Tragedias III - Eurípides - E-Book

Tragedias III E-Book

Euripides

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En el siglo XIX se destacó la actitud escéptica y racionalista de Eurípides frente a la religión tradicional; en el XX se ha hecho hincapié en su tratamiento de las fuerzas irracionales que puede liberar el corazón humano. Fenicias es la tragedia más larga de Eurípides y una de las más complejas por su abundancia de personajes y situaciones. Ambientada en Tebas, se centra en la lucha por el poder entre los hermanos Eteocles y Polinices tras la caída de su padre Edipo. Eurípides, con su continuo afán innovador, aborda aquí las conocidas vicisitudes del mito tebano (desde el matrimonio de Edipo y Yocasta hasta el enfrentamiento entre Antígona y Creonte), pero rompe con la tradición y adapta los acontecimientos y los personajes a su conveniencia para ofrecer una obra sorprendente. En Orestes, el protagonista enloquece tras dar muerte a su madre Clitemnestra, asesina de su esposo Agamenón. Electra tiene cuidado de él mientras ambos están a punto de ser juzgados por los ciudadanos de Argos con el cargo de matricidio. Solicitan en vano la ayuda de Menelao, hermano de Agamenón, y tratarán de obligarle mediante el rapto de su esposa Helena. Sólo la intervención de Apolo logrará introducir un desenlace. Al igual que hiciera en Electra, Eurípides da a sus personajes un tratamiento realista y humano que les aleja de sus orígenes arquetípicos, lo cual debió de asombrar al público ateniense. En Ifigenia en Áulide aparece Agamenón en el trance de tener que sacrificar a su hija Ifigenia en la población del título para propiciar el éxito de la expedición griega a Troya. Trata de salvarla mediante argucias, a las que se opone su hermano Menelao. Marcada por la violencia, esta tragedia ha sugerido a muchos espectadores una denuncia contra la locura de la guerra, en la que una joven inocente debe morir por una profecía en la que pocos creen. Bacantes trata la introducción en Grecia del culto a Dionisio, una religión muy distinta de la tradicional olímpica. Dioniso llega a Tebas y enloquece a las mujeres, que celebran sus ritos en el monte Citerón. Desgracias terribles caen sobre los que se oponen a su divinidad. Bacantes, con su acción feroz y los éxtasis de sus odas corales, es el mejor reflejo del espíritu dionisíaco en toda la literatura, y la única tragedia ática conocida que tiene a un dios como protagonista.

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 22

Asesor para la sección griega: CARLOS GARÍA GUAL .

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por ALFONSO MARTÍNEZ DÍEZ .

© EDITORIAL GREDOS, S. A. U., 2008

López de Hoyos, 141, 28002 Madrid.

www.rbalibros.com

Carlos García Gual ha traducido Fenicias, Orestes, Ifigenia en Áulide y Bacantes , y Luis Alberto de Cuenca y Prado, Helena y Reso .

PRIMERA EDICIÓN , 1979.

ISBN 9788424930530.

HELENA

INTRODUCCIÓN

Por una serie de coincidencias derivables de los escolios a Aristófanes, Tesmoforiazusas , versos 1012 y 1060-1061, sabemos que la Helena se representó por vez primera en 412 a. C. La versión de Eurípides sigue fielmente las de Estesícoro (Palinodias , fragmentos 62-63 de los Lyrica Graeca Selecta de Page) y Heródoto (II 112-120).

Hermes ha trasladado a la esposa de Menelao a Egipto, junto al anciano rey Proteo, una racionalización del dios marino, tan pródigo en metamorfosis. Entre tanto, los héroes, al pie de Ilión, combaten por una imagen hecha de nube, por una falsa Helena. En Heródoto, esta fantástica visión del mito tradicional explicaba racionalmente la contienda troyana; según esa explicación, Príamo no hubiera dudado en devolver Helena y tesoros para evitar la mortandad, y no hubiese jamás prevalecido el capricho de Paris sobre el buen sentido de Héctor; pero los dánaos, cegados por un dios, se negaron a aceptar las evasivas —lógicas, pues Helena no estaba en Troya— del rey teucro, y la sangre corrió por las llanuras anatolias hasta inundar los ríos de cadáveres. En Eurípides, un espíritu inquieto, siempre en renovación, la subversión de la leyenda ya no explicaba nada, justificándose a sí misma en tanto que intriga novelesca o nuevo sesgo de una fantasía.

