Seducción a medida - Sarah M. Anderson - E-Book

Seducción a medida E-Book

Sarah M. Anderson

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Deseo 2176 No había ningún problema en solucionarlo... Pero ¿en qué condiciones? Cuando la camarera Jeannie Kaufman dejó su trabajo para cuidar a su pequeña sobrina, el doctor Robert Wyatt, su cliente favorito, le ofreció la ayuda que tan desesperadamente necesitaba. Sin embargo, a pesar de la atracción que existía entre ellos, aquel guapo y arisco heredero seguía conteniéndose. ¿Acaso pensaba Robert que no encajaba en su alto nivel de vida? ¿O acaso corrían peligro si llevaban su romance demasiado lejos?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 180

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2019 Sarah M. Anderson

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Seducción a medida, n.º 2176 - octubre 2023

Título original: Seduction on His Terms

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411804998

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Buenas noches, doctor Wyatt –dijo Jeannie Kaufman saludando al hombre que siempre se sentaba en el extremo de la barra.

Era otra ajetreada noche de viernes y se había sentado lo más lejos posible del resto de clientes del Trenton´s.

–Hola, Jeannie –contestó con su habitual tono seco.

Esta vez había cierta tensión en su voz.

El doctor Wyatt era un hombre peculiar. Su familia era propietaria de Wyatt Medical Industries y había aparecido el año anterior en la lista de los cinco solteros más deseados de Chicago, lo que tenía que ver tanto con su fortuna familiar como con el hecho de que medía algo más de metro ochenta y lucía una espléndida cabellera negra que hacía resaltar el azul gélido de sus ojos.

Por si ser tan rico y guapo no fuera lo suficiente tentador, también era cirujano pediátrico y se dedicaba a operar del corazón a bebés y niños. Salvaba vidas y había leído que, en alguna ocasión, se había hecho cargo de las facturas de aquellas familias que no podían costearse gastos tan astronómicos.

En definitiva, aquel hombre era demasiado bueno para ser real.

Jeannie seguía esperando una señal de que bajo toda esa perfección, aquel hombre era un villano. Tenía un montón de clientes guapos, ricos y exitosos que eran unos completos idiotas.

El doctor Wyatt era distante, escrupuloso y audaz, cualidades que hacían de él un gran cirujano, pero nunca se pavoneaba. Iba al bar cinco tardes a la semana, exactamente a las ocho, y se sentaba en el mismo sitio, pedía la misma bebida y le dejaba la misma propina: cien dólares de una factura de veinte. En metálico. Nunca se acercaba a nadie y rechazaba a todo el que se le acercara, ya fuera hombre o mujer.

Era su cliente favorito.

Antes de que pudiera ajustarse los puños de la camisa, un gesto que hacía con frecuencia, Jeannie le puso su Manhattan delante. Llevaba tres años preparándole aquel combinado como a él le gustaba, con el segundo bourbon más caro, porque lo prefería por su sabor, un vermut que encargaba exclusivamente para él de Italia y angostura que costaba más de cien dólares la botella. Había dedicado ocho meses a experimentar hasta que había dado con la combinación perfecta, como a él le gustaba, pero había merecido la pena.

Cada vez que se llevaba la copa a los labios, como estaba haciendo en aquel momento, Jeannie contenía el aliento. Ver a aquel hombre beber era prácticamente una experiencia orgásmica. Mientras tragaba, lo miró fascinada. No mostraba ninguna emoción ni pretendía ser amable. Pero cuando dejó el vaso en la barra, sonrió.

No era una sonrisa al uso, y cualquiera que lo hubiera estado observando no la habría visto. Sus labios apenas se movieron, pero lo conocía lo suficiente bien como para distinguir la ligera curva de sus labios y el brillo especial en su gélida mirada.

–Perfecto –murmuró sosteniéndole la mirada.

Era el único cumplido que le había oído.

Su cuerpo se tensó mientras una oleada de deseo la recorría. Jeannie tenía por regla no mezclar el sexo con las bebidas, pero si alguna vez se planteara saltársela, sería con él. Le gustaban las novelas románticas y llevaba tres años imaginando a Robert como un duque resentido de su papel, un noble que odiaba los bailes y los entresijos de la corte, y que lo único que quería hacer era ejercer la medicina, atender sus propiedades y que lo dejaran en paz. En esas historias, siempre había un ama de llaves, una carterista o incluso una moza de taberna que le robaba el corazón y le enseñaba a amar.

