Tanto vales cuanto tienes - Ángel de Saavedra - E-Book

Tanto vales cuanto tienes E-Book

Ángel de Saavedra

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Beschreibung

Una comedia de tres actos que sucede en Sevilla y nos presenta a Doña Rufina, viuda de un marqués. Desde la muerte de su esposo, Doña Rufina, su hermano y su primo viven solo de la generosidad de un hermano en las Indias. La obra empieza cuando la hija de Doña Rufina recibe una propuesta de matrimonio del hijo rico de un mercader. La proposición, que al inicio es agradecida por Rufina, se rechaza cuando llega una carta del hermano rico, en la que anuncia su retorno. Pero cuando don Blas llega a Sevilla, descubren que ha perdido toda su fortuna en un abordaje pirata. Una obra de teatro que dibuja un cuadro de costumbres, frío e ingenioso.

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Seitenzahl: 120

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Ángel de Saavedra

Tanto vales cuanto tienes

Comedia en tres actos

(Duque de Rivas)

Saga

Tanto vales cuanto tienes

 

Copyright © 1840, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726875157

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAS

DON BLAS, rico negociante venido de Lima.DON ALBERTO, su hermano.DOÑA RUFINA, su hermana.DON MIGUEL, capitán de Caballería, su primo.DOÑA PAQUITA, hija de doña Rufina.DON JUAN, amante de doña Paquita.DON SIMEÓN, viejo usurero.PASCUAL, criado.ANA, criada.PERICO y FACO, mozos que vienen a servir de lacayos.Un EBANISTA. DOS MANDADEROS, que no hablan.

La escena es en Sevilla, en casa de DOÑA RUFINA

Acto primero

La decoración es inmutable, y representa una sala de una casa particular. Al fondo, una puerta (del cuarto destinado para DON BLAS); a la izquierda, tres puertas (la primera, que comunica con la anterior de la casa; la segunda, al aposento de DON ALBERTO; la tercera, a los de DOÑA RUFINA y DOÑA PAQUITA); a la derecha, otra puerta (que da al corredor y escalera) y dos balcones que caen a la calle.

Escena primera

ANA y PASCUAL, con capa y sombrero

 

ANA. ¿Te vas ya a lucir el talle

porque salió la señora?...

¿O a la taberna?

PASCUAL. Habladora;

barra, guise, friegue y calle.

Voy adonde mandó el ama,

que por mi gusto me fuera

a mi cuarto y me tendiera

a descansar en la cama.

ANA. Muy bien te lo creo, sí,

pues sabes sólo hacer eso,

mientras cargas todo el peso

de la casa sobre mí.

 

(Vase PASCUAL por la derecha.)

Escena II

ANA y DOÑA PAQUITA

 

DOÑA PAQUITA. Por Dios te lo ruego, Ana,

ten de entrambos compasión.

Don Juan frente del balcón

pasó toda la mañana,

y como a todos salir

ha visto, en entrar insiste:

en ti tan sólo consiste;

anda, déjale subir.

ANA. ¡Qué bobera!

DOÑA PAQUITA. Ana, ¡por Dios!,

algo que decirme tiene.

ANA. ¿Y si la señora viene

y os atrapa aquí a los dos?

DOÑA PAQUITA. No ha de volver en buen rato,

pues fue a andar toda Sevilla,

buscando muebles, vajilla,

ropa y el gran aparato

de recibir a este tío

que desde Lima nos viene...

ANA. Pues harto que buscar tiene.

De que lo halle desconfío.

DOÑA PAQUITA. A don Juan déjame ver,

que sus señas dan aviso

de que el hablarme es preciso,

y no hay nada que temer.

ANA. Y ¿qué os tendrá que decir?

DOÑA PAQUITA. Puede ser cosa importante.

ANA. Lo que dice todo amante:

que está por vos sin dormir,

que os idolatra y adora,

que por vos se ha de matar,

que sólo...

