Novia del guerrero del desierto (Ganadora Premios Rita) - Sarah Morgan - E-Book

Novia del guerrero del desierto (Ganadora Premios Rita) E-Book

Sarah Morgan

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Beschreibung

Iba a ser necesario mucho fuego para derretir el frío corazón de su marido Para Layla, princesa de Tazkhan, el matrimonio que su padre había concertado antes de morir significaba pasar el resto de su vida en cautividad y sufriendo la crueldad de su marido. Tal perspectiva la empujó a escapar y entregarse al jeque Raz Al Zahki, el mayor enemigo de su familia. Raz le exigía una cosa a cambio de protegerla a ella y a su hermana. El guerrero del desierto quería que nadie pudiera decir que su matrimonio no era de verdad, para ello tendrían que compartir cama como marido y mujer. Quizá ahora estuviese a salvo, pero su corazón no lo estaba tanto…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Sarah Morgan. Todos los derechos reservados.

NOVIA DEL GUERRERO DEL DESIERTO, N.º 2268 - noviembre 2013

Título original: Lost to the Desert Warrior

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3858-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Los persas enseñan tres cosas a sus hijos entre los cinco y los veinte años: a montar a caballo, a utilizar un arco y a decir la verdad.

Historias de Heródoto, historiador griego, 484-425 a.C.

–Calla, no hagas ruido –Layla le tapó la boca a su hermana–. Se les oye cerca. No pueden encontrarnos.

Layla lamentó no tener más tiempo para encontrar un lugar mejor para esconderse. Desde luego meterse tras las largas cortinas de terciopelo de la habitación de su padre no parecía el mejor sitio y, sin embargo, sabía que era el más seguro porque a nadie se le ocurriría buscar allí a las princesas. Les estaba prohibido entrar al dormitorio de su padre, ni siquiera el día de su muerte.

Pero Layla había querido ver con sus propios ojos que el hombre que había dicho ser su padre yacía frío y sin vida en la cama, comprobar que no volvería a levantarse para cometer un nuevo pecado contra ella o contra su hermana. Layla se había metido allí y había oído cómo su último aliento marcaba su destino. Sus últimas palabras no habían expresado ningún arrepentimiento por la vida que había malgastado. No había pedido ver a sus hijas, ni siquiera que alguien les dijera que las quería y compensar así tantos años de abandono. No había pedido perdón por el mal que había hecho y mucho menos por la última maldad que condenaba a su hija para siempre.

–Hassan debe casarse con Layla –había dicho–. Es la única manera de que el pueblo lo acepte como gobernante de Tazkhan.

Layla seguía tapándole la boca a su hermana pequeña mientras se acercaban los pasos. Las cortinas le rozaban la frente y sentía el olor a polvo. La oscuridad la desorientaba, pero esperó en completa tensión, temiendo que el más mínimo movimiento las delatara y alguien abriera las cortinas.

Al otro lado de la protección que les ofrecía el grueso terciopelo, oyó varias personas que entraban en la habitación.

–Hemos mirado en todos los rincones del palacio y no están en ninguna parte.

–No pueden haber desaparecido –dijo otra voz.

Layla la reconoció de inmediato. Era Hassan, primo de su padre y, si se cumplían sus últimos deseos, su futuro esposo. Tenía sesenta años y aún más ambición que su padre.

En un momento de aterradora claridad, Layla vio su futuro y le pareció aún más negro que el escondite en el que se encontraba. Clavó la mirada en esa oscuridad, sin atreverse a respirar siquiera por miedo a delatarse.

–Las encontraremos, Hassan.

–Dentro de unas horas te dirigirás a mí como Excelencia –replicó Hassan–. Y más vale que las encontréis. Probad en la biblioteca; la mayor se pasa allí el día. La pequeña es muy habladora, así que la enviaremos a Estados Unidos y, al no verla, la gente no tardará en olvidarse de ella. Mi boda con la mayor se celebrará antes del amanecer. Por suerte, es la menos habladora, así que no creo que proteste.

Layla pensó que ni siquiera sabía cómo se llamaba. Para él solo era «la mayor», «la menos habladora». No creía que supiera el aspecto que tenía, ni que le importara. Desde luego no le importaba lo que quisiera hacer con su vida. Claro que tampoco le había importado a su padre. La única persona a la que le importaba lo que le ocurriera era la que en esos momentos temblaba entre sus brazos. Su hermana pequeña. Su amiga. Su única familia.

