Timo - Milobar Kiokiem - E-Book

Timo E-Book

Milobar Kiokiem

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Beschreibung

A través de esta ficción filosófica, con una estructura dialógica, Milobar Kiokiem "trama" la sociedad de "la justicia anterior al Timo" (Timo como el punto de inicio de la corrupción), una utopía en virtud de la cual se impone como solución la extinción humana. Subvertido el orden verdadero, en esta sociedad ideal, que ignora que somos desiguales esencialmente, la multiplicación humana perjudica a los justos. En nuestra era capitalista nos encontramos cerca del comienzo del fin, que se retrasa, entre otras posibilidades, por la igualación de desiguales. Pero "no es necesario andar con los rodeos de la no violencia": la única manera de volver al orden es acabar con el mundo y un próximo descubrimiento tecnológico (o los ciudadanos en el poder) puede precipitar este fin.

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Kiokiem, Milobar

Timo : bases / Milobar Kiokiem. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-631-6540-69-0

1. Filosofía General. 2. Filosofía Política Argentina. 3. Epistemología. I. Título.

CDD 199.82

© Tercero en discordia

Directora editorial: Ana Laura Gallardo

Coordinadora editorial: Ana Verónica Salas

www.editorialted.com

@editorialted

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

ISBN 978-631-6540-69-0

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

La cosmogonía y la filosofía política, que forman un grupo neurálgico, son parientes lejanos y endogámicos. Cuando copulan, engendran, en el mejor de los casos, a un filósofo. Y, en la mayoría de los casos, a un ideólogo. La característica esencial de estos engendros, unos y otros, es la convicción, y la diferencia entre ellos versa sobre la veracidad del contenido de esa convicción.

A una ideología política, muchas cosmogonías y, a una cosmogonía, muchas ideologías políticas. He aquí la causa de la diversidad de posturas entre los ideólogos. Pero los filósofos comparten un núcleo duro como legado del grupo neurálgico.

Frente a la multiplicidad de versiones, el filósofo exhibe su árbol genealógico y es abucheado. Es tildado de esnob, mentiroso y soberbio. Se niega su realeza y se lo denigra al igualarlo a los demás. De esta forma, además, se niega la realidad y se rebaja la verdad al nivel de las mentiras. Como una prueba bíblica, el filósofo aguarda el tiempo. Llena su boca de argumentos; sus manos, de plumas; y sus papeles, de tinta. Y el tiempo ha de llegar...

Me llamo Milobar Kiokiem y toda mi vida habité la poli porteña, aunque excepcionalmente viajé hacia lugares menos iluminados. Desde mi infancia, vengo dándole porte a las ideas que rigen mi pensamiento y accionar. No sólo a eso. También a las respuestas a las preguntas fundamentales de todo movimiento: ¿de dónde? y ¿hacia dónde? Pues el camino, si ha de ser recto, depende, en casi en todo aspecto, de dichas respuestas. La historia colectiva nos demuestra que el camino está lleno de desventuras y pocas hazañas; que lo que predomina es lo que más tememos. Las historias individuales son otra cosa. Varían tanto de persona en persona como las opiniones. Tanto lo colectivo como lo individual continúan erigiéndose como perspectivas errantes, porque desconocen lo que fue y será. ¿Es posible que una teoría devele el principio y el fin en sus características deducibles sin que nos desconcierte y así genere una vuelta a foja cero? ¿O es imposible esquivar el mito, los enunciados que se autofundamentan, la falta de interés y la incredibilidad?

Hay que intentar explicar el mito, fundamentar hasta lo irreductible, ahogar el cinismo y reafirmar lo que subyace a todo. No dudo de que esta empresa es viable y necesaria, aunque su resultado será repudiable para casi todo aquel que se embarque en busca de estos conocimientos.

Julieta me llamó al mediodía de un domingo de marzo con noticias que —ella creía— me iban a generar mucha alegría. Así de poco me conoce. La “buena nueva”:

—Hola, Kiok...

—Él habla —la interrumpí.

—Adiviná qué: ¡me embaracé!

—Ah, qué lindo... —No pude mejorar eso—. July, ¿no?

—Sí, ¿pasa algo?

—No, todo bien. Estoy algo ocupado. —Noté que Julieta percibía lo que realmente sucedía.

—¿En qué? —consultó.

—Organizándome para afrontar verdaderas ocupaciones.

—Ah, mirá vos. —No pudo mejorar eso—. Te quería invitar a comer.

— ¿Que me invites a comer tiene algo que ver con la noticia que me das?

—Sí, lo acabo de decidir.

