Silvio: Que levante la mano la guitarra - Víctor Casaus - E-Book

Silvio: Que levante la mano la guitarra E-Book

Víctor Casaus

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Beschreibung

Este libro es un regalo compartido. Por una parte es una fiesta para los silviófilos y trovadictos que han acompañado sus canciones, en algunos casos durante décadas, disfrutando, reflexionando, sufriendo, aprendiendo, amando o maldiciendo. Y por otro lado este libro es también parte de una fiesta íntima, en minúsculas pero internamente enorme, con la que se celebró el cumpleaños sesenta del trovador.

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Veröffentlichungsjahr: 2016

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Silvio:

QUE LEVANTE LA MANO

LA GUITARRA

Víctor Casaus

Luis Rogelio Nogueras

QUE LEVANTE LA MANO 

LA GUITARRA LIMPIA

Este libro es un regalo compartido. Por una parte, es una fiesta para los silviófilos y trovadictos que han acompañado sus canciones, en algunos casos durante décadas, disfrutando, reflexionando, sufriendo, aprendiendo, amando o maldiciendo con la ayuda de aquel texto memorable o de la melodía de aquella canción que de pronto ya pertenece a nuestra vida, lo que no es poco decir. Y por otro lado, este libro es también parte de una fiesta íntima, en minúsculas, pero internamente enorme, con la que estamos celebrando el cumpleaños sesenta del trovador.

Desde la imagen de su contraportada podemos recordar también, con júbilo y con justicia, que este es un libro hecho desde la amistad. Por ello nunca lo concebimos Wichy y yo como el acercamiento distante a una figura de la canción, ni fuimos los entrevistadores aburridos u oportunos que se sitúan ante un artista para disfrutar de su sombra o lucrar con sus destellos. Fue un libro, ahora lo confirmamos, pensado por tres cabezas y escrito a seis manos.

El método para concebirlo y realizarlo partió de esa premisa colectiva, sin que hiciera falta convocar a una reunión para decidirlo ni levantar un acta para establecerlo. Tampoco chequeamos sistemáticamente los acuerdos de su escritura, sino trabajamos, conversamos y trabajamos otra vez, haciéndole llegar a Silvio nuestras preguntas, esperando (con la impaciente paciencia de la juventud, que por suerte nos ha seguido maravillosamente acompañando) a que el trovador nos trajera sus respuestas, escritas a vuelamáquina, con alguna nota garabateada al margen la noche anterior. Sobre esas respuestas volvíamos, para ir construyendo, en las páginas, los textos que eran en realidad la transcripción de los diálogos cotidianos de nuestras vidas –o, mejor, de nuestra vida común y repartida en aquellos años intensos, difíciles y alumbradores.

Así construimos la larga entrevista incluida enQue levante la mano la guitarra. El texto introductorio, que tenía de crónica, de ensayo y de conversación, lo fuimos escribiendo Wichy y yo, repartiéndonos los temas y decidiendo no firmar ni identificar por separado cada aporte, sino sumarlos a ese discurso coloquial (como podría decir alguno de los críticos que este libro felizmente no ha tenido), para que pasara después de igual forma por las manos de Silvio y completara su ciclo de intercambios y de crecimiento.

La selección de las canciones que aparecen en Que levante… fue también labor tripartita, revolviendo los textos mecanuscritos del trovador al mismo tiempo que seleccionábamos las fotos que se incluirían en el libro acompañadas de pequeños textos entre los cuales siempre nos ha gustado (también a Wichy) recordar y aplicar aquella respuesta rápida de Silvio: “Donde hay hombres no hay fantasmas”.

El libro tuvo –tiene– un hermano audiovisual, el documental del mismo nombre para el que Wichy escribió el guión. Allí nos reunimos nuevamente, junto con el equipo del ICAIC que me acompañó en aquella otra aventura de la amistad y de la cultura, en los espacios de la Casa de las Américas, “útero de la Nueva Trova cubana”, como le gusta afirmar al trovador.

Por todo ello este es también, de hecho, el libro de una generación, la nuestra, a la que Silvio ha dedicado su más reciente obra, el discoÉrase que se era:

A aquellos años provocadores; a la diversidad que nos hizo; a mi soñadora, contradictoria y entrañable generación dedico estos aprendizajes.

