Toda una fantasía - Emociones secuestradas - No me olvidarás - Lori Foster - E-Book
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Toda una fantasía - Emociones secuestradas - No me olvidarás E-Book

Lori Foster

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Beschreibung

Toda una fantasía El empresario Sebastian Sinclair había accedido a ser vendido en una subasta benéfica. No le agradaba convertirse en el regalo de cumpleaños de alguna afortunada ricachona, pero, cuando vio a Brandi Sommers, solo pudo pensar en que ella le quitara el envoltorio. Brandi no podía creer que sus hermanas le hubieran regalado cinco días de ensueño en un romántico refugio para amantes. Tendría a un impresionante hombre a su disposición… para cumplir sus más secretas fantasías. Emociones secuestradas El mercenario profesional Dare Macintosh tenía una regla inquebrantable: los negocios no debían convertirse nunca en un asunto personal. Sin embargo, cuando la encantadora Molly Alexander le pidió que la ayudara a encontrar a los hombres que la habían secuestrado, Dare sintió la tentación de combinar trabajo y placer. Molly era una mujer muy independiente, y se había jurado que no confiaría en nadie hasta que hubiera descubierto quién la amenazaba. ¿Podría ser su padre, del que estaba distanciada? ¿Su antiguo prometido, resentido todavía? ¿O un lector y admirador contrariado por sus novelas? El peligro aumentaba y Dare se convirtió en el único apoyo de Molly. Sin embargo, lo que sentía por él podía ser lo más peligroso de todo…

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Seitenzahl: 747

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 128 - octubre 2019

 

© 1998 Lori Foster

Toda una fantasía

Título original: Fantasy

 

© 2011 Lori Foster

Emociones secuestradas

Título original: When You Dare

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 1999 y 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Tiffany y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-743-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Toda una fantasía

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Emociones secuestradas

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Si te ha gustado este libro…

Toda una fantasía

 

 

Lori Foster

 

1

 

 

 

 

 

–A la una… a las dos…

Con un silencio de anticipación en el aire, la presentadora anunció:

–¡Vendido!

Y Sebastian Sinclair contempló cómo el hombre al que acababan de comprar era conducido fuera del escenario entre gritos y felicitaciones femeninas. Pronto sería su turno.

«¿Cómo diablos me he metido en esto?», se preguntó. Llevar aquel traje, ver cómo un montón de dinero cambiaba de manos sin consideración en el precio y ser el centro de atención… Lo odiaba todo. Le recordaba a su juventud y a lo poco que tenía que ver con aquellas mujeres huecas de sangre azul.

Y lo peor era que odiaba que lo compraran como un juguete caro para la diversión de alguna mujer rica, a pesar de que fuera por una buena causa.

Él parecía ser el único hombre al que no le entusiasmaba la idea de exhibirse en público. Los otros, con edades que variaban de los veinte a los cuarenta, estaban sonrientes y se mostraban como el producto que eran, en general integrados de lleno en el espíritu de la ocasión. Solo quedaba un hombre en la fila de delante de él y a juzgar por su cuerpo musculoso y su mandíbula áspera por la barba de unos días no tardaría mucho en ser vendido. A las mujeres les gustaban los machos de aspecto duro.

Que era sin duda por lo que a los trabajadores de la construcción les habían puesto pantalones y camisetas tan apretados. Una concesión a la audiencia femenina, sin duda, porque no había forma de que un hombre pudiera trabajar cómodo con una camiseta tan apretada. Lo mismo que los jardineros iban con botas y sin camiseta. Y los carpinteros… a él le habían puesto un pesado cinturón de herramientas muy bajo en las caderas. El equipo se completaba con tenazas, alicates y el martillo más grande que había visto en su vida, sin duda un penoso símbolo. Sebastian sacudió la cabeza e intentó, sin demasiado éxito, ocultar su asombro.

La presentadora, una mujer con una sonrisa de anuncio de dentífrico, condujo al hombre de delante fuera del escenario arrastrándolo con un dedo metido en la trabilla de su cinturón. La audiencia bramó y aún más cuando la mujer lo hizo volverse para enseñar la espalda.

Sebastian se preguntó si alguna de aquellas mujeres ricas realmente comprendían que la finalidad de aquella recaudación era para ayudar a mujeres maltratadas. Lo dudaba. Para ellas, aquello era una juerga, no un acto humanitario para construir refugios y asistencia a personas necesitadas.

Para él era mucho más personal.

El moreno de delante de él desapareció y la presentadora lo agarró a él del brazo y lo condujo hasta el centro, justo delante del foco. Sebastian miró a aquella audiencia, satisfecho de sus generosas donaciones, pero disgustado con su descuidada actitud. Nadie dedicaba un segundo a pensar adónde iría el dinero o la falta que hacía. Eran todas iguales, cargadas de brillo y glamour, huecas, frívolas y concentradas solo en sus propios placeres. Y él sentía un profundo desdén por todas ellas.

Y entonces la vio.

Allí estaba, sola, una mujer pequeña de pelo oscuro con ojos enormes que dominaban su cara y expresaban fascinación. Ella no sonrió cuando sus miradas se cruzaron ni gritó ni hizo bromas o risas como las demás mujeres. No hacía más que mirarlo y él ya no escuchaba a la presentadora ni se sentía el centro de las miradas. Su aburrimiento y desinterés parecieron disiparse. La cara de la mujer estaba iluminada y sus labios ligeramente entreabiertos, como con gesto de sorpresa. Y supo con seguridad que ella no podía apartar la vista. De alguna manera, la tenía atrapada con la mirada.

Sebastian no se atrevió ni a pestañear. La mujer parecía inocente y la encontró tremendamente irresistible. Por algún motivo insano, quizá porque había despertado algo dentro de él, no tenía intención de dejarla irse.

Quizá no riñera con Shay, después de todo. Quizá acabara dándole las gracias.

 

 

Lo deseaba. Deseaba a aquel hombre.

Brandi permaneció de pie justo delante del escenario. Ninguno de los hombres que habían estado desfilando le había llamado la atención realmente, aunque ella no estaba allí para comprar a ninguno. Solo había ido para apoyar a su hermana Shay. Lo cierto era que a ella no le gustaban aquellos espectáculos donde la testosterona se podía masticar en el ambiente, y hubiera preferido otras formas de pasar su cumpleaños.

Pero nada de eso importaba ya. El hombre que estaba en el escenario era increíble y en cuanto clavó su mirada en él no pudo apartarla. Sentía una conexión irresistible con él y no parecía encontrar la fuerza de voluntad para irse.

La mujer que llevaba la subasta se rio de alguna broma, de la que Brandi no se enteró, antes de abarcar el brazo del hombre. Con un micrófono en la mano, lo asió con fuerza con la otra y se frotó contra él.

–¡Una apuesta muy generosa! –dijo muy excitada, aunque Brandi no había escuchado la suma ofrecida–. ¡Pero merece la pena hasta el último penique, señoras! Vamos, no sean tímidas. Es todo un espécimen.

Le apretó el bíceps con una exclamación de asombro para su audiencia.

El hombre no parecía muy halagado. Parecía desdeñoso y en vez de exhibirse como los otros, permanecía cruzado de brazos con una pose fuerte y masculina. Parecía tan impenetrable como un muro de piedra y no dejaba de mirar a Brandi.

La presentadora hizo un esfuerzo para que cooperara con ella. Intentó obligarlo a que diera una vuelta y se exhibiera como los otros para alcanzar las sumas astronómicas que habían recaudado. Pero él se resistió y no se movió ni un solo milímetro.

Y a las mujeres les encantó. Las pujas fueron en aumento y los comentarios de lo que harían con él cada vez eran de lo más explícitos.

