Siendo francos - Franco Scianca - E-Book

Siendo francos E-Book

Franco Scianca

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Beschreibung

¿Se puede sanar una persona escribiendo? Esa es la pregunta esencial de esta novela, en la cual Franco Scianca trata de indagar de manera desesperada por qué se suicidó Rojo, su mejor amigo. ¿Podría haber hecho algo más? ¿Podría haber evitado su suicidio? ¿Cómo no se dio cuenta de las señales previas? Estas son algunas de las preguntas que atormentan al escritor y que lo obligan a internarse en la profundidad de sus propias emociones. Una mirada íntima y aguda sobre la amistad, las enfermedades mentales y sus consecuencias.

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SIENDO FRANCOSCrónica del suicidio de mi mejor amigoAutor: FRANCO [email protected] Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago, Chile. Fonos: 56-224153230, [email protected] Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edicion electrónica: Sergio Cruz Primera edición: mayo 2023. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N° 265.368 ISBN: Nº 9789563386356 eISBN: Nº 9789563386363

Novela ganadora del fondo literario“Escrituras de la Memoria 2019”.

Para Franco. Quién más.

“Franco”, según el Diccionario de la RAE: Nombre propio. Sincero y leal en su trato. Despejado, libre de obstáculos. Patente, claro, sin lugar a dudas.

Morir, como todo lo demás, es un arte. Sylvia Plath Los amigos del barrio pueden desaparecer. Los cantores de radio pueden desaparecer. Los que están en los diarios pueden desaparecer. La persona que amas puede desaparecer. “Los Dinosaurios” / Charly García

Nota del autor

Hace justo una década, el viernes 25 de septiembre de 2009, Franco se suicidó. Franco era mi mejor amigo, sobre todo en los últimos dos o tres años. Debo ser la persona que más compartió con él antes de que se matara. Yo también me llamo Franco. Por eso cuando estábamos juntos nos decían y nos hacíamos llamar los Fra-Fra, una manera estúpida de ironizar y homenajear a la dupla Za-Sa, que conformaron Zamorano y Salas para las Eliminatorias del Mundial de Francia 98. Algunos amigos, los más cercanos, le decíamos Rojo por el color rojizo-anaranjado de su pelo. Así me referiré a él en las próximas páginas para evitar confusiones.

Miércoles 25 de septiembre, 2019

Jueves 24 de septiembre, 2009

Suena mi celular. Son pasadas las siete de la tarde. Es Rojo. Estoy solo en mi cubículo de trabajo. El resto de los periodistas ya se fue. No queda casi nadie en la radio. Solo yo y el guardia de seguridad que permanece en la recepción toda la noche. Termino de escribir una columna de cine para grabarla mañana.

—¿Aló? ¿Franco?

—¡Rojo!

—Hola. ¿Cómo vas?

—Todo bien, compadre. ¿Y tú?

—Bien igual.

—…

—…

—¿A qué se debe este llamado?

—Quería saber en qué andabas.

—En la pega todavía.

—¿Qué onda? ¿Te crees el empleado del mes?

—Es lo que hay nomás.

—Si quieres te llamo después.

—No. Tranqui. No te preocupes. Aprovecho de tomarme un break. Tengo la espalda hecha mierda.

—Demás. Cansa estar todo el día sentado frente al computador.

—La cagó. Es muy cierta esa huevada. De hecho, hace varios días que vengo con un dolor de mierda en la parte baja de la espalda. Debiera hacer kinesiterapia o ir a un quiropráctico, pero no tengo tiempo, huevón.

—…

—Espérame un poco, Rojo.

—Dale. Te espero.

Subo al cuarto piso, donde está la terraza y la azotea de la radio. Enciendo un cigarro. El sol ya se escondió tras el cerro San Cristóbal y el cielo adquiere en el poniente un poderoso tono rosado. Se nota la llegada de la primavera. Los días están más largos y el clima ha mejorado de manera notoria.

—Ahora sí. Al fin un poco de aire.

—¿Escribías algo?

—Hacía una reseña de Gran Torino.

—Es la zorra esa película.

—Buenísima. Con el final casi me caigo de raja.

—Yo también, huevón. Nunca creí que Clint Eastwood iba a morir. No de esa manera al menos.

—Se inmola para salvar a los chinos.

—No eran chinos, huevón. Eran coreanos.

—Chinos, coreanos, japoneses. La misma huevada.

Mi cigarro se extingue rápido debido al característico viento de septiembre.

