Sombra del pasado - Liz Fielding - E-Book

Sombra del pasado E-Book

Liz Fielding

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Beschreibung

Romana Claibourne estaba totalmente decidida a demostrar que ella y sus dos hermanas eran capaces de dirigir Claibourne & Farraday, unos exclusivos grandes almacenes de Londres. Y que podían hacerlo con más éxito que los hombres del clan Farraday. Romana pensaba que aquello era bien fácil... Pero no lo era tanto. Tendría a Niall Farraday pisándole los talones durante un mes para aprender de su gestión en el negocio. ¿Cómo iba a poder impresionarlo si era tan atractivo que la desconcentraba? Estaba enamorándose de su enemigo...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Liz Fielding

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Sombra del pasado, n.º 1718 - enero 2015

Título original: The Corporate Bridegroom

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6065-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Publicidad

Prólogo

 

NOTA DE PRENSA

 

Claibourne & Farraday se complace en anunciar que la señorita India Claibourne ha sido nombrada Directora de la empresa.

Las señoritas Romana y Flora Claibourne serán

designadas miembros permanentes del Consejo de Administración.

 

 

LONDON EVENING POST

SECCIÓN DE ECONOMÍA

¿Habrá llegado por fin la igualdad a los grandes almacenes más antiguos y elegantes de Londres?

 

El anuncio hecho hoy de que India Claibourne, de veintinueve años, va a ocupar el puesto de su padre como directora de Claibourne & Farraday, supone el fin de una era. Uno de los últimos bastiones de dominación masculina ha sido derrotado.

Las guapísimas hermanas Claibourne han pertenecido al equipo de dirección desde que tuvieron edad suficiente para disfrazarse de ayudantes de Santa Claus. Ahora han decidido que ya es hora de acabar con el imperialismo masculino de sus antepasados.

En 1832, los fundadores de C&F, un ayuda de cámara llamado Charles Claibourne y un mayordomo de nombre William Farraday, llegaron por fin a un acuerdo de sucesión que otorgaba una participación mayoritaria al primogénito varón de cada familia. Desde entonces, la autoridad masculina nunca había sido cuestionada.

¿Qué opinarán los hombres de la familia Farraday de los nuevos nombramientos? Sigan al tanto en esta sección.

 

 

MEMORANDUM

De: JORDAN FARRADAY

Para: NIALL FARRADAY MACAULAY y BRAM FARRADAY GIFFORD

 

Supongo que ya habréis leído el recorte de periódico que os adjunto. Antes que nada, quiero que sepáis que he cursado una recusación legal contra el nombramiento de India Claibourne como directora.

La respuesta de las Claibourne me ha parecido interesante. Yo pensaba que adoptarían una postura feminista o que recurrirían a las leyes contra discriminación sexual. Pero en lugar de eso, parecieron sorprenderse de que, según sus palabras, «tres hombres tan ocupados encontraran tiempo para dedicarse al día a día de una tienda».

Es posible que sospechen que nuestra intención es liquidar el activo y las propiedades y venderlo todo, algo que no podrán evitar cuando nos hagamos con el control. Tenemos que convencerlas de que nada hay más lejos de nuestra intención y por eso he aceptado su propuesta: cada uno de nosotros pasará algún tiempo supervisando su trabajo durante los próximos tres meses.

Al parecer, las hermanas Claibourne quieren demostrarnos que su experiencia de base supone para Claibourne & Farraday una ventaja mayor que nuestros conocimientos financieros. Un paréntesis de tres meses fingiendo tener espíritu de cooperación no nos hará ningún daño. Si todo sale como espero, este asunto acabará en los tribunales, y toda la información que hayamos obtenido nos servirá en el juicio como arma para apartarlas del Consejo de Administración.

Hemos quedado en que Niall supervisará a Romana Claibourne durante el mes de abril; Bram hará lo mismo con Florence Claibourne en marzo y yo trabajaré con India a lo largo del mes de junio. Os adjunto un dossier de vuestras respectivas compañeras para que lo estudiéis. Por favor, dedicadle a este asunto todo el tiempo que podáis sin que parezca que os aparta de vuestra actividad normal.

