¿Subir o caer de la escalera? - Gonzalo Schwarz - E-Book

¿Subir o caer de la escalera? E-Book

Gonzalo Schwarz

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Este título editado por Archbridge Institute, think tank independiente en Estados Unidos, ha congregado a 4 autores de diferentes centros de estudios en la región latinoamericana: Iván Cachanosky de la Fundación Libertad y Progreso en Argentina María Paz Arzola, de Libertad y Desarrollo, en Chile, Agustín Iturralde y Leonardo Altmann del Centro de Estudios para el Desarrollo en Uruguay, Felipe Benites Campos, de Cedice Libertad de Venezuela. El libro aborda la movilidad social y la lucha en contra de la pobreza en América Latina desde otras miradas, pues no considera que la desigualdad sea la principal barrera o explicación de la falta movilidad, plantea que una mayor movilidad social es posible, sin perder de vista el respeto de las libertades democráticas.

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Índice

Portada

Contraportada

Introducción. Introducción. Movilidad social en Latinoamérica

1. Movilidad social en Argentina: un enfoque alternativo.Iván Cachanosky

2. La movilidad como medida de progreso económico y social.María Paz Arzola

3. El territorio como barrera: movilidad social en Montevideo (2006-2017).Agustín Iturralde y Leonardo Altmann

4. Desigualdad y movilidad. Una lectura crítica con referencias al caso venezolano.Felipe A. Benites Campos

Página legal

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Introducción

MOVILIDAD SOCIAL EN LATINOAMÉRICA

Gonzalo Schwarz

Archbridge Institute

En las últimas décadas, la movilidad social ha sido uno de los temas más importantes en América Latina, definida como aquella mediante la cual la gente puede aspirar a salir de la pobreza, pasar a formar parte de la clase media o superar toda adversidad y llegar desde el escalón más bajo en la escala social hasta el más alto. Cuando la gente percibe muchas barreras en su camino, cuando no hay suficientes oportunidades ni un terreno nivelado en el cual competir, deciden trasladarse a donde encontrarán mejores oportunidades. Como lo muestra el reciente episodio de la caravana de migrantes centroamericanos que se dirigía a Estados Unidos: donde no hay movilidad social, hay movilidad física o geográfica.

En diversos estudios de organizaciones internacionales, como el Banco Mundial o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), América Latina ha experimentado movilidad social ascendente, de tal forma que las nuevas generaciones superan el nivel de educación o ingreso de sus padres, lo que representa una de las medidas de movilidad social. Es posible pensar que estos cambios ocurrieron debido a un crecimiento económico importante en la época dorada de América Latina, entre 2003 y 2008, sin embargo, últimamente se han presentado desaceleración y estancamiento considerables, que comenzaron alrededor de 2013, como lo señala un estudio de la Brookings Institution, en Estados Unidos, y Ceres, en Uruguay.[1]

El malestar socioeconómico en la región no ha mejorado en años recientes, lo cual es evidente por un continuo estancamiento del crecimiento y por la inestabilidad política, esta última debida no tanto a la ausencia de democracias fuertes, más allá de casos como Venezuela o Bolivia, sino sobre todo porque el péndulo que oscila entre la izquierda y la derecha se ha movido más rápido que en otros momentos en la historia y ningún sector político es capaz de encaminar la región. Esto lleva al estancamiento de la movilidad social y, aunque no estemos en tan mala posición como pensamos, la movilidad social y el crecimiento de la clase media podrían ser mucho mejor de lo que actualmente son.

Lo primero que es necesario resaltar y desmitificar es que el mejor vehículo para la movilidad social y reducción de la pobreza es el trabajo. Actualmente, sin embargo, las políticas públicas relacionadas con la movilidad social se centran en dos premisas equivocadas. La primera parte de que hay que reducir la desigualdad para que esta aumente y la segunda plantea que los planes sociales son las herramientas de política social más importantes en este debate. Sin embargo, los planes sociales pueden ayudar a darle sustento a las personas que más lo necesitan y que se encuentran en situación precaria pero, en el mejor de los casos, deben ser un trampolín y no un colchón, ya que representan un alivio a la pobreza, pero no una fuente sostenible de movilidad social ascendente.

La desigualdad, la movilidad social y la reducción de la pobreza se mencionan como sinónimos en el debate político y económico cuando, en realidad, no quieren decir lo mismo ni las soluciones para esos problemas se parecen. Muchos estudios muestran que, aunque existe una relación entre esos fenómenos, esta no es causal, es decir, que mayor desigualdad no necesariamente genera más o menos movilidad social o más o menos pobreza. Finlandia tiene el mismo nivel de desigualdad que Ucrania, Dinamarca y Pakistán tienen el mismo rango de desigualdad y Estados Unidos tiene el mismo que El Salvador. Si el problema fuese la desigualdad, Ucrania, Pakistán y El Salvador serían ya potencias mundiales.

