Todos mis libros. Reflexiones en torno a las bibliotecas personales en México y América Latina - Marina Garone Gravier - E-Book

Todos mis libros. Reflexiones en torno a las bibliotecas personales en México y América Latina E-Book

Marina Garone Gravier

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Beschreibung

¿Qué han reunido los individuos en sus bibliotecas a través del tiempo?, ¿cómo han mudado sus gustos?, ¿cuáles han sido sus criterios de organización de temas y de espacios?, ¿qué lecturas compartidas tuvieron con los varios estamentos a los que pertenecieron?, ¿dónde han ido a parar esas lecturas privadas, personales y cómo las analizamos y estudiamos hoy? Estas son algunas de las dudas que animaron la creación de este libro. Si bien el estudio de las bibliotecas ha sido, en general, un tema de interés de muchas disciplinas, la revisión de aquellas de carácter eminentemente personal, en diálogo con la formación de las mentalidades e ideas de sus poseedores, los proyectos sociales y culturales a los que estos contribuyeron, y en una palabra los hábitos de lectura y formas de apropiación de sus poseedores, ha sido, en cambio, un aspecto un poco menos atendido dentro del conjunto de esos estudios. Por ello en Todos mis libros. Reflexiones en torno a las bibliotecas personales en México y América Latina nos propusimos reunir una serie de ensayos que exploraran algunos de los ejemplos más relevantes de bibliotecas personales: desde las que existieron en la capital del Virreinato de Nueva España, y varias ciudades de la República Mexicana, hasta llevar -atravesando un amplio arco temporal- del periodo colonial al siglo XX, y en los que no faltara la presencia de casos de otros países de la región, como Chile, Brasil y Argentina. Las perspectivas de análisis empleadas en esta obra son interdisciplinarias, de ahí que unos estudios recurran a los métodos clásicos de la historia, otros más a los de la bibliotecología, no faltan tampoco las miradas a la materialidad de las colecciones para dar al lector un abanico de posibilidades de conocimiento y de métodos de estudio para esos universos poliédricos y apasionantes llamados bibliotecas.

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Marina Garone Gravier

Es doctora en historia del arte por la Universidad Nacional Autónoma de México y realizó estudios en tipografía y diseño editorial en la Escuela de Diseño de Basilea. Suiza Desde 2009 es investigadora del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM, en 2012 fundó y desde entonces coordina el Seminario Interdisciplinario de Bibliología. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México, e investigadora correspondiente del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas de la Universidad de Buenos Aires. Ha recibido diversas distinciones como el Premio a la mejor tesis doctoral de la cátedra Gonzalo Aguirre Beltrán (2010) y el Premio García Cubas (2013) en categoría obra científica por su libro La tipografía en México. Ensayos históricos (siglo XVI at XIX), editado por la FAD-UNAM. Sus líneas de investigación son: historia del libro, la edición, la tipografía y la cultura visual latinoamericanas; la cultura impresa en lenguas indígenas, y las relaciones entre diseño y género. Es autora, coautora y editora de más de una docena de libros, entre los que cabe mencionar: Una historia en cubierta. Fondo de Cultura Económica a través de sus portadas (1934-2009), publicado en 2011, e Historia de la imprenta y la tipografía colonial en Puebla (1642-1821), aparecido en 2015.

Mauricio Sánchez Menchero

Investigador de tiempo completo en el CEIICH de la UNAM integrante del programa de Estudios Visuales y miembro del Sistema Nacional de Investigadores, de México. Es licenciado en Comunicaciones por la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco y tiene una maestría y un doctorado en Historia de la Comunicación Social por la Universidad Complutense de Madrid. Las líneas de investigación en que trabaja son los estudios visuales y la historia cultural de los libros científficos, su circulación y apropiación, así como otras industrias culturales como la fotografía y las producciones cinematográficas. Actualmente, imparte cursos de licenciatura sobre investigacóin en historia cultural y de posgrado en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Además, fruto de sus investigaciones, cuenta con una veintena de publicaciones de carácter académico, editadas tanto en revistas como en libros colectivos nacionales e internacionales. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: el libro coordinado junto con Marina Garone, Cultura impresa y visualidad: tecnología gráfica, géneros y agentes editoriales (CEIICH-UNAM, 2019) y el capítulo “Luis Buñuel en foco: el arte del coleccionismo zoológico y la disección humana” dentro del libro Cuerpos representados, coordinado por Alfons Zarzoso y Maribel Morente (Sans Soleil, 2020).

Comité editorial del CEIICH

María Eugenia Alvarado RodríguezCarlos Arturo Flores VillelaMarina Garone GravierLev Jardón BarbollaElke Koppen PrubmannOctavio Reymundo Miramontes VidalMaría Elena Olivera CórdovaMauricio Sánchez MencheroMaría del Consuelo Yerena Capistrán

Todos mis libros

Reflexiones en torno a las bibliotecas personales en México y América Latina

Marina Garone GravierMauricio Sánchez Menchero(editores)

ÍNDICE

 

Bibliotecas personales, conjugaciones posibles, hoy

Daniel Goldin Halfon

Introducción

Marina Garone Gravier y Mauricio Sánchez Menchero

PRIMER APARTADOBIBLIOTECAS PERSONALES EN NUEVA ESPAÑA

La biblioteca imaginada de los juristas de Nueva España: las obras legales presentes en la Biblioteca Nacional de México (siglos XVI y XVII)

Óscar Hernández Santiago

La cultura visual astronómica desde algunos fragmentos de la biblioteca de Carlos de Sigüenza y Góngora

Nydia Pineda de Ávila

La tierra, la luna y las estrellas. La biblioteca de un agrimensor-astrónomo: Felipe Zúñiga y Ontiveros, 1772

Manuel Suárez Rivera

Los militares y sus acervos: la librería del sargento mayor Pedro de Alonso (siglo XVIII)

Moisés Guzmán Pérez

Poseedores de libros y sus colecciones. Inventarios de bibliotecas privadas en el siglo XVIII novohispano

Pablo Avilés Flores

SEGUNDO APARTADOBIBLIOTECAS PERSONALES EN LOS ESTADOS DE LA REPÚBLICA MEXICANA

La biblioteca del Seminario de Monterrey (1793-1799): una fuente para el estudio de la Independencia en el noreste de Nueva España

Felipe Bárcenas García

Las bibliotecas personales de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco “Juan José Arreola” de Guadalajara

Marina Mantilla Trolle y Claudia Alejandra Benítez Palacios

Entre literatura y bibliofilia: la biblioteca de Antonio Acevedo Escobedo

Lourdes Calíope Martínez González

Entre la mente y el alma. Un recorrido por la biblioteca del doctor Rafael Serrano

Christian Sánchez Pozos

TERCER APARTADOBIBLIOTECAS PERSONALES EN AMÉRICA LATINA: TRES CASOS

Coleccionismo y encuadernación en el Brasil del siglo XX: un caso ejemplar

Ana Utsch

Ordenar los libros para crear. Alamiro de Ávila, la Colección Universidad de Chile y sus Rastros Lectores

Camila Plaza Salgado y Ariadna Biotti Silva

Improntas de un ávido lector: la colección de Joaquín V. González en la universidad platense

María Eugenia Costa

Sobre los autores

Aviso legal

En el decurso de una vida consagrada a las letras y (alguna vez) a la perplejidad metafísica, he divisado opresentido una refutación del tiempo, de la que yo mismo descreo, pero que suele visitarme en las noches y en el fatigado crepúsculo, con ilusoria fuerza de axioma. Esa refutación está de algún modo en todos mis libros.

Jorge Luis Borges, Otras Inquisiciones

BIBLIOTECAS PERSONALES, CONJUGACIONES POSIBLES, HOY

Daniel Goldin Halfon

Muy buenos días tengan todos ustedes.1

Quiero antes que nada agradecer a Marina Garone, más que por su generosa invitación a dar la charla inaugural de estas jornadas, por su obstinación para organizar, con el rigor obsesivo que la caracteriza, un coloquio que convoca a estudiosos de diferentes disciplinas para abordar un tema que, en el contexto político en el que vivimos, podría ser considerado baladí, por no usar otra palabra que rima con esa y que prefiero evitar.

