El mejor equipo - Tanya Michaels - E-Book
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El mejor equipo E-Book

Tanya Michaels

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Beschreibung

Juntos podían formar El mejor equipo Tras la muerte de su hermano y su cuñada en un accidente, Addie Caine se convirtió en tutora legal de sus sobrinos, un niño de seis años y una niña de cinco meses. Aunque cuidar de ellos era una experiencia maravillosa, también era agotadora y cuando un hombre guapísimo, Giff Baker, fue asignado como nuevo jefe de proyectos en su oficina, Addie lamentó no tener tiempo para romances. Sin embargo, Giff parecía muy interesado en ella. ¿Sería eso parte de su trabajo o de verdad estaba enamorándose? Giff debería estar vigilando a los empleados, no buscando una novia y mucho menos una que ya tenía familia. Salir con una mujer a la que estaba investigando no era buena idea y, sin embargo, se apuntaba alegremente a todo tipo de aventuras: desde cambiar pañales a dar lecciones de pesca a un niño de seis años. Algo en Addie hacía que quisiera formar parte de su equipo… y para siempre.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Tanya Michaels. Todos los derechos reservados.

EL MEJOR EQUIPO, N.º 15 -marzo 2013

Título original: Texas Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2701-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

La situación pedía mostrarse alegre y relajada.

«Lo siento, no me queda de eso, pero el menú del día incluye: Desesperada al borde de la histeria».

Era más de medianoche y Addie Caine estaba de los nervios. Había intentado pacientemente explicárselo a su sobrina, pero los bebés de cinco meses no atendían a razones ni aceptaban sobornos.

–Por favor, Nicole, deja de llorar –murmuró, mientras paseaba de un lado a otro con el bebé en brazos. Addie miró hacia la puerta, que había cerrado para que los gritos no se oyeran por toda la casa, aunque probablemente sería tan efectivo como intentar parar un misil con un paraguas–. Por fin he logrado que tu hermano se durmiera y vas a despertarlo otra vez.

Sabía que cuidar niños no era tarea fácil, pero no había esperado que fuese imposible. Claro que, siendo una mujer soltera de veintiocho años, no había esperado convertirse en madre de dos niños de manera inmediata.

Estaba demasiado cansada y la sensación de soledad era más dolorosa que los gritos de Nicole. Se le encogió el corazón al recordar la sonrisa de su hermano… la sonrisa que su sobrino de seis años, Tanner, había heredado. Aunque apenas lo había visto sonreír en las últimas semanas.

Los grandes ojos castaños de Tanner eran demasiado solemnes cuando poco antes corría por toda la casa, atacando enemigos imaginarios con su espada láser.

El niño había perdido su casa en Corpus Christi, Texas, el mismo fin de semana que perdió a sus padres, y después había tenido que irse a vivir con su tía en un apartamento de dos dormitorios en Houston y acudir a un colegio donde no conocía a nadie. Las clases habían empezado la semana anterior y su profesora, la señora Phipps, le había dicho a Addie que apenas hablaba con nadie.

Tanner dormía en la habitación de invitados y Nicole en un diminuto estudio, pero los dos, acostumbrados a una casa con jardín, merecían algo más que eso, había decidido Addie. Una vez que vendiera la casa de Corpus Christi compraría una a las afueras de Houston, pero llevaba dos semanas buscando y no había encontrado nada que le gustase.

Cerró los ojos y una lágrima se deslizó por su mejilla. Habían pasado tres semanas desde la muerte de su hermano mayor y su esposa en un accidente de barco. Estaban emocionados por la excursión con unos amigos porque era su primer viaje desde que nació Nicole.

Addie había ido a Corpus Christi para cuidar de sus sobrinos y recordaba a su cuñada explicándole cómo debía preparar los biberones:

–Me ha costado un poco, pero el sacaleches es un gran invento y creo que tendrás suficiente hasta que vuelva. He dejado tres biberones en la nevera.

Tres semanas después, Nicole aún no se había acostumbrado a la fórmula que compraba en la farmacia. Se la había recomendado un pediatra de Houston, pero a la niña no le gustaba.