Me doy cuenta de que es una imposición, pero, como accionistas, os pido que recordéis cuál será la recompensa: el control absoluto de un negocio de primera magnitud y uno de los patrimonios más valiosos de todo el país.

 

***

E-MAIL

Para: [email protected]

Copia: [email protected]

De: [email protected]

Asunto: Niall Farraday Macaulay

 

Romana:

Los abogados han solicitado tres meses para presentar un recurso contra la demanda de los Farraday para hacerse con la empresa. Para ganar tiempo, he tenido que fingir que estaba dispuesta a colaborar, y les he ofrecido a los Farraday la oportunidad de ver desde dentro cómo trabajamos.

Niall Farraday Macaulay se pondrá en contacto contigo para iniciar la supervisión de tu trabajo durante el mes de abril. Niall es un inversor bancario, y no tengo ninguna duda de que le encantaría meter mano en los activos de Claibourne & Farraday. Necesito que lo convenzas de que lo que más le interesa es dejar todo en nuestras manos.

Creo que los Farraday han aceptado supervisarnos para conseguir sacarnos información. Por favor, mantén la guardia bien alta.

India

Capítulo 1

 

Romana Claibourne hacía malabarismos con un vaso de cartón lleno de café, una pequeña maleta de cuero y varias bolsas de plástico. El pánico se iba apoderando de ella mientras buscaba su bolso. No solo no encontraba la cartera, es que además, entre todos los días posibles, Niall Farraday Macaulay había decidido presentarse justo aquel.

Romana nunca había llegado a tiempo a ningún sitio, y eso que el mensaje de India había sido muy claro: la puntualidad era esencial. Niall Macaulay quería concretar el tema de la supervisión con ella a las doce en punto, y Romana tenía que dejarlo todo y llegar a tiempo. No había nada más importante, ni siquiera la inauguración de la semana solidaria que cada año se celebraba en Claibourne & Farraday.

—Perdón —dijo lanzándole al taxista una mirada de disculpa—, tiene que estar en alguna parte. La tenía cuando me subí.

—Tómese su tiempo, señorita —replicó el hombre—. Yo tengo todo el día.

Romana esbozó una mueca ante el sarcasmo del taxista y redobló sus esfuerzos para encontrar la esquiva cartera. Estaba segura de que la tenía al ir a recoger su vestido, porque había usado la tarjeta de crédito. Luego, tras recibir el mensaje de India, había sentido la imperiosa necesidad de tomarse un café… y había necesitado cambio para pagarlo.

Revivió la escena en su cabeza. Había pedido el café, pagado y guardado la cartera… en el bolsillo.

El alivio fue momentáneo. La búsqueda en las profundidades del abrigo resultó demasiado exhaustiva, y el vaso de café decidió ir a recorrer mundo.

El envase cayó sobre la acera, rebotó y la tapa salió volando, liberando de su interior una ola de capuchino caliente. Como si lo estuviera viendo a cámara lenta, Romana observó cómo la ola manchaba los relucientes zapatos de un peatón antes de estrellarse espectacularmente contra los pantalones.

Los zapatos se pararon en seco.

—Esto es suyo, supongo —dijo el dueño de los pantalones.

Romana agarró el vaso. Craso error. Estaba húmedo y pegajoso, y la disculpa que comenzaba a surgir de sus labios se transformó en una expresión de asco.

Y entonces, error número dos, levantó la vista y casi volvió a verter el vaso. Aquel hombre era todo lo alto y moreno que se podía y, por un momento, se quedó petrificada y literalmente sin palabras. Disculpas. Tenía que pedir disculpas. Y averiguar quién era él. Pero en cuanto abrió la boca se dio cuenta de que el desconocido estaba muy lejos de sentirse impresionado por su inesperado encuentro con una de las mujeres más solicitadas de Londres. La expresión de su rostro incluía palabras como «estúpida», «rubia» y «mujer». La disculpa de Romana murió en sus labios.

Daba igual. Estaba claro que a él no le interesaba nada lo que ella pudiera decir. Ya se había dado la vuelta y caminaba con prisa hacia el dorado portal de Claibourne & Farraday, dejándola en la acera con la boca todavía abierta.

