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Tenía unos planes preparados con lógica y sensatez, pero... ¿seguiría las órdenes de su caprichoso corazón? Jessie Taggert accedió a hacerse pasar por su sofisticada hermana gemela mientras ésta se "encontraba a sí misma" una semana antes de su boda, pero no pudo imaginar todo lo que implicaba tan inocente favor: desde la prueba final del vestido hasta la fiesta de la oficina o el ensayo de la cena... Y no podía dejar de sentir un cierto temblor en las rodillas cada vez que estaba junto a su futuro cuñado... Mac McKenna estaba a punto de casarse con la mujer de sus sueños, o al menos eso creía. Pero la compañía de la dulce y apasionada Jessie le estaba haciendo darse cuenta de que podía conseguir un matrimonio que tuviera menos de acuerdo comercial y más de amor y deseo...
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Seitenzahl: 161
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2005 Rebecca Russell. Todos los derechos reservados.
SUSTITUIR EL AMOR, N.º 1970 - Diciembre 2012
Título original: The Substitute Fiancée
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1261-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Da mala suerte ver a la novia con el vestido antes de la ceremonia, señor McKenna –le espetó la asesora, armada con una carpeta y un collar de perlas, en medio de un pasillo decorado con fotografías de la boda de famosos jugadores de fútbol.
Una pena que no pudieran saltar de las fotografías en aquel momento para hacer un regate, pensó Mac McKenna, fulminando a la mujer con la mirada.
La bajita, pero obstinada, señora de las perlas que se interponía en su camino no parpadeó siquiera.
–¿Le importaría esperar en la tienda?
Mac negó con la cabeza. No tenía la menor intención de esperar en Brennan’s, la famosa boutique para novias a la que acudía lo mejor de la sociedad de Dallas.
Nunca había visto tanto encaje, tanta seda ni tantas flores. Allí había vestidos de novia, todos de diseño, guardados en bolsas de plástico, carísimos zapatos forrados de satén blanco, velos de encaje antiguo con intrincados bordados, delicados guantes que parecían demasiado frágiles como para ser usados de verdad.
–¿Señor McKenna?
–Nosotros no somos supersticiosos.
Además, Jenna quería saber su opinión sobre el vestido. Por alguna razón, Jenna Taggert, normalmente una mujer independiente y segura de sí misma, se había convertido en un manojo de nervios desde que le pidió que se casara con él dos meses antes.
–Muy bien. Venga conmigo. La señorita Taggert está en el probador.
Jenna, con un vestido de satén color marfil, estaba de pie sobre una plataforma, frente a un espejo de tres cuerpos.
Estaba tan guapa como siempre: el maquillaje perfecto, la melena rubia en su sitio. Pero en lugar de su sempiterna sonrisa, una mueca de disgusto ensombrecía su precioso rostro.
–¿Qué te parece este vestido, Mac? –preguntó, mirándose al espejo–. Yo creo que debería llevarme el de Vera Wang. Me gusta más.
–Lo que tú digas, pero a mí éste me parece bien.
Ella se volvió hacia el espejo de nuevo.
–¿Bien? No quiero un vestido que me quede «bien», quiero impresionar a todo el mundo. Tendré que volver a probármelos todos.
Mac miró su reloj, impaciente. Creía que Jenna ya había tomado una decisión y sólo esperaba su aprobación. Ella, más que nadie, sabía que no tenía tiempo que perder.
–¿Podría dejarnos un momento? –le preguntó a la asesora.
La mujer asintió con la cabeza y salió discretamente del probador.
Mac se acercó a su prometida, que siempre había sido el epítome de la confianza y ahora parecía una niña asustada.
–Tienes un gusto estupendo, Jenna. Elige el vestido que quieras y nos vemos luego en el despacho. Tenemos que montar un caso sólido contra el médico que estuvo a punto de dejar morir a la hija de los Carroll.
–Sí, tienes razón –suspiró ella, llamando de nuevo a la asesora–. Tráigame los cinco vestidos que me probé la semana pasada. Y dese prisa, por favor.
–Muy bien.
–Vete, Mac –dijo luego, dándole un beso en la mejilla–. Yo iré en cuanto pueda, te lo prometo.