Jeannie apartó aquellas fantasías de su cabeza. Abrió una botella de whisky para otro cliente y sirvió una copa de vino para la mesa once, pero seguía atenta a Wyatt. Tenía que darle la mala noticia de que no estaría la semana siguiente porque se iba con su hermana Nicole, que estaba a punto de dar a luz a una niña.

Aquel bebé era la clave para que Jeannie y su hermana volvieran a ser una familia. La única familia que había tenido, la había perdido. A su padre no lo había conocido; se había marchado antes de que ella naciera. Su madre había muerto cuando Jeannie tenía diez años y Nicole…

No importaba lo que hubiera ocurrido entre las hermanas en el pasado. Lo que importaba era que iban a aprovechar la oportunidad para volver a ser una familia. Melissa, que era así como se iba a llamar el bebé, iba a ser el lazo que las uniría.

Jeannie se había ofrecido a volver al hogar familiar con Nicole. Habría sido un desastre, pero lo había hecho porque para eso estaba la familia, para sacrificarse y arrimar el hombro en los momentos difíciles. No había sido hasta ahora, con veintiséis años, que se había dado cuenta de todo lo que Nicole había sacrificado por ella. Lo menos que Jeannie podía hacer era devolver el favor.

Por suerte, Nicole le había dicho que, aunque agradecía el ofrecimiento, no era necesario volver a compartir casa. Habría sido más que probable que viviendo juntas, su aún frágil armonía hubiera saltado por los aires. En vez de eso, Jeannie seguiría trabajando en Trenton´s y ocupándose del doctor Wyatt, y luego iría por las mañanas a casa de Nicole a ayudarla con la cocina, la limpieza y el cuidado al bebé. Tal vez Jeannie no fuera la mejor hermana del mundo, pero iba a ser la mejor tía. Al menos, ese era el plan.

El único contratiempo estaba sentado frente a ella.

A Wyatt no le sentaban bien los cambios, tal y como había comprobado en los seis meses de aquella simbiosis, como a ella le gustaba considerarlo. La mitad del tiempo que el doctor Wyatt pasaba en el bar, apenas hablaba, pero cuando lo hacía no era una simple cháchara. Cuando hablaba, cada palabra la enamoraba más o le rompía el corazón.

–Bueno… –comenzó, y Jeannie supo que estaba a punto de romperle el corazón una vez más.

Esperó pacientemente, colocando las copas que colgaban sobre la barra.

Hablaba cuando lo necesitaba y no antes. ¿Habría perdido un paciente? Que ella supiera, solo se le habían muerto dos o tres niños, y había sido horrible. Lo único que había dicho era que les había fallado, pero por la forma en que daba sorbos a su bebida… La última vez había acabado llorando en el cuarto de baño después de que se fuera. Bajo aquella fachada impenetrable se ocultaba un mar de emociones, y cuando perdía un paciente, ese mar se agitaba.

Después de tres años escuchando al doctor Wyatt abrir su corazón, Jeannie conocía los problemas que podían tener los bebés, y por eso estaba inquieta por Nicole y Melissa.

–Hoy me he enterado de algo… –continuó el doctor después de unos segundos interminables.

Se ajustó los puños y dio un sorbo a su bebida. Jeannie lo observaba mientras partía limones y se contuvo para no mirar su teléfono una vez más. Nicole había quedado en mandarle un mensaje si pasaba algo, y no había sentido ninguna vibración junto a su cadera. Estaba convencida de que esa iba a ser la noche.

–Resulta que mi padre se va a presentar a las elecciones para gobernador.

Jeannie se quedó de piedra, con el cuchillo clavado en un limón. Nunca le había oído hablar de sus padres. Había asumido que estaban muertos y que habían dejado la mayor parte de la fortuna del Wyatt Medical a su hijo.

–¿De veras?

–Sí –replicó el doctor Wyatt.

Aquel tono amargo solo podía significar que no eran buenas noticias.