Pues bien, en Egipto ha muerto Proteo, y Helena es requerida de amor por Teoclímeno, hijo de aquél, por más que ella le rechaza una y otra vez, fiel al recuerdo rubio de Menelao (¡ella, la femme-objet por excelencia de la epopeya!). Hay que decir que el enamoramiento de Teoclímeno es creación de Eurípides, dando vida en el hijo de Proteo a una especie de necio ogro folklórico de cuya crueldad y torpe lascivia deben los amantes huir.

La llegada de Teucro, hermano de Ayante Telamonio (en quien los comentaristas quieren ver un trasunto del rey Evágoras de Chipre, amigo fiel de Atenas en los difíciles momentos en que fue escrita Helena ), de paso por Egipto en dirección a Chipre, teje una red de funestos presagios en torno a los regresos de los héroes victoriosos en Troya. Con todo, nada puede impedir, acto seguido, el efectista e imprevisto arribo de Menelao a las riberas del Nilo, víctima de las tempestades y, a la vez, contraste feliz con su supuesta muerte en los abismos del océano. Menelao y Helena se encuentran junto a la tumba de Proteo y, después de los años y del fraude divino, se reconocen.

Karin Alt ha estudiado, en un hermoso artículo 1 , esa anagnórisis, momento cumbre en la acción del drama. Al disponer así el reconocimiento de la pareja, Eurípides anuncia lo que va a ser la escena suprema de la novela griega, que nacería tres siglos más tarde, y preludia también la comedia nueva de Menandro.

El Náufrago y la Bella (otros dos personajes del folklore), protegidos por la potestad mántica de Teónoe, hermana de Teoclímeno, consiguen, merced a una serie de ardides y estratagemas, escapar de las inhumanas leyes de Egipto, y regresar, henchidos de vientos favorables y de felicidad, a tierra lacedemonia. Cástor y Pólux, los Dioscuros, hermanos de Helena, sancionan ex machina el happy end de la acción dramática.

Ésta es, en suma y sin detalles, la trama argumental de Helena , una tragedia sui generis que más parece una comedia fantástica o de enredo, pero con un elemento mítico muy desarrollado, lo que aproxima su contenido al de la novela helenística (Caritón, Jenofonte de Éfeso, Jámblico, Aquiles Tacio) y bizantina (Calímaco y Crisórroe ), y, por citar un ejemplo deducido del teatro clásico español, se nos antoja parangonable con el tipo de comedia que representa La Gloria de Niquea , de nuestro Villamediana, a caballo entre lo mágico, lo fantástico, lo alegórico y lo hermético.

Gilbert Murray 2 considera la Helena euripidea como una «rather brilliant failure», y, más adelante, refiriéndose a la protagonista de la pieza, afirma: «En el intento de rehabilitar a Helena, ésta queda reducida al tipo más insípido de las criaturas imaginarias: una heroína de perfecta belleza y de intachable conducta, sin el menor carácter fuera del amor a su marido…»

W. Schmid 3 insiste, por su parte, con justicia en el virtuosismo de los efectos escénicos del drama. Se diría que Eurípides, al componerlo, «estaba pensando sólo en el teatro».

Albin Lesky 4 justifica la falta de profundidad que preside la obra acudiendo al proceso de secularización que afectaba a la tragedia en época de Eurípides: el hombre es aquí juguete del azar, y lo es sin ningún género de implicaciones filosóficas o religiosas. El deus ex machina final no es más que un truco, un artificio que desempeña el papel de Azar, pero que es incapaz de someterlo a unas normas o a unos esquemas. Teónoe, la vidente, tal vez sea el personaje menos frívolo, pero tiene también ciertos perfiles que la ayudan a no desentonar dentro del marco de prestidigitación escénica impuesto por el poeta. Es, pues, la misma dimensión de pensamiento 5 que albergará más tarde a los novelistas, desde el autor ignoto de Nino y Semíramis hasta Marie de France, el Roman de Troie , nuestra novela de caballerías del siglo XVI , Cervantes, Fielding, Sterne, Stendhal o Tolkien. El mundo de lo divino retrocede así ante el mundo de lo puramente humano, regido por Fortuna, la misma diosa prepotente del universo renacentista.

