquier cosa excepto poco atractiva.

–He venido porque tengo que hablar contigo.

Aquello era cierto, pero también estaba allí por él. Era inútil engañarse a sí misma.

Y él lo sabía…

Alessio Capelli tenía tanta experiencia con las mujeres que hubiera sido imposible que no lo supiera.

La forma en que arqueó la ceja confirmó las sospechas de Lindsay.

–¿Has venido desde Inglaterra para hablar conmigo?

De pronto Lindsay deseó parar el tiempo y dar marcha atrás. Si hubiera podido hacerlo, no habría escogido Roma para pasar sus vacaciones.

Aunque sólo fuera de forma indirecta, la única culpable de aquella situación era ella misma.

Si nunca lo hubiera conocido, él jamás habría dejado de ser un mero adversario profesional, en vez de un hombre. Si sus vidas hubieran llegado a cruzarse profesionalmente, ella siempre habría llevado el escudo protector, pero esa vez…

–Traté de llamarte desde Inglaterra, pero nadie me pasaba la llamada –le dijo en un tono serio y correcto. He venido porque es imposible contactar contigo. Tus empleados nunca dicen dónde estás. ¿Cómo contactan los clientes contigo?

Él se secó las manos en la toalla.

–Si fueras un cliente, te habrían dado un número distinto al que llamar.

«¿El mismo número que a sus amantes?».

Lindsay ahuyentó aquel pensamiento y se mordió el labio.

–Les dije que quería hablar de un asunto personal.

–Entonces no me extraña que no te hayan pasado conmigo. Saben que nunca hablo de asunto personales por teléfono.

–Les dije que era urgente.

–Y ellos pensarían que eras una periodista apurada por los plazos –se puso la toalla alrededor del cuello.

Por un momento Lindsay se preguntó cómo sería vivir en el punto de mira.

–¿Por eso no contestaban mis preguntas? ¿Porque pensaban que era una periodista?

–Los tengo bien entrenados. Cuando estás bajo los focos es necesario –esbozó una sonrisa cínica y se agachó para recoger una botella de agua del suelo–. ¿Y qué podría ser tan importante como para traerte ante mi despreciable presencia? Espero que hayas decidido abandonar esos principios tuyos en aras del sexo desenfrenado.

–Alessio…

–No sabes las ganas que tengo de quitarte la ropa –dijo en un tono irónico y mordaz.

Lo estaba haciendo a propósito. Lindsay sabía que sí.

–Eres incapaz de comportarte, ¿no? –le dijo, intentando mantener la calma–. Siempre tienes que avergonzarme.

–Mi dispiace –le dijo con maldad en los ojos–. Lo siento. Es muy injusto por mi parte, lo sé. Es que me encanta verte sonrojar. Tus mejillas se ponen del mismo color que después de una noche de sexo frenético.

–Eso no volverá a pasar.

–Qué poco me conoces. Tengo una necesidad compulsiva de cambiar las cosas que no me satisfacen –sonrió peligrosamente–. Yo lo llamo negociación.

–La negociación ocurre cuando las dos partes obtienen lo que quieren. Se supone que es una situación en la que todos ganan.

–Entiendo lo de ganar, pero no me conformo con menos –le dijo; su mirada era tan fría e impasible como siempre–. Cuando quiero algo, lo quiero todo, no sólo parte de ello.

–Tú no eres mi tipo, Alessio.

–Y eso es lo que lo hace tan emocionante –era evidente que disfrutaba mucho provocándola–. Si te gustaran los abogados peligrosos especializados en divorcios, todo sería muy aburrido. Supongo que has tenido que hacer un gran esfuerzo para venir hasta aquí.

–Ruby… Vine por Ruby.

–Ah –Alessio achicó los ojos–. Debería habérmelo imaginado. Tu repentina llegada no podía sino estar relacionada con la desaparición de esa descarada hermanita tuya.

–¿Desaparición? ¿Entonces tampoco sabes dónde está?

Las palabras de Alessio fueron como un jarro de agua fría. La preocupación de Lindsay se disparó en un momento y su mente empezó a repasar todas las opciones a toda velocidad.

–Pensaba que… Esperaba que supieras lo que estaba ocurriendo. Pensaba que te habría dicho algo.

–¿Y por qué haría una cosa así?

–¡Porque eres su jefe! Lleva seis meses trabajando para ti.

–¿Y tú crees que me paso el día intercambiando confidencias con mis empleados? –Alessio bebió un poco de agua y Lindsay le observó beber en silencio.

Entonces él esbozó un atisbo de sonrisa.

–No deberías mirarme así –le advirtió–. Si no tienes intención de llegar hasta el final. Y los dos sabemos que no es el momento ni el lugar.

–¿Es que nunca piensas en otra cosa que no sea el sexo, Alessio?

–Sí –le dijo, relajado y siempre bajo control. La miró con ojos intensos–. A veces pienso en el dinero.