Jeannie llevaba trabajando en bares desde el día que había cumplido dieciocho años, tres años antes de tener la edad legal para servir alcohol. Por entonces, estaba desesperada por alejarse de Nicole, que no quería que Jeannie tuviera un empleo y mucho menos de camarera. Habría preferido que Jeannie fuera a la universidad y se convirtiera en profesora, como ella. Tener su propio bar estaba fuera de toda discusión. Nicole no lo permitiría.

Después de aquella pelea, Jeannie se había ido de casa, había mentido sobre su edad y había conseguido el trabajo.

Wyatt se terminó su bebida en dos largos tragos.

–El caso es que si se presenta –dijo dejando la copa con fuerza sobre la barra–, querrá que nos mostremos como una gran familia feliz.

–Y eso es un problema… –replicó ella, y dejó de fingir que estaba ocupada y se apoyó en la barra.

–No tienes ni idea –murmuró, algo que resultaba aún más inquietante, porque jamás murmuraba.

Aquel traje gris oscuro de tres piezas le sentaba como un guante, al igual que la camisa con gemelos en tonos azules. Llevaba una corbata a rayas azules y naranjas, a juego con el pañuelo que asomaba del bolsillo. Era septiembre y en Chicago todavía era verano.

Se había aflojado la corbata, como si hubiera tirado de ella en un momento de frustración. Tenía el pelo revuelto en vez de cuidadosamente peinado hacia atrás. Le sentaba bien porque todo le sentaba bien, pero aun así. Tenía los hombros hundidos y la cabeza ligeramente echada hacia delante, en vez de su habitual postura erguida. Cuando levantó la vista para mirarla, vio un gesto de preocupación. Parecía como si todo el peso del mundo hubiera caído sobre él.

Le dolía verlo de aquella manera. Si fuera cualquier otro cliente, le ofrecería un abrazo, porque tenía toda la pinta de necesitar uno. Pero sabía cómo reaccionaba Wyatt cuando alguien lo tocaba.

–Pues no lo haga –dijo ella manteniendo un tono tranquilo y calmado.

–Tengo que hacerlo –afirmó, e inesperadamente se ajustó los puños–. No me queda otra opción.

–¿Por qué no? Por el amor de Dios, si hay algo que tenga son opciones. Puede ir donde quiera, hacer lo que quiera y ser como quiera porque es el doctor Robert Wyatt.

Todo porque tenía buena presencia, dinero y poder, todas las cosas que Jeannie jamás tendría.

Wyatt abrió la boca para decir algo, pero enseguida volvió a cerrarla. Entonces se apartó de la barra y no dejó de mirarla mientras dejaba unos billetes y se daba la vuelta para marcharse.

–Doctor Wyatt, espere –dijo, y al ver que no se detenía, gritó–: ¡Robert!

Cuando se volvió, se estremeció al ver que estaba furioso. ¿Se habría enfadado porque había usado su nombre de pila o porque lo había cuestionado? Daba igual. No se iba a doblegar.

–Tengo un asunto familiar la semana que viene y voy a tomarme unos días libres.

En cuestión de segundos, Wyatt volvió junto a la barra. La furia había dado paso a la confusión.

–¿Durante cuanto tiempo? –preguntó preocupado.

–Una semana. Estaré de vuelta el lunes siguiente, lo prometo.

Aquella expresión en su cara, como si no fuera a sobrevivir si no estaba ella allí para servirle su Manhattan, era la clase de expresión que le hacía enamorarse un poco más de él a la vez que le rompía el corazón.

–¿Estará bien?

Una sensación cálida en el dorso de la mano le provocó una corriente en el brazo. ¿La había tocado? Cuando bajó la vista, Wyatt se estaba ajustando los puños de la camisa.

–Por supuesto. Soy un Wyatt.

Entonces, desapareció.

Jeannie se quedó mirándolo. Justo en ese momento, su teléfono vibró y leyó el mensaje.

–¡Ha llegado la hora!

–¡Ha llegado la hora! –gritó, repitiendo el mensaje de su hermana.

El resto de camareros prorrumpió en vítores.

El doctor Wyatt tendría que esperar. La sobrina de Jeannie estaba a punto de nacer.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Jeannie volvía esa noche.

Robert no había ido a Trenton´s sabiendo que ella no estaría allí, y echaba de menos aquella rutina. Había dedicado más tiempo al trabajo, a revisar casos y a ponerse al día con el papeleo para no pensar en Landon Wyatt ni en campañas políticas.

