Sentido del honor - Jennie Lucas - E-Book
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Sentido del honor E-Book

Jennie Lucas

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Beschreibung

Josie Dalton estaba muy nerviosa cuando se acercó al rascacielos donde se encontraba el imponente ático del príncipe ruso Kasimir Xendzov. Había tomado la decisión de casarse con él para salvar a su hermana, pero el destello helado de los ojos de Kasimir le decía que no era un hombre con quien se pudiera jugar. Por su parte, Kasimir creía haber puesto la última pieza en el rompecabezas de la venganza contra su hermano. Tenía el champán en la cubitera y a su flamante esposa, en el dormitorio. Su victoria iba ser muy dulce. Pero la inocencia de Josie pondría a prueba una virtud que Kasimir ni siquiera era consciente de tener: el Sentido del honor.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Jennie Lucas

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sentido del honor, n.º 330 - enero 2022

Título original: A Reputation For Revenge

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-894-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Dos días después de Navidad, durante un rosado amanecer de Honolulú, Josie Dalton alzó la cabeza y contempló el rascacielos del otro lado de la calle. Kasimir vivía en el ático, casi pegado a las nubes.

Sola en la acera, suspiró y se volvió a repetir que no podía casarse con él, que no debía casarse con él.

Pero no tenía más opción.

Por mucho que le asustara, estaba dispuesta a casarse con el diablo en persona si, con ello, salvaba a su hermana.

A decir verdad, no había calculado que las cosas pudieran llegar a ese extremo. Pensaba que la policía tomaría cartas en el asunto y solventaría el problema. Pero las autoridades de Seattle y de Honolulú se habían reído en su cara.

–¿Que su hermana apostó su virginidad en una partida de póquer? –le preguntó el primer agente con quien habló–. ¿Qué es eso? ¿Un juego de amantes?

–A ver si lo entiendo, señorita Dalton… –dijo el segundo–. ¿Me está diciendo que un exnovio millonario ganó a su hermana en una apuesta? Mire, márchese de aquí antes de que la detenga por participar en partidas de póquer ilegales. Nosotros investigamos delitos de verdad, no tonterías.

Al final, Josie había llegado a la conclusión de que, si quería salvar a su hermana, no tenía más remedio que actuar por su cuenta.

Y allí estaba, sola en un frío y húmedo amanecer.

Entrecerró los ojos y se recordó que la culpa era suya por haber metido a Bree en ese lío. Si no hubiera aceptado la invitación de su antiguo jefe para jugar al póquer, no habría perdido cien mil dólares y su hermana no se habría visto obligada a salvarle el pellejo.

Bree, quien le sacaba seis años, era una profesional del póquer. Había aprendido de niña, con su padre; pero llevaba una década lejos de las mesas de juego y era evidente que había perdido parte de sus habilidades. ¿Cómo explicar si no que, en lugar de ganar, se hubiera perdido a sí misma en una apuesta con Vladimir Xendzov, su antiguo novio?

Más tarde, Vladimir las había separado a las dos y había enviado a Josie al continente, en su avión privado. Pero en lugar de cruzarse de brazos, Josie había comprado un billete con el poco dinero que tenía y había regresado a Hawai.

Tenía un plan y lo iba a llevar a cabo, por peligroso que fuera.

Volvió a mirar el rascacielos, cuyas ventanas de cristal reflejaban los tonos rojizos del sol naciente.

Por culpa suya, Bree había perdido su libertad.

Ahora, Josie iba a salvar a su hermana con la única carta que tenía: casarse con el peor enemigo de Vladimir Xendzov, su hermano Kasimir.

Una vez más, se dijo que el enemigo de tu enemigo era tu amigo. Y teniendo en cuenta que los hermanos Xendzov intentaban destruirse el uno al otro, Kasimir Xendzov era el mejor amigo que podría encontrar.

Pero, a pesar de ello, se le hizo un nudo en la garganta.

En cierto modo, sería como casarse con el mismísimo diablo.

Lentamente, cruzó la calle y caminó hasta la entrada del edificio. El portero que estaba en el vestíbulo miró su coleta, su camiseta arrugada y sus chanclas baratas y dijo, sin demasiada amabilidad:

–¿En qué puedo ayudarla?

