Tierras de Tormentas - Stewart Bint - E-Book

Tierras de Tormentas E-Book

Stewart Bint

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Beschreibung

Cae un rayo. Se escucha el trueno. Queda el olor de ozono en el aire.

Y el mundo cambió para siempre.

Bienvenidos a las Tierras de Tormentas. A primera vista todo parecer ser igual, pero hay pequeños indicios de que no todo parece ser lo que es. Hasta las cosas más ordinarias pueden parecer algo extrañas.

La colección de 21 historias cortas de Stewart Bint varía desde lo sublime a lo poderoso, divertido, desconcertante, horrífico, y diferente, hasta lo irremediablemente ridículo.

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Veröffentlichungsjahr: 2022

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TIERRAS DE TORMENTAS

STEWART BINT

Traducido porJENNIFER YAEGGY

ÍNDICE

Reconocimientos

Prefacio

Hola, Cariño

El Juicio de Santa Claus

El Cuarto Deseo

La Cosa que Crecía

Dinero Para Quemar

Un Asesinato Justo a Tiempo

La Roba Sueños

El Testigo Silencioso

El Viento de Fuego

El Cuarto de Control

Fallo de Funcionamiento

Fallo de Funcionamiento

El Hijo de las Cenizas

Don el Honesto

Una Segunda Oportunidad

Una Vía del Pasado

Ree – El Trol de Dingleay

La Bruja de los Sueños

Prueba Viva

Arte Juvenil

Harvey Busca un Amigo

El Acosador de Twitter

Acerca del Autor

Conéctese Con Stewart Bint En Línea

Querido lector

Derechos de autor (C) 2018 Stewart Bint

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2021 por Next Chapter

Publicado en 2021 por Next Chapter

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

RECONOCIMIENTOS

Gracias a Miika Hammila y el equipo de Creativia.

Un agradecimiento especial a mi esposa Sue, hijo Chris, e hija Charlotte.

Y muchas gracias a mi buen amigo y escritor, la novelista DM Cain, por su entusiasmo y ánimo ilimitado.

Para

Marc Freebrey

PREFACIO

Cae un rayo. Suena un trueno. El olor de ozono queda en el aire.

Y el mundo cambió para siempre.

¿O no? Tal vez el mundo que conocíamos todavía es exactamente igual… en otro lugar. ¿Qué si un portal se abrió en el preciso momento en que sonó el trueno y lo atravesamos sin darnos cuenta? Ahora estamos en un mundo diferente en un universo paralelo.

En el abrir y cerrar de ojos fuimos transportados a un mundo que no conocemos. Aunque parece ser el mismo a primera vista, hay unos indicios de que no todo es lo que parece ser cuando se mira más a fondo. Hasta las cosas más ordinarias pueden estar ligeramente fuera de lugar.

Hemos dejado nuestras tierras viejas atrás, dónde las cusas generalmente ocurren por una razón lógica y con un propósito. Ahora residimos en tierras nuevas y extrañas, donde lo impredecible se convierte en lo normal… donde lo completamente ridículo se esconde justo detrás de la tela de realidad.

Bienvenido a las Tierras de Tormentas.

Una colección de 21 cuentos cortos que varían de lo sublime a lo imperdonablemente ridículo, incluyendo El Juicio de Santa Claus, en la cual el jovial hombre vestido de rojo enfrenta cargos de crueldad hacia los niños; El Acosador de Twitter en donde una persona que agrede a las personas de manera cibernética recibe su debido en una manera particularmente grotesca; y “Hola Querida”, en la cual el fantasma de una señora mayor se le aparece continuamente a una mujer trabajadora.

Otros incluyen Un Asesinato a Tiempo, donde un hombre intenta todo lo posible para asegurarse de ser condenado de un crimen; El Viento del Fuego, que se centra en un viajero espacial con tres ojos y un tronco de dos pies de largo que encuentra un libro misterioso en un mundo muerto; y Harvey Busca un Amigo, que relata la historia de un joven fantasma que desesperadamente busca alguien con quién jugar.

Y luego tenemos Ree – El Trol de Dingleay, un poema sin sentido escrito con mucha ayuda de los alumnos de la Escuela Primaria de la Comunidad de Huncote, en Leicestershire, Gran Bretaña.

El libro lleva a juico a la humanidad por todas nuestras ofensas, en algunos casos literalmente. Muchos de las historias son un estudio de la naturaleza humana, aun cuando los personajes no son estrictamente humanos, adentrando en temas como la avaricia, lujuria, glotonería y varios otros pecados mortales, con una variedad tremenda de personajes y escenarios.

