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Una comedia de tres actos que sucede en Sevilla y nos presenta a Doña Rufina, viuda de un marqués. Desde la muerte de su esposo, Doña Rufina, su hermano y su primo viven solo de la generosidad de un hermano en las Indias. La obra empieza cuando la hija de Doña Rufina recibe una propuesta de matrimonio del hijo rico de un mercader. La proposición, que al inicio es agradecida por Rufina, se rechaza cuando llega una carta del hermano rico, en la que anuncia su retorno. Pero cuando don Blas llega a Sevilla, descubren que ha perdido toda su fortuna en un abordaje pirata. Una obra de teatro que dibuja un cuadro de costumbres, frío e ingenioso.
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Seitenzahl: 120
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Ángel de Saavedra
Comedia en tres actos
(Duque de Rivas)
Saga
Tanto vales cuanto tienes
Copyright © 1840, 2022 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726875157
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
La escena es en Sevilla, en casa de DOÑA RUFINA
La decoración es inmutable, y representa una sala de una casa particular. Al fondo, una puerta (del cuarto destinado para DON BLAS); a la izquierda, tres puertas (la primera, que comunica con la anterior de la casa; la segunda, al aposento de DON ALBERTO; la tercera, a los de DOÑA RUFINA y DOÑA PAQUITA); a la derecha, otra puerta (que da al corredor y escalera) y dos balcones que caen a la calle.
ANA y PASCUAL, con capa y sombrero
ANA. ¿Te vas ya a lucir el talle
porque salió la señora?...
¿O a la taberna?
PASCUAL. Habladora;
barra, guise, friegue y calle.
Voy adonde mandó el ama,
que por mi gusto me fuera
a mi cuarto y me tendiera
a descansar en la cama.
ANA. Muy bien te lo creo, sí,
pues sabes sólo hacer eso,
mientras cargas todo el peso
de la casa sobre mí.
(Vase PASCUAL por la derecha.)
ANA y DOÑA PAQUITA
DOÑA PAQUITA. Por Dios te lo ruego, Ana,
ten de entrambos compasión.
Don Juan frente del balcón
pasó toda la mañana,
y como a todos salir
ha visto, en entrar insiste:
en ti tan sólo consiste;
anda, déjale subir.
ANA. ¡Qué bobera!
DOÑA PAQUITA. Ana, ¡por Dios!,
algo que decirme tiene.
ANA. ¿Y si la señora viene
y os atrapa aquí a los dos?
DOÑA PAQUITA. No ha de volver en buen rato,
pues fue a andar toda Sevilla,
buscando muebles, vajilla,
ropa y el gran aparato
de recibir a este tío
que desde Lima nos viene...
ANA. Pues harto que buscar tiene.
De que lo halle desconfío.
DOÑA PAQUITA. A don Juan déjame ver,
que sus señas dan aviso
de que el hablarme es preciso,
y no hay nada que temer.
ANA. Y ¿qué os tendrá que decir?
DOÑA PAQUITA. Puede ser cosa importante.
ANA. Lo que dice todo amante:
que está por vos sin dormir,
que os idolatra y adora,
que por vos se ha de matar,
que sólo...
DOÑA PAQUITA. Déjale entrar,
y deja chanzas ahora.
Hazlo por mí.
ANA. Bueno es eso.
DOÑA PAQUITA. Muévate mi llanto, Anita.
ANA. ¡Válgame Dios, señorita!
¿Usted ha perdido el seso?
¿Cómo he de contravenir
a lo que mandado tiene
mi señora?... Pero él viene;
la escalera va a subir.
Se ha colado de rondón.
DOÑA PAQUITA. ¿Quién le abrió?
ANA. ¿Quién?... ¡Pese a tal!
El borracho de Pascual,
que dejó abierto el portón.
DOÑA PAQUITA. Toda tiemblo... Él es... ¡Ay Ana!
ANA. ¡Qué apuro si la señora...!
DOÑA PAQUITA. Se irá al momento;
tú ahora ten cuidado, a esa ventana.
ANA, a la ventana; DOÑA PAQUITA y DON JUAN
DON JUAN. ¿Tras de tantas penas,
Paquita adorada,
al fin logro verte?...
Consuela mis ansias.
¿Qué es esto, amor mío,
que a los dos nos pasa?
DOÑA PAQUITA. ¿Qué podré deciros?
Que soy desdichada.
DON JUAN. ¿De dónde nacieron
desventuras tantas?