Mac salió del probador, irritado por la pérdida de tiempo, y aún perplejo por el comportamiento de su prometida. Sabía que los preparativos de una boda podían estresar a una mujer, pero había creído que ella lo solucionaría todo con la habitual confianza y seguridad que ponía en su trabajo.
Tres meses antes, cuando le ofreció ser socia del bufete como recompensa por su dedicación durante los últimos cuatro años, Jenna había aceptado, sorprendiéndolo después con una oferta:
–¿Por qué no damos un paso adelante en esta sociedad?
Los dos eran personas ambiciosas, inteligentes y competitivas. ¿Por qué no salir juntos para ver si se complementaban tan bien como en el despacho? ¿Dónde si no iba a encontrar una mujer a quien no le molestase que estuviera tantas horas en el despacho, intentando que médicos y hospitales pagaran por sus negligencias?
Por separado, Jenna y él podían hacer grandes cosas, pero juntos serían imparables.
Mac no encontraba ningún agujero en su teoría. A los treinta y ocho años, estaba cansado de vivir solo, pero dedicaba tantas horas al trabajo que no tenía tiempo de conocer mujeres fuera del despacho.
Tras varias citas, descubrió que eran compatibles en casi todos los aspectos. Jenna vivía tan consumida por su carrera como él y no estaba interesada en tener hijos. De modo que hizo lo más lógico y le pidió en matrimonio.
Pero no había anticipado que se pusiera así.
Aunque estaba seguro de que, después de la boda, volvería a ser la misma de siempre. A menos que lo hubiera gafado todo por verla con el vestido de novia antes de la ceremonia.
Mac sacudió la cabeza, sonriendo. Imposible. Jenna Taggert era la mujer perfecta para él; ella y la carísima asesora lo tenían todo organizado al detalle. Ninguna superstición podría competir y menos ganarle a la lógica.
Jessie Taggert abrió la taquilla del gimnasio para sacar su bañador, deseando meterse en el jacuzzi después de una hora de ejercicio. Las burbujas le irían bien a sus agotados músculos.
Entonces, un sonido extraño salió de su bolso. Jessie arrugó el ceño mientras sacaba el móvil. Su hermana gemela debía haberle cambiado el timbre sin avisar para gastarle una broma.
–Dígame.
–Jessie, soy yo, menos mal que te encuentro.
Jenna parecía frenética y eso no era normal en ella.
–¿Qué pasa?
–Todo. Necesito que me hagas un favor.
–Por favor, Jenna, que estoy de vacaciones.
Le encantaba su trabajo como profesora de primaria, pero las vacaciones eran más cortas cada año, tanto para profesores como para alumnos.
–¿No puedes pedírselo a otra persona?
–Esta vez no. Tengo que irme de la ciudad y no voy a poder pasarme por la boutique para la última prueba del vestido de novia...
–¿Y?
–Como tenemos la misma talla y somos idénticas, nadie sabrá que no soy yo...
–Pero si sólo han pasado dos meses desde que compraste el vestido. ¿Para qué necesitas otra prueba?
–Son normas de la boutique Brennan’s. ¿Puedes estar allí a las doce?
Jessie miró su reloj.
–¿Dentro de una hora?
–Por favor, cariño. Tienes que hacer esto por mí. Me caso en siete días... yo lo haría por ti.
Jessie no podía discutir. No había dos hermanas más diferentes, pero siempre se habían apoyado la una a la otra.
–Pensé que ibas a tomarte toda la semana libre.
–Eso pensaba hacer, pero... ha ocurrido algo importante. ¿Lo harás entonces?
–Claro, qué remedio.
–Muchísimas gracias, Jessie. Ah, una cosa más. No puedes decirle a Mac ni a nadie que me he ido de la ciudad.
–Pero, ¿no es un viaje de trabajo?
¿Por qué si no su ambiciosa gemela se iría de la ciudad siete días antes de casarse con el atractivo e igualmente ambicioso Mac McKenna?
–Te lo explicaré más tarde. Pero prométeme que irás a la prueba y que no le dirás nada a nadie.
–Lo haré, te lo prometo, pero...
–Gracias, hermanita.
