Tocqueville en el fin del mundo - Gabriela Rodríguez Rial - E-Book

Tocqueville en el fin del mundo E-Book

Gabriela Rodríguez Rial

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¿Por qué Tocqueville? Porque aquí, en los confines del mundo, en el extremo Sur del continente americano, en el siglo XIX, cuando el acceso a las comunicaciones y las novedades literarias era más veloz que en los siglos anteriores pero tenía un ritmo lento para los estándares contemporáneos, un grupo de sudamericanos quiso pensar y cambiar su propio mundo político, nutriéndose de las enseñanzas del autor de "La Democracia en América". Y casi dos siglos después de ese momento, en la segunda década del siglo XXI, Tocqueville sigue diciéndonos mucho de la fenomenología de las sociedades democráticas modernas, de sus contradicciones internas, de sus potencialidades, de sus promesas incumplidas y de sus sueños posibles. Tocqueville en el fin del mundo. La Generación de 1837 y la Ciencia Política argentina es el relato de un enamoramiento intelectual, que permite el encuentro entre el pensamiento y la acción para comprender y transformar la realidad socio-política. Por un lado, se relaciona el abordaje tocquevilliano de la democracia como estado social con el análisis de la sociabilidad argentina que realizan algunas figuras representativas de la Generación de 1837 (Sarmiento, Alberdi, Mitre, López, Gutiérrez, Frías y Echeverría), lo que servirá de punto de partida para la elaboración de su proyecto político. Por el otro, se muestra a la ciencia política como una disciplina anfibia, teórica y empírica, capaz de abordar los fenómenos nuevos audacia, pasión, creatividad, compromiso y responsabilidad.

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Gabriela Rodríguez RialTocqueville en el fin del mundo : La Generación de 1837 y la Ciencia Política argentina1ª ed. - Barcelona / Buenos Aires: Miño y Dávila editores - Febrero 2022.Archivo digital (Descarga y online)ISBN: 978-84-18929-17-5 Depósito legal: M-32389-2021Edición: Primera. Febrero 2022

Lugar de edición: Barcelona, España / Buenos Aires, Argentina

ISBN: 978-84-18929-17-5

Depósito legal: M-32389-2021

THEMA: JPA [Political science & theory]

BISAC: PHI019000 [PHILOSOPHY / Political]

WGS: 730 [Social sciences, law, economy / Political science]

© 2022, Miño y Dávila srl / Miño y Dávila editores sl

Prohibida su reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de los editores.

Armado y composición: Laura Bono

Diseño: Gerardo Miño

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Página web: www.minoydavila.com

Mail producción: [email protected]

Mail administración: [email protected]

Dirección postal: Miño y Dávila s.r.l.

Tacuarí 540. Tel. (+54 11) 4331-1565 (C1071AAL), Buenos Aires.

Índice
Agradecimientos
Introducción
1. ¿Por qué Alexis de Tocqueville?
2. La Generación de 1837 y la cultura política argentina
3. El fin del mundo, nuestro centro del mundo
Capítulo 1. ¿Quién es quién en la Generación de 1837? Formación, consolidación y crisis de una sociabilidad intelectual
1. Aulas, bibliotecas, librerías, empresas periodísticas y sociedades públicas o casi secretas: los espacios de sociabilidad de la Generación de 1837
2. Generación como problema y como solución
3. Estructura y etapas de la Generación de 1837 como un campo-red intelectual
4. El sentido común tocquevilliano de la Generación de 1837
Capítulo 2. El espíritu democrático tocquevilliano en la sociología política de Domingo Faustino Sarmiento
1. Alexis de Tocqueville, voy a evocarte
2. Un “provinciano” lee a Tocqueville
3. Geografías, instituciones y emociones políticas: Facundo vis à vis La Democracia en América
4. Las tensiones entre la democracia como estado social y como régimen político
5. El reflejo de la ciencia política tocquevilliana en la sociología política de Sarmiento
Capítulo 3. Los hábitos del corazón de Alexis de Tocqueville en el institucionalismo realista de Juan Bautista Alberdi
1. Dos abogados sin conciencia de clase
2. La presencia de Tocqueville en el imaginario alberdiano
3. Tópicos tocquevillianos en la insociable civilidad argentina
4. Fondo democrático, forma republicana o monárquica y el peligro de la omnipotencia estatal
5. La impronta de Tocqueville en el análisis político de Juan Bautista Alberdi
Capítulo 4. La revolución politológica tocquevilliana entre la historia y la teología-política: Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Félix Frías y Juan María Gutiérrez
1. A modo de captatio benevolentia
2. Leyendo, traduciendo y adaptando a Tocqueville
3. Antiguo régimen, revolución democrática y libertades en la historiografía nacional argentina
4. Estado, religión y política: tensiones del liberalismo tocquevilliano en el hemisferio sur
5. Una Ciencia Política transdisciplinar, bajo la guía de Alexis de Tocqueville
Capítulo 5. La democracia en el Plata
1. El misterio de Echeverría
2. Dogma Socialista: un credo tocquevilliano
3. La Democracia en el Plata: prospecto imaginario de un libro que no fue
Epílogo. La Ciencia Política en el nuevo mundo
1. Alexis de Tocqueville y la Generación de 1837
2. ¿Qué queda del proyecto de una nueva Ciencia Política para un mundo radicalmente nuevo?
Bibliografía

A Julio, Ricardo, Enrique, Patrice, Susana y Silvana por ser maestros y maestras de la política y de la vida

A Diego,

por el amor igualitario.