En la memoria podemos asistir de nuevo a aquellos conciertos espontáneos en la sala de una casa amiga cuando los teatros y los medios no habían decidido abrir sus puertas a aquella forma de creación inquietante, viva y transgresora, militante (a su modo igualmente vivo y transgresor) del tiempo que nos tocaba vivir… y ayudar a transformar. Podemos también, sin mucho esfuerzo, convocar en la memoria la imagen de aquel concierto tituladoTeresita y nosotros, el primero en el que participó el trovador después determinar su Servicio Militar, en el que nos reunimos los poetas deEl Caimán Barbudopara acompañar las canciones de aquel contemporáneo armado de guitarra y de aquella trovadora cristiana ymartiana, santaclareña y filinera, Teresita Fernández, a quien nos gustaba acompañar en sus presentaciones nocturnas e íntimas de El Coctel y El Monseñor.

Como una fugaz referencia audiovisual pueden asimismo aparecer, en estas convocatorias del recuerdo, las imágenes (no conservadas) del programaMientras tanto, en el que Silvio compartió sus canciones, su nerviosismo y sus ideas con los televidentes cubanos durante algunos meses, hasta que la intolerancia canceló la aventura, que ha quedado como un temprano intento de renovación del lenguaje televisivo y un ejercicio de la frescura comunicacional, ajeno a la retórica, el mimetismo y las repeticiones ineficaces que caracterizaron por mucho tiempo la atmósfera de ese medio.

Esta enumeración de proyectos compartidos es también parte del regalo que estamos haciendo al trovador en su cumpleaños. Por ello este volumen reproduce la primera versión publicada por la Editorial Letras Cubanas en 1984, sólo con el agregado vertiginoso de estas líneas y de las que Silvio estará escribiendo en estos momentos para el epílogo del libro. Como coautores y cómplices hemos tenido la alegría de constatar que este texto ha desafiado al tiempo cronológico y ha seguido llegando, tocando, transformando probablemente un tilín a lectores y lectoras de diversas décadas, de distintas edades sucesivas, aquí y en otros claros rincones del mundo. Esa misma experiencia he tenido con el documental cuando me ha acompañado a otras tierras y ha servido para mostrar ese perfil auténtico y vigente del trovador.

Entre los planes que tenemos y soñamos (algunos de ellos de machete, como dijeraWichyen una carta memorable) está el de extender, ampliar, enriquecer el contenido de este libro, incluyendo letras de canciones creadas por Silvio en las dos décadas posteriores a la escritura de este texto, y actualizar los temas de la entrevista y del ensayo introductorio. Siempre me he detenido ante el análisis de esta posibilidad, pensando que se convertiría en otro libro. Frente a ese argumento del corazón, aparecen otros que la razón propone: contar con la extensión de ese diálogo comenzado en 1983, de modo que llegue hasta nuestros días y nos traiga las respuestas y las preguntas del trovador (que han sido las nuestras) en estos otros años distintamente intensos, difíciles y alumbradores, haría justicia impresa a la autenticidad del pensamiento, la obra y la vida de Silvio –y también, de hecho, a los que han (hemos) tratado de dar continuidad a aquellos sueños, a pesar de las tentaciones del desencanto, los derrumbes ideológicos planetarios, la cruda certeza de algunas realidades y los cantos de sirena mercadotécnicos y neoliberales que vienen a “convidar a tanta mierda”.

No es casual la cita de “El necio” en esta nueva introducción a Que levante la mano la guitarra. Aunque este libro no incluya escritos de las últimas dos décadas, es imprescindible mencionar y reconocer, además como regalo cumpleañero colectivo, que esa canción, síntesis de la obra de Silvio en estos años, cumple la difícil y honrosa misión de ser aviso transparente, advertencia desgarrada y declaración de principios de una época difícil, incluso incierta para algunos, como se vio y se vivió entonces, en la que todavía, en cierto sentido navegamos, pero a la cual podemos decir que hemos sobrevivido, a pesar de algunas predicciones apresuradas y otras hierbas agoreras. Este nuevo momento, particularmente sensible, que ahora vivimos, puede contar con la bandera inteligente y apasionada de esa canción, al mismo tiempo que reclama nuevos ejercicios del compromiso y la imaginación para seguir construyendo, en este mundo donde prevalece la desigualdad pero alienta la esperanza, territorios de mayor justicia y equidad para los excluidos de siempre.

Con la edición impresa del 2006 de Que levante la mano la guitarra, fiesta de la amistad compartida y de la memoria fiel y persistente, se inició, por otra parte, una nueva colección de las Ediciones La Memoria del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. La colección lleva el nombre de A guitarra limpia, el espacio cultural abierto a finales de 1998 para ofrecer medio de expresión a todas las generaciones y tendencias de la Nueva Trova cubana y para difundir las obras de trovadores y trovadoras, sobre todo de las más recientes generaciones, que llegan, con su talento y su participación, al panorama creciente, cambiante y necesario de esta manifestación activa de la cultura cubana.

