Survival: Tercera Parte - Miguel Ángel Villar Pinto - kostenlos E-Book

Survival: Tercera Parte E-Book

Miguel Ángel Villar Pinto

0,0
0,00 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¡Bestseller internacional con miles de seguidores en todo el mundo!

«No te pierdas esta saga de ciencia ficción. ¡Esto es SciFi de la buena!», Ebrolis.

● Recomendada por Ediciones B (México), UNAL (Universidad Nacional de Colombia), Preppers Links (España), Topp Books y Special Book (Estados Unidos) y Bokklubben (Noruega).
● Incluida en bibliotecas de Colombia y Estados Unidos.

OPINIONES DE LOS LECTORES:
«Grandiosa».
«Espectacular».
«Fascinante».
«Envolvente».
«Genial».

Ya nadie parece estar a salvo, ni siquiera allí donde había paz.

Dos profecías, una conspiración, sucesos inexplicables, disturbios, ley marcial, una ciudad antigua y olvidada, una nave en rumbo de colisión con la Tierra... El uno por ciento de la población mundial superviviente sigue decreciendo.

TERCERA PARTE: LOCALIZACIONES Y PERSONAJES
Ginebra: Carlo Adams (director del CERN)
Estación Espacial Internacional (ISS): Susan Shepherd (astronauta)
Nave Deep Space: Jereth Williams (piloto)
Océano Pacífico: Ryan Davis (militar)
Jerusalén: Moshé (rabino) y Ahmad (imán)
San Francisco: Liam Cole (agente del FBI) y Ayana Brown (joven)
Rub al-Jali: Amira al-Jatib (beduina)
Central nuclear Bruce: Mia Campbell (servicio de emergencias)
Islas Salomón: Rachel y Francis (biólogos), Cooper y Olivia (matrimonio), y Tuana (piloto)
A Coruña: César Durán (arqueólogo), Marta García (médica), Miguel Hernández (militar) y Paula (niña)
Australia: Gobierno (Edmund Gillard, primer ministro; Kora Kelly, Servicio Público; John Bryce, gobernador general), ASIS (Gareth Codd, director), equipo de investigación (Akira Akasaki, Premio Nobel de Física; Valeria Martínez, inmunóloga; Manfred Bauer, neurobiólogo; Harnam Iyer, astrofísico), arcontes (anciano desconocido), Sídney (Patrick y Amanda Hanson, matrimonio)

TÍTULOS DE LA SERIE SURVIVAL:
1. Primera Parte
2. Segunda Parte
3. Tercera Parte
4. Cuarta Parte
5. Quinta Parte
6. Sexta Parte

TEMPORADAS:
1. Primera Temporada (Partes 1-6)

AUTOR

Miguel Ángel Villar Pinto (España, 1977) es escritor de literatura infantil y juvenil, narrativa y ensayo. Con millones de lectores en todo el mundo, sus obras han sido bestsellers internacionales, utilizadas por diversas instituciones como lectura obligatoria en la enseñanza, citadas en diccionarios como referencias literarias e incluidas en el patrimonio cultural europeo e iberoamericano.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



SURVIVAL

TERCERA PARTE

Miguel Ángel Villar Pinto

© Texto: Miguel Ángel Villar Pinto

© De esta edición: Miguel Ángel Villar Pinto

Segunda edición: Independently Published, 2019

Primera edición: Independently Published, 2019

Más información: survival.villarpinto.com

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de su titular, salvo excepción prevista en la ley».

ÍNDICE

 

ANTERIORMENTE 

1 El colisionador 

2 Equipo de investigación 

3 La luz frente a la oscuridad 

4 El círculo 

5 USS John F. Kennedy 

6 Deuda 

7 Disturbios 

8 Lugar seguro 

9 Arcontes 

10 Éxodo 

11 Alcatraz 

12 La ciudad sin nombre 

13 Ley marcial 

14 Bruce 

15 Deep Space 

ANTERIORMENTE EN

SURVIVAL

«La humanidad se enfrenta a un futuro incierto, desvastado por las llamas».

En la Segunda Parte de Survival, la muerte del 99% de la humanidad está siendo investigada, pero es todavía un misterio sin resolver. Los supervivientes intentan sobreponerse a la dura realidad. Sin embargo, no tardarán en darse cuenta de que «El Incidente» no es el único suceso inexplicable: algo más está ocurriendo.