Josie se humedeció los labios. Los tenía secos.

–Me voy a casar. Con una persona que vive aquí.

El hombre arqueó una ceja.

–¿Usted? ¿Con una persona que vive aquí?

Ella asintió.

–Con Kasimir Xendzov.

El portero se quedó boquiabierto.

–¿Con el príncipe? Señorita, márchese antes de que llame a la policía.

–No, por favor… Llámelo y dígale que Josie Dalton está en el vestíbulo y que he cambiado de opinión.

–¿Que lo llame? –preguntó, mirándola como si la hubiera tomado por una loca–. ¿Qué se ha creído? ¿Que puede cruzar la calle tranquilamente y…?

Josie empezó a buscar algo en su macuto.

–El príncipe está aquí de incógnito –continuó el portero–. Está de vacaciones y le aseguro que yo no voy a…

Josie sacó una tarjeta y se la enseñó.

–¿Lo ve? Me la dio hace tres días, cuando me propuso que me casara con él. Estábamos en un bar, cerca de Waikiki.

El portero alcanzó la tarjeta y la miró con asombro.

–Eso no es posible. Usted no es su tipo…

Josie suspiró.

–Lo sé.

Con su exceso de peso y su ropa vieja, Josie era dolorosamente consciente de no ser el tipo de mujer de ningún hombre. Sin embargo, Kasimir Xendzov se quería casar con ella por motivos que no tenían nada que ver con el deseo, ni mucho menos con el amor.

–Llámelo, por favor –insistió.

El hombre alcanzó el teléfono del mostrador y marcó un número. Después, dio la espalda a Josie y habló en voz baja.

Tras unos segundos, miró a Josie y declaró:

–Su guardaespaldas dice que puede subir. El domicilio del príncipe está en el último piso… Ah, y felicidades por su compromiso matrimonial.

–Gracias.

Josie se colgó el macuto al hombro, cruzó el vestíbulo y entró en el ascensor. Al llegar al último piso, la puerta se abrió y ella salió a un corredor por el que empezó a caminar.

–Bienvenida, señorita Dalton –dijo uno de los dos guardaespaldas de la entrada.

Rápidamente, el primero de ellos comprobó el contenido del macuto mientras el segundo la cacheaba.

–¿Qué están haciendo? ¿Creen que llevo una pistola? –preguntó con una carcajada de perplejidad.

Los guardaespaldas ni siquiera se molestaron en sonreír.

–Adelante, señorita Dalton. Puede pasar.

Josie miró la imponente puerta del ático.

–¿El príncipe está dentro?

–Sí. La está esperando.

Ella tragó saliva, nerviosa.

–Sí, bueno… El príncipe es un buen hombre, ¿verdad? Quiero decir… es un buen jefe, ¿no? Alguien en quien se puede confiar…

Los guardaespaldas la miraron a los ojos, impasibles.

–Su Alteza la está esperando –insistió el primero–. Por favor, pase.

–De acuerdo…

Josie volvió a ser consciente de que se había metido en un buen lío. Siempre había sido demasiado ingenua. Ese era el motivo de que su padre le hubiera dejado su herencia en fideicomiso, para que no recibiera las tierras de los Dalton hasta que cumpliera veinticinco años. No se fiaba de su buen juicio con la gente. Decía que se dejaba engañar con demasiada facilidad.

Sin embargo, Bree siempre había dicho que la inocencia no era un defecto, sino una virtud. Y al pensar en su hermana, Josie se recordó que estaba prisionera del hermano de Kasimir.

Respiró hondo y empujó la puerta.

–Hazlo por Bree –se dijo en voz baja.

El vestíbulo de la casa estaba vacío. Josie avanzó por el suelo de mármol, admiró la escalera de caracol que se alzaba a su derecha y siguió hasta un salón desde el que se veía toda la ciudad y, al otro lado, el océano Pacífico.

–Así que has cambiado de idea…

La voz profunda y masculina de Kasimir la sacó de sus pensamientos.

El príncipe era hombre extraordinariamente atractivo. Era muy alto, de metro noventa, con hombros anchos y un cuerpo perfecto. Sus ojos azules contrastaban con su cabello negro. Llevaba traje y corbata, y el destello de la piel de sus zapatos sugería un poder económico tan grande como la falta de piedad de su expresión.