Algunas personas están convencidas y animadas por la idea falsa de que si unos tienen mucho ello es consecuencia directa de que otros tienen poco, y que dicha desigualdad es la razón principal que explica la falta de movilidad social en los países en la región. No obstante, para la mayoría, una de las razones principales de preocupación por la desigualdad es que los pobres se estén quedando atrás al ver que la brecha se agranda. Y esta preocupación se justifica y es bien intencionada. Existen barreras importantes e injustas que evitan que los pobres suban en la escala económica, obstáculos que las clases media y alta pueden sobrellevar con más facilidad. Pero en vez de pretender que nuestros problemas desaparecerán si políticos y economistas pueden ajustar el nivel de impuestos y redistribución del ingreso, nuestro enfoque debería decantarse por eliminar las barreras a las que se enfrentan los más vulnerables entre nosotros e incrementar la movilidad social.

Por esto es que volvemos al punto principal: la mejor política social es el empleo. Y la mayor parte de los empleos se crea en el sector privado, con menos trabas al emprendimiento y legislación laboral flexible, factores que generan un crecimiento sostenido inclusivo y que dan lugar a una gama más amplia de diferentes tipos de trabajo.

Los ejemplos preferidos de los países con menor desigualdad y mayor movilidad social en el mundo son los escandinavos. Sin embargo, Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia figuran en lo más alto de los rankings de competitividad y facilidad para hacer negocios. En cambio, en uno de los temas en que América Latina está más atrasada y que más perjudica a la región, como lo es el Estado de derecho y la corrupción, los países escandinavos tienen los cuatro mejores índices internacionales, es decir, sus instituciones son sólidas. Más allá de que los impuestos personales sean altos, aquellos de las empresas no lo son. Las tasas corporativas fluctúan alrededor del 20 % para esos países, cuando en América Latina el promedio es de 27 %, según la consultora KPMG.[2] Asimismo, todas las investigaciones académicas establecen que los impuestos más perjudiciales para el desarrollo económico son corporativos y no los que se dirigen a la renta personal.

De igual manera, los ciudadanos de esos países pueden pagar impuestos altos porque hay más dinamismo económico, más participación laboral y menos inflación; tienen las tasas de empleo más altas de los países de la OCDE y, como vimos, promueven a la iniciativa privada con muy buenos resultados. Por ejemplo, según la OCDE, la tasa de participación laboral, es decir, cuánta gente está empleada de la población económicamente activa, es 82 % en Suecia y 79 % en Dinamarca, mientras que el promedio en American Latina es 63 %, según el Banco Mundial.[3]Pero esos trabajos provienen de algún lugar, que es donde se generan. Por esta razón, incluso los países con menor desigualdad se enfocan en la generación de empleo y en el impulso a la iniciativa privada, evitando imponer barreras a la competitividad y facilitando hacer negocios. Las tasas de desempleo juveniles son menores a 10 % en Dinamarca y Noruega, mientras que en América Latina estas cifras rondan entre 17 y 18 % en promedio. Estos países también tienen una mayor apertura comercial hacia el mundo, de modo que figuran en los escalones más altos en cuanto a la facilidad de exportar sus productos al mundo o con barreras arancelarias bajas.

Las barreras a la movilidad social relacionadas con los límites al emprendimiento, la corrupción, falta de Estado de derecho o educación de baja calidad pueden sobrellevarlas las clases media y alta con más facilidad que la clase baja. Las personas de mayores recursos pueden sufragar el elevado costo de abrir y operar sus empresas; tienen más poder cuando es necesario enfrentar la corrupción, ya que pueden costearse sobornos o atajos burocráticos; tienen mayor acceso a un sistema judicial ineficiente y corrupto. En el ámbito de la seguridad, las personas con mayores recursos pueden mudarse de casa o contratar seguridad privada. En cuanto a la educación, con recursos es posible inscribir a sus hijos en colegios privados o enviarlos al exterior. En cambio, los más vulnerables no tienen esas oportunidades. Por todo esto, cabe preguntarse: ¿cuál es el problema aquí, los que tienen más o las barreras y problemas estructurales que no se están enfrentando?

