Suyo por un fin de semana - Tanya Michaels - E-Book
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Suyo por un fin de semana E-Book

Tanya Michaels

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Beschreibung

Ella quería algo temporal... pero él la deseaba para siempre Piper Jamieson necesitaba un hombre, pero no uno cualquiera, sino alguien que se hiciera pasar por su novio durante una reunión familiar. Por culpa de un celibato autoimpuesto no tenía ningún candidato excepto a su mejor amigo, el sexy Josh Weber. Y, como no había nada entre ellos, no supondría ningún problema. La perspectiva de un fin de semana junto a Piper parecía el plan perfecto, no así la reunión familiar. Últimamente sus citas con otras mujeres no habían sido tan apasionantes como solían y él sabía perfectamente por qué. Lo cierto era que no podía dejar de pensar en su mejor amiga... Y en que ahora tenía tres noches para hacerla cambiar de opinión.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Tanya Michna

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Suyo por un fin de semana, n.º 5423 - noviembre 2016

Título original: Hers for the Weekend

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-9055-8

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Uno

Piper Jameson se recostó sobre los cojines del sofá y miró el teléfono. Podría haber sido alguien que se había equivocado, un vendedor pesado o incluso un obseso sexual; pero no, tenía que ser su madre. Aunque la adoraba, todas sus conversaciones terminaban siempre en el mismo asunto, la vida amorosa de Piper. Y evidentemente, le disgustaba sobremanera.

Hizo ademán de poner los pies sobre la mesita, pero se detuvo de repente, como si su madre pudiera verla a través de la línea telefónica.

–Bueno, ¿cómo te van las cosas, mamá?

–Eso no importa ahora. Tú me preocupas bastante más –respondió–. No estarás sufriendo un ataque de apendicitis aguda, ¿verdad? ¿O vas a llamar mañana para decirnos que sufres un caso grave de paperas?

Piper gimió. Durante los últimos años, siempre se las había arreglado para no ir a las reuniones familiares; pero sus excusas eran reales, por motivos de trabajo, no inventadas. Sin embargo, aquel año había hecho una promesa a su abuela.

Aquel año tendría que ir.

–Estaré allí –le aseguró–. De hecho, estoy deseando ver a todo el mundo…

–Nosotros también estamos deseando verte, cariño. Sobre todo, Nana. Cuando la semana pasada fui a visitarla al hospital…

–¿Al hospital? Daphne me había dicho que estaba acatarrada, pero nadie me había hecho el menor comentario sobre un hospital…

Piper se quedó muy alarmada; adoraba a su abuela aunque Nana insistiera obstinadamente en su creencia de que toda mujer necesitaba un marido. Y por supuesto, su madre decidió aprovechar la preocupación de su hija.

–¿Sabes qué haría que Nana se sintiera mejor? Saber que tienes a un buen hombre que cuide de ti.

Piper alzó los ojos al cielo. La conocía y sabía lo que se avecinaba: una perorata sobre los hombres y las relaciones.

–Siempre has sido una mujer independiente –continuó su madre–, pero demasiado tozuda. Antes de que te des cuenta, tendrás cincuenta años y estarás sola, sin nadie con quien compartir tu vida…

Recordarle a su madre que faltaban varias décadas para que cumpliera cincuenta años, habría sido inútil. Lo sabía por experiencia, así que se acomodó en el sofá. Ya que tenía que soportar su discurso, al menos quería estar cómoda.

Aunque se había mudado a Houston tras escapar de Rebecca, la pequeña localidad texana donde había crecido, no había conseguido escapar de la creencia familiar de que el matrimonio debía ser el único objetivo de una mujer. Piper sólo había vivido algo parecido al matrimonio: un compromiso que la dejó muy aliviada cuando se rompió y que todavía le hacía preguntarse cómo era posible que hubiera estado a punto de casarse con un hombre que pretendía cambiarla.

Con la boda de su hermana, Daphne, Piper llegó a creer que su madre dejaría de presionarla y que se contentaría con tener una hija casada. En cambio, la señora Jamieson estaba escandalizada; ahora, su hija menor se había casado y esperaba un hijo mientras la mayor permanecía soltera y no salía con nadie.

–¡Piper! ¿Me estás escuchando?

–Un poco.

–Te preguntaba si ese cretino sigue dándote problemas.

–¿Cretino? ¿A quién te refieres?

