The Lucky Ones - Clara Cortés - E-Book

The Lucky Ones E-Book

Clara Cortés

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Beschreibung

Billie Grace es la princesa del pop. Dueña del amor de todo el mundo y… aparentemente también del corazón del cantante indie Matt Berry. En cuanto los rumores de romance empiezan a circular, se monta todo un show a su alrededor, son los favoritos de la prensa y cada una de sus canciones parece contar una historia de amor. Lo que nadie debe saber jamás, es que cada aparición, cada caricia y rumor, no es más que parte de una elaborada coreografía para mantener sus secretos bajo tierra. Y, detrás del telón, Amber y Charlie mueven los hilos de esta farsa. Aunque… ellas también tienen sus propios secretos. Secretos que mejor si no salen a la luz. Clic. Clic. ¡CLIC! ¿Cuánto estarías dispuesto a fingir para que continúe el show?

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De quienes éramos cuando nació The Lucky Ones:

No hay mayor placer que sentir orgullo por nuestras pasiones. Que sentirnos orgullosos de a quién amamos y cómo lo hacemos. Todos merecemos amar sin miedo.

Escribimos esta historia porque no podíamos no hacerlo, pero siempre fue un poco de ustedes también. Todos merecemos sentir que somos los afortunados.

— Paula.

Ojalá se obsesionen tanto con algo que no puedan pegar ojo en una semana. Ojalá compartan esa historia con alguien, y chillen, y lloren de orgullo y de pura alegría. Ojalá no tengan que esconderse nunca, y puedan disfrutar de las cosas siempre, siempre, siempre.

— Clara.

Y de quienes somos ahora:

Para los que tienen un secreto y para los que lo gritan por todo lo alto; tu voz es la más bonita de las canciones, y espero tener la suerte de escucharte algún día.

— Paula.

Para la gente que existe en mis redes, gracias por compartir conmigo sus pasiones, sus alegrías y su música.

— Clara.

1

AMBER

Hay una cosa que nadie comenta sobre la idolatría: es despiadada. Cruel. Pero, sobre todo, un engaño. Tomas a alguien, a cualquier persona, y lo conviertes en tu objeto de deseo. De repente, no existe nadie más. Se han convertido en tu prioridad. Y mientras los pones por delante de todo, en el centro de tu mundo, despegan. Vuelan por encima de cualquier cielo posible y tú levantas las manos mientras proyectan su sombra sobre ti.

Los envías muy alto, los conviertes en criaturas celestiales. Pero, cuando están ahí, solo les queda una cosa por hacer. Caer. Los buitres los desgarraran mientras les recuerdan sin parar lo que una vez fueron. Los choques son igual de rápidos y atronadores. Los huesos se entremezclan con la piel, rompiéndose cuando se estrellan contra el suelo.

Todo se remonta al mito, ¿no? Ícaro y las alas malditas que heredó, que lo hacían volar cada vez más alto, demasiado cerca del sol.

Nosotros nos quedamos mirando cómo se oscurecía su figura antes de que cayera.

Damos forma a los ídolos para que hagan y digan lo que queremos ver y escuchar. Personas que sonreirán y andarán de la forma que necesitamos que sonrían y caminen; saludarán a los desconocidos y subirán al coche lo más rápido posible. Un disparo, bang. La fotografía perfecta. ¿Puedes ver esa sonrisa? Ahora, la imagen llega a las revistas, que se preguntan e inspeccionan los detalles de su nuevo collar, el mismo collar que ahora es también tuyo, esa réplica brillante que te ha costado 7.99 más envío.

Vives indirectamente a través de los artículos, haciéndote las preguntas adecuadas para acercarte a la verdad que quieres creer. ¿Qué dice? ¿Que no sonríes tanto, pajarito? Ícaro bate las alas. “Hay algún problema en el paraíso?”, pregunta la prensa.

La sombra se mueve. Hoy, esas preguntas se han convertido en armas que devienen conversaciones. Y los rumores se propagan rápidamente en el vasto océano de las noticias y las redes sociales. Los ídolos ya no vuelan, se dirigen hacia el sol, el centro de atención, el escenario; un Olimpo propio.

Y, sin lugar a dudas, hay una pieza central en ese panteón.

Hablo de Billie Grace, por supuesto. Su música, sus canciones, sus vestidos, sus looks de alfombra roja. Siempre está resplandeciente, digna. Todo el mundo sabe que nadie acapara las cámaras como ella. Dondequiera que vaya, las cabezas se vuelven y la gente la mira con incredulidad. Y los sorprende mirándolos, una sonrisa cargada como un arma. Ella sonríe y concede un autógrafo, rompe una regla o dos para sacarse una foto contigo. Algunos dicen que es amable. Otros la consideran calculadora y manipuladora.

De todas formas, la miran y susurran. Y las historias que cuentan sobre ella, ruidosas como enjambres de abejas, se silencian unas a otras.

Después de las dos semanas que llevo trabajando para ella, puedo jurar que es mucho más complicado que todo esto.

Lo que más me aterroriza de la idolatría es saber que, incluso si tratáramos de hacer humanas a personas como Billie, parece que no podemos. A todos nos gustan las cosas brillantes e inalcanzables. Las tragedias doradas nos hipnotizan. Pero ¿hasta dónde está dispuesto a llegar el becerro de oro para seguir siendo loable y noble, justo a su nombre, sacrificado? ¿Qué precio está dispuesto a pagar el héroe por la altura, por la fiebre de la fama? Y lo más importante, ¿qué pasará cuando la rueda se pare, en el momento en que fracase?

La recuerdo, hace menos de una semana, sentada en un sillón, preparada para una entrevista. Billie todavía llevaba el pelo largo, recogido en un moño inocente, y maquillaje natural, parecía joven y buena. Hasta llegué a creer que era sincera cuando dijo:

–Cuando alguien se desenamora de ti, no hay nada que puedas hacer para recuperarlo. –Esbozó una sonrisa triste pero audazmente preciosa–. Me temo que lo he aprendido por las malas.

Ese también fue el primer día que me vio, vestida de cuero y con las gafas de sol en la cabeza. Cuando salió de la entrevista, después de darle las gracias al entrevistador con un firme apretón de manos, se acercó a nosotras. A Lilah y a mí. Pero me preguntó solo a mí, y a nadie más, si quería un café.

Pecando de timidez, dudé antes de decir que sí.

Me dio el suyo al momento, asegurándome que no le permitían tomar lácteos, pero que le gustaba el olor. No parecía cansada, pero algo iba mal. Y no pude evitar mirarla fijamente, preguntándome si era la presión del aire, preparándonos a todos para el golpe.

–¿Sigue en su habitación? –Lilah suena hostil por teléfono.

–Llegué hace veinte minutos. El servicio me abrió la puerta. Todavía no ha bajado, no.

Puedo escuchar sus pasos por encima de mi cabeza, recorriendo el pasillo. Pero aquí estoy, con miedo a dar un paso en falso.

–¿Emily sigue ahí, entonces?

Mi jefa está cerca de la piscina. Puedo oír a los niños gritar y reír, el agua salpicando.

–Me dio las llaves y se fue. Pero dijo que Billie estaba en la sala de escritura cuando llegó y que no ha comido nada desde entonces. –Frunzo el ceño–. ¿Debería preocuparme? ¿Eso es nuevo?