La fascinación de Brandi fue en aumento. Nunca antes la había sentido o, al menos, no en los últimos ocho años. Y antes de eso, simplemente había sido demasiado joven. Pero no había forma de negar el interés que había despertado en ella. Brandi había tomado una decisión ese mismo día, una decisión que cambiaría su vida, con suerte para mejor. Pero ¿aquello? ¿Podía considerar siquiera la idea de pujar por un hombre? ¿Por aquel hombre?

En respuesta a sus propios pensamientos, sacudió la cabeza para rechazarlos.

El hombre le dirigió una sonrisa devastadora que le quitó el aliento y Brandi se puso roja de vergüenza. ¡Él no podía saber lo que estaba pensando! Sacudió la cabeza otra vez, de forma más firme, pero eso solo provocó que la sonrisa del hombre se hiciera más brillante.

¡Dios, era magnífico!

Y grande. Demasiado grande e imponente y… Brandi sintió un ardor intenso, como si alguien hubiera abierto un horno. Intentó retroceder y romper aquella conexión invisible, pero no lo consiguió. Nunca en su vida había sido objeto de una atención masculina tan intensa. Su hermana Shay era una mujer tan llamativa, tan alta, tan guapa, que naturalmente Brandi palidecía a su lado.

Pero ahora un hombre, aquella increíble torre de hombre, la tenía atrapada con su mirada descarada y no la soltaba. Se sintió alarmada y halagadoramente turbada.

En ese momento apareció Shay a su lado. La mirada del hombre automáticamente se desvió hacia su hermana, que siempre sobresalía por encima de ella.

No fueron celos lo que Brandi sintió, más bien resignación. Tampoco tenía derecho a mirar a un hombre y despertar su interés si no tenía intención de devolvérselo. Y no podía devolverlo, al menos todavía. Su resolución de empezar el día de su cumpleaños de forma diferente no podía ser con un hombre como aquel.

Ahora que no la estaba mirando pudo por fin apartar la vista con un suspiro de pesar.

Shay escuchó aquel suspiro y se rio.

–Es magnífico, ¿verdad?

Agobiada por sus propios pensamientos, Brandi se dio la vuelta para mirar a su hermana y preguntarle de forma estúpida:

–¿Quién?

–El hombre al que has estado admirando –entonces Shay la agarró por el brazo y la condujo al centro de la pista–. Todas las mujeres han estado haciendo lo mismo, pero claro, no es exactamente un hombre al que una mujer de sangre caliente pueda ignorar.

–Pues no le gusta estar en ese escenario.

Shay lanzó una carcajada.

–No, no lo creo. ¿Pero has visto cómo reaccionan las mujeres ante su desinterés? Se están volviendo locas por él.

–Entonces supongo que recaudará una buena suma para tu acto de caridad.

–No es en eso en lo que estoy pensando. Podría hacerte un préstamo, ¿sabes?

–¡Dios bendito, Shay! ¿No estarás sugiriendo que…?

–¿Por qué no?

Aquella era una sugerencia ridícula y Brandi se sintió irritada.

–Ya sabes por qué no. ¿Lo has visto? Es más alto que una torre y más oscuro que Satán. Intimida incluso vestido de carpintero. Y hasta ahora, solo ha sonreído una vez.

–Sí, pero esa sonrisa casi te ha tirado por tierra. Admítelo, Brandi. Te ha gustado lo que has visto.

Brandi intentó ser razonable.

–Tengo que reconocer que me produce escalofríos, y eso no es buena señal.

La cara de Shay se iluminó.

–¿Estás de broma? Es una señal fantástica.

–No.

–Pero…

–No hay «peros» que valgan –suavizó el tono porque sabía que su hermana solo quería su propio bien–. Esta mañana he tomado la decisión de poner mi vida en orden… de empezar a circular de nuevo.

–¿Circular? ¿Y no quiere eso decir ligar con hombres?

Brandi sonrió.

–Sí, y probablemente me ponga en ridículo, así que tendré que empezar con alguien con quien esté a salvo, alguien a quien conozca, en quien pueda confiar y que no me presione o sea demasiado dominante. Tengo que empezar a actuar como una mujer normal aunque me vaya la vida en ello.

Shay sonrió.

–Me parece estupenda tu idea, de verdad. Pero ya que te gusta el hombre del escenario…

Las dos se volvieron cuando la presentadora respondió a un montón de pujas. Las cosas se estaban calentando. Lo venderían en cualquier momento. Brandi sacudió la cabeza con tristeza. Shay no lo entendía. Nadie de su familia la entendía. Ella intentaba no agobiarlos y siempre contestaba que se encontraba bien.

Se dio la vuelta sin querer ver el desenlace.

–Yo nunca compraría a un hombre, Shay, y lo sabes.

Su hermana bajó la vista hacia ella desde su impresionante altura.

–Pues yo no tendría ningún problema en hacerlo.

Y antes de que Brandi pudiera detenerla, alzó el brazo y levantó la suma de la puja bastante por encima de lo que había ido subiendo.

Un silencio de asombro reinó en la sala ante aquella cantidad astronómica, pero nadie la subió. Y después de un momento, la presentadora golpeó el martillo con evidente satisfacción.

–¡Vendido a Shay Sommers, y es una ganga hasta la última libra!

 

 

A menudo, los caprichos del destino eran un misterio.

Brandi cerró un momento los ojos negando su propia desesperación.

–Bueno –dijo Shay con un tono muy seco –. Esto se ha resuelto con facilidad, ¿verdad? Nadie se ha molestado en pujar más alto.

Brandi abrió los ojos con sensación de irrealidad.

–¿Estás loca, Shay? ¿Es que has perdido la cabeza por completo? Tú puedes conseguir al hombre que quieras. No necesitas pagarlo.

–Pero quería a ese hombre –entonces Shay alzó la mano con elegancia–. Este es mi proyecto benéfico. Todo el mundo espera que aporte también algo.

Brandi lanzó un sonido estrangulado.

–¡Vamos, Brandi! –insistió su hermana–. Es lo mismo que donar el dinero. Además, aquí todo el mundo se beneficia. Los hombres del escenario consiguen dar publicidad a sus empresas y atraer la atención de la prensa como hombres concienciados. Y el refugio se ve recompensado porque todos han prometido aportar mano de obra gratis. Pintarán, harán la jardinería, las obras y lo que haga falta para que el proyecto funcione. Esos hombres consiguen publicidad y nosotros mano de obra gratis. Todo el mundo está contento. ¿Te das cuenta de la cantidad de dinero que hemos recaudado ya?

«Todos han dado algo excepto yo», pensó Brandi sintiéndose infeliz. Se preguntó a qué contribuiría el hombre de Shay, pero al instante decidió que no quería saberlo. Cualquiera sabría a qué se dedicaría aquel enorme bárbaro.

Brandi entendía perfectamente el entusiasmo de Shay. Desde que se había quedado viuda, su hermana había hecho todo lo posible por ayudar a la comunidad de Jackson, Tennessee, poniendo toda su energía en recaudar dinero de los ricos para ayudar a los pobres. Su hermana tenía el dinero de su marido, lo que le daba el prestigio, y también la conciencia de dedicarlo a buenos fines.

Por desgracia, Shay no encajaba en el típico perfil de viuda madura por su excepcional aspecto y su personalidad extravertida, así que la mayoría de los hombres se negaban a tomar sus esfuerzos en serio, mientras que las mujeres la veían como una amenaza personal.

Brandi sabía que su hermana buscaba con desesperación un propósito en la vida, como darle un buen uso a la fortuna que había heredado de su marido. Y ella deseaba apoyarla en todo lo que pudiera.

–Shay, por favor, olvida lo que he dicho. No me debes ninguna explicación. Si quieres comprar un hombre… desde luego puedes permitírtelo, y yo no tengo ningún derecho a interrogarte. Te pido disculpas.