Al trío Rial, Aurea (1908-2010), Beatriz y Noemí (1947-2019),

por confiar en mí.

Agradecimientos

Este libro no hubiera sido posible sin el apoyo insti­tu­cional y económico de las dos instituciones donde trabajo: la Universidad de Buenos Aires, que financia esta publicación con fondos del proyecto UBACYT 20020170100242BA de la Programación Científica 2018-2021, y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas donde me desempeño como Investigadora desde hace más de una década. Agradezco especialmente al bibliotecario del Centro de Información y Documentación del Instituto de Investigaciones Gino Germani, Ignacio Mancini, y a Agustina Abril Boriosi, asistente del área de Teoría Política del mismo instituto, por su colaboración en la búsqueda de bibliografía y sistematización de la misma. También me acompañaron en la elaboración de este libro mis colegas de los proyectos de investigación de los que soy parte: “La política y las emociones. El miedo en la historia política de Argentina y México, siglos XVIII a XX”, coordinado por Fausta Gantús y Alicia Salmerón del Instituto Mora de México, y “Repúblicas, Derechos y Estados de Derecho: génesis teórica e histórica y su impacto en el debate político contemporáneo en América Latina”. Quiero agradecer especialmente a Sabrina Morán, Gonzalo Ricci Cernadas, Tomás Wieczorek y Mia Bigliani por haber leído un primer borrador de este libro y realizarme valiosas sugerencias que espero haber sabido incorporar.

No puedo dejar de nombrar entre quienes me acobijaron durante la escritura de este libro al Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y de la Carrera de Ciencia Política de la misma universidad que son mi segundo hogar desde hace más de veinte años.

Si bien no les dedico este libro, quisiera agradecer a mis hijos, Marco Tomás y Franco Nicolás, por su infinita paciencia con una madre presente y ausente a la vez y por su compromiso con la música y el deporte, respectivamente, que realimentan mi pasión por lo que hago como vocación: pensar la política.

Introducción

1. ¿Por qué Alexis de Tocqueville?

Desde que fue escrita por Alexis de Tocqueville en el siglo XIX, la siguiente frase provoca la irresistible tentación de querer cumplir con el mandato del autor: “Es necesaria una nueva ciencia política para un nuevo mundo enteramente nuevo” (Tocqueville, 1961 I: 5). La mayoría de quienes la leen han buscado las claves para descifrar este enigma en La Democracia en América. Pero en estos dos volúmenes, publicados por primera vez en 1835 y en 1840 respectivamente, se encuentran pocas pistas para develarlo.

En 1838, cuando era ya un autor conocido por el éxito comercial del primer tomo de La Democracia en América, Alexis de Tocqueville ingresa a la academia de ciencias morales y políticas. El 5 de abril de 1852, Tocqueville da el discurso de la sesión pública anual, en carácter de presidente de dicha institución. En esta intervención, que no suele ser tenida en cuenta por la mayoría de quienes comentan su pensamiento político, se pueden encontrar algunos elementos para responder la pregunta que dio origen a este libro: ¿qué es una ciencia política tocquevilliana?

Podemos certificar que las acciones privadas del hombre deben estar sometidas a una regla y que la moral es una ciencia. Pero ¿es lo mismo para esas colecciones de hombres que llamamos sociedades? ¿Hay una ciencia de la política? Casi lo negamos. Y, lo que parece más extraño es que son en general los políticos, es decir quienes deberían practicar naturalmente esta ciencia, los que se toman esta libertad respecto de ella. Se permiten calificarla de quimérica, o cuanto menos, vana.1

El discurso empieza cuestionando la posibilidad de existencia misma de una Ciencia Política, y diciendo que quienes practican el arte de la política, como el propio Tocqueville (que era un político profesional), eran quienes estaban más convencidos de que no existe tal cosa como una ciencia de la política. Pero, luego de identificar dos aspectos de la política, uno fijo que puede ser objetivable cognitivamente y uno movible que es competencia de quienes se dedican al gobierno, el presidente de la academia afirma que solo los ciegos no son capaces de ver que la Ciencia Política está en todas partes2. Otra manera de decir lo mismo es que sin Ciencia Política adecuada al nuevo contexto seremos incapaces de reconocer la originalidad del fenómeno político más singular de nuestro tiempo: la democracia moderna (Tocqueville, 1866: 117-18, 122-123). Luego, de realizar esta contundente afirmación, el orador se dedica comentar los temas de los concursos, aprovechando la circunstancia para citar a varios referentes de la historia de pensamiento político, desde Platón y Aristóteles, pasando por Maquiavelo y Bodino hasta llegar a Montesquieu. Justamente Montesquieu, que aparece mencionado más de una vez, era con quien sus contemporáneos solían comparar a Alexis de Tocqueville. Y cada vez que menciona alguno de los tópicos propuestos para la reflexión, algunos más teóricos, otros más jurídicos, otros más orientados a la historia de la filosofía política antigua, Alexis de Tocqueville demuestra que lo que distingue la perspectiva politológica es la mirada que relaciona micro-escenas de la vida cotidiana –que abarcan desde la economía doméstica hasta los vínculos matrimoniales– con las tendencias generales que orientan los procesos políticos.