Pero por fin era lunes y Jeannie estaría esperándolo. En cierto modo, le preocupaba aquel deseo de volver a verla. No era más que una camarera que preparaba unos Manhattans perfectos. Cualquiera podría preparar un combinado.

Pero era mentira y lo sabía. No debería haberla tocado, pero se había quedado mirándolo con sus enormes ojos marrones, preguntándole si estaría bien. Como si le importara. Y no porque fuera el multimillonario doctor Robert Wyatt, sino por ser simplemente Robert.

Perdido en sus pensamientos, contestó el teléfono sin mirar la pantalla.

–Aquí Wyatt.

–¿Bobby?

Robert se quedó de piedra, con la mano en el botón del ascensor. Nadie más lo llamaba así.

–¿Mamá?

–Hola, cariño. ¿Cómo te va?

La voz de Cybil Wyatt sonaba débil. Habían pasado tres años desde la última vez que había hablado con su madre.

Rápidamente, volvió a su despacho.

–¿Puedes hablar? ¿Tienes el manos libres?

–Cariño –continuó, ignorando sus preguntas–. ¿Has hablado con Alexander, verdad?

Aquello significaba que no podía hablar con libertad. Alexander era el asistente de Landon, siempre dispuesto a cumplir los deseos de su jefe.

–Sí. Me contó que Landon quiere presentarse a gobernador.

Una idea terrible tanto a nivel social como personal. Robert sabía que la única razón para que Landon Wyatt quisiera ser gobernador era porque habría descubierto una manera de enriquecerse personalmente. No se contentaba con tener a políticos comiendo de su mano. Siempre quería más.

–Tu padre te quiere a su lado. Te queremos a nuestro lado –se corrigió.

Aquella farsa de que eran una gran familia feliz tenía que mantenerse a toda costa.

–¿Tienes el manos libres?

–Por supuesto que no –dijo y su risa sonó falsa–. Todo está perdonado, cariño. Ambos sabemos que no era tu intención.

Seguramente estaría sentada en el ostentoso despacho de Landon, que la estaría observando con sus ojos fríos y rasgados, los mismos que le miraban a Robert desde el espejo cada mañana, asegurándose de que su madre se ciñera al guión.

–Deja que te ayude, mamá. Puedo apartarte de él.

–Estamos organizando una gala para el lanzamiento de la campaña dentro de dos semanas –dijo y su voz se quebró, pero no se detuvo–. Será en la galería de arte Winston, justo en la Milla Magnífica.

–Lo sé.

–Significaría mucho para tu padre y para mí verte allí.

Robert no tenía ninguna duda de que su madre quería verlo. Pero para Landon no era sino otra manera de ejercer control sobre Robert. Se había jurado no volver a darle a ese poder, aunque le costara su relación con su madre.

–Dime qué puedo hacer para ayudarte, mamá.

Se hizo una breve pausa.

–Nosotros también te echaremos de menos.

No quería fingir que eran una familia feliz, ni en privado ni en público. Pero conocía lo suficientemente bien a Landon como para saber que si no iba, su madre pagaría el precio. Como siempre. No podía permitirlo. De todas las cosas que Landon Wyatt había hecho y seguiría haciendo, usar a Cybil de cebo para obligar a Robert a cooperar era una de las más miserables.

Tenía que buscar la manera de arreglarlo.

–Piensa en lo que te he dicho, ¿de acuerdo? Hablaremos en la galería.

Su madre suspiró.

–Maravilloso, cariño. Empieza a las siete, pero nos gustaría que llegaras antes. Tu padre quiere asegurarse de que estemos todos de acuerdo.

Robert contuvo un gruñido. Estar todos de acuerdo suponía amenazas, muchas amenazas.

–Lo intentaré. Tengo que hacer mi ronda. Pero si consigo apartarte de él, ¿vendrás conmigo?

Porque después de lo que había ocurrido la última vez…

–Gracias, Bobby –dijo y Robert confió en que fuera un sí–. Estoy, estamos deseando volver a verte.

–Yo también, mamá. Te quiero.

Su madre no dijo nada más y colgó.

Robert permaneció largos segundos con la mirada perdida. Aquello era exactamente lo que temía. Landon iba a obligar a Robert a participar en aquella mentira, a estar a su lado ante toda aquella gente y a pronunciar discursos llenos de mentiras. Porque si no lo hacía, ¿volvería a ver a su madre?