Lo sentía, y sentía aún más haber aparecido en aquel acto esa noche. Ahora lo único que deseaba era volver a casa, tomar la tarta de cumpleaños en la intimidad y olvidarse de haber visto siquiera a aquel hombre.

Shay sonrió.

–Solo quería asegurarme de que entendías mis motivos.

Desde luego que los entendía. Antes de pensarlo siquiera, Brandi preguntó:

–Pero ¿por qué él?

Había muchos hombres que se hubieran sentido halagados porque los hubiera comprado, así que ¿por qué había escogido al hombre al que ella no había tenido el valor de adquirir?

Y no era que le importara. Brandi evitaba por instinto a hombres como aquel. Era demasiado corpulento, moreno e imponente. Con aquel atuendo se veía que era todo músculos, como un guerrero listo para el ataque.

Shay solo sonrió.

–Ya has visto lo sexy que es.

«Sexy» no se acercaba siquiera a la descripción acertada. Cuando la había mirado, se había puesto nerviosa y se había quedado sin respiración. Y él no había pestañeado ni hecho lo que los demás. Solo había permanecido allí, inmóvil, pero sin dejar de mirarla.

Agarrando a Brandi de la mano, Shay tiró de ella hacia donde los hombres estaban conociendo a las mujeres que habían pujado por ellos.

–Vamos, Brandi. Nuestro chico debe de estar al final de la fila.

«¿Nuestro chico?». Brandi clavó los tacones negándose a dar un paso más.

–¡Espera un minuto, Shay! No sé lo que pretendes, pero no es «nuestro chico».

Con un tirón, Shay la hizo moverse de nuevo.

–Tienes razón. Es tuyo.

 

2

 

 

 

 

 

–Detente, Shay. No pienso formar parte de esto.

–¡Eh, Brandi! –Shay se inclinó para susurrarle al oído–. La prensa está por todas partes, tal y como yo había esperado. No querrás dar mala reputación a mi acto de caridad, ¿verdad? Ya sabes las molestias que me he tomado para reunir a esta panda de esnobs y que suelten el dinero. Si Phillip no me hubiera dejado una buena fortuna, ni siquiera me mirarían. No pueden importarles menos los necesitados, y lo sabes, pero les gusta divertirse. He tenido que buscar la forma de darles esa diversión en nombre de la caridad para despertar su interés. Ya sabes lo saturados que están los refugios de mujeres maltratadas aquí, en Jackson. Necesitamos que esta subasta tenga éxito, pero si mi propia hermana pone pegas, nunca me elegirán para dirigir otro acto como este.

Brandi apretó los dientes con frustración, pero tenía que admitir que Shay tenía razón. Desde la muerte de Phillip se había embarcado en muchas actividades, pero esa era la primera vez que tomaba la dirección. Y la subasta había sido un éxito rotundo. Sería el acto que le abriría un futuro de oportunidades. Y ella quería ayudar; necesitaba ayudar.

La idea de que las mujeres compraran a los hombres tenía todo tipo de connotaciones, como Shay había previsto. Que era por lo que había tantos periodistas que le darían la publicidad que el acto necesitaba.

Brandi no quería imaginar lo que su hermana tenía pensado para aquel hombre. Por algún motivo, la idea de que Shay estuviera cinco días sola con él en algún tranquilo refugio romántico le inquietaba. Y por mucho que odiara admitirlo y quisiera que su hermana fuera feliz, la sola idea de que se llevara a aquel hombre a la cama le producía envidia.

–¡Vamos, Brandi! Te lo pasarás bien.

«Lo dudo mucho», pensó ella.

Pero era muy difícil resistirse con la impresionante altura que tenía su hermana.

Por fin se detuvieron al lado de un círculo de mujeres reclamando sus «compras». Brandi miró a su alrededor viendo cómo las mujeres y los hombres se emparejaban bajo los disparos de las cámaras. Las mujeres posaban mostrando sus elegantes trajes y joyas y los hombres sonreían con aire sexual y confiado y orgullosos de su éxito. Estaban todos tan naturales, tan relajados… y tan diferentes a ella.

Todos parecían estar pasándolo bien.

Todos menos un hombre.

Brandi se quedó paralizada mirando aquella cara intensa y seria. Solo por la altura ya se distinguía de los demás hombres, pero también por el pelo negro y liso, la piel tan morena y los ojos verdes, que resaltaban brillantes como el fuego al mirarla.

El hombre ya se había aflojado la corbata y se había desabrochado el botón superior de su camisa. El vello rizado asomaba en su cuello y Brandi se preguntó si tendría la misma espesura en todo el cuerpo. Entonces se sonrojó.

Con uno de sus anchos hombros apoyado contra la pared, tenía una postura desenfadada, aunque Brandi sospechaba que no había nada desenfadado en él. Una pantera tensa para el ataque era mejor comparación que aquella aparente indiferencia.

Podría haber seguido en el escenario por la forma en que dominaba su campo de visión y sus pensamientos. Una punzada de excitación la asaltó en el vientre.

Y entonces se le ocurrió.

Iba a ser el acompañante de Shay durante cinco días y el muy descarado la estaba desnudando a ella con la mirada. Brandi se puso rígida y frunció el ceño.

El hombre arqueó la comisura del labio con gesto de diversión antes de ponerse serio de nuevo. Su mirada verde, ahora más brillante pero todavía cálida, se deslizó primero por su cara y después por el resto de su cuerpo.

Brandi recordaba aquella mirada y lo que significaba, aunque habían pasado años desde que la había sufrido. Experimentarla ahora le produjo un vuelco en el estómago. Se preguntó si su sencillo vestido negro le desagradaría. Le llegaba justo por encima de las rodillas, cubiertas con medias negras. Con un cuello apenas escotado y mangas largas, era igual que su vida, sencillo, tranquilo y sin complicaciones.

Exactamente como ella quería que fuera.

Algunas mujeres estaban intentando hablar con él, pero no les hacía el mínimo caso. Finalmente, se apartó de la pared y empezó a caminar hacia ella. Brandi pensó por un momento en hacer una rápida escapada, porque no sabía si podría mostrar indiferencia al ver a aquel hombre y a su hermana presentarse.

Pero Shay siguió la mirada de Brandi antes de apoyar el brazo en su hombro. Cuando el hombre llegó a su lado, Shay lo abrazó con el brazo libre y le dio un beso familiar.

–Sebastian. Lo has hecho de maravilla. Has sido nuestra mayor atracción. Por un momento, pensé que mi puja causaría un disturbio. Algunas damas se han sentido muy decepcionadas por perder –lanzó una carcajada–. Yo tenía razón. Eres tan auténtico…

–Un auténtico idiota por haberte dejado que me involucraras en esto –dijo él con naturalidad deslizando la mirada sobre Brandi antes de bajar la voz–. Pero te doy las gracias por haber hecho la última puja por mí, Shay.

Brandi abrió mucho los ojos. ¿Estaba insinuando que quería que ella fuera la ganadora?

–Me gustaría que nos presentaras, ya que parecéis conoceros bien –añadió él.

Shay sonrió sin hacer ningún esfuerzo por ocultar su satisfacción ante su interés.

–No solo somos conocidas, sino familiares. Sebastian, esta es mi hermanita –empujó a Brandi hacia delante–. Sebastian Sinclair, Brandi Sommers.

–¿Hermana?

La miró entrecerrando los ojos y Brandi supo que las estaba comparando, algo en lo que ella saldría perdiendo siempre.

–Sebastian es un buen amigo mío –dijo Shay con una oleada de entusiasmo–. ¡Feliz cumpleaños, cariño! Lo he comprado para ti.

 

 

La primera idea de Sebastian fue que aquella mujer se desmayaría a sus pies. Se había puesto mortalmente pálida y se había quedado con la boca abierta. Y sin embargo, cuando se había adelantado hacia ella, había retrocedido sin una sombra de incertidumbre en su expresión.