Podría decirse que en esta intervención, donde se otorgaban los premios a los ganadores del concurso anual de la academia y se proponían los temas para el siguiente, Alexis de Tocqueville define la Ciencia Política a partir de su objeto, sus fundamentos epistemológicos y su arquitectura disciplinar. En un sentido amplio, el objeto de la Ciencia Política es el ser humano, en sus relaciones con los demás. Pareciera entonces que lo político no tiene fronteras y que es intrínsecamente inabarcable (Tocqueville, 1866: 120, 125). Sin embargo, con una mirada atenta, que permite identificar causas generales sin desatender la contingencia de los acontecimientos, se pueden distinguir aquellas interacciones que son políticas por definición porque su sentido depende de la vida en común que se organiza a través de instituciones, reguladas tanto más por los hábitos y costumbres que por el orden jurídico. Por ello, el campo disciplinar de la Ciencia abarca desde la Filosofía Política hasta los estudios idiosincráticos de los sistemas legales, pasando por la economía política y el estudio de las dinámicas sociales (Tocqueville, 1866: 120-125). En la cima del edificio que estructura la Ciencia Política de Alexis de Tocqueville está la teoría pura y desde allí se desciende al estudio de las leyes y los hechos. La articulación entre ambos niveles está dada por el método de análisis que combina observación, explicación y comprensión, y que da especial importancia al tiempo, al espacio y al horizonte cultural donde se producen los fenómenos estudiados. La Ciencia de la Política de Alexis de Tocqueville describe e interpreta, pero no pretende instaurar verdades absolutas. Juzga y encadena ideas para dar un sentido holístico al conocimiento de las instituciones y costumbres (Melonio, 1993: 35). Cuando alguien se acerca a la política puede hacerlo desde la vida práctica o desde la perspectiva teorética pero ambas pueden conjugarse y son necesarias si se quiere aportar un saber que sea a la vez instructivo y útil para la sociedad de la que se forma parte (Tocqueville, 1866: 118, 131-134).

Este libro no es una biografía intelectual de Alexis de Tocque­ville que pretenda, a partir de la reconstrucción cronológica de su obra, identificar los tópicos principales de su pensamiento político. Para quienes quieran recorrer ese camino, nos atrevemos a recomendar dos textos, uno inglés y otro en español, escritos por dos reconocidos teóricos políticos: Tocqueville between two words. The making of a political and theoretical life (2001) de Sheldon Wollin y Alexis de Tocqueville de Enrique Aguilar (2008). Hay muchos trabajos monográficos sobre Tocqueville que se ocupan de su vida o de algún aspecto, temático, metodológico o estilístico de su producción, varios de los cuales son mencionados en los siguientes capítulos porque nutrieron nuestra reflexión.3 El motivo por el cual Alexis de Tocqueville es uno de los personajes centrales y está en el título del libro es más específico pero, no por ello, menos ambicioso. Tocqueville propone un modelo de Ciencia Política revolucionaria como el tiempo que le tocó vivir: el reino de la igualdad de condiciones. Sin embargo, esa revolución trasciende su tiempo, porque su manera de analizar la política, con un enfoque que combina lo estructural con lo subjetivo, que entiende a las instituciones como prácticas sociales, que se sirve de la historia, política, conceptual e intelectual, está mucho más próximo a los abordajes hermenéuticos con los que hoy se hace Ciencia Política que el paradigma politológico que terminó siendo hegemónico a fines del siglo XIX y principios del siglo XX: el positivismo o conductismo.4 En tal sentido, Tocqueville fue más que un pionero, fue un adelantado, que supo advertir que una Ciencia Política empírica que se precie de tal necesitaba de conceptos y de imaginación teórica. Y, fundamentando nuestro argumento en su autoridad legítima, podemos afirmar que la división entre Ciencia Política, por un lado, y Teoría Política, por el otro, es un error epistemológico detectado mucho antes que la filosofía de la ciencias se ocupara de los estudios políticos.