No sé muy bien en qué estaba pensando Marina cuando me invitó.

Ella y yo nos conocemos desde hace muchos años. Por eso, ella sabe que mi trayectoria profesional tiene poco qué ver con lo que habitualmente se entiende como el campo de las bibliotecas personales. Soy un editor originalmente interesado por temas literarios, políticos, sociales o filosóficos, que accidentalmente cayó en el campo de los libros para niños. Justamente por no haber tenido una vocación inicial hacia la literatura infantil, intenté plantear mi trabajo de una manera poco habitual, al ubicarlo en un proceso histórico muy complejo que podemos conceptualizar como la transformación del reconocimiento social de los niños. En ese largo proceso, los niños dejaron de ser considerados in -fans (es decir, sujetos que no hablan) y paulatinamente empezaron a ser tratados como sujetos que piensan y se comunican desde edades muy tempranas, incluso anteriores a la adquisición de la lengua propiamente, y que, por tanto, merecen ser escuchados y entendidos con fina atención.

En mi deriva profesional me he acercado a otros temas más o menos vinculados con los intereses de Marina y, supongo, de muchos de ustedes, como analizar desde el punto de vista histórico, sociológico o antropológico la cultura escrita.

Pero las bibliotecas personales, tal como se las estudia y analiza comúnmente, en definitiva nunca estuvieron en mi mira.

Profesionalmente hablando, mis acciones y reflexiones en el campo de la bibliotecología más bien se han consagrado a lo que podría ser considerado como las antípodas: las bibliotecas escolares o las bibliotecas públicas.

Por eso, aquella mañana de febrero cuando yo todavía tenía muy frescas las emociones generadas por mi salida de la dirección de la Biblioteca Vasconcelos, recibí con sorpresa la llamada de invitación de Marina.

Recuerdo con claridad mi asombro.

Recuerdo también cómo, mientras ella me insistía, se iba formando en mi mente un plano de la Ciudad de México en el que destacaban las dos sedes de la Biblioteca Central de la así llamada Red Nacional de Bibliotecas Públicas de nuestro país: la Biblioteca México, situada en la plaza de la Ciudadela, y la Biblioteca Vasconcelos, construida a apenas unos cuantos kilómetros de ahí, en Buenavista, muy cerca de la antigua estación de trenes.

Abonando a la polarización que vive el país en la actualidad, se podía caricaturizar estos extremos de esta manera: en el extremo de los privilegiados, la Biblioteca México, ubicada en un edificio centenario que ha pasado por diferentes transformaciones, pues originalmente fue una fábrica de tabaco, luego se convirtió en cuartel y cárcel antes de ser destinada a ser sede de la biblioteca pública central.2 En ese edificio deberíamos resaltar las cinco bibliotecas personales, adquiridas por el gobierno mexicano para fundar la así llamada Ciudad de los Libros.

Me refiero a las bibliotecas personales del bibliófilo, José Luis Martínez, del humanista, Antonio Castro Leal, del poeta, Jaime García Terrés, del editor, Alí Chumacero, y del bibliófilo, Carlos Monsiváis, para utilizar la caprichosa manera de definir a estos cinco destacados intelectuales mexicanos.3

En el otro extremo, el de los desposeídos, habría que situar a la Biblioteca Vasconcelos, alojada esta sí, en un edificio exprofeso, edificado en un territorio aparentemente carenciado culturalmente (al menos así se quiso presentar).

Como todos ustedes saben este moderno edificio se construyó en momentos en los que muchos profetas de la cultura digital predicaban que la era de las bibliotecas físicas había fenecido y que, por tanto, carecía de sentido invertir en una infraestructura como esa.

¿Para qué edificar un recinto con capacidad de almacenar millones de ejemplares si hoy es posible resguardar millones de libros en un cerebro electrónico que ocupe solo unos cuantos metros cuadrados y estos pueden ser consultados desde cualquier lugar de la Tierra a través de un dispositivo móvil? ¿Cuántas veces no hemos escuchados argumentos similares a éste?4

Dando por válida aquella caricatura polarizante, en el extremo de la Biblioteca México habría que analizar cinco formas diferentes de constituir las bibliotecas personales, que tendrían en común la noción de la biblioteca como un refugio, apartado y silencioso, en los que personas letradas se consagraron a estudiar, leer y escribir.

En el extremo opuesto, el de la Vasconcelos de Buenavista, un verdadero científico social podría estudiar, entre muchas otras cosas, cómo las bibliotecas públicas pueden convertirse también en espacios para la constitución de personas, mientras son usadas para fines absolutamente diferentes de los previstos o imaginados por los bibliotecarios tradicionales. De entrada, porque a ese lugar la gente acude no forzosamente a leer y escribir.

En efecto, ese maravilloso espacio es frecuentado por personas que difícilmente podríamos clasificar como letradas o, incluso, como lectores, empezando por los decenas de sin hogar que acudían a la biblioteca a buscar refugio, para poder dormir y orinar sin que nadie los molestara. Pero también por centenas de jóvenes, chicos que se apropiaron de ella para bailar K-pop o J-Pop frente a sus ventanales, porque ahí se podían ver reflejados y nadie los molestaba. También se convirtió en un lugar de ligue frecuentado por homosexuales y lesbianas; en un espacio en el que personas de todas las edades acudían a ver películas en Internet; madres que se recreaban con sus hijos que estaban aprendiendo a caminar, o en el que señoras y señores de la tercera edad van a aprender a usar computadoras o pasar un rato conversando mientras tejen.

Para hacer más picante la confrontación entre ambas sedes de la Biblioteca Central de la Red Nacional de Bibliotecas, se podrían comparar sus presupuestos anuales y cotejarlos con el número de usuarios atendidos y servicios ofrecidos, y luego promover una consulta sobre la utilidad pública de ambos. ¡Vaya que habría material para alimentar una hoguera!

Pero supongo que no es esto lo que esperaba Marina al invitarme. Sin duda, sería un desperdicio de tiempo y recursos alimentar esos fuegos supuestamente purificadores.

No soy una persona que alimenta polarizaciones. Todo lo contrario. Como editor y gestor cultural llevo más de treinta años de trabajo en diferentes frentes, cuestionando o proponiendo nuevas maneras de estudiar y analizar las relaciones de continuidad y ruptura en la cultura escrita.

Siempre atento a la larga duración desde una perspectiva procesual, busco evidenciar y potenciar transformaciones. Por eso me parece que si una universidad pública como la UNAM destina tiempo y recursos para estudiar un tema como las bibliotecas personales, hay que aprovechar esa oportunidad justamente para abogar por un verdadero cambio de la situación del libro y la lectura en nuestro país, que coincida con un replanteamiento de la ciudadanía.

Eso obliga a revisar desde una perspectiva crítica lo que ha pasado en nuestro país a lo largo del siglo en el que México pasó de ser un mayoritariamente analfabeta a un país casi totalmente alfabetizado, y responder a preguntas simples como ¿por qué si durante casi cien años se han inaugurado tantos miles de bibliotecas públicas esos recintos no significan prácticamente nada para la inmensa mayoría de los mexicanos? O bien, ¿por qué si durante casi 60 años todos los niños mexicanos han recibido gratuitamente hasta seis libros cada año, el mercado de libros es tan minúsculo y frágil? Por mencionar solo dos preguntas básicas.

No podemos responder a estas preguntas alimentando caricaturas simplonas que oponen a ricos y refinados, que hay que condenar, a los pobres e ignorantes, que hay que redimir. Son políticas públicas que deben ser revisadas críticamente, a partir de una evaluación sistémica. Un verdadero cambio supone dejar de oponer el pensamiento a la acción, la teoría a la praxis. Es preciso hacer con ellas un círculo virtuoso: analizar y discutir lo real, pensar con rigor y problematizar a partir de datos. Señalado lo anterior, regreso al tema de nuestro encuentro.

¿Por qué pensar y estudiar un tema tan aparentemente inocuo, como las bibliotecas personales desde una universidad pública?

¿Qué lazos de continuidad podemos establecer entre esas bibliotecas de pudientes consagrados al estudio y esas otras que son refugio de personas sin hogar y ciudadanos no letrados? ¿Cómo aproximarse a la reflexión en torno a las bibliotecas personales para hacer un país más habitable? Esos fueron los desafíos que me animaron a venir a charlar con ustedes.