«Lo siento, cariño, no puedo hacer nada más».

Addie estaba a punto de gritar, pero hizo un esfuerzo para controlarse. Debería llevarla al salón, pero su salón daba al dormitorio de los vecinos…

Lo que daría por tener a alguien que la ayudase o le diese apoyo moral, al menos.

Si no fuera medianoche llamaría a sus padres, que vivían en una comunidad para jubilados de Miami. Su madre había querido quedarse para ayudarla, pero Catherine y Edward Caine eran mayores y no tenían la misma energía que antes.

Su mejor amiga desde la universidad, Jonna Wilder, tenía una cita esa noche con su último novio y, si las cosas habían ido como esperaba, seguramente no estaría en casa.

Un mes antes, Addie habría llamado a Christian para pedirle ayuda, pero su prometido había salido corriendo en cuanto se leyó el testamento en el que se la declaraba tutora legal de los niños.

–Por favor, entiéndelo, esto no significa que no me importes, Addie. Es que… no estoy preparado para convertirme en padre de familia de repente.

Tampoco lo estaba ella, pero no había alternativa. Era la tía de los niños y debía hacerse cargo de ellos. Desgraciadamente, se sentía inadecuada, incapaz.

Necesitaba ayuda.

Nicole arrugó la carita y lanzó un alarido tan potente que Addie pensó que se les caería el techo encima.

No, más bien necesitaba un milagro.

Por el altavoz del manos libres, Giff Baker escuchó una voz masculina con acento texano:

–Te agradezco mucho que me hagas este favor.

Giff comprobó distraídamente los coches que tenía delante. La congestión de tráfico en el centro de Houston era debida a que los niños habían vuelto al colegio, aunque por el calor que hacía parecía pleno verano y no el mes de septiembre. Otras personas se enfurecían en los atascos, pero él estaba demasiado acostumbrado.

–Con el salario del que me has hablado, no sé si esto podría calificarse de favor, Bill.

Aparte del dinero, Giff se alegraba secretamente del encargo porque sería una distracción. Así no podría pensar en los repentinos cambios en su vida y en la resultante melancolía… una palabra estúpida que lo hacía parecer el héroe de una novela gótica.

Olvidarse de todo, eso era lo importante.

Giff se enorgullecía de permanecer sereno en cualquier circunstancia, pero hacía tiempo que no experimentaba ninguna emoción fuerte y, cuando menos, la oferta de Bill Daughtrie le había parecido curiosa.

Giff era asesor de alta tecnología informática y su trabajo consistía en solucionar problemas o renovar sistemas informáticos, pero era la primera vez que alguien requería sus servicios como espía corporativo.

«Seré como James Bond, pero sin el bolígrafo-pistola», había pensado al escuchar la oferta de trabajo.

Bill Daughtrie era un antiguo compañero de facultad, propietario de una empresa de ingeniería, y estaba decidido a protegerse de un empleado traidor que, supuestamente, pasaba información a su mayor competidor.

–No podrías haberme llamado en mejor momento –le dijo–. Esta temporada no tengo la agenda tan llena como de costumbre.

De hecho, la había limpiado deliberadamente porque debería estar recién casado en ese momento. Y habría vuelto de su luna de miel para montar la casa…

Apretó el volante con fuerza. No estaba enfadado con Brooke, que se había enamorado de su mejor amigo, Jake, pero se había hecho ilusiones sobre cómo iba a ser su vida y en aquel momento se sentía perdido.

Y solo.

Su mejor amigo y su exprometida estaban en Hawai, donde se habían casado en secreto, y su única pariente viva, la madre a la que había cuidado mientras luchaba contra un cáncer de mama, se había recuperado maravillosamente y estaba haciendo un crucero por el Caribe. La gente que más le importaba en el mundo estaba en zonas tropicales y él estaba allí, en Houston, en medio de un atasco.

No sabía qué iba a encontrar trabajando de incógnito como director de proyectos informáticos en la empresa de su amigo, pero una cosa estaba bien clara: necesitaba un cambio.