DOÑA PAQUITA. Déjale entrar,

y deja chanzas ahora.

Hazlo por mí.

ANA. Bueno es eso.

DOÑA PAQUITA. Muévate mi llanto, Anita.

ANA. ¡Válgame Dios, señorita!

¿Usted ha perdido el seso?

¿Cómo he de contravenir

a lo que mandado tiene

mi señora?... Pero él viene;

la escalera va a subir.

Se ha colado de rondón.

DOÑA PAQUITA. ¿Quién le abrió?

ANA. ¿Quién?... ¡Pese a tal!

El borracho de Pascual,

que dejó abierto el portón.

DOÑA PAQUITA. Toda tiemblo... Él es... ¡Ay Ana!

ANA. ¡Qué apuro si la señora...!

DOÑA PAQUITA. Se irá al momento;

tú ahora ten cuidado, a esa ventana.

Escena III

ANA, a la ventana; DOÑA PAQUITA y DON JUAN

 

DON JUAN. ¿Tras de tantas penas,

Paquita adorada,

al fin logro verte?...

Consuela mis ansias.

¿Qué es esto, amor mío,

que a los dos nos pasa?

DOÑA PAQUITA. ¿Qué podré deciros?

Que soy desdichada.

DON JUAN. ¿De dónde nacieron

desventuras tantas?

Cuando en dulce lazo

iban nuestras almas

a gozar el premio

de amores sin tasa,

tu tío gozoso,

tu madre encantada

de ver el cariño

que por ti me abrasa;

de pronto me encuentro,

sin saber la causa,

con que me prohíben

entrar en tu casa,

con que me desdeñan,

me insultan, me ultrajan,

deshecho el contrato,

rota la palabra,

muertos los cariños,

las puertas cerradas.

Paquita, ¿qué es esto?

¿Por qué tal mudanza?

DOÑA PAQUITA. ¿No lo habéis ya visto

en aquella carta

que ayer pude echaros

por esa ventana?

DON JUAN. ¡Ay Paquita mía!

Lo que ella relata

confusiones nuevas

ha dado a mi alma.

No sé qué de Indias

en ella me hablas,

y de un cierto hermano

que tu madre aguarda,

y cuya venida...

DOÑA PAQUITA. Sí, la sola causa

de todas las penas

que en nosotros pasan

es venir un tío

que nadie esperaba.

DON JUAN. ¿Quién es ese tío

de quien ya se habla

por toda Sevilla,

y con su llegada

rompe de tal modo

tales esperanzas?

De este laberinto,

por tu amor, me saca.

DOÑA PAQUITA. ¿Y tengo yo tiempo

de explicaros nada?

Tiemblo de miraros

dentro de esta casa;

ya el veros ha dado

consuelo a mi alma.

DON JUAN. No quiero afligiros.

¿Queréis que me vaya?

DOÑA PAQUITA. ¡Ay don Juan!

DON JUAN. Paquita,

¿qué te sobresalta?

Casi me parece

que te hallo mudada.

Seis días sin vernos,

y sólo una carta,

y ésa tan confusa

y tan breve...

DOÑA PAQUITA. Y gracias

que escribirla pude.

Soy muy desdichada.

(Se oye ruido.)

ANA. ¡Ay Dios! Señorita,

¿oye usted la danza

que traen allá dentro

los gatos?

DOÑA PAQUITA. Ve, Ana;

pero vuelve pronto.

 

(Vase ANA.)

Escena IV

Los mismos, menos ANA

 

DOÑA PAQUITA. Y usted...

DON JUAN. ¿Qué me mandas?

DOÑA PAQUITA. Si mi madre viene...

DON JUAN. ¡Ah, que tengo el alma

de temores llena!

Mil dudas me asaltan.

¡Paquita! ¡Paquita!

¿Es todo una farsa,

todo fingimiento,

porque ya te cansan

mi amor, mi ternura,

mi fe y mi constancia?...