¿Por qué Tocqueville? Porque aquí, en los confines del mundo, en el extremo Sur del continente americano, cuando el acceso a las comunicaciones y las novedades literarias era más veloz que en los siglos anteriores pero tenía un ritmo lento para los estándares contemporáneos, un grupo de sudamericanos quiso pensar y cambiar su propio mundo político, nutriéndose de las enseñanzas del autor de La Democracia en América. Y casi dos siglos después de ese momento, en la segunda década del siglo XXI, Tocqueville sigue diciéndonos mucho sobre la fenomenología de las sociedades democráticas modernas, sobre sus contradicciones internas, sus potencialidades, sus promesas incumplidas y sus sueños posibles. Su actualidad no radica exclusivamente en los temas que aborda, o en su estilo muy democrático, ya que es accesible e interesante tanto para especialistas como para legos. Alexis de Tocqueville es nuestro contemporáneo porque entiende a la Ciencia Política como una empresa intelectual que es a la vez científica y filosófica, que tiene una finalidad en sí misma pero también un objetivo programático: mejorar la política por venir.

2. La Generación de 1837 y la cultura política argentina

La Generación de 1837 es mi obsesión personal, pero también lo ha sido para la cultura política argentina. Y así queda demostrado por los casi incontables textos que desde diferentes abordajes disciplinares, como la historia de las ideas, la historia política, la filosofía, la sociología, o géneros, la biografía intelectual, los ensayos, los artículos académicos, las notas periodísticas, se han ocupado individual o colectivamente de sus figuras representativas. Por tal motivo, en el primer capítulo de este libro se presenta una semblanza de algunas de las referencias bibliográficas básicas sobre la Generación de 1837 que ponen el énfasis en la sociabilidad generacional y los usos e invenciones de conceptos políticos.

Este grupo de intelectuales y políticos se propuso comprender por qué, tras la revolución de mayo de 1810, la nueva sociabilidad democrática no podía organizarse bajo una forma política estable fundada en los supuestos del gobierno representativo. Y quienes los sucedieron, tanto en el campo político como intelectual, siguen apelando a la Generación de 1837 cada vez que no entienden por qué la política argentina se revela ante todos aquellos que pretenden domesticar con la violencia represiva o la rigidez institucional, su conflictividad, su plebeyismo, su individualismo, su rebeldía, en otras palabras, su manera singular de combinar libertad e igualdad.

Los miembros de la Generación de 18375 se plantearon interrogantes que aún hoy, a más de doscientos años de sus respectivos nacimientos, nos interpelan: ¿por qué la democracia argentina se resiste a la institucionalización?, ¿puede convivir la república con el poder personal?, ¿hay libertades superiores a otras?, ¿cuáles son los límites de la ciudadanía política?, ¿podemos crear una filosofía política nacional?, ¿hay héroes que no sean de guerra?, ¿la patria es lo mismo que la nación?, ¿se puede educar al soberano?, entre tantas otras.

La Generación de 1837 fue muy buena haciendo preguntas pero no pudo responder ninguna de ellas tan definitivamente como hubiera querido. De hecho, los autoproclamados representantes de la Joven Argentina no pudieron resolver el enigma que los obsesionó desde sus años juveniles: Juan Manuel de Rosas (1793-1877). ¿Por qué alguien que no había sido un héroe revolucionario, ni era de origen popular, ni tenía pretensión de educar a las masas se transformó en la figura política más relevante de su tiempo? Tampoco pudieron eludir las trampas que aquejan a quienes creen que pueden dominar las pasiones sociales desde el control de un saber que los hace sentir superiores. Y, cuando tuvieron responsabilidades políticas, ya que la mayoría de ellos tuvieron cargos importantes como presidentes, ministros, diputados, constituyentes, senadores, embajadores, cometieron bastantes errores. Fueron tan injustos, arbitrarios, violentos e inmorales como los actores políticos que los precedieron y a los que habían juzgado tan severamente: los hombres de mayo de 1810, los rivadavianos de la década de 1820, unitarios, federales del período de las guerras civiles que se dieron durante tres de las primeras cinco décadas del siglo XIX. A fines de la década de 1830, estos hombres, con poco menos de treinta años, creían que venían a salvar a la política argentina de sus rencillas internas y que, gracias a ellos, se iba lograr la tan mentada unidad nacional. Sin embargo, a lo largo de sus trayectorias, se la pasaron peleando entre sí. En algunos momentos tuvieron diferencias políticas sustanciales respecto de la unidad nacional, la relación entre la Iglesia y el Estado, los alcances y limitaciones de la ciudadanía política y los sentidos del republicanismo y el liberalismo como tradiciones políticas. Pero, la mayoría de las veces, el motivo de disputa fue por cuestiones personales, que van desde la incompatibilidad de caracteres hasta la envidia o el recelo por el mucho o poco reconocimiento de sus pares.