C. M. Bowra 6 , por ejemplo, se siente cautivado por la vivacidad, el encanto y la inteligencia de la Helena euripidea, una de las heroínas más atrayentes diseñadas por el dramaturgo, «símbolo de lo que pueden el buen sentido y la dulzura allí donde la fuerza ya ha fracasado».

A mi parecer, Helena es una deliciosa aventura literaria tanto para el que escribe como para quien escucha o lee, una exquisita ceremonia lúdica tan lejos de la antigua problemática religiosa como de la nueva y atormentada distorsión «humanista» y existencial, un paréntesis de irrealidad y fantasía que sólo podría conducimos a las Etiópicas de Heliodoro o a la anónima Queste del Sainct Graal (y, por qué no, al Persiles y Sigismundo o al Manuscrit trouvé à Saragosse de Potocki). La psicología de los personajes no es, por supuesto, estudiada por el dramaturgo de una forma exhaustiva. Prevalecen ingenio y agudeza sobre profundidad y reflexión. Pero el sabor exótico que imprime el poeta en su narración, los numerosos elementos románticos con que se enriquece la obra, el agudo sentido del humor, la habilísima doble intención en las palabas de la heroína cuando habla con Teoclímeno, todo ello hace de Helena el comienzo —y no la decadencia— de algo. De ese modo, al concluir el drama con una breve y sentenciosa estrofa anapéstica recitada por el Coro (sistema que ya había utilizado en Alcestis , su primera tragedia, y del que se sirvió con frecuencia), un nuevo drama —nuestro teatro occidental— da comiezo, o, como dice Antonio Tovar 7 , «cuando Eurípides, al redactar en su vejez Helena , corta el cordón umbilical que aún ligaba a Esquilo, Sófocles y Aristófanes a la tierra sagrada del Ática, abre las posibilidades del teatro en todas nuestras literaturas».

Esquema de la obra

PRÓLOGO (1-163). Expuesto por Helena y, a partir del verso 68, por Teucro y Helena.

PÁRODO (164-385). Propiamente, un largo kommós entre Helena y el Coro.

EPISODIO 1.° (386-514). En realidad, un segundo Prólogo, esta vez a cargo de Menelao y de una anciana portera (versos 437-482) del palacio de Teoclímeno

EPIPÁRODO (515-527). A cargo del Coro.

EPISODIO 2.° (528-1106). Larguísimo Episodio centrado en dos cuestiones fundamentales: el encuentro y posterior anagnórisis entre Menelao y Helena, en el que se incluye un dúo de reconocimiento cantado por ambos (versos 625-697), y la elaboración de un plan arriesgado, pero con la aquiescencia de Teónoe (que aparece en el verso 865 y desaparece en el 1029), para regresar a la patria.

ESTÁSIMO 1.° (1107-1164). Tardío primer Estásimo en el que el Coro se lamenta de las desgracias de los protagonistas y de la inutilidad de la guerra de Troya.

EPISODIO 3.° (1165-1300). La estratagema da resultado: Helena engaña a Teoclímeno en presencia de Menelao, que finge ser un marinero superviviente del naufragio en el que él mismo habría perdido la vida. Para cumplir con los ritos funerarios de la Hélade, hace falta una nave que transportará las ofrendas…

ESTÁSIMO 2.° (1301-1368). Estásimo de la Gran Diosa, que aquí es Deméter, y no Cíbele-Rea. Se narra el mito del rapto de Perséfone.

EPISODIO 4° (1369-1450). Últimos preparativos de la navegación ritual. Teoclímeno ofrece a Menelao el mando de la nave, a instancias de Helena. El engaño ha surtido definitivo efecto.