A su vez, la educación se considera uno de los vehículos más importantes para la movilidad social. Sin embargo, conviene poner en perspectiva este planteamiento, ya que la finalidad de toda educación es prepararse para el mercado laboral y tener gente capacitada que pueda aportar al desarrollo del país. Empero, si los trabajos y el incentivo para emprender no existen y, por lo tanto, no se permite que la educación tenga mayor impacto social, ¿cuál es su rol, a final de cuentas? Y esto sin entrar al tema de la calidad misma de la educación, más importante que los años cursados: si el mercado laboral es poco dinámico, inflexible y carece de diversidad, el impacto de la educación será muy bajo, lo cual acaba significando, simplemente, mayor movilidad geográfica.

Si nos enfocamos en soluciones que reduzcan la desigualdad económica pero que acaben generando más barreras al emprendimiento o dando lugar a una economía con mayor informalidad, en realidad no son los pobres los que nos interesan tanto. En este caso, lo que más nos preocupa es reducir la brecha para que los que tengan más terminen teniendo menos, ya sea simplemente por envidia o porque pensamos que ese enfoque ayuda a los pobres. Por eso, no podemos seguir en la trampa de debatir soluciones que reduzcan la desigualdad de ingresos. Esa desigualdad es solo un síntoma de otros problemas estructurales más grandes. Y si nos enfocamos en estos, a final de cuentas lograremos una economía más dinámica y emprendedora en América Latina, que a través de mayor inclusión social nos permita reducir la pobreza y generar mayor movilidad social. Al final, incluso llegaremos a tener menos desigualdad.

Estas razones son la principal motivación de esta publicación, que se propone enfocarse en la movilidad social y la lucha en contra de la pobreza en América Latina a través de otras áreas de investigación y formas de hablar sobre estos fenómenos, que no consideran la desigualdad como la principal barrera o explicación de la falta de movilidad social. De este modo, aquí se reúnen los textos de cuatro centros de estudios en la región que abordan el tema desde diferentes perspectivas en sus contextos locales.

En primer lugar, tenemos una investigación de Iván Cachanosky, de la Fundación Libertad y Progreso en Argentina, que analiza la diferencia entre los tres conceptos más importantes en esta discusión: la pobreza, la desigualdad y la movilidad social. Cachanosky se enfoca más en la movilidad social y hace énfasis en la situación de Argentina en ese tema, cómo debería pensarse en torno a ese concepto en el país y qué políticas públicas son las más importantes.

En segundo lugar, María Paz Arzola, de Libertad y Desarrollo, en Chile, nos muestra la importancia y evolución de la movilidad social en el país a lo largo de las últimas décadas y cómo el crecimiento económico ha sido uno de los principales motores de la gran movilidad social ascendente y de la reducción de la pobreza en el país durante ese período. De igual manera, la autora determina cuáles han sido las variables explicativas y las políticas públicas que han llevado a Chile a su circunstancia actual y cómo las recientes peticiones de dar vuelta en «U» en dichas políticas podrían frenar, e incluso revertir, el desarrollo del país.

El tercer capítulo, a cargo de Agustín Iturralde y Leonardo Altmann, del Centro de Estudios para el Desarrollo en Uruguay, nos muestra la compleja realidad de la capital uruguaya y los efectos en la movilidad social en aspectos particulares de ciertos barrios o territorios en Montevideo. Aun cuando ha habido una mejora monetaria para varios habitantes de la ciudad, existe una pobreza espacial específica de ciertos sectores y una clase media que, aunque amplia, es la que menos ha crecido en los últimos años.

Y, por último, pero ciertamente no menos importante, Felipe Benites Campos, de Cedice Libertad, en Venezuela, nos muestra la preocupante situación de movilidad social y pobreza que persiste en ese país y cómo las recetas para reducir la desigualdad han tenido resultados nefastos.

Espero que el lector pueda aprender mucho de cada uno de estos casos de estudio y pensar en la movilidad social con otros ojos, que se enfoquen en cómo eliminar las barreras a esta y a la generación de oportunidades para que los diferentes países de la región puedan desarrollar su potencial. Un régimen de políticas públicas basado más en planes sociales que en prosperidad económica y crecimiento es más una gestión de pasivos que un enfoque interesado en potenciar y empoderar a los más necesitados en América Latina. Cuando la búsqueda de igualdad de resultados se disfraza de búsqueda de igualdad de oportunidades nunca podremos realmente enfrentar los problemas de fondo y salir adelante. Hacer frente a los problemas estructurales, buscando una mayor movilidad social mediante una mayor igualdad de oportunidades, nos llevará a sensibilizarnos y enfocarnos en las capacidades y potencialidades de la región entera.