Tampoco es casual, por supuesto, que este libro inicie esta colección editorial. Silvio ha apoyado ese espacio cultural desde su creación. A estas alturas del partido creo que podemos desclasificar algunos datos significativos: el primer concierto A guitarra limpia, en noviembre de 1998, iba a ser realizado por Silvio; las manos y la guitarra que aparecen desde ese instante en la identidad gráfica son las suyas. Desde entonces, su vida y su obra han inspirado lo que hemos tratado de hacer en ese espacio que proclama su diversidad y propicia la participación activa y el compromiso con la autenticidad, la belleza y los valores que nos dejó Pablo de la Torriente Brau a lo largo de su corta vida y de su intensa obra.

Silvio nos ha acompañado en el patio del Centro Pablo, ha cantado para los trovadictos que rondan ese lugar y ha compartido con los jóvenes trovadores sus preguntas, sus respuestas, sus nuevas preguntas, como debe ser.

Por todo ello, al reeditar el libroQue levante a mano la guitarra, desclasificamos este otro dato, no por previsible menos sincero: donde hay trovadores y trovadoras no hay fantasmas, Silviano. Toda la gente que te quiere, que es mucha, en muchos sitios, compartimos la felicidad de tu obra constante y sonante que nos acompaña. Que levante la mano la guitarra limpia.

Víctor Casaus

UNO

No existe una investigación coherente y documentada que explique desde un punto de vista artístico ese vigoroso fenómeno que hoy llamamos Nueva Trova. Sabemos, en verdad, muy poco de él, porque también falta un texto que estudie y describa su historia o que profundice, desde el ángulo de la sociología, en las razones esenciales del éxito de público de sus principales figuras, o en las causas de la rápida aceptación que estas figuras han tenido en plazas como Madrid y Estocolmo, Ciudad México y Nueva York, Caracas, Managua, Buenos Aires, París. Conocemos, a lo sumo, que el movimiento surgió hacia finales de los años sesenta, y que forma parte –lo cual, obviamente, no disminuye su originalidad– de un movimiento mayor, continental: la nueva canción latinoamericana. Sabemos que, aun cuando tuvo contactos, por contaminación formal más que por sus propósitos, con la llamada Canción Protesta, difiere radicalmente de aquella en el hecho de que el movimiento cubano se proyectó siempre, en lo político, con un sentido de reafirmación y no de ruptura. Algunos de sus integrantes han declarado que, en el aspecto musical, heredaron determinadosmodosdel filin, que produjo figuras como José Antonio Méndez y César Portillo de la Luz; en otro sentido, se proclaman legítimos continuadores de la llamada trova tradicional. Esta última herencia, sin embargo, no ha sido fijada con precisión por los críticos, y se nos revela de modo espontáneo en estos puntos coincidentes: el uso de la guitarra, instrumento de más fácil adquisición y transportación; ciertos tópicos temáticos; una marcada inclinación hacia el contacto directo con el auditorio fuera de los marcos de los modernos medios de reproducción mecánica, eléctrica o electrónica.

Si resulta dramática la pobreza de los estudios dedicados a este movimiento, lo es más aún la ausencia de trabajos musicológicos sobre sus protagonistas más señalados. Las obras de Pablo o Silvio están reclamando, desde hace mucho, un análisis a fondo de sus valores artísticos: ¿qué aportes han hecho ambos a la canción popular cubana?; ¿qué elementos pueden señalarse en ellos de continuidad o de ruptura con respecto, por ejemplo, al filin?, ¿cuál es, realmente, el aporte de la trova tradicional a la Nueva Trova?; ¿cómo han influido las estructuras de nuestra música tradicional en la obra de estos autores?

Aquí, sin embargo, no estarán la mayor parte de las respuestas a esas preguntas. No somos musicólogos. Nuestro acercamiento a la obra de Silvio Rodríguez se ha producido de un modo más bien natural, no sólo por la amistad entrañable que desde hace años nos une a él, ni porque lo consideramos un poeta más de nuestra generación, sino también por la calidad literaria de sus textos, calidad, por cierto, frecuentemente subvalorada.

Es del Silvio poeta, pues, que vamos a hablar en estas páginas.