¡Ay, que las mujeres

todas sois voltarias!

Por piedad, al menos,

pues vine a tu casa,

donde me han traído

mi amor y mi audacia,

las dudas crueles

que atroces desgarran

mi angustiado pecho

por piedad aclara.

Si ya me aborreces,

si mi amor te cansa,

si en otros amores

tu pecho se abrasa,

no busques en Indias

embrollos y tramas.

Con franqueza dilo,

y verás, ingrata

que por complacerte

sabré...

DOÑA PAQUITA. Basta, basta;

al fin eres hombre,

y como hombre hablas.

De que no merezco

tus duras palabras

y reconvenciones,

pruebas tienes claras.

¡Ay si mis suspiros

y llanto escucharas,

y advertir supieras

lo que aquí, en el alma,

por tu amor y ausencia

de continuo pasa,

no injusto me dieras

el nombre de ingrata.

Mas ¿por qué me canso,

¡ay desventurada!,

en satisfacerte

cuando así me ultrajas?...

Dices que en las Indias

embrollos y tramas

busco por perderte.

¡Oh, cuánto te engañas!

Contenta mi madre,

contenta trataba

nuestro casamiento,

cuando, por desgracia,

de un tío que en Lima

hace tiempo estaba,

y a quien no conozco,

recibimos carta,

pintando riquezas

y montes de plata,

con que dice vuelve

riquísimo a España.

Es soltero y viejo,

y enfermo, y...

DON JUAN. Bien; calla,

que te entiendo, aleve.

DOÑA PAQUITA. ¿Qué entiendes...? Aguarda.

Mi tío, que llega

de hoy a mañana,

de partir sus bienes

con mi madre trata,

quién, desvanecida

con tal esperanza,

desdeña tu boda,

y a boda más alta...

DON JUAN. ¡Ay de mí, infelice!

DOÑA PAQUITA. No, no; que mi alma

es tuya, y o tuya

o de nadie.

DOÑA RUFINA. (Dentro.)

Ana.

¡Pues bueno el descuido está!

¿Quién dejó el portón abierto?

DON JUAN. (Sorprendido.)

¡Ay!, que nos han descubierto.

DOÑA PAQUITA. ¡Ay Dios mío, que es mamá!

Escena V

DOÑA PAQUITA, DON JUAN y DOÑA RUFINA, de saya y mantilla por la derecha

 

DOÑA RUFINA. (Saliendo.)

¡Jesús, qué escalera tan...!

(Repara en DON JUAN y en su hija.)

Mas ¡lindo cuadro, por Dios!

¿Conque así encuentro a los dos,

a la niña y al galán?...

Hija, Paquita, ¿qué es esto?

La desvergüenza me place.

Y en mi casa usted, ¿qué hace?

Don Juan, a la calle, y presto.

DON JUAN. Yo no sé lo que me pasa.

Mi tranquilidad perdida...

DOÑA RUFINA. ¿No le he dicho que en su vida

ponga los pies en mi casa?

DON JUAN. Pero, señora...

DOÑA RUFINA. Marchad,

marchad al punto de aquí.

DOÑA PAQUITA. ¡Ay mamá!... ¡Triste de mí!

DOÑA RUFINA. Calla, Paquita.

DON JUAN. Escuchad,

DOÑA RUFINA. ¿Qué he de escuchar, insolente?

Salid de esta casa luego.

DOÑA PAQUITA. ¡Mamá!... ¡Por piedad os ruego...

DOÑA RUFINA. Salid, pues. Niña, detente.

(Vase DON JUAN.)

Escena VI

DOÑA PAQUITA y DOÑA RUFINA

 

DOÑA PAQUITA. ¡Mamá!

DOÑA RUFINA. No hay mamá, Paquita.

Este don Juan o don Necio

sólo merece desprecio,

y su pesadez me irrita.