Capítulo 2

–Chica, qué mala cara tienes.

Addie tuvo que contenerse para no darle un coscorrón a su compañera, Gabrielle López, ayudante del director de marketing. Aunque seguramente no hubiera podido, porque para eso tendría que levantar el brazo y no le quedaba energía.

–No he pegado ojo esta noche –le dijo.

Mientras Gabrielle probablemente llevaba ya media hora trabajando, Addie aún no había llegado a su escritorio. Antes tenía que tomar una taza de café. Con un poco de suerte, la cafeína la despertaría un poco.

Addie y los niños habían sobrevivido al puente del Día del Trabajo, pero después de tres días sin colegio, Tanner se negaba a volver y había subido al autobús escolar llorando a lágrima viva.

Addie sabía que era por su bien y que sencillamente estaba haciendo lo que debía, pero había sentido como si lo obligase a caminar por la tabla de un barco pirata…

Esa analogía le recordó el accidente de Zach y Diane y se le encogió el estómago. Echaba tanto de menos a su hermano que no podía ni imaginar lo horrible que debía de ser para Tanner.

–Todo será mucho más fácil con el tiempo, ya lo verás –estaba diciendo Gabrielle–. Durante los dos primeros años con mis mellizos pensé que iba a perder la cabeza, pero ahora lo tengo todo controlado.

Addie agradecía el consuelo, pero no le recordó que ella tenía la ayuda de su marido y la de sus padres.

–Seguro que la cosa mejorará algún día. Por ahora, necesito una taza de café.

Gabrielle hizo una mueca.

–Acabo de servirme la última taza, pero he vuelto a poner la cafetera.

–¡Caine, muévete! –desde la puerta, Pepper Harrington, impecable con un traje de chaqueta y zapatos de tacón, ladraba órdenes como de costumbre. En realidad, las habían contratado al mismo tiempo, pero Pepper se había convertido en su directa competidora porque eran solo dos mujeres en un mundo dominado por hombres. Addie preferiría que contratasen más chicas en el departamento de tecnología informática, pero en aquel momento tenía otras preocupaciones–. Vas a llegar tarde a la reunión.

–¿La reunión sobre implementación de estrategias? –frunció el ceño, intentando hacer funcionar su cerebro–. No, esa es a las doce.

–La han cambiado a las ocho y media. ¿Ya ni siquiera lees tus correos? Tenemos la reunión ahora mismo porque el nuevo director de proyectos llegará a las doce –Pepper sonrió, una sonrisa que destilaba insinceridad–. Deberías abrocharte bien la blusa, no me gustaría que dieras una mala impresión.

Y luego desapareció, dejando tras ella el tema musical de la malvada bruja de Disney.

–El corazón de esa mujer es tan negro como su pelo –comentó Gabrielle.

Pepper tenía una melena larga y lisa que caía casi hasta la mitad de su espalda. Addie, en cambio, tenía unos rizos cobrizos que se descontrolaban cada vez que había humedad. Y como vivía en Houston, eso ocurría casi cada día. Algunas mañanas era capaz de controlarlos con una plancha de pelo, pero aquella mañana había tenido que contentarse con sujetarlos con un prendedor mientras atendía a Nicole y Tanner, antes de llevarlos a la guardería y al colegio respectivamente.

–Pepper no ganará el premio a la compañera más simpática de la oficina, pero tiene razón. No puedo ir a la reunión así… –Addie miró su reloj–. Si preguntan por mí, di que iré enseguida.

–Buena suerte.

Cuando Gabrielle salió de la cocina, Addie se maravilló de la sensación de estar sola. Era una novedad para ella…

«Aquí está todo tan tranquilo…».

Solo se oía el sonido de la cafetera y, si cerrase los ojos, se quedaría dormida solo unos segundos…

Para no hacerlo, sacó un espejito del bolso y descubrió que solo se había pintado un ojo y que sus rizos parecían un halo electrificado alrededor de su cabeza.