—¿Quiere decir que cada vez que decepcionas a alguien lo invitas a comer?

—Sólo a vos.

—Estoy ocupado. No tenés por qué justificarte.

—Insisto. Me haría sentir muy mal que no hablemos de este tema hoy…

Así que, con esta y otras tretas femeninas, me convenció de que debía ir. Mi única condición: que no hubiese nadie más, ni siquiera su pareja.

A la noche de ese día funesto, fui al departamento de Julieta con la esperanza de que me tragara el agua. Un beso en la mejilla de la anfitriona fue suficiente para dar a entender que había ido en son de paz. Su sonrisa, aunque cautivante, era menospreciada no bien llegaba a interpretarla: sabía que se había equivocado y sabía lo que pensaba. Amigo de Julieta, sí, por ahora. Pero más amigo de la verdad, por siempre. Tomé asiento sin decir una palabra y sin buscar aprobación. Por mi lenguaje corporal, daba la impresión de que estaba en mi casa. Tal vez ella me miraba aparentando desentenderse de cada uno de mis vistazos. Finalmente, tomó la iniciativa:

—¿Te gustan las pastas, Kiokiem?

—Sí, pero hay otras cosas que no me gustan —se me escapó.

—¿Cómo, por ejemplo, que las personas que se aman tengan hijos biológicos?

—Exactamente.

—Yo vivo en función de lo que pienso. Hacé lo mismo.

—Lo hago.

—¿Te hubiese gustado que muera sola e infeliz?

—No, pero esa opción me disgusta menos que la otra.

—¿Cuál otra? —frunció el ceño.

—La que permite que seas responsable de que otro sea infeliz.

—¿Mi bebé?

—Tu bebé en potencia, sí.

—¿Por qué pensás eso? Siempre lo mismo; sos pesimista, antipático y soberbio.

—Pienso que en este caso va a pasar algo sumamente probable y soy pesimista, soy antipático por decirlo y, finalmente, soy soberbio por tener la convicción de que lo que pienso es mejor que lo que lo hacen los demás. ¡Traigan la cicuta!

—¿En qué te pareces a Sócrates?

—En que no creo saber más de lo que realmente sé y en que no soy el tipo de boludo que no soporta dos preguntas antes de tildarse.

—¿Y quién sos entonces?

—El que hace las preguntas... y, cuando el boludo no las puede contestar, el que las contesta.

—No. Te voy a decir quién sos. —Suspiró y continuó—: sos el que no hace nada y dice lo que los demás tienen que hacer; el que vive con miedo e intenta infundir terror, un teórico sin tema y...

—¡Sí! En todo menos en lo último. —Vi la oportunidad y la tomé—. Tengo temas de sobra.

—¿Qué? —se notaba su perplejidad.

—Que soy un observador, terrorista y teórico. No es mi papel en esta historia ser el ejército de un hombre; tampoco predico el pacifismo. Eso sí sería una pelotudez de aquellas y tengo muchos temas de los que hablar para demostrarte que soy un buen teórico o que tengo...

—Demostralo —retó mirándome fijamente a los ojos y sin pestañear. Le devolví la mirada. Se me ocurrió algo y proferí:

—Vine a informarte: quiero que sepas lo que sé para que me entiendas. Puedo justificarme y justificar todo lo que sé si me das la oportunidad ahora.

—¿Tiene algo que ver con mi embarazo?

—Tiene que ver con todo.

—¿Con todo? ¿Qué “todo”? no me digas que vas a hablarme de tu ideal político, como hiciste con mi hermana y sus amigos hace unos años.

—Ah, te contó.

—Sí, obvio.

—¿Qué te dijo exactamente?

—Muchas cosas. Ni me acuerdo todas. Era sobre política y supuestamente dijiste locuras. No quiero creer todo lo que me dijo.

—No me voy a dedicar a hablar de política, no principalmente. Y, noticiado del alcance de tu conocimiento acerca de mi política, mucho menos.

—¿Entonces?

—Mis creencias sobre el origen de todo.

Comenzó a reír y preguntó:

—¿Para qué me sirve eso? ¿Y a vos?

—Y, bueno, a mi entender, sirve para toda teoría y toda acción. Porque cimienta aquello que puede ser cimentado. Es decir, todo menos el absoluto.

—Supongo que sí. Pero no veo cómo nos va a ayudar con lo que sea que estamos haciendo acá.

—No traigas las pastas: ya comí y me recuerdan el caos. —Frunció el ceño y se sentó frente a mí, mesa de por medio. Contemplando la nueva disposición de la preñada Julieta, recomencé a hablarle—: ¿has notado que muchas veces la gente buena la pasa mal y la mala la pasa bien?