A pesar de estos vaivenes, a lo largo de su historia, la Generación de 1837 tuvo un credo común. Estaban convencidos que la democracia como estado social era el fenómeno político más importante generado por las revoluciones políticas modernas, esas que hoy llamamos atlánticas y que incluyen, aunque los europeos y estadounidenses no se terminen de convencer, las insurrecciones que promovieron la independencia política de los territorios situados al sur del Río Bravo. Pero el dogma tocquevilliano de la Generación de 1837 no se limitaba a un interés temático común: sus miembros querían legar a la posteridad un análisis de la democracia en el Plata que se sirviera de las herramientas heurísticas empleadas en La Democracia en América. Y lo más interesante fue que ese malogrado sueño juvenil, ya que el tantas veces prometido libro La Democracia en Plata, nunca fue publicado, terminó plasmando una obra colectiva, plural, contradictoria, e igualmente inconclusa, que muestra, a quienes quieran y sepan ver más allá de los prejuicios políticos, disciplinares y epistemológicos, cómo hacer Ciencia Política a la manera de Alexis de Tocqueville en la Argentina.

3. El fin del mundo, nuestro centro del mundo

El fin del mundo para otros, el extremo sur del continente americano, que hace pensar a los habitantes de otras latitudes en inmensas soledades, desolación y fuerza natural, es el centro del mundo para quienes nos dedicamos a descifrar la realidad política y social argentina. La decisión de poner la expresión fin del mundo parece responder a un prejuicio eurocéntrico que terminó siendo internalizado por la autora de estas líneas, que no está exenta del colonialismo cultural que también afectó a la Generación de 1837. Pero también tiene una motivación más poética: tratar de mirar el mundo como lo miraban los personajes que pueblan estas páginas. No sé por qué, pero cada vez que pienso en los modos en que Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Félix Frías, Juan María Gutiérrez y Esteban Echeverría, por sólo citar a los miembros de la generación de 1837 más mencionados en los capítulos que siguen, leyeron a Alexis de Tocqueville viene a mi mente el faro del fin del mundo tal y como lo describió en su libro homónimo el escritor francés Julio Verne (1828-1905). Se trata de un claro anacronismo, ya que este relato fue publicado en el siglo XX, luego de la muerte del autor, cuando ninguno de los protagonistas de este libro vivía. Quizás hubiese sido más históricamente fidedigno imaginar el fin del mundo tal y como lo describió Charles Darwin en sus diarios que se redactaron contemporáneamente a La Democracia en América. Pero, sinceramente, el fin del mundo que represento cuando recreo en el encuentro entre Alexis de Tocqueville y la Generación de 1837 es ese faro. Y la primera vez que lo vi fue cuando, una tarde de sábado de mi niñez, vi en la televisión la versión cinematográfica de Disney de Los hijos del capitán Grant. Poco tiempo después leí el libro del mismo título, también de Verne, que me compró mi mamá, y muchos años después El faro del fin del mundo. Los laberintos del pensamiento y el recuerdo son son así: puede encontrarse el camino de salida con astucia o ayuda externa del hilo de Ariadna pero no siempre se puede identificar un patrón racional en la forma en que fueron diseñados. No pretendo que me crean pero me gustaría que quienes lean este libro se atrevan a jugar con esta imagen mental y relean su propio mundo político, descentrando lo que se nos ha enseñado a poner en el centro de la escena.

En un contexto donde estamos repensando cómo el patriarcado afecta no solamente al campo del poder sino también al campo del saber, parece extemporáneo dedicar un libro solamente a teóricos políticos varones. Y, ciertamente, lo es. Sin embargo, sin que suene a disculpa, estos hombres son la excusa para que esta mujer, la autora, que es politóloga hace décadas, que estudió sociología de la cultura y filosofía en su formación de posgrado, se atreva por primera vez a escribir un libro sola y firmarlo exclusivamente con su nombre. Puede parecer un pequeño hecho para otras más audaces, pero para alguien que siempre encontró más cómodo expresarse a través de las palabras de otros y otras que inventar conceptos propios es un paso subjetivamente importante.