Su mirada dejaba bien claro que no quería saber nada de él y eso encendió su indignación. Pero no podía apartar la mirada de su cara a pesar de su rechazo. De cerca, pudo ver que sus enormes ojos eran de un azul suave, enmarcados por espesas pestañas. Tenía la nariz un poco respingona y la pequeña barbilla era un poco almendrada y orgullosa. Bajo los pómulos tenía unos hoyuelos que le daban un aspecto delicado, pero su mandíbula era firme. Sus labios… tenía una boca muy sensual, decidió. Jugosa y bien definida aunque se negara a sonreír y tuviera expresión de susto. No era pálida como Shay, sino que su piel tenía un suave tinte sonrosado y el pelo negro como el azabache le enmarcaba la cara, rizado y corto.

Se encontró sintiendo un severo caso de lascivia instantánea. Y sin embargo, aquella mujer parecía irritada por la generosidad de su hermana. Maldición.

–Nunca hubiera imaginado que erais hermanas–. No os parecéis nada.

Shay sonrió.

–Yo fui adoptada, ¿no lo sabías? Supongo que nunca te lo había contado.

–No. ¿Estás de broma?

–No. Mis padres pensaron que no podían tener hijos y me adoptaron. Y siempre me han tratado como a su hija mayor.

–Porque eres su hija mayor –intervino Brandi frunciendo el ceño a su hermana.

–Pero poco después de mi adopción, mamá se quedó embarazada –Shay miró a Brandi con cara radiante–. Ella es como la niña milagro.

–Ya no creo que se la pueda llamar «niña» –dijo él dedicando su atención a los labios apretados de Brandi unos segundos.

Se imaginó besando aquellos labios y tuvo que apartar la imagen de su cabeza antes de avergonzarse.

Brandi entrecerró los ojos y cruzó los brazos sobre los senos, unos senos pequeños y perfectos que Sebastian no pudo evitar notar. Esa mujer apenas le llegaba al cuello, y a pesar de eso conseguía imponerle.

–Tendrá que perdonar a mi hermana, señor Sinclair, pero a veces se deja llevar por sus buenas intenciones. Pero yo no quiero… esto.

–Puedo permitírmelo, Brandi. ¡Y es el regalo perfecto! –Brandi miró con enfado a su hermana, que se defendió–. ¡Bueno, a mí me lo parece!

Con la cara roja y la postura rígida, Brandi parecía más que resuelta a deshacerse de él y Sebastian intervino antes de que pudiera hacerlo.

–Shay, cuando dices «mi hermanita» creo que exageras.

Shay se aferró al cambio de tema, agradecida.

–Brandi es como el resto de la familia. Pequeña y morena. Me temo que con mi exagerada estatura y el pelo rubio, soy yo la rareza.

–¡Ja! –Brandi se había plantado las dos manos en las caderas–. Una rareza preciosa, y lo sabes –entonces se dirigió a Sebastian–. Shay es la reina de la familia. Hace lo que puede por dirigirnos a todos y normalmente la dejamos porque disfruta mucho. Además, le da algo que hacer y la mantiene alejada de todos sus problemas. Pero esta vez…

Sebastian no quería que lo rechazara, así que estiró la mano hacia Brandi y la interrumpió con rapidez.

–Así que soy un regalo de cumpleaños, ¿no? Supongo que habré sido cosas peores en mi trabajo.

Brandi alzó una de sus pequeñas manos y le estrechó la suya con energía.

–Encantada de conocerlo. ¿Y cuál es exactamente su trabajo?

Shay le dio un codazo en las costillas haciendo que Brandi diera un respingo.

–Sebastian tiene una agencia de seguridad privada y realiza un trabajo increíble cuidando a la gente, vigilándolos y protegiéndolos de peligros de todo tipo. Es una de las razones de la corpulencia que has notado.

Brandi se sonrojó.

–Voy a matarte, Shay.

A Shay no pareció preocuparle en absoluto la amenaza. Agitó una mano de manicura perfecta en dirección su hermana en un gesto que pretendía quitarle importancia a su enfado.

–Sebastian tiene que estar en plena forma. Su trabajo puede ser a veces muy físico. Es realmente un héroe, solo que no se da cuenta.

–Hago mi trabajo como todo el mundo, Shay. No hay nada de heroico en ello.

–¿Ves lo que quiero decir? –dijo Shay antes de susurrar a Brandi–: De hecho sería un hombre perfecto si no fuera tan paternalista, pero solo ve a las mujeres como a unas frágiles criaturas a las que tiene que salvar.

Él entrecerró los ojos.

–No lo sé, Shay, pero no te catalogaría a ti de «frágil». Quizá más como material de suela de zapatos, pero no…

Shay le dio un beso con una sonrisa, pero Brandi frunció el ceño sin fiarse del todo de él a pesar del romántico comentario de su hermana. Después se volvió hacia ella y, aunque bajó la voz, Sebastian oyó todo lo que decía.

–No sé lo que pretendes, Shay, pero no funcionará, así que déjalo ahora mismo. Tú lo has comprado, así que quédatelo tú.

–¡No lo quiero! –dijo Shay con el ceño fruncido–. Es un tipo estupendo, pero somos demasiado parecidos. Nos mataríamos el uno al otro en menos de veinticuatro horas. Además yo ya he estado en esa carretera y no pretendo volver a recorrerla.

–¿Y por qué debería hacerlo yo?

Shay se encogió de hombros.

–Tú sabes cómo es un camino que no se pisa nunca. A ti te han crecido las malas hierbas, Brandi. Pronto no serás capaz ni de encontrar el sendero.

–¡Por Dios bendito! Es la discusión más tonta que he tenido en mi vida.

Sebastian estaba empezando a sentirse como un felpudo. Ninguna mujer había mostrado tal desinterés en su compañía desde los doce años, en que había ganado aquella corpulencia y estatura. No era vanidoso, pero tampoco estúpido. Había habido mujeres que se habían peleado por él, muchas veces por cierto, pero nunca para cedérselo a la otra, como en ese momento. La mayoría del tiempo, eran las mujeres las que lo perseguían a él.

Y por cierta perversidad, decidió que quería quedarse.

Shay se había plantado las manos en las caderas imitando la postura de Brandi y parecía tan resuelta como su hermana.

–Quería regalarte algo especial para tu cumpleaños, Brandi, pero no se me ocurría ni un solo regalo adecuado. Entonces, cuando mencionaste tus nuevos planes, tuve la inspiración.

Sebastian se mordió el labio superior. No entendía lo de los nuevos planes, pero la forma en que Brandi lo había mirado cuando estaba en el escenario era toda una inspiración. Parecía que Shay también había interpretado su mirada como de interés, pero quizá él también se hubiera equivocado al pensar que se lo estaba comiendo vivo.

Brandi agitó una pequeña mano con el mismo gesto que había usado su hermana poco antes, solo que esa vez en dirección a él.

–¡Él no formaba parte de mis planes!

–¡Él es perfecto para tus planes! Hoy haces veintiséis años y nunca te has divertido. Sebastian es divertido, ¿verdad, Sebastian?

–Una risa por minuto.

Pero en ese momento no tenía ganas de reírse. Sentía ganas de decirle a Shay que dejara de presionar a su hermana. Casi lo estaba forzando a que se quedara con él, y ella se estaba resistiendo de forma admirable. Era una nueva experiencia para él y no le estaba gustando nada.

Brandi cerró los ojos y los abrió de nuevo.

–No.

–Vamos, Brandi.

