La traicionera dama de honor - Tanya Michaels - E-Book
SONDERANGEBOT

La traicionera dama de honor E-Book

Tanya Michaels

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Debía guardar silencio para siempre? Samantha Lloyd estaba emocionada con la idea de ser la dama de honor de su mejor amiga... hasta que conoció al novio. En Ethan Jenner no podía haber ni un ápice de romanticismo y Sam no se perdonaría jamás si permitiera que su amiga se casara con un tipo así. Quizá fuera guapo y rico, pero estaba claro que entre los futuros esposos no había química. ¿Qué podía hacer? Estaba claro que tenía que separar a la pareja, aunque enamorarse del novio no era parte del plan...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 207

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Tanya Michna

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La traicionera dama de honor, n.º 1395- abril 2020

Título original: The Maid of Dishonor

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-168-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ME voy a casar —Ethan Jenner, de pie en la cola del aeropuerto, contuvo la respiración y aguardó que lo asaltara la alegría, la excitación o cualquier otro síntoma derivado del mundo de las emociones. Desgraciadamente, su única reacción fue pensar que iba a perderse la reunión de Denver por culpa del ensayo de la boda. Un sentimiento poco afortunado, dadas las circunstancias.

Levantó la vista hacia la taquilla, avanzó un paso y repitió las palabras en un susurro, calibrando su sentido.

—¡Me voy a casar!

Quizás fuera una cuestión de confianza y elevó el tono de su voz.

—¡Voy a casarme! —gritó.

De acuerdo, había levantado la voz en exceso.

La gente se giró para mirarlo. Una niña pequeña, con coletas, lo miró fijamente con los ojos muy abiertos y la mujer que lo precedía en la cola se volvió sorprendida, arañándolo con el bolso de flores estampado que llevaba al hombro.

—¡Vaya! ¡Felicidades, caballero!

Forzó una sonrisa débil que se desvaneció tan pronto como la mujer recuperó su sitio. Un golpe genial. Imaginaba los titulares del Periódicoesa mañana. Famoso empresario pierde la cabeza a cinco días de su boda. La última vez que se lo vio en público hablaba solo en el Aeropuerto de LaGuardia.

Estaba tan inquieto que sintió la necesidad de hacer rechinar los dientes. Estaba acostumbrado a cerrar tratos multimillonarios con plena confianza. ¿Por qué le temblaban las rodillas como a un colegial ante la idea de casarse con Jillian? Esa boda sería el mejor trato que hubiera cerrado nunca.

Sin embargo, cuando le llegó el turno de adquirir su billete, tuvo que combatir el impulso de pedir plaza en algún vuelo a Los Ángeles o Miami. O incluso Islandia. Había oído que era un país entrañable en diciembre.

Pero años de disciplina lo empujaron a tomar un billete a Dallas, Texas, donde lo esperaban cinco largos días en los que se representaría el gran espectáculo de su boda.

 

 

Samantha Lloyd se levantó de su asiento en cuanto escuchó la primera llamada para embarcar. Sam no veía el momento de alejarse de Nueva York. Ni siquiera una ciudad de ocho millones de personas era lo suficientemente grande para compartirla con sus padres.

Puesto que la mayoría de sus alumnos se habían tomado vacaciones para el Día de Acción de Gracias y las navidades, Sam se había visto obligada a acudir a Nueva York para visitar a sus padres y asistir al concierto de su madre en el Avery Fischer. Pero el viaje había degenerado en una avalancha de discusiones, seguidas de chantajes para firmar la paz, y la llamada de rescate de Jillian no podía haber sido más oportuna. Jillian le había rogado que regresara a Texas para ser la dama de honor de la boda. Sam se había sentido tan agradecida por la llamada que había olvidado por completo la pregunta crucial. ¿De qué boda estaban hablando? Lo último que había entendido era que su amiga de la infancia se había hecho cargo de un corazón roto.

Sam se puso a la cola, junto al resto de pasajeros, frente al estrado de color naranja y sopesó la situación de su amiga.