El libro está compuesto, además de la introducción, y un epílogo, de cinco capítulos, tres de los cuales tienen una estructura análoga de cinco partes cada uno y una similar cantidad de páginas. El primero aborda la sociabilidad de la Generación de 1837 desde una perspectiva que combina la historia política, la sociología de los campos y el análisis conceptual. Los capítulos segundo y tercero están dedicados a relacionar la biografía y política conceptual de Alexis de Tocqueville con la sociología política de Domingo Faustino Sarmiento y el institucionalismo de Juan Bautista Alberdi, respectivamente. Si bien he dedicado investigaciones previas a estos tres pensadores políticos plasmadas en artículos o algunos de los capítulos de mi tesis doctoral, es la primera vez que me propongo recorrer algunas de sus respectivas producciones a partir del impacto que tiene la concepción de la democracia como estado social en los fundamentos epistemológicos de sus análisis sociopolíticos. El capítulo cuatro es coral, porque ya no se trata de ver el impacto de la Ciencia Política tocquevilliana en una figura representativa de la Generación de 1837 sino en cuatro: Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López, Félix Frías y Juan María Gutiérrez. El propósito del mismo es poner a dialogar a los estudios políticos con la historiografía, la teología política y la historia intelectual. Finalmente, en el último capítulo, a partir de la comparación de Esteban Echeverría con Alexis de Tocqueville, se propone un índice imaginario para un libro nunca escrito, La Democracia en el Plata para concluir con una reflexión acerca del legado de la Generación de 1837 para la Ciencia Política Argentina por venir. ¿Por qué he priorizado estos siete personajes entre los más de cincuenta que forman parte de esta sociabilidad generacional? Como espero demostrar a partir del segundo capítulo, cada uno de ellos –Sarmiento, Alberdi, Mitre, V. F. López, Frías, Gutiérrez y Echeverría– representan modos aún vigentes de hacer Ciencia Política. Mientras Sarmiento articula con su mirada, no exenta de apasionamiento hiperbólico, la estructura social con la cultura política para comprender por qué la democracia no funciona del mismo modo aquí o allá, Alberdi nos recuerda que las instituciones importan, y que no se reducen a meras formas traducibles en constructos legales sino que están arraigadas en las costumbres. Mitre y López ponen a la historia política en el centro de una indagación que no deja de ser politológica, en un caso porque encuentra en el devenir de la revolución de la democracia el motor del cambio y, en el otro, porque pretende modificar el fallido presidencialismo argentino de fines del siglo XIX a partir de las lecciones de los antepasados. Al introducir el problema teológico político, Frías instala una cuestión que interpela los fundamentos ontológicos de la política hasta nuestros días. Y Gutiérrez, con su curiosidad y habilidad para entrelazar personas, discursos y experiencias institucionales muy diferentes en una interpretación lógica, conceptual e históricamente coherente adelanta algunos de los rasgos distintivos de la hermenéutica como enfoque epistemológico. Echeverría, aun con menos sofisticación teórica y analítica que el resto, es el responsable de haber propuesto un sueño a su generación, que también es el nuestro, de quienes dos siglos después seguimos fascinados por el enigma de la política: comprender los cómo y porqués de la democracia en el fin del mundo.

Capítulo 1 ¿Quién es quién en la Generación de 1837? Formación, consolidación y crisis de una sociabilidad intelectual

“Voy a ocuparme pronto de una mirada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año ’30 en adelante. Precisamos inventariar lo hecho para saber dónde estamos y quiénes han sido los operarios. No creo que haya otros nombres que los de nuestra gente. Veremos qué dirá la otra. Se quedará con la boca abierta.” Esteban Echeverría, Carta a Juan María Gutiérrez, fechada en Montevideo el 24 de diciembre de 1844 (Echeverría, 1940: 366)

El 23 de junio de 1837, probablemente un viernes, tres jóvenes, Juan Bautista Alberdi de veintiséis años, Marcos Sastre y Juan María Gutiérrez, ambos de veintiocho años de edad, se preparaban para enunciar los discursos inaugurales del Salón Literario. Esta asociación iba a tener como lugar de reunión la librería del propio Sastre, situada en el centro de la ciudad de Buenos Aires. El objetivo de la misma era someter a discusión las novedades artísticas y literarias de la época e incitar en la joven generación, que había nacido cerca de la revolución de mayo de 1810, el espíritu reflexivo necesario para que la sociedad democrática que había irrumpido tras el fin del orden colonial dejara de ser tan ingobernable. No estaban presentes ese día ni Esteban Echeverría (1805-1851), el poeta admirado por sus contemporáneos, ni Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), un sanjuanino provocador que no pondría sus pies en Buenos Aires hasta febrero de 1852. Sin embargo, estuvieron dos amigos personales de Sarmiento, también oriundos de San Juan: Antonino Aberastain (1810-1861) y Manuel Quiroga Rosas, nacido en 1810, quien llevó las novedades asociativas porteñas a su ciudad natal. El cordobés Mariano Fragueiro (1795-1872) sí fue de la partida, lo mismo que Dalmacio Vélez Sarsfield (1800-1875), igualmente oriundo de la provincia mediterránea y que había viajado por muchos lugares de la entonces Confederación Argentina6 acompañando al caudillo federal Juan Facundo Quiroga (1793-1835). Marco Avellaneda (1813-1841), nacido en Tucumán, donde volvió a residir en 1834, fue parte de la audiencia que escuchó la alocución pronunciada por su coterráneo, Alberdi. Pero el íntimo amigo de este último, Miguel Cané padre (1812-1852), con quien compartió libros y cuya abuela, Bernabela Farías de Andrade, lo adoptó como un nieto más,7 leyó las intervenciones impresas días más tarde, porque ya se encontraba exiliado en Montevideo. Además de Santiago Cazaldilla (1806-1896) y Vicente Fidel López (1815-1903), que escribieron en sus años de vejez memorias donde contaron este acontecimiento junto con otras aventuras de juventud, asistieron al acto de apertura de esta sociedad filosófico literaria María Sánchez (1786-1868), viuda de Martín Thompson desde 1819 y ya separada de Washington de Mendeville, en cuya casa de interpretó por primera vez, en 1813, el Himno Nacional Argentino, y Vicente López y Planes (1814-1856). Este último, de 52 años, autor de la letra de la ya mencionada canción patria y político experimentado, cerró la velada con unas palabras que auguraban a la sociedad y sus jóvenes miembros un futuro promisorio. Juan Thompson (1809-1873), hijo de Mariquita, charlaba con su amigo Félix Frías (1816-1881) y se manifestaban algo recelosos del anti-hispanismo del discurso de Gutiérrez. Como buenos católicos practicantes no compartían el rechazo a la religión y culturas heredadas de la madre patria. Y sentado en un rincón, quizás cerca de Rafael Corvalán (1809-1860), hijo del edecán del gobernador Juan Manuel de Rosas (1793-18), el napolitano Pedro de Angelis (1784-1859) escuchaba atento para redactar una detallada crónica en los periódicos oficiales. No muy lejos, se encontraba José Mármol (1817-1871), futuro autor de Amalia, que charlaba acaloradamente en sus contertulios. Algo más desapercibido pasaba Juan Bautista Cuneo, que se había escapado de la península itálica por las persecuciones sufridas por los partidarios de Giuseppe Mazzini. Él fue quien seguramente relató, años después, a su amigo Bartolomé Mitre, ausente del encuentro, lo que dijeron Alberdi, Sastre y Gutiérrez.