Cuando en dulce lazo
iban nuestras almas
a gozar el premio
de amores sin tasa,
tu tío gozoso,
tu madre encantada
de ver el cariño
que por ti me abrasa;
de pronto me encuentro,
sin saber la causa,
con que me prohíben
entrar en tu casa,
con que me desdeñan,
me insultan, me ultrajan,
deshecho el contrato,
rota la palabra,
muertos los cariños,
las puertas cerradas.
Paquita, ¿qué es esto?
¿Por qué tal mudanza?
DOÑA PAQUITA. ¿No lo habéis ya visto
en aquella carta
que ayer pude echaros
por esa ventana?
DON JUAN. ¡Ay Paquita mía!
Lo que ella relata
confusiones nuevas
ha dado a mi alma.
No sé qué de Indias
en ella me hablas,
y de un cierto hermano
que tu madre aguarda,
y cuya venida...
DOÑA PAQUITA. Sí, la sola causa
de todas las penas
que en nosotros pasan
es venir un tío
que nadie esperaba.
DON JUAN. ¿Quién es ese tío
de quien ya se habla
por toda Sevilla,
y con su llegada
rompe de tal modo
tales esperanzas?
De este laberinto,
por tu amor, me saca.
DOÑA PAQUITA. ¿Y tengo yo tiempo
de explicaros nada?
Tiemblo de miraros
dentro de esta casa;
ya el veros ha dado
consuelo a mi alma.
DON JUAN. No quiero afligiros.
¿Queréis que me vaya?
DOÑA PAQUITA. ¡Ay don Juan!
DON JUAN. Paquita,
¿qué te sobresalta?
Casi me parece
que te hallo mudada.
Seis días sin vernos,
y sólo una carta,
y ésa tan confusa
y tan breve...
DOÑA PAQUITA. Y gracias
que escribirla pude.
Soy muy desdichada.
(Se oye ruido.)
ANA. ¡Ay Dios! Señorita,
¿oye usted la danza
que traen allá dentro
los gatos?
DOÑA PAQUITA. Ve, Ana;
pero vuelve pronto.
(Vase ANA.)
Los mismos, menos ANA
DOÑA PAQUITA. Y usted...
DON JUAN. ¿Qué me mandas?
DOÑA PAQUITA. Si mi madre viene...
DON JUAN. ¡Ah, que tengo el alma
de temores llena!
Mil dudas me asaltan.
¡Paquita! ¡Paquita!
¿Es todo una farsa,
todo fingimiento,
porque ya te cansan
mi amor, mi ternura,
mi fe y mi constancia?...
¡Ay, que las mujeres
todas sois voltarias!
Por piedad, al menos,
pues vine a tu casa,
donde me han traído
mi amor y mi audacia,
las dudas crueles
que atroces desgarran
mi angustiado pecho
por piedad aclara.
Si ya me aborreces,
si mi amor te cansa,
si en otros amores
tu pecho se abrasa,
no busques en Indias
embrollos y tramas.
Con franqueza dilo,
y verás, ingrata
que por complacerte
sabré...
DOÑA PAQUITA. Basta, basta;
al fin eres hombre,
y como hombre hablas.
De que no merezco
tus duras palabras
y reconvenciones,
pruebas tienes claras.
¡Ay si mis suspiros
y llanto escucharas,
y advertir supieras
lo que aquí, en el alma,
por tu amor y ausencia
de continuo pasa,
no injusto me dieras
el nombre de ingrata.
Mas ¿por qué me canso,
¡ay desventurada!,
en satisfacerte
cuando así me ultrajas?...
Dices que en las Indias
embrollos y tramas
busco por perderte.
¡Oh, cuánto te engañas!
Contenta mi madre,
contenta trataba
nuestro casamiento,
cuando, por desgracia,
de un tío que en Lima
hace tiempo estaba,
y a quien no conozco,
recibimos carta,
pintando riquezas
y montes de plata,
con que dice vuelve
riquísimo a España.
Es soltero y viejo,
y enfermo, y...
DON JUAN. Bien; calla,
que te entiendo, aleve.
DOÑA PAQUITA. ¿Qué entiendes...? Aguarda.
Mi tío, que llega
de hoy a mañana,
de partir sus bienes
con mi madre trata,
quién, desvanecida
con tal esperanza,
desdeña tu boda,
y a boda más alta...
DON JUAN. ¡Ay de mí, infelice!
DOÑA PAQUITA. No, no; que mi alma
es tuya, y o tuya
o de nadie.
DOÑA RUFINA. (Dentro.)
Ana.
¡Pues bueno el descuido está!
¿Quién dejó el portón abierto?
DON JUAN. (Sorprendido.)
¡Ay!, que nos han descubierto.
DOÑA PAQUITA. ¡Ay Dios mío, que es mamá!