 

 

Lo estaban esperando. Niall Macaulay fue rápidamente conducido al despacho de la planta superior. Le entregó el abrigo y el paraguas a la recepcionista, y se dirigió al servicio para limpiarse las manchas de café. Arrojó la toalla de papel a la basura y miró el reloj con irritación. Apenas había tenido tiempo para preparar la cita y, para colmo, esa estúpida lo había hecho llegar tarde.

¿Qué diablos estaría haciendo con un vaso de cartón lleno de café y las suficientes compras como para saldar la deuda externa de todo un país?

Bueno, no importaba. Romana Claibourne también llegaba tarde. Declinó el café que le ofreció la secretaria, pero aceptó la invitación de esperar en la exquisita oficina de la señorita Claibourne. Cruzó la estancia hasta llegar a la ventana, tratando de no pensar en la docena de cosas más importantes que debería estar haciendo en ese momento.

 

***

Romana continuaba mirando fijamente el lugar por donde aquel hombre se había ido.

—Hoy no es su día, ¿eh, señorita? —exclamó el taxista—. Menudo cascarrabias… ¿Quiere usted recibo?

—¿Cómo? Sí, claro. Quédese con el cambio.

Todavía llevaba en la mano el vaso pringoso. No había ninguna papelera en la calle, así que se vio obligada a cargar con él hasta la oficina.

Su secretaria la liberó del vaso y se hizo cargo de las bolsas y el abrigo.

—Estoy esperando a un tal señor Macaulay —comenzó a decir—. No puedo perder más de cinco minutos con él, así que espero que me rescates.

La mirada de advertencia de la joven la hizo detenerse.

—El señor Macaulay ha llegado hace un par de minutos, Romana —murmuró—. Te espera en tu despacho.

Romana se dio la vuelta y vio la figura de un hombre apoyado en la ventana, mirando por encima de los tejados de Londres. «Maldita sea», se dijo Romana. «Seguro que me ha oído». Magnífico comienzo. Echó mano de un pañuelo de papel, se limpió las manos y desechó la idea de pintarse los labios o arreglarse el pelo, para lo cual habría necesitado toda una vida. Se alisó la falda, se colocó la chaqueta en su sitio y se dispuso a entrar.

Niall Macaulay era impresionante, al menos por detrás. Alto, de pelo negro perfectamente peinado, y un traje hecho a medida que cubría sus anchos hombros.

—¿Señor Macaulay? —preguntó mientras cruzaba el despacho con la mano extendida para darle la bienvenida—. Siento haberlo hecho esperar.

Cuando estaba a punto de explicar el motivo de su retraso, sin mencionar el asunto del café, se dio cuenta de que sus explicaciones serían redundantes. Abrió la boca como un pez sorprendido mientras él se daba la vuelta para estrechar su mano.

Niall Macaulay y el cascarrabias al que había duchado con café eran la misma persona.

—¿Le ha ofrecido mi secretaria…?

—¿Un café? —completó la frase por ella.

Hablaba en un tono de voz bajo, y ella se dio cuenta de que nunca rebasaría aquel nivel suave y controlado, cualquiera que fuera la provocación. Ella misma había sido testigo de su extraordinaria capacidad para controlarse.

—Gracias, pero creo que ya he tomado todo el café que usted pueda ofrecerme en un solo día.

Mientras él le soltaba la mano, a Romana le pareció que todavía la tenía pegajosa.

¿Era aquel hombre uno de sus socios? Romana los había imaginado más mayores y tal vez no muy interesados en ponerse a trabajar, teniendo en cuenta que los dividendos de la empresa eran más que suficientes para mantener a tres millonarios perezosos.

Cuando su padre había sufrido aquel fatal ataque al corazón, sus hermanas y ella habían descubierto la verdad. Sus socios, el capitalista, el banquero y el abogado, estaban muy lejos de ser unos ricachones sin inquietudes. Estaban construyendo un verdadero imperio, y querían también el imperio de las Claibourne.

Tenía delante al banquero, un hombre que le había demostrado ser frío hasta llegar al punto de congelación. Y su objetivo era convencerlo de que ella era una mujer de negocios capaz de sacar adelante una gran compañía. De acuerdo, no había tenido un buen comienzo, pero recuperaría terreno enseguida para demostrarle que ella valía mucho. De hecho, hasta que ella no se había hecho cargo del departamento de Relaciones Públicas, los grandes almacenes habían sido tan divertidos como una duquesa viuda. Ella cambió las tornas, y podría manejar aquella situación también.