Lindsay apartó la vista momentáneamente.

–¿Podemos hablar de Ruby un momento?

–Si no queda más remedio –le dijo en un tono de aburrimiento, y miró el reloj de la pared–. Es evidente que sigues queriendo reafirmar tu autoridad sobre ella.

–No se trata de autoridad. La quiero y me preocupo por ella.

–Siempre y cuando viva su vida como tú quieres. Yo no soy ningún experto en el amor, Lindsay, pero creo que debes aceptarla como es. No trates de cambiarla. La tienes asfixiada.

Lindsay sintió una punzada de dolor. Él no tenía la menor idea. Él no sabía cómo habían sido sus vidas. El remolino de emociones que giraba dentro de Lindsay amenazaba con llevársela por delante, pero resistió el envite. No iba a sucumbir ante el pasado.

–Como dices, no sabes nada sobre el amor. Lleva una semana sin llamarme y eso no es propio de ella. No contesta al teléfono y cuando llamé a tu despacho me dijeron que no ha venido a trabajar, pero no parece que sepan mucho más. Estoy preocupada. Verdaderamente preocupada.

–¿Te preocupa que se te haya escapado de las manos? Tiene veintiún años. Es lo bastante mayor para cometer sus propios errores sin que nadie se interponga en su vida. A mí me parece que eso es lo que buscaba.

Lindsay vaciló un momento, invadida por las dudas. ¿Acaso estaba interfiriendo en la vida de su hermana?

No.

–Ruby es muy vulnerable. Cuando te conocimos a ti y a tu hermana el verano pasado… Bueno, acababa de salir de una relación muy destructiva. Estaba devastada y… –se detuvo. No quería revelar nada sobre su pasado–. Por fuera parece recuperada y contenta, pero… Crees que la conoces, pero no es así.

Alessio la miró fijamente.

–Lleva seis meses trabajando para mí. Sospecho que sé mucho más de tu hermana que tú misma. Y ahora tienes que disculparme. Tengo que ver a un cliente dentro de una hora y después me voy al Caribe. Y allí podría estar tu hermana. Se suponía que iba a acompañarme en un caso importante –salió por unas puertas giratorias.

Lindsay titubeó un instante antes de ir tras él.

Cliente, caso…

Él estaba obsesionado con el trabajo; completamente centrado en fabricar más y más dinero para engordar su fortuna.

¿Pero por qué?

Lindsay desechó aquella pregunta de inmediato.

No estaba interesada en lo que lo había convertido en una despiadada máquina de hacer dinero. Su hermana era lo único que le importaba y él acababa de darle una valiosa pizca de información.

–¿Ella sabía que querías que fuera al Caribe?

–Claro. Estaba a cargo de toda la logística antes y después del viaje.

–Ella nunca habría abandonado sus responsabilidades de esa manera… –Lindsay se detuvo de repente al darse cuenta de que había entrado en el vestuario.

Por suerte estaba vacío, pero Alessio le lanzó una mirada desafiante y una chispa de ironía resplandeció en sus ojos.

–¿Tienes intención de seguir con la conversación mientras me ducho? –se quitó la camiseta.

El corazón de Lindsay se aceleró.

–¿Por qué no… paras un momento? –le dijo con voz quebrada, así que volvió a intentarlo–: Sólo te pido unos minutos, por favor.

–Si sólo quieres hablar, entonces la tarifa es de mil dólares por minuto. A menos que hayas ganado la lotería, no podrías pagar mi caché. Sin embargo, si no quieres hablar, te puedo aplicar otra tarifa más ventajosa –le dijo, mirándola con descaro–. ¿Qué pasa? –le preguntó, soltando una carcajada–. Si estás incómoda, tú eres la única culpable. Si sigues a un hombre hasta la ducha, tienes que atenerte a las consecuencias. No creo que sea lo más conveniente para alguien que se esfuerza en negar el lado sexual de su naturaleza.

–Yo no niego nada. Sí, hay química entre nosotros –le dijo, con un ligero tartamudeo–. Pero eso no significa que tenga que obedecerlo en todo momento. Ser adulto significa responsabilizarse de nuestras acciones.

Él la miró con ojos burlones y Lindsay se sonrojó violentamente.

–No eres mi tipo –le dijo, levantando la barbilla.

–¿No?

De alguna manera la conversación se había vuelto personal de nuevo. Lindsay levantó una mano y se frotó la frente. Las cosas no estaban saliendo tal y como las había planeado.

–Por favor, ¿podemos hablar de Ruby?

–Claro. Tú hablas. Yo me doy una ducha. Si estás tan segura de cuál es tu tipo, no te incomodará verme desnudo –dijo, agarrándose los pantalones cortos.

Lindsay respiró hondo y apartó la vista.

Sólo trataba de ponerla nerviosa y la mejor respuesta habría sido mirarle de frente y hacer algún comentario envenenado, pero el cerebro de Lindsay no funcionaba correctamente.