Sólo entonces, cayó en la cuenta. Supuso que se refería a Stanley Kagle, directivo de Callahan, Kagle y Munroe, la empresa de arquitectos donde ella trabajaba como delineante. Ella era la única mujer en el departamento y Kagle consideraba que su sitio estaba con Ginger y María, dos secretarias que estaban en la empresa desde su fundación. Afortunadamente, Callahan y Munroe no eran de la misma opinión.

–¿Te refieres a Kagle, mamá?

–Estoy hablando de este idiota que te molesta en el trabajo, se llame como se llame. Pero no tendrías que trabajar en nada si encontraras marido y te limitaras a criar a tus hijos.

–Mamá, me gusta mi trabajo y mi vida. Ojalá aceptaras, simplemente, que soy feliz.

–¿Cómo puedes ser feliz? Daphne dice que te subestiman en la empresa y que uno de tus jefes la tiene tomada contigo.

–No es para tanto. Cuando hablé con Daphne había tenido una semana terrible y estaba algo alterada. Pero me encanta mi trabajo actual.

No estaba mintiendo. Disfrutaba realmente cuando se encontraba en mitad de un diseño y era consciente de lo buena que era, o cuando pasaba ante un edificio y contemplaba una de sus famosas pasarelas. Si las cosas seguían por el mismo camino, esperaba que su próxima reunión con Callahan terminara en su primer proyecto como jefa de equipo.

Sin embargo, su madre no había entendido nada de eso, así que decidió ponerlo en otros términos, más comprensibles para ella.

–Admito que el trabajo me provoca estrés de vez en cuando. Pero, ¿vas a decirme que el matrimonio y la maternidad no lo provocan?

Esta vez su madre no dijo nada.

Por lo visto, había acertado de pleno.

Pero al cabo de unos segundos, la señora Jamieson suspiró y siguió erre que erre:

–Cariño, no te estás haciendo más joven con el paso del tiempo, y las mujeres no pueden…

Piper decidió interrumpirla.

–Mamá, me encantaría seguir hablando contigo, pero tengo prisa porque he quedado a cenar.

–¿Vas a salir a cenar? ¿Con un hombre?

La joven se mordió el labio inferior. Aunque no quería mentir a su madre, le pareció la mejor solución para salir del paso.

–Sí –respondió, sintiéndose culpable–. Voy a salir con un hombre.

–Gracias a Dios… No puedo creer que me hayas dejado hablar y hablar y no me hayas dicho que tienes novio.

El comentario de su madre la alarmó. Sólo pretendía poner fin a aquella conversación, no confundirla hasta el extremo de que pensara que estaba saliendo en serio con alguien.

–Espera un momento, mamá…

–¿Cómo es él? –la interrumpió.

Piper dijo lo primero que se le ocurrió.

–Es alto, moreno, de pelo oscuro y ojos verdes.

–Y supongo que vendrá contigo a la reunión familiar…

–Bueno, no, yo…

–Oh, vamos, estoy deseando conocerlo. Esperaba que este fin de semana pudieras darle otra oportunidad a Charlie, pero no sabía que ya tuvieras novio…

–¿Charlie? –preguntó, espantada–. Mamá, no quiero ver a Charlie.

Como su madre no dijo nada, Piper supo que le había organizado una encerrona con su ex prometido.

–Lo has invitado a cenar o algo así, ¿verdad?

–Ya sabes que es como de la familia… además, no entiendo que te enfades tanto cuando menciono su nombre. Es un buen hombre, y el mejor soltero de todo el condado.

Piper pensó que probablemente era cierto. Charlie Conway era atractivo, divertido e inteligente. Lo conocía desde la infancia y habían estudiado juntos en la universidad, donde empezó a perseguirla. Al cabo de un tiempo, le confesó que la encontraba maravillosa porque era muy distinta a todas las jóvenes que había conocido y finalmente se hicieron novios. Pero su relación duró poco. Charlie decidió regresar a Rebecca para retomar la tradición política de su familia, que había dado muchos alcaldes al pueblo, y Piper le devolvió el anillo de compromiso cuando comprendió que aquello no tenía sentido. Cuanto más tiempo estaba con él, más intentaba cambiarla.

–Mamá, me da igual que esté soltero y sea un buen partido; no es el hombre adecuado para mí. Prométeme que no te vas a pasar todo el fin de semana intentando que salgamos otra vez.