Quizás Jillian había vuelto con Peter. Quizás la había conquistado. En cuyo caso Peter habría hecho bien en casarse con ella antes de que Jillian anunciara el compromiso a sus padres. Sam y Jillian habían sido amigas desde que se habían conocido en el exclusivo internado femenino donde habían estudiado. Quería a Jillian como a una hermana. Pero tenía la pésima costumbre de permitir que sus padres le organizaran la vida.

En el extremo opuesto del espectro se encontraba Sam, estandarte de la rebeldía y azote de la institución paterna. Su madre se había casado con un hombre de dinero y se había hecho un nombre como concertista de piano. Esperaba que su hija obtuviera un éxito parecido. Sin embargo Sam enlazaba un desastre tras otro en cada una de sus citas mientras daba clases de piano a niños. Adoraba su trabajo, si bien sus padres se lamentaban por una ocupación con tan poco prestigio y tan mal pagada.

Feliz por dejar tras de sí el viaje y las quejas de sus padres, entregó la tarjeta de embarque a la azafata uniformada de la compañía y subió al avión.

Poco después localizó su asiento de pasillo en primera clase. Su padre había insistido en cambiar el billete cuando la había acompañado al aeropuerto. Sam, consciente de que un nuevo enfrentamiento solo habría conseguido subirle la tensión, había aceptado mientras contaba en silencio los segundos que faltaban para que el avión despegara y recuperase su ansiada libertad. Dejó sus pertenencias y se acomodó en el asiento, emocionalmente agotada tras defender durante los últimos cinco días su estilo de vida.

La mirada fija en el respaldo del asiento que tenía delante, trató de imaginar el giro que daría la vida de Jillian en pocos días e intentó calibrar su estado emocional. Excitación, ilusión ante un nuevo futuro, amor…Años atrás, Sam había anunciado a sus padres que nunca se casaría por dinero o para adquirir una determinada posición social. Solo se casaría por amor.

Hasta el momento, la vida se había burlado de su decisión. Los beneficios del amor verdadero eran mínimos. Poseía una buena colección de novios para demostrarlo. Estaba Brad, el cleptómano, que terminaba todas sus citas con un beso apasionado mientras le quitaba dinero de la cartera. Gregory, artista sensible, que la había cautivado con sus retratos y su desprecio por el mundo material hasta que se había escapado con Adam, otro artista igualmente sensible. Últimamente había conocido a Ted.

Un buen tipo, Ted. Era analista estadístico. Buena apariencia, dispuesto a sentar la cabeza, educado y, toda una ventaja, no parecía interesado en salir con otros hombres. Perfecto, siempre que pasara por alto su enfermiza atención por «el más mínimo detalle». Algo que había resultado más fácil sobre el papel que en la práctica.

Así que ahí estaba ella, sola y sin compromiso una vez más. La verdad era que no tenía prisa por encontrar a alguien. Y no quería pensar en los posibles defectos del próximo hombre que llamara su atención.

—¡Disculpe, señora!

Sam levantó la mirada y su corazón trepó a una escala de dieciséis notas. «Me he quedado dormida. Tiene que ser eso. Siempre me pasa cuando pienso en los hombres e imagino al tipo ideal».

Toda su persona destilaba una masculinidad salvaje. Tenía el cabello negro como el pecado, unos penetrantes ojos verdes y un corte de cara esculpido al milímetro. Nada que ver con la suavidad adolescente tan repetida entre los modelos y los jóvenes actores que hacían babear a casi todas las mujeres. Ese hombre tenía la mandíbula cuadrada, firme, y unos labios llenos de sensualidad. Pese al traje de Armani y la corbata color burdeos, había algo en él que no había sido domesticado aún.

—¿Señora? —señaló con un gesto el asiento vacío junto a la ventanilla y después el equipaje de mano de Sam, que todavía no había metido bajo el asiento delantero—. Ese es mi sitio.

—Sí, desde luego —dijo sonrojada—. Lo lamento.

Apartó la maleta y el enorme bolso de mano para dejarle paso. En primera clase disfrutaría de mucho más espacio que los pobres que viajaban en clase turista, pero aun así la proximidad era más que notable.

Suficiente, en todo caso, para que el hombre rozara su cuerpo al pasar junto a ella. El aroma de su colonia, sutil y distinguido a un tiempo, inundó sus fosas nasales.