Fue el orgullo masculino lo que lo motivó, y el que Brandi hubiera conseguido intrigarlo con aquella mirada de lujuria y al mismo tiempo inocente. No podía robarles tiempo a sus obligaciones. Estaba en mitad de entrevistar a gente nueva para su oficina y casi cada habitación de su casa estaba en algún estadio u otro de renovación. Su tiempo libre se reducía a cero. Pero se encontró plantándose enfrente de las dos hermanas para que no los oyera la multitud. Sí, estaba resuelto a no dejar que Brandi Sommers lo rechazara.

–Siento que no le guste el acuerdo, señorita Sommers –dijo sin poder ocultar el tono de irritación–, pero el hecho es que ninguno de los dos tenemos elección en este asunto. La prensa está a punto de sacarnos una foto. Si vacila o parece coaccionada, la publicidad de Shay se resentirá. Mi negocio se resentirá y el refugio de mujeres maltratadas también.

Volviéndose muy despacio, Brandi lo miró a los ojos.

–Está exagerando.

–Somos los siguientes para las fotografías. Con esa cara, imagínese los titulares. De alguna manera lo retorcerán todo para buscar algún oscuro motivo para que rechace mi compañía en el viaje y este acto acabará como una farsa de mala reputación y los esfuerzos por conseguir hogares para las familias maltratadas perderán terreno.

Después de soltar tantas exageraciones, Sebastian esperó. Si Brandi se parecía a su hermana, no querría que la operación corriera riesgos. Esperó conteniendo el aliento y sintiéndose ridículo por lo mucho que le importaba la decisión de aquella mujer.

Después de inspirar para calmarse, Brandi miró a Shay.

–¿Y ahora qué pasará?

Una expresión de alivio surcó la cara de Shay antes de que sonriera.

–El premio incluye un corto viaje a Gatlinburg con todos los gastos pagados. Irás a un complejo hotelero muy tranquilo. Escogí el sitio yo misma. Te encantará.

Sebastian apoyó el brazo en el hombro de Shay en silenciosa señal de que desistiera. Si había que presionar a Brandi, prefería hacerlo él mismo.

–Mírelo de esta manera, señorita Sommers. Le guste o no, le pertenezco durante los próximos cinco días.

Ella abrió tanto los ojos que Sebastian tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír.

–Será usted la que fijará las normas. Si quiere pasarse todo el tiempo en la cabaña, enfadada con su mandona hermana, eso es asunto suyo. Yo solo estaré allí como escolta. O para cualquier otro propósito que se le ocurra.

Aquella aseveración estaba cargada de promesas aunque ella no fuera la mujer más cálida o amistosa del mundo.

Extraño, pero por algún motivo, eso no disminuía el interés de Sebastian en lo más mínimo.

Brandi pareció intrigada ante la idea, pero sacudió la cabeza.

–No lo sé…

–Tómese su tiempo para pensarlo, pero hasta que salgamos de aquí, siga el juego. Al menos aparente ser una participante entusiasta.

Brandi vaciló de nuevo, pero al final cedió.

–Bien. Lo pensaré. Pero vamos a acabar con esta parte cuanto antes, por favor. Estoy deseando llegar a mi casa.

Shay esbozó una sonrisa de disculpa.

–No puedes irte tan deprisa. Los fotógrafos quieren sacaros fotografías juntos. Después están los aperitivos, las copas, el baile.

Brandi se puso rígida de nuevo. Por alguna razón, estaba dispuesta a resistirse a la atracción que había surgido entre ellos.

Y Sebastian estaba igualmente decidido a no permitírselo.

 

 

Brandi decidió resistirse a su hermana, que estaba en plena forma esa noche, en su mejor estilo autoritario.

–Nos haremos unas cuantas fotos, Shay, pero olvídate de las copas y el baile.

Shay pareció enojada, pero Sebastian aceptó.

–Me parece justo. ¿Estás preparada? –le preguntó, extendiendo la mano hacia ella.

«¿Preparada? ¡Oh, Dios, no! No estaba preparada».

Lo cierto era que no quería volver a tocarlo. Su leve apretón de manos había sido suficiente para erizarle el vello y solo de mirarlo se le aceleraba el corazón. Pero aceptó su mano de todas formas. Era tan grande que pareció tragarse la suya. Notó de nuevo que su palma era callosa y su piel cálida y seca. Le gustó la sensación, pero sabía que acercarse demasiado a aquel gran cuerpo para bailar, dejarle que la abrazara, sería un error. Probablemente se pondría en ridículo y no podría soportarlo. Al menos, no con él.

Sería mejor desanimarlo ya; eso los salvaría a los dos de más agravios.

Shay había desaparecido después de la primera fotografía, probablemente a esconderse.

–Señor Sinclair…

–Sebastian.

Brandi vaciló un momento antes de proseguir:

–De acuerdo, Sebastian –miró a su alrededor para evitar la mirada de él–. Entiendo que hay que proteger la reputación de Shay y posar para unas cuantas fotos, pero no hace falta continuar con esta farsa más allá de eso. La idea de ese viaje juntos es absurda.

–No, no lo es.

Ella frunció el ceño ante su firme desacuerdo, pero él no le dio la oportunidad de discutir. Se inclinó sobre ella con expresión suave y tono calmado.

–Tu hermana me ha convertido en tu regalo. A estas alturas, lo sabe todo el mundo en esta sala. Si intentamos evitar el viaje, lo descubrirá alguien y la subasta perderá credibilidad. ¿Por qué te muestras tan reacia al plan?

Como no le podía contar la verdad, Brandi se decidió por el sarcasmo.

–¡Dios! Veamos: acabo de conocer a un total desconocido y se supone que debo irme de viaje con él –él solo sonrió divertido por su forzado sarcasmo–. Señor… Sebastian. No te conozco. No sé nada de ti.

–Curioso, pero por la forma en que me mirabas antes hubiera creído que te agradaría mi compañía.

Brandi se encogió, lo que acentuó aún más la diferencia de estaturas.

–¡Para ese fin te exhibiste en un escenario! Además, no era yo la única que miraba.

–¡Pero sí eres la única que montaría tal alboroto para no ir a ese viaje gratis! Apuesto a que cualquier otra mujer de esta sala estaría encantada de ir.

–Entonces quizá deberían darle a cualquiera mi regalo y los dos estaríais delirantes y felices.

Él la miró con irritación un momento antes de suavizar la expresión y lanzar una carcajada. Tenía una risa muy bonita… para ser una montaña de hombre.

–¡Maldición, no puedo creer estar discutiendo esto contigo! Desde luego, sabes cómo tirar por tierra el ego masculino –la tomó de la mano sin pedir permiso y la llevó a un rincón más tranquilo–. Supongo que si me van a maltratar prefiero que lo hagan en la intimidad para salvar un poco mi orgullo.

¿Maltratar? Desde luego que ella no había tenido intención de maltratarlo. Solo deseaba ir a su tranquilo apartamento y olvidarse de que todo aquello había sucedido. Pero al mirar a su alrededor, notó que estaban llamando la atención, así que se dejó guiar.

Cuando se pararon en un rincón, Sebastian le hizo un gesto para que se sentara en un banco. Brandi lo hizo y cuando él se sentó a su lado, ocupaba tanto espacio que su muslo rozó el de ella y se puso rígida al instante.

–Señor… Sebastian. Siento haberte ofendido. No era en absoluto mi intención. Es solo que no me gusta que me acorralen.

Él la miró un momento como si estuviera tomando una decisión.

–Tengo que decirte, Brandi, que tu actitud me sorprende de verdad.

–¿Ah, sí? ¿Es que estás acostumbrado a que las extrañas salten de alegría ante la perspectiva de estar a solas contigo?

–Yo no te llamaría exactamente «extraña». Un poco diferente quizá, pero al mismo tiempo… –Brandi se levantó para irse–. No, no te escapes –la hizo sentarse–. Estaba solo bromeando –su sonrisa era tan atractiva que Brandi estuvo a punto de devolvérsela–. Sabes que soy amigo de tu hermana. Supongo que confiarás en ella, ¿no?