Lamento que mi intervención sea solo una conferencia y no poder participar en investigaciones y discusiones a lo largo de un ciclo escolar. Ahora, en mi calidad de barman que sirve un aperitivo, les comparto algunas ideas para animar sus trabajos y discusiones.

De entrada, debo confesar que me alegró ver la variedad de temas que aparecen en el programa. Pero me sentiría aún más contento si en las futuras jornadas diversificaran hacia territorios no explorados, incluso opuestos. Por ejemplo, estudiar bibliotecas pequeñas (incluso nómadas), pero entrañables. De herejes, monjas, rabinos, brujos, científicos, campesinos, locos, o prisioneros… La maneras en que esas personas las conformaron y defendieron, o se valieron de ellas para defenderse y formarse.

También me parece que sería muy interesante analizar comparativamente los modos de clasificación y acomodación de esas y otras bibliotecas tanto antiguas como contemporáneas. En estas últimas, la coexistencia de libros y discos, revistas, CD’s, es un tema muy sugestivo. Pero, en realidad, no hay temas más o menos importantes. Pero para que tenga verdadera relevancia social o política lo que importa es tener presente dos cuestiones clave. La primera puede parecer una obviedad, pero no lo es: en el centro de las bibliotecas personales siempre hay una persona a la que es preciso acercarse de una manera integral. La segunda es que debemos asumir una perspectiva procesual tanto en la dimensión del individuo, como inserción de estos en contextos sociales y temporales más amplios que una vida humana.

Los procesos personales y procesos sociales están interrelacionados, pero son diferentes. Si las bibliotecas personales son asuntos de importancia social es porque ambas, las bibliotecas y las personas, son realidades en continua transformación: las bibliotecas se van constituyendo a lo largo de la vida de las personas y algunas personas se van constituyendo al hacer o frecuentar bibliotecas. Ni unas ni otras nacen, se hacen.

Desde una perspectiva integral atenta a esa interrelación, antinomias como cuerpo y espíritu, forma y contenido, el uno y el otro adquieren un sentido dinámico, de la misma manera que los conceptos lectura, escritura y oralidad.

Así contempladas, las bibliotecas son mucho más que una suma de libros e incluso más que los espacios físicos que los resguardan: son ambientes que propician o inhiben, entre muchas cosas, ideas, emociones, vínculos. Lugares paradojales. Espacios que permiten conectarse y desconectarse, aislarse y comunicarse con seres presentes y ausentes, vivos o muertos, y con un otro que habita en cada uno de nosotros.

¿Cómo estudiar esos espacios? Sin duda es esencial considerar los títulos pero no son menos importantes aspectos que tienen que ver con las tipologías de clasificación y acomodación (que raramente es similar a la de los sistemas clasificatorios usuales en la bibliotecología, dicho sea de paso). Al analizar las bibliotecas desde una perspectiva escenográfica, como espacios en los que se escenifican diversos procesos personales, cobran relevancia aspectos aparentemente anodinos. Muros y ventanas. Los adornitos o fotografías que decoran los estantes y pueden ser tan iluminadores como las marginalias de los libros.

Si las anotaciones en los márgenes nos iluminan la complejidad de la apropiación cultural, la dimensión objetual presente en una biblioteca nos habla de un proceso en el que todos los sentidos interactúan en una incesante búsqueda y construcción de sentido.

Pero el valor de esos ambientes solo puede ser comprendido por contraste: desde dónde uno ingresa a la biblioteca, a dónde va una vez que la deja. Así me lo relató un usuario cuando lo entrevisté. “Para mí venir a la biblioteca comienza desde que me echo a andar rumbo a ella.” Este usuario efectivamente elegía caminar una hora o más para llegar a la Vasconcelos, a pesar de contar con los recursos económicos para usar transporte. O bien de Juan, un usuario entrevistado por Teresa López Avedoy, que acudía a la biblioteca en trayectos de hasta dos horas, durante los cuales iba dibujando. Él se negaba a subirse al transporte público aunque vivía por la estación de Metro Carrera y usando ese medio hubiera podido llegar prontamente. Pero para él, que había tomado clases de dibujo y arte, la educación formal no era una opción, como le acontece a muchos otros asiduos a las bibliotecas: autodidactas confesos, por decisión propia o porque se les negó otras opciones (Salaberría, 2010).

¿Cuándo inicia y cuándo acaba la experiencia bibliotecaria?5 Los estudios históricos sobre el libro y la lectura nos han permitido comprender la importancia de la materialidad de los soportes escriturarios para la construcción del sentido y la constitución de un sujeto que participe activamente en la cultura escrita. El paso del rollo al codex, por ejemplo, no solo determinó maneras de articular un discurso, también habilitó posibilidades de lectura, escritura y pensamiento (Chartier et al., 2000; Olson, 1998). El paso del pergamino al papel amplió y diversificó la economía de la memoria de la que habla con tanta inteligencia Petrucci (1999). Pero todavía hace mucha falta investigar las determinaciones del entorno en la construcción de sentido. La etnografía tiene mucho que aportar en este sentido. Como etnógrafo amateur que soy, en mis primeras semanas al frente de la Biblioteca Vasconcelos, cuando aún podía interrogar a los usuarios sin que ellos supieran que era el director, varias mañanas les pregunté a los usuarios si ellos dejarían de acudir a la biblioteca si nosotros les hiciéramos llegar los libros a sus hogares.

Nadie habría aceptado semejante trato.6

¿Cómo explicar la preferencia por acudir a un espacio que en promedio tomaba más de una hora de ida y otra de regreso? No hay solo una respuesta. Pero todas ellas deben realizarse a partir de la escucha atenta. Es un asunto relevante, al que generalmente se le presta nula atención, tanto en las investigaciones y estudios bibliotecológicos, como en el diseño de servicios y políticas públicas.

La noción de ambiente es igualmente pertinente para estudiar en la lectura digital, tanto en el interior de las pantallas, como en la interacción de estas con el entorno.

Textos, videos y audio. Papel. Teléfono. Ipad, computadora. El campo de estudio de lo que podemos denominar bibliotecas personales se complejiza en nuestros días de una manera excitante y frustrante a la vez. La interacción de voz y datos con los diferentes soportes de papel en una biblioteca es de una complejidad tan intrincada que resulta extenuante solo describirla. A través de ellas, las nociones tradicionales de creador y receptor se han pulverizado. Resulta cada vez más claro que habrá de resignarse a no tener respuestas generalizables, como las que aman los publicistas, ni siquiera precisas, como las que anhelan los científicos sociales. Pero sea cual sea nuestro enclave, como estudiosos, profesionales o simples ciudadanos, es imperdonable no hacernos las preguntas que pongan en el centro las vivencias de las personas.

Las perspectivas abiertas por el desarrollo tecnológico permiten remirar la historia con nuevas suspicacias, muy ajenas a las visiones teleológicas. Que nadie vaya a creer, por ejemplo, que las relaciones entre creación y recepción antes eran unilaterales. Es preciso estar alertas tanto ante la idea de una evolución como ante su opuesto nostálgico. Tener o asistir a una biblioteca no garantiza el desarrollo de individuos ni sociedades, mucho menos los procesos civilizatorios. Sobran ejemplos de carniceros letrados. El proceso civilizatorio no se inicia ni culmina con la palabra escrita, sino con el diálogo, es decir, con la escucha.

Voy a concluir llamándoles la atención sobre un objeto que, casi podría asegurar, estaba, si no en todas, al menos en la mayoría de las bibliotecas personales. Recuerdo particularmente la primera vez que visité la Capilla Alfonsina; me refiero al diván donde Don Alfonso Reyes, tal vez el personaje de la cultura mexicana que mejor encarna el ideal letrado, se echaba sus siestas. Ahí, a un lado de miles de libros y cuadernos, de fotografías y revistas, casi en el centro de su cocina intelectual y no muy lejos de su escritorio.