Stewart Bint, Desford, Leicestershire, sábado 21 de abril de 2018

HOLA, CARIÑO

―Hola, cariño.

Las palabras normalmente la llenaban de una sensación cálida y calmada. Fue así desde la primera vez que escuchó y vio a la señora mayor vestida con una falda a cuadros y suéter gris. El rostro amable y lleno de arrugas era casi can conocido como su propio rostro. Ya habían pasado casi 20 años desde que la mujer empezó a aparecérsele, siempre sonriente.

Era una sonrisa conspiratoria.

«Eso es lo bonito de ser un fantasma» Jenny pensó varias veces durante las visitas frecuentes de la viejita. «Ella nunca envejece».

―Hola, señora ―contestó el saludo de la mujer sonriente. Pero esta vez no se sentía tan confiada. Su vida era feliz y completa, entonces, ¿por qué estaba la viejita allí? ¿Habría llegado para prevenirla de algún desastre venidero?

La vida de Jenny había sido tan diferente la primera vez que la vio. Fue solamente seis meses después de que se casara con Malcolm, y ya las cosas habían empezado a ir cuesta abajo.

―Puedes perdonarlo por su amorío ―dijo la viejita―. Nunca más lo volverá a hacer, te lo prometo.

―¿Pero cómo puede estar tan segura? ―preguntó Jenny.

―Simplemente lo estoy. Confía en mí. ―La viejita movió la cabeza suavemente para enfatizar lo dicho y luego lentamente se desvaneció. Jenny se quedó congelada en el mismo sitio. Diez minutos antes estaba pasando la aspiradora agresivamente, jalando y empujándola con fuerza. ¿Cómo pudo Malcolm hacerle eso? ¿Cómo pudo arruinarle la vida así? ¿Acaso no sabía cuánto ella lo amaba? ¿Por qué lo hizo? Y, entre todas las personas del mundo, ¿por qué con ella? Su secretaria, por Dios.

―Hola, cariño. ―Las palabras sonaron justo al lado de su oído, tan calladas pero claramente se escucharon por encima del ruido de la aspiradora y la sorprendieron por completo. Ella estaba sola en la casa. ¿Quién le estaba hablando?

Jenny giró bruscamente y la vio parada a su lado. Una señora de aproximadamente 70 años, su pelo gris peinado hacia atrás en un moño, con una sonrisa dulce en sus labios. Pero no estaba del todo allí. Jenny podía ver el papel tapiz verde con flores de la pared del otro lado del cuarto a través de ella. Jenny tomó una boconada de aire, sorprendida y horrorizada a la vez.

―Hola, cariño ―dijo la viejita nuevamente―. Por favor, no te asustes. Vine para ayudarte.

Pero Jenny estaba petrificada, sin poder moverse ni dar voz a sonido alguno.

―¿Q-quién es? ―dijo eventualmente, su mente un torbellino de caos incapaz de formar un pensamiento racional. Después de todo, ¿qué tenía de racional la presencia de una mujer de 70 años semitransparente, no del todo real, parada, no flotando, en su sala?

―Por favor no te asustes. No te voy a lastimar.

Nunca se quedaba mucho tiempo, apenas un par de segundos, justo lo suficiente para decirle a Jenny lo que necesitaba saber. Siempre la inclinación de su cabeza de manera gentil, la sonrisa amplia haciéndose más grande mientras se desvanecía. Jenny nunca más tuvo miedo de ella luego del primer encuentro.

Fue durante la segunda visita, casi un año después, que la señora le dijo que la considerara como su ángel guardián. ―El camino de tu vida no siempre será fácil y sin tropiezos, mi niña, y aunque estaré aquí para ayudarte, no siempre te puedo decir qué dirección tomar.

―Pero ¿por qué me ayudas así? ¿Quién eres?

La señora ignoró las preguntas. ―Estas preguntándote si deberías tomar el puesto nuevo con Harrison Bonham Asociados o quedarte con Sprackleys y aceptar el ascenso que te están ofreciendo.

Jenny movió la cabeza, asintiendo, pero completamente sorprendida. La viejita le pegó al clavo en la cabeza. Jenny llevaba días agonizando sobre la decisión después de informarle a Helen Sprackley que se iba de la pequeña empresa de consultoría en relaciones públicas para trabajar con una empresa rival mucho más grande.