–No lo es –se queja–. Pero escucha, Amber, tienes que hacer que se ponga a trabajar. –Se está pellizcando la nariz. Es algo muy típico en ella. Sé que estoy decepcionando a mi jefa. Y aunque me siento mal por ello, me recuerdo a mí misma que no accedí a nada de esto. Solo soy una becaria. No debería saber cómo tratar a una artista multimillonaria que atraviesa una crisis existencial–. Llama a su estilista y dile que está en camino. Las visitas de Pablo suelen levantarle el ánimo.

–Pablo es el estilista, apuntado.

–Ya deberías saberlo… –Suspira Lilah–. Escucha, solo tienes que obligarla a salir de la cama y que se ponga en marcha. Ellos harán el resto.

–Lo sé. Es solo que... –Suspiro a modo de respuesta–. ¡Tú lo haces mil veces mejor!

Me he disfrazado para nada. Blazer, zapatos, pendientes. No me esperan a mí, sino a la chica guapa que se esconde detrás de la puerta del final del pasillo de la planta superior. Billie Grace, por supuesto. Que sigue en casa en lugar de ponerse en marcha. Ella es la que tiene que actuar, no yo.

Nadie debería poner sus expectativas en mí, nunca.

Ya no.

–Ella confía en ti, Lilah, no en mí. ¿Cómo se supone que voy a entrar en su habitación y...?

–Has entrado en su casa.

–Yo... Lo que quiero decir es: ¿y si está desnuda?

–Sobrevivirás, Amber. Estoy segura de que no será la primera mujer a la que ves desnuda. –Se ríe.

Vuelvo a suspirar, mirando al techo.

–Se suponía que sería un trabajo fácil, tía.

–Eso es lo que pensaba tu padre, pero ya te lo dije. –Ha vuelto la tía Lilah. Para ser justos, me advirtió de que el trabajo era difícil. Simplemente lo ignoré y acepté el salario como un niño acepta caramelos–. Además, ¿por qué te dedicarías a representar personas si luego no puedes hablar con ellas?

–Mi intención era asesorar a empresas pequeñas, no a... –No puedo maldecir por teléfono. ¿Y si me escucha?–. La cantante de pop más exitosa del año. A quien todos esperan. Cuya carrera depende de esta estupidez... Si era tan importante, ¿por qué te has ido de vacaciones?

Puedo escucharla sonreír al otro lado de la línea.

–Tengo una familia, Amber. Y, como has dicho, estoy de vacaciones, así que eres tú quien debe encargarse de todo esto. Porque es tu trabajo. Y debes recordarle a Billie cuál es el suyo. Si todavía lo quiere...

La cocina está impecable, excepto por la botella de vino abierta en la encimera. Tengo que dejar de resoplar.

–Vamos a repasar todas tus tareas: tienes que obligarla a levantarse, llamar al estilista, acompañarla, asegurarte de que los paparazzi saquen algunas fotos y luego tendremos el resto de la semana libre –repito el plan como si así fuera más fácil–. No me he olvidado de nada, ¿verdad?

–Le diré a tu primo Jonah que le echas de menos.

Me río. Siempre me corta como si se estuviera deshaciendo de mí, aunque sea con mucha educación. Ya estoy acostumbrada.

–Sabes que no le echo de menos, ¿no?

–No necesita saberlo. –Ella también se ríe. Y aquí viene la advertencia–: Arregla esto o te despediré.

Sé que era una broma, pero cuando cuelga y me deja ahí, sola, empiezo a creer que lo decía en serio. Me guste o no, podría despedirme en cualquier momento. Esta es una industria muy competitiva y no le resultaría difícil encontrar a alguien que realmente sepa lo que hace.

Si hay algo que sé sobre mi trabajo, es que el más mínimo error te perseguirá el resto de tu vida. Si lo arruino, Billie tendrá que quedar con Matthew Berry en esa pequeña cafetería llamada The Bus Stop muchas más veces de las que necesita ahora mismo. Y se enfadará conmigo, porque eso es lo que hacen las estrellas. Y luego, Lilah se verá obligada a despedirme de todos modos, ¿no?

Porque la maldita Billie Grace nunca me perdonaría que la hiciese trabajar más de la cuenta.

Respiro hondo y me guardo el móvil en el bolsillo. Me miro en el reflejo de la vitrina.

Parezco una Barbie: pelo largo y rubio, camisa blanca, teléfono en mano.

La casa de Billie es tibia, pero en un sentido positivo. Incluso en verano, tienes que cubrirte los hombros. El mobiliario vintage y la humilde distribución de las diferentes estancias conforman una sencilla casa familiar. Por supuesto, los Grammy que hay en los estantes hacen que todo sea un poco pomposo. Supongo que eso es lo que rompe el hechizo. Mientras caminas, la sensación se calma y no puedes deshacerte de la ilusión de que estás en una especie de plató de cine.

La directora es la que se esconde en la planta de arriba, intentando vender la ilusión de su propia historia.

Las escaleras crujen cuando subo.

Es gracioso porque sé con certeza que no son viejas. La casa apenas tiene dos años. Me lo contó mi tía. Quería un gran jardín y un rincón para ella. Hay una sala de estar y una cocina. Junto a la puerta principal, una pequeña habitación con un piano. Ella la llama la sala de escritura, y es la que tiene las mejores vistas. Hay una puerta de cristal que conduce a una pequeña zona llena de gardenias. En una entrevista, dijo que le encanta sentarse ahí, con las puertas abiertas, con los calcetines de lana.

Entiendo por qué.

El piso superior es igual de acogedor. Aún no había estado ahí. Aunque andar por su casa como si fuera una propiedad pública me provoca un nudo en el estómago, tengo la curiosidad suficiente como para continuar.

Lo primero que veo es un baño, lo suficientemente grande para una familia de tres. En el medio, justo debajo de la ventana, hay una bañera. Los grifos dorados están trabajados de tal forma que parecen más viejos de lo que son. A mi izquierda, una pequeña biblioteca, con un sofá y un gran sillón. No tiene paredes, pero hay una gran claraboya en el techo, por lo que la luz cae directamente en el rincón de lectura. Me pregunto si es un buen lugar para observar las estrellas en otoño. Y, para mi sorpresa, me imagino llevando un cárdigan largo, como si acabase de salir de una novela de Jane Austen, contemplando la vida mientras camino por el pasillo.

La puerta del final del pasillo es la que conduce a su habitación y no está cerrada. No sé por qué me sorprende. De todos modos, ¿por qué iba a cerrarla? Está en su casa, sola. ¿No es suficiente privacidad? Excepto porqué sé a ciencia cierta que no lo es.

–¡Por el amor de Dios...!

Un gato pasa de largo, soltando un maullido antes de que pueda darle una patada al recuerdo y olvidarme de él. Parece hambriento, pero estoy segura de que sobrevivirá. Miro cómo el animal baja las escaleras y, como ya he roto mi silencio, decido hablar.

–¿Billie? Soy la asistente de Lilah.

Me alegro de que no me tiemble la voz. Sin embargo, creo que estoy a punto de romper una regla cuando camino hacia su habitación y llamo a la puerta.

–¿Estás ahí dentro?

–Aquí abajo.

La glamurosa y cándida Billie Grace está sentada en el suelo, detrás de su cama, mirando por la ventana. Aunque es verano, lleva un pijama con una especie de cárdigan gris claro por encima, justo como me había imaginado a mí misma segundos antes. El aire acondicionado está encendido, pero no entiendo por qué no lo apaga. Me pregunto si sabrá hacerlo. ¿Eso es presuntuoso?

–¿Qué haces ahí abajo? –pregunto, tratando de sonar casual, casi demasiado cariñosa.