DOÑA PAQUITA, DON JUAN y DOÑA RUFINA, de saya y mantilla por la derecha
DOÑA RUFINA. (Saliendo.)
¡Jesús, qué escalera tan...!
(Repara en DON JUAN y en su hija.)
Mas ¡lindo cuadro, por Dios!
¿Conque así encuentro a los dos,
a la niña y al galán?...
Hija, Paquita, ¿qué es esto?
La desvergüenza me place.
Y en mi casa usted, ¿qué hace?
Don Juan, a la calle, y presto.
DON JUAN. Yo no sé lo que me pasa.
Mi tranquilidad perdida...
DOÑA RUFINA. ¿No le he dicho que en su vida
ponga los pies en mi casa?
DON JUAN. Pero, señora...
DOÑA RUFINA. Marchad,
marchad al punto de aquí.
DOÑA PAQUITA. ¡Ay mamá!... ¡Triste de mí!
DOÑA RUFINA. Calla, Paquita.
DON JUAN. Escuchad,
DOÑA RUFINA. ¿Qué he de escuchar, insolente?
Salid de esta casa luego.
DOÑA PAQUITA. ¡Mamá!... ¡Por piedad os ruego...
DOÑA RUFINA. Salid, pues. Niña, detente.
(Vase DON JUAN.)
DOÑA PAQUITA y DOÑA RUFINA
DOÑA PAQUITA. ¡Mamá!
DOÑA RUFINA. No hay mamá, Paquita.
Este don Juan o don Necio
sólo merece desprecio,
y su pesadez me irrita.
DOÑA PAQUITA, DOÑA RUFINA y ANA
ANA. El puchero y los dos platos,
que era todo nuestro ajuar,
los han echado a rodar
los malditísimos gatos.
(Repara en DOÑA RUFINA.)
Mas ¡ay!
DOÑA RUFINA. ¿Te asustas? ¡Ladina!...
No pienses, no, que me engaña
la ridícula maraña
que has urdido en la cocina.
Tuya es la culpa, embrollona.
ANA. Los gatos fueron, señora.
DOÑA RUFINA. No hablo de gatos ahora.
ANA. Pues ¿de qué?
DOÑA RUFINA. ¿De qué, bribona?
De tu descuido y no más.
¿No te di orden terminante
de que entrar a ese tunante
no permitieras jamás?
ANA. ¿A quién...? Nada sé.
DOÑA RUFINA. ¿No sabes?
ANA. Pero ¿por qué es esta riña?
DOÑA RUFINA. Otra vez tendré a la niña
debajo de veinte llaves.
No fuera malo que yo
a un horterilla quisiera
por yerno. ¡Bueno estuviera!
¿Quién tal cosa imaginó?
DOÑA PAQUITA. Pues, mamá, no hace ocho días
que usted lo solicitaba,
y sólo me aconsejaba
que, amable...
DOÑA RUFINA. Bachillerías
son ésas que no permito,
mocosa. ¿Te has olvidado
que la suerte se ha mudado?...
No repliques, que me irrito.
Acaba de convencerte
de que si en don Juan pensé,
para dar remedio fue
a nuestra apurada suerte;
mas ya que viene tu tío
nuestras deudas a pagar,
y la casa a levantar,
casarte mejor confío.
DOÑA PAQUITA. Pero ¡si mi abuelo era
un miserable barquero,
y sólo de marinero
a Lima fue!...
DOÑA RUFINA. Bachillera,
calla.
(A ANA.)
Tú, ¿qué haces ahí?
¿Lo que decimos oyendo?
Márchate al punto.
ANA. (Aparte.)
Ya entiendo
por lo que me echa de aquí.
Como si toda Sevilla
de esta familia la historia
no supiera de memoria,
más que un niño la cartilla.
(Vase.)
DOÑA PAQUITA y DOÑA RUFINA
DOÑA RUFINA. Y tú...
DOÑA PAQUITA. Pues qué, ¿suficiente
no era haberme yo casado
con un mercader honrado
que tiene...?
DOÑA RUFINA. Calla, imprudente.
Tu lengua sea maldita.
¿Quién en recordar te mete
si fue barquero o grumete
mi padre?...
DOÑA PAQUITA. ¿Es malo?
DOÑA RUFINA. Paquita,
lo que fue y está olvidado
no se debe recordar.
Y sólo hemos de pensar
en lo que en lustre ha ganado
nuestra familia. Casada
he estado con un marqués
de segundas...
DOÑA PAQUITA. Sólo un mes.
DOÑA RUFINA. Mas de todos soy llamada
mi señora la marquesa.
DOÑA PAQUITA. Y todos también, mamá...
DOÑA RUFINA. Bien; y a mí, ¿qué se me da?