1

El colisionador

Carlo Adams, director general del CERN, contemplaba con la mirada perdida el lago Lemán. De pie, sobre la hierba del Jardín Botánico de Ginebra, ante la desolación y el desastre que lo rodeaba, no dejaba de pensar en lo irónico que resultaba; muchas voces se habían alzado en contra del Gran Colisionador de Hadrones afirmando que su funcionamiento podría desembocar en la destrucción de la Tierra, desde la formación de un agujero negro a abrir una puerta dimensional para los demonios del infierno.

En cierto sentido, no era de extrañar; ante el desconocimiento, siempre surgen alarmistas, como cuando se inventó el ferrocarril y algunos dijeron que el ser humano no podría resistir esas altas velocidades y, por eso, pedían su prohibición. Situaciones similares se dieron con la electricidad, la bombilla y, en general, con todo aquello que supuso un cambio, al que siempre acompaña el temor.

Así que, antes y después de que él se pusiera al mando de la investigación, todos lo tenían muy presente, pero nada de lo que se había vaticinado había sucedido. Frente a los contrarios, el colisionador ayudaría a encontrar respuestas a dos de las grandes preguntas de la humanidad: ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, e incluso, tal vez, a una tercera, ¿qué somos? Quizá, por ello, cuando confirmaron la existencia del bosón de Higgs, también pasó a ser conocido como la «partícula de Dios».

Pero, fuera lo que fuera lo que había acontecido en el mundo, estaba más allá de su compresión, más aún de su responsabilidad. En esta catástrofe, el CERN no tenía nada que ver. Tampoco consideraba que pudiera ser resultado de ninguna otra tecnología. «Triste consuelo —pensó—. Aunque, tarde o temprano, algo así tendría que acabar ocurriendo. Es tanto lo que ignoramos, y tan inmenso lo que nos rodea, tan indefensos...».

Absorto, alzó la vista al cielo, escapando de esa forma, por un instante, del sonido, el olor y la visión de las llamas que consumían todo a su alrededor. Quizá aún tuviera alguna posibilidad de sobrevivir, tal vez no, aunque no era algo ya que le preocupara demasiado. Hay quienes dedican la vida a sus hijos, lo que da sentido a la existencia; y otros, como él, se centran tan solo en procurar prosperidad para las generaciones futuras. «Ambos caminos son necesarios, o al menos, lo eran». Su motivación y esperanza, junto a las ruinas de la civilización, estaban perdidas. Era muy consciente de ello, y no había nada ya que pudiera hacer para evitarlo.

2

Equipo de investigación

Akira Akasaki dejó sus pertenencias en la habitación que le habían asignado dentro del refugio nuclear. Era confortable, incluso más que la del hotel Crowne Plaza; tal y como le había indicado el agente, se habían cuidado los detalles, no solo por el mobiliario y la decoración, sino también y sobre todo por una de las paredes: simulaba ser, con perfecto realismo, un ventanal abierto a un cielo despejado. Si habría de pasar tiempo allí, sin duda, aquello ayudaría a sobrellevarlo.

La suya era de las más próximas al vestíbulo, al que ya regresaba. Aunque no las había contado, calculaba que habría unas trescientas estancias repartidas en diez alturas alrededor de pasillos acristalados, en torno a un jardín central dominado por una fuente, todo ello iluminado desde un techo sincronizado con la misma animación virtual celeste. Daba la sensación de estar en un espacio abierto, no cerrado.

Dejándolas atrás, la mayoría de las habitaciones parecían estar desocupadas. «Esperemos que sigan así». Sabía lo que significaría si aquel complejo militar llegara a estar repleto.

—Sígame —le indicó el agente, caminando hacia otra de las siete puertas principales—. Le presentaré a sus compañeros de investigación. —Pasó una tarjeta por un lector, y luego se la entregó—. Es su identificación, intransferible. Con ella, tendrá acceso a este departamento.

Ante ellos, se abrió una sala alargada, triangular, llena de personal científico y militar, en la que no aparentaba faltar ningún medio para llevar a cabo estudios exhaustivos, incluyendo un equipo de análisis energético con el que Akira podría contribuir. Tampoco le pasó desapercibido que, en una de las alas, se encontraran varios fallecidos de los que se estaban tomando muestras. Con el escaso tiempo transcurrido desde «El Incidente», no creía que hubieran podido obtener el permiso de sus familiares, en caso de que los tuvieran; pero, dadas las circunstancias, supuso que de nada serviría preguntar.