Como ahora lleva el pelo corto, no la reconozco a primera vista. No parece ella. Su largo pelo rubio ha sido su marca personal durante muchos años. Todavía no hay fotos de su nuevo corte.

Creo que soy una de las primeras personas en verlo.

De repente, mira hacia arriba. Es como si pudiera leerme la mente. Aunque no soy capaz de controlar mi reacción, no vacila ante mi sorpresa.

Billie juega con un mechón de pelo, divertida.

–Es mi habitación. –Se encoge de hombros, como si no tuviera los ojos rojos o bolsas debajo–. ¿Tú qué tal?

Sabe que eso provocará una reacción de vergüenza por mi parte. Me aclaro la garganta y aparto la mirada con nerviosismo. Sin embargo, se ríe un poco antes de dejarme espacio y dar unas palmaditas en el suelo.

–Ven, siéntate conmigo.

Y eso es lo que hago. Me siento al lado de Billie Grace, la estrella de la década. No sé cómo hemos acabo así: sentadas en su suelo, en su dormitorio.

Debería haber supuesto que era algo que podía pasar.

–Lilah quiere que siga adelante con esto, ¿no? –pregunta antes de que pueda reunir el valor para decir algo–. Todo el asunto de la relación falsa con Matthew Berry. No va a dejarme en paz.

–Eh... Bueno. Ella es... Ella sabe que Berry es un cantante indie que ha ganado mucha fama últimamente y que tú quieres optar por el pop en este nuevo álbum. –Intento ser profesional, pero no tengo absolutamente ningún control sobre lo absurda que parece la situación. Me he limitado a memorizar mis líneas como una actriz–. Creo que es una decisión inteligente, incluso si trabaja con la discográfica de Molly. Podríamos obtener una buena oferta...

Billie sonríe. No aparenta veintisiete años, sino más, pero no tengo ni idea de por qué. Cumplí veintiséis la semana pasada y me sigue pareciendo que tengo dieciséis.

Quizá ella se sienta del mismo modo.

–Es una jugada inteligente –admite, pero no parece gustarle.

Si no pensara que mirar fijamente es de mala educación, me hubiese fijado en cómo hace un puchero. Ella mira por la ventana. Desde aquí, solo podemos ver las nubes y algunos pájaros.

–¿Amber?

¿Se sabe mi nombre? ¡Buah!

–¿Sí?

–Creo que no quiero hacerlo.

Me muerdo el labio inferior y trato de no mirarla. Sé que sus ojos azules son de otro mundo, y me da miedo que me manipule con su voz suave. Sin embargo, reúno fuerzas y termino volviendo la mirada hacia la de ella, más amigable de lo que debería.

–No pasa nada. –Me encojo de hombros, apoyándome en la cama–. ¿Qué quieres hacer?

Ahora es ella la que parece preocupada. Yo soy la que sonríe y ella la que se pone roja. De mis padres y su lista interminable de invitados aprendí que puedo, y actuaré, como si tuviera el control. Incluso si nunca lo tendré. Le ofrezco mucho: control, un pequeño rincón para luchar. ¿Es lo que quiere?

Le hago saber que estoy en su equipo, incluso cuando ambas sabemos que no puede luchar contra su contrato. ¿Acaso no es ese mi trabajo?

La chica que tengo sentada al lado no parece entender por qué haría algo así. Y, para ser sinceros, yo tampoco. Hasta cierto punto, intento que no me despidan, incluso si realmente no me importa el trabajo. Porque me gusta el dinero y lo que me aporta.

Supongo que son cosas que pasan, ambas tenemos la misma edad. De repente, la distancia parece acortarse.

–Quiero volver a la cama –cede.

La habitación nos mantiene juntas en el tiempo.

–Tú eres la que ha salido. –Me río–. Nadie te ha echado.

–Y quiero patatas fritas.

–Mmm... La verdad es que yo también.

–Y café.

–¿Con patatas fritas?

Seguro que he puesto una cara graciosa, porque deja escapar una carcajada antes de mirarme de manera cariñosa.

–Me gusta mojarlas en el café.

–Eso es asqueroso.

Ella se ríe de nuevo. Es extraño, porque ya no me siento tan incómoda. Sin embargo, cuando algo le cruza la mente, se acurruca. Con las piernas contra el pecho, Billie vuelve a mirar por la ventana y se muerde el labio inferior.

–¿Sabes por qué ya no quiero hacerlo?

–¿Ser una superestrella?

–No. –Vuelve a sonreír–. Esa parte me encanta...

–Apuesto a que también hay desventajas en ver tu cara en las vallas publicitarias todos los días.

–Pero yo no lo veo, al contrario que ustedes.

–Oh.

Nunca lo había pensado. Esta casa, sus pisos, los restaurantes de los que me habló la tía Lilah. Incluso cuando esos mundos chocan, la mayor parte del tiempo Billie Grace vive en un mundo diferente.

–Pero sabes que están ahí. Debe ser agotador.

–Lo es. Pero quiero pensar que hacen felices a mis fans.

–Estoy bastante segura de que lo hacen. –Antes de que pueda decir por qué lo hago, juego con mi propia ropa, como una niña–. ¿Entonces por qué?

–¿Por qué, qué?

–¿Por qué no quieres hacerlo?

Ella parece retroceder, insegura de si debería contármelo.

Lo entiendo.

No creo que esto se me dé bien.

Solo soy una chica normal cuyo bisabuelo cometió fraude y acabó con mucho dinero.

No quería ir a la universidad ni estudiar Relaciones Públicas, pero pensé que la tía Lilah podría conseguirme un trabajo si lo hacía.

Solo accedí porque quería que mi padre dejara de molestarme.

Mentí un poco y me creí esa mentira.

Mentira tras mentira, he acabado tumbada en este suelo.

Pero esto no es lo que soy, la-Amber-que-está-tirada-en-elsuelo-

de-Billie-Grace.

Esta es una especie de versión mutilada de mí misma, lo que encuentro increíblemente irónico dadas las circunstancias.

–No tienes que contármelo si no quieres –agrego al final.

Mirándola, creo que sé por qué se arruga y parece más vieja de lo que es.

Da la impresión de estar herida.

Algo que no sé le ha hecho daño. Parece sufrir donde nadie puede verlo.

Inalcanzable, pero, de alguna manera, dispuesta a que la encuentren, la chica me mira con los ojos llorosos.

–Iba a hacer todo esto para poder casarme con Anna este verano –dice, de repente–. Se suponía que esta farsa iba a durar un mes, más o menos, y después me tomaría un descanso. No iba a lanzar el álbum hasta después, si el sello discográfico aún lo quería. Lo planeamos con tanto cuidado...

Me he quedado sin palabras.

–¿Anna? –El cerebro se me descompone rápidamente, pero el nombre aparece en mi cabeza–. Espera, ¿Anna Archivald?

–Anna, sí.

Puedo escuchar un gemido cuando cierra los ojos.

–Espera un segundo, Billie. ¿Eres lesbiana?

Y antes de darme cuenta, abrazo a Billie Grace, intentando que deje de llorar.

Sollozos.

Su dolor es más grande que todo esto: la casa, la botella de vino, las llamadas.

Hay tantas cosas que no conozco bajo la superficie de sus heridas y el pelo corto. Muy por debajo de las delicadas mentiras elaboradas que se ha estado vendiendo a sí misma.

–Pero ha roto conmigo. –Llora–. Se ha ido, ¡y se va a casar

con él! ¿No te parece muy cruel?

2

CHARLIE

Lo juro por Dios, la gente rica y famosa tiene un gusto de mierda.

–Matthew, amigo, este es el apartamento más feo que he visto en mi vida.