Es una observación que tiene una gran importancia, incluso en los estudios literarios. ¿Alguien podría negarle a la cama el lugar privilegiado que ha tenido para germinar algunas de las obras más importantes, antes y después de En busca del tiempo perdido? Es un asunto que tiene una importancia política y social, incluso en términos de la agenda laboral, como han visto los empresarios japoneses que permiten a sus emplea dos tomar una siesta. Lo hacen para incrementar su productividad, ciertamente, pero también refuerzan su compromiso con la empresa.

El diálogo entre las razones del sueño y los sueños de la razón nos permite comprender de una manera más profunda por qué buscamos y construimos sentido a través de las palabras escritas. Si en verdad se persigue alcanzar los ideales ilustrados, formar ciudadanos con capacidad de pensar e interrelacionarse con otros para comprender mejor su pasado y proyectarse hacia el futuro, hay que concebir al ser humano de manera integral.

La biblioteca personal –tanto en su acepción más pública como en la privada– es un centro que resguarda y pone a disposición información y conocimiento, pero es también un espacio para solaz y descanso. La coexistencia de estas opciones caracteriza las mejores bibliotecas públicas del mundo.7 En ellas con frecuencia podremos encontrar auténticos letrados que difieren de lo usual, como me aconteció no pocas veces mientras dirigía la Biblioteca Vasconcelos.

Uno de los usuarios más entrañables para mí se llama Rubén Galicia. Es un indigente erudito, que estudió contabilidad y nunca ejerció. Acaso porque le interesaban con mayor pasión otros temas. Nunca supe por qué terminó viviendo en la calle, pero conversé con él sobre arte, literatura y filosofía. Alguna vez lo encontré leyendo a Husserl. Con mayor acuciosidad que cualquiera de los que laborábamos ahí, había explorado toda la estantería y con frecuencia me señalaba carencias de nuestro catálogo. Otros usuarios, sin embargo, se quejaban de que le permitiera la entrada por su aspecto. Los bibliotecarios de la Vasconcelos tenían opiniones encontradas. En Estados Unidos, un país en el que las bibliotecas públicas tienen una importancia central para la inmensa mayoría de los ciudadanos, la American Library Association asume de manera activa la inclusión y estimula a sus afiliados a brindar todos los servicios a cualquier individuo, inclusive a los que son migrantes ilegales. Pero claro, ahí el espacio público no es un monopolio del Estado. Y la historia de sus redes de bibliotecas surgió de la sociedad civil y para animar su conversación, no como un dispositivo supuestamente civilizador.8

La más hermosa carta que recibí tras mi salida de la biblioteca fue la de un usuario que se hacía llamar John Henry Enciso. En ella me relataba lo que había significado para él ese espacio público, en un momento en el que había empezado a dejar de ser persona y se había convertido solo en una sombra que vagaba sin rumbo por esta ciudad fascinante y terrible. A esos dos amigos, entrañables y distantes, que no tienen ni tenían casa e hicieron de la Biblioteca Vasconcelos su hogar, les dedico esta charla sobre las bibliotecas personales y sus posibles conjugaciones, con la esperanza de contribuir a hacer del nuestro un país más habitable para todos, letrados e iletrados también.

Muchas gracias a todos ustedes por su escucha.

Bibliografía

Chartier, Roger et al. 2000. Cultura escrita, literatura e historia. Conversaciones de Roger Chartier. México: Fondo de Cultura Económica.

Klinenberg, Erick. 2018. Palaces for people. How social infraestructure can help fight inequality, polarization, and the decline of civil life. Nueva York: Crown, 2018.

López-Avedoy, Teresa. 2016. Del lugar público al espacio íntimo: Imágenes y experiencias en el espacio público. La Biblioteca Vasconcelos como caso de estudio. Tesis doctoral. Universidad Autónoma de Nuevo León. http://eprints.rclis.org/33778/

Martínez-Cabrera, Teresa. 2017. Leer entre libros. Uso del espacio y prácticas de lectura compartida en la Biblioteca Vasconcelos. Tesis de maestría. Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional. http://eprints.rclis.org/33154/

Olson, David R. 1998. El mundo sobre el papel. El impacto de la escritura en la estructura del conocimiento. Barcelona: Gedisa.

Petrucci, Armando. 1999. Alfabetismo, escritura, sociedad. Barcelona: Gedisa.

Salaberría, Ramón. 2010. Autodidactas en bibliotecas. Gijón: Ediciones TREA.

Wiegand, Wayne A. 2015. Part of our lives. A people´s history of the american public library. Nueva York: Oxford University Press.

Ziegler, Jorge von. 2013. La columna rota. México: Océano.

1 Nota de los editores: Este texto fue la conferencia de apertura en el VII Encuentro Internacional de Bibliología de 2019, el autor solicitó mantener el tono coloquial de mismo, por tal razón hemos respetado su pedido.

2 Una relación pormenorizada de las transformaciones de ese recinto se puede encontrar en Jorge von Ziegler (2013), La columna rota. En ese libro también se describe el proyecto conceptual original de la Biblioteca Vasconcelos.

3https://www.cultura.gob.mx/ciudadela/bibliotecas-personales.php

4 En el siguiente texto se narra una reciente polémica al respecto: https://vanguardia.com.mx/articulo/forbes-borra-un-articulo-de-opinion-profundamente-desinformado-argumentando-que-amazon

5 Cf. López-Avedoy (2016), Del lugar público al espacio íntimo: Imágenes y experiencias en el espacio público. La Biblioteca Vasconcelos como caso de estudio. http://eprints.rclis.org/33778/

En esta tesis se describen diversas trayectorias de y hacia la biblioteca, y se arroja luz sobre los cortes temporales para comprender la significación social de ellas. Por ejemplo, la manera en que la visita a la biblioteca se integra en calendario semanal y cómo los distintos usos se van modificando a lo largo de la vida. Me fue particularmente interesante constatar que algunos usuarios jóvenes vinieran unas mañanas a bailar mientras que otras acudían a estudiar: toda persona es una tribu. La unicidad de la persona es solo una máscara, como lo recuerda la propia etimología del término.

Otra tesis que puede ser de interés es la de Martínez-Cabrera (2017), Leer entre libros. Uso del espacio y prácticas de lectura compartida en la Biblioteca Vasconcelos. http://eprints.rclis.org/33154/

6 Durante su investigación, Teresa López Avedoy preguntaba a los usuarios que de no haber ido ese día a la biblioteca, en qué otro lugar estarían haciendo esas actividades. Generalmente los usuarios respondían que de no haber acudido a la biblioteca, no estarían haciendo lo que estaban haciendo. “En casa, estaría durmiendo o haciendo nada.” La biblioteca, pues, no era un espacio alternativo para realizar actividades predeterminadas, sino un propiciador de otras maneras de usar su tiempo.

7 Klinenberg (2018), Palaces for people. How social infraestructure can help fight inequality, polarization, and the decline of civil life. Un presentación breve en https://www.nytimes.com/2018/09/08/opinion/sunday/civil-society-library.html?smid=tw-nytopinion&smtyp=cur

8 Recomiendo al lector interesado Wiegand (2015), Part of our lives. A people´s history of the american public library.

INTRODUCCIÓN

Marina Garone Gravier*Mauricio Sánchez Menchero**

Las bibliotecas personales de ficción

No sabemos con certeza cuáles fueron los móviles, que no las temáticas, para que Jorge Luis Borges escribiera cada uno de sus poemas. Solo sabemos de algunas referencias cuando son explicados por el propio autor argentino. Pero en su poema “Junio, 1968” (Elogio de la sombra, 1969: 998), se puede conjeturar, por ejemplo, que el título alude a la presencia de un par de noticias trágicas acaecidas en aquel aciago mes: el asesinato de Robert F. Kennedy y el accidente en el estadio Monumental en donde perdieron la vida 71 fanáticos del Boca Juniors, quienes pretendieron salir del inmueble pero terminaron aplastados en el Túnel 12 por razones todavía no aclaradas. Sin embargo, es otro estrago, desde luego más personal e inmediato, el que relata Borges en su poema y en donde solo se vislumbra su paradoja ontológica: padecer la ceguera progresiva heredada de su padre y poseer una biblioteca con una amplia colección de todos sus libros pero que ya no puede leer con sus ojos anómalos. Su relación con sus volúmenes se reduce por tanto al tacto, en todo caso la imaginación:

el hombre dispone los libros

en los anaqueles que aguardan

y siente el pergamino, el cuero, la tela

y el agrado que dan la previsión de un hábito

y el establecimiento de un orden.