El piloto interrumpió sus pensamientos. Saludó al pasaje con un entusiasmo algo forzado y recurrió a algunos chistes viejos mientras la electricidad estática de la radio emborronaba su voz. Poco después el avión enfilaba la pista de despegue mientras un auxiliar de vuelo, de pie frente a la cabina, explicaba las medidas de seguridad. Sam atendió las explicaciones, de sobra conocidas, confiando en que distraerían su atención del misterioso y atractivo hombre que se sentaba a pocos centímetros de ella.

El espacio que los separaba parecía cada vez más reducido. Nunca había experimentado una reacción tan visceral ante un desconocido. Quizás hubiera transcurrido demasiado tiempo desde su última relación. Inquieta y víctima de una desacostumbrada timidez, tamborileó con los dedos sobre el reposabrazos.

—¿Nerviosa? —la voz del hombre, profunda, oscura, áspera y suave a un tiempo, encajaba con su aspecto.

—En absoluto. He volado toda mi vida.

Había volado siempre sola en vuelos destinados a diferentes colegios. Al principio había lamentado que sus padres siempre la mandaran lejos de ellos, molesta ante el hecho de que quisieran desembarazarse de ella. Pero, con los años, había comprendido que la distancia era la mejor receta para la armonía de la familia.

El hombre se fijó en sus dedos, que marcaban el ritmo de su sinfonía favorita de Beethoven.

—Pues parece nerviosa.

—Así es —la verdad salió de sus labios antes de que pudiera evitarlo.

Hubiera preferido que le lanzaran un bebé desde una altura de dieciocho pisos antes que admitir que era su presencia lo que la ponía nerviosa, así que decidió aferrarse a la excusa que él le había ofrecido en un principio.

—Odio volar —dijo.

—Pero acaba de decir que…

Bajó la cabeza, se mesó los cabellos y musitó algo acerca de las mujeres. Dadas las circunstancias, Sam no podía culparlo.

Avergonzada, las mejillas sonrosadas, se inclinó hacia delante y recorrió con los dedos la selección de revistas que estaban a su alcance en el bolsillo del asiento delantero. Eligió un ejemplar muy manoseado de Influence, una revista económica de altos vuelos, y lo hojeó con desgana. Su interés en las tendencias de mercado era dudoso, pero la ayudaría a desviar su atención de su compañero de vuelo.

¡Pero el seductor desconocido del asiento de al lado le devolvía una sonrisa desde las páginas de la revista, traspasándola con su mirada verde esmeralda!

Sam soltó un grito de alarma y un hombre muy corpulento, sentado al otro lado del pasillo, giró la cabeza y la miró con espanto.

—¿Hay algún problema en el avión, señorita?

A su lado, una mujer de melena azul que roncaba plácidamente se despertó sobresaltada.

—¿Hay algún problema en el avión? —chilló la mujer.

Media docena de manos apretaron el botón de llamada mientras Sam se hundía en su asiento. Normalmente nunca estaba tan nerviosa, pero había pasado los últimos días en un estado de permanente excitación. Primero había tenido que enfrentarse al vaivén emocional que suponía la visita a sus padres, después había recibido la sorprendente noticia de la boda de Jillian y ahora tenía ese apuesto desconocido junto a ella.

El mismo desconocido, identificado en la revista como Ethan Jenner, que ahora la miraba con cautela.

—Está peor de lo que imaginaba. Será mejor que se tome una copa y se relaje antes de que provoque una estampida del pasaje hacia las salidas de emergencia —sugirió.

—No se trata del avión, pero me he llevado una sorpresa —dobló la revista y se la enseñó—. Este es usted, ¿verdad?

—No —frunció el ceño con perplejidad—. Ese es sir Elton John.

Sam bajó la vista hacia el anuncio de la estrella de la música pop.

—Un momento, me he equivocado de lado —dio la vuelta a la publicación y le mostró la página opuesta—. Este sí es usted, ¿verdad?

—Sí. Vicepresidente de Peabo-Johnston Brokerage. No es tan excitante como interpretar Crocodile Rock, pero me gano la vida —admitió.

Se volvió hacia la ventanilla, escasamente interesado en prolongar esa conversación con una mujer a la que faltaba un tornillo.