ANTES QUE LLEGARA LA GUITARRA

Existen noticias como ésta: A los tres años de edad cantó Viajera en un programa de radio.

O datos como éste, más consistentes: A los siete años comenzó a estudiar piano, lo dejó, lo retomó y terminó abandonándolo por un instrumento más manuable: la guitarra.

Pero de todo eso se habla en otro momento de este prólogo. Lo que quiero decir aquí es que antes de la guitarra llegó el pincel.

Con el pincel –y más aún con la plumilla– Silvio dibujó historietas humorísticas en la revista Mella, órgano de la Asociación de Jóvenes Rebeldes primero y de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) después, durante parte de los años 1961 y 1962. Entonces estaba mucho más flaco y pálido que ahora y usaba unos espejuelos horribles. Estudiaba con devoción las viejas colecciones de historietas que existían en la revista y tenía un maestro en el oficio: el creador del personaje de Pucho, del dibujante Virgilio Martínez; que había confundido durante años a la policía de Batista firmando las satíricas meadas antidictatoriales de su perro con el enternecedor seudónimo de Laura.

Silvio ha seguido dibujando durante todos estos años, con intenciones menos profesionales, es cierto, pero siempre enriqueciendo, creo, con esa otra manera de mirar el mundo, esta manera fundamental suya que es cantarlo y cantarle. Y en no pocas de sus canciones hay referencias a varias artes, como se señala en algún sitio de este prólogo. Pero veníamos hablando de “antes de que llegara la guitarra”.

Pues llegó:

Cuando trabajaba allí, en la revista Mella, aprendí los primeros acordes de la guitarra con el compañero Lázaro Fundora. A los 16 años recomencé el piano, pero tuve que volver a dejarlo porque fui llamado al Servicio Militar. Entonces me compré una guitarra, que es esa que ves allí colgada en la pared. En el Ejército conocí a Esteban Baños, con quien aprendí un poco más de la guitarra. A partir de ese momento no abandonaría más el instrumento.

EL VIOLÍN DE SILVIO

Silvio tiene una segunda vocación; su violín de Ingres, en este caso, es la pintura, o, mejor dicho, el dibujo.

Esta vocación ancilar aparece explícitamente en algunas de sus canciones; por ejemplo, en “El pintor de las mujeres soles”; “Josah, la que pinta”;“Óleo de mujer con sombrero”; “Terezín”. Y no es difícil descubrir, en muchas de sus metáforas, un “ojo plástico” inequívoco.

Su amor por las artes plásticas lo ha animado a planear un disco de larga duración, dedicado íntegramente a los pintores cubanos: Carlos Enríquez, Víctor Manuel, Amelia, entre otros. Por cierto que Wifredo Lam, a quien Silvio le comunicó el proyecto en la primavera de 1979, en París, le hizo el dibujo para la cubierta del disco.

UN BOLERO MUY TRISTE,

SOBRE UN AMOR

Estoy convencido de que, hasta el último momento de entregar este libro a la imprenta, nos dará vueltas en la cabeza esta pregunta terrible: ¿Qué canción imprescindible estaremos dejando fuera?

Semejante sufrimiento han padecido, por supuesto, todos los antologadores que en el mundo han sido: los malos y los buenos, los honestos y los otros, los acuciosos y los indolentes, los rigurosos y los comerciales. Pero en este caso, hemos trabajado –los tres– con los papeles y con los recuerdos: revisando a la vez los cientos de manuscritos y maquinuscritos que Silvio conserva en files ordenados, gavetas caóticas, montoncitos dispersos y agendas usadas; y repasando, en la memoria, “aquella canción que decía...”, “una que tú cantaste el día que...”

Escribo ahora todo esto con un objetivo que no es el de curarnos en salud por lo que vendrá: alguien, algunos, no encontrarán aquí su canción. Eso podrá decir poco de nuestra selección, pero dice mucho de la obra de Silvio. Y para eso hicimos este libro.

Por fin: escribía todo lo anterior para introducir el tema de las primeras canciones que compuso el trovador. En nuestra memoria había dos situadas en un lugar que parecía ser, visto desde aquí, la prehistoria misma: se llamaban “Es sed” y “Nuestra ciudad”. Pero revisando papeles y entrevistas, hicimos este hallazgo arqueológico que, gracias a la memoria privilegiada de este hombre que se sabe más de quinientas canciones, podemos ahora compartir con ustedes:

La primera que hice se llamó “Saudade”, un bolero muy triste sobre un amor que me tenía muy inseguro, muy indeciso; después vino “La cascada”, que hablaba de una mujer con un pelo muy largo que se bañaba en un río; luego “Atavismo”, que empezaba diciendo algo así como esto: “el indio tendido en el bosque miraba una estrella que le parpadeaba”...

