Thoreau, el salvaje - Michel Onfray - E-Book

Thoreau, el salvaje E-Book

Michel Onfray

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Beschreibung

En Francia —en París, a decir verdad—, Michel Onfray tiene algo menos de filósofo de la École normale supérieure que de panelista de TV, a la vez polémico, despreciado y necesario. Para el parnaso o star system de la filosofía francesa, Michel Onfray es demasiado simple, demasiado ejemplar, demasiado político. Tal vez Thoreau no fuera tan distinto para el Estados Unidos de mediados del siglo xix. Ese Estados Unidos menos poblado y ya democrático, pero que incubaba grandes ansias imperiales y que era lógico que ensayara con sus propios esclavos. Del encuentro simbólico entre estos dos hombres, surge Thoreau, el salvaje. ¿Cuánto hay de Thoreau en Onfray, cuánto de Onfray en Thoreau? ¿Cuánto de nuestra época se sigue reflejando en la pesadilla del sueño americano, qué queda de la utopía del Oeste en nuestras manos inútiles que descargan apps en segundos? En la noche de la filosofía contemporánea, Onfray invoca el nombre de Thoreau, toma un cuchillo y graba en la corteza de los árboles un libro elemental, imprescindible. ¿Una biografía breve? Un manual de supervivencia para un mundo estúpido.

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Tapa de 'Thoreau, el salvaje'. Michel Onfray. Ediciones Godot (2019)

Acerca de Michel Onfray

Michel Onfray nació el 1 de enero de 1959 en Argentan, Francia, en el seno de una modesta familia normanda. Cuando tenía diez años, fue abandonado en un orfanato salesiano. Trabajó en una fábrica de quesos y fue empleado ferroviario. Se doctoró en filosofía con 27 años con la tesis Les implications éthiques et politiques des pensées négatives de Schopenhauer à Spengler [Las implicaciones éticas y políticas del pensamiento negativo, de Schopenhauer a Spengler]. De 1983 a 2002, enseñó filosofía en un instituto de formación profesional de la ciudad de Caen. En 2002, junto con otros profesores de filosofía, crea la Universidad Popular de Caen, donde da seminarios anuales, gratuitos y libres, en los que cruza hedonismo, anarquismo y estética. Reconocido ateo y socialista libertario, Onfray tuvo gran repercusión con su Tratado de ateología, publicado en 2005 por Ediciones de la flor. Thoreau, el salvaje es su primer libro publicado en Ediciones Godot.

Ilustración de Thoreau en blanco y negro de Michel Onfray

Página de legales

Onfray, Michel. Thoreau, el salvaje / Michel Onfray 2ª ed. - Ciudad Autónoma deBuenos Aires : EGodot Argentina, 2019. Libro digital, EPUB. ISBN 978-987-4086-79-21. Biografías.2. Filosofía. Ⅰ. Scott, Edgardo, trad. Ⅱ. Título. CDD 920.71

ISBN edición impresa: 978-987-4086-78-5

Título originalVivre une vie philosophique. Thoreau le sauvage

© 2017 Le Passeur editeur

© 2019 Ediciones Godot

TraducciónEdgardo Scott

CorrecciónRenata Prati

Diseño de tapa e interioresVíctor Malumián

Ilustración de Michel OnfrayJuan Pablo Martínez

© Ediciones Godot

[email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodot Buenos Aires, Argentina

Digitalizado en EPUB3 3.2 por DigitalBe©(Junio/2019)

InclusivePublishing: este ebook cumple con la recomendación técnica de Accesibilidad para consumidores con capacidades visuales, auditivas, motrices y cognitivas diferentes.