—Eres un xenófobo de mierda. Por algo así hoy te pueden hasta meter preso.

—No es de xenófobo. Te juro que no logro distinguirlos. Como dice mi papá cuando ve una película enredada: “Nunca sé quiénes son los buenos y quiénes son los malos”.

Rojo ríe. Me gusta hacerlo reír.

—Debieras hacer un intento. Hacer un esfuerzo y distinguirlos. El cine coreano la lleva.

—Hace tiempo que la lleva, huevón —digo—. A mí no me gusta, pero sí, lo reconozco, tienes razón: el cine coreano la lleva.

—¿Viste Oldboy?

—La odié.

—¿Por qué?

—Filo. Da lo mismo.

—También es la zorra. Pero bueno, sobre gustos…

—¿No hay nada escrito?

—Algo así.

—…

—Creo que Gran Torino debiera ganar algún Óscar.

—No sé, Rojo. Son tan raros esos premios. Al final, más que premios, son solo homenajes. Homenajes a los negros, homenajes a los chinos, homenajes a las mujeres, homenajes a los homosexuales, homenajes a los muertos. La idea de la industria es quedar bien con todos. Como la canción “Nunca quedas mal con nadie”.

—…

—…

—Gran Torino es de lo mejor que le he visto a Clint Eastwood.

—Creo que exageras un poco. Lejos, prefiero Los imperdonables —digo—. ¿La viste?

—Obvio. También es la zorra esa película.

—En los noventa había mejores películas que ahora.

—¿De verdad crees eso?

—Es cosa de ver las mierdas que se filman hoy.

—Antes también se filmaban mierdas, Franco. Siempre se han filmado mierdas.

—Menos que ahora. Te lo aseguro. Con la llegada de las nuevas tecnologías, cualquier pendejo llega y hace una película con su celular.

—Quizás es bueno eso —dice—. Significa que el cine se ha democratizado.

—Tengo mis dudas, huevón.

—…

—Para mí, Los imperdonables es el gran punto de inflexión de Clint Eastwood.

—¿Cómo es eso?

—Venía haciendo cosas muy buenas, desde hacía tiempo ya, pero después de Los Imperdonables al fin lo empezaron a respetar como realizador.

—…

—…

—¿Cuántos años tiene Clint Eastwood?

—Ochenta, un poco más, un poco menos, no sé, debe andar por ahí.

—Mientras más viejo, más talentoso el huevón.

—Y tiene para rato. Está como tuna. La media facha del conchesumadre.

—Ya te pusiste maraco para tus huevadas.

Reímos. Los dos al mismo tiempo.

—Si yo me voy preso por xenófobo, Rojo, tú te vas preso por homofóbico.

Rojo ríe nuevamente. Con su típica sonrisa aguda, como la de un cabro chico que está escondido haciendo alguna travesura.

—Sí. Lo reconozco. Es fachoso el viejo.

—¿Viste, Rojo? También tienes tu lado femenino desarrollado.

—No me huevees.

—Todos tenemos a una mina en nuestro interior. A veces solo hay que dejar que ella se manifieste y hable por sí sola.

—Harto rara tu teoría. En todo caso ojalá nosotros pudiéramos llegar a los ochenta tan bien como Clint Eastwood.

—Con la cantidad de trago y droga que nos hemos metido… no creo, huevón.

—Hay que tener fe. Lo dice Jorge González.

—…

—…

—Por lo menos tú no fumas, huevón. Yo estoy cagado por todas partes. La otra vez leí que las personas que fuman tienen una expectativa de vida de diez o quince años menos con respecto de quienes no fuman.

Se produce un silencio. Largo. Eterno. Ni él ni yo sabemos qué agregar. Noto que Rojo quiere cambiar de tema.

—¿Te pasa algo?

—¿Por qué me lo preguntas?

—Te quedaste callado de un segundo a otro.

—Tú también.

—…

—No. No me pasa nada. O sea, nada especial. Solo quería hablar contigo.

—Hablemos entonces…

—…

—…

—¿Cómo te trata la vida?

—A mí, bien, sí, bien, bastante bien, no me quejo. Aunque ahora último estoy tapado en pega. Entraron nuevos avisos a la radio y aumentó el número de columnas. Estoy raja, huevón.

—Pero por lo menos vas al cine gratis. Qué daría yo por ir al cine gratis.

—Es cierto. Igual me entretengo en la radio.

—Es fundamental eso: entretenerse. Yo antes me aburría más que la chucha en la pega.