—Sí, es la realidad que vivimos.

—Y que no hay paliativos eficaces para esta injusticia que implica que las personas no tengan aquello que merecen según sus “actos”, digamos, por ahora.

—No los hay. Las instituciones casi no hacen nada.

—Eso es el caos: una estafa a la naturaleza.

—¿Cuál es la naturaleza de la que hablás?

—Considero que todo lo que existe lo hace por una razón que no es reducible aún más.

—¿Cuál es esa razón?

—El estado original de justicia.

—¿Todo lo que existe viene de algo que es justo?

—Sí.

—¿No dijimos que lo que existe es injusto, un caos, una estafa...?

—Sí, una estafa a la naturaleza, al estado original de justicia. Lo natural es que todo ocupe su debido lugar. En el estado natural de justicia todo lo hace.

—Explícate bien sobre ese concepto.

—Bueno, primero el método: veo lo que todos ven y extraigo lo básico y constitutivo. Luego formulo una teoría del todo sólo con eso. Si fui lo suficientemente cuidadoso y sensible, no debería fallar porque, a pesar de que ese plano en el que todo es como debe ser es más de allí, de las situaciones perfectas, que de aquí, de la cotidianidad, ambos lugares confluyen. De lo que vemos todos los días podemos visualizar lo que fue y será. Pues lo que pasa entre un tiempo y otro no se escapa a ambos.

—Sin embargo, hay un rompimiento. ¿Cómo es que de un lugar justo aparece algo injusto? ¿No debería ser eternamente justo lo que es perfectamente justo? ¿O a qué remite eso de las situaciones perfectas?

—Estás en lo correcto. La segunda es la pregunta del millón. Lo justo en su pureza no admite corrupción. Las situaciones perfectas no son perfectas si devienen en lo imperfecto. Pero, sin embargo, aquí estamos y bien corrompidos.

—Por lo tanto, debemos desechar tu teoría.

—No si queremos vivir.

—¿Cómo es eso?

—Mi teoría está elaborada a partir de la psiquis humana. De valores que se muestran como naturales. Si lo son, si son naturales o la tienen como causa, la teoría se puede sostener. Si esos valores son convenciones fruto de la casualidad y no esenciales, mejor desechar la cosmogonía que practico.

—Veo. Dijiste algo acerca del futuro; me diste a entender que conocés lo que va a pasar como efecto de aquel método de la observación.

—No tanto así como que sé qué va a pasar en el futuro. Pero este parece decantar al origen.

—¿Ida y vuelta?

—No. No retrocedemos, avanzamos. Pero la estafa del ser, la que vivimos y vemos todos los días, creo, se resarcirá.

—Bueno, supongo que tendrías que explicar cómo se instrumenta lo que expones acerca del origen y final de lo que existe.

—Bueno, dejemos de lado la controversia acerca de lo imperecedero de lo perfecto; es decir, supongamos que, de alguna manera, la justicia devino injusta. Por lo tanto, el origen no está en lo injusto. No es este el orden natural de las cosas.

—Digamos por ahora que corrés en desventaja.

—Estoy de acuerdo. Pero también afirmaría que es una idea deseable la de que algún tiempo pasado fue mejor.

—Sí.

—Primero, debo reafirmar la existencia de lo justo y lo injusto. Creo que no muchos intentarían refutar eso, dado que casi todos creemos que existen acciones buenas y malas.

—¿Y quiénes no? ¿Qué les dirías? No es mi caso, pero...

—Les diría que el hecho de que no puedan tener ese criterio no exime de la realidad de otros sujetos. Igualmente existe la posibilidad de que lo que llamamos el bien y el mal no tenga relevancia cósmica. En ese caso, los psicópatas son enteramente libres. Cabe la posibilidad de que tengan razón en eso y, por lo tanto, la empatía no trasciende de una adaptación genética. Existiendo esa posibilidad, debo decir que la cosmogonía que expongo sólo tiene relevancia y sentido para aquellos que tienen la capacidad de juzgar algo justo y, por lo tanto, otro algo injusto, en términos morales.

—Achicamos el target.

—Sí, y no por eso empeoramos la teoría.

—¿Por qué decís eso?

—Porque la calidad de la verdad no es directamente proporcional con la cantidad de gente que la conoce, más bien es una constante.

—Sí.

—Ahora sí.

—¿Ahora sí qué?

—Ahora vamos a empeorar.

—Bueno, espero.