–Por supuesto. Es mi hermana.

–Entonces sabrás que no puedo ser tan reprobable para Shay, que no tolera la rudeza de ninguna manera como para haberme comprado para ti. ¿Correcto?

La exasperación de Brandi superó al enojo.

–¡Dios bendito! No eres un regalo de cumpleaños. Eres una donación, eso es todo. No un juguete con el que pasarlo bien…

Él se rio y Brandi se sonrojó al comprender lo que había dicho. Sebastian le rozó suavemente la mejilla con los nudillos y ella casi se cayó del asiento.

–No sé cuánto juego puedo dar, pero intentaré no exaltarte demasiado.

Su mera presencia ya la exaltaba, pero no de la forma en que él suponía. Se aclaró la garganta.

–No quería insinuar…

–Ya lo sé. Y, ahora volvamos a analizar mi carácter. Shay te contó que tengo una agencia de seguridad privada. La gente, la mayoría políticos y empresarios ricos, me contratan como guardaespaldas o para otras funciones de seguridad cuando presienten conflictos. Pero también acepto otros casos más personales de mujeres y niños en peligro. Nunca deja de sorprenderme la facilidad con que algunos hombres pueden ser brutales con alguien más pequeño o débil que ellos.

Brandi se estremeció al ver un brillo de furia en sus ojos. No le cupo duda el desprecio que sentía por los hombres que maltrataban, algo que ella también compartía.

Sebastian pareció sumido en sus propios pensamientos un momento antes de continuar:

–Me entrené en el ejército. Pasé ocho años en destinos diferentes que incluían proteger a algunos de los más altos cargos del gobierno. Después me fui, trabajé para una empresa dos años y fundé la mía propia. No me gusta las personas que amenazan o asustan a los demás, así que dedico mi vida a impedir que lo hagan.

–¿Cómo?

–¿Perdona?

–¿Que cómo se lo impides?

Él apretó los labios y clavó la mirada en ella.

–Como tenga que hacerlo. Con la mínima violencia posible. Y con extrema violencia si es necesario.

Brandi se estremeció pero ocultó su reacción. De alguna manera, que le hubiera contado aquella verdad descarnada suavizaba el impacto de sus palabras.

–Al menos, eres sincero.

–Siempre.

El tono de su voz casi la hizo claudicar. Era como si él sufriera la misma mezcla de emociones confusas que ella. Pero eso era imposible. Su situación solo podían entenderla las mujeres. Los hombres no eran capaces ni de imaginarla siquiera.

–Siempre seré sincero contigo, Brandi. Cuando llegues a conocerme…

–No quiero llegar a conocerte.

–Sabrás que nunca miento.

Brandi quería gritar de frustración. Ningún hombre la había perseguido de forma tan insistente.

–¿Qué sacas de esto, Sebastian?

–¿Aparte de tu grata compañía?

Otra vez el tono de burla. Brandi alzó la barbilla desafiante.

–Sí. ¿Por qué has permitido que te subastaran, para empezar? Parecías… disgustado con todo este acto.

–Lo estaba. Un poco –entonces sonrió–. La verdad es que mucho. No me gustó exhibirme ante esas mujeres ricas. Sobre todo porque mi trabajo me obliga a cierto anonimato. Y ver tirar el dinero de esa manera…

–Para una buena causa.

–En eso estoy de acuerdo. Aunque el refugio para mujeres maltratadas no era la motivación para la mayoría de las pujas. Incluso sin una causa, esas mujeres hubieran derrochado miles de dólares. Para ellas no era más que una diversión y ese despilfarro me asquea.

–¿Entonces por qué lo has hecho si te disgustaba tanto?

–Porque se necesitaba ese dinero con desesperación. Porque el número de mujeres y niños maltratados aumenta cada día. Lo veo en mi trabajo. Vivo con ello. Y sabía que con Shay al mando, la subasta sería un éxito. Rechazó mi donación porque necesitaba hombres en el escenario y ya sabes lo persuasiva que puede llegar a ser.

Brandi lanzó un suspiro y sacudió la cabeza. Sebastian era un hombre agradable, le gustara o no. Era de lo más educado incluso con su arrogancia. Y sus motivos eran de lo más dignos. En todo caso, tenía que admirar su sentido de la solidaridad.

–Shay siempre ha sido muy mandona. Cuando quiere algo, nada puede detenerla.

–Le gusta dirigir, pero también es muy buena negociando.

–¿La conoces bien?

–Eso creía. Pero eso de la adopción me ha sorprendido.

–No suele hablar de ello, ninguno lo hacemos. Para nosotros es mi hermana mayor y la primogénita de mis padres. Además, no es un tema que se saque en una conversación banal.

–Supongo.

–¿Cuándo os conocisteis?

Mientras lo preguntaba, Brandi supo que aquello no era de su incumbencia. La cuestión de si Shay y Sebastian habían mantenido alguna relación en el pasado no era asunto suyo. Al menos, no debería serlo.

–Shay y yo somos amigos desde hace más o menos un año. Tuve un caso de una mujer maltratada por su marido. Ya le había pegado antes y en el hospital tenían informes de las veces que había ingresado. Pero tenía dos hijos, no tenía dinero ni adónde ir. Shay acababa de empezar a trabajar en el refugio. Llevé a la madre y a los niños allí y trabajé con algunos amigos de la policía para conseguir encerrarlo. Yo hubiera preferido una venganza más personal, pero eso no iba a solucionar el problema a largo plazo. El caso es que descubrimos que traficaba con drogas, así que conseguimos una sentencia para una buena temporada. De todas formas, tu hermana se portó de maravilla acomodando a la familia. Desde entones hemos tenido intereses comunes.

Brandi sintió una punzada en el corazón. Era sorprendente, pero de repente confiaba en él. Aquel hombre era un hombre de palabra y un protector de desamparados.

Y le había ofrecido el mando a ella. Era una idea intrigante, pero encajaba a la perfección en su plan de cambiar de vida y avanzar. Supo en ese momento sin sombra de duda que Sebastian cumplía todas sus condiciones.

Aunque todavía no había tenido tiempo de pensar en ellas, pero ya lo haría. Con una oleada de confianza muy poco habitual en ella, decidió arriesgarse. Alargó la mano hacia él y esperó.

Sebastian la miró con gesto de curiosidad antes de aceptarla.

–¿A qué viene ese gesto?

–Iré al viaje contigo.

–¡Ah! –su sonrisa fue radiante y le formaron unos hoyuelos en las mejillas–. Ha sido el tono seductor de mi voz lo que te ha convencido, ¿verdad? ¿La práctica que tengo en contar una historia? No, ya sé. Ha sido por la forma tan elegante que tengo de sentarme.

Brandi esbozó una sonrisa.

–Lo cierto es que creo que se puede confiar en que cumplas tu palabra. Dijiste que yo sería la jefa y que para todo propósito, me pertenecerías durante los próximos cinco días. He comprendido que no podía dejar pasar tal oportunidad. Pero no dejaré que te olvides que soy yo la que está al mando.

Sus largas pestañas descendieron hasta que sus ojos quedaron ocultos, pero su sonrisa seguía radiante.

–Créeme, cariño. No seré capaz de olvidarlo.

 

3

 

 

 

 

 

Las cosas se movieron con demasiada rapidez. El avión no estaba muy atestado, sobre todo en primera clase, donde Shay los había instalado, pero aquello solo añadía más inquietud a la creciente ansiedad de Brandi. Al mirar por la ventana pudo ver una ligera lluvia. Odiaba volar por la noche. Bueno, odiaba volar de cualquier manera, pero eso era un miedo racional que compartía con miles de personas.

Aunque no era que le sirviera de consuelo.