Rojo está con licencia médica por depresión desde hace más de un mes. Trabaja en la Universidad Santo Tomás. Es el director de “Ciencias del Deporte”, carrera que él mismo introdujo en la malla curricular aprovechando el máster FIFA que cursó hace un par de años en Europa.

—¿Y ahora? ¿No te aburres en tu casa, solo?

—Es que hago hartas huevadas. Leo, riego, veo películas. A veces también salgo a caminar o a andar en bici. Lo paso mucho mejor que cuando iba a trabajar.

—Pero no ves a nadie, huevón.

—¿Y qué chucha importa eso?

—Claro que es importante. Es importante sociabilizar.

—No creo que sea tan importante. Contigo y un par de buenas amistades me basta y me sobra.

—…

—…

—¿Sigues yendo al Parque Pocuro?

—Voy harto para allá.

—Después de las seis de la tarde ese parque se llena de minas ricas.

—La cagó. Es impresionante la cantidad de minas que hay a esa hora.

—Yo en tu lugar me compraría un perro y lo sacaría a pasear al Parque Pocuro todos los días. Te apuesto que algo cae. La técnica del perro nunca falla. Las minas se acercan solas. Tú tenías uno antes… un labrador. Martín creo que se llamaba.

—El Martín. Cómo olvidarlo. Pobre Martín. Terminó con tumores en todo el cuerpo. Al final el veterinario lo hizo dormir para que no siguiera sufriendo.

—¿Te dio mucha pena?

—Claro que sí. Quería harto a ese perro. Ya estaba acostumbrado a él y él ya estaba acostumbrado a mí. Incluso dormíamos juntos. Era rico dormir con el Martín, no sé, hacerle cariño, escuchar sus ronquidos…

—Fuera de hueveo, ¿por qué no te compras un perro? Te sentirías más acompañado, Rojo. Los perros son bacanes, huevón. Además, siempre es bueno hacerse cargo de otro ser vivo.

—¿Estás loco? Mi casa es demasiado chica como para tener perro. Tiene poco patio y los cachorros son más inquietos que la mierda. Un perro dejaría la cagada en el jardín.

—Eres un maniático de mierda. ¿Lo sabías?

—No es de maniático. Tú me conoces, Franco. Me gusta el orden y la limpieza.

Cambio de tema. Intento ir al grano:

—Y de ánimo ¿Cómo vas con eso?

—Uf. Da para largo el tema. Por eso me gustaría juntarme contigo hoy. Si puedes, claro. Podrías venir a mi casa en la noche y tiramos algo a la parrilla. No sé si te tinca.

—Me tinca, y mucho. Pero hoy estoy cagado. Lo siento. Todavía me falta escribir un par de columnas y más rato quedé en juntarme con la Pía en mi departamento. Vamos a hacer sushi. O sea, el sushi lo va a hacer ella. Yo no tengo la más puta idea de cómo hacerlo.

—No es para nada difícil hacer sushi.

—¿Has hecho sushi alguna vez?

—Nunca.

Nuevamente Rojo y yo nos reímos al mismo tiempo.

—Pero hazme un resumen, huevón. No me dejes metido. ¿De qué quieres hablar?

—Te quería contar algunas cosas… cosas que me han pasado últimamente.

—¿Qué cosas, por ejemplo?

—…

—…

—En la última sesión con mi psiquiatra, quedé cargado. Por eso quería desahogarme con alguien… y quién mejor que tú.

—¿A qué te refieres con quedar “cargado”?

—Cargado en términos emocionales. No sé. Es difícil de explicar. El tema es que no me hizo bien la sesión. Quizás el huevón me obligó a ver cosas que no quería ver. A veces hay huevadas que es mejor dejarlas escondidas en algún lugar de tu disco duro. Y si no te sirven, ojalá borrarlas y enviarlas a la papelera de reciclaje. Y después, obvio, vaciar la papelera y no hablar nunca más de ellas.

—Pero huevón, el objetivo de las terapias es justamente otro: que te ayuden a sacar la mierda para afuera.

—No sé si ahora estoy preparado como para sacar la mierda para afuera. Creo que los psiquiatras debieran saber hasta dónde llegar. Saber cuándo hay que dejar la mugre bajo la alfombra. Saber cuándo hay que barrerla y sacarla.

—No te cacho.

—Pico. No me pesques. Da lo mismo.

—A mí no me da lo mismo, Rojo. ¿Estás bien realmente?

—No sé si tanto. Ya me tienen chato los doctores, las consultas, los remedios. Estoy aburrido de todo esto.