Notas

[1] Ernesto Talvi e Ignacio Munyo, «Are the Golden Years for Latin America Over?», Brookings (7 de noviembre de 2013), consultado el 6 de julio de 2021 en https://www.brookings.edu/opinions/are-the-golden-years-for-latin-america-over

[2] «Tasa de impuestos en línea», KPMG, consultado el 6 de julio de 2021 en https://home.kpmg/co/es/home/services/enterprise/tasas-de-impuestos-en-linea.html

[3] «Labor force participation rate, total (% of total population ages 15+) (national estimate) - Latin America & Caribbean» (International Labour Organization, base de datos ILOSTAT, 1 de junio de 2021), consultada el 7 de julio de 2021 en https://data.worldbank.org/indicator/SL.TLF.CACT.NE.ZS?locations=ZJ

Referencias bibliográficas

«Labor force participation rate, total (% of total population ages 15+) (national estimate) - Latin America & Caribbean», International Labour Organization, base de datos ILOSTAT, 1 de junio de 2021, Consultada el 7 de julio de 2021 en https://data.worldbank.org/indicator/SL.TLF.CACT.NE.ZS?locations=ZJ

Talvi, Ernesto e Ignacio Munyo, «Are the Golden Years for Latin America Over?», Brookings, 7 de noviembre de 2013, https://www.brookings.edu/opinions/are-the-golden-years-for-latin-america-over

«Tasa de impuestos en línea», KPMG, https://home.kpmg/co/es/home/services/enterprise/tasas-de-impuestos-en-linea.html

Semblanza del autor

Gonzalo Schwarz nació en Montevideo en 1983. Tiene un Master in Economics por la George Mason University y es licenciado en Economía por la Universidad Católica San Pablo de La Paz, Bolivia. Actualmente es el presidente y Chief Executive Officer del Archbridge Institute y es también gerente general del Centro para América Latina de la Atlas Network.

Archbridge Institute

Think tank independiente en Estados Unidos dedicado a identificar y eliminar barreras a la movilidad social. El Archbridge Institute se fundó en 2016 en Washington D.C. y se dedica a la investigación multidisciplinaria académica y de política pública en el campo de la movilidad social y la desigualdad económica; produce investigaciones, encuestas, podcasts y ensayos sobre estos temas, con el objetivo final de generar un consenso acerca de cuáles son las principales barreras y determinantes para una mayor movilidad social.

www.archbridgeinstitute.org

Cap. 1

MOVILIDAD SOCIAL EN ARGENTINA: UN ENFOQUE ALTERNATIVO

Iván Cachanosky

Fundación Libertad y Progreso

Introducción

Pobreza, desigualdad y movilidad social son conceptos que muchas veces se mezclan generando confusiones que pueden llevar a conclusiones erróneas. Es importante entender que, si bien estos conceptos pueden tener vinculaciones, hay sustanciales diferencias entre sí. El debate de hoy en día lo protagonizan principalmente la pobreza y la desigualdad, mientras que la movilidad social queda en un segundo plano. Sin embargo, es una cuestión clave para analizar si las personas pueden progresar. No es lo mismo una situación de desigualdad en que la movilidad social es posible, que una situación en la que no lo es. En el primer caso, las personas no suelen estar demasiado preocupadas por la desigualdad porque perciben en su horizonte que pueden progresar. En cambio, si la movilidad social es baja, la desigualdad puede traer consigo altos costos sociales.

Este trabajo busca explicar la diferencia entre estos tres conceptos para concentrarse en la importancia de la movilidad social. En particular, se resaltará la situación de Argentina. De esta manera, el trabajo tiene fundamentos teóricos que luego se aplicarán y analizarán en el contexto del país. Para el caso de Argentina, hay pocos estudios al respecto y las metodologías son cuestionables. En este marco, lo que se propone es una vía diferente para pensar la movilidad social. Con este propósito, el trabajo se divide en cuatro partes. En primer lugar, se analizan los conceptos de pobreza y desigualdad. Se ponen en perspectiva histórica ambos conceptos y luego se analiza (primero desde el enfoque tradicional), la situación de Argentina. Posteriormente, la investigación profundiza en las aguas de la movilidad social, que es donde más se ahonda, destacando la idea de que lo realmente importante es la movilidad social, antes que la desigualdad. Tercero, se hace un comentario sobre el rol de la envidia, tomando en cuenta tanto la desigualdad como la movilidad social. Este punto, aunque breve, no es un tema menor. Por último, se exponen las conclusiones del trabajo.

El objetivo es proponer un nuevo enfoque para analizar la movilidad social a la vez que se va examinando la situación de Argentina. Las complicaciones para medir la movilidad social son muchas, por ello es importante que se continúe estudiando cómo lograrlo, para así alcanzar conclusiones más certeras y, sobre todo, entender qué está fallando y qué funcionando en materia de movilidad social en general y en Argentina en particular.

