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Sarah M. Anderson

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Beschreibung

¿Sería capaz de soportar tanta atracción? El aristocrático abogado James Carlson estaba trabajando en el caso más importante de su vida. La victoria en aquel juicio sería el pistoletazo de salida a su carrera política. Nada, ni mucho menos, nadie, le haría apartarse de su camino. Hasta que conoció a su testigo, Maggie Eagle Heart, que hizo que se cuestionara todo: su familia, sus objetivos, su futuro. Era la mujer que deseaba, pero estaba fuera de su alcance. Sin embargo, y a pesar de sus esfuerzos por mantener una relación puramente profesional, la atracción entre ellos era innegable e irresistible. James siempre había hecho lo que se esperaba de él… Hasta aquel momento.

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Seitenzahl: 166

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Sarah M. Anderson. Todos los derechos reservados.

SIGUE TUS SUEÑOS, N.º 1892 - Enero 2013

Título original: A Man of Privilege

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2602-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

CapítuloUno

–Señor Carlson, el agente Yellow Bird ha llegado con la señorita Touchette.

–Gracias –contestó James a su ayudante Agnes por el interfono, aunque era un sistema de comunicación que odiaba porque le recordaba a su autoritario padre.

Ni él ni su madre se habían dignado nunca a visitarlo en su modesto despacho de Dakota del Sur. A su madre le habría dado un ataque de nervios, puesto que su única obsesión era que recorriera lo antes posible el camino que distaba entre la mansión familiar de Washington y la Casa Blanca.

El apellido Carlson representaba una dinastía equiparable a la de los Kennedy o los Bush, y sus padres habían criado a James para que se presentara como candidato a la presidencia. Por eso se habían enfurecido cuando, en lugar de aprovechar los contactos familiares, había elegido su propio camino, mucho más estrecho y complicado del que ellos podían haberle proporcionado.

James miró la foto de Touchette que tenía sobre la mesa. Aparecía amoratada y con aspecto desafiante, y tenía los dientes oscuros propios de los adictos a la metanfetamina. Su historial delictivo incluía arrestos por posesión y venta de droga, prostitución y robo. Los últimos arrestos habían tenido lugar diez años antes, al mismo tiempo que James acababa su carrera de abogado en Georgetown, como número uno de su promoción. Le habían llovido ofertas millonarias, pero, al contrario de lo que su padre había esperado que hiciera, las había rechazado. James no necesitaba dinero porque su abuelo le había legado todo el que necesitaba. Así que había aceptado un puesto de principiante en el Ministerio de Justicia y había ascendido la cadena laboral peldaño a peldaño. Era uno de los mejores abogados del país porque trabajaba duro y cumplía las normas, y no porque su madre fuera rica y su padre poderoso.

No todo el mundo cumplía las normas, como demostraba el historial de Touchette. En los últimos nueve años no se registraban detenciones, de lo que se deducía que, o bien se había mudado de estado o había aprendido a esquivar a la policía. Cualquiera de esas posibilidades explicaba que Yellow Bird hubiera tardado meses en dar con ella.

James la necesitaba para cumplir con su misión de limpiar la judicatura. De haber estado sola, James habría hecho esperar a Touchette porque sabía que era más fácil manipular a las personas cuando estaban nerviosas. Pero el agente del FBI Yellow Bird no era un criminal.

Se puso la chaqueta, se levantó y llamó por el interfono. Incluso los criminales se merecían un mínimo de cortesía:

–Haga pasar a la señorita Touchette.

Yellow Bird entró e indicó que pasara a la mujer que lo seguía.

Cuando James la vio, parpadeó con fuerza para asegurarse de que no le fallaba la vista.

La mujer que tenía ante sí no tenía nada que ver con lo que esperaba. El cabello, negro y ondulado, le llegaba a los hombros; el flequillo casi le cubría el ojo izquierdo; la piel era de un delicado tono cetrino. Llevaba una falda marrón hasta los tobillos y un top rosa de tirantes. Asía con fuerza un bolso de cuero que llevaba al hombro, y su mirada era clara e inteligente.