—Qué paja.

—Una paja, huevón. Me tengo que tomar más de veinte remedios al día. ¡Veinte! Antidepresivos, antisicóticos, ansiolíticos, pastillas para dormir. Imagínate… ahora los remedios me tienen estítico. Otro efecto secundario.

—¿Estítico?

—Sí. Estítico, huevón. ¿No sabes lo que significa estar estítico?

—¿No puedes cagar?

—No.

—¿Nada?

—Ni siquiera un poco. A lo más, un par de bolitas… como los conejos.

—Eso sí que debe ser como el pico.

—La otra vez me tuve que sacar un mojón con la mano.

—No te creo.

—Te lo juro.

—Qué asco, huevón.

—Un asco.

—Come más ensaladas, más frutas. Toma más agua.

—Como muchas ensaladas, huevón. No es eso. Son las pastillas, son los remedios. Me lo dijo el mismo doctor. No sé qué tanto me está ayudando ese huevón. Intenta terapiarme, me da y me da remedios y al final no pasa nada.

—¿Es el mismo de siempre?

—El mismo.

—¿El de la Clínica Las Condes?

—Sí. El amigo de mi hermano.

—Quizás debieras cambiar, no sé, buscar otro psiquiatra. Pedir otra opinión. A eso me refiero.

—¿Sabes lo que me pasa, Franco?

—Ni idea.

—Me da lata contarle toda mi historia de nuevo a otro doctor que ni siquiera me conoce.

—Es cierto. Es una lata eso. A mí también me ha pasado. Al final pierdes como diez sesiones o más contándole todo de nuevo a otro huevón. Pero a veces hay que hacerlo nomás. No puedes estar con un psiquiatra que te cae y te hace mal.

—…

—¿Rojo? ¿Aló? ¿Houston-Houston?

—Estaba escuchándote.

—¿Tomaste algo? Tienes la lengua traposa.

—Nada, huevón. Ya llevo casi dos meses sin tomar ni una gota de alcohol. Deben ser las pastillas. Las pastillas me secan la boca y empiezo a hablar como si estuviera borracho.

—¡Dos meses! Bien, huevón. Te felicito. Yo, con cueva, he durado dos semanas. También debiera dejarlo. El trago me hace pésimo. Cada vez son peores las resacas.

—Es normal. Ya no tenemos veinte años. Hay que mirar el carnet de repente.

Me alegro de que Rojo esté abstinente. Cuando toma su depresión empeora. Varias veces me ha llamado borracho, llorando, refugiado en algún bar de Santiago. Me quedo tranquilo. Al menos su sobriedad es sinónimo de que está consciente de lo que piensa, dice y hace.

—¿Para cuándo dejamos el asadito, entonces? Me interesa verte.

Rojo duda, no sé por qué ni de qué.

—Mañana podría ser, en mi casa, a la hora de almuerzo. ¿Te tinca? Ahí tiramos unas carnecitas a la parrilla.

—Suena bien eso. Ya me dio hambre, huevón. Además, mañana es viernes. Salgo más temprano de la radio. Ahí me cuentas todo.

—OK.

—¿Qué carne te llevo, compadre?

—Yo la compro aquí, en el Jumbo de la esquina. ¿Te gusta la entraña?

—Me encanta. Debe ser mi corte favorito. Es delgadita. Vuelta y vuelta y ya está. Como las minas.

Rojo vuelve a reír. Y agrego:

—Amo la entraña… la entraña y el lomo vetado.

—Chucha que me saliste caro, huevón. Exquisito el culeado.

Me río de su comentario. Él también ríe.

—Estaré como a las dos o como a las tres en tu casa. ¿Está bien?

—Perfecto.

—Espérame con el fuego prendido eso sí. Tú sabes… soy un huevón cómodo.

Rojo ríe de nuevo. Yo río de nuevo. Los dos reímos. Nos despedimos y cortamos. Quedo con una agradable sensación. Estoy seguro de que al menos lo hice pasar un buen momento. Enciendo otro cigarro y me quedo observando cómo la tarde lentamente se transforma en noche.

Quizás

Quizás ese día Rojo se despierta más temprano de lo habitual. Un poco angustiado, aunque a esta altura ya sabe cómo manejar la angustia. Es una técnica que no siempre le funciona, pero igual la practica a menudo. Respirar hondo y lento. Inspirar y exhalar intentando no dejar de pensar en el presente.

Está acostumbrado a la angustia. La viene sintiendo desde hace años.