—Hace unos segundos charlábamos sobre las situaciones perfectas. Decías algo así como que no deberían devenir. Y tenías razón. Empeoramos porque hay un problema que nos es infranqueable, este es un misterio; no hay solución a esta incógnita. Si la situación era perfecta, si vivíamos en el edén, ¿por qué vivimos en algo parecido al infierno?

—Entiendo. No juegues con mi memoria. Luego de haber dicho que lo perfecto no devenía dijiste que, si queríamos vivir, teníamos que creer en la cosmogonía, porque está elaborada a partir de la psiquis.

—Sí, eso dije y no juego.

—Entonces explicame cómo se conjugan los términos “queremos vivir” y “creemos en esta cosmogonía”.

—Ah, recién ahora me doy cuenta de lo que te hacía dudar. Me explico: entiendo que, si el origen no era justo, la naturaleza no es justa; si es así, no hay un destino justo. En fin, la justicia sería un concepto vacío sin relevancia cósmica. Siguiendo con esta hipótesis, nuestras vidas pasarían a ser un sinsentido. La vacuidad de los psicópatas sería plenitud, libertad en su mayor esplendor.

—Ya veo.

—Habrás notado que hay personas que, sin ser apáticas frente a la justicia, consideran o dicen considerar que lo que hacemos es inmanente.

—No creo entender del todo eso.

—Quiero decir que estos sujetos, cuando notan que algo es justo, u otra cosa injusta, dicen que es justo, o esa otra cosa, injusta, porque así lo piensan o sienten, o porque así lo hace la sociedad en su conjunto o parte de ella.

—Sigo sin entender.

—Me refiero a que ellos no le dan un justificativo más allá de lo que hay aquí, en lo que vemos, olemos, oímos, etcétera. Y, por eso, la justicia en sí deja de serlo para dejar de existir. Piensan que algo es justo o injusto, pero descreen que la justicia tenga una realidad exterior al humano o a un conjunto de humanos.

—Se basan en creencias acerca de lo que está bien y lo que está mal, sin dudas.

—Pero resulta que lo que es justo, y aquello que no lo es, para ser categorizable, necesita de una unidad eterna de normas.

—No parece ser necesario.

—Lo es para que el término justicia no sea subsumido en otro.

—¿Como cuál?

—Como derecho, como costumbre, creencia, lo que se te ocurra.

—¿Es decir que esas personas creen que la justicia sería lo mismo que el derecho vigente?

—Algo así; en realidad, tienden a una mezcla entre distintos mandatos. Dependiendo del objeto a ser juzgado, darán argumentos de uno u otro tipo, lo que denota la profunda ignorancia acerca de temas tan constitutivos como este y de la deriva en la que toman sus decisiones.

—Si estas personas son ignorantes respecto a la verdadera calidad de la justicia, ¿cómo es que actúan éticamente?

—No lo hacen o lo hacen en parte. Juegan al futbol con reglas de tenis. Si meten un gol, se trata más de la casualidad que de la racionalidad. La realidad es más sencilla que intentar jugar a algo con reglas de otra cosa. Verás que, si algo ha de llamarse justicia, eso debe ser fundamento de todo, tanto situacional como relacional. De existir la justicia, hipótesis bajo la cual trabajamos, no sería un actor de reparto. Cada hecho, cada acción, para nosotros, los no psicópatas, los no vacíos, debe apreciarse así. El valor justicia no existe por casualidad; tiene un trasfondo entitativo de un peso absoluto.

—Si lo que decís es así, no sería necesario que la justicia fuese lo único que existiese.

—Entiendo. Por un lado, no sería un valor si fuese lo único. Necesita de algo que no sea ella misma para ser reconocida de alguna manera. Sin embargo, vemos cómo la mayoría de los hechos que nos rodean tienen más de injustos que del valor que estudiamos. Esa realidad es la que en nuestro medio los humanos supimos conseguir. Pero no tiene por qué ser así. El conocimiento de los fundamentos comunes de nuestro accionar debería llevarnos a actuar bien. Ese conocimiento por ahora no se popularizó.

—¿Fundamentos comunes de nuestro accionar?

—Sí. Tal vez debería llamarlos fundamentos ideales y universales de la acción moralmente relevante. Se trata de la normativa coherente acerca de cómo ser como uno debe ser.

—¿Podrías describirlos?

—¡No!

—¿Cómo que no?

—Que no porque debo hacer una aclaración que va a repercutir en todo, pienso, lo que nos digamos el día de hoy. Aunque parezca sacada de contexto, sus incidencias son tales que, si no irrumpen ahora en nuestro diálogo, tal vez este termine siendo un despropósito.

—Te escucho.