Si tenía en cuenta la cantidad de celebridades que había conocido en las funciones benéficas de sus padres, no tenía sentido que le hubiera impresionado tanto alguien como Ethan. Pero leyó con creciente admiración la historia de sus inicios, sus esfuerzos para conseguir una beca que le permitiera realizar sus estudios universitarios y cómo se había hecho un nombre desde abajo, en una pequeña sucursal de una ciudad del sur. Recientemente ascendido, era el vicepresidente más joven de la compañía. A menudo presidía actos benéficos y había sido agraciado en dos ocasiones con el título de hombre más sexy de la ciudad de Nueva York.

Pero estén atentas, señoritas, ya que sus posibilidades de cazar al señor Jenner están menguando. Los rumores dicen que se va a casar estas navidades.

La desilusión se le clavó como una daga. ¿Por qué experimentaba una sensación de pérdida irreparable? No lo conocía de nada y seguramente no volvería a verlo.

Se dijo que no le importaba lo más mínimo que fuera a casarse y echó los hombros hacia atrás.

—¡Enhorabuena! —Ethan se volvió hacia ella, una ceja arqueada a modo de pregunta—. Aquí dice que va a casarse.

Apretó la mandíbula, pero después sonrió. Ella habría apostado dinero a que esa sonrisa, pese a resultar encantadora, era falsa.

—Sí, en efecto —tomó la revista de las manos de Sam y buscó la página 167, dónde aparecía un perfil de Jordan Winthrop, magnate de los medios de comunicación en Texas—. Voy a casarme con su hija, Jillian.

—¡Oh, Dios mío!

Sam se volvió hacia Ethan Jenner, «¡el prometido de Jillian!»

 

 

Ethan miró fijamente por la ventanilla. Resultaba irónico que el horizonte mostrara un cielo azul sin una sola nube mientras sentía cómo si se precipitase sobre la tierra en caída libre desde una altura de mil pies. Deseaba que alguien de su confianza le confirmara que estaba haciendo lo correcto. Era estúpido que un hombre de treinta y dos años, que vivía según sus propias reglas, guiado por su instinto, necesitara el consejo de otra persona.

Si sus padres estuvieran vivos, estaba seguro de que tratarían de convencerlo para que no siguiera adelante con la boda. Su madre y su padre se habían querido profundamente.

También habían sido extremadamente pobres. Puede que no aprobaran todas sus decisiones, pero habrían tenido que admitir que sus decisiones le habían procurado mucho éxito en el mundo de las finanzas. Cuando Ethan tuviera hijos, nunca les faltaría comida en su plato ni se pasearían descalzos en verano.

«Casarme con Jillian es una decisión acertada». Sería un idiota si no firmara su alianza con la fortuna de la familia Winthrop. Jordan Winthrop, uno de los mayores clientes de Peabo-Johnston, le había presentado a Jillian y le había dejado claro que veía con buenos ojos el enlace. Ethan tenía que admitir que Jillian era la esposa ideal. Era encantadora, educada, estaba acostumbrada a los negocios y era una gran anfitriona. Casado con una mujer como ella y gracias a los contactos que lograría a través de su familia, Ethan nunca más tendría que preocuparse por llevar una vida como la de sus padres si alguna vez perdía su actual trabajo.

Así pues no tenía sentido que se sintiera culpable por casarse con Jillian. Ella también deseaba esa boda y tenía sus motivos. Y él aportaría respeto, sustento y fidelidad al matrimonio, cumpliendo con todos los deberes de un buen marido.

«Solo se trata de los nervios propios de los días previos a la boda».

Y seguramente estaría padeciendo el síndrome del pánico cuando un hombre que estaba a punto de casarse se fijaba en el aspecto de otras mujeres. Salvo que no se trataba de varias mujeres, en plural. Tan solo se trataba de la pelirroja sentada junto a él, dormida tras dos buenos tragos de whisky escocés y una conversación con una de las azafatas.