Landon se saldría con la suya si Robert no lo detenía. Tenía que haber una manera. Jeannie le había dicho que podía hacer lo que quisiera porque era el temible doctor Robert Wyatt. Tal vez tuviera razón. En aquel momento, más que nunca, necesitaba un trago.

 

 

–¿Y bien? –preguntó con voz suave.

En otro tiempo, a Cybil le había parecido que Landon Wyatt tenía la voz más seductora que jamás había oído. De eso hacía mucho tiempo, tanto, que lo único que recordaba era el dolor cuando se había dado cuenta de que había sido seducida. Apenas recordaba la época en que era una ingenua estudiante recién salida de la universidad, encandilada por aquel encantador multimillonario quince años mayor que ella. Desde entonces, no había dejado de pagar por aquel error.

–Vendrá.

Landon arqueó una ceja, en un gesto de advertencia, y Cybil sonrió.

–Tratará de llegar pronto, pero tiene que hacer su ronda –continuó, con la esperanza de que Landon la dejara marchar.

Había reconocido rabia en la voz de Landon cuando le había prometido que la alejaría del que había sido su marido durante treinta y cinco años. Cuánto echaba de menos a su hijo. Tal vez esta vez fuera diferente. Bobby se había convertido en una gran persona y en un brillante cirujano, algo que Landon detestaba no solo porque Bobby se ganaba la vida trabajando sino porque sabía que era mucho más inteligente que él. Si alguien podía hacer frente a Landon Wyatt, ese era su propio hijo.

Una sensación dulce y cálida invadió su pecho. Era esperanza. ¿Y si de veras fuera posible?

Pero Landon no la dejaría marchar, algo que se confirmó cuando se puso de pie y le acarició el pelo. Después de años de práctica, había aprendido a no alterarse con su roce.

–Sé que le has echado de menos –murmuró como si no hubiera sido él el que la hubiera alejado de su hijo–. Espero que consigas que haga lo que se espera de él. En caso contrario…

Posó la mano en su nuca y empezó a apretar.

–Claro –convino Cybil, conteniéndose ante la presión de su mano.

Como cada día, dio las gracias a Dios de que Bobby hubiera escapado. Si siguiera atrapado en aquel infierno con ella, no sabía cómo lo soportaría. Pero saber que estaba salvando niños y viviendo al margen de todo aquello, le daba fuerzas para seguir.

Alzó la vista hacia el hombre con el que se había casado y sonrió, tratando de fingir sentirse cómoda a su lado. Tal vez no tuviera que seguir fingiendo mucho más tiempo.

–¿Señor Wyatt? Disculpe, pero el jefe de campaña está en la línea dos.

La voz aflautada de Alexander resonó en el despacho.

–¿Ahora qué quiere? –protestó, apartándose de su esposa.

Cybil aprovechó para escapar. No quería que Bobby se viera inmerso en el mundo de su padre. Pero la ira de Bobby, su disposición a enfrentarse a su padre…

No, tal vez no tendría que soportar aquel matrimonio mucho tiempo más. Tenía que estar preparada.

 

 

¿Conseguiría Robert convencer a su madre de que abandonara a Landon?

La última vez había salido mal. Esta vez necesitaba un plan mejor. Más que ocultar a Cybil Wyatt, Robert necesitaba estar seguro de que Landon no pudiera localizarla. La vez anterior se había limitado a ocultar a su madre en su propia casa. Esta vez sería diferente.

Los Wyatt no fracasaban, triunfaban.

Llegó a Trenton´s a las ocho y cinco. Por suerte, Jeannie volvía esa noche. Tal vez no pudiera ayudarle con su plan, pero al menos le podría decir si llevarse a su madre a Nueva Zelanda le parecía una buena idea o no. Era la única persona que le diría la verdad. Solo tenía que encontrar la manera de preguntarle.

–Buenas noches, doctor Wyatt –lo saludó una voz femenina–. ¿Qué puedo ofrecerle?

Al oír aquella voz desconocida, se le erizó el vello de la nuca. La luz era tenue y Robert tardó unos segundos en darse cuenta de que la mujer que estaba detrás de la barra no era Jeannie.

–¿Dónde está Jeannie?