Escena VII

DOÑA PAQUITA, DOÑA RUFINA y ANA

 

ANA. El puchero y los dos platos,

que era todo nuestro ajuar,

los han echado a rodar

los malditísimos gatos.

(Repara en DOÑA RUFINA.)

Mas ¡ay!

DOÑA RUFINA. ¿Te asustas? ¡Ladina!...

No pienses, no, que me engaña

la ridícula maraña

que has urdido en la cocina.

Tuya es la culpa, embrollona.

ANA. Los gatos fueron, señora.

DOÑA RUFINA. No hablo de gatos ahora.

ANA. Pues ¿de qué?

DOÑA RUFINA. ¿De qué, bribona?

De tu descuido y no más.

¿No te di orden terminante

de que entrar a ese tunante

no permitieras jamás?

ANA. ¿A quién...? Nada sé.

DOÑA RUFINA. ¿No sabes?

ANA. Pero ¿por qué es esta riña?

DOÑA RUFINA. Otra vez tendré a la niña

debajo de veinte llaves.

No fuera malo que yo

a un horterilla quisiera

por yerno. ¡Bueno estuviera!

¿Quién tal cosa imaginó?

DOÑA PAQUITA. Pues, mamá, no hace ocho días

que usted lo solicitaba,

y sólo me aconsejaba

que, amable...

DOÑA RUFINA. Bachillerías

son ésas que no permito,

mocosa. ¿Te has olvidado

que la suerte se ha mudado?...

No repliques, que me irrito.

Acaba de convencerte

de que si en don Juan pensé,

para dar remedio fue

a nuestra apurada suerte;

mas ya que viene tu tío

nuestras deudas a pagar,

y la casa a levantar,

casarte mejor confío.

DOÑA PAQUITA. Pero ¡si mi abuelo era

un miserable barquero,

y sólo de marinero

a Lima fue!...

DOÑA RUFINA. Bachillera,

calla.

(A ANA.)

Tú, ¿qué haces ahí?

¿Lo que decimos oyendo?

Márchate al punto.

ANA. (Aparte.)

Ya entiendo

por lo que me echa de aquí.

Como si toda Sevilla

de esta familia la historia

no supiera de memoria,

más que un niño la cartilla.

(Vase.)

Escena VIII

DOÑA PAQUITA y DOÑA RUFINA

 

DOÑA RUFINA. Y tú...

DOÑA PAQUITA. Pues qué, ¿suficiente

no era haberme yo casado

con un mercader honrado

que tiene...?

DOÑA RUFINA. Calla, imprudente.

Tu lengua sea maldita.

¿Quién en recordar te mete

si fue barquero o grumete

mi padre?...

DOÑA PAQUITA. ¿Es malo?

DOÑA RUFINA. Paquita,

lo que fue y está olvidado

no se debe recordar.

Y sólo hemos de pensar

en lo que en lustre ha ganado

nuestra familia. Casada

he estado con un marqués

de segundas...

DOÑA PAQUITA. Sólo un mes.

DOÑA RUFINA. Mas de todos soy llamada

mi señora la marquesa.

DOÑA PAQUITA. Y todos también, mamá...

DOÑA RUFINA. Bien; y a mí, ¿qué se me da?

Me envidian, y no me pesa.

Que me quiten el dictado,

y el ser mi hermano un señor

comisario ordenador

con su uniforme bordado.

DOÑA PAQUITA. Lo hizo la Junta central;

y lo que en ello gastó

ahora lo quisiera yo

para no pasarlo mal.

DOÑA RUFINA. Me desesperas. Por cierto,

pagas muy bien el afán

en que de continuo están

don Miguel y don Alberto,

grados y honores buscando...

y su continua contienda

en darnos honor...

DOÑA PAQUITA. La hacienda

como el humo disipando,

y mi tío don Miguel...,

¿por qué no va al regimiento?

DOÑA RUFINA. (Con impaciencia.)

Ya no tengo sufrimiento;

me está llevando Luzbel.