Se condujeron hacia el lado contrario, donde estaban una mujer y dos hombres, de entre cuarenta y cincuenta años, con batas blancas frente a una pantalla del tamaño de una pizarra académica. Estaban debatiendo, al parecer, a causa de varias hipótesis propuestas como posible explicación a lo sucedido. Pudo comprobar que ya estaban incluidas algunas que él mismo había contemplado, junto a otras que desconocía su significado. Aunque fueron dos las que más lo sorprendieron. Siendo agnóstico, no era quien para oponerse, pero que estuvieran allí reflejadas, a priori, solo podían demostrar lo perdidos que se hallaban por el momento.

En cualquier caso, de lo que no cabía duda, era que estaban inmersos en el debate; ni prestaron atención a su presencia. El agente los observaba impasible.

—No me parece tan descabellado —decía uno de los hombres, por su tez y rasgos, probablemente de ascendencia india—. Se hallaron restos orgánicos en Marte; es un hecho verificado que la vida no es exclusiva de nuestro planeta. Y la escala de Kardashov determina grados de evolución tecnológica que, ni tan siquiera nuestra imaginación, podría alcanzar a vislumbrar. La humanidad, siendo generosos, podría ser una civilización de Tipo Uno. No digamos de lo que serían capaces civilizaciones del Tipo Dos, que podrían aprovechar la energía de una estrella, o del Tipo Tres, sirviéndose de toda una galaxia. ¡O más aún de existir alguna de Tipo Cuatro o Cinco!

—Esto solo nos lleva a un callejón sin salida —rebatió la mujer, de raíz latinoamericana, mexicana seguramente—, igual que la acción divina. Son causas que no podríamos llegar a explicar, así que no veo la lógica siquiera de su inclusión. ¿Qué creéis que van a pensar quienes se unan a la investigación cuando las vean?

—Que tenemos mucho trabajo por delante —interrumpió Akira.

El agente enarcó una sonrisa apenas perceptible, solo por un instante, para luego recuperar su compostura neutra.

—Akira Akasaki —dijo—, Premio Nobel de Física. Le presento a Valeria Martínez y Manfred Bauer, inmunóloga y neurobiólogo de la Escuela de Investigación Médica John Curtin; y Harnam Iyer, astrofísico del Centro de Comunicaciones Espaciales de la NASA en Australia.

Manfred fue el primero en extenderle la mano, a la vez que asentía varias veces, abstraído en sus propios pensamientos.

—Sí, mucho trabajo... —coincidió.

Más adelante, Akira comprobaría que, efectivamente, aquel era un equipo multicultural, según sus impresiones: un astrofísico indio, una inmunóloga mexicana, un neurobiólogo alemán y un físico japonés que, por motivos laborales permanentes unos y eventuales él, habían coincidido en Australia para ser los encargados de desentrañar un misterio que amenazaba la supervivencia de la humanidad, que los superaba, pero que al que tendrían que enfrentarse con determinación.

Sin embargo, en aquel instante, en parte para rebajar la tensión en el ambiente, y en parte para no menospreciar a los que serían sus compañeros, decidió él también contribuir con otra teoría indemostrable.

—De todos modos —dijo mientras tecleaba y aparecían las letras en la pantalla—, con los conocimientos de la ciencia actual, yo tampoco podría explicarlo. No creo que, ahora mismo, nadie pueda. Por eso estamos aquí, ¿no es cierto?

Ante una evidente incomprensión del resto, dos palabras quedaron añadidas a lista: «Ark kum».

3

La luz frente a la oscuridad

 

 

 

El teniente Miguel Hernández había regresado al hospital Abente y Lago con caballos, armas y municiones en alforjas, y con una decisión tomada: abandonaría también la ciudad. La doctora Marta García y la pequeña Paula estaban ya preparadas para partir, igual que el hombre convaleciente al que habían estado cuidando, César Durán se llamaba. Aunque débil, había recuperado la consciencia. «Un arqueólogo... No será de gran ayuda en esta situación —pensó el militar—; pero, por suerte, ya tampoco será una carga»; había estado cavilando sobre cómo trasladarlo en su anterior estado, y hubiera sido complicado. Supuso un alivio el saber que era un problema menos del que ocuparse.

De esta forma, tras una conversación acerca de qué dirección tomar, estuvieron de acuerdo en avanzar en paralelo a la costa, siguiendo el paseo marítimo hacia la Torre de Hércules, desde allí hasta el Monte de San Pedro pasando por el Orzán y Riazor, y continuar hacia el oeste hasta haberse alejado lo suficiente del núcleo urbano. Era la mejor opción, la ruta más despejada y segura en tales circunstancias.

Recorrieron gran parte del trayecto en silencio; resultaba muy duro transitar en medio de cadáveres, contemplar vehículos y edificios ardiendo, y no divisar rastro alguno de actividad humana.