La contraoferta fue entregada con una rapidez impresionante: un incremento salarial del diez por ciento, además de un auto corporativo, una semana extra de vacaciones y un aumento al aporte para su cuenta de jubilación. Claramente era una oferta que no se podía descartar tan fácilmente. Pero Harrison Bonham Asociados era una empresa de consultoría firme y con una reputación maravillosa. De hecho, era de las mejores en la industria. Con ese nombre en su CV, dentro de un par de años estaría en la cima del mundo de las relaciones públicas. Podría trabajar en cualquier consultora en el mundo como director de la junta, tal vez como gerente general. Pero ¿cómo encajaría con sus planes para iniciar una familia?

Allí fue cuando la señora la visitó por tercera vez, para verla felizmente ocupando el puesto de gerente general en Sprackley. Helen Sprackley tomó la decisión de dedicarse exclusivamente a liderar la junta directiva después de que Jenny decidiera quedarse en la empresa.

―Te estás preguntando si tu carrera se puede balancear con empezar y criar una familia. Bueno, sí se puede. Adelante, querida, puedes empezar tu familia como has querido. Es lo correcto, y si no lo haces, te arrepentirás toda la vida de no haberlo hecho.

Con el excelente salario que recibía en la empresa y Malcolm también ganando más que suficiente como un fotógrafo de modas profesional, ella sabía que fácilmente podían pagar los costos asociados a un bebé. Pero ¿cómo se sentiría cuando el bebé naciera? ¿Querría quedarse en casa tiempo completo para cuidarlo? ¿Cuánta importancia tendría para ella su carrera en ese momento? Ciertamente era muy importante en ese momento, pero ¿sería igual de importante en el futuro? ¿Cambiarían sus prioridades?

Y así fue como sucedió la cuarta visita. ―Es que no sé qué hacer ―comentó Jenny.

―Lo sé, cariño. Lo sé. Es difícil para ti ―dijo la mujer―. Estás preocupada, pensando de que si dejas a tu trabajo, te vas a aburrir en casa, y que Gemma solamente ocupará tu tiempo por unos años. Pero siempre puedes regresar a trabajar después, cuando Gemma sea mayor, ya lista para empezar la escuela. Alguien con tu experiencia siempre encontrará dónde trabajar.

La quinta visita, de hecho, fue cuando Gemma estaba por empezar la escuela. Helen Sprackley le ofreció nuevamente el puesto como gerente general ya que el reemplazo de Jenny dejó la empresa para trabajar con Harrison Bonham Asociados. Cosas de la vida, cómo todo se da en el momento indicado, pensó Jenny.

Sin embargo, ella estaba debatiendo si regresar a la empresa o empezar su propio negocio, trabajando medio tiempo desde la casa para poder estar allí cuando Gemma regresara del colegio, por si se enfermaba, para no dejar de ir a las actividades en la escuela como partidos deportivos o presentaciones. La oferta de la gerencia era muy tentadora, pero era un puesto de tiempo completo. Trabajar desde su casa mantendría su mente ocupada, estaría involucrada con el gremio, y le daría cierta independencia financiera al mismo tiempo que podía dedicarle tiempo a su hija cuando ella la necesitara.

Así fue como Jenny dio a luz nuevamente, aunque no a un bebé, sino a Jennifer Radcliffe Comunicaciones.

―Hola, cariño. ―La mujer se le apareció el primer día de operaciones de su negocio, sonriendo de manera dulce, y le dijo «Has hecho lo correcto» antes de desaparecer. Nunca una de sus apariciones había sido tan breve.

Después de eso las visitas se detuvieron. Los años volaron. Jenny y Malcolm le dieron de todo a Gemma. Cada seis meses, Malcolm le tomaba fotografías profesionales, y la colección creciente catalogaba su vida, desde los momentos después de nacer a su sonrisa contagiosa y primeros paso, al primer día de la escuela con su uniforme de falda gris, blusa blanca, y suéter rojo, su primer día deportivo cuando ganó la carrera de los 50 metros y, por supuesto, todos sus cumpleaños.

Gemma tenía seis años cuando nació su hermano Dominico. Jenny se preguntó si la viejita se aparecería otra vez cuando ella y Malcolm estaban discutiendo si tener otro hijo o no. Ambos sabían que si iban a tener otro hijo tenía que ser ya, antes de que ellos y Gemma fueran más grandes. Después de todo, el reloj biológico de Jenny seguía su conteo. Ella ya tenía 35 y Malcolm 41.