Matt Berry me mira con los mismos ojos grandes y azules que llevan meses conquistando a las adolescentes de todo el país. ¿Qué digo del país? De todo el mundo. Tardo unos tres segundos en alzar la vista; igual que él sabe que no tiene poder sobre mí, ni siquiera con el pequeño puchero involuntario, yo soy consciente de que no pretende que sienta pena por él cuando hace eso: esa es su cara real y todo el que la ha visto piensa que es adorable, y el hecho de que no la esté fingiendo es precisamente lo que le está ayudando tanto a escalar posiciones en las listas de éxitos.

Bueno, a ver, que el chico suena increíble y a mí, personalmente, su música me gusta muchísimo, pero tenemos que admitir que todas esas niñas enamorándose perdidamente de él ayudan una barbaridad.

–Pero si me ha salido carísimo –murmura, confundido, mirando a su alrededor como si fuera la primera vez que está en su propia casa.

Tengo que contener una pequeña risa que definitivamente heriría sus sentimientos.

–Te habrá costado un dineral, chico, pero está decorado con el culo. Se parece a la casa de los Cullen en las pelis... en plan mal. ¿Alguna vez pasas tiempo aquí?

–La tele está genial para jugar.

Bueno, sí, eso puedo concedérselo. El tipo se ha comprado una pantalla tan alta como yo, lo que es impresionante porque, aunque yo mido un metro sesenta y parezco poca cosa, la escala suele ser diferente para pantallas y para chicas.

–¿Y el sofá? –insisto, solo por fastidiarlo.

–Bueno, no es muy cómodo, pero para estar un rato...

Se queda pensativo después de decir eso, como si hubiera tenido que venir yo a meterme con él para que se replanteara toda su vida (como mínimo, su sala de estar). Paso por delante para que no me vea sonreír y se piense que soy una engreída. A veces puedo serlo, claro, pero es solo de broma y solo un poquito.

La cocina es mi habitación favorita de la casa. Bueno, la única que me gusta, para ser honestos. Aunque solo es la segunda o tercera vez que vengo aquí, me he esforzado con creces en comentar lo horrible que es todo en cada una de mis visitas... por molestar, más que nada. Sin embargo, nunca he encontrado un motivo para meterme con este espacio. ¿Quién iba a decirlo? Tal vez haya dado por fin con mi kryptonita: una condenada cocina de ricos que este tipo no pisa más que para hacerse fideos instantáneos de vez en cuando, seguro. Que no es que yo sea aquí Gordon Ramsay, pero bueno, me gusta mucho lo blanco que es todo, la luz preciosa que tiene y los millones de cajones llenos de utensilios varios. La primera vez que vine me dediqué a abrirlos todos, sí. La segunda, escogí uno de los taburetes mejor situados, miré a Matthew Berry a los ojos y le dije “este será mi lugar a partir de ahora”, ante lo que él solo pudo contestar: “está bien”.

Me siento en él, abriendo la bandolera que llevo colgada del hombro al tiempo que echo un vistazo a mi alrededor. Siempre hay platos en el fregadero, lo cual me hace pensar en Matt más como en un universitario que como en un artista en ciernes, y eso me tranquiliza. Él me sigue, obediente como un perrito, y por el rabillo del ojo me fijo en que ha abierto la nevera.

Está vacía.

–¿Tienes hambre? –pregunta tímidamente, cerrándola. No sabe cómo tratar a los invitados y me hace mucha gracia verlo tan perdido–. Tengo... tengo un botín secreto de Nutella, puedo compartirlo.

Contengo una pequeña sonrisa. Ya lo sé, vi dónde lo escondía en una visita anterior, mientras husmeaba. Me pregunto si les ofrece un poco a todos sus invitados o si simplemente cree que soy digna de su confianza, pero, para mí, ese pequeño detalle en el fondo de un armario fue la prueba que necesitaba para saber que podía decirle que su casa era fea sin ganarme un despido.

–Estoy bien, gracias. Pero no te delataré con Molly si tú quieres comer –digo, y le guiño un ojo. Creo que le prohibió el azúcar, pero vamos, ¿qué daño va a hacerle un poco de chocolate? Tan malo no será, ¿no?

Me da las gracias y tengo la sensación de que podría llorar, pero no lo hace. Con un suspiro, me centro en mi trabajo y por fin saco el portátil.

–Bueno, a ver. Vamos un poco justos de tiempo, pero creo que, si nos centramos, podemos cerrarlo todo antes de la pantomima. –Cuando abro el ordenador, por alguna razón, parece que estuviera abriendo una especie de caja de Pandora. Él pone una cara que indica que piensa lo mismo y, durante unos segundos, siento lástima por él. Porque tenga que prepararse, porque tenga que hacer todo esto. Sin embargo, es solo un trabajo. El mío. El suyo. Y lo haremos sin sentir pena el uno por el otro, si puede ser–. Se supone que mañana por la mañana has quedado con Billie Grace en una cafetería pequeña llamada The Bus Stop. No será muy temprano, pero tienes que levantarte como a las cinco para llegar a Nueva York a tiempo. Hemos alquilado un jet privado, así que podrás echarte la siesta mientras vuelas. Suena bien, ¿no? Ducha mañanera, atravesar en país, tomarte algo y vuelta a casa. Rápido. Simple. Pan comido.

Él, que se ha colocado a mi lado, mira fijamente la pantalla donde tengo todo el horario escrito sin parecer demasiado seguro de nada.

–Sí, pan comido –repite, pero poco convencido–. Un poco excesivo, también.

No le voy a decir que no.

–Puede, pero ya verás que es genial. Solo es un café, y por la noche ya estarás en casa. Además, tengo entendido que el piloto es muy simpático, si eso te hace sentir mejor... Yo qué sé, quizá puedan charlar durante el viaje.

–Oh, ¿lo es? ¿Y cómo se llama?

Parpadeo un par de veces.

–¿Qué quieres decir?

–¿Sabes cómo se llama el piloto?

Qué carajos.

–Pues no –le digo. Como no esperaba que me saliese por ahí, me siento bastante torpe con mi siguiente respuesta–: Supongo que puedo preguntárselo a Molly, si quieres, pero seguro que se llama James o Charles, o algún nombre típico de piloto, yo qué sé.

–Oh, pero si pensaba que tú eras Charles.

Y tampoco estaba preparada para eso, claro, porque nunca espero que un inglesito introvertido se haga el gracioso, así que tardo unos segundos en soltar una risa. Qué imbécil. Supongo que es justo que bromee sobre mi nombre después de que yo me haya metido con su casa, pero no pienso dejar que se pase de listo conmigo, así que lo señalo con la expresión más seria que me sale (no muy seria, eso seguro) y le digo:

–Cuidado con lo que dices, chico Cullen, o expondré en mi Twitter tu rutina de autotune.

–Oh, pero eso probablemente sería mucho peor para ti, Charles –me replica, sonriendo. Ahora está más relajado, lo cual agradezco porque siempre es más fácil trabajar con él cuando está así–. La semana pasada leí un artículo de Buzzfeed que calificaba a las berries como las fans más apasionadas que existen, se te podrían echar encima.

–Espera a que se enteren de tu nueva historia de amor, van a perder tanto la cabeza que yo les daré igual. Ya veremos entonces si todavía te gustan tanto...

Quería ser graciosa, pero la sonrisa de Matthew se desvanece y es así como me doy cuenta de que la he cagado.