–No, claro que no, cariño. No ahora que sé que estás saliendo con otro hombre. Ardo en deseos de conocerlo…

–Bueno, veré si está disponible…

–Es tan maravilloso… quiero presentárselo a todo el mundo –declaró su madre–. Pero si vas a salir esta noche, espero que te pongas un vestido lo suficientemente atractivo como para…

En ese preciso momento sonó el timbre de la puerta y Piper se sobresaltó porque no esperaba a nadie. Sin embargo, cayó en la cuenta de que la situación le convenía. Si había quedado con alguien, su madre interpretaría que estaba llamando su presunto novio.

–Están llamando a la puerta, así que tengo que dejarte. Dale un beso a papá de mi parte.

El timbre volvió a sonar y Piper colgó el teléfono. Después, se levantó y oyó una voz muy familiar.

–Piper, ¿estás en casa?

Era Josh, un compañero de trabajo que se había convertido en un gran amigo desde que se había mudado al mismo edificio. Piper se sintió mucho más animada. Aquella noche no tenía previsto hacer nada interesante. Había pensado ir a ver a su mejor amiga o salir a tomar un helado de chocolate a Chocomel, un conocido local de la ciudad. Pero hablar con Josh era mucho mejor: no engordaba.

–Hola –dijo, tras abrirle la puerta–. ¿Es que teníamos planes para esta noche y lo había olvidado? Lo siento mucho… he tenido un día terrible y…

–Tranquilízate, querida –dijo, con una sonrisa en extremo seductora–. No teníamos ningún plan. Sólo quería saber si te apetece salir conmigo a cenar.

–¿Es que esta noche no tienes compañía?

Piper sabía que Josh tenía mucha suerte con las mujeres, aunque su encanto no le afectaba a ella. De pelo castaño oscuro, cuerpo perfecto y ojos entre amarillos y verdes, como los de un león, era con diferencia el hombre más atractivo de todo el edificio. Incluso, tal vez, de todo el Estado.

Josh se apoyó en el marco de la puerta y respondió:

–Salir con tantas mujeres puede ser agotador. A veces, hasta yo necesito un poco de paz y tranquilidad.

–Entonces, ¿por qué no te quedas y cenas solo en tu apartamento?

–Cenar contigo es mucho mejor que estar solo. Además, contigo no tengo que mostrarme permanentemente encantador. Y por si eso fuera poco, acabo de achicharrar la comida que me había preparado para cenar –confesó.

Ella rió.

–En tal caso, deja que me ponga unos zapatos y que recoja el bolso.

Cuando se alejó, Piper se llevó una mano a la coleta para ver si seguía en su sitio. Se le habían soltando unos cuantos mechones, pero estaba aceptable.

Regresó al salón, tomó las llaves que había dejado sobre la mesa, y contempló a su alto y platónico amigo. Siempre le había gustado, pero no quería un hombre en su vida. Además, sabía que Josh no estaba interesado en una relación estable; y en cuanto a las relaciones pasajeras, Piper había dejado de ser la mujer impulsiva que había sido y ya no era tan dada a las aventuras.

–Muy bien, ya podemos irnos.

Cuando llegaron al aparcamiento del edificio, Piper se volvió hacia él con intención de preguntarle qué coche tomaban. Sin embargo, no hizo falta; para entonces, Josh ya había sacado las llaves de su deportivo de dos plazas y se dirigía hacia él.

–Prefiero que conduzcas tú –comentó ella–. Hoy me han puesto otra multa de tráfico.

–¿Otra vez por exceso de velocidad? Con lo mal que está el tráfico, no sé cómo te las arreglas para sobrepasar el límite. ¿Es que el resto de los coches se apartan, como por arte de magia, cuando te ven?

Piper entró en el vehículo y se sentó.

–No te burles de mí. Se supone que deberías animarme después del horrible día que he tenido.

–Es verdad, tienes razón, has dicho que ha sido terrible…–dijo, mientras arrancaba–. Pero ya sabes que podría hacer muchas cosas que borrarían todos los problemas de tu cabeza. Sólo tienes que decirlo.

Piper se estremeció. Aquello no era nuevo en absoluto. Josh se pasaba la vida coqueteando; era algo normal en él y estaba acostumbrada. Pero aquella noche, por alguna razón, olvidó que su coqueteo no significaba nada en absoluto.

–¿Qué ha pasado? ¿Kagle se ha vuelto a comportar como un cerdo machista? –añadió él.