Pero no se apareció. Jenny empezó a preocuparse. Todas las decisiones grandes de su vida fueron influenciadas por la presencia y las palabras reconfortantes de la viejita. Malcolm pensaba que ella era muy buena tomando decisiones, pero ahora se daba cuenta de lo que le estaba costando tomar una decisión.

Sin embargo, él sabía que no la debía presionar. Si le ponía demasiada presión para que decidiera, ella se ponía terca y no le hablaba durante días. Eventualmente sí tomó la decisión, y Dominica fue el resultado.

A lo largo de los años ella quiso contarle a Malcolm acerca de su muy bienvenida visita sobrenatural, su ángel guardián, pero él no creía en fantasmas. Después de todo, se dijo ella misma, era su secreto, un secreto entre ella y la anciana, quienquiera que fuera. Por ende nunca le contó.

A menudo se preguntaba si algún día escucharía esas palabras familiares de nuevo. Habían pasado 20 años desde la primera vez que las escuchó, y 10 años desde la última aparición.

Un escalofría de placer recorrió su espalda cuando se giró de estar frente a la computadora para ver la cara conocida sonriéndole nuevamente.

―Hola, cariño ―respondió, usando el saludo de la anciana, sin poder controlar la sensación de placer intenso que recorrió su cuerpo antes de cambiar a una sensación de duda.

―No te preocupes cariño ―contestó la anciana. Qué extraño. Era como si la anciana estuviera leyendo los pensamientos de Jenny, preguntándose qué nuevo desastre vendría a su vida―. No nos veremos por un largo tiempo, y no quería que me olvidaras. Eso es todo.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. ―Claro que no te olvidaré ―dijo, casi sollozando―. Me has ayudado tanto.

La sonrisa de la anciana se hizo más grande, y la viejita desapareció.

Y así pasaron los años. Gemma y Dominico crecieron y formaron sus propias familias, dándole a Malcolm y Jenny un montón de nietos amados. La empresa de relaciones públicas de Jenny también creció a ser de un tamaño respetable, empleando a más de 50 personas. Ella estaba casi jubilada antes de los 55 años, fungiendo ya únicamente como directora de la junta. Y, exactamente como la viejita había predicho, Malcolm nunca más le fue infiel.

Sí, su vida era feliz y completa.

Un día repentinamente escuchó el sonido de la aspiradora que provenía de la sala. Malcolm había salido a hacer un mandado. ¿Quién estaba en la casa con ella? ¿Y pasando la aspiradora?

Su corazón latía fuertemente mientras caminó por el pasillo y abrió la puerta, mirando cuidadosamente hacia el cuarto. Allí vio una jovencita agresivamente pasando la aspiradora sobre la alfombra con movimientos bruscos.

Pero la chica y la aspiradora no eran del todo sólidas, no completamente reales. Jenny podía ver a través de ella el papel tapiz y moldura de dado que recientemente instalaron.

Y la chica estaba flotando.

De repente Jenny entendió. Ahora sabía por qué el rostro de la anciana siempre le pareció tan conocida, desde la primera vez que la vio.

Caminó hacia la chica, el sonido de la aspiradora enmascarando el sonido de sus pies mientras caminaba.

―Hola, cariño ―dijo.

EL JUICIO DE SANTA CLAUS

Yo siempre pensé que Santa Claus era un viejo amable que amaba a los niños, por eso fue tan sorprendente enterarme de que iba a ser enjuiciado. Y el delito del que lo acusaban hizo que la mandíbula se me cayera de la sorpresa: crueldad hacia los niños. ¿Quién lo hubiera pensado?

Recordando 12 meses atrás al día asombroso cuando me encontraba sentado en el juicio de Santa Claus, puedo ver todo tan claramente como si fuera ayer. Supongo que nunca en realidad sabré exactamente cómo paso. Solo sé que ocurrió.

Soy reportero para un periódico en un pequeño pueblo inglés, luchando para abrirme paso por el mundo, y uno de mis trabajos regulares es reportar sobre los juicios locales. Los magistrados tienen audiencia los jueves en la alcaldía, repartiendo justicia a ladrones, villanos, y otros canallas variados.

Este día en particular los magistrados y yo estábamos luchando por mantenernos despiertos. Los casos eran aburridos, los acusados daban excusas aburridas, y hasta los oficiales de la corte se miraban aburridos.

El magistrado principal, la Sra. Eleonora McHarris, miraba por encima de sus anteojos lujosos hacia el acusado más reciente cuando su cuerpo entero empezó a moverse de un lado a otro. Me quedé mirándola, totalmente fascinado.