Es porque he dicho las palabras “historia de amor” y, aunque no están exactamente prohibidas, tampoco son precisamente bienvenidas bajo este techo. Mi jefa ya me advirtió que Matt no se estaba tomando muy bien lo de la tapadera o, al menos, lo de participar en ella: le dolía no poder ser él mismo y tener que fingir toda esta historia para encubrir otra de verdad, y le sienta bastante mal que se mencione todo lo que pasó. Lo que nos trajo aquí, los rumores que intentamos tapar con esta farsa: los de que Matt tenía un novio con quien le sacaron unas fotos en algún lugar del Reino Unido hace apenas unos meses.

Abro la boca para disculparme, pero, antes de que me dé tiempo a decir nada, él se gira hacia el armario más cercano, toma el envase de Nutella y una cuchara y se vuelve a sentar.

–Solo espero que esto funcione –murmura para sí mismo. Y luego empieza a comer directamente del recipiente. No puedo culparlo por hacerlo, la verdad, y jamás en la vida le echaría la bronca por ello, sobre todo teniendo en cuenta que esto es algo que he provocado yo con mi comentario.

Mierda, ahora me siento culpable.

–Bueno, ya verás que sí –le digo, acercando mi taburete–. Escucha, tienes el mejor equipo del mundo y Molly ha trabajado muy duro para planificarlo todo al detalle, para que todo salga bien. Encima estamos trabajando codo con codo con el equipo de Billie Grace, así que nada va a fallar. Tú confías en Molly y en su cerebro, ¿no? –Cuando asiente, las gafas se le deslizan hasta la punta de la nariz y, de repente, me parece un niño pequeño, como si las gafas no fueran suyas, sino de su padre. Me cuesta seguir, pero tomo aire e intento sonreír al decir lo siguiente–: ¡Genial! Porque, si tú confías en ella, ella confió en mí, y yo te cubro las espaldas, así que todo irá bien. Solo tenemos que ir paso a paso –añado, señalando la pantalla–, y todo habrá acabado antes de que te des cuenta. Un viaje rápido, quizá un roce de manos, y luego estarás en casa para acabarte esa Nutella y jugar a videojuegos en esa enorme televisión tuya.

Matthew Berry asiente en silencio y me pregunto qué le pasará por la cabeza, pero lo cierto es que es como un libro abierto.

Está asustado.

No me tiene que decir nada para que sepa que está asustado y cansado y perdido, aunque solo acabemos de empezar.

–Yo solo quería tocar, ¿sabes? –murmura, como si nuestras mentes estuvieran conectadas y nuestros pensamientos hubieran avanzado en la misma dirección–. Era divertido cuando subía cosas a YouTube, y luego cuando eso se convirtió en pequeños escenarios o alguna radio local y ya, pero ahora... no lo sé. Ya no creo que se trate solo de música, ¿sabes? Ahora es... ahora es más que eso.

Matt Berry dice “¿sabes?” y yo lo sé: yo tampoco creo que a la gente le sigan importando las letras, las melodías o los silencios. A mí me pasó algo así al principio, cuando mudarme a Los Ángeles y trabajar como asistente de relaciones públicas/encargada de redes sociales era lo más emocionante que podía hacer una exfan; sin embargo, estar en este mundillo es como participar en una obra de teatro escolar: ves los hilos y los árboles de papel y te das cuenta de que el maquillaje no es magia, solo pintura bien puesta. Ver las cosas entre bastidores no es emocionante, sino triste, soso y decepcionante. Y si yo lo veo de esta forma, siendo mi caso más tonto y más simple, no tengo ganas de estar en sus zapatos.

Mentiría si no dijera que me entristece verlo así, porque algo en él se está rompiendo.

Creo que dejar atrás a la persona que quieres por un sueño retorcido debe tener estas consecuencias. Si soy totalmente sincera, nunca he sabido muy bien qué ve todo el mundo en este chico escuálido, la verdad. Supongo que se centran en sus rasgos tiernos, en la guitarrita acústica y en los rizos rubios que nunca se peina, pero todo lo demás lo omiten, como si el esfuerzo que le supone estar aquí o la angustia que lleva siempre consigo no importasen nada. Yo, por el contrario, nunca dejo de pensar en lo que no dejo de ver: que venimos de lugares no tan distintos y que, de hecho, me necesita. Lo sé, suena absurdo, ¿por qué iba a necesitarme él a mí? Y, sin embargo, lo hace, porque la gente como nosotros tiene que echarse una mano mutuamente, sobre todo en un mundo tan hostil como el que él ha elegido y por el que yo rogué que me dejaran ser parte.

Por eso insistí en llevarlo yo, ¿no? Porque Molly lo trajo a la agencia como si fuera un gato callejero que acababa de encontrar en una caja y no supiera qué hacer con él, y, efectivamente, no lo sabía. Sus fans crecían solas, pero de forma lenta y sin que ninguna de las estrategias extra que probaban con él funcionara del todo, daba igual su potencial. Molly empezó a desesperarse con él mucho antes de que todo estallara, pero obviamente la cosa empeoró después de que aquellas fotos salieran a la luz; para mí, sin embargo, fue el momento en el que entendí qué era exactamente lo que no me cuadraba, pero también que él y yo somos iguales. Y sé lo que es que te miren y te rechacen por cómo eres, así que decidí que no podía permitir que a él también le pasara, y por eso estoy aquí. Porque asumí la responsabilidad de su nueva marca y de cómo íbamos a enfocar su presencia pública a partir de ahora. Porque, en cuanto me enteré de que Billie Grace estaba buscando a un chico nuevo para hacerle de tapadera, supe inmediatamente que el mío era la mejor opción, y me aseguré de que ella se enterara.

PowerPoint tremendo (que hice en tan solo una noche) aparte, creo que tal vez haya alguna ventaja en el hecho de que Matt Berry es y siga siendo mi punto débil, incluso si intento hacerme la dura cuando está cerca. Por eso es que me inclino sobre la encimera y le tomo la mano, aunque no somos amigos. Por eso lo toco como si intentase consolar a un amigo y no a un cantante de indie-pop que gana más en una semana que yo en todo un año.

Y no sé por qué sé que puedo hacer esto, pero él parece estar más agradecido por este gesto que por el chocolate.

–Todo va a ir bien, chico Cullen –le digo, y el apodo le hace sonreír solo un poco–. Estoy aquí, ¿okey? Y te tengo. Todo irá bien, prometido.

Sonríe. Es una sonrisa débil, de medio lado, pero sonríe y yo me siento un poco mejor.

–Tú y yo deberíamos ser amigos, Charlie.

Me río y lo suelto, haciendo una mueca.

–No funciona si lo dices en voz alta, pero no te preocupes, me pagan para que sea lo que tú quieras que sea. –Frunzo el ceño cuando me doy cuenta de que eso puede malinterpretarse y añado–: Con límites.

3

AMBER

Brandon mete la mano debajo de mi camisa, como si pensara que no sé lo que está haciendo. Lo paso por alto porque estoy concentrada en leer el correo electrónico de mi tía. Pero es un pijama de seda. De repente, solo puedo pensar en que, si no tiene cuidado, lo mataré.

Me costó mucho dinero. Es suave y cómodo, como su tacto, mientras se mueve y me sujeta por detrás. Sonrío porque a veces es como un niño. Dejo que me abrace fuerte, tan fuerte como en sus sueños. Ambos sabemos lo que toca ahora.

–¿En serio tienes que irte? –Me acaricia los oídos con los labios, burlándose.

–Bueno, es un viaje gratis a Londres. –Miro el techo, apoyándome en él. Su olor me impregna–. De hecho, tengo muchas ganas, por si te interesa saberlo.