La noticia de que Hassan tenía pensado enviar a Yasmin a Estados Unidos no hicieron sino aumentar el pavor que le provocaba la situación. De todo lo que se le avecinaba, lo peor sería perder a su hermana.

–¿Por qué esa prisa por casarse?

El acompañante de Hassan dijo en voz alta lo que estaba pensando Layla.

–Porque los dos sabemos que él vendrá en cuanto se entere de la muerte del viejo jeque.

Layla supo de inmediato quién era ese «él» y también supo que Hassan le tenía miedo, tanto que ni siquiera se atrevía a pronunciar el nombre de su enemigo. La temible reputación del guerrero del desierto y soberano legítimo del agreste país de Tazkhan atemorizaba tanto a Hassan que había prohibido que nadie dijera su nombre dentro de las murallas de la ciudad. Lo más irónico era que, al prohibir que la gente mencionara al legítimo heredero de aquel territorio, solo había conseguido que el pueblo lo viera como un héroe.

En un momento de rebeldía, Layla pensó en él.

Raz al-Zahki.

Un príncipe que vivía como un beduino entre la gente que tanto lo quería. Un hombre del desierto con determinación, fuerza y paciencia de hierro, cuya estrategia consistía en esperar. En aquellos momentos estaría ahí fuera, en algún lugar secreto que solo conocían los más cercanos a él. El secretismo que lo rodeaba aumentaba la tensión en la ciudadela de Tazkhan.

Por fin oyeron que los pasos salían de la habitación.

En cuanto se cerró la puerta, Yasmin se apartó de ella para tomar aire.

–Pensé que ibas a asfixiarme.

–Yo pensé que ibas a chillar.

–Yo no he chillado en toda mi vida. No soy tan patética –sin embargo Yasmin parecía muy alterada.

–Se han ido. Estamos a salvo –le aseguró Layla, agarrándole la mano con fuerza.

–¿A salvo? Layla, ese monstruo enorme y arrugado va a casarse contigo antes del amanecer y a mí me va a enviar a Estados Unidos, a miles de kilómetros de mi hogar y de ti.

Layla notó que a su hermana se le quebraba la voz.

–No, no va a hacerlo porque yo no se lo voy a permitir.

–¿Cómo vas a impedírselo? No me importa lo que pase siempre que estemos juntas, como siempre. No sé cómo podría vivir sin ti. Necesito que me cierres la boca cuando no debo abrirla y tú me necesitas a mí para no vivir solo a través de los libros.

La desesperación impregnaba las palabras de su hermana y Layla sintió en los hombros el tremendo peso de la responsabilidad. Se sintió diminuta e impotente contra la fuerza bruta de la ambición de Hassan.

–Te prometo que no nos van a separar.

–¿Cómo vas a impedirlo?

–Aún no lo sé. Estoy pensando...

–Piensa rápido porque en solo unas horas estaré en un avión rumbo a Estados Unidos y tú estarás en la cama de Hassan.

–¡Yasmin! –exclamó Layla, escandalizada.

–Es la verdad.

–¿Qué sabes tú de estar en la cama de un hombre?

–Mucho menos de lo que me gustaría. Supongo que esa podría ser una de las ventajas de que me enviaran a Estados Unidos.

A pesar de las circunstancias, Yasmin esbozó una sonrisa y a Layla se le hizo un nudo en la garganta. Su hermana siempre se las arreglaba para encontrar un motivo para sonreír y conseguía hacer brotar la risa en los momentos más tristes y llenar de luz los lugares más oscuros.

–No puedo perderte –ni siquiera soportaba la idea de estar sin ella–. No voy a permitirlo.

Yasmin miró a su alrededor con cautela.

–¿De verdad ha muerto nuestro padre?

–Sí –Layla intentó encontrar alguna emoción en su alma, pero estaba entumecida–. ¿Estás triste?

–¿Por qué habría de estarlo? Esta es la quinta vez que lo veo en persona y no creo que cuente de verdad, así que solo lo he visto cuatro veces. Ha convertido nuestra vida en un infierno y sigue haciéndolo incluso muerto –la furia oscureció los intensos ojos azules de Yasmin–. ¿Sabes lo que me gustaría? Me gustaría que Raz al-Zahki se presentara en la ciudad con ese impresionante semental negro que monta y acabara con Hassan. Yo lo apoyaría. En realidad le estaría tan agradecida que me casaría con él y le daría cien hijos para asegurarme de perpetuar su linaje.