James pensó que quedaría bien en el estrado... y se sorprendió pensando que también en su cama. Hacia tiempo que no pensaba en esos términos y era completamente inapropiado además de inmoral, tratándose de una testigo potencial. Y aunque no lo fuera, James no solía salir con antiguas prostitutas por muy guapas que fueran.

–Soy el fiscal especial James Carlson. Gracias por venir, señorita Touchette.

–No soy Touchette –dijo ella con firmeza–. Me llamo Eagle Heart.

James miró a Yellow Bird, pero este se apoyaba con indiferencia en un archivador.

–Enséñaselo –dijo este con voz grave. Al ver que la mujer no se movía, insistió–. Maggie, enséñaselo.

Ella tomó aire y dirigió la mirada a la fotografía que James tenía sobre el escritorio.

–Ahora me llamo Maggie Eagle Heart –dijo, retirándose el flequillo y mostrando una cicatriz en la frente que le llegaba a la ceja.

James vio que coincidía con la de la foto.

–Y... –dijo Yellow Bird.

Ella se giró y se bajó el tirante del top a la vez que se retiraba el cabello hacia adelante y mostraba un tatuaje que cubría su hombro derecho. Representaba unas llamas, entre las que se veían las iniciales LLD.

Margaret Touchette y Maggie Eagle Heart eran la misma persona, aunque dos mujeres muy distintas.

James carraspeó al sentir que la visión de aquel trozo de piel le provocaba una presión en la entrepierna y, sentándose, ojeó el historial hasta encontrar el tatuaje en una foto.

No comprendía qué le pasaba. Jamás dejaba que un testigo lo distrajera.

–Gracias, agente Yellow Bird, a partir de aquí me ocuparé yo –dijo.

–Quiero que Yellow Bird se quede –dijo ella.

–Le aseguro que se trata de una entrevista puramente profesional –dijo James–. Cualquier cosa que hablemos será confidencial.

Ella enarcó una ceja con escepticismo.

–Permítame que lo dude. ¿Se puede quedar o no? –preguntó, retadora.

James estaba desconcertado. La gente que solía acudir a él normalmente tenía algo que ocultar y actuaban con nerviosismo. Aquella mujer... James miró a Yellow Bird, que asintió.

–Bien, comencemos –James indicó el asiento que quedaba delante del escritorio a la vez que ponía la grabadora en marcha–. Por favor, diga su nombre, alias, si lo tiene, y su ocupación.

Tras un leve titubeo, ella se sentó dando una primera muestra de incomodidad al enredar y desenredar la tira del bolso en el dedo.

–Me llamo Maggie Eagle Heart. Antes me llamaba Margaret Marie Touchette. Vendo joyas y vestidos artesanales indioamericanos por Internet.

–¿Cuándo se casó? –preguntó James al tiempo que tomaba nota.

–No estoy casada.

James alzó la cabeza sorprendido... y satisfecho de saber que estaba disponible. Ella no había mantenido contacto visual con él en ningún momento. James, que jamás se había sentido nervioso, tuvo que tragar saliva.

–¿De qué conoce al agente Yellow Bird?

Tras una larga pausa, ella dijo:

–Hace mucho tiempo, un niño que se llamaba Tommy intentó salvar a una niña que se llamaba Maggie, pero ni él ni nadie lo logró.

–¿Está saliendo con alguien en este momento?

Yellow Bird salió de su inmovilidad y Maggie miró por primera vez a James a los ojos. Este sintió que le sudaba la nuca mientras la inapropiada pregunta parecía haberse quedado suspendida en el aire.

–No. ¿Se puede saber a qué está jugando? –preguntó ella.

James supo que debía reconducir el interrogatorio si quería mantener el control.

–¿Cuándo adoptó su alias presente?

Ella volvió a desviar la mirada.

–Hace nueve años.

–¿Cuánto tiempo después de su último arresto?

La mujer bajó la mirada, pero mantuvo la cabeza erguida.

–¿Debo llamar a un abogado?

–No, aunque le puedo recomendar a una de las mejores del estado –James abrió un cajón y buscó hasta encontrar un tarjeta de Rosebud Armstrong que deslizó sobre el escritorio–. El agente Yellow Bird puede darle referencias.