Suspirando, se quitó el prendedor y sacó una taza del armario. Si tenía que esperar un segundo más antes de tomar un café se volvería loca.

Pero después de servírselo, levantó la taza con demasiada brusquedad y unas gotas cayeron en su blusa…

–¡Maldita sea!

–¿Necesita ayuda?

Addie levantó la cabeza al escuchar la voz masculina, pero tenía la mirada vidriosa por falta de sueño, de modo que era posible que el hombre que acababa de entrar no fuese tan guapo como le parecía. Era alto, de pelo castaño claro con algunos mechones dorados que parecían naturales y no de peluquería. Tenía los ojos verdes y unas facciones tan atractivas que podría ser una estrella de cine… y tenía que aparecer en la oficina precisamente aquel día, cuando ella estaba hecha unos zorros. Aunque al menos se había abrochado bien la blusa.

Su intención era reírse, pero el sonido que salió de su garganta no era una risa sino más bien todo lo contrario. Y entendió entonces que el dique se había roto finalmente. Desde que recibió la noticia de la muerte de su hermano y su cuñada no había tenido un minuto para llorar porque debía atender a los niños, consolar a sus padres, organizar el funeral, poner en venta la casa, buscar un sitio para guardar los muebles…

Había aparcado su rabia cuando Christian la dejó al igual que había controlado el dolor por la muerte de su hermano, pero, de repente, ya no parecía capaz de controlarse.

–Pe-perdone –sin mirar al extraño, hizo lo que había querido hacer desde que recibió la llamada de los guardacostas: salir corriendo.

–Cariño, lo siento mucho –el tono de Jonna Wilder por el móvil era compasivo–. Sabía que estabas pasándolo mal, pero he estado tan centrada en Sean… ya sabes cómo es cuando te enamoras, no puedes pensar en otra cosa.

No, la verdad era que no lo recordaba.

Addie se sonó la nariz con papel higiénico, intentando recordar si había sido así con Christian. Tal vez al principio. Recordaba que besaba muy bien, pero en el último año de su relación no se habían besado mucho. Sus encuentros amorosos habían sido esporádicos y rápidos, más por costumbre que por auténtica pasión.

Aunque seguía pensando que era una canallada haberla dejado cuando su vida se había puesto patas arriba, estaba empezando a pensar que en el fondo le había hecho un favor.

–Tienes derecho, es tu vida –le dijo a su amiga–. Además, agradezco que hayas respondido a mi llamada.

Estaba escondida en el cuarto de baño, donde por suerte no había aparecido nadie en esos diez minutos, y había llorado de tal forma antes de llamar a Jonna que pensó que iba a vomitar.

Aparte de saber que estaría perdiéndose la charla de Pepper sobre la implementación de medidas, se sentía un poco mejor, más centrada. Vacía, pero en el buen sentido, como si ya no llevase dentro una bomba de relojería.

–Me alegro de haberte ayudado –dijo Jonna–. Debería hacer algo más, pero tengo menos experiencia con niños que tú.

Jonna era la mayor de tres hermanas solteras, ninguna de las cuales tenía hijos.

–No te preocupes, es mi responsabilidad, así que ya me iré acostumbrando. Solo necesito… no sé, conectar con ellos.

Con Nicole era muy difícil conectar porque era muy pequeña, pero Tanner tenía intereses, el fútbol por ejemplo. ¿Sería demasiado tarde para apuntarlo a la liga infantil?

–¿Por qué no cenamos juntas esta semana? –sugirió su amiga–. Mañana, por ejemplo. Invito yo.

Solían ir a Michelangelo en ocasiones especiales como cumpleaños o fiestas y al café La Madeleine cuando se trataba de un almuerzo rápido.

–¿Dónde se te ocurre?

–Alguna de esas pizzerías para niños con videojuegos y empleados disfrazados de peluches gigantes.

Addie pensó en el estruendo… pero luego pensó en la posibilidad de ver reír a su sobrino.

–¿De verdad irías conmigo a un sitio así?

–Te quiero mucho, cariño.

–Eres una amiga de verdad, Jonna. En fin, tengo que ponerme a trabajar.