Josie se estremeció sin poder evitarlo.

Normalmente, no le costaba hablar con nadie. Trataba a los desconocidos como si fueran de la familia. Pero Kasimir la dejaba sin habla. Le parecía tan guapo y tan embriagador que, cuando estaba ante él, se olvidaba hasta de respirar.

–La última vez que nos vimos, dijiste que jamás te casarías conmigo –afirmó Kasimir–. Por nada del mundo.

Ella se ruborizó.

–Puede que me precipitara un poco.

–Te recuerdo que me tiraste el contenido de tu copa a la cara.

–¡Fue un accidente! –protestó.

Él la miró con escepticismo.

–¿Un accidente? Me la tiraste a la cara y saliste corriendo del bar Salad.

–Porque estaba asustada. No esperaba que me propusieras matrimonio –replicó con un hilo de voz.

–Es posible, pero huiste como si te persiguiera el diablo.

Josie tragó saliva.

–Porque me pareciste el diablo –dijo.

Kasimir entrecerró los ojos.

–¿Esa es tu forma de decirme que te vas a casar conmigo?

Ella sacudió la cabeza.

–No, no, me he expresado mal. Es que…

Josie intentó explicarse, pero no pudo. ¿Cómo decir que Vladimir había destrozado su vida y la de su hermana diez años atrás y que, al encontrarse ante su hermano, había sentido pánico? ¿Cómo decir que, acostumbrada como estaba a no llamar la atención de ningún hombre, había estado a punto de arrojarse a sus brazos cuando le ofreció matrimonio?

¿Cómo expresar que era una chica estúpida y patética?

Obviamente, no podía.

–¿Por qué has cambiado de opinión? ¿Necesitas el dinero?

Josie sacudió la cabeza.

–No es por dinero.

–Entonces, ¿es por tener título de princesa?

–En absoluto… –dijo, sorprendida.

–Muchas mujeres harían cualquier cosa por ser una princesa.

–Yo no soy así. Además, mi hermana me dijo que tu título de príncipe no vale nada. Puede que seas un aristócrata, pero no tienes tierras que…

Josie dejó la frase sin terminar cuando vio que Kasimir la miraba con ira.

–Hubo un tiempo en el que teníamos cientos de miles de hectáreas en Rusia. Sin contar las tierras de Alaska, que son nuestras por derecho.

–Discúlpame, pero tu familia se las vendió a mi padre.

Él dio un paso hacia ella.

–Contra mi voluntad. Las vendieron sin mi consentimiento.

Josie retrocedió bajo el filo implacable de sus ojos azules. Kasimir Xendzov tenía fama de ser un seductor sin corazón cuya mayor diversión, además de conquistar supermodelos y aumentar su riqueza, consistía en hacer daño a su hermano mayor, que lo había expulsado de la empresa de la familia.

–¿Te doy miedo? –preguntó de repente.

–No –mintió–. ¿Por qué iba a tener miedo?

–Porque se dicen muchas cosas de mí. Se dice que soy un hombre implacable, lo cual es cierto; pero también se dice que estoy loco y que estoy que completamente dominado por mis deseos de venganza.

–Pero seguro que no es cierto…

Él rio.

–Si lo fuera, no lo admitiría –Kasimir se apartó de ella y volvió a mirarla a los ojos–. De modo que has cambiado de opinión… Me parece muy bien, pero ¿no se te ha ocurrido la posibilidad de que ya no quiera casarme contigo?

–¿Ya no quieres? –preguntó, desconcertada.

Kasimir se encogió de hombros.

–Me rechazaste de mala manera –le recordó.

Josie sintió verdadero pánico. Se había gastado el poco dinero que le quedaba en el billete de avión y, si no conseguía el apoyo de Kasimir, Bree seguiría siendo esclava de Vladimir hasta el fin de sus días.

–¡No, por favor! ¡Dijiste que harías cualquier cosa por recuperar esas tierras! Dijiste que le prometiste a tu difunto padre en su lecho de muerte que… –Josie se detuvo y admiró los bíceps de Kasimir–. Vaya, seguro que levantas muchas pesas…

Cuando se dio cuenta de lo que había dicho, se puso roja como un tomate. Pero respiró hondo y siguió hablando.