Romana intentó ponerse a la altura de aquel hombre de hielo con una sonrisa lo más fría posible, sin que dejara de parecer amable.

—Siento mucho lo del café. Me habría gustado disculparme si usted me hubiera dado la oportunidad.

Esperó a que él reconociera que tenía razón. Pero esperó en vano.

—Por favor, mándeme la factura de la tintorería —continuó ella.

Ni un asomo de emoción cruzó los fríos rasgos de aquel hombre, y Romana se encontró diciendo:

—O también puede quitarse los pantalones para que alguien del personal de limpieza les pase una esponja y…

Estaba intentando ayudar, pero tuvo una visión de Niall Macaulay paseándose por su despacho en calzoncillos y se puso colorada. Nunca se sonrojaba, solo cuando decía algo realmente estúpido. Como en esa ocasión. Echó una ojeada a su reloj.

—Tengo que estar en otro sitio dentro de diez minutos. Pero puede usted hacer uso de mi despacho mientras espera —añadió para que él entendiera que no le iba a hacer compañía mientras anduviera sin pantalones.

Niall Macaulay le dirigió una mirada capaz de congelar un volcán. Estaba claro que ella no podía competir con tanta sangre fría. Romana se ahuecó el cabello en un gesto muy femenino que no tenía término medio para los hombres: o lo adoraban o lo detestaban. Estaba claro que el señor Macaulay lo detestaba. Y como ella prefería cualquier tipo de reacción, aunque fuera negativa, volvió a arreglarse el pelo, aumentando el efecto con una sonrisa, una de esas que querían decir «ven por mí». Era el tipo de sonrisa que habría hecho que la mayoría de los hombres se pusieran a cuatro patas lloriqueando como cachorillos hambrientos. Pero no el señor Macaulay. Él no pertenecía a la mayoría. Seguía siendo hielo puro.

—Señorita Claibourne, mi primo me ha pedido que sea su sombra mientras usted trabaja. Siempre y cuando ir de compras le deje algo de tiempo para dedicarse al mundo laboral.

Romana siguió la trayectoria de su mirada, que se había detenido sobre en la pila de bolsas que ella había depositado en el sofá.

—No menosprecie las compras, señor Macaulay. Nuestros antepasados inventaron el ir de tiendas para divertirse. Se hicieron ricos con ello, y es la costumbre de ir de compras la que hace que el dinero siga entrando a raudales por nuestra puerta.

—Seguro que no por mucho tiempo —replicó él alzando una ceja—, si los directivos de esta firma compran en otras tiendas.

—Tiene usted mucho que aprender si piensa que los diseñadores importantes van a vender en los grandes almacenes otra cosa que no sea su línea prêt-à-porter. Ni siquiera en uno tan elegante como Claibourne & Farraday.

Romana exhaló un suspiro de satisfacción. Se sentía mucho mejor.

—¿Nos ponemos de acuerdo para la supervisión? —continuó ella—. ¿Tiene usted tiempo para esta nimiedad?

Por toda respuesta, él encogió levemente los hombros, un gesto que podía significar cualquier cosa.

—No puedo entender por qué usted y sus primos tienen tantas ganas de jugar a las tiendas —lo presionó ella—. ¿Tienen ustedes alguna noción de cómo llevar unos grandes almacenes? Este tipo de empresa no es para principiantes. Puede que usted sea el mejor inversor bancario del mundo, pero ¿sabe exactamente cuántos pares de calcetines hay que encargar para Navidad?

—¿Lo sabe usted? —respondió él.

Claro que ella lo sabía. Era una pregunta del trivial de la página web de la tienda. Antes de que pudiera darse el gusto de contestarle, él continuó:

—Estoy seguro de que usted no se implica tanto en las cuestiones cotidianas. Tiene responsables de departamento y jefes de venta que toman esas decisiones por usted.