ESTÁSIMO 3.° (1451-1511). Estásimo de los buenos augurios para el viaje de los esposos, y preludio del happy end en la invocación a los Dioscuros de la Antístrofa II.

ÉXODO (1512-1692). Un mensajero informa a Teoclímeno de la huida de Helena y Menelao. El rey de Egipto se enfurece y quiere dar muerte a Teónoe, su hermana, pero un servidor de ésta se interpone. Los Dioscuros, ex machina , ponen fin a la ira de Teoclímeno justificando la actuación de la vidente, y anuncian que Menelao y Helena serán divinizados.

NOTA BIBLIOGRÁFICA

Cito tan sólo las ediciones que he tenido a la vista, sean del texto original griego, bilingües o simples traducciones.

G. MURRAYEuripidis Fabulae , III, Oxford, 19132 .

L. DE LISLE , Euripides: Obras completas (versión española de G. Gómez de la Mata), IV, Valencia, s. d .

H. GRÉGOIRE , Euripide: Hélène , París, 1961.

K. ALT , Euripidis Helena , Leipzig, 1964.

A. M. DALE , Euripides: Helen. Edited with Introduction and Commentary , Oxford, 1967.

R. KANNICHT , Euripides: Helena , I (Einleitung und Text) y II (Kommentar), Heidelberg, 1969.

NOTA SOBRE LAS FUENTES

Figuran a continuación los pasajes en que no he creídooportuno seguir la edición de

1 «Zur Anagnorisis in der Helena», Hermes 90 (1962), 6-24.

2Euripides and his Age , Londres, 1913, págs. 144-145.

3Geschichte der griechischen Literatur , III, Múnich, 1940, pág. 516, nota 1.

4La tragedia griega , Barcelona, 1966, págs. 204-206.

5 Cf. A. M. DALE , Euripides: Helen , Oxford, 1967, págs. xv-xvi. No es ocioso que Dale hable de piezas shakespearianas como la encantadora Twelfth Night al referirse a Helena . También ha sido comparada con A Midsummer-Night’s Dream y, sobre todo, con dos obras maestras de la última época: Measure for Measure y The Winter’s Tale .

6Historia de la literatura griega , México, 19677 , págs. 93-94.

7 «Aspectos de la Helena de Eurípides», Estudios sobre la tragedia griega , Madrid, 1966, pág. 137.

ARGUMENTO

Con relación a Helena, Heródoto 1 dice que marchó a Egipto, y que Homero 2 confirma este hecho, haciendo que ella, en la Odisea , ofrezca a Telémaco la droga que hace olvidar las penas, la misma que le había dado Polidamna, esposa de Toón. No es esto precisamente lo que Eurípides dice. En efecto, Homero y Heródoto 3 cuentan que ella, errabunda con Menelao tras el saco de Ilión, llegó a Egipto, y que allí consiguió las antedichas drogas, mientras que Eurípides afirma que la auténtica Helena no fue jamás a Troya, sino un fantasma suyo, pues Hermes, después de haberla raptado por voluntad de Hera, la entregó a la custodia de Proteo, rey de Egipto. Muerto éste, su hijo Teoclímeno había intentado obligarla a casarse con él, pero ella fue entonces a sentarse como suplicante junto a la tumba de Proteo. Allí se le presenta Menelao, que había perdido en el mar sus naves, pero conservaba a unos pocos de sus compañeros ocultos en una caverna. Trabando conversación, ambos maquinan un ardid para engañar a Teoclímeno y, subiendo a bordo de una nave con la excusa de ofrecer un sacrificio en honor de Menelao, muerto en el mar, llegan sanos y salvos a su patria.

PERSONAJES

HELENA .

TEUCRO .

CORO .

MENELAO .

Una ANCIANA .

Un MENSAJERO .

TEÓNOE .

TEOCLÍMENO .

Otro MENSAJERO .

SERVIDOR de Teónoe.

Los DIOSCUROS .