Layla intentó no mirar el cuerpo que yacía en la cama. No quería verlo ni siquiera muerto.

–Él no querría casarse contigo. Eres hija del responsable de la muerte de su padre y de su bella esposa. Nos odia y no lo culpo por ello –ella también se odiaba por llevar la misma sangre que un hombre tan cruel.

–Debería casarse contigo, así nadie podría quitarle su reino. Eso acabaría con Hassan.

Era una idea tan descabellada, tan típica de Yasmin, que el primer impulso de Layla fue descartarla de inmediato y pedirle que fuera más cauta, como hacía siempre. Pero ¿de qué iba a servirles ser cautas a solo unas horas de casarse con aquel monstruo?

De pronto vio aquella idea con otros ojos.

–Yasmin...

–Dicen que amaba tanto a su esposa que cuando murió prometió que no volvería a amar a nadie –le contó su hermana, maravillada–. ¿Alguna vez has oído algo tan romántico?

El valor de Layla se esfumó de golpe. No podía hacerlo.

–No es romántico, es trágico. Es terrible.

–Pero imagínate que te ame tanto un hombre tan fuerte y honrado como él... eso es lo que yo quiero.

Yasmin perdió la mirada en el vacío y Layla la zarandeó.

–Deja de soñar –aquello del amor era algo tan ajeno para ella. El único amor que conocía era el que sentía por su hermana; nunca había sentido nada mínimamente romántico al mirar a un hombre y nada de lo que había leído al respecto le hacía pensar que pudiera ser de otro modo en el futuro. Era una persona demasiado pragmática y era precisamente ese pragmatismo lo que la impulsaba en ese momento–. Si te mandan a Estados Unidos, no volveré a verte. No puedo permitir que lo hagan.

–¿Y cómo vas a impedirlo? Hassan nunca es tan peligroso como cuando está asustado y ahora está aterrado de Raz al-Zahki; hasta el punto de no permitir que nadie pronuncie su nombre en la ciudad. Aunque todo el mundo lo hace, claro. Especialmente las mujeres, por lo que he podido escuchar.

–¿Has vuelto a estar en el zoco? ¿Es que no te das cuenta de lo peligroso que es?

Yasmin continuó hablando sin hacer el menor caso a sus palabras.

–Dicen que tiene el corazón frío como el hielo –dijo, susurrando con fascinación–... y que solo una mujer podrá derretirlo. Es como esa leyenda de la espada y la piedra que me leíste cuando era pequeña.

–¡Vamos, Yasmin, a ver si creces! Ningún corazón puede congelarse a menos que la persona se encuentre en la Antártida sin el equipo adecuado. El corazón es el que bombea la sangre al resto del cuerpo, así que no se congela, ni se rompe –Layla se preguntó, exasperada, cómo era posible que dos hermanas fueran tan distintas como ellas dos. Habían vivido lo mismo, aunque Layla había protegido a Yasmin de las mayores crueldades de su padre–. Esto no es una leyenda, es la realidad. Deja de verlo todo como si fuera un cuento romántico.

–Dicen que no tardará en venir –esa vez su hermana hablaba con emoción e impaciencia–. Ha estado esperando mientras nuestro padre y Hassan maquinaban, pero ahora que nuestro padre ha muerto, seguro que tiene un plan para reclamar la posición que le corresponde como legítimo jeque. Han enviado gente a patrullar por el desierto, aunque es absurdo porque todo el mundo sabe que nadie conoce el desierto mejor que Raz al-Zahki. La gente no duerme por si entra en la ciudadela durante la noche. Sinceramente, espero que sea así. Si yo me lo encontrara en la oscuridad, estaría encantada de mostrarle el camino.

Layla volvió a ponerle la mano sobre la boca a su hermana.

–Tienes que tener cuidado con lo que dices.

–Hassan solo puede hacerse con el poder si se casa contigo.

–Entonces no puede casarse conmigo.

Yasmin la miró con lástima.

–Te obligará a hacerlo.