—La responsabilidad está en los despachos de la planta alta, señor Macaulay. Simplemente quiero subrayar el hecho de que he estado en la planta baja y he trabajado en todos los departamentos, he conducido los camiones de reparto…

—Incluso ha hecho usted de ayudante de Santa Claus, según dice el Evening Post —la interrumpió él—. ¿Aprendió mucho de aquella experiencia?

—No volvería a hacerlo nunca más.

Romana le brindó una sonrisa auténtica, esperando que él la interpretara como una oferta de paz. Tal vez podrían dejar de lanzarse pullas y empezar de nuevo como iguales. Pero él esquivó el ofrecimiento y respondió lanzándose directamente a la yugular.

—¿No sabía usted que hay un acuerdo según el cual tenían que entregar la empresa cuando su padre se retirara? Supongo que no lo sabía. Su padre debió haber sido sincero con ustedes desde el principio. Habría sido lo mejor para todos. Pero no tenemos intención de entrar en detalles. Contrataremos al mejor equipo de dirección disponible para llevar los almacenes.

—Nosotras somos el mejor equipo directivo disponible —replicó ella.

Estaba segura de lo que decía. Ellas eran de la familia. No importaba cuánto se le pagara a un alto ejecutivo, seguro que no se tomaría el mismo interés.

—Déjelo en nuestras manos y seguiremos reportando los beneficios de los que ustedes han disfrutado durante años sin tener que levantar ni un dedo.

—Y sin poder intervenir en nada —respondió él—. Los beneficios no han aumentado en los últimos dos años. La empresa está estancada. Es hora de cambiar.

Vaya, el banquero había hecho los deberes. Seguro que podía calcular, hasta el último penique, cuánto habían ganado en el último ejercicio fiscal. Incluso en la última semana.

—El sector del comercio ha tenido dificultades en todas partes —replicó ella.

—Ya lo sé —contestó él, pareciendo incluso simpático—, pero me da la impresión de que Claibourne & Farraday está encantado en su papel de parecer los grandes almacenes más lujosos de Londres.

—Y lo son —declaró ella—. Puede que no sean los más grandes, pero tienen su propio estilo. Y es la tienda más acogedora de la ciudad.

—¿Acogedora? Querrá decir anticuada, aburrida y carente de ideas nuevas.

Romana se estremeció con la descripción. Deberían sentarse juntos y lamentarse de la negativa de su padre a modernizarse, a renunciar a la decoración de madera y alfombra roja del siglo pasado. Pero no le iba a contar eso a Niall Macaulay.

—¿Y tiene usted ideas nuevas? —le preguntó.

—Por supuesto que tenemos planes —contestó él, como si no pudiera ser de otra manera.

Con su camisa oscura abotonada hasta el cuello, y ningún asomo de pasión tras sus ojos grises de banquero, ¿qué creía que podía aportar a los mejores grandes almacenes de Londres?

—No he dicho planes. He dicho «ideas» —replicó ella—. Es totalmente distinto. Puede tener planeado vendernos a una gran cadena y dejarse de problemas, limitarse a recibir miles de millones que llevarse a su banco. Y como ustedes tienen la mayoría de las acciones, no podríamos hacer nada para impedírselo.

—Romana —dijo una voz a través del intercomunicador—, siento interrumpir, pero tienes que marcharte ahora mismo.

Niall Macaulay miró su reloj.

—Faltan cinco minutos para su próxima cita —dijo.

Cinco minutos eternos, pensó Romana.

—Lo siento, señor Macaulay. Ha sido fascinante intercambiar opiniones con usted, pero tengo que marcharme a ocuparme de mis asuntos en Claibourne & Farraday. Lo dejo con mi secretaria para que le diga a ella cuándo puede dedicarle algo de tiempo a la tienda, y yo me ajustaré a su horario.

Sin darle ocasión de hacer ningún comentario, Romana recogió sus bolsas y sin molestarse a esperar el ascensor se encaminó a las escaleras.

¿«Dedicarle algo de tiempo»? No estaba dispuesto a que una muchachita como aquella se saliera con la suya de esa manera. Era ella la que no se tomaba el asunto con la seriedad que merecía, y estaba dispuesto a demostrarlo. Recogió su abrigo y su paraguas y fue tras ella.

—¿Señorita Claibourne?