Meses después del acto inaugural, Sastre le escribe a Esteban Echeverría para que organice un plan de lecturas para debatir en el Salón Literario. Luego de algunas dilaciones, el escritor acepta. Más tarde, se cree que el poeta asumió la presidencia de la asociación. Sin embargo, el 10 de enero de 1838, con un escenario político convulsionado, dentro y fuera de la Confederación, el Salón Literario cierra sus puertas y Sastre remata los libros que le quedaban en el stock del gabinete de lectura. Quizás este hecho haya sido el incentivo para que Echeverría pusiera en marcha un proyecto político cultural que tuvo su impronta: la Asociación de Mayo, fundada el 8 de julio de 1838. Esta sociedad, que en su origen se denominó Joven Argentina, bajo el influjo de los conspiradores de la Joven Italia, tuvo filiales en otras ciudades, además de Buenos Aires, y sus miembros se juramentaron un código que expresaba sus expectativas respecto del porvenir político y social de la futura nación Argentina. Ese fue el manifiesto liminar de la Generación de 1837 que la posteridad conoció con el nombre de Dogma Socialista.8

Lo relatado hasta aquí está documentado, aunque los testimonios no coinciden en las fechas exactas en que estos eventos sucedieron. Quienes han narrado los primeros momentos de la Generación de 1837, contemporáneos o no, han tendido a mitificar estos hitos institucionales con la intención de que los orígenes de esta sociabilidad estén a la altura de las expectativas que tiene todo aquel que evoca a estas figuras fundacionales de la política y la cultura argentinas.

En este capítulo se cuenta la historia colectiva de la Generación de 1837 como grupo cultural y político. A diferencia de los capítulos siguientes, el foco no está puesto en personas singulares ni en sus roles de autores de textos emblemáticos de una embrionaria ciencia política argentina sino en la sociabilidad generacional que les da unidad como un colectivo. Y lo que resulta más llamativo es que esa identidad colectiva sigue operando cuando amistades o relaciones cercanas se deterioran a partir de 1852, tras la caída del régimen político encabezado por Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires.9 Entonces, varias figuras representativas de la Generación de 1837 asumen posicionamientos políticos que los distancian entre sí.

Hemos utilizado el término sociabilidad aplicado a la Generación de 1837 sin explicar su sentido. Desde un punto de vista técnico, es decir, como categoría de la historia política, según Pilar González Bernaldo de Quirós (2004: 434), “la sociabilidad remite a prácticas sociales que ponen en relación un grupo de individuos que efectivamente participan de ellas y apunta a analizar el papel que pueden jugar esos vínculos”. Pero también la sociabilidad es un vocablo nativo que utilizan algunos miembros de la Generación de 1837 para referirse a un conjunto de reglas o valores compartidos que caracterizan a un determinado momento del proceso civilizatorio occidental moderno en un contexto temporal y geográfico determinados. Es un sinónimo de civilidad, tal vez un término más preciso desde un punto filosófico político, aunque esta categoría es más usada por los analistas de la Generación de 1837 que por quienes se identificaban como parte de ese colectivo (González Bernaldo de Quirós, 2004: 423-424, 427, 430-431; Villavicencio y Rodríguez, 2011). A su vez, es factible referirse a una sociabilidad conceptual común que remite la concepción tocquevilliana de la Ciencia Política y permite articular los usos de democracia, nación, república, gobierno representativo, ciudadanía observables en diferentes intervenciones de referentes de la Generación de 1837 en distintos momentos de sus trayectorias (Betria y Rodríguez Rial, 2018).