–No podrá obligarme si no me encuentra –Layla se metió en el vestidor de su padre sin atreverse a pensar demasiado en lo que iba a hacer y sacó un par de túnicas–. Ponte esto –le tiró una a su hermana–. Tápate el pelo y la cara todo lo que puedas. Espérame detrás de la cortina hasta que venga a buscarte. Tengo que ir a buscar algo a la biblioteca antes de irnos.

–¿A la biblioteca? ¿Cómo puedes pensar en libros en estos momentos?

–Porque los libros pueden serlo todo: un amigo, una vía de escape, un maestro... –Layla dejó de hablar, esperando que su hermana no se hubiese dado cuenta de que se había ruborizado–. Da igual. Lo importante es que nos vamos de aquí. Va a ser como cuando jugábamos al escondite de niñas –al ver el gesto de horror de Yasmin, lamentó haber hecho esa referencia–. Esos caballos a los que tanto quieres... ¿podrás montar alguno de ellos?

–¡Claro!

Creyó verla titubear, pero fue algo tan fugaz que pensó que lo había imaginado.

–Yo he leído mucho sobre equitación y sobre los caballos árabes, así que seguro que entre las dos nos arreglamos –esperaba resultar más convincente de lo que se sentía–. Iremos a las cuadras por detrás y desde allí nos adentraremos en el desierto.

–¿En el desierto? ¿Por qué?

Layla comenzó a responder a pesar de que el cerebro le decía que era muy mala idea.

–Vamos a ir a buscar a Raz al-Zahki.

El viento atravesó el desierto, portando el rumor de la muerte del jeque.

Desde su campamento, Raz al-Zahki perdió la mirada en la oscuridad de la noche.

–¿Es verdad o solo un rumor?

–Verdad –aseguró Salem, de pie junto a él–. Nos lo han confirmado distintas fuentes.

–Entonces ha llegado el momento –hacía ya mucho tiempo que Raz había aprendido a ocultar sus sentimientos, pero sí que sintió en los hombros el dolor de aquella tensión que conocía bien–. Esta misma noche salimos hacia la ciudad.

Abdul, su consejero y amigo, dio un paso adelante.

–Hay algo más, Alteza. Como bien predijiste, Hassan tiene intención de casarse con la mayor de las princesas en solo unas horas. Los preparativos de la boda ya han empezado.

–¿Antes incluso de que se enfríe el cuerpo? –Raz soltó una carcajada llena de cinismo–. Es obvio que está abrumada por el dolor.

–Hassan debe de tener por lo menos cuarenta años más que ella –murmuró Salem–. Me pregunto qué ganará ella con la boda.

–No es ningún misterio. Seguirá viviendo en el palacio y disfrutando de un privilegio que jamás debería haber tenido –Raz volvió a clavar la mirada en el horizonte–. Es hija de uno de los hombres más despiadados que ha habido en Tazkhan, así que no pierdas el tiempo en sentir compasión por ella.

–Si Hassan se casa con la chica, te será más difícil cuestionar legalmente la sucesión.

–Por eso voy a asegurarme de que no se celebre la boda.

Abdul lo miró con asombro.

–¿Entonces tienes intención de seguir adelante con el plan? Aunque lo que estás sugiriendo es que...

–Es la única alternativa posible –Raz lo interrumpió, consciente de su propia brusquedad. En otro tiempo había sido capaz de ser tierno, pero esa parte de sí mismo había muerto con la mujer que amaba–. Hemos considerado todas las opciones y... dejó de hablar al oír ruidos afuera de la tienda de campaña.

Sus dos guardaespaldas se acercaron a flanquearlo, esos hombres llevaban quince años acompañándolo, desde el brutal asesinato de su padre, y Raz sabía que estarían dispuestos a morir por él.

Pero lo que más le conmovió fue que Abdul se pusiera delante de él para protegerlo porque su fiel consejero no era una persona fuerte físicamente, ni demasiado hábil con las armas.

Raz lo apartó con firmeza, pero con amabilidad.

–¡Vete! –le dijo Abdul–. Podría ser el ataque que estábamos temiendo.

Vio que Salem tenía agarrada el arma y, un segundo después, apareció un muchacho delgado al que tenían agarrado dos de sus hombres.

–Si pretendieran atentar contra mi vida, se lo habrían encargado a alguien más fuerte.

–Lo hemos encontrando merodeando por el desierto, junto a la frontera de Zubran. Parece que estaba solo. Dice que trae un mensaje para Raz al-Zahki –explicó otro de sus hombres, protegiendo su identidad.