También él la conocía en persona. Pero muy pocas personas sabían que el hijo de un antiguo ministro de Defensa había tenido una affaire con una india lakota en la universidad. Se trataba de una información que podía destrozar su carrera, y James no había estado dispuesto a dejar que una atracción pasajera arruinara su futuro. Eso era algo que debía recordar cada vez que mirara a la señorita Eagle Heart.

Ella leyó la tarjeta y la sostuvo en la mano mientras acariciaba el borde. James observó que tenía unos dedos largos, con uñas cortas, sin pintar. Mostraban algunas durezas que indicaban que no era una mujer privilegiada. Al contrario que Pauline Walker, la mujer que su madre había elegido para él como esposa. No. Eagle Heart tenía las manos de una mujer que sabía cómo usarlas.

James se revolvió en el asiento. Tenía que mantener la concentración.

–Señorita Eagle Heart, la he llamado porque creo que tiene conocimiento personal de un crimen, y me gustaría que me proporcionara su versión de los hechos.

–Yo no sé nada de ningún crimen –dijo ella, palideciendo–. Nunca he estado en la cárcel.

–A pesar de haber sido detenida en diecisiete ocasiones. Ya lo he observado. Como he observado que siempre le tocó el mismo juez: Royce T. Maynard.

El pulso de James se aceleró en cuanto mencionó a uno de los jueces más corruptos del sistema judicial. Poder imputarlo le permitiría colgarse una medalla que le abriría el camino hacia su carrera política. Primero se presentaría a fiscal general, luego a gobernador y, si todo salía bien, alcanzaría posiciones aún más elevadas dentro de la administración... quizá hasta la sala oval.

De pequeño, había creído que ser abogado era mucho más admirable que ser político. Pero con los años había descubierto que solo dentro de la política se podía cambiar el mundo. Estaba convencido de que podía guiar el país tal y como conducía sus casos: con eficacia, honradez y con el sentido de la justicia por encima de todo. Pero para ello, tenía que poder mostrar un historial intachable, sin escándalos, esqueletos en el armario, ni relaciones con mujeres de cuestionable reputación... como Maggie Eagle Heart.

Lo primero era lo primero. Para demostrar que Maynard era culpable, James necesitaba el testimonio de testigos tan cuestionables como Maggie Eagle Heart. Aunque la mujer que tenía ante sí, más que cuestionable resultaba segura y alerta; exactamente el tipo de mujer al que él querría conocer mejor.

–¿Quién? –preguntó ella, fingiendo que no había oído el nombre con anterioridad.

–Me pregunto por qué una mujer que ha sido detenida diecisiete veces ha sido puesta en libertad en todos los casos. Una o dos veces, podría ser. Pero ¿diecisiete?

–No sé de qué está hablando –dijo ella. Y por primera vez le tembló la voz.

–Yo creo que sí lo sabe. Creo que sabe por qué está hoy aquí y lo que quiero de usted.

Supo que no debía haber añadido el último comentario cuando ella lo miró fijamente, dando a entender que comprendía perfectamente lo que quería de ella dentro y fuera del juzgado. Sin embargo, no dijo nada, sino que se limitó a mirarlo con expresión retadora.

Yellow Bird se movió y rompió la tensión que se había creado.

–El ministerio de justicia cree que Royce T. Maynard ha abusado regularmente de su posición de poder, aceptando sobornos y... presionando a los detenidos para conseguir favores a cambio de sentenciar a su favor.

–¿Está acusándome de un crimen? –preguntó ella, palideciendo de nuevo.

–No directamente. Pero creemos que le pidió ciertos favores a cambio de dejarla en libertad –dijo James, deslizando la declaración de un agente judicial de Maynard que describía como este solía verse en su despacho con las acusadas a solas, en ausencia de los agentes que las custodiaban.

Maggie permaneció inmóvil y James se sintió despreciable. Cualquiera que fuera la actividad a la que aquella mujer se había dedicado en la última década, era evidente que había elegido una vida muy distinta a la de la mujer de la fotografía. Pero la incomodidad le duró poco. Nadie llegaba a fiscal especial tan joven preocupándose por los sentimientos de los testigos.