Jessie no se molestó en protestar cuando Jenna cortó la comunicación. Había aprendido mucho tiempo atrás que su hermana, mayor que ella por dos minutos, normalmente se salía con la suya. Jenna siempre había sido un poco misteriosa, ¿pero irse de la ciudad siete días antes de su boda?
Suspirando, guardó el móvil en el bolso, irritada por no poder darse el relajante jacuzzi.
Desde su compromiso con Mac, Jenna no paraba, pero parecía feliz. Orgullosa, decía que Mac McKenna había encontrado la horma de su zapato. Él pensaba seguir siendo uno de los abogados más prestigiosos de Dallas, llevando los casos más controvertidos de negligencia médica, y su hermana tenía intención de hacer lo mismo.
Habían empezado a buscar casa, por supuesto. Sin duda, el servicio se encargaría de la limpieza, el jardín y la piscina para que ellos no perdieran un minuto de su tiempo.
Y tampoco querían niños porque, naturalmente, serían una distracción innecesaria.
Eran perfectos el uno para el otro.
Jessie no podía imaginar una existencia más vacía, pero ella no era su hermana.
Después de darse una ducha rápida, recorrió a toda velocidad los treinta kilómetros que había desde Plano hasta el centro de Dallas por la autopista.
Jenna le debía una por aquel favor.
Jessie entró a toda prisa en la boutique Brennan’s y enseguida empezaron a escocerle los ojos por la mezcla de perfumes.
Mujeres de todos los estilos y tamaños, vestidas de Prada y Gucci, se movían por la tienda como si estuvieran en su casa. Algunas clientes incluso llevaban a sus mascotas en cestitas de marca.
De repente, Jessie se sintió fuera de lugar con su chándal. Además, iba sin maquillaje y con una coleta... pero al menos estaba limpia, pensó.
Las conversaciones competían con una suave música de jazz que salía de escondidos altavoces mientras ella buscaba con la mirada a «la mujer de las perlas», como había descrito su hermana a la asesora.
Una mujer bajita con un collar de perlas apareció en ese momento y miró a Jessie por encima de sus gafas.
–Señorita Taggert, casi no la había reconocido.
El escrutinio de la mujer la hizo carraspear.
–Ha ocurrido un imprevisto... por eso he tenido que venir así.
–Estas cosas pasan, supongo. Pero como se casa la semana que viene, ha hecho bien en venir. Tengo un probador listo para usted, sígame.
La asesora llevó a Jessie por un pasillo enmoquetado, adornado con fotografías de celebridades locales.
–He comprobado que hicieran los ajustes en la cintura, como me había pedido. Espero que le quede bien porque apenas queda tiempo.
–Seguro que sí.
La señora de las perlas se detuvo delante de una puerta, la miró con una expresión rara y luego le hizo un gesto para que entrase.
Jessie se encontró en un espacioso probador, con un sofá y un enorme espejo de tres cuerpos frente a una plataforma circular.
Un vestido de escándalo colgaba de un perchero, al lado de un lujoso albornoz blanco. Debajo, un par de zapatos de tacón, forrados de satén en tono blanco roto.
Jessie arrugó el ceño. ¿No pensaba Jenna comprar algo sencillo y elegante?
–Señorita Taggert, ¿pasa algo?
–No, nada –murmuró ella. Su opinión sobre el vestido no tenía importancia–. Voy a probármelo.
–Estupendo. Deje que la ayude...
–No hace falta, gracias.
Después de mirarla de nuevo con expresión recelosa, la asesora desapareció.
Jessie se probó el sofisticado vestido que, en su opinión, le quedaba estupendo. Luego miró el reloj. Con un poco de suerte, en diez minutos, quince a lo sumo, estaría fuera de allí y de camino a casa para regar el jardín.
–Jenna, ¿estás ahí? Tengo que hablar contigo.
¡Mac McKenna! Sólo había visto una vez al prometido de su hermana, pero su voz, tan ronca, tan masculina, era inconfundible.
–Mac, es que ahora mismo... estoy muy ocupada –contestó. ¿Qué estaba haciendo en la boutique?, se preguntó, nerviosa–. Podemos hablar más tarde.
–Esto es importante.
Horror. Mac no parecía aceptar un no por respuesta. ¿Qué podía hacer?
–No puedes verme con el vestido antes de la ceremonia.