Flexionando los hombros para aliviar un poco la tensión, tropezó con Sebastian. Aquel hombre ocupaba demasiado espacio con su gran cuerpo y aún mayor masculinidad. Cuando estaba a su lado era imposible ignorar su presencia.

Shay no les había dado mucho tiempo para preparar el viaje, presumiblemente para que Brandi no se arrepintiera. Y no es que lo hubiera hecho. Estaba resuelta a solucionar las cosas, pero su hermana había preferido no correr riesgos. Se había encargado de todos los detalles, hasta de enviar a un asistente a casa de Brandi a empaquetar sus maletas para llevarlas de vuelta al hotel donde había tenido lugar la subasta. El vuelo había sido reservado para unas horas después de que Brandi hubiera aceptado. Una limusina los había llevado al aeropuerto y otra los esperaría cuando aterrizaran. Después tendrían un coche de alquiler a su disposición.

Sebastian había planeado abandonar la subasta con una mujer, así que ya había llevado el equipaje consigo. Antes de salir se había puesto unos pantalones de pinzas de color caqui y un polo negro. Brandi había estado demasiado agobiada con las prisas como para haber prestado atención a su atuendo, pero ahora, sin ninguna distracción, le dirigió una mirada de soslayo.

Sus bíceps eran imponentes y tensaban la tela de las mangas cortas. El color oscuro hacía que sus ojos parecieran aún más verdes y los pantalones, tensados por la postura, resaltaban…

Brandi apartó la cabeza. Él tenía una banda negra en la ancha muñeca y la sombra de la barba era ahora más pronunciada. Dio un respingo al escuchar su nombre.

–¿Qué?

–¿Nerviosa?

Brandi se negó a aceptar su debilidad.

–¿Por qué?

–Pues… no lo sé –dijo él con voz calmada e intensa.

Ella tenía la sensación de que Sebastian sabía exactamente cómo calmar a una persona con sus movimientos tan practicados y perfectos.

–Por todo… yo, el viaje, el vuelo…

Girándose en su asiento, lo miró con más atención. Muchos pasajeros estaban dormitando y habían apagado sus luces. Sebastian tenía la cara en sombras, lo que acentuaba la línea oscura de su mandíbula y el alto puente de su nariz recta.

Brandi no tenía una sola posibilidad de quedarse dormida. Frunció el ceño con sospecha.

–Te ha contado Shay lo que siento por los aviones, ¿verdad?

–Sí –la miró fijamente–. No es para tanto. Yo tengo mi propia colección de fobias. Quizá algún día te cuente alguna.

¿Aquella masa de músculos estaba admitiendo sus miedos? ¿La torre humana tenía fobias? Brandi apenas podía creerlo.

–Estás de broma, ¿verdad?

–Por supuesto que no estoy de broma –agitó los dedos–. Ahora dame la mano. Ayuda bastante, ¿sabes?

El avión empezó a moverse hacia la pista de aterrizaje y Brandi se apresuró a enterrar la mano en la de él. Sintió su piel increíblemente caliente contra sus dedos helados y bajó la vista con sorpresa.

Sebastian sonrió.

–Tienes los dedos como el hielo.

–Porque hace mucho frío aquí –era una tontería ponerse tan a la defensiva pero su calor le quitó el aliento–. Y yo no puedo creer que estés tan… caliente.

«Oh, estupendo, Brandi».

Pudo notar por su sonrisa que su comentario le había divertido, pero cuando habló no se rio de ella, sino que sus palabras fueron suaves y calmadas.

–La mayoría de los hombres tenemos una temperatura corporal más alta que las mujeres. Probablemente sea por la densidad de los músculos –dobló la mano y expuso la de ella en lo alto–. Siempre me han encantado las manos de una mujer. Son pequeñas y delicadas, pero normalmente muy fuertes –le apretó la mano con suavidad–. Las tuyas son bonitas.

Brandi lo miró fijamente. Aquella voz ronca suya podía ser letal y estaba segura de que él lo sabía. Sebastian le examinó la mano como si nunca hubiera visto una. Tanta atención le estaba revolviendo el estómago, aunque la sensación era de alguna manera agradable.

–¿Qué es lo que pretendes?

Él lanzó una carcajada.

–¿Crees que estoy intentando seducirte?

Brandi se puso pálida y, sintiéndose como una tonta, se encogió de hombros.

–No lo sé. No estoy… acostumbrada a este tipo de cosas.

Sebastian sonrió.

–Lo cierto es que estaba intentando distraerte mientras el maldito avión se estabilizaba tras el despegue. Y ha funcionado, ¿verdad?

Asombrada, Brandi se volvió hacia la ventanilla y solo encontró el interminable cielo oscuro. Suspiró y se volvió para mirarlo.

–Sí, gracias.

–Bien.

Sebastian se dio la vuelta para mirarla con más atención mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad y también miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los estaba escuchando. Brandi le dejó desabrocharle el cinturón sin poder apartar la mirada de sus músculos o de cómo su pelo liso caía sobre su frente. Ella nunca se había sentido tan intrigada por un hombre, por su mínimo movimiento o gesto.

Y deseaba sujetar su mano de nuevo. De hecho, había otras partes que deseaba tocar aparte de la mano. Pero podría ser tan arriesgado…

–Ahora, acerca de lo de seducirte…

¡Dios bendito! Aquel no era un asunto para discutir…

–Sebastian, de verdad que no hace ninguna falta que…

–Sí, sí la hace. Quiero que entiendas que no te presionaré de ninguna manera. Sé que estas vacaciones pretendían ser románticas, pero no tiene por qué ser así si tú no quieres. Podemos hacer lo que te apetezca. Dar paseos, jugar al ajedrez… o puedes quedarte sola si eso es lo que deseas. Pero si decides que quieres algo de mí…

–¡No querré!

La protesta fue demasiado enfática incluso para sí misma.

–Tendrás que decírmelo. Lo que estamos haciendo ahora, hablar y conocernos, no tiene nada que ver con el sexo. Se trata de que estemos cómodos el uno con el otro. O sea, que si hago o digo algo que te incomoda, quiero que me lo digas. ¿De acuerdo?

De nuevo, Brandi se mordió el labio antes de asentir. Sebastian había sacado un tema al que ella no hubiera querido enfrentarse. Al menos, no tan pronto. Pero ahora que lo había sacado no pudo evitar preguntarse qué pensaría él si supiera por qué se había resistido tanto a aquellas vacaciones.

¿Quería Sebastian que ella le pidiera algo? Nunca tendría valor. Pero deseó de repente poder tenerlo.

 

 

Sebastian tenía el brazo entumecido, pero no le importaba. Le gustaba tenerla dormida apoyada en su hombro. La limusina avanzaba con suavidad, el aire estaba en calma y le gustaba verla así, relajada y sin aquellas barreras impenetrables de protección.

Bajó la mirada hacia ella, le apartó con cuidado un mechón de la cara y le rozó la mejilla cálida. Brandi no se sobresaltó ni mostró rechazo ante su caricia.

Tenerla tan cerca estaba provocando grandes estragos en su libido. Brandi se había pasado una pierna por debajo del cuerpo, así que el vestido se le había subido un poco y podía ver un poco de su piel rosada. Un zapato había caído al suelo y él podía contemplar su pie fino y arqueado…

Dios bendito, nunca le había excitado tal cosa, pero no podía negar que estaba despertando su deseo.

Estaba en muy mala forma si el pie de una mujer podía excitarlo.

Una brisa caliente le abanicó el cuello cuando ella suspiró profundamente en sueños. Su nariz estaba justo bajo su mandíbula y uno de sus pequeños senos le rozaba las costillas.

Llevaban solo quince minutos en la limusina cuando ella se había quedado dormido de repente, en aquella postura. Sebastian deseó haberla atraído hasta su regazo, abrazarla… besarla. Aquella mujer era con mucho la más sensual que había encontrado en su vida.