Un estudio historiográfico de la Generación de 1837 como una sociabilidad político-cultural implica, en un plano epistemológico, que se deben tener en cuenta prácticas e instituciones y analizar cualitativamente elementos estructurales (capitales sociales o culturales, posiciones, relaciones) que pueden cuantificarse. Para poder abordar esta última dimensión, identificamos un conjunto de agentes sociales compuesto por más de cincuenta individuos, todos hombres con excepción de una mujer, María Sánchez, y un conjunto de indicadores que remiten a propiedades posicionales o relacionales.10 En lo que sigue de este capítulo, luego de dar cuenta de espacios, más o menos formalizados, donde se vincularon y explicar por qué creemos que la denominación Generación de 1837 es la más adecuada para referirse a la identidad compartida por esta elite político intelectual, se describirán las etapas de este colectivo político generacional y se analizará esa sociabilidad desde un punto de vista estructural a partir de una metodología que combina la sociología de los campos y habiti de Pierre Bourdieu (1998) con el análisis de redes.

1. Aulas, bibliotecas, librerías, empresas periodísticas y sociedades públicas o casi secretas: los espacios de sociabilidad de la Generación de 1837

Comenzamos la introducción de este capítulo refiriéndonos al Salón Literario y al juramento de la Joven Argentina, que constituyen hitos institucionales tan míticos como reales de la sociabilidad de la Generación de 1837. Para comprender las características y el impacto de los mismos en la configuración de una identidad generacional es necesario distinguir tres tipos de espacios de sociabilidad presentes en los distintos momentos de la trayectoria de este colectivo intelectual.

Un primer tipo corresponde a los espacios de encuentros fuertemente institucionalizados por las asociaciones o sociedades que cuentan con al menos una nómina relativamente explícita de miembros. La Joven Argentina contó con al menos treinta y cinco miembros (Gutiérrez, 1940: 42) y sus filiales, por ejemplo la de San Juan organizada a instancias de Manuel Quiroga Rosas y Sarmiento (2001:133) y de la que participaron Indalecio Cortínez, Aberastain, Guillermo Rawson (1821-1890) y Benjamín Villafañe, o la de Córdoba, organizada por Vicente Fidel López, constituyen un claro ejemplo de sociedades políticas (Echeverría, 1940: 105-107). Estas últimas, sin dejar de lado el debate cultural, tenían como objetivo proponer un modelo de hacer política, protagonizada por los miembros de la joven generación, que superara las deficiencias que, a su juicio, tenían tanto los federales como los unitarios, hasta entonces los partidos o facciones políticas predominantes.11 El carácter claramente político de estas asociaciones se vio reflejado no solamente por la decisión de sus miembros de juramentar una creencia que expresaba valores compartidos sino en la reacción que produjeron en sus contemporáneos. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, quien había sido bastante condescendiente con el Salón Literario y algunas publicaciones escritas por referentes de la Generación de 1837 en años previos, y sus aliados en otras provincias como Belisario Benavídez (San Juan), Felipe Heredia (Santiago del Estero) o Pascual Echagüe (Entre Ríos), vieron la red de asociaciones que compartían el ideario de la Joven Argentina como un desafío a su poder político. De hecho, a fines de 1838 y a principios de 1839 las persecuciones van a ser mayores y varios asociados se exilian fuera del territorio de la confederación.12

Dentro de este primer tipo de sociabilidad también se puede mencionar a la Asociación de Estudios Históricos y Sociales o Sociedad de Estímulo, que funcionó en 1833 en la casa de los hermanos Jacinto y Demetrio Rodríguez Peña (1817-1867), sita en Venezuela entre Perú y Bolívar, a pocas cuadras del colegio de Ciencias Morales y de la sede de Universidad de Buenos Aires en ese momento. Esta asociación puede haber tenido como antecedente o desarrollarse contemporáneamente a otra que tuvo un nombre similar y se derivaba de un grupo de estudio previo. La misma habría tenido lugar en la casa de la familia materna de Cané (Weinberg, 1958: 31). Estas sociedades eran mayormente prolongaciones de grupos de estudio formados por estudiantes de la universidad o del colegio de Ciencias Morales, ya que estos últimos compartían clases con quienes asistían a los cursos preparatorios para la universidad (ver segundo tipo de sociabilidad).

El Salón Literario, que surgió como complemento de las actividades de la librería, y el gabinete literario de Marcos Sastre (1808-1887), inaugurados entre 1833 y 1835, tuvieron un alto grado de institucionalización, dado que quienes eran miembros regulares pagaban una suscripción anual que les permitía hacer uso de la biblioteca, participar de las reuniones literarias y recibían de forma gratuita las impresiones que hacía el establecimiento de los trabajos literarios (Weinberg, 1958: 55). Su impacto excedió la comunidad de sus asociados regulares, si se tiene en cuenta la conservación de los discursos enunciados el día de su fundación y el hecho de que ha podido reconstruirse la nómina de quienes asistieron al acto inaugural en junio de 1837. Echeverría se hizo cargo de la organización de un plan de lecturas a pedido del dueño de la librería; los socios eligieron autoridades, presidente, vice y secretarios. Sin embargo, su escasa durabilidad en el tiempo –poco más de seis meses– puede ser un factor que ponga en duda el grado de institucionalidad de este espacio de sociabilidad que asoció a la generación con un año específico.