–Te tienen súper malcriada, cariño.

Brandon me acerca más y se ríe. Resulta obvio que siente algo. No como yo.

Llevamos seis meses saliendo y no siento nada en absoluto.

–¿Qué quieres decir?

–Bueno, para empezar, te vas a Londres mientras yo tengo que ir a trabajar. –La forma en que su voz me llega me indica que está sonriendo. Pero yo no–. ¿Y si encuentras un chico mejor allí?

–Bueno, me voy por trabajo, no por placer.

Intenta mirarme a los ojos, pero me besa las mejillas.

–Dices que no te gusta tu trabajo...

–Bueno, a veces. ¿Es que a ti no te gusta el tuyo?

Se encoge de hombros y dice que solo es un trabajo. Pero ser un atleta a tiempo completo requiere mucho esfuerzo. Me lo imagino todo sudado, saltando. Tiene la piel radiante y está tan guapo como siempre. Porque no puedo negar que es muy guapo. Parece un modelo, o algo así: ojos y pelo oscuro, pestañas largas, piel negra.

Sé a ciencia cierta que no es solo un trabajo para él, y eso me gusta. Incluso cuando significa que solo nos vemos unos días al mes.

Aunque no lo admita en voz alta, es la parte que más me gusta.

Brandon me pidió salir un lunes por la mañana. Llevábamos un tiempo siendo amigos. Antes de conocernos, él era solo un amigo de Nessa que, una vez a la semana, le daba me gusta a mis publicaciones de Instagram. Nos vimos por primera vez en una fiesta y parece ser que le gusté mucho. Unas cuantas noches de borrachera después, me lleva a casa y me empieza a quitar la ropa, le digo que no es el momento y me dice que podemos dormir o ver una película, me cepilla el pelo y me duermo. Me parece lo más romántico que me ha pasado en la vida.

Brandon me dijo que, por encima de todas las cosas, quería estar conmigo. Para él, fue así de simple. Así que acepté. ¿Por qué no?

–Disfruta de Londres, preciosa. –Me besa en el umbral y se asegura de que lleve un paraguas en el bolso antes de que las puertas del elevador se cierren–. Te echaré de menos.

–Yo también –respondo con la misma dulzura.

Pero creo que ambos sabemos que solo estamos fingiendo.

Han pasado casi dos meses desde que Billie Grace fue vista con Matthew Berry por primera vez. Como estaba con ella ese día, me perdí toda la acción. En algún lugar de la ciudad, los medios de comunicación se pusieron manos a la obra para obtener el mayor alcance en redes y vender la exclusiva a blogs y revistas. Lo seguí todo desde la casa de Billie, con el móvil en la mano.

Al parecer, hicimos un trabajo brillante: hoy, todo el mundo habla de ellos, intentando encontrarlos en el nidito de amor en el que se esconden.

También ha pasado un mes desde que Billie Grace lloró en mi hombro y me contó toda su historia con Anna Archivald.

La carrera de Archivald es muy diferente a la suya. Aunque la de Billie es el resultado de las inversiones de su padre en la industria de la música y la voluntad de su madre de mostrar los talentos musicales de su hija, Anna se crio en una familia privilegiada. Hija de una pintora y un músico, a los dieciséis años decidió dedicarse a la actuación. Quería ser actriz de teatro y acabó metida en una serie para adolescentes: Joy. La tía Lilah siempre dice que esas series son un infierno mediático. Pero a los padres de Anna no pareció importarles lo más mínimo.

Mientras que Billie todavía parecía una niña, prisionera de su familia y su discográfica, la despreocupación de Anna era asombrosa. Desde muy joven caminaba por las alfombras rojas con total confianza. Siempre ha sido muy madura y ha mantenido los pies en la tierra. Y mientras Billie me contaba la historia, no pude evitar entender por qué estaba tan desesperada por mantenerla a su lado.

Me rompió el corazón saber que, después de más de tres años jugando al escondite, reconciliaciones y una larga lista de tapaderas, Anna le había dado la espalda de esa manera (sus palabras, no las mías). Incluso después de la propuesta, los anillos, los sí-quiero. Justo antes de que se fugaran al más puro estilo Romeo y Julieta, Anna la abandonó. Sabía que no me lo había contado todo, pero no quería presionarla para que me diera más detalles.

Me limité a escuchar, eso es todo.

Sé lo que se siente cuando te rompen el corazón y lo difícil que es recoger los trozos y volver a encontrar un sentido. Además, necesitaba que se levantara y llegara a esa reunión o mi tía me habría matado. No podíamos pasarnos la noche hablando de sus sentimientos.

–¿Cuándo te lo dijo? –le había preguntado a Billie.

Su pelo era suave, pero lo tenía enmarañado. No pude evitar tratar de apartárselo de la cara.

Sé cómo consolar a una amiga. Aunque Nessa no lo hace nunca, Tori se pasa el día llorando. Le encanta que le acaricien el pelo y le hablen con voz suave. Es como si quisiera volver a ser una niña, y pensé que eso era exactamente lo que Billie quería: una amiga que la escuchara, alguien que la tratara como a una niña herida.

–Me llamó a las cuatro de la mañana. –Billie escondió la cara entre las manos–. Quería que supiera que lo nuestro había acabado. Que me estaba dejando ir. Y...

Traté de evitar que se rascara las mejillas. Quizá era invasivo, pero sentí pena por ella. No me detuvo. De hecho, la joven lo vio como una oportunidad para quedarse mi mano.

Antes de que supiera cómo, la vi entrelazar sus propios dedos entre los míos. Dejé que me tomara como sustituta durante un segundo.

–No debería haberle mentido.

–Billie, ya no puedes cambiar eso...

–Estoy cansada de acabar sola, Amber –se burló–. Estoy cansada de que todos se vayan. La gente solo... Simplemente se van, entonces vuelven y dejo que lo hagan, pero se vuelven a ir y...

–Ey, yo estoy aquí.

Sabía que quería reírse de mí y ser cínica, pero no lo hizo. Me miró como si quisiera creérselo.

–Gracias.

Todavía no sé por qué lo dije.

No somos amigas. No tenemos nada en común. Tengo una vida normal y muy aburrida. No soy nadie. Soy terriblemente mediocre: una niña destinada a arreglar un matrimonio que se rompía y que a los siete años atravesó el divorcio de sus padres; una adolescente insensible que se convirtió en una joven rubia normal y corriente que le lleva el café con leche a alguien y paga el alquiler. Y lo que es peor, ni siquiera soy rubia. Me teñí el pelo cuando tenía trece años y como me gustó, ya nunca me lo cambié.

Podría haber sido cualquiera. Pero quizá eso era exactamente lo que necesitaba Billie, ¿no? Cualquier persona capaz de escuchar.

Ese día nos quedamos allí, en silencio, durante un rato.

–Tienes que meterte en la ducha antes de que llegue Pablo, Billie.

Ella me miró. Y luego, como si viera a otra persona, se alejó. No lo hizo de manera abrupta, sino lentamente. Con suavidad, incluso, como si se disculpara con el cuerpo por confundirme con alguien que no era.

Pero hubo una pausa vacilante antes de que se moviera otra vez.

–Por favor, no se lo cuentes a nadie –suplicó.

–No lo haré –prometí, rápida como una bala–. Pero necesitas esto, Billie. Y lo vas a hacer por ti. No por Anna ni por nadie más. Por ti y tus canciones. Porque eso es lo que quieres, ¿no?