Kagle no había tenido nada que ver con los problemas de Piper. Aquel día había estado demasiado ocupado para molestarla, aunque su actitud bastara para recordarle, constantemente, que ella era el miembro más joven y menos importante del equipo de delineantes. Por fortuna, Callahan y Munroe contrarrestaban su presencia.

Ella suspiró y contestó:

–No, esta vez no ha sido culpa de ninguno de mis jefes, sino de uno de tus colegas. Si Smith no me da los cálculos sobre el edificio Fuqua, entregaré tarde los planos y ya sabes a quién culpará Kagle. Luego, para empeorarlo todo, me pusieron esa multa. Y finalmente, me llamó mi madre y…

Piper se detuvo. Había estado a punto de decir que su madre la sacaba de quicio, pero pensó que no tenía derecho a hacerlo. Al menos, ella tenía madre. Los padres de Josh habían muerto en un accidente de tráfico, cuando él sólo era un niño; y aunque no hablaba mucho sobre su pasado, ella sabía que su paso por distintos orfanatos no lo había hecho precisamente feliz.

Unos segundos después, él preguntó:

–¿Te parece bien que vayamos a Grazzio?

La pregunta era tan innecesaria como retórica, porque ya estaba aparcando frente a su pizzería preferida.

Cenaban allí muy a menudo, unas cinco veces al mes. Cuando hacía buen tiempo, iban paseando; no se encontraba lejos de sus respectivas casas. Pero en aquella desapacible y lluviosa noche de octubre, Piper se alegró de haber ido en coche.

Salieron del vehículo y se dirigieron a toda prisa hacia la entrada, para mojarse lo menos posible. Ya dentro, una de las morenas camareras los saludó y sonrió a Josh.

–Hola, guapo, ¿cuándo vamos a salir otra vez?

Josh guiñó un ojo a la camarera. Había salido con ella un par de veces, en agosto.

–Nancy, nada me gustaría más que arrojarme a tus pies ahora mismo, pero ya sabes que George, el del bar, está loco por ti. Y no me atrevería a romperle el corazón.

La camarera negó con la cabeza, riendo.

–Bueno, pero si cambias de idea y decides dejar de portarte como un caballero, ya tienes mi número de teléfono.

Piper pensó que Nancy haría bien en olvidarse de Josh y dar una oportunidad a George, el barman de Touchdown, pero no le sorprendió la actitud de la mujer. Fueran a donde fueran, siempre se encontraban con mujeres que habían salido alguna vez con Josh y estaban deseosas de repetir la experiencia; de hecho, todas la miraban con envidia, porque no sabían que no estaba interesada en él.

La última relación de Piper, la única más o menos estable desde su noviazgo con Charlie, había terminado cuando él protestó porque ella daba más prioridad a su trabajo que a su relación. Lo había hecho de forma suave y educada, pero sabía que era un intento por cambiarla y le recomendó que lo dejaran y que se buscara a una persona más adecuada para él.

Tomaron asiento, uno frente al otro, y poco después apareció un camarero moreno y con bigote que tomó nota de las bebidas y dejó una cesta con pan recién hecho. El aroma le recordó a la cocina de su madre, donde siempre se estaba cocinando algo, y por supuesto le recordó que aquel fin de semana estaba condenada a ver a su familia.

Sabía que tenía que hacer algo para corregir el lío que había montado al mentir a su madre, pero cuanto más lo pensaba, más le gustaba la idea de interponer a un hombre, aunque fuera ficticio, entre Charlie y ella. Daphne le había comentado que él había estado saliendo con la bibliotecaria de la pequeña localidad, pero al parecer habían roto la relación porque Charlie quería una mujer con más carácter. Específicamente, Piper.

En su último cumpleaños, Charlie le había regalado unas joyas demasiado caras para ser un simple gesto de un viejo amigo. Piper devolvió el regalo, pero él la había llamado semanas más tarde para decirle que iba a estar en Houston y que le apetecía salir. Ella se lo quitó de encima con la excusa de que tenía demasiado trabajo. Y esperaba sinceramente que hubiera notado la indirecta, porque de no ser así, su fin de semana podía resultar muy largo.

Josh tomó uno de los panecillos y dijo:

–Estoy hambriento…

Piper estaba tan concentrada en sus propias preocupaciones que ni siquiera lo oyó. Tenía que hacer algo con su familia, pero sólo se le ocurría una solución.

–Josh… Necesito un hombre.