En Francia —en París, a decir verdad—, Michel Onfray tiene algo menos de filósofo de la École normale supérieure que de panelista de TV, a la vez polémico, despreciado y necesario. Para el parnaso o star system de la filosofía francesa, Michel Onfray es demasiado simple, demasiado ejemplar, demasiado político. Tal vez Thoreau no fuera tan distinto para el Estados Unidos de mediados del siglo xix. Ese Estados Unidos menos poblado y ya democrático, pero que incubaba grandes ansias imperiales y que era lógico que ensayara con sus propios esclavos. Del encuentro simbólico entre estos dos hombres, surge Thoreau, el salvaje. ¿Cuánto hay de Thoreau en Onfray, cuánto de Onfray en Thoreau? ¿Cuánto de nuestra época se sigue reflejando en la pesadilla del sueño americano, qué queda de la utopía del Oeste en nuestras manos inútiles que descargan apps en segundos? En la noche de la filosofía contemporánea, Onfray invoca el nombre de Thoreau, toma un cuchillo y graba en la corteza de los árboles un libro elemental, imprescindible. ¿Una biografía breve? Un manual de supervivencia para un mundo estúpido. Edgardo Scott

Tabla de contenidos

Índice

1. ¿Qué es un gran hombre?

2. Autorretrato de su futuro

3. Un indio entre los cowboys

4. Una cabaña trascendental

5. La contrafricción que detiene la máquina

Guía

Tapa

Inicio de lectura

Índice

Paginación equivalente a la edición en papel (978-987-4086-78-5)

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Estimo a un filósofo en tanto sea capaz de dar un ejemplo.

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1. ¿Qué es un gran hombre?

¿Cómo podría una época llena de hombres pequeños leer y comprender una reflexión sobre los grandes hombres? En todos los tiempos, las civilizaciones han dado lugar a figuras humanas que superan a los hombres: el genio, el héroe, el artista, el santo, el sabio, el profeta, el semidiós… Nuestros tiempos democráticos, surgidos del aserrín donde el 21 de enero de 1793 cayó la cabeza de Luis xvi, creen que la igualdad es el igualitarismo o, dicho de otro modo, que debe promoverse el odio de lo que es grande; pero esta patología jamás podrá conseguir que lo que es pequeño sea otra cosa que pequeño, ni de otra forma que con mezquindad.

Durante siglos, la Vida de los hombres ilustres, de Plutarco, fabrica numerosos temperamentos en la Europa judeocristiana, de Montaigne a Charlotte Corday, parienta de Corneille, también él alimentado con leche romana, pasando por Erasmo y Rabelais, Bacon y La Boétie, de Maistre y Rousseau, Shakespeare y Emerson, así como los otros trascendentalistas, Thoreau incluido. No es de extrañar que después de la Revolución Francesa ya no hubiera muchas personas que hicieran de las Vidas de Plutarco un libro de edificación espiritual. El gran hombre de aquí en adelante será asimilado a un tirano, el tirano no como proveedor de guillotinas, ¡ay!, sino como el pequeño rey que prefería verificar los cerrojos antes que prestar atención a las finanzas del Estado (la famosa deuda, por cierto...).

El siglo ⅪⅩ tendrá su gran hombre, Napoleón, que obligará a pensadores y filósofos a ocuparse de su caso, en compañía de poetas y pintores, novelistas y escultores, músicos y dramaturgos, a la espera de los cineastas...

Hegel fue quizás quien lo dijo mejor: el gran hombre es aquel que la historia crea para que él la realice... Astucia de la razón, él es un producto de la historia que se ocupa de crear la mano que creará... la mano de la historia. El gran hombre inventa la historia que inventa al gran hombre.

El mismo siglo ⅪⅩ también posee su otro gran hombre: Brummell, príncipe de los dandis, como un doble cómico de la primera versión trágica. Napoleón estaba creando la Historia; Brummell, impecables nudos de corbata, pero mirando al cosmos, eso sí que vale la pena... A Hegel no le resulta indigno hablar sobre los dos personajes en su Fenomenología del espíritu, ¡para gran felicidad de Kojève! Napoleón terminó en Santa Elena, la historia es conocida, y Brummell en el Bon-Sauveur de Caen, el hospicio de locos e indigentes, en una vieja gloria obesa, desdentada, harapienta, arruinada, ridícula. Cuando no mueren bajo el puñal, los grandes hombres a menudo terminan como los pequeños, incluso como los realmente pequeños y los muy pequeños.