El tono de la entrevista –y de esa nota– está dado por el tiempo transcurrido: no puede dejar de ser risueño, condescendiente. Pero, junto a eso, quiero poner aquí la respuesta a una pregunta que le hice a Silvio en 1969 sobre este tema tan elemental o misterioso –según quién y cómo se vea–: ¿De qué manera se hace la canción?

Bueno, la canción se hace sufriendo. Por muy alegre que sea la canción, uno la sufre siempre. La canción se hace en medio de una agonía tremenda.

“Atavismo”, “Saudade” y “La cascada”, ¿serían hechas también así? Para nosotros, no cabe duda.

¿LA NUEVA VIEJA TROVA?

La trova tradicional, fenómeno artístico de reconocida importancia dentro de la cultura popular cubana (cuyos orígenes un poco inciertos se remontan a la segunda mitad del siglo xix, y que tuvo su mayor auge y popularización en los primeros años del xx, con las obras de Corona y Sindo Garay, entre otros autores) no ha sido suficientemente estudiada por nuestros musicólogos. Algunos han adelantado la sospecha de que hoy, a partir de la existencia de un movimiento en cierto modo continuador –la Nueva Trova–, es que aquella corriente creadora puede ser juzgada con mayor justicia: iluminada por el presente, acaso pueda valorarse de un modo más objetivo qué quedó de ella, para siempre, en las raíces mismas de nuestra canción, y cuáles fueron sus aportes imperecederos, más allá de sus efímeros hallazgos epocales. Desde luego que todo fenómeno artístico debe y puede ser analizado en su proyección temporal, porque el arte es siempre contemporáneo. En este sentido, cabría preguntarse qué hay, realmente, de la trova tradicional en la Nueva Trova.

En una ocasión alguien aventuró la idea de que la guitarra era ese punto de unión. El arte que desarrollaron hombres con recursos económicos, como Lecuona, está ligado al piano, instrumento costoso y de salón. Los trovadores tradicionales, hombres humildes que vivían una bohemia trashumante, sólo podían llevar con ellos –como todos los cantores populares desde el medioevo– un instrumento pequeño y al mismo tiempo de riquísimas posibilidades sonoras, como la guitarra. Pero creo que podría agregarse también el amor por Cuba, expresado por los viejos trovadores, de modo excepcional en canciones dedicadas a las gestas libertarias del siglo xix, y de modo más sostenido en el gusto por nuestro paisaje y nuestras mujeres; mientras que los nuevos trovadores –participantes y testigos de una revolución socialista, la primera de América Latina– abordan en sus canciones, además y de un modo más sistemático y directo, las luchas políticas de hoy.

A estas similitudes se suman otras, que pertenecen ya al terreno de la ética artística: la intransigencia frente al facilismo y la ramplonería; la decisión de vivir el arte de componer y cantar como una segunda naturaleza; la forma sincera y profunda de asumir la canción, con alegrías y desgarramientos reales.

La existencia de un conjunto decisivo de afinidades y similitudes no puede llevarnos a pensar, sin embargo, que la Nueva Trova ha repetido, mecánica y empobrecedoramente, los rasgos y hallazgos de la trova tradicional. Pertenecientes a un movimiento contemporáneo, jóvenes por partida doble, los fundadores de la Nueva Trova aportaron, desde sus inicios, las características fundamentales que explican y reafirman la presencia de ese adjetivo –Nueva– delante de un sustantivo que era –y es– herencia artística y popular. El propio Silvio se ha referido así a esta incorporación de nuevos rasgos:

El contacto de la Nueva Trova con lo latinoamericano indígena le ha incorporado elementos que difícilmente se observan en la trova tradicional. Estructuralmente hay amplias diferencias: antes se trabajaba con estructuras más rígidas que ahora. Esto es un fenómeno que se ha ido dando poco a poco en todo el mundo: estructuras más flexibles, más cómodas. En cuanto al texto también hay diferencias. Nunca la canción cubana ha reflejado tan diversa y extensamente los contenidos revolucionarios. Abordar problemas sociales, históricos y filosóficos es una característica muy subrayada de la Nueva Trova; esto se ve sólo aisladamente en la canción anterior. También en la canción romántica ha habido cambios: a veces se reflejan relaciones más justas respecto a la mujer, que ya no es sólo admirada por su belleza sino también por su integridad revolucionaria. En fin, las diferencias consisten en que cada tiempo tiene su sonido, su lengua, su trova, porque cada tiempo tiene fisonomía propia.