–Ahora sé que pasa algo raro –le oyó decir entonces–. Te he visto con él hace meses. ¿Qué pasa, Jenna?
¿Por qué su hermana no era una novia más convencional? ¿Por qué había dejado que el novio la viera con el vestido puesto?
–Pero eso fue antes de los cambios –inventó Jessie a toda prisa–. Quiero que sea una sorpresa.
–Olvídate del vestido. Tengo que hablar contigo, ahora.
Jessie sintió un ataque de náuseas, la típica reacción de su cuerpo ante el estrés. Pero tenía que inventar una buena razón para que no entrase. Jenna jamás iba a ningún sitio sin estar perfectamente peinada y maquillada.
–Espera un momento...
–No me has devuelto las llamadas, Jenna. Llevo intentando hablar contigo desde ayer. ¿Se puede saber por qué no fuiste a tomar la declaración en el caso Grant? Tuve que enviar a Adam para que lo hiciera.
El susto dio paso a la preocupación. Para Jenna, el trabajo era lo primero. ¿Qué habría pasado? Pero no podía decir nada porque había prometido guardar el secreto.
Tenía que hablar con su hermana, pero antes debía lidiar con el tenaz abogado que, en cuanto abriera la puerta, sabría que no era su prometida.
–Muy bien, Mac, pero antes tengo que hablar un momento con la asesora. ¿Te importa ir a buscarla?
Mac no contestó.
¿Qué haría si entraba de todas formas? Ella apenas conocía al novio de su hermana porque sólo lo había visto en una fiesta de presentación varias semanas atrás, en el Green Room.
Mac había llegado al popular restaurante con Jenna del brazo. Sin un pelo fuera de su sitio, era un hombre moreno, refinado, que se movía por la sala como un político, sonriendo a todo el mundo.
Por supuesto, un hombre tan atractivo, tan perfecto, elegiría a una mujer como Jenna.
Había estado pegado a su hermana, con la mano en su cintura o sobre sus hombros, durante toda la noche, un evidente gesto de afecto, pero a Jessie no se le había ganado del todo. Había algo que no cuadraba, pero no sabía qué...
–No tardes mucho, Jenna –le advirtió Mac, desde el pasillo.
La asesora entró y Jessie cerró la puerta, angustiada.
–Necesito que me ayude –le dijo en voz baja.
–¿No le gusta cómo ha quedado el vestido?
Ella negó con la cabeza.
–El vestido es precioso, pero no puedo dejar que mi prometido me vea así. Tengo que arreglarme un poco...
La mujer sonrió, como diciendo: «ninguna mujer respetable sale de casa sin maquillar».
–Vuelvo enseguida.
Mientras la esperaba, Jessie se hizo un elegante moño... o, al menos, un moño.
De pequeña, su hermana y ella solían hacerse pasar la una por la otra pero, mientras que engañar a los demás divertía enormemente a Jenna, Jessie solía acabar tomando un antiácido para calmar el dolor de estómago.
Y ahora que era adulta, el engaño era más difícil de soportar.
–Saldrá en cinco minutos, señor McKenna –oyó que decía la asesora mientras abría la puerta–. Será mejor que se dé prisa, señorita Taggert. Parece nervioso –le dijo luego, ofreciéndole una bolsa de cosméticos–. Creo que mi maquillaje le irá bien. Tenemos el mismo tono de piel.
Jessie le dio un abrazo.
–Es usted un ángel. Gracias.
–No se lo tome a mal, señorita Taggert, pero hoy parece usted otra persona.
–¿Ah, sí? ¿Por qué?
–Hace dos meses no podía decidirse sobre el vestido y hoy apenas lo ha mirado. ¿Está segura? Porque queremos que quede contenta.
¿Jenna indecisa? Imposible. Aquella mujer debía haberse confundido de cliente.
–Estoy segura sobre el vestido. Son los nervios de la boda.
Jessie intentó ponerse rímel, pero le temblaban las manos. ¿Y si Mac entraba antes de que hubiera terminado?
La mujer de las perlas sonrió.
–Le pasa a todas las novias. Deje que la ayude. Le tiemblan tanto las manos que se lo va a meter en un ojo.