–Esta es una declaración de un antiguo abogado –añadió, indicando otro documento en el que un abogado corrupto declaraba haber animado a sus clientas acusadas de prostitución, incluida Margaret Touchette, a acudir al despacho de Maynard, donde asumía que mantenían relaciones sexuales a cambio de un veredicto de inocencia–. Supongo que recordará el nombre.

Eagle Heart tomó el papel con manos temblorosas, leyó el nombre y suspiró a la vez que lo dejaba de nuevo sobre la mesa.

James no podía reconocer ningún rasgo en ella que pudiera identificarla como drogadicta o prostituta. Maggie Eagle Heart era una mujer segura de sí misma y hermosa que despertaba su admiración. Era una lástima que no pudiera pasar más tiempo con ella y descubrir porqué la encontraba tan atractiva.

–¿Por qué estoy aquí? –preguntó ella sin rastro del nerviosismo que había mostrado unos minutos antes. Sus ojos brillaban desafiantes–. Si tiene la declaración oficial de dos personas no necesita la mía.

–En eso se equivoca. Lo que tengo son las declaraciones de segunda mano de dos personas que no estaban presentes cuando se cometieron los supuestos crímenes. Porque de eso es de lo que se trata, señorita Eagle Heart, de crímenes. Es ilegal que un representante de la ley exija favores sexuales a los detenidos. Yo pretendo eliminar a criminales del sistema judicial para que personas como Margaret Touchette reciban un trato justo y la ayuda legal que necesitan. Y para eso, necesito el testimonio de una testigo presencial. Necesito que describa qué le pidió el juez Maynard a cambio de librarla de la cárcel en diecisiete ocasiones consecutivas.

–No.

James le dedicó una estudiada sonrisa que sabía que combinaba en partes iguales la amabilidad y la amenaza; una sonrisa que solía darle excelentes resultados en los juicios.

–Señorita Eagle Heart, en este momento no se le acusa de ningún crimen, pero eso podría cambiar en cualquier momento.

Ella le dedicó una mirada de acero.

–Si no me equivoco, usted acaba de solicitarme un favor a cambio de mi libertad. ¡Qué deliciosamente hipócrita! Hace tiempo que sé que eso es lo único que puedo esperar de la ley.

Se puso en pie. James sabía que debía cortar su diatriba y mantener el control de la conversación, pero sentía curiosidad por lo que fuera a añadir. ¿Lo insultaría? ¿Lo abofetearía?

–Los delitos que pudiera haber cometido Margaret Touchette han prescrito. Usted no puede acusarme ni detenerme. La próxima vez que quiera hablar conmigo, no me envíe a su sabueso –dijo, indicando a Yellow Bird–. Y ahora, quiero irme a casa –y con gesto digno, salió.

Había visto el órdago sabiendo que no era más que un farol.

James dejó escapar un silbido de admiración que hizo que Yellow Bird volviera la cabeza, sorprendido, antes de salir del despacho tras ella.

James sacudió la cabeza. Aunque las cosas no había salido como las había planeado, aquella mujer le había impresionado. Cualquier otra en su posición, habría colapsado. Él había visto a abogados profesionales hundirse al ser presionados. En cambio ella, que tenía un pasado cuanto menos dudoso, no consentía que nadie la juzgara por ello, ni se dejaba intimidar. Era imposible no admirarla.

Evaluó las opciones que le quedaban. Necesitaba su testimonio para asegurarse el caso. Pero si volvía a pedirle a Yellow Bird que la llevara a su despacho, no conseguiría nada de ella. Lo que le dejaba solo una opción.

Agnes entró en el despacho con la agenda.

–¿Quiere que apunte a la señorita para otra cita?

–Consígame su dirección.

Siempre que tuviera razones legítimas para verla, su comportamiento sería ético. Convencerla para que testificara era la única manera de continuar con el caso. Mientras que recordara que eso era lo que quería de ella, todo iría bien. La necesitaba como testigo, lo que significaba que tenía que verla de nuevo.

Eso era todo.