Capítulo Dos

La declaración de Piper fue recibida con un súbito ataque de tos por parte de Josh y ella casi disfrutó por su reacción. Raramente tenía la satisfacción de pillarlo con la guardia baja; en general sucedía lo contrario: era él quien se divertía a su costa.

Sin embargo, Josh se recuperó con rapidez y sonrió de un modo tan seductor como siempre.

–¿Por qué no lo has dicho cuando estábamos en tu casa? Entonces, dejemos la pizza y…

Ella rió.

–No me refería a eso.

Piper llevaba una vida más bien aburrida, concentrada en el trabajo y de pleno celibato. Josh conocía ese último detalle y ella creía que, probablemente por eso, se sentía libre de coquetear a su antojo. Pero también estaba convencida de que nunca pretendería nada real con ella. Por lo que había observado, le gustaba mantener a las mujeres a cierta distancia.

–Ya sabías que voy a estar fuera de la ciudad durante unos días, ¿verdad? –preguntó ella, mientras tomaba un poco de agua.

–Sí. Es una reunión familiar, si no recuerdo mal. ¿Lo ves? Contrariamente a lo que piensas, suelo escuchar lo que dices.

–Pues necesito que un hombre venga conmigo –confesó–. Dejé que mi madre creyera que estoy saliendo con alguien y ahora espera que me presente con él.

–Pero si no estás saliendo con nadie…

–Gracias, Colombo –se burló–. Por lo que veo, no se te escapa nada…

–Eh, puedes ahorrarte el sarcasmo. Es que lo que has dicho me ha sorprendido tanto que casi me provoca una indigestión.

En ese momento, regresó el camarero.

–¿Ya saben lo que van a comer?

Piper y Josh se miraron con gesto de culpabilidad. Estaban tan distraídos con su tema de conversación que ni siquiera habían abierto los menús, así que se apresuraron a echar un vistazo.

Como no se ponían de acuerdo en la pizza que querían, Josh dijo:

–Pidamos dos. Así podemos compartir la mitad de cada una.

–De eso nada, monada. La última vez que hicimos algo parecido, probaste tu pizza jamaicana y, como no te gustó, te comiste casi toda la mía. Además, preferiría un plato de pasta.

–¿Pasta? Oh, vamos, pero si estamos en la mejor pizzería de Houston… ¿Eres capaz de venir aquí y no pedir pizza? Eso es tan surrealista como la posibilidad de que tú tengas vida amorosa.

El camarero carraspeó con impaciencia para llamar su atención.

–Tal vez debería regresar dentro de unos minutos… –dijo.

–No hace falta –declaró Josh–. Sé que te gusta la pizza siciliana… ¿te apetece una?

Piper asintió y el camarero tomó nota y se marchó.

De inmediato, Josh regresó con el tema de conversación de la noche.

–No lo entiendo. ¿Por qué has mentido a tu madre? Nunca mientes. Y teniendo en cuenta que he visto cómo te libras de los hombres que quieren ligar contigo en el Touchdown, puedo añadir que en ocasiones eres dolorosamente sincera.

Ella bajó la mirada y murmuró:

–Yo no diría que haya mentido. Simplemente, he exagerado.

–Piper, ¿cuándo fue la última vez que saliste con un hombre por algo más que simple amistad?

–Bueno, bueno, está bien… he mentido. Pero tenía que hacer algo. No dejaba de repetirme una y otra vez que soy la vergüenza de la familia porque no salgo con nadie, así que la corté y le dije que tenía que marcharme porque iba a salir a cenar con un hombre.

–Comprendo. Y ahora, ella prácticamente cree que estás a punto de casarte.

–Para no haber visto a mi madre en toda tu vida, demuestras un profundo conocimiento de su forma de pensar.

–Es que la retratas muy bien.

Piper se mordió el labio inferior.

–Sea como sea, tengo un buen problema.

–No te preocupes, eso no llegaría a la categoría de problema. ¿Quieres saber qué es un verdadero problema? Lo de Michelle. Quién iba a imaginar que realmente esperaba que recordara el cumpleaños de su gato… Y todavía no puedo creer que se dedicara a perseguirme cuando rompimos.

–No me extraña que te pasen esas cosas. Como no tienes tiempo de conocer a la gente con la que te acuestas, te encuentras con verdaderas desquiciadas.