Nunca en la vida me había sentido tan sucia. Sin embargo, sabía que mi tía se habría sentido orgullosa de mí. Me pregunté si sabía lo de Anna. ¿Billie también se lo había dicho? De alguna manera, parecía tan probable como improbable teniendo en cuenta lo que Lilah la estaba obligando a hacer. No podía imaginármela llorando en su hombro. Tampoco quería hacerlo.

–De acuerdo... Pablo llegará pronto, ¿verdad? –Se levantó y yo asentí–. Voy a ducharme. Vuelvo enseguida.

Parecía que había puesto el piloto automático.

–Cualquier cosa que necesites, Billie...

Me asustó, de repente, la forma en la que pasó de una personalidad a otra. Abrió un cajón, sacó unas toallas y me ofreció una de sus sonrisas de alfombra roja.

–Pues... ¿podrías servirnos un poco de vino a los tres?

Me confundió y a la vez me hipnotizó lo determinada que parecía. Incluso cuando sabía que beber durante el día no era la mejor idea, dejé que se saliera con la suya.

Unas horas después, le subió el color a las mejillas mientras reía con Pablo. Si la primavera hubiera sido corpórea, habría aparecido en ese momento. Su nuevo corte de pelo la hacía parecer más alta, e incluso cuando no llevaba tacones, tenía una figura deslumbrante. Llevaba ropa simple: vaqueros cortos, un top precioso y un bolso. Parecía que quería esconderse, pero no podía.

¡Oh, y mis gafas de sol en la cabeza!

–Oye, gracias por esto. –Me guiñó un ojo cuando vio que la miraba.

Asentí con la cabeza y dejé que se las quedara.

Después, me senté en su porche y revisé el móvil mientras esperaba que el equipo me respondiera. Me mordí los labios hasta que se secaron, no entendía por qué las horas se me hacían tan largas.

La tía Lilah estaba contenta con mi trabajo. Después de lidiar con el primer evento traumático de mi corta vida en el mundo de las relaciones públicas con clase, pude retomar mi trabajo habitual. Cuando acabaron sus vacaciones, me hizo volver a servir café y ayudar a Courtney con Instagram y Twitter.

Aunque me sentía más segura haciendo eso, deseaba acabar la conversación con Billie. No hace falta decir que el secreto y su corazón roto me preocupaban un pelín.

Seguro que ella se sintió de la misma manera porque, apenas una semana después del evento, recibí una pequeña carta donde me pedía que revisara mi casillero del trabajo. Reconocí la firma y me reí.

A la mañana siguiente, encontré mis gafas y una pequeña bolsa de galletas caseras. Las mojé en el café, riéndome de mí misma, mientras Courtney hablaba de que las berries no se habían dejado engañar por el encanto de Billie como habían considerado al principio.

–Eso es porque no entienden por qué su ídolo se lo ocultaría –dije. La tía Lilah me miró desde el otro extremo de la habitación, sorprendida de escuchar mi voz–. ¿Qué?

–Nada. –Pareció perpleja al oírme hablar–. ¿Qué opinas sobre esto?

Me encogí de hombros y miré a Courtney.

–Bueno, ¿por qué lo mantendrían en secreto? Son guapos, talentosos y ricos. ¿Cómo podría perjudicar a sus carreras el hecho de ser pareja? Si quisieran podrían ser la mejor pareja del año...

–Pero el secreto es parte del juego. –Lilah frunció el ceño.

–Solo digo que, si quieres a alguien, deberías poder decírselo a todo el mundo, ¿no? –Le di un sorbo al café–. Son artistas. Eso es lo que hacen: quieren a la gente y lo gritan a los cuatro vientos.

–Tiene razón –señaló una recién llegada.

Tenía la voz tan profunda y encantadora como siempre. Por supuesto, me atrapó con la guardia baja. Tuve que toser un par de veces, y juro que la escuché sonreír a través de sus siguientes palabras. Billie llevaba chándal, pero no sudaba. Por su aspecto, parecía que nada hubiera pasado, como si hubiera escondido esa triste versión de ella misma bajo la alfombra.

Como si la escena de su habitación nunca hubiera ocurrido.

–He hablado mucho con Matt sobre ese viaje que no puedo cancelar, y ambos estamos de acuerdo en que es una buena oportunidad para confesarlo todo –dijo. La miré desde mi escritorio. Volví a quedar sin palabras. No dejaba de oír su voz de mi cabeza, hablando de su luna de miel. Porque hablaba de ese viaje, ¿no?–. Quiero que Amber venga conmigo.

–¿Amber? –Lilah parpadeó.

–¿Yo? –Tuve que volver a comprobar que no me había manchado la camisa–. Billie, solo soy una becaria. No puedo...

–Oh, pero solo necesitaremos que alguien nos traiga las bebidas y nos saque fotos para Instagram. –Se encogió de hombros–. Y tu tía me dijo que eres fotógrafa, ¿es verdad?

Lilah movía la vista de una a otra. Aunque me parecía imposible, pude ver que lo estaba considerando. Habíamos hablado de esta parte del plan antes: hacerlo público en redes parecía ser nuestra mejor manera de controlar la narrativa. También aumentaría el precio de las fotografías que pudiéramos vender de ellos dos juntos y los invitarían a todo tipo de eventos.

–No soy fotógrafa profesional. –Me sonrojé.

–Necesitaríamos que parezca que se las han sacado ellos –agregó Lilah con una pequeña sonrisa–. No hace falta un profesional para eso.

Courtney sonrió, curiosa.

–Podría funcionar y allanaría el camino para el lanzamiento del próximo álbum.

–Antes tendríamos que hablarlo con la discográfica y con el equipo de Matt. –Mi tía no paraba de maquinar nuevas ideas–. Porque esto cambia la forma en que estábamos planeando separarlos.

Podía escuchar como pensaba a toda velocidad, escribiendo cosas en el móvil, revisando el calendario. Sin embargo, yo no me moví. Me quedé en silencio, sentada en mi silla y con el café en las manos.

–¿Qué dices, Amber? –Billie me sonrió desde la puerta–. ¿Vendrás conmigo?

Me hizo recordar que estaba en la habitación. Miré a todo el mundo y me encogí de hombros, un poco mareada.

–Si quieres que vaya, iré.

–Claro que quiero que vengas. –Sonrió–. Me encantaría que dijeras que sí.

Ahora comprendo por qué todo el mundo está tan enamorado de ella. Es difícil apartar la mirada cuando te sonríe. Es fascinante lo fácil que le resulta salirse con la suya.

Me reí y escuché mientras le enseñaba a Courtney algunas fotos nuevas de Dickinson, su adorable gato.

Así es exactamente como Billie Grace se las ingenió para que las dos hayamos acabado en su jet privado.

Llevo más bolsas de las que probablemente voy a necesitar, fascinada por la idea de pasar una semana en Londres con ella y sus privilegios. Mentiría si ocultara el hecho de que me emociona viajar a Europa, aunque vaya a pasarme la mayor parte del tiempo trabajando. Aunque Lilah le ha hecho prometer que no se meterá en problemas, creo que todos sabemos que Billie Grace es incapaz de pasar desapercibida.

Está radiante y se nota que este viaje es más importante de lo que deja ver.

Se supone que debemos llegar a la capital y al hotel antes que Matthew Berry y su equipo. Tienen una semana para mostrar su amor por la ciudad: paseos por Hyde Park, museos, restaurantes. También dijo algo sobre ver un musical. Desconecté después de eso, imaginando cómo sería pasear por West End.

En cualquier caso, Lilah se ha asegurado de que la seguridad esté más que preparada para cualquier situación. Para el resto del universo, la historia de amor de Billie y Matt es tan evidente como parece: una chica y un chico dispuestos a huir por amor.