HELENA . — He aquí las bellas ondas virginales del Nilo, que, en lugar de la divina lluvia, riega los campos y el país de Egipto cuando la blanca nieve se disuelve. Proteo, cuando [5] vivía, era el rey de esta tierra, habitaba en la isla de Faros y era soberano de Egipto. Había desposado a una de las doncellas marinas, a Psámate, después de dejar ésta el lecho de Éaco. Y engendró dos hijos en su palacio, un varón, Teoclímeno, [llamado así porque honró a los dioses todos los días [10] de su vida], y una noble doncella, Ido, delicia de su madre mientras fue niña, y a la que, una vez llegada a la edad oportuna para el matrimonio, la llamaron Teónoe, porque sabía las cosas divinas, lo que es y lo que será, prestigios heredados [15] de su abuelo Nereo.

En cuanto a mí, mi patria, Esparta, no carece de gloria, y mi padre es Tindáreo; pero es fama que Zeus, bajo la apariencia de un cisne, llegó volando hasta mi madre Leda y entró furtivamente en su lecho, fingiendo huir de la persecución [20] de un águila, si es que la historia es fidedigna. Me llamaron Helena. Los males que he sufrido, voy a decirlos.

En relación con su belleza respectiva, fueron a ver a Alejandro en lo más intrincado del Ida tres diosas, Hera, Cipris y la virgen hija de Zeus, con el deseo de que él dictaminara [25] en juicio acerca de su hermosura. Prometiendo a Alejandro que desposaría mi belleza —si bello es lo que tantas desdichas me ha causado-—, Cipris triunfó, y el ideo Paris, abandonando sus establos, llegó a Esparta, seguro de poseer [30] mi lecho. Pero Hera, ofendida por no haber vencido a sus rivales, convirtió en vano viento mi unión con Alejandro, y no fui yo lo que abrazaba el hijo del rey Príamo, sino una [35] imagen viva semejante a mí que la esposa de Zeus había fabricado con aire celeste. Y él creyó que me poseía, vana apariencia, sin poseerme.

Otros designios añadió Zeus a estos males, pues llevó la guerra al país de los helenos y a los desventurados frigios, [40] para aliviar a la madre tierra de una gran multitud de hombres y para que cobrara fama el más valiente hijo de la Hélade.

No presidía yo el esfuerzo de los frigios; no era yo, sino mi nombre, la única recompensa para la lanza de los helenos. Hermes me había conducido envuelta en una nube a través de las profundidades del éter —no me había olvidado [45] Zeus— hasta la casa de Proteo, elegido por ser el más virtuoso de todos los mortales, a fin de que yo conservase para Menelao mi lecho inviolado. Y aquí estoy, mientras que mi desdichado [50] esposo, después de reunir un ejército, persigue a mis raptores al pie de las murallas de Ilión. Muchas almas han perecido por mi culpa a orillas del Escamandro, y maldicen por ello de mí, que tanto he sufrido, y me acusan de haber [55] promovido esta terrible guerra traicionando a mi esposo.

¿Por qué estoy viva aún? Al dios Hermes le he oído decir que todavía habitaré la ilustre tierra de Esparta en compañía de mi esposo, sabedor él de que nunca fui a Ilión ni compartí el lecho con nadie.

[60] Mientras Proteo vio esta luz del sol, mi matrimonio se mantuvo intacto; pero ahora que está oculto en la oscuridad de la tierra, su hijo Teoclímeno persigue mis bodas. Y yo, siéndole fiel a mi primer esposo, he venido a postrarme [65] suplicante ante la tumba de Proteo, a fin de que conserve mi lecho para Menelao y para que, aunque mi nombre sea infame en la Hélade, al menos aquí mi cuerpo no se cubra de vergüenza.

TEUCRO . — ¿Quién es el soberano de estos fortificados recintos? Casa es digna de compararse con la de Pluto. Regios [70] son los pórticos y bien revestida la morada. ¡Ah! Oh dioses, ¿qué visión es ésta? Estoy viendo la odiosísima imagen sanguinaria de la mujer que me perdió a mí y a todos los aqueos. ¡Que los dioses te rechacen, escupiéndote, [75] por tu parecido con Helena! Si mi pie no pisara tierra extranjera, la muerte te daría con estas flechas infalibles; pagarías así tu semejanza con la hija de Zeus.