Bestia, incapaz, habladora,

¡qué alma tienes tan vulgar!

Nunca he podido lograr

que aprendas a ser señora.

Escena IX

DOÑA PAQUITA, DOÑA RUFINA y DON ALBERTO, que vienen de la calle

 

DON ALBERTO. Tus voces oye cuanta gente pasa.

¿Con quién tan sofocada estás, Rufina?

¿Siempre ha de haber pendencia en esta casa?

DOÑA RUFINA. ¿Con quién la he de tener? Con tu sobrina,

que con su necedad y sus amores

me aburre, y sin cesar me desatina.

Despreciando los títulos y honores

por ese mercachifle, dice cosas

que hacen salir al rostro los colores.

DON ALBERTO. ¡Cómo ha de ser, hermana! Caprichosas

son siempre las muchachas.

DOÑA PAQUITA. Solamente

yo le decía...

DOÑA RUFINA. ¿Replicarme aún osas...?

Retrónicas no quiero, impertinente.

Vete a tu cuarto.

DOÑA PAQUITA. Voy...

DON ALBERTO. Déjala.

DOÑA RUFINA. Alberto,

sufrir no puedo más a esta insolente.

(Vase DOÑA PAQUITA.)

Escena X

DOÑA RUFINA y DON ALBERTO

 

DOÑA RUFINA se quita la mantilla y la pone sobre una silla

DON ALBERTO. Sosiégate, hermana, pues.

DOÑA RUFINA. Y bien: ¿qué has adelantado?

DON ALBERTO. Eso iba yo a preguntarte;

porque yo, poco.

DOÑA RUFINA. Yo, algo.

A fuerza de ofrecimientos,

de labia, ruegos y halagos,

corriendo toda Sevilla,

la carta de nuestro hermano

de puerta en puerta leyendo,

y sobre ella ponderando,

conseguí del ebanista

que vive en calle de Francos

una cómoda, un sofá,

una mesa y lavamanos,

con que pondremos decente

al menos de Blas el cuarto.

También de aquella prendera,

fina como el mismo diablo,

que tiene en el Arenal

su prendería, he logrado

seis sábanas, dos colchones,

tres cortinas y un armario.

Pero, ¡ay Alberto! ¡Qué gente!

Y se llamarán cristianos!

DON ALBERTO. Pues ¿qué hicieron?

DOÑA RUFINA. ¿Qué han de hacer?

Pícaros, desconfiados,

de mi título y tu empleo

burlarse los plebeyazos,

y de la carta de Blas

hacer solamente caso.

DON ALBERTO. Una carta de las Indias

hace, Rufina, milagros.

DOÑA RUFINA. ¡Ah, que ya se me olvidaba!

El repostero italiano,

el que gobierna la casa

del marqués de Castilblanco,

también alquilar ofrece

dos fuentes y cuatro platos

de plata, con sus cubiertas,

mantel, servilletas, vasos...

Finalmente, todo aquello

que parezca necesario

para los primeros días.

DON ALBERTO. Pues entonces bien estamos,

y salimos del apuro.

DOÑA RUFINA. Sí, salimos; pero el caso

es que todos me pedían

el dinero adelantado,

y sólo a fuerza de fuerzas

a la fin se conformaron

a dar los dichos efectos

con tal de que nuestro hermano,

en cuanto llegue a Sevilla,

dé la cara a todo.

DON ALBERTO. Al cabo

eso, Rufina, no importa,

porque, a lo menos, logramos

que Blas el primer momento

nos encuentre en cierto estado

de decencia.

DOÑA RUFINA. Mas si al punto

de su llegada a asaltarlo

comienzan los acreedores...

DON ALBERTO. No faltará de engañarlos

nuevo medio, y detenerlos

un par de días acaso

no será difícil.

DOÑA RUFINA. Es

hasta pescar necesario

que no vengan a molerle.

DON ALBERTO. Pues eso digo...