Excepto que nadie sabe que el amor es precisamente la trampa en la que siguen cayendo.

4

CHARLIE

–¿Pero podré ver a mi madre?

Suelto un gemido y echo la cabeza hacia atrás. Lo juro por Dios: si Matthew Berry me hace una sola pregunta más, incluso si solo quiere saber la hora, la policía del aeropuerto me arrestará por estrangularlo aquí mismo.

Abro los ojos para mirarlo, cansada. Parece muy nervioso, y sé que lo está: aunque no debería tomarse esto como algo más que cualquier otra cosa de las que hace para promocionarse, entiendo que no es lo mismo hacer un par de míseros actos de presencia donde Billie y él casi ni se miran que atravesar el Atlántico para actuar; esto es enorme y, por primera vez, “oficial”. Casi público. Por eso intento responderle con calma, y por eso también dejo únicamente para mi imaginación el impulso de empujarlo hacia la cinta esa que se lleva el equipaje antes de decirle adiós para siempre.

–Sí, Matthew –digo–, habrá tiempo para que veas a tu querida madre.

–¿Pero cuánto tiempo? ¿Un día entero o solo unas horas? Porque me encantaría pedirles a mis tías que también se pasaran, bueno, y a mi abuelo, pero solo si no está pescando...

Cuando lo vuelvo a mirar, intento actuar como una buena persona y recuerdo que morderle sería otro motivo para que me despidieran. Sí, llevo una lista.

–Amigo, ¿puedes decirme por qué te has puesto tan nervioso de repente?

Lo he atrapado; desde donde estoy puedo ver que las mejillas se le ponen más rojas tras las grandes gafas de sol que lleva. Me haría un poco de gracia si no llevase doce horas, de las cuales no he dormido ni una, en un avión, pero esa era exactamente mi situación hasta hace treinta minutos, así que no me sale ser muy receptiva.

–Bueno, se supone que ahora vamos en serio, ¿no?

Lo miro fijamente durante diez segundos, intentando entenderlo.

–¿Quiénes vamos en serio? ¿Nosotros dos?

Okey, tengo más que solo un poco de sueño.

–No, no –me responde, y ahora parece aún más nervioso, como un adolescente torpe–. Me refiero a Billie y a mí. He estado pensando mucho en ella, en todo esto. Llevo pensando en ella todo el viaje, de hecho, y ahora me preguntaba... Bueno. Ya sabes. Cómo se dará todo. Se supone que esta es la confirmación de nuestra relación o lo que sea, ¿no? Así que me preguntaba qué pasará cuando digamos que estamos juntos... y luego rompamos.

Asiento, me froto los ojos y trato de contener un bostezo, porque soltarlo sería maleducadísimo después de que me diga por enésima vez que está cagado. Lo entiendo, llevamos así toda la semana y lo he visto releer las notas que le hice durante el vuelo como un maníaco. Sin embargo, sabe qué hacer. Lo sabe todo. Incluso le ha escrito a la mismísima Billie Grace preguntándole dudas, así que la cosa va incluso más allá que las citas y las coreografías que hayamos estado preparando entre los dos equipos.

Voy a confesar que pensar poco en esos mensajes entre ellos es lo mejor para mi salud, porque cada vez que me acuerdo me temo cosas horribles.

Pero eso, que está todo listo y él lo sabe. Incluso preparamos juntos una lista de tweets cursis y publicaciones de Instagram para colgar antes y después de que la gente vea la primera foto de ellos juntos. Por ejemplo: Billie Grace lleva aquí unos días y yo he publicado la primera selfie de Matt en Londres hace como cinco minutos, así que ahora mismo no solo estoy esperando nuestro equipaje, sino también que los pequeños detectives de Internet se enteren de que el Starbucks que se ve por detrás es el que acaban de abrir en Heathrow.

Será estresante, pero también muy divertido.

–Guarda todo eso de “llevo pensando en ella todo el viaje” para más tarde y todo irá bien –concluyo, dándole un empujón y sonriendo.

Matt asiente y, mientras echa un vistazo a ver si las maletas ya están, yo vuelvo a revisar sus redes.

Recuerdo el momento en que Molly me dijo que me enviaría aquí con él. Yo respondí que no, gracias, y cuando arqueó las cejas de esa forma tan suya, añadí que solo era asistente y que mi trabajo era decirle a Matt lo que ella quería que hiciera, pero ya está. ¿Sirvió de algo? Bueno, estoy aquí, así que claramente no; no le dio la gana de dar su brazo a torcer, por mucho que yo protestara o que al final confesara que me da miedo volar, y ahora he batido mi récord de viaje más largo. Antes de este, fue cuando mi hermano pequeño me llevó en coche de mi pueblecito de Wisconsin hasta Los Ángeles. Y ahora estoy atrapada en otro país con Míster Lloriqueos y su guitarrita.

El lado sádico de Molly me fascina y aterra en partes iguales. Recuerdo estar toda enfurruñada en el trabajo y que ella sonriera de esa forma tan maligna, se encogiera de hombros y dijera:

–Dijiste que “te lo pedías”, ¿no? Que te encargarías de él, nosequé, nosecuántos; pues adelante, ya sabes. Además, eres su preferida del equipo, contigo se sentirá mejor. Todo por el cliente...

Y supongo que debería alegrarme de que Matt confíe en mí y porque es un viaje gratis a Londres y me pagan extra por ello, pero, para ser sincera, este fin de semana había quedado con mis amigos Trent y Julia para ver toda la saga de Community College Musical, y ahora me lo voy a perder.

–Me hubiese gustado que hubiera elegido un lugar más cercano para hacerlo público –le dije a Molly, tratando de no sonar demasiado llorona o desagradecida.

–Ya, al equipo de Billie Grace también le habría gustado, pero la chica insistió. Ahora, haz la maleta y vete, Charlie. La mayoría de la gente mataría por una oportunidad como esta.

Seguro que sí, pero no yo. Aunque eso da igual.

Las maletas llegan y empezamos a movernos rápido.

El taxi que contraté nos espera en la salida principal, el hombre sostiene un gran cartel que dice CHARLIE GREEN y me pongo a correr hacia él, con Matt detrás de mí llevando él solo todas las maletas. Eh, ¿qué pasa? Es el artista, sí, pero también el más fuertote de los dos. Supongo que no debería hacerle llevar su propio equipaje porque es famoso y todo eso, pero yo soy bajita como un hobbit y creo que ser útil mantendrá su ego a niveles humanos. Así que hago esto por él, en serio. Para que trabaje en su humildad. Porque soy un alma buena y caritativa y solo quiero lo mejor para él.

Nos subimos al taxi de un salto. Le doy al conductor la dirección, verifico que no hay fotos nuestras en el aeropuerto, que la gente en redes sigue intentando descifrar la selfie y que, en general, nadie nos sigue, y entonces me apoyo contra la ventanilla y me quedo dormida sin querer.

–Oye, Charlie, que ya hemos llegado. Buenos días...

El protocolo para entrar al hotel es fácil: usamos la puerta de atrás, un vigilante nos acompaña a la habitación y luego yo bajo de nuevo para hacer el check-in como la gente normal. No solo el suyo, sino el mío, porque por supuesto que Molly no nos dejaría compartir esa habitación que casi parece más un apartamento y, por supuesto, nadie se preocupó en mencionar que debería haber reservado la mía desde Los Ángeles aunque la paguen ellos, y tengo que arreglarlo con este maldito jet lag encima.