Me envidian, y no me pesa.
Que me quiten el dictado,
y el ser mi hermano un señor
comisario ordenador
con su uniforme bordado.
DOÑA PAQUITA. Lo hizo la Junta central;
y lo que en ello gastó
ahora lo quisiera yo
para no pasarlo mal.
DOÑA RUFINA. Me desesperas. Por cierto,
pagas muy bien el afán
en que de continuo están
don Miguel y don Alberto,
grados y honores buscando...
y su continua contienda
en darnos honor...
DOÑA PAQUITA. La hacienda
como el humo disipando,
y mi tío don Miguel...,
¿por qué no va al regimiento?
DOÑA RUFINA. (Con impaciencia.)
Ya no tengo sufrimiento;
me está llevando Luzbel.
Bestia, incapaz, habladora,
¡qué alma tienes tan vulgar!
Nunca he podido lograr
que aprendas a ser señora.
DOÑA PAQUITA, DOÑA RUFINA y DON ALBERTO, que vienen de la calle
DON ALBERTO. Tus voces oye cuanta gente pasa.
¿Con quién tan sofocada estás, Rufina?
¿Siempre ha de haber pendencia en esta casa?
DOÑA RUFINA. ¿Con quién la he de tener? Con tu sobrina,
que con su necedad y sus amores
me aburre, y sin cesar me desatina.
Despreciando los títulos y honores
por ese mercachifle, dice cosas
que hacen salir al rostro los colores.
DON ALBERTO. ¡Cómo ha de ser, hermana! Caprichosas
son siempre las muchachas.
DOÑA PAQUITA. Solamente
yo le decía...
DOÑA RUFINA. ¿Replicarme aún osas...?
Retrónicas no quiero, impertinente.
Vete a tu cuarto.
DOÑA PAQUITA. Voy...
DON ALBERTO. Déjala.
DOÑA RUFINA. Alberto,
sufrir no puedo más a esta insolente.
(Vase DOÑA PAQUITA.)
DOÑA RUFINA y DON ALBERTO
DOÑA RUFINA se quita la mantilla y la pone sobre una silla
DON ALBERTO. Sosiégate, hermana, pues.
DOÑA RUFINA. Y bien: ¿qué has adelantado?
DON ALBERTO. Eso iba yo a preguntarte;
porque yo, poco.
DOÑA RUFINA. Yo, algo.
A fuerza de ofrecimientos,
de labia, ruegos y halagos,
corriendo toda Sevilla,
la carta de nuestro hermano
de puerta en puerta leyendo,
y sobre ella ponderando,
conseguí del ebanista
que vive en calle de Francos
una cómoda, un sofá,
una mesa y lavamanos,
con que pondremos decente
al menos de Blas el cuarto.
También de aquella prendera,
fina como el mismo diablo,
que tiene en el Arenal
su prendería, he logrado
seis sábanas, dos colchones,
tres cortinas y un armario.
Pero, ¡ay Alberto! ¡Qué gente!
Y se llamarán cristianos!
DON ALBERTO. Pues ¿qué hicieron?
DOÑA RUFINA. ¿Qué han de hacer?
Pícaros, desconfiados,
de mi título y tu empleo
burlarse los plebeyazos,
y de la carta de Blas
hacer solamente caso.
DON ALBERTO. Una carta de las Indias
hace, Rufina, milagros.
DOÑA RUFINA. ¡Ah, que ya se me olvidaba!
El repostero italiano,
el que gobierna la casa
del marqués de Castilblanco,
también alquilar ofrece
dos fuentes y cuatro platos
de plata, con sus cubiertas,
mantel, servilletas, vasos...
Finalmente, todo aquello
que parezca necesario
para los primeros días.
DON ALBERTO. Pues entonces bien estamos,
y salimos del apuro.
DOÑA RUFINA. Sí, salimos; pero el caso
es que todos me pedían
el dinero adelantado,
y sólo a fuerza de fuerzas
a la fin se conformaron
a dar los dichos efectos
con tal de que nuestro hermano,
en cuanto llegue a Sevilla,
dé la cara a todo.
DON ALBERTO. Al cabo
eso, Rufina, no importa,
porque, a lo menos, logramos
que Blas el primer momento
nos encuentre en cierto estado
de decencia.
DOÑA RUFINA. Mas si al punto
de su llegada a asaltarlo
comienzan los acreedores...
DON ALBERTO. No faltará de engañarlos
nuevo medio, y detenerlos
un par de días acaso
no será difícil.
DOÑA RUFINA. Es
hasta pescar necesario
que no vengan a molerle.
DON ALBERTO. Pues eso digo...