Me aclaré la voz y dije:

—La justicia como totalidad, una y dual, supone tres principios: el primero es que la justicia existe y se encuentra dentro de la justicia como totalidad; el segundo, que la injusticia también existe y se encuentra dentro del mismo espacio, y el tercero, que la justicia y la injusticia son esencialmente diferentes. El cuerpo, justicia como totalidad, es uno porque todo tiene una finalidad y no dos, y porque todo viene de una y no dos cosas. Es dual porque, sin negar su soledad como fundamento de todo lo que existió, existe y existirá, no deja de tener dos componentes: la justicia y la injusticia. Finalmente, para que exista la posibilidad de la tensión y el cambio que se encuentran en nuestras narices, es necesario que ambas, la justicia y la injusticia, sean fuerzas contrapuestas. Esto le da lugar a la dualidad de la justicia como totalidad. Sin embargo, existe un factor del cual no te he percatado. Llamamos al cuerpo justicia como totalidad y no injusticia como totalidad, a pesar de que los dos componentes, en principio, estén en pie de igualdad. ¿Por qué? Porque esa naturaleza, una y dual, es justa.

—Mucho no se entiende, Kiokiem.

—A ver… La justicia es lo único que existe en sí, la justicia como totalidad. No se engendró ni perecerá. Todo lo que alguna vez existió y existirá es ella misma de una forma u otra.

—Hasta ahí todo bien —añadió con el puño sosteniéndole la cabeza.

—El resto de lo que dije es básicamente que el bien y el mal existen; generan el cambio que experimentamos; finalmente, que este compuesto es justo.

—¿Por qué es justo?

—Por lo que venimos hablando sobre la justicia en general. ¿No sería un sinsentido que ahora te venga a decir que el fundamento de todo es injusto?

—Seguramente.

—Y existen cualidades de esa totalidad que advertiríamos como justas si pudiésemos verla como tal, como totalidad.

—¿Cuáles son esas cualidades?

—Nada nuevo con respecto a los componentes más disuasorios de la tradición religiosa, de los que tanto hemos escuchado hablar.

—Dale. ¿Cuáles?

—En esta totalidad, el karma hace de las suyas sin ningún límite. Es la justicia en el estado más puro en el que se pueda encontrar. También se debe tener en cuenta que los principios que rigen dentro de la totalidad, en cualquiera de los polos, son justos, es decir, que un polo gobierna al otro y a sí mismo. Dicho en clave cristiana: he aquí el cielo y el infierno.

—Te escucho y me pregunto, más de una vez, de dónde sacaste todo eso. ¿Por qué debería ser así y no de otra manera? No por todo, algunas ideas las justificaste; otras parecería que no. ¿Estoy equivocada?

—Es que, por algunas pequeñas sutilezas, los fundamentos de los pilares de esta cosmovisión entrelazados hacen las veces de premisas para otras ideas que te presento. Es decir que se concluye M por la suma de A, B y D, por decir. Y puede que falten premisas acerca de algo que ya aseveré. Mas, si algo falta, ya vendrá y, si no viene, te lo tendrás que imaginar o deducir. Sí, sé que lo que pienso no es incoherente, que es tan verdadero como puede ser, considerando el terreno dificultoso que andamos y que puede ser que la exposición no sea la más clara y metódica. Por esto último, me tendrás que perdonar, y agradecer por todo lo demás.

—Modestia aparte.

—Como siempre.

—Bueno, voy a ser menos estricta y a escucharte intentando no hacer hincapié en lo que falta. Pero voy a preguntar por todo aquello que me genere intriga y no parezca tener una resolución rápida en tu discurso.

Notando que el clima entre ambos se tornaba menos áspero y casi normal, me entoné para enunciar las consecuencias prácticas de esta teoría cosmogónica. Dije:

—Considero que, hasta ahora, hemos vivido una mentira. Que nos hemos visto reflejados en un espejo de feria y, por ello, no hemos distinguido lo lindo de lo feo. Ese reflejo iguala, falsea y desorienta a la gente. Para colmo, hemos tratado al justo por injusto y al injusto por justo. La teoría cosmogónica del timo es un paraavalanchas. No es racional usar el mismo espejo deformado y deformador de la feria que hacerlo en el living del hogar. Sumemos que muchos se sienten cómodos pensando que todos los hombres somos iguales. Son aquellos que se sienten deudores de la Revolución Francesa, de las cartas de derechos y demás sucesos y objetos intoxicados por la mediocridad y la carencia de reflexión o la reflexión de feria. El que piense así, que todos los hombres son iguales, sea lo que sea eso, tiene magno balde en la cabeza y como win