Raz les hizo un gesto para que acercaran al muchacho. Le habían atado las manos por lo que, en cuanto lo soltaron, el joven cayó de rodillas. Raz se fijó en que la túnica le quedaba enorme.

–¿Qué mensaje tienes para Raz al-Zahki, muchacho? –le preguntó Salem, que rara vez se separaba de su lado.

–Tengo que hablar en persona con él –murmuró en voz tan baja que apenas se le oía–. Y tiene que ser a solas porque el mensaje es solo para él, para nadie más.

Uno de los guardias resopló, molesto.

–Más te vale no acercarte a él y mucho menos quedarte a solas porque te comería vivo.

–No me importa lo que me haga siempre y cuando escuche lo que tengo que decirle. Llévenme con él, por favor.

El muchacho no levantó la cabeza en ningún momento, pero hubo algo en su postura, en sus hombros estrechos, que atrajo la atención de Raz.

Dio un paso adelante.

–¿No te da miedo?

Hubo una breve pausa.

–Claro que tengo miedo, pero no de Raz al-Zahki.

–Entonces tienes mucho que aprender –le advirtió el guardia al tiempo que lo ponía en pie–. Pasará la noche encerrado y lo interrogaremos de nuevo por la mañana.

–¡No! –el muchacho forcejeó frenéticamente con el guardia–. Por la mañana será demasiado tarde. Tengo que hablar con él ahora, por favor. El futuro de Tazkhan depende de ello.

Raz lo miró un segundo.

–Llevadlo a mi tienda.

Salem, Abdul y los guardias lo miraron sin dar crédito a lo que oían.

–Antes lo desnudaremos para registrarlo bien y...

–Llevadlo a mi tienda y dejadnos solos.

Abdul le puso la mano en el brazo y le habló en voz baja:

–Nunca he cuestionado tus decisiones, Alteza, pero debo suplicarte que al menos dejes que se queden contigo dos hombres.

–¿Acaso crees que no puedo defenderme de alguien la mitad de grande que yo?

–Creo que en estos momentos Hassan es capaz de cualquier cosa. Está asustado y desesperado y la desesperación hace que uno cometa locuras. Podría ser una trampa.

–Tiene razón –afirmó Salem–. Yo me quedaré contigo.

Raz le puso la mano en el hombro a su amigo.

–Tu amor y tu lealtad son muy importantes para mí, pero tienes que confiar en mí.

–Si te ocurriera algo...

Él mejor que nadie sabía que había promesas que no se debían hacer.

–Aseguraos de que no nos molesten –despidió a los guardias con un gesto y entró a su tienda.

El muchacho estaba arrodillado en el rincón más alejado de la puerta. Raz lo observó unos segundos, después se aproximó a él y cortó la cuerda que le ataba las muñecas.

–Levántate.

Lo vio intentarlo, pero parecía incapaz de hacerlo.

–Me duelen las piernas de montar y me he hecho daño en un tobillo al caer.

–Dime a qué has venido.

–Solo hablaré con Raz al-Zahki, con nadie más.

–Entonces habla –le ordenó suavemente y el muchacho levantó la cabeza con asombro.

–¿Es usted? –le preguntó, con los ojos abiertos de par en par y el rostro tapado prácticamente por completo.

–Soy yo el que hace las preguntas –respondió Raz, guardándose el cuchillo–. Lo primero que quiero saber es qué hace una mujer rondando mi campamento en mitad de la noche. ¿Cómo se le ocurre meterse en la guarida del león, princesa?

Layla estaba sufriendo una verdadera agonía. La agonía física que le provocaba el dolor provocado por la caída y la agonía emocional de saber que su hermana estaba perdida y sola en la inmensidad del desierto. Y todo por su culpa.

Había sido ella la que había propuesto aquella locura. Ella, que nunca hacía nada irreflexivo, que siempre analizaba cuidadosamente todas las opciones antes de tomar cualquier decisión, había actuado por impulso.

Habría sido mejor que Hassan la enviara a Estados Unidos, al menos así habría sabido que estaba viva.

Pero la realidad era que Yasmin había desaparecido y ella estaba prisionera en el campamento de Raz al-Zahki, un hombre que tenía más motivos para odiarla que nadie en el mundo.

Un hombre que sabía quién era.