El más grande de los grandes hombres es a menudo aquel que, para los otros, no lo parece, que no hace ruido y atraviesa su existencia detrás de huellas ontológicas. Sus combates son contra él mismo, sus victorias también. ¿Sus campos de batalla? También él mismo. ¿Sus emboscadas o sus asaltos, sus riesgos y sus ataques? También y siempre él mismo.

Hombres representativos de Emerson aparece en la mitad del siglo ⅪⅩ, el siglo de las masas, del capitalismo y del comunismo, del socialismo y del anarquismo. Carlyle había publicado Los héroes en 1840. Burckhardt habla de los grandes hombres en sus Reflexiones sobre la historia universal de 1871. Nietzsche lo recordará con el ultrahombre en su Zaratustra.

Emerson ha leído a Plutarco y a Carlyle. El filósofo estadounidense, amigo de Thoreau, así como podía ser un hombre de madera áspera y gruesa, tenía el deseo de cortar los puentes ideológicos con la “Europa de los antiguos parapetos”, por retomar las palabras de Rimbaud, a fin de buscar la verdad menos en los libros del Viejo Mundo que en el “gran libro de la naturaleza”, citando esta vez a Diderot.

Él, Thoreau, leerá lo que se encuentra escrito antes de Europa, sin Europa; en la India, la Bhagavad-gītā o los Upanishad; en Irán, las Veda; en Asiria, la Epopeya de Gilgamesh y otros grandes textos sagrados; en Palestina, la Biblia, que son todos puros poemas líricos, antes de confiar más todavía en la naturaleza que conocen mejor los indios, de quienes él coleccionaba hasta el más mínimo rastro: puntas de flechas u otros signos de esta civilización sin escritura.

La filosofía europea, toda entera bajo el yugo platónico y realzada por el cristianismo, ha celebrado el Logos, la Razón, el Concepto, la Idea y otras variaciones del tema ontoteológico. Para ella, lo real era menos importante que las palabras que lo decían. La vida, menos significativa que los libros que la contaban. Al no pensar el mundo más que a partir de grimorios y de archivos que hablaban del mundo, el Occidente cristiano —Europa— ha reducido la vida, lo real, el mundo a una miserable pilita de polvo, como el que encontramos en los altillos abandonados o en la biblioteca de un ancestro muerto desde hace mucho tiempo.

En el siglo ⅪⅩ, los Estados Unidos le han dado un gran estímulo a la filosofía, pero la Europa filosofante nunca ha querido aceptarlo: ella siempre ha preferido a los fabricantes de conceptos, hasta hacer de ellos, bajo el reino de Deleuze, que sigue en apogeo, el signo distintivo del filósofo; ella ha querido a los verborrágicos, los difusos, los oscuros, e incluso, en el siglo Ⅹ, a los delirantes, los patógrafos, como si crear un concepto estuviera sin más al alcance de la mano... Ella ha fijado a Heidegger con alfileres, mientras él ahogaba las cosas en la niebla suabia de su saber fenomenológico hasta borrarlas con su glosolalia.

En el mismo movimiento, esta Europa filosofante ha ninguneado al Emerson de La conducta de la vida, al Thoreau de Walden, a los trascendentalistas, al John Muir de los diarios de viaje por el Ártico, al John Burroughs de Construir su casa, al Aldo Leopold de El almanaque del condado arenoso. Tanto peor para ella, que ha dado a luz monstruos ilegibles, quimeras llenas de blablablá, abstracciones de quintaesencia posmoderna. Despreciando las lecciones trascendentalistas estadounidenses, la filosofía europea ha perdido la oportunidad que estas le ofrecían de no morir en un callejón sin salida, como un perro con la lengua afuera.

La misma Europa que le dio la espalda a los Estados Unidos le ha dado también la espalda a lo que fue considerado como la pérfida Albión de la filosofía: Bacon, Berkeley, Locke, Hume, Hutcheson no sirven para mucho; ni hablemos de los “escoceses” Thomas Reid o Dugald Stewart. Se ha preferido, antes que ellos, al idealismo alemán y la fenomenología germánica, al materialismo dialéctico teutón y el psicoanálisis vienés. Resultado: el más completo nihilismo; como se dice, “apagón total” después de un gran corte de luz.