–No juegues conmigo, Kasimir. ¿Quieres que nos casemos? ¿O no?

–Antes de darte una respuesta, necesito conocer tus motivos. Si no es por el título ni por el dinero…

–¡Y dale con el título! –Josie sonrió–. Tu título no vale nada…

Él arqueó una ceja.

–Vale mucho más de lo que te imaginas. Es una inversión. Mucha gente se queda impresionada cuando sabe que soy príncipe.

–¿Insinúas que es útil para tus negocios?

Kasimir sonrió.

–Por fin empiezas a entenderlo.

–Pero no esperarás que te haga reverencias…

–No, no será necesario. Solo quiero casarme contigo. Hoy.

Ella se quedó boquiabierta.

–Entonces, quieres casarte conmigo…

Kasimir volvió a sonreír.

–Por supuesto que quiero.

Josie no salía de su asombro. Kasimir la miraba como si su interés por ella fuera sincero. Sabía que solo quería las tierras de Alaska, pero sus ojos brillaban de tal forma que se sintió más deseada que nunca.

–Sin embargo, necesito saber por qué has cambiado de opinión.

Kasimir alzó una mano y le acarició la mejilla. El contacto de sus dedos le arrancó un estremecimiento de placer. Eran dedos duros, de un hombre acostumbrado a trabajar, pero tenían la sutileza de los de un poeta.

Josie retrocedió y se dijo que Kasimir no era un poeta. Era un guerrero. Un luchador que podía aplastarla cuando quisiera.

–¿Y bien?

–Mi hermana –contestó ella.

–¿Has cambiado de opinión por Bree? Me resulta difícil de creer.

Josie suspiró.

–Tu hermano la ha raptado. Quiero que la salves.

Kasimir frunció el ceño.

–¿Que mi hermano la ha raptado?

Ella se mordió el labio.

–Bueno, técnicamente se podría decir que mi hermana apostó su libertad a una sola carta y que perdió.

–Ah, un juego de amantes… Claro, ninguna mujer se jugaría su libertad en otras circunstancias. Además, mi hermano siempre sintió debilidad por tu hermana. Se ve que, tras diez años de separación, se han vuelto a enamorar.

–¿Estás loco? ¡Bree lo odia!

–¿Cómo?

Josie sacudió la cabeza.

–Vladimir la obligó a marcharse con él.

–Comprendo…

–Y todo es culpa mía. Mi antiguo jefe me invitó a una partida de cartas y yo acepté porque esperaba ganar lo suficiente para pagar las deudas de mi difunto padre. Bree estaba durmiendo. Si lo hubiera sabido, me habría impedido jugar. Siempre me decía que me alejara del póquer y que desconfiara del señor Hudson.

–¿Por qué?

–No sé, creo que por la forma en que llegamos a su hotel… Estábamos en Seattle y nos contrató sin vernos ni someternos a ninguna entrevista. Hasta nos envió dos billetes de avión para viajar a Hawai. A nosotras nos pareció muy sospechoso, pero estábamos tan desesperadas que aceptamos. –Josie lo miró a los ojos–. En fin, mi hermana se puso a jugar para recuperar el dinero que yo había perdido y se arriesgó en una apuesta a una sola carta.

–Y crees que yo puedo salvarla…

–Sé que puedes. Eres el único hombre que conozco que tiene tanto poder como Vladimir. El único capaz de enfrentarse a él.

Kasimir no dijo nada.

–Por favor. Te puedes quedar con mis tierras si quieres. A mí no me importan. Pero salva a Bree… no podría vivir sin ella.

De repente, él alcanzó su macuto y dijo:

–Dame eso. Lo dejaré por ahí.

–No es necesario que…

–Apenas te sostienes, Josie. Tienes aspecto de no haber dormido en varios días. Aunque no me extraña, teniendo en cuenta que volaste a Seattle y después, otra vez, a Hawai.

Ella frunció el ceño.

–¿Te he dicho yo que volé a Seattle?

Él se quedó helado, pero reaccionó enseguida.