HELENA . — ¿Por qué, oh desventurado, quienquiera que seas, te diriges a mí y me odias por las calamidades de ella?

TEUCRO . —Me he equivocado. Cedí a la cólera más de [80] lo debido. Toda la Hélade odia a la hija de Zeus. Perdóname lo dicho, mujer.

HELENA . — ¿Quién eres? ¿De dónde has venido a esta tierra?

TEUCRO . — Soy, mujer, uno de los desdichados aqueos.

HELENA . — No hay que admirarse, entonces, de que odies [85] a Helena. Pero, ¿quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Quién es tu padre?

TEUCRO . — Mi nombre es Teucro. Telamón es el padre que me engendró. Salamina la patria que me ha criado.

HELENA . — ¿Qué te ha traído a estas tierras del Nilo?

TEUCRO . — Mis parientes me han expulsado de mi país [90] natal.

HELENA . — ¡Qué desgracia para ti! Y, ¿quién te ha echado de la patria?

TEUCRO . — Telamón, mi padre. ¿Hay pariente más íntimo?

HELENA . — ¿Por qué? Todo eso esconde grandes calamidades.

TEUCRO . — Mi hermano Ayante me ha perdido, al morir en Troya.

[95] HELENA . —¿Cómo? No le quitarías la vida tú con tu acero…

TEUCRO . — Él mismo se mató, precipitándose sobre su propia espada.

HELENA . — Loco estaría. ¿Qué cuerdo hubiera obrado así?

TEUCRO . — ¿Conoces a un tal Aquiles, hijo de Peleo?

HELENA . — Sí. He oído decir que en otro tiempo fue pretendiente de Helena.

[100] TEUCRO . — Después de muerto, suscitó entre sus compañeros una disputa en torno a sus armas.

HELENA . — ¿Por qué supuso eso una desgracia para Ayante?

TEUCRO . — Al ver que otro obtenía las armas, se quitó la vida.

HELENA .-— Y, sin duda, tú sufres por sus padecimientos.

TEUCRO . — Sí, porque no caí muerto al mismo tiempo que él.

[105] HELENA . — ¿Significa eso, extranjero, que fuiste a la ilustre ciudad de Ilión?

TEUCRO . — Después de haber contribuido a destruirla, me he perdido a mi vez.

HELENA . — ¿Ha sido Troya presa de las llamas?

TEUCRO . — Hasta el punto de que no queda huella alguna de sus murallas.

HELENA . — ¡Desgraciada Helena! Por tu culpa yacen muertos los frigios.

[110] TEUCRO . — Y los aqueos. Grandes males se han producido.

HELENA . — ¿Desde cuándo está destruida la ciudad?

TEUCRO . — Cerca de siete años de cosecha han pasado.

HELENA . — Y, ¿cuánto tiempo en total habéis estado en Troya?

TEUCRO . — Muchas lunas, a lo largo de diez años.

HELENA . — ¿Recuperasteis también a la mujer espartana? [115]

TEUCRO . — Menelao se la llevó, arrastrándola por los cabellos.

HELENA . — ¿Has visto tú a la desdichada, o hablas de oídas?

TEUCRO . — Con mis ojos la he visto, no menos que a ti ahora.

HELENA . — Piensa que pudo ser un fantasma creado por los dioses.

TEUCRO . — Háblame de otra cosa, no de esa mujer. [120]

HELENA . — Así, pues, ¿crees que tu visión fue verdadera?

TEUCRO . — La he visto con mis ojos, y el espíritu ve 4 .

HELENA . — Y Menelao, ¿ya está con su esposa en la patria?

TEUCRO . — En Argos no está, ni a orillas del Eurotas.

HELENA . — ¡Ay! Malas noticias son para aquellos a [125] quienes concierne la desgracia.

TEUCRO . — Dicen que él y su esposa han desaparecido.