Pobreza y desigualdad

Si bien los conceptos de pobreza, desigualdad y movilidad social son distintos, están vinculados entre sí. Es importante entender estas relaciones para comprender cabalmente en dónde radica la importancia de la movilidad social. Para ello, primero se analizarán los conceptos de pobreza y desigualdad.

La pobreza, perspectiva histórica

En lo que respecta a la pobreza, lo primero que hay que entender es que, a lo largo de la historia de la humanidad, la situación de pobreza ha sido más bien la regla y no la excepción. Henry Hazlitt lo describe claramente en su libro La conquista de la pobreza.[1]El autor pone en claro la perspectiva de la crudeza con que se vivía en situación de pobreza, lo cual era más grave aún porque afectaba a la mayoría de la población mundial. Según relata el economista Johan Norberg, el 85 % de la población mundial debía sobrevivir con menos del equivalente a un dólar diario.[2]En otras palabras, hasta iniciado el siglo XIX, la pobreza era generalizada. Sin embargo, continúa el autor, esta ha ido decreciendo y se ha ubicado en torno al 20 % desde 1980.[3] Esta reducción sustancial de la pobreza ocurrió debido a la Revolución industrial que, con la producción de alimentos en masa, consiguió que mucha gente dejara de morir por episodios de hambrunas. De esta manera, lejos quedaron las predicciones apocalípticas del clérigo Thomas Malthus, quien sostenía que mucha gente iba a morir debido a que la población crecía geométricamente mientras que los alimentos lo hacían en forma aritmética.[4] Aquí cabe mencionar un dato importante. El hecho de que la pobreza mundial se haya reducido desde 85 % hasta 20 % quiere decir que un 65 % de la población mundial ha dejado de ser pobre. Este fue un avance trascendente, pero aún es necesario luchar para continuar reduciendo el 20 % restante. El punto es que del 65 % de las personas que salieron de la pobreza, algunos lo hicieron generando mayor riqueza que otros y, de esta manera, la discusión sobre la desigualdad comenzó a cobrar mayor protagonismo. Es necesario subrayar que esta discusión responde a la sustancial reducción de la pobreza y eso es algo positivo. Más aún, el premio Nobel de economía Angus Deaton, respecto a este contexto, llegó a referirse a la desigualdad como uno de los «dones» de la civilización.[5]

Al analizar el caso de Argentina de los últimos años, lamentablemente la historia es la inversa. En un país que hasta 1960 mostraba bajos índices de pobreza (menor a 5 %), estos han ido creciendo por las recurrentes crisis económicas, de modo que la pobreza se ha vuelto estructural. A partir de 1990, el promedio de la pobreza en Argentina fue de 30 %, sin poder romper un piso de 17 % y alcanzando un máximo de 55.3 % en 2002, producto de la crisis de 2001. La tragedia argentina es que, desde hace treinta años, la pobreza se ha vuelto estructural. En este marco, es imprescindible distinguir entre ciertas categorías de pobreza. El economista Jeffrey Sachs sostiene que puede haber tres tipos de pobreza:

[...] resulta útil distinguir entre tres grados de pobreza: la pobreza extrema (o absoluta), la pobreza moderada y la pobreza relativa. La pobreza extrema significa que las familias no pueden hacer frente a necesidades básicas para la supervivencia. [...] A diferencia de las pobrezas moderada y relativa, la pobreza extrema solo se da en países en vías de desarrollo. El concepto de pobreza moderada se refiere, por lo general, a unas condiciones de vida en las cuales las necesidades básicas están cubiertas, pero solo de modo precario. La pobreza relativa se interpreta, habitualmente, como un nivel de ingresos familiares situado por debajo de una proporción dada de la renta nacional media. Los relativamente pobres, en países de renta alta, no tienen acceso a bienes culturales ni actividades de ocio y diversión, y tampoco a una justa asistencia sanitaria ni a una educación de calidad, ni otras ventajas que favorecen la movilidad social ascendente.[6]

De aquí se desprende que no es lo mismo ser pobre en un país desarrollado que en uno en vías de desarrollo. La pobreza a la que refiere Argentina se encuentra vinculada con la pobreza extrema (nivel de indigencia) y a la pobreza relativa (basada en una canasta de bienes básicos). A grandes rasgos, la pobreza nos permite evidenciar que no hay movilidad social ascendente, debido a que se mantiene en niveles elevados.[7]

Gráfica 1.1Nivel de pobreza en Argentina

Fuente: Libertad y Progreso con base en Indec y UCA.

La medición de la desigualdad en Argentina