–Por supuesto que sí. Si no me lo hubieras dicho, yo no podría saberlo.

–Sí, claro… –Josie sacudió la cabeza, confusa–. Reconozco que estoy agotada. Y a decir verdad, sedienta.

–Acompáñame y te serviré algo.

Josie lo siguió.

–¿Por qué eres tan amable conmigo?

Kasimir frunció el ceño.

–¿Por qué no iba a serlo?

–Porque la experiencia me dice que, cuanto más guapo es un hombre, más idiota es. Pero tú, en cambio…

–¿Sí?

–Nada. Olvídalo –replicó, incómoda.

Él sonrió de nuevo.

–No sé lo que tu hermana te habrá contado de mí, pero no soy el diablo –le aseguró–. Te serviré esa bebida.

Mientras lo seguía, Josie se preguntó por qué tenía la manía de decir lo primero que se le pasaba por la cabeza. Le habría gustado ser tan racional y disciplinada como Bree, pero no lo era. Además, tampoco resultaba tan extraño. Cualquier mujer habría perdido los papeles al estar ante un hombre tan increíblemente atractivo.

Vladimir la llevó hasta una biblioteca preciosa, con vistas de la ciudad. Después, abrió un armario y dijo:

–¿Qué te apetece?

–Un vaso de agua. Del grifo.

–Tengo agua mineral. O café, si lo prefieres…

–No, solo quiero eso. Con un poco de hielo, si puede ser.

Vladimir se dirigió a la cocina y volvió con un vaso.

–Gracias…

Josie se lo bebió de un trago, bajo su atenta mirada.

–Eres una mujer poco habitual, Josie Dalton.

Ella se secó los labios.

–¿En serio?

–Sí. Y me agrada estar con una mujer que no hace el menor intento por impresionarme.

Josie bufó.

–¿Impresionarte? Sería una pérdida de tiempo. Sé que un hombre como tú no se interesaría nunca por una chica como yo.

Kasimir la miró con intensidad.

–Te subestimas, Josie.

Ella tragó saliva.

–Eres muy amable, pero no tiene sentido que finja ser lo que no soy. Aunque confieso que, a veces, me gustaría ser de otra manera.

–Vaya… Además de original, eres honrada.

Josie volvió a ruborizarse.

–Bueno, volviendo a lo que me has pedido, supongo que no habrá ningún problema. Liberaré a tu hermana y te la devolveré.

Los ojos de Josie se iluminaron.

–¿De verdad? ¿Cuándo?

–Después de la boda. Tendremos que estar casados hasta que las tierras de Alaska pasen a ser de mi propiedad. A cambio, liberaré a Breanna y, por supuesto, os dejaré en paz a las dos –dijo–. ¿Eso es lo que quieres?

–¡Sí!

–En ese caso, trato hecho.

Kasimir le ofreció una mano y ella se la estrechó. Estaba caliente y era dura. Josie se estremeció y volvió a clavar la vista en sus eléctricos ojos azules. Tuvo la impresión de estar mirando el sol.

–Espero que no sea muy desagradable para ti.

–¿A qué te refieres?

–A estar casado conmigo.

Él le acarició la mano.

–En absoluto. Vas a ser mi primera y última esposa. Tengo intención de disfrutarlo a fondo –declaró con suavidad.

–¿Tu primera y última esposa? –declaró ella, arrugando la nariz–. Eres un poco pesimista, ¿no? Estoy segura de que algún día encontrarás a alguien que…

Kasimir rompió a reír.

–Ah, mi querida e inocente Josie. Puede que no me creas, pero tú eres la respuesta a todas mis plegarias.

***

 

El príncipe Kasimir Xendzov no había estado siempre enemistado con su hermano. De hecho, ni siquiera había empezado la pelea.

De niño, idolatraba a Vladimir. Se sentía orgulloso de su hermano mayor, de sus padres, de su familia y de su hogar. Su abuelo había sido una persona muy importante en la Rusia zarista; pero, cuando estalló la guerra, envió a su esposa y a su hijo a Alaska y, poco después, murió. Desde entonces, los Xendzov habían vivido en la pobreza y a miles de kilómetros de la civilización. Aunque a Kasimir le parecía el paraíso.