CapítuloDos

El sedán negro tomó la curva a toda velocidad y el agente Yellow Bird continuó circulando como si siguiera a un criminal. Lo cual dejaba una cosa clara: Tommy estaba enfadado con ella.

Un rastro de miedo se apoderó de Maggie, quien había aprendido pronto en la vida que cuando alguien estaba enfadado, podía esperar lo peor. De pequeña, se escondía bajo la cama hasta que su tío aprendió que era el primer sitio en el que debía buscarla; algo mayor, se quedaba a dormir en cualquier sofá con tal de no volver a casa. Y cuando eso no fue bastante, las drogas le permitieron evadirse de la realidad... pero también le arrebataron todo lo demás.

¿Estaba nerviosa? Desde luego: Tommy se había convertido en un hombre fuerte, y llevaba pistola. ¿Iba a esconderse? Por supuesto que no. Pero tampoco iba a preguntarle qué le pasaba mientras siguiera conduciendo temerariamente.

Dejó que su mente vagara hacia la conversación con James Carlson. Desde el momento en que Tommy había aparecido en su puerta, supo que la habían descubierto. Antes de llegar al despacho, había esperado encontrarse con un tipo obeso, sudoroso y siniestro, como el repugnante Royce T. Maynard.

En cambio, James Carlson era atractivo y tenía una sonrisa arrebatadora, y la había mirado con una mezcla de curiosidad y... algo más que no se atrevía a llamar «respeto» porque Maggie no confiaba en los abogados.

Aun así, Carlson era distinto a los que había conocido en el pasado. Después de haberse gastado una fortuna para cambiarse los dientes, Maggie apreciaba una buena dentadura, y la que Carlson mostraba al sonreír, era perfecta. Además, llevaba un traje gris marengo que parecía hecho a medida, mientras que la sanguijuela que había puesto a Carlson sobre su pista llevaba siempre unos horrorosos trajes marrones que varias tallas más grande.

Pero por muy guapo que fuera, Maggie sabía bien que no debía olvidar que se trataba de un abogado, y que estos siempre la habían utilizado. Y aunque hacía años que no estaba con un hombre, Maggie había reconocido algo en su mirada que incluía el deseo, y también la curiosidad cuando se había referido a Tommy como «su sabueso».

Esa era la razón del silencio y del exceso de velocidad de su amigo.

–Estás enfadado conmigo.

–Yo no soy su perro.

–¿Ah no? –Tommy no le había dado la menor pista de lo que la esperaba, así que se merecía una reprimenda–. ¿Y qué eres?

–Somos un equipo: yo arresto a la gente y él la encausa.

–Si es así, dime: ¿voy a volver a verlo?

–Sí.

Aunque no quisiera tener nada que ver con la ley, Maggie notó que le alegraba saber que iba a volver a ver aquella sonrisa.

–¿Por qué me necesita si tiene pruebas suficientes contra Maynard?

–No te necesita, pero le gusta explorar todas las vías de un caso por si falla algo.

A Maggie, que había luchado mucho para alcanzar la estabilidad, no le gustó ser tratada como la pieza de un plan.

–Dudo que tarde más de una semana en contactarte. Lo que hagas con él es cosa tuya.

Maggie miró a Tommy, sorprendida. ¿Le estaba dando permiso para... dispararlo, seducirlo...? ¿Era una broma?

–Háblame de él.

–Es un tipo agradable, a no ser que infrinjas la ley. De familia rica. Su madre tiene la fortuna, su padre el poder. ¿Te suena Alexander Carlson? Fue ministro de Defensa.

Maggie abrió los ojos desmesuradamente. Claro que sabía a quién se refería. Aquel hombre había declarado más de una guerra.

Si James, como abogado, era alguien en quien no podía confiar, como hombre era inalcanzable incluso en sus fantasías.

–Claro que sé quién es.

–Carlson intenta ganar tiempo –continuó Tommy–. Llevamos trabajando cuatro años en este caso y no quiere que se le escape. Necesita la victoria como billete a su candidatura. Si no me equivoco, algún día aspirará a la Casa Blanca.

Maggie se quedó sin aliento. Así que había retado a un futuro presidente de Estados Unidos. El temor de haber cometido un grave error se intensificó.