Y debería asomar la cabeza en la cocina para ver si había dejado un charco de café en el suelo. Con su mala suerte, seguro que alguien resbalaría y se partiría la crisma.

¿El guapo del pelo dorado seguiría allí?

Fue un alivio descubrir que había desaparecido. No tenía por costumbre llorar de ese modo, y saber que alguien la había visto la hacía sentir incómoda, así que prefería no volver a encontrarse con él.

Tras el escritorio de caoba había un hombre alto y grande. Bill Daughtrie medía más de metro noventa y tenía hombros de jugador de fútbol, de modo que el traje de chaqueta debía ser hecho a medida. Bill estaba haciendo un máster mientras Giff terminaba la carrera y su pelo se había vuelto blanco prematuramente en los últimos años.

–Todo el mundo pensará que te he contratado durante unos meses para dirigir el nuevo proyecto, pero preferiría que esto quedase solucionado en tres o cuatro semanas. Si sigo perdiendo clientes…

–Lo entiendo –Giff acostumbraba a trabajar hasta que el cliente quedaba completamente satisfecho, pero si no había descubierto nada en un mes sería difícil dar con la pista. Y aunque por el momento tenía la agenda libre y era relativamente flexible, no podía permanecer allí indefinidamente.

Según Bill, había perdido cuatro proyectos importantes en el último año ante el mismo rival, incluso alterando su presupuesto y recortando beneficios. El cliente le había confesado después que se había visto obligado a buscar un contrato más barato debido a la crisis, pero que las ofertas eran muy parecidas. Sospechosamente parecidas.

–No me importa la competencia sana, pero esto huele mal y no tengo intención de tirar la toalla –estaba diciendo Bill–. Con la excusa de conocerlos mejor, podrás vigilar a los empleados, y una vez que hayas encontrado al culpable, el departamento jurídico se encargará de todo. Me encantaría que encontrases prueba fehacientes, pero empezaremos por cualquier comportamiento que te parezca raro.

Giff pensó en la pelirroja a la que había visto esa mañana. ¿Soltar maldiciones y salir corriendo se consideraría un comportamiento raro?

En su mundo, sí.

Su madre, por ejemplo, era una mujer muy elegante y de fuerte personalidad que en su lucha contra el cáncer había demostrado un coraje increíble. Su exprometida, Brooke, también tenía carácter. Criada en una familia de exaltados, Brooke había decidido ser una persona ponderada y racional. Conocer y enamorarse de Jake McBride, el mejor amigo de Giff, había hecho que perdiera su habitual serenidad, pero Giff no podía imaginar a Brooke como aquella pobre mujer. Nunca perdería la compostura de ese modo.

Y él no estaba acostumbrado a esas cosas, de modo que no había sabido reaccionar. Se había limitado a limpiar las gotas de café del suelo antes de ir al despacho de Bill.

–Tengo más experiencia sacando información de los ordenadores que de la gente, pero haré lo que pueda.

–Sabía que podría contar contigo –Bill Daughtrie asintió–. Después de todo, tú sabes lo que es sentirse traicionado.

Giff enarcó una ceja.

–Yo trabajo solo, no entiendo la comparación.

–Me refiero a tu compromiso. No puedo creer que tu novia te hiciera eso. Por no hablar de tu amigo…

–No creas todo lo que oyes –lo interrumpió Giff–. Brooke y yo nos separamos de forma amistosa y les deseo lo mejor a los dos.

Debería haber imaginado que los rumores llegarían a Houston. La gente hablaba, aunque últimamente lo hacían a través de mensajes de texto y no desde la verja del jardín.

Aunque no era asunto de nadie más que suyo, Jake le había hecho ver que pedir a Brooke en matrimonio había sido más una reacción visceral debida a la enfermedad de su madre que verdadero amor. Y tenía razón. Sentía un gran cariño por ella, desde luego, pero no estaba locamente enamorado.