Y cuando de repente se despertó estirándose a su lado como un gato y bostezó, no pudo evitar darle un leve abrazo.

Ella abrió los ojos de golpe y se apartó de él. Bueno, eso ya lo había esperado. Era una mujer sensual, pero no estaba interesada en él.

Sebastian esbozó una sonrisa.

–Espero que esta pequeña siesta te haya sentado bien.

–¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?

Tenía los ojos muy abiertos y la expresión casi acusadora.

–Como cuarenta minutos. Llegaremos al complejo hotelero enseguida.

Ella se desplazó hasta su asiento, alisándose el vestido y el pelo antes de frotarse las manos. Mirarla le hacía desearla, así que Sebastian desvió la vista.

–¿Estás bien?

La pregunta de Brandi lo pilló de sorpresa.

–Sí, ¿por qué?

–No lo sé. Pareces… tenso.

Tenso y excitado y…. casi necesitado. Ella lo había puesto más tenso esa noche que en toda su vida, más que cuando se había criado en la más absoluta pobreza. Sebastian había sufrido muchos rechazos de niño y se había acostumbrado a ellos. De adulto no había permitido que nadie lo hiciera sentirse de aquella manera. Él daba ayuda a la gente, nunca la recibía.

Pero ahora deseaba a una mujer que no lo correspondía y eso le hería en su orgullo masculino. Respondió con una verdad a medias.

–Todo este lujo me pone incómodo. Los billetes de primera, la limusina. Ese dinero podría haberse gastado en cosas mejores.

Por una vez la expresión de Brandi se suavizó y la mirada que le dirigió lo dejó sin aliento. En el silencio e intimidad de la limusina, si no dejaba de mirarlo así, perdería el control.

Pero ella no pareció notar su problema.

–Estoy completamente segura de que nuestro plan de vacaciones es el más extravagante de todos. Pero es que Shay es muy extravagante con la gente a la que quiere. Supe en el mismo momento en que acepté que se tomaría un interés personal en este viaje, y no me sorprendería nada si todo es de lo más lujoso –alzó la cabeza–. ¿Te molesta tanto de verdad? A la mayoría de la gente le encantaría lo de la limusina y lo demás.

Sebastian vaciló. Para él aquel tema era muy personal y no fácil de discutir. Pero cuando Brandi le rozó la muñeca y la miró, todo el cuerpo se le tensó.

–Está bien, Sebastian. No quería entrometerme en tu vida.

Él se inclinó hacia ella. Deseaba ganarse su confianza y aquel era tan buen sitio para empezar como otro cualquiera.

–Mi familia era muy pobre.

–Ya entiendo.

Él lanzó una carcajada.

–No, no lo entiendes. No quiero decir que no pudiéramos permitirnos un coche nuevo, estoy diciendo que apenas nos llegaba para comer. La mitad de las veces nos cortaban la electricidad, el agua caliente era un lujo y en nuestro barrio, solo ver una limusina hubiera sido un entretenimiento de primera.

Brandi lo miró con comprensión.

–Entonces, ¿el dinero sigue preocupándote?

–¿Preocuparme? Pues… la verdad es que sí. Aprendí a ser ahorrador. Tenía que hacerlo para que la comida durara. Y ahora que no tengo problemas económicos me molesta el despilfarro incluso cuando el dinero no es mío. Con lo único que he sido extravagante es con mi casa. Me da una sensación de seguridad que no puedo conseguir en otra parte.

Sebastian esperó a ver su reacción. Nunca había confiado en una mujer lo suficiente como para compartir aquellas intimidades. Admitir tal debilidad hubiera tirado por tierra la imagen que las mujeres tenían de él.

Pero Brandi no pareció desilusionada, sino que le agarró la mano y entrelazó los dedos con los suyos. Aquel pequeño gesto estaba tan cargado de comprensión que lo apremió a continuar sabiendo que no le desilusionarían sus confidencias.

–Mi madre era increíble. No puedes imaginar los esfuerzos que hacía para que todo saliera bien. Pero llegaba a casa tan agotada de todas las horas extras que hacía por el mínimo salario que no podía siquiera pensar en comer. Yo intentaba asegurarme de que comiera, pero había veces en que estaba demasiado agotada hasta para eso. Y otras en que yo ni siquiera podía encontrar comida para que lo hiciera.

–¿Y qué pasaba con tu padre?

Él lanzó un sonido tan rudo que Brandi le apretó la mano. Ella era una mujer delicada para su tamaño pero había una fuerza increíble en aquel gesto, que Sebastian sintió hasta el corazón.

–Mi padre era un borracho, un bastardo abusador que solo se bebía el dinero que mi madre ganaba con tanto esfuerzo –sonrió, pero no fue una sonrisa agradable–. Era del mismo tipo de hombres que llenan los refugios para mujeres maltratadas. No trabajaba para mejorar su vida. Diablos, con la forma en que bebía tampoco podría haber mantenido un trabajo aunque lo hubiera tenido. Así que estaba amargado y en vez de trabajar para arreglar las cosas, volvía a casa y… descargaba la rabia contra mi madre.

–¿Le pegaba?

–No puedo siquiera contar las veces en que me despertaba con mi padre insultando a mi madre y ella llorando. Duraba horas.

Brandi inspiró con el labio tembloroso y se apartó de él. Sebastian bajó la vista hacia ella y se quedó helado. Incluso en el oscuro interior del coche, su cara brillaba de palidez, y tenía los puños apretados en el regazo. No parecía solamente impresionada, sino lívida. Sin pensarlo, Sebastian dijo:

–Maldita sea. Lo siento.

Entonces la atrajo hacia sí. Ella estaba rígida y se resistió al consuelo, pero él lo necesitaba tanto como ella, así que no la soltó.

–No debería haber seguido contándote eso. Si ya ni siquiera pienso en ello, excepto cuando veo que derrochan el dinero. ¿Brandi? –le tomó la cara entre las manos y la volvió hacia él–. ¿Estás bien?

Asintiendo, ella le tocó la mejilla con mano temblorosa. Pero tenía el ceño fruncido en un gesto que parecía casi feroz.

–Lo siento, Sebastian. No deberías haber pasado algo tan horrible.

–¿Yo? Fue mi madre la que tuvo que aguantarlo.

Brandi sacudió la cabeza.

–Pero tú te preocupabas por los dos, ¿a que sí?

Ella inspiró para sofocar el disgusto y una lágrima solitaria brilló en uno de sus ojos.

Aquella reacción le pareció extremada a Sebastian. Escrutó su cara pero no vio lastima ni repulsión. Solo había absoluta comprensión, algo que le confundió más que nada.

¿Cómo una mujer que provenía de una amorosa familia podía comprender la áspera existencia que él había llevado?

Despacio, ella se apartó de él y le dirigió una mirada de incertidumbre cuando vio que seguía mirándola.

–¿Ves a tu padre alguna vez?

Él lanzó un bufido de desprecio.

–Para nada. Y menos cuando fui yo el que lo echó.

–¿Tú?

–Cuando tenía unos doce años, decidí que ya había sido suficiente. Esperé a mi padre con un madero que había pillado en una obra vecina. Cuando agarró a mi madre por última vez, lo detuve.

–¿Extrema violencia cuando es necesario? –susurró ella con suavidad.

Sebastian se encogió de hombros.

–Yo me llevé lo mío aquel día, pero mi padre, que llegaba asquerosamente borracho, también recibió su ración. Y para un hombre así no merecía la pena quedarse, si tenía que sufrir él el maltrato que daba. Supo sin duda que desde aquel día tendría que enfrentarse conmigo cada vez que le pusiera a mi madre la mano encima. Así que se fue y no volvió nunca.

–De modo que tú salvaste a tu madre.