Quizás su memoria se vio respaldada por el orden de las obras. Los tamaños de los lomos que asomaban en sus estantes pudieron ser percibidos a pesar de su mirada oscura para reconocer así a los autores ahí alojados. Como apunta su verso escrito unos años más tarde: “Libros que mi mano conocerá” (El oro de los tigres, 1972: 1136). Aunque también la edad ya no le permite alcanzar todos sus volúmenes, sobre todo los que en “Los anaqueles / Están muy altos y no los alcanzan mis años” (Elogio de la sombra, 1969: 999). Ciertamente sus manos al final, antes su mirada, le ayudaron a recorrer los cientos de miles de páginas contenidas en sus libros, en su mayoría —como señala su viuda María Kodama— “de escritores ingleses y norteamericanos, además de textos de filosofía, historia y religión” (El Universal, 2018).

Entre sus autores preferidos —“los primeros libros que yo leí; tal vez serán los últimos” (Otras inquisiciones, 1952: 699)— siempre destacaron R. L. Stevenson evocador de pesadillas, pero sobre todo ponderó siempre “los recursos imaginativos” de H. G. Wells. De este último prefirió su The Time Machine (1895) en donde su protagonista —como describe el propio Borges— puede viajar físicamente al porvenir y regresar a su tiempo ya con las sienes encanecidas. El navegante vuelve rendido, polvoriento y maltrecho; vuelve de una remota humanidad que se ha bifurcado en especies que se odian: los morlocks que se alimentan de los ociosos eloi, seres que habitan entre ruinosos jardines y edificios como el abandonado Palacio de Porcelana Verde. Se trata de una arquitectura de gran tamaño en la que se podía advertir, como hizo el viajero, “muchas más cosas que una Galería de Paleontología; posiblemente tenía galerías históricas; ¡e incluso podía haber allí una biblioteca!” (Wells, 1999: 200).

En uno de sus textos y de forma comparada, Borges va a contraponer a Wells, que escribió para todas las edades del hombre, a Jules Verne, un autor para adolescentes. Incluso, la pluma borgiana anotará que mientras las ficciones de Wells son meras posibilidades (un hombre invisible, una flor que devora a un hombre), o hasta cosas imposibles (un hombre que regresa del porvenir con una flor futura), “las ficciones de Verne trafican con cosas probables” como un túnel ferroviario bajo el Canal de la Mancha o una nave para alcanzar la Luna (Otras inquisiciones, 1952: 697).

La imaginación verniana, a través de Vingt mille lieues sous le mers (1870), también navegará por el fondo marino a través de su Nautilus conducido por el capitán Nemo: un misántropo que prefiere la compañía de la fauna marítima a la de cualquier contacto humano. Para alcanzar el silencio adecuado y poder concentrarse en sus lecturas, el solitario marino había construido una amplia biblioteca descrita por un eventual pasajero como Aronnax:

Armarios altos, de palosanto negro, incrustados de latón, sostenían en sus estanterías muchos libros encuadernados con uniformidad. Seguían todo el perímetro de la sala, y terminaban en su parte inferior por vastos divanes forrados de cuero castaño, que ofrecían los más confortables contornos. Unos ligeros atriles móviles, que se alejaban o acercaban a voluntad, permitían colocar en ellos el libro que se estuviese leyendo. En el centro había una anchurosa mesa, cubierta de folletos, entre los cuales aparecían periódicos ya antiguos. La luz eléctrica inundaba aquel armonioso conjunto […] Observé con admiración aquella sala tan ingeniosamente alhajada, y mis ojos no podían creer lo que veían. (Verne, 1998: 81-82).

La biblioteca de doce mil volúmenes había sido coleccionada por el gregario capitán hasta antes de sumergirse por vez primera bajo las aguas. “Aquel día compré mis últimos volúmenes, mis últimos folletos, y mis últimos periódicos, y desde entonces quiero creer que la humanidad no ha vuelto a pensar ni a escribir” (Verne, 1998: 82). Todos aquellos libros, cualquiera que fuese la lengua en que estaban escritos, no estaban ordenados ni clasificados. Tal mezcla probaba que Nemo debía leer habitualmente los volúmenes que su mano tomaba al azar.

Para satisfacer la curiosidad bibliófila de sus lectores, Jules Verne describe parte del contenido del acervo de su protagonista haciendo, quizás, una autorreferencia a todos sus libros. Reunidas ahí están las obras maestras de grandes escritores antiguos y modernos sobre historia y literatura. Los autores abarcaban una amplia gama que iba desde Homero hasta Victor Hugo, desde Jenofonte hasta Jules Michelet, desde François Rabelais hasta madame George Sand. Sin embargo, los principales fondos de la biblioteca estaban integrados por obras científicas: mecánica, balística, hidrografía, meteorología, geografía, geología e historia natural. Por ello, la lista de científicos que detalla Verne es más amplia que la de historiadores y literatos: Alexander von Humboldt, François Arago, Léon Foucault, Henri Étienne Sainte-Claire Deville, Michel Chasles, Henri Milne Edwards, Jean Louis Armand de Quatrefages, John Tyndall, Michael Faraday, Marcellin Berthelot, abad Angelo Secchi, August Petermann, comandante Matthew-Fontaine Maury, Louis Agassiz, entre otros más, así como las memorias de la Academia de Ciencias y los boletines de diferentes sociedades de geografía.

Pero también esta biblioteca ficcional revela la propia bibliofilia de Verne. Ello aparece en el detalle revelado a través del pasajero Aronnax quien observa, entre las obras del acervo, una que sabe fue impresa en 1865 y que resultaba toda una novedad editorial. Se trata de la obra de Joseph Bertrand, Les fondateurs de l’astronomie moderne, editada en París por Hetzel, la misma casa impresora de toda la obra de Verne. El pie de imprenta sirve entonces como un guiño de autorreferencia del cual Aronnax infiere que el Nautilus y el capitán Nemo habían comenzado su aventura submarina no más de tres años como máximo a la fecha en que él pone sus pies en el submarino.

Desde luego que hoy se puede saber más de Jules Verne y sus posibles lecturas gracias a la biblioteca —con una colección de 300 libros originales— y el acervo documental —con manuscritos y últimas obras no publicadas del propio autor— alojados en el Centre International Jules Verne, situado en Amiens, Francia. Pero esa es otra historia.

La imborrable experiencia lectora

La costumbre de buscar sentido en los libros ha sido un elemento fundamental para que los bibliófilos dediquen tiempo, dinero y esfuerzo por hallar el volumen deseado. Pero aun adquirida la obra anhelada, siempre está presente la angustia de postergar su atento desciframiento. Ya externaba esta experiencia José Emilio Pacheco en su poema “El libro”: “Lo compré hace muchos años. Pospuse la lectura para un momento que no llegó jamás. Moriré sin haberlo leído. Y en sus páginas estaban el secreto y la clave.” (Desde entonces, 2009: 235). Pueden parecer estos versos una exageración, pero en ocasiones la relación del lector con su libro se vuelve una cápsula para sobrevivir en los tiempos de crisis.

En este sentido un concepto como el de objeto, fenómeno o espacio transicional (Winnicott, 2013: 27) ayuda aquí a reflexionar sobre el estatuto paradójico de la lectura. Un hábito que ayuda a que cada sujeto construya su identidad durante la niñez. No es de extrañar, como indica Emilia Ferreiro, que,

la fascinación de los niños por la lectura y relectura del mismo cuento tiene que ver con este descubrimiento fundamental: la escritura fija la lengua, la controla de tal manera que las palabras no se dispersen, no se desvanezcan no se sustituyan unas con otras. Las mismas palabras una yotra vez. Gran parte del misterio reside en esta posibilidad de repetición, de reiteración, de re-presentación. (Ferreiro, 2002: 27).

