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Una coleccion de instantáneas en las que lo fantástico, lo improbable y lo raro irrumpe para perturbar el orden natural de las cosas. Personas que se despiertan dentro de otra vida, extraños artefactos que asoman en escaparates, entidades que acechan entre las páginas de un libro. Estos microrrelatos coquetean con lo imposible, con el terror y la alienación, con la angustia que solo sabe crear un maestro de la narrativa como José Antonio Francés.
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Seitenzahl: 54
Veröffentlichungsjahr: 2021
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José Antonio Francés
Saga
Todo esto es muy raro
Copyright © 2007, 2021 José Antonio Francés and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726939293
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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Ha sonado el teléfono de madrugada, a esas horas oscuras donde sólo es posible recibir malas noticias.
Fernando Iwasaki , Ajuar Funerario
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.
Franz Kafka , La metamorphosis
A Xopi
Estoy seguro de que ésta no es mi casa. Nunca he vivido aquí ni todos estos son mis familiares ni este chucho repipi es mi perro. Estoy completamente seguro. No tengo la menor duda.
El tipo ese del chalet de enfrente me ha invitado esta tarde a jugar al tenis, y ni lo conozco de nada ni yo he jugado al tenis en mi vida. Es todo muy raro. Mi habitación era mucho más pequeña y no tenía cuarto de baño propio, aunque mis padres guardan un lejano parecido con los originales. La única que me resulta familiar es la asistenta, y tampoco se me ocurre de qué.
Me gusta mi nueva ropa y el jardín y la piscina, pero sé que no son míos. Mis padres me tratan con mucha paciencia, como si me conocieran de toda la vida. Yo les sigo la corriente y obedezco, como si todo fuese muy normal. No sé qué se traen entre manos. Hasta que descubra qué está pasando será mejor que no me delate.
Me pregunté qué hacía toda aquella gente mirando el escaparate de la tienda, en silencio, como sonámbula. Me abrí paso entre la muchedumbre y al fin pude ver la televisión. Un señor hablaba sonriente por la pantalla mientras enseñaba a la cámara un artefacto eléctrico con infinidad de brazos y accesorios. Quise regresar a casa en ese momento, pero el objeto empezó a moverse y de pronto lo encontré fascinante, tan bello, tan metálico, tan nuevo.
El artefacto desplegó sus hojas escondidas y se puso a dar vueltas sobre sí mismo formando una hermosa figura circular. Yo veía un molinillo, una espiral de azúcar, una margarita de colores hipnóticos, ahora verde, ahora azul, ahora violeta, y entonces empezaba como a caerme por una suave pendiente de algodones de colores y tiernas flores mecánicas.
Cuando quise darme cuenta era ya de noche y no había nadie frente al escaparate. Me costó encontrar mi casa, como si todo el barrio me resultase ajeno. Tampoco supe explicarle a mi madre dónde había perdido el dinero de la academia de inglés ni por qué tenía en la mochila aquel extraño abrelatas.
Entré en el museo porque hacía un calor espantoso y porque la entrada era libre. Enseguida noté el fresquito. Busqué un banco tranquilo donde dormir la modorra. Nunca me ha interesado el arte ni la pintura ni ninguno de esos rollos, pero hubo un cuadro que me llamó la atención. Por los colores, o aquella niebla, no sé. Era como si el cuadro quisiera decirme algo, como si todos aquellos tipos estuviesen vivos.
No sé el tiempo que estuve parado frente a él. Todavía me huele a humo y me parece escuchar los gritos horribles de aquella gente. Estaban todos alrededor de una hoguera donde quemaban a una vieja. Me impresionó su cara de superioridad en medio de las llamas. De pronto, señor juez, la bruja giró su cabeza y me buscó con la mirada.
No pude hacer otra cosa.
Lo de las llaves no fue premeditado, era lo que tenía más a mano.
Mi hermano está muy raro conmigo. Ahora de repente se ha vuelto amable, me pide las cosas por favor, me cede el sitio en la mesa y me mira con una sonrisa forzada que me pone los vellos de punta.
Mi madre está muy contenta, porque hemos dejado de pelearnos, pero yo, la verdad, no me fío. Hace una semana atropellaron al perro de Manuela y no mostró ninguna sorpresa. Incluso le enseñé una foto nuestra con la pobre Piluca, pero ni se inmutó. Eso sí, se quejó muy educadamente de la velocidad de los automovilistas y le prometió a mi madre que llamaría a nuestra madrina para darle personalmente el pésame.
Yo creo que eso es lo que más me cabrea, que ahora lo dice todo con mucha finura, como si hubiese estudiado en un colegio de niños ricos. También le ha dado por hablar en idiomas extraños, y eso que nunca aprobó el inglés.
Yo ya le he dicho que a mí no me la da, que lo tengo calado desde el primer día, pero él sólo sonríe educadamente como si no tuviera nada que ocultar, como si esperara su oportunidad para saldarme las cuentas.
No soporto esa mirada hipócrita, ni que me llame por mi apellido, ni que por las noches cierre la puerta de nuestra habitación con tanto sigilo, y que apague la luz silenciosamente y se quede sentado sobre su cama, mirándome atento con su media sonrisa, inmóvil, incierto, hasta que a duras penas logro quedarme dormido.
Me recliné ante la tumba de mi hermana doce años después y lloré desconsoladamente toda aquella polvareda de olvido y desmemoria con que la vida nos había separado. Hasta que en la lápida contigua sonó una llamada de móvil.
El yeso aún estaba fresco, y el ramo de flores parecía de plástico.
El cartel prohibía la entrada, pero la verja cedió con facilidad. El jardín me incitaba a darme la vuelta, pero la ventana asomaba entre la oscura maleza. La casa parecía desierta, pero la puerta estaba ligeramente entreabierta.
El silencio de la estancia me aprisionaba el pecho, pero una luz agónica caía por la escalera de la primera planta.
La madera increpaba mis pasos, pero los crujidos se acompasaban al pulso de mi determinación.
El corredor tenía varias alcobas, pero yo ya sabía que se trataba de la última.