–Fuera –murmuró–. Esperaré fuera hasta que…

–¿Y por qué vas a esperar fuera? Tú estás muy segura de ti misma, ¿no? No hay forma de poner a prueba tu poderosa fuerza de voluntad, ¿o me equivoco? ¿Es por eso que llevas ese traje formal y ese peinado estirado? ¿Acaso crees que, si estás abotonada hasta el cuello por fuera, también lo estarás por dentro?

–Vine directamente del trabajo.

–Ah, sí. Tu trabajo. Lindsay Lockheart, consejera emocional. ¿Cómo va eso? La última vez que estuvimos en el mismo programa de radio estabas promocionando R.A.P., tu nuevo programa de análisis de relaciones personales –le dijo con sorna–. Yo lo probé con mi última novia. Por desgracia, terminé con ella antes del llegar al final del programa.

Lindsay se mordió el labio.

–No necesitas mi programa para saber que tus relaciones son superficiales y vanas. El programa no está diseñado para corregir las deficiencias emocionales de un cínico como tú.

–Entonces quizá deberías lanzar una versión para cínicos –sonrió.

A Lindsay le ardían las mejillas.

–No estoy aquí para hablar de nuestras diferencias profesionales.

–Siempre me he preguntado cómo has conseguido labrarte una reputación de experta en relaciones personales cuando tu propia experiencia en el tema es tan limitada.

Lindsay se sintió como si le hubiera arrancado la ropa con un cuchillo.

–Tengo que saber si mi hermana está con tu hermano.

«Por favor, di que no», rogó en silencio. «Por favor, dime que eso no ha ocurrido».

–Estaba viendo a alguien, pero se mostraba muy reservada al respecto. Normalmente me lo dice todo.

–¿Todo? ¿Para que puedas disfrutar de una vida sexual ajena?

Lindsay apretó los dientes.

–¿Pueden estar juntos? ¿Podría tener algo con Dino?

–Seguro que sí. Parece que se llevaban muy bien.

Un líquido frío recorrió las venas de Lindsay.

–¿Y no trataste de impedirlo? –aunque no mirara, Lindsay sabía que se había quitado el resto de la ropa–. ¿No se te ocurrió pensar que no era una buena idea? No tienen nada en común.

–A diferencia de ti, a mí no me gusta meterme en las vidas ajenas. No me gusta controlar las relaciones de otras personas. Y no soy responsable de mi hermano –con un derroche de confianza arrogante fue hacia las duchas, cerró la puerta y abrió el grifo.

Aunque sólo fuera por un momento, Lindsay respiró aliviada y se tragó las lágrimas de la impotencia que sentía. Si las circunstancias hubieran sido distintas, lo habría dejado con la palabra en la boca. No era rival para Alessio Capelli en una guerra verbal. Él la había dejado atada de pies y manos, pero sus palabras la habían hecho preocuparse aún más por su hermana.

Aquél era el peor escenario posible. Todo apuntaba a que Ruby tenía algo con su hermano, hasta el punto de haber abandonado su trabajo.

Si Alessio decía la verdad, su hermana había huido de sus responsabilidades. ¿Qué la había llevado a hacer algo así? ¿Por qué se habría comportado de una forma tan irresponsable y temeraria? ¿Y por qué Alessio no le había puesto fin antes de que las cosas se les fueran de las manos? Una relación entre su hermano y Ruby no era sino una bomba de relojería.

Lindsay miró hacia las duchas con gesto furioso.

Alessio era consciente de ello, pero a él no le importaba nada excepto él mismo.

Sin embargo, una relación así causaría estragos en la vida de su hermana.

A Lindsay se le pasó por la cabeza contarle aquella trágica historia con la esperanza de apelar a su sentido de la decencia, pero entonces se dio cuenta de que él no tenía tal sentido.

–¿Los animaste a hacerlo? –le preguntó, levantando la voz.

El ruido del agua cesó.

Él salió de la ducha con una toalla alrededor de la cadera.

–Ni siquiera tú puedes ser tan ingenua –le dijo, sonriendo–. Dos jóvenes con las hormonas en efervescencia no necesitan que se les anime. Sólo necesitan una oportunidad.

–Y supongo que tú se la diste –Lindsay se frotó la frente con las puntas de los dedos y trató de pensar con claridad–. Tú los animaste a hacerlo. Sé que sí. Sabías que lo último que yo quería era que acabaran juntos. Cuando nos conocimos te dije que Ruby acababa de pasar por una mala relación. Entonces era muy vulnerable. Y todavía lo es. Tu hermano es la última persona a la que necesita en este momento –Lindsay tragó con dificultad–. ¿Lo hiciste a propósito? ¿Para castigarme porque te rechacé? ¿Se trataba de tu ego, Alessio?

Unas oscuras pestañas velaron su mirada.