–Es exactamente todo lo contrario, Piper. La única forma de conocer a las personas es salir e incluso acostarse con ellas. Que de vez en cuando aparezca alguna loca, es normal –declaró él–. Y por cierto, no estoy seguro de querer salir con una mujer que no ha estado con ningún hombre desde la presidencia de Richard Nixon…

–Muy gracioso. Sólo faltaba que mi familia se hubiera empeñado en que saliera con alguien cuando era una niña.

–En cualquier caso, no veo dónde está el problema. Que tu madre piense lo que quiera. Dile que tu supuesto novio no ha podido acompañarte por la razón que sea o cuéntale que has roto con él.

–Lo haría si no fuera porque mi madre ha dicho que Nana se sentiría mucho mejor si me viera con un hombre.

Josh la miró a los ojos.

–¿Cómo está tu abuela?

–Tirando, pero al parecer no está tan bien como pensaba. La última vez que hablamos, discutí con ella. Me estaba dando consejos sobre mi vida amorosa y le dije que soy una mujer adulta y que no me gusta que se metan en mi vida. No debí decirle eso.

–Entonces, ¿a quién vas a llevarte contigo? –preguntó él.

–No lo sé. Todavía tengo que encontrar a alguien. La mayoría de los hombres que conozco son compañeros de trabajo. Y obviamente no les puedo pedir un favor así.

Josh asintió.

–No, claro que no. Además, es posible que malinterpretaran la invitación. Por no mencionar que romperías la política de la empresa en lo relativo a las relaciones de sus trabajadores –dijo con ironía.

En ese momento apareció el camarero con la comida y ella aprovechó la ocasión para plantearse el problema. El candidato más lógico era el propio Josh, pero sabía que la idea de pasar todo un fin de semana con su familia, sometido a constantes interrogatorios, no le agradaría en absoluto.

–¿Conoces a alguien que pueda servir? –preguntó Piper.

–Puede que alguno de mis viejos amigos de la universidad, pero son demasiado irresponsables para eso.

–¿Y qué hay de ese tipo con el que entrenas? ¿Cómo se llamaba? ¿Adam?

Entre marzo y junio, Josh y su amigo Adam daban clases de baloncesto a chicos de barriadas pobres. Piper había tenido ocasión de conocer al segundo el año anterior y le había parecido tan atractivo como agradable.

–Adam sería el candidato perfecto, pero está en Vancouver y no volverá hasta dentro de varios días. Además, ni siquiera sabría cómo presentárselo… No podría decirle que mi amiga Piper necesita un hombre.

–Pues tengo que encontrar a alguien –dijo, desesperada.

Piper lo miró con intensidad. No sabía qué hacer. La idea de confesarle la verdad a su familia resultaba tentadora, pero era consciente de que eso la condenaría a estar con Charlie.

–¿Se puede saber por qué me miras de ese modo? –preguntó él, con nerviosismo.

Ella rió.

–Tranquilízate, no voy a pedirte que vengas conmigo. Sólo necesitaba hablar con alguien.

–Se me ocurre una cosa… ¿por qué no se lo pides a alguien del gimnasio? Vas con cierta frecuencia y estoy seguro de que conoces a muchos clientes.

–No creas. Suelo estar todo el tiempo con Gina o haciendo ejercicio sola. Además, hago lo posible por evitar el contacto con los hombres. No voy allí para ligar.

–Ya había notado que haces verdaderos esfuerzos para no tener relación alguna con mi sexo –dijo él.

–No sigas por ese camino. Lo último que necesito en este momento es otro sermón sobre mi forma de vivir.

–Lo siento, no pretendía meterme en tu vida. Sé que no necesitas a ningún hombre. Eres la mujer más sólida que he conocido, y créeme, conozco a bastantes.

Ella se limitó a alzar los ojos al cielo.

–Dame más datos y tal vez se me ocurra algo –continuó él–. ¿Qué le dijiste exactamente a tu madre sobre tu novio ficticio?

–Que es de cabello oscuro…

–Excelente. Hay millones de hombres que encajan en esa descripción.

–También le dije que es alto.

Él rió.

–Bueno, comparados contigo, casi todos los hombres son altos.

–Sí, pero añadí que tenía los ojos verdes…

En ese momento, Piper se ruborizó. Acababa de caer en la cuenta de que la descripción que le había dado a su madre era, exactamente, la de Josh. E intentó justificarse con poca fortuna:

–Bueno, dije que los tenía verdes porque los míos también son de ese color y…

–Disculpa, Piper, pero tus ojos son azules.

–Ya, bueno, pero con motas verdes. O casi.