Su pelo claro con leves tintes azules azotaba alrededor de su cabeza como si estuviera en medio de una tormenta. La parte superior e inferior de su cara estaban jalados hacia la izquierda mientras que el centro, donde estaban su nariz y mejillas, estaba jalado hacia la derecha.

Sentí ganas de gritar pero me detuve justo a tiempo. La Sra. McHarris era un demonio si hacías ruido en su corte. Miré hacia los demás, pero al parecer no podían ver nada extraño. El asistente jurídico seguía hablando con su voz monótona, leyendo el listado de crímenes del acusado. El fiscal estaba ansioso de que fuera su turno para poder presentar su caso en contra del acusado. Nadie notó que la Sra. McHarris se estaba desmoronando.

Lo de la Sra. McHarris no era lo único raro. Un tipo raro de niebla gris-blanca empezó a moverse ante mis ojos. Solo Dios sabe de dónde salió. Apareció de repente. Por unos segundos bloqueó la Sra. Harris y el resto de la corte de mi vista, pero aún podía escuchar al asistente jurídico, quien todavía seguía hablando. No podía entender lo que decía, pero el sonido de su voz penetraba la niebla como una bocina de niebla.

La normalidad regresó en el siguiente instante. O al menos eso pensé.

Seguía viendo la niebla que se movía a mi alrededor, pero al menos y podía enfocar la vista. Miraba a través de una ventana cómo caía la nieve, dejando una capa gruesa en el suelo afuera.

Miré hacia la Sra. McHarris. La normalidad desapareció nuevamente. Ya no se movía de lado a lado, pero se miraba diferente. Pestañé. Bien. Debo estar alucinando, pensé, mientras mi mente comprendía lo que estaba viendo. Con razón se veía diferente. La mayoría de su pelo ahora estaba cubierto por un gorro puntiagudo de color negro, con solo unos mechones que colgaban hasta sus hombros.

Su chaqueta austera de tweed había desaparecido. En su lugar tenía puesta una chalina negra con franja negra que la envolvía, y sus lentes lujosos se habían alargado y tenían una curva en cada punta, dando la impresión de un murciélago.

La única cosa que permanecía igual era que aún miraba por encima de sus anteojos que estaban sentados precariamente en la punta de su nariz. Aunque su nariz… ¿era más larga que antes, no?

Y cuando ella habló, pues, ya no se escuchó el acento educado y altanero. Las palabras salieron como cascada de su boca con un lloriqueo agudo, similar a un graznido. Me di cuenta inmediatamente que algo estaba exageradamente mal. Como verán, soy muy observador. Sí, todo estaba mal. El asistente jurídico debería estar diciendo esas cosas, no el magistrado principal.

―Ya escuchó los crímenes de los que se le acusan, Santa Claus. ¿Cómo se declara, inocente o culpable?

La respuesta inmediata desde el banquillo de los acusados parecía retumbar en el salón. ―Pues, inocente, por supuesto Madame.

Ahora, esa voz ni por un segundo podía haber salido del joven debilucho que estaba parado allí hace un par de segundos. Esa voz tenía tonos graves y profundos. Era la voz de un señor jovial, sea un adulto mayor o incluso alguien viejo.

Un momento. Ella dijo Santa Claus. ¿Qué rayos estaba sucediendo?

Quité la mirada de la vieja bruja (al menos más vieja y fea) en la que se había convertido la Sra. McHarris y miré hacia el banquillo de los acusados. Ya no estaba parado allí el debilucho acusado de un crimen insignificante. En su lugar estaba parado un hombre con miles de arrugas causadas por la risa alrededor de sus ojos. La parte inferior de su rostro estaba cubierto por una espesa barba blanca. Medía aproximadamente un metro ochenta y cinco, y una túnica roja cubría su amplio abdomen. Pelo blanco fluía por debajo de su gorro rojo hasta llegar a sus hombros.

¡Santa Claus! ¿Cómo diablos llegó a estar allí?

Me di por vencido intentar descifrar lo que sucedió. Pude haber especulado todo el día y aun así estar a un millón de kilómetros de la verdad. ¡Allí! Había perdido algunos de los procedimientos de la corte por estar mi mente divagando. El fiscal se estaba parando, listo para presentar sus argumentos a la Sra. McHarris.

―Madame ―escuché que decía―, Santa Claus ha negado los cargos en su contra, principalmente la crueldad hacia los niños. Ahora procederé a demostrar por qué Santa Claus es culpable de lo acusado.