De hecho, en este espacio de tránsito, el infante se apropia de cualquier cosa que sus padres le propongan como, por ejemplo, los relatos contados en voz alta. Luego ya, pasado el tiempo, cada lector se convierte en una especie de actor que presta todos sus sentidos para que el texto se represente (en el sentido etimológico de “volver a presentarse”). Se trata de una experiencia fundamental puesto que,

Gracias al espacio transicional, la actividad psíquica y el juego, y más tarde la actividad psíquica y la cultura, el arte y el humor se apuntalarán y fecundarán recíprocamente. De la infancia a la vejez, este espacio es indispensable para vivir de manera un tanto creativa, con relativa buena salud psíquica; para ser capaz de establecer lazos con el mundo tanto exterior como interior, para que lo íntimo y lo público puedan estar de acuerdo, reconciliarse. Es de crucial importancia en las situaciones de crisis, cuando la vida ha estado marcada por rupturas, abandonos, separaciones o exilios […]. (Petit, 2009: 83).

De cualquier forma y una vez recorridas las páginas de cada libro pueden convertirse en guías o espacios transicionales que ayudan a los sujetos lectores a entender o acomodar sus experiencias diarias. Desde luego, con el paso del tiempo, esos indicadores pueden multiplicarse tanto como libros se acumulen en una colección o en una biblioteca personal. Además, como ayuda a la memoria, las marcas de lectura o marginalia se convierten en esos mapas donde los poseedores de libros pueden reencontrarse y recordar una y otra vez sus pasos dejados en desciframientos pasados.

Desafortunadamente los libros o las bibliotecas no siempre pueden asegurarse ni conservarse indefinidamente. A veces los accidentes de la naturaleza o los provocados por mano humana pueden acabar con cualquier volumen o colección de un momento para otro. Un par de casos pueden refrescar nuestra memoria. El primero es el incendio del departamento de Octavio Paz que en 1996 consumió parte de su biblioteca personal. Una vez puesto a salvo de las llamas, el poeta acompañado por su esposa Marie-Jo declararía que el fuego había consumado volúmenes invaluables: “Algunos libros los heredé de mi abuelo. También había pinturas y objetos que recibí como regalos durante muchos años, por toda una vida.” (El País, 1996).

Otro caso es el referido a las guerras que provocan el exilio y el abandono de objetos y pertenencias personales. Un editor como Jaime Salinas —hijo del poeta Pedro Salinas— cuenta la tragedia que significó perder la biblioteca familiar:

La nuestra se perdió por completo, como todo lo demás […] Perder los libros, perder los papeles […] Incluso para mí, que era un niño, perder la cajita donde tenía guardados mis tesoros, que de vez en cuando recordaba y echaba mucho de menos. Multiplica[r] eso por cien o por mil […] es lo que le ocurría a mi padre. (Cruz, 2013: 155).

En cambio, otra trayectoria es la que han podido vivir bibliófilos de México y de América Latina que por azar no han padecido accidentes o exilios, y sus bibliotecas personales han permanecido y terminado por convertirse en fortalezas cuyos tesoros bibliográficos les han permitido acceder a la experiencia de la lectura y de la escritura. No es casual que muchos de los poseedores de bibliotecas personales sean a la vez que lectores empedernidos, escritores y editores.

Es precisamente este tipo de acervos los que hemos decidido estudiar en el proyecto “Las bibliotecas personales: un estudio sobre coleccionismo, escritura, lectura y edición de libros. Los casos de J. L. Martínez, J. García Terrés, A. Castro Leal, A. Chumacero y C. Monsiváis” (PAPIIT IG400319, aprobado para desarrollarse durante el bienio 2019-2020). En nuestro estudio pretendemos analizar cómo se esconden, en los acervos de las cinco bibliotecas privadas resguardadas en la Biblioteca México, los libros o las revistas que posibilitaron a sus dueños la lectura, la apropiación y la puesta en práctica mediante la escritura y edición de textos de los contenidos impresos. Es decir, se busca investigar de qué manera cinco bibliófilos mexicanos leyeron y consultaron, se apropiaron y resignificaron el contenido de sus bibliotecas y cómo, a partir de estas lecturas, criticaron, aplicaron y divulgaron sus estudios en diferentes campos del conocimiento social y humanista, abordando temas relacionados con la creación literaria y la edición de libros. Dentro de una investigación multidisciplinaria, se trata de revisar las diferentes anotaciones en los libros (marcas de lectura o “marginalia”, así como de testigos —apuntes y recortes “trufados”—, es decir, resguardados, de forma aparentemente azarosa, entre las hojas de algún volumen) hechas por sus dueños, lo cual les permitió la apropiación de los diversos contenidos de los libros de bibliotecas conformadas a lo largo del siglo pasado. Debemos recordar que dichos acervos fueron adquiridos desde 2008 y, a partir de 2011, comenzaron a estar ordenados, conservados y dispuestos para la consulta pública y al cobijo de la Biblioteca de México, en la Ciudad de México. Sin embargo, la investigación está abierta para incorporar alguna biblioteca que en el transcurso de la investigación sea incorporada a la Biblioteca México; es el caso del fondo Luis Garrido Díaz (1898-1973), que estará disponible para consulta pública en fechas próximas.

Marina Garone Gravier y Mauricio Sánchez Menchero, responsables del proyecto y dentro de las metas trazadas para el primer año de investigación, se dieron a la tarea de organizar el VII Encuentro Internacional de Bibliología, con el tema: “Las bibliotecas personales: estudios multi e interdisciplinarios sobre coleccionismo, lectura, bibliología, escritura y edición de libros”. En el encuentro, llevado a cabo los días 4 y 5 de septiembre de 2019, bajo el auspicio del Instituto de Investigaciones Bibliográficas y el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, ambas instancias de la UNAM, se presentaron 22 ponencias que se articularon en seis mesas.

Tras valorar las innovaciones temáticas y los marcos teórico-metodológicos propuestos en el encuentro, se hizo una selección de doce ponencias y la conferencia magistral, y luego se invitó a los autores a que corrigieran, reelaboraran y aumentaran los contenidos y conclusiones de sus exposiciones. De esta forma, la edición del presente volumen no es una mera colección de ponencias a la manera de la clásica memoria de congreso, sino el primero de dos libros colectivos que se han planeado1 con aportaciones novedosas sobre los estudios de las bibliotecas personales en México y Latinoamérica.

Organización de la obra

Para cubrir los objetivos planteados en el proyecto antes mencionado, hemos organizado este libro en tres secciones que están inmediatamente después de la reflexión conceptual que propone Daniel Goldin Halfon. Los tres apartados son: 1. Bibliotecas personales en Nueva España; 2. Bibliotecas personales en los estados de la República Mexicana; 3. Bibliotecas personales en América Latina: tres casos.

Como comentamos, el libro inicia con la reflexión del reconocido editor y bibliotecario Daniel Goldin Halfon. En su ensayo “Bibliotecas personales, conjugaciones posibles, hoy”, Goldin expone que habitualmente se concibe a las bibliotecas personales como colecciones de libros que van adquiriendo y conformando bibliófilos a lo largo de sus vidas. En su texto,2 el ex director de la Biblioteca Vasconcelos busca replantear la importancia política de este tema desde una perspectiva procesual. Desde este ángulo, se establece una relación de continuidad entre las bibliotecas públicas, frecuentadas por los más diversos públicos para los más diversos propósitos (no pocas veces ajenos a la cultura letrada), con las bibliotecas privadas, en las que se refugian letrados para leer, estudiar o crear. Se trata de una invitación a concebir las bibliotecas como espacios que propician o inhiben procesos íntimos y públicos, y a adentrarse en las diferentes conjugaciones de las bibliotecas personales poniendo en el centro a las personas reales.

El primer apartado “Bibliotecas personales en la Nueva España” está compuesto por cinco trabajos que recorren bibliotecas temáticas: aquellas en las que campean temas de jurisprudencia, otras más en las que observamos temas científicos, o en las que se puede rastrear la circulación de imágenes astronómicas, las de militares y, finalmente, las bibliotecas reconocibles a través de inventarios.