HELENA . — ¿No siguieron todos los argivos el mismo trayecto?

TEUCRO . — Sí, pero una tormenta los dispersó en todas acciones.

HELENA . — ¿En qué punto del mar salado?

TEUCRO . — Cuando se encontraban en medio del mar [130] Egeo.

HELENA . — ¿Y, desde entonces, nadie ha visto a Menelao en ninguna parte?

TEUCRO . — Nadie. En la Hélade dicen que ha muerto.

HELENA . — ¡Estoy perdida! ¿Existe aún la hija de Testio?

TEUCRO . — ¿Te refieres a Leda? Ya le llegó su hora.

[135] HELENA . — No la habrá matado la vergonzosa fama de Helena…

TEUCRO . — Eso dicen. Ella misma se ajustó un lazo al noble cuello.

HELENA . — Y los hijos de Tindáreo, ¿viven o no?

TEUCRO . — Están muertos y no lo están. Hay dos versiones.

HELENA . — ¿Cuál es la más creíble? ¡Me consumo en desgracias!

[140] TEUCRO . —Dicen que ambos son dioses convertidos en astros.

HELENA . — Bien está eso. ¿Y la otra versión?

TEUCRO . — Cuenta que el hierro ha dado fin a sus días a causa de su hermana. Pero basta de palabras, que no quiero gemir por partida doble. He venido a estas regias moradas [145] porque necesito ver a la profetisa Teónoe. Sirveme tú de mediadora para obtener de ella los oráculos que dirigirán, con viento favorable, las alas de mi nave hacia el país marítimo de Chipre, donde Apolo me predijo que fundaría una [150] ciudad a la que pondría el nombre insular de Salamina, en recuerdo de mi patria de origen.

HELENA . — La propia navegación te orientará, extranjero. Pero abandona esta tierra, huye antes de que te vea el hijo de Proteo, dueño de este país. Ahora está ausente, y caza [155] con sus perros animales salvajes. No te detengas, pues mata a todo heleno extranjero que cae en sus manos. El porqué, no me lo preguntes; prefiero callar. ¿De qué te serviría saberlo?

TEUCRO . — Has dicho bien, mujer. Los dioses te concedan [160] sus favores a cambio de tus buenos oficios. Tienes el cuerpo igual que Helena, pero tu corazón no es como el suyo, sino muy diferente. ¡Perezca ella de manera vil y no regrese jamás a las orillas del Eurotas! En cuanto a ti, mujer, que seas siempre muy feliz.

HELENA . — ¡Ay! Para empezar con la queja adecuada a mis grandes dolores, ¿de qué lamento me serviré? ¿Qué [165] canto entonaré con lágrimas, sollozos o gemidos? ¡Ay, ay!

Estrofa 1.a

Jóvenes aladas, doncellas hijas de la Tierra, Sirenas5 , ojalá pudierais venir a acompañar mis lamentos con la flauta [170] libia de loto, con la siringa o con la lira, respondiendo con lágrimas a mis deplorables desgracias, con sufrimientos a mis sufrimientos, con cantos a mis cantos. Que Perséfone se [175] una a mis sollozos enviándome vuestra fúnebre música, y recibirá de mí a cambio, allá en sus moradas nocturnas, el peán regado con lágrimas que dedico a muertos y difuntos .

CORO .

Antístrofa 1.a

Estaba yo junto al agua azul, secando sobre la rizada [180] hierba y sobre el tallo de los juncos los peplos de púrpura al resplandor de oro del sol, cuando un lamento ha llenado el aire, y he podido oír un clamor, un canto de dolor no apto [185] para la lira que mi dueña exhalaba entre gemidos y sollozos, semejante a una Ninfa o a una Náyade que, mientras huye por los montes, deja oír tristes melodías, y, junto a las grutas de piedra, denuncia con sus gritos los amores de Pan . [190]

HELENA .

Estrofa 2.a

¡Ay, ay! Botín de naves bárbaras, vírgenes helénides, un [195] navegante aqueo ha venido, ha venido aquí a traerme llanto y más llanto. Ilión no es ya más que una ruina