¿Era capaz de amar de ese modo? Él había visto el amor entre sus padres, un amor que se había roto solo tras la muerte de su padre, y buscaba lo que habían tenido ellos, pero tal vez no era capaz de arriesgar su corazón de ese modo.

Tal vez era el equivalente al beige. Una idea muy entristecedora.

Claro que… Pensó entonces en la pelirroja de manos temblorosas que parecía a punto de derrumbarse.

«Prefiero el digno y discreto beige antes que eso».

Capítulo 3

Aunque el almuerzo que les ofrecieron consistía en un par de bandejas de sándwiches de pavo y patatas fritas, el estómago de Addie le recordó que no había comido nada desde la noche anterior.

Por suerte, y a pesar de haber llegado tarde a la reunión, había podido contribuir haciendo algún comentario interesante que sus compañeros aprobaron. Después de eso, había llamado para matricular a Tanner en el equipo de fútbol del barrio y la encargada le había dicho que necesitaban padres que se ofrecieran como entrenadores.

–No hace falta experiencia. No es una liga competitiva con árbitros y marcadores, lo importante es que los niños hagan ejercicio, aprendan los fundamentos del juego y lo pasen bien.

Por impulso, Addie había aceptado. Después de todo, tenía que conectar con su sobrino de algún modo.

Unas horas después de hablar con Jonna había logrado calmarse un poco y estaba decidida a asombrar al nuevo director de proyectos con su energía y sus conocimientos.

Tomando un pepinillo, intentó participar en una de las conversaciones. Estaban hablando de Bill Daughtrie, que no acudía a todas las reuniones y menos cuando se trataba de presentar a un empleado temporal.

Diciéndose que no estaba cotilleando, Addie escuchó a Robert Jenner expresar exactamente lo que ella estaba pensando.

–O Daughtrie cree que ese tipo es importante o el proyecto es importante. ¿Qué sabemos de él?

–Eran compañeros de facultad –respondió Pepper–. Y el tipo es ni más ni menos que Giff Baker.

Addie estaba intentando recordar de qué le sonaba ese nombre cuando Jenner preguntó:

–¿Y qué quieres decir con eso?

Pepper soltó un bufido.

–Si leyeras algo más que las páginas deportivas del Chronicle sabrías que Baker proviene de una familia rica y filantrópica y que iba a casarse este verano, pero la boda fue cancelada repentinamente. Es un experto en tecnología informática, trabaja como asesor para una docena de empresas y dicen que es infalible.

Aunque a Addie solo deberían importarle los conocimientos profesionales de su nuevo jefe, ya que solo iba a estar allí unos meses, la cancelación de la boda llamó su atención y se preguntó si la novia lo habría dejado o si habría sido él, como Christian, quien había dado un paso atrás.

–Buenos días –Bill Daughtrie entró en la sala de juntas–. Ya veo que estáis casi todos… por favor, seguid comiendo. Solo quería presentaros a Gifford Baker, que será temporalmente director de nuevos proyectos. Algunos de vosotros habréis oído hablar de Giff…

Las palabras del presidente de la empresa quedaron ahogadas por los murmullos de sus compañeros mientras Addie miraba al tipo alto que estaba a su lado. Era el hombre guapísimo con el que se había encontrado en la cocina.

Oh, no.

El hombre guap… su nuevo jefe se volvió hacia ella con las cejas levantadas, como si hubiera leído sus pensamientos.

A Giff no le sorprendió ver a la pelirroja, pero ella sí parecía sorprendida y mientras iba estrechando manos notó que lo miraba de soslayo.

Cada vez que iba a una nueva empresa intentaba que la gente se sintiera cómoda con él. En general, se alegraban de contar con su experiencia, pero a veces se mostraban un poco territoriales. ¿Debería hablar con ella?

Por otro lado, la última vez que intentó hacerlo había salido corriendo, y tal vez debería dejar que terminase su sándwich tranquilamente.

En cualquier caso, no debería haberse preocupado porque fue ella quien se acercó unos minutos después. Giff estaba charlando con Bill y una mujer de pelo oscuro llamada Pepper cuando la pelirroja se aclaró suavemente la garganta.