En el primer trabajo de esta sección titulado “La biblioteca imaginada de los juristas de la Nueva España: las obras legales presentes en la Biblioteca Nacional de México (siglos XVI y XVII)”, Óscar Hernández Santiago explica que en Nueva España, durante los siglos de la Colonia, los libros jurídicos —herederos de la tradición legal europea— fueron una herramienta indispensable que acompañaba a los letrados (profesores, jueces, litigantes y burócratas) en su cotidianeidad como mecanismos directos de disciplinamiento. Sin embargo, no todas estas obras presentaban uniformidad en su materia, pues existía una gran variedad de géneros en esa literatura (derecho natural, derecho canónico, derecho romano, entre otros), cuya diversidad y complejidad ha quedado las más de las veces reducida, amén de haber recibido poca atención en la historiografía jurídica. En consecuencia, el trabajo de Hernández Santiago presenta una aproximación al acervo bibliográfico jurídico de Nueva España (siglos XVI y XVII) resguardado en la Biblioteca Nacional de México, atendiendo las categorías culturales de la época. Su análisis resulta indispensable para entender las obras y autores de mayor presencia y circulación en las diversas instituciones (religiosas y seculares) novohispanas.

De alguna manera, la segunda y tercera contribución están vinculadas por su temática científica. En “La cultura visual astronómica desde algunos fragmentos de la biblioteca de Carlos de Sigüenza y Góngora”, a partir de tres libros con marcas de pertenencia del erudito novohispano Carlos de Sigüenza y Góngora localizados en la Biblioteca Nacional de México, Nydia Pineda de Ávila analiza instancias representativas de la cultura visual astronómica que circuló entre Nueva España y Europa. En ese estudio se entiende la cultura visual como una construcción histórica dada por un entrecruzamiento de objetos, instrumentos, instituciones y actores que producen experiencia, conocimiento y autoridad. Desde ese punto de vista, el objetivo de Pineda de Ávila es pensar en los procesos por medio de los cuales las imágenes astronómicas en la colección de Sigüenza se crearon y difundieron, así como sus implicaciones epistémicas y políticas. La historiadora del arte recurre particularmente a mapas de la luna y del tránsito de cometas publicados en Amberes, Padua y Leiden, ejemplos que le servirán para presentar la cultura visual astronómica novohispana dentro de una fluidez disciplinar que promovía tanto la creación de autoridad tecnológica como la representación de procesos de investigación y representación celestes.

Por su parte, Manuel Suárez Rivera analiza la biblioteca de Felipe de Zúñiga y Ontiveros a partir de una declaración de bienes realizada por dicho impresor en 1772, tras la muerte de su segunda esposa. En el documento se consignan todos los bienes que tenía Zúñiga, incluyendo 507 volúmenes de libros, por lo que en su capítulo realiza un breve análisis de los elementos principales del acervo, así como algunos casos destacados que permiten advertir el perfil de su biblioteca particular. En un primer momento Suárez ofrece los datos más esenciales que permiten entender las actividades más importantes de Felipe, después hace un estudio más profundo sobre aspectos específicos del acervo privado. Y concluye que se trata de una biblioteca astronómico-matemática y con indicios suficientes para inferir que casi una tercera parte del total eran utilizados por su dueño para actividades cotidianas en su labor profesional: elaboración de almanaques y agrimensura. Finalmente, cierra su ensayo titulado “La tierra, la luna y las estrellas. La biblioteca de un agrimensor-astrónomo: Felipe Zúñiga y Ontiveros, 1772” con un par de casos donde se percibe el uso que la familia Zúñiga dio a sus libros a partir de dos libros localizados y que tienen marcas de procedencia, lectura y apropiación por parte del matemático.

Al pasar de la temática científica a la castrense, en “Los militares y sus acervos: la librería del sargento mayor Pedro de Alonso (siglo XVIII)”, Moisés Guzmán Pérez centra su interés en los acervos militares y toma como estudio de caso la colección de libros que perteneció al sargento mayor Pedro de Alonso (1760-1811?), un oficial originario de Ceuta, en el norte de África, quien se trasladó de España a Nueva España en 1790, vía La Habana. Por un lado, se describen los momentos importantes en la vida del personaje, así como la trayectoria militar y las circunstancias políticas en las que se vio inmerso con la crisis política de la monarquía en 1808. Por el otro, se reconstruye casi la totalidad de su librería a partir del registro de títulos localizados en el ramo Inquisición del Archivo General de la Nación de la Ciudad de México. A través del análisis de su librería es posible conocer los gustos, aficiones e intereses literarios de algunos militares de finales del siglo XVIII; se pueden identificar aquellas obras de tema castrense relacionadas directamente con el empleo de sus propietarios, y se puede avanzar en lo relativo a la circulación y difusión del libro militar en Nueva España, aspectos totalmente ausentes en la historiografía académica. En una perspectiva más amplia, quizá podamos encontrar en esos títulos, los referentes teóricos y doctrinarios que expliquen en parte los pronunciamientos, golpes de Estado y dictaduras establecidas en México y América Latina durante los siglos XIX y XX.

La primera sección de este libro cierra con el trabajo de Pablo Avilés Flores titulado “Poseedores de libros y sus colecciones. Inventarios de bibliotecas privadas en el siglo XVIII novohispano”. Avilés explica que los estudios sobre el libro abarcan los más variados temas pues se ha trabajado, por ejemplo, desde su materialidad, como objeto económico, su circulación, como vehículo de ideas, por mencionar algunos. El coleccionismo bibliográfico también ha sido objeto de numerosas investigaciones. No obstante, esos trabajos se concentran usualmente en grandes personalidades o en instituciones con el fin de ilustrar un aspecto distinto al coleccionismo. Avilés Flores plantea que hacen falta estudios sobre el coleccionismo entre personas que no estaban directamente ligadas con la industria o el consumo del impreso con el fin de contribuir a la historia cultural del libro. Por eso, en este ensayo reflexiona sobre los problemas metodológicos a los que se enfrenta una investigación de este tipo: por ejemplo, sobre la ausencia de fuentes y la actitud que debe tomar el historiador con el fin de poder estudiar las lagunas y el valor historiográfico que implica la ausencia de fuentes. Por otro lado, la reconstrucción de las colecciones particulares debe realizarse estableciendo criterios que, siendo lo menos arbitrarios posible, permitan un acercamiento fiable. Para ello, propone dos puntos de partida: los conceptos de biblioteca ideal, formulado por el artista Robert Lepage, como la colección que en la mejor situación imaginable cuenta con todos los libros señalados en su inventario y el reconocimiento, según Jacques Le Goff, de que “lo que sobrevive no es el conjunto de lo que existió en el pasado”.3 Esas dos ideas le permiten observar e imaginar, a partir de los documentos de archivo, las bibliotecas particulares y poder echar luz a un fenómeno poco estudiado hasta ahora.

El segundo apartado de nuestro libro se titula “Bibliotecas personales en los estados de la República Mexicana”, y, como mencionamos, está integrado por cuatro ensayos. “La biblioteca del Seminario de Monterrey (1793-1799): una fuente para el estudio de la Independencia en el noreste de Nueva España”, de Felipe Bárcenas García, surgió del interés por identificar las influencias políticas de José Antonio Gutiérrez de Lara, sacerdote oriundo de Revilla (hoy Guerrero, Tamaulipas), quien promovió la causa independentista en el noreste de Nueva España. Para cumplir su propósito, Bárcenas García analiza la biblioteca del Seminario de Monterrey, institución en la que estudió el cura norteño y de la cual llegó a ser profesor, así como rector. Presta especial atención a los libros cuya lectura fue obligatoria para los alumnos del Seminario y propone que las bibliotecas del siglo XVIII, como fuente para el historiador, permiten reconstruir la cultura política y explicar las acciones de los individuos que tuvieron un papel destacado tanto en la revolución de independencia como en la posterior construcción del Estado mexicano.