Jessie dejó que la mujer la maquillase mientras ella se ocupaba del problema mayor: engañar a Mac. Tenía que comportarse como lo haría su hermana.
Unos minutos después, con el pelo y el maquillaje en su sitio, se sintió más o menos preparada para enfrentarse con el hombre que esperaba al otro lado de la puerta.
–Muchas gracias por todo.
–No se preocupe, está guapísima –sonrió la asesora, dejándola sola en el probador.
Al día siguiente, con Jenna en casa, su vida volvería a la normalidad; tranquila y predecible, como a ella le gustaba.
Jessie cerró los ojos e imaginó cómo caminaría, hablaría y gesticularía su hermana: compuesta, sofisticada, perfecta.
No podía hacerlo, se dijo. Era absurdo pensar que podría engañar a alguien y menos a su prometido.
Pero al menos tenía que intentarlo, pensó, mientras respiraba profundamente para darse valor.
–Empieza el espectáculo –murmuró, mientras abría la puerta.
Mac estaba en el pasillo, con el ceño arrugado. Alto, musculoso y muy masculino, parecía absolutamente fuera de lugar en un sitio como aquél. Pero seguía siendo imponente. Su postura decidida revelaba que era un hombre como una misión y que había encontrado su objetivo.
Jessie dio un paso atrás y sonrió, con lo que esperaba fuera una sonrisa sexy y sofisticada.
–No te acerques, Mac. Este vestido cuesta una fortuna y no quiero que se suelte ninguna lentejuela.
Podría darle otras muchas razones para que no la tocase, pero tenía que disimular.
Como si no la hubiera oído, él cerró la puerta y se acercó. Se acercó tanto que Jessie vio unos puntitos dorados en sus ojos castaños, como el chocolate mezclado con caramelo.
Su colonia le hacía pensar en coches caros, manos expertas y largos y tortuosos besos.
¿Qué? ¿Por qué había pensado eso?
–Yo pagaré las reparaciones –sonrió el prometido de su hermana, poniendo una mano sobre su hombro.
Una ola de calor la recorrió de arriba abajo. Aquel hombre tan alto, tan intenso, tan masculino, parecía llevarse todo el aire de la habitación.
–Jenna, ¿qué te pasa? –Mac la llevó hasta el sofá–. ¿Te encuentras mal?
–No... es que estoy un poco nerviosa.
«Y enfadada por tener que engañarte».
Él apretó su mano y estudió su cara durante lo que le parecieron horas. El inocente contacto hacía que le temblaran las rodillas. Menos mal que estaba sentada.
¿Por qué tenía que ser tan guapo? Cualquier mujer de sangre caliente tendría problemas para mostrarse tranquila en su presencia, pensó, mientras su pulso demostraba que estaba muy viva.
Pero Mac no era su tipo, se dijo. Los adictos al trabajo sin interés por formar una familia no le habían interesado nunca.
Además, un abogado famoso como Mac no se sentiría impresionado por una mujer que era profesora de primaria y prefería trabajar en el jardín que ir a una fiesta elegante.
Por no hablar de que Mac McKenna era el prometido de su hermana.
–Tú nunca te pones nerviosa, Jenna.
–Sí, pero ésta es mi primera boda. Tengo derecho a estarlo.
–Muy bien, pero eso no explica por qué no fuiste a tomar declaración en el caso Grant. Ni por qué no me has devuelto las llamadas.
Jenna había decidido no trabajar esa semana para concentrarse en los preparativos de la boda; pero no habría empezado sus vacaciones sin dejarlo todo atado y bien atado. ¿Qué le habría pasado?, se preguntó Jessie.
–Mira, Mac, lo siento. No volverá a pasar. Es que necesitaba descansar un poco... así que desconecté el teléfono. La boda me está volviendo loca.
–¿Por qué? Has contratado a la mejor asesora de Dallas, ya has elegido el vestido, los planes para el banquete están en marcha... y vas a tener una semana libre para todo lo demás.
–No te lo puedo explicar. Simplemente, acepta que estoy nerviosa y que no soy yo misma.
–Puedes tomarte las vacaciones desde el lunes, si quieres.
–Yo creo que sería mejor empezar hoy.
Mac la miró, sorprendido.
–¿Seguro que te encuentras bien?
–Sí. ¿Por qué?