Cada artista y cada creación artística son hijos de su época, de las circunstancias en que les toca vivir. El arte aprehende y expresa su época, no a través de las generalizaciones, que son privativas de la ciencia, sino a través de lo concreto, lo singular, del entorno que le es dado a conocer a cada individuo. La trova tradicional, nacida en el seno de una sociedad esencialmente hostil al arte, halló los caminos de su autenticidad creadora en el culto a la mujer cubana, y también a veces –porque la vida, como apuntó Martí, está condimentada con la sal de la pena– en el abandono del amor, en la separación de los amantes, en la soledad o el hastío. La Nueva Trova –sin echar por la borda tales sentimientos, que vivirán mientras viva el hombre– se ha abierto sin embargo a los problemas cardinales de este tiempo. En una entrevista de 1973, Silvio dijo:

Lo que se ha llamado nueva canción –y que prefiero llamar Nueva Trova– es, formal y técnicamente, un producto de los años que vivimos. No creo que pueda decirse que es la expresión acabada de la Revolución; pero sí la expresión de hombre de esta época, que es revolucionaria.

Somos hombres de transición y todos los combates de este período están en la Nueva Trova. Esto nos dice que las cosas están cambiando.

Es la primera vez que en nuestro país lo ideológico y lo político juegan un papel de primer plano en los elementos de una canción. En las canciones que integran la Nueva Trova, el pueblo a veces puede reconocer su camino, sus emociones, la conciencia que la Revolución, ese gran generador, ha desarrollado en todos.

Pero es en una canción (“Canción de la trova”, de 1966) y no en entrevista, donde están expuestas más nítidamente las ideas de Silvio sobre los elementos de continuidad entre uno y otro movimiento:

Aunque las cosas cambien de color,

no importa pase el tiempo,

las cosas suelen transformarse

siempre al caminar.

Pero tras la guitarra siempre habrá una voz

más vista o más perdida por la incomprensión

de ser uno que siente, como en otro tiempo

fue también

(...)

pues siempre que se cante con el corazón

habrá un sentido atento para la emoción de ver

que la guitarra es la guitarra

sin envejecer.

DAR LA CARA

Si la nostalgia me dejara, me abstendría de mencionar ahora los primeros recitales de Silvio. Pero no me deja, y aquí vuelven aquellos coros de amigos que iban –íbamos–, como él mismo, llevados a rastras por su guitarra hasta cualquier lugar de La Habana de mediados de los sesenta –el banco de un parque, el muro del Malecón, la sala de una casa, el descanso de una escalera– y aquello mismo era, ahora estamos seguros, el recital de la noche.

Nostalgias aparte, estamos evocando en ese párrafo una de las características fundamentales de la labor artística de Silvio durante más de quince años. También se trata, por supuesto, de otra herencia cálida y fecunda de la trova cubana: un hombre, armado con su guitarra, reparte y comparte sus penas y sus alegrías, sus palabras y su música. Esta forma de comunicar tiene rasgos y ventajas propias que el mismo Silvio, en una entrevista de 1969, resumía así:

El recital es la comunicación directa con la gente. La TV y el radio tienen brazos más largos, pero el recital es más directo. Estás en contacto con la gente, la gente te está viendo respirar, te está viendo equivocarte, que te equivocas muchas veces, te está viendo cómo se te van los “gallos”: está viendo que eres un ser humano.

De entonces a hoy el trovador ha ampliado el círculo de sus oyentes en los recitales: ha cantado frente (o junto) a miles de personas en fábricas, centros de estudio, grandes teatros, stadiums y hasta plazas de toros. Pero el valor y la especificidad de esa forma de comunicación directa, cara a cara con su público, siguen siendo las mismas de aquel recital realizado en la pequeña salita de Bellas Artes, el 1ro. de julio de 1967, organizado por el mensuario cultural El Caimán Barbudo, con el título de Teresita y nosotros.

Teresita era Teresita Fernández, la trovadora que ocupó la segunda parte del recital, con catorce de sus más tiernas canciones. “Nosotros” éramos Félix Contreras, Guillermo R. Rivera, Félix Guerra, Iván G. Campanioni, los dos autores de este prólogo y Silvio Rodríguez, que aparecía en el escenario doblado amorosamente sobre una guitarra muy vieja: era su primer recital “público”.