Tenía los ojos cerrados y las largas pestañas negras descansaban sobre la superficie de alabastro de sus mejillas. Así que pudo estudiar su fisonomía en detalle. El pelo ensortijado enmarcaba su rostro y los rizos caían sobre sus hombros. Su aparente desarreglo resultaba mucho más atractivo que los peinados de cientos de dólares que había visto en la ciudad. Llevaba un vestido largo de color rosa que tendría que haber hecho juego con su pelo, pero en cambio destacaba el leve rubor rosa pálido de sus pómulos. Sus rasgos eran enérgicos. Tenía la frente ancha y una boca grande que parecía esconder una risa fácil. Recordó que tenía los ojos de un azul profundo, igual que los zafiros.

Lástima que fuera una mujer tan desconcertante…tan contradictoria, cambiando de impresión de un momento a otro, y reaccionando con tanta vehemencia ante lo que había sido un temblor apenas perceptible. Había oído que las pelirrojas eran temperamentales y apasionadas.

Pero Ethan siempre había estado más interesado en el pragmatismo que en la pasión. Y ahora, instalado al borde de la seguridad y el éxito con los que había soñado desde su infancia, todo su pragmatismo, su trabajo y sus sacrificios tendrían por fin su justa recompensa.

 

 

Sam abrió un ojo, ansiosa en parte de que hubiera cambiado de avión. O, al menos, que hubiera cambiado de compañero de vuelo.

No tuvo esa suerte.

Ethan Jenner estaba sentado junto a ella, más atractivo de lo que era humanamente posible y todavía comprometido con su mejor amiga.

«A lo mejor debería presentarme. Después de todo, voy a ser dama de honor en su boda».

Pero decidió que sería mejor aguardar hasta que tuviera la oportunidad de charlar con Jillian. Tan pronto como el taxi frenara en la entrada de su hotel, Sam la llamaría. La novia tenía muchas cosas que explicar.

El piloto anunció el inminente descenso y observó que la temperatura en Dallas era casi quince grados más alta que en Nueva York.

Ethan sonrió con cierta ironía.

—El avión va a iniciar el descenso. No se asuste, no vamos a estrellarnos.

Ella reprimió una mueca de disgusto.

—Estoy bien —dijo, consciente de que él la consideraba una histérica—. La verdad es que no me importa volar. Solo estaba un poco tensa.

—Ya. ¿Va a Dallas por asuntos de negocios?

Ella asumió que ese súbito interés por su parte era su táctica para distraerla y que no fuera presa del pánico.

—¿Negocios? Me temo que no. Soy profesora de piano. Eso no implica muchos viajes de negocios.

—¿Así que va a visitar Dallas para…?

—Para acompañar…—a la novia, en tu boda—…a una amiga.

—¿Vive en Nueva York?

—La verdad es que no. Vivo en Texas, en Austin. Estaba en Nueva York visitando a mi familia.

Minutos más tarde, el avión se deslizó sobre la pista, el tren de aterrizaje chirrió y entonces se encaminó hacia la puerta. Sam agarró su bolsa y se puso a la cola detrás de los demás pasajeros. Estaba ansiosa por poner distancia entre ella y la perturbadora presencia de Ethan Jenner.

Una azafata embutida en un uniforme de poliester color malva permanecía de pie junto a la salida, despidiendo a los pasajeros con una sonrisa.

Sam observó que, cuando le llegó el turno de bajar del avión, solo recibió una mirada lúgubre y la orden telepática de nunca más volver a volar con su compañía. Decidida a olvidar ese extraño viaje y tomar un taxi que la llevara al hotel, cruzó el pasillo a toda prisa. Pasó en zigzag entre la muchedumbre que aguardaba a la salida. Esquivó a un chófer uniformado que sostenía un cartel de Bennett Electronics y fintó a una mujer embarazada que abrazaba a un hombre muy alto. Pero al otro lado de la mujer encinta Sam se tuvo que detener en seco al chocar de frente con una rubia que llevaba un vestido azul claro.

—Lo siento… ¿Jillie?

La rubia se giró mientras sus delicados rasgos reflejaban la sorpresa y la alegría.