El artículo conjunto de Marina Mantilla Trolle y Claudia Alejandra Benítez Palacios aborda el caso de “Las bibliotecas personales de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco ‘Juan José Arreola’ de Guadalajara”. El interés por estudiar esas colecciones personales surge por las pesquisas que ambas vienen realizando desde hace varios años en busca de los ejemplares identificados en los inventarios del Juzgado de Bienes de Difuntos, descubriendo una nueva veta que nos lleva más allá de la descripción física y se orienta a la reconstrucción de los intereses, necesidades y hábitos de lectura de los propietarios. Interesa a las historiadoras contribuir con los estudios en torno a la historia del libro, la lectura y las bibliotecas en Guadalajara entre los siglos XIX y XX. El que aquí presentan es el primer acercamiento a una serie de colecciones, cuyo estudio contribuirá sin duda a ampliar el panorama de lo que se sabe sobre la historia del libro y la lectura en la región occidente de México. Debido a la amplitud del corpus de colecciones, en este trabajo inician con solo dos: la del arzobispo Pedro Espinosa y Dávalos y la del bibliófilo Jorge Álvarez del Castillo, para luego incluir otras más con el apoyo de los miembros del proyecto de “Reconstrucción de espacios de lectura”. Además de la información editorial de los impresos, es posible documentar las marcas de propiedad, como los exlibris y las marcas de fuego, las dedicatorias, los testigos y notas marginales o subrayados que nos ayuden a descubrir los vínculos personales y profesionales que establecieron los antiguos propietarios de los libros con su entorno.

De Guadalajara pasamos a Aguascalientes con el ensayo de Lourdes Calíope Martínez González titulado “Entre literatura y bibliofilia: la biblioteca de Antonio Acevedo Escobedo”. La historiadora explica que la construcción de la identidad cultural de Aguascalientes está íntimamente ligada a la formación del nacionalismo mexicano; con ello, las instancias culturales hidrocálidas se conformaron sobre los principios de instituciones nacionales, pero con la búsqueda de una identidad propia. Es el caso de la Casa de la Cultura, fundada por Víctor Sandoval, quien como un promotor de la descentralización cultural, inició la fundación de museos y bibliotecas con carácter propio sustentados en los padres del nacionalismo cultural mexicano nacidos o radicados en Aguascalientes. Transformada la Casa de la Cultura en el Instituto Cultural de Aguascalientes, en los años de 1980, y siguiendo los lineamientos planteados por Sandoval, se abrió la primera Biblioteca Personal hecha pública en Aguascalientes, con el acervo bibliográfico y documental de Antonio Acevedo Escobedo.

Acevedo fue un escritor, promotor de las artes y las letras, bibliófilo, editor y funcionario público nacido en Aguascalientes, quien antes de morir hizo pública su intención de donar su colección a la ciudad que lo vio nacer. A partir de entonces, las políticas culturales en torno a las bibliotecas personales se fueron adaptando a diversas necesidades, y tras la biblioteca de Acevedo llamada Pabellón Antonio Acevedo Escobedo, se fundaron algunas más. Martínez González analiza, además, el acervo bibliográfico y documental, así como los retos institucionales que se han enfrentado para definir el carácter de esta biblioteca y las subsecuentes bibliotecas privadas donadas y adquiridas por el Instituto Cultural de Aguascalientes.

La segunda sección que hemos dedicado a las colecciones personales en los estados de la República Mexicana cierra con la contribución de Christian Sánchez Pozos denominada “Entre la mente y el alma. Un recorrido por la biblioteca del doctor Rafael Serrano”. En su artículo, Sánchez explora la colección bibliográfica de Rafael Serrano Daza (1858-1927), psiquiatra, profesor y director del Colegio del Estado de Puebla, y participante en distintas sociedades médicas y culturales. En contexto con su biografía y cotejando algunos documentos encontrados entre las páginas de sus libros —y que forman parte de la Colección Ephemera de la Biblioteca Histórica José María Lafragua, en proceso de formación y sistematización—, los libros de Serrano Daza dan luz sobre la manera en que las obras leídas por él influyeron en sus actividades profesionales y culturales, y viceversa. Esta biblioteca se debe entender en el marco de la formación de las redes culturales del siglo XIX, de la historia de la psiquiatría en México, del auge de las ciencias criminalísticas y de la consolidación de la educación normal y superior en la ciudad de Puebla durante el último cuarto de dicho siglo, en todo lo cual Rafael Serrano tuvo parte.

El trabajo de Ana Utsch encabeza el tercer y último apartado del libro dedicado a analizar tres casos de bibliotecas personales en América Latina. En “Coleccionismo y encuadernación en el Brasil del siglo XX: un caso ejemplar” la historiadora y restauradora brasileña presenta el primer estado de una investigación centrada en un caso, sin duda ejemplar, de un programa más amplio caracterizado por las relaciones establecidas entre colección, encuadernación y edición. Se trata de una colección consagrada a un único autor, la “colección Camiliana”, dedicada a la obra del célebre escritor portugués Camilo Castelo Branco, que está hoy custodiada en el Acervo de Obras Raras de la Universidad Federal de Minas Gerais. Más allá de su dimensión histórica y literaria, la colección constituye un acervo integrado por series sucesivas de reediciones de diferentes obras del autor que fueron incluso clasificadas bajo la visualidad generada por las encuadernaciones. Se trata de una “biblioteca de reedición” que, además, como la mayor parte de las colecciones personales, incorpora a la encuadernación para establecer una forma de organización interna y unidad material. Pero, se trata también de una colección de los siglos XIX y XX constituida en un periodo fundamental de la historia del coleccionismo brasileño; un acervo que presenta las prácticas editoriales y los modos de circulación del impreso del siglo XIX, así como las estrategias de constitución de una colección personal en el siglo XX.

Camila Plaza Salgado y Ariadna Biotti Silva traen a colación un caso trasandino en “Ordenar los libros para crear. Alamiro de Ávila, la Colección Universidad de Chile y sus rastros lectores”. El objetivo principal de su artículo es mostrar la relación de un sujeto particular con una colección específica del Archivo Central Andrés Bello, proponiendo que en ese vínculo se puede leer un discurso sobre la Universidad, la práctica intelectual y el conocimiento. El personaje es Alamiro Ávila y la Colección se encuentra en la Universidad de Chile, fondo bibliográfico constituido como el proyecto más importante y ambicioso realizado por la Biblioteca Central de la Universidad de Chile durante la dirección de Ávila y que hoy es resguardada por el Archivo Central. Desde la perspectiva de la historia del libro y en cruce interdisciplinario con los estudios patrimoniales, las autoras chilenas proponen que el discurso construido por Ávila a través de dicha colección puede ser releído a partir de los “rastros lectores” que se conservaron en los libros que la conforman, dando cuenta de las múltiples funciones y significados que adquirieron por quienes los usaron y/o poseyeron. Y, en segundo término, Plaza Salgado y Biotti proponen que la consideración de los libros como objetos complejos permite entender que su valor patrimonial excede las consideraciones bibliófilas o anticuarias tradicionales, por lo cual importa valorar también las prácticas culturales asociadas a los objetos.

El libro cierra con el trabajo de la historiadora del arte argentina María Eugenia Costa titulado “Improntas de un ávido lector: la colección de Joaquín V. González en la universidad platense”. En las páginas de su trabajo expone las características y conformación de la biblioteca y archivo personal del fundador de la Universidad Nacional de La Plata: el Dr. Joaquín Víctor González (1863-1923). La colección, donada en 1937 por los herederos, alberga distinto tipo de bienes patrimoniales vinculados con rasgos constitutivos de su figura pública. En la sala gonzaliana se encuentran libros de diversa índole (legados familiares, adquisiciones, obsequios, traducciones), recortes periodísticos y manuscritos del escritor. Asimismo, se exhiben los muebles de su habitación porteña junto con objetos de uso cotidiano, elementos de escritorio, diplomas, certificaciones, fotografías, obras artísticas y algunas curiosidades. El análisis de esa ecléctica colección bibliográfica y museológica implica un desafío a nivel teórico-metodológico. Para indagarla se requiere abordar las aficiones e intereses de Joaquín V. González, como así también recomponer su condición de “lector-coleccionista”. A partir de esos volúmenes —leídos, anotados o subrayados por su dueño— pueden reconstruirse ciertas etapas de su trayectoria política e intelectual, caracterizada por una amplia producción literaria, jurídica e histórica. Este trabajo se conecta así con varios de los otros presentados a lo largo de esta obra en la que por un lado se desea visibilizar una valiosa colección argentina dando cuenta de la variada tipología documental y objetual y, por otro lado, se busca reflexionar sobre las marcas o huellas lectoras en la materialidad de los libros.