—¿Sam? ¡Sam! —Jillian se inclinó sobre ella, la abrazó con un solo brazo y la besó en la mejilla—. ¿Venías en este vuelo? ¡No me lo puedo creer! Ya sé que dijiste que tomarías un taxi desde el aeropuerto, pero ya que he venido a buscar a Ethan…

El resto de las palabras de Jillian se perdió en el zumbido que inundó sus oídos. ¡Ethan! Aparecería en cualquier momento. Si bien sabía que tendría que enfrentarse a él en algún momento, todavía no estaba preparada. Todavía no había tenido ocasión de charlar con Jillian para averiguar qué había pasado.

—Estoy exhausta del viaje y no creo que sea una buena compañía en este momento. Será mejor que vaya directamente al hotel y esta noche…

Pero la familiar voz de Ethan interrumpió su atropellada excusa.

—Jillian. Me alegro de verte.

Ambas mujeres se volvieron, pero fue Jillian quién tomó la palabra.

—Ethan. Confío en que hayas disfrutado de un vuelo sin sobresaltos.

—Ahora que lo dices, ha sido un vuelo…interesante —dijo, y miró a Sam con expresión de absoluta perplejidad.

—Nunca adivinarías con quién has coincidido en el avión. Esta es mi amiga del alma, Samantha Lloyd. Sam, quiero que conozcas a Ethan Jenner. Vamos a casarnos.

Sam levantó la mano y agitó los dedos con debilidad a modo de saludo mientras forzaba una sonrisa.

—Es un placer —dijo.

—¿Tú eres Sam? —preguntó con sus ojos verdes muy abiertos—. Sam, ¿la rebelde? Tal y como me has hablado de ella, esperaba a una mujer vestida de cuero negro, montada sobre su Harley Davidson. En ningún caso una profesora de piano con un vestido rosa.

¿Qué le habría contado Jillian para que la hubiera imaginado con pantalones de cuero y una moto?

—¿No te comenté que era profesora de piano? —frunció el ceño—. Y si no te lo dije, ¿cómo lo sabes?

—La verdad es que nos hemos conocido en el avión —intervino Sam—. Estábamos sentados juntos, pero no hemos llegado a presentarnos.

—Así es. No teníamos la menor idea de que éramos tu mejor amiga y tu prometido.

Ethan se dirigió a Jillian, pero no perdió de vista a Sam. Se preguntó por qué no se habría presentado cuando él había revelado la identidad de su futura esposa.

Sam volvió a sonreír, confiada en que pareciera más sincera que la vez anterior.

—Bueno, ahora llamaré a un taxi y me iré al hotel. Estoy segura de que vosotros dos querréis estar a solas.

—No seas estúpida —insistió Jill, que sujetó a Sam del brazo con una fuerza desconocida—. Ethan y yo vamos a reunirnos con mis padres para cenar en el club. Tú vienes con nosotros.

Si había peor que soportar a los padres de Jillian era cenar en el Club de Campo. Sin embargo, Jillian parecía desesperada. Si seguía apretando tan fuerte acabaría con el brazo lleno de cardenales.

—Eso parece…divertido.

—Genial, es una cita —confirmó Jillian y sus ojos azules revelaron un infinito alivio.

Sam sabía que Jillian nunca se había sentido cómoda en presencia de su intimidantes padres, pero ahora ya no estaba sola. Tenía a Ethan.

Pese a todo, Jillian no parecía del todo complacida de ver a su prometido. Ni siquiera lo había abrazado con la intensidad que había mostrado con ella. Pensó que quizás se habían visto hacía poco tiempo, mientras que ellas llevaban casi un año sin verse. Esa podía ser la razón.

Pero todavía quedaban un montón de preguntas en el aire. Por ejemplo, ¿qué habría pasado con el bueno de Peter?

Sam podía imaginar la respuesta perfectamente. Los padres de Jillian habrían conseguido finalmente alejar a ese pretendiente tan cabezota. Era inaceptable que un simple jardinero emparentara con Jillian Winthrop. O quizás sus sentimientos habían cambiado. Era sencillo imaginar que Ethan Jenner volviera loca a cualquier chica.

Ante la iniciativa de Jillian, Ethan recuperó la maleta de Sam de la cinta y después regresó junto a las dos mujeres.

—¿Estamos listos?

En otras circunstancias habría resultado una pregunta muy sencilla, pero Sam ya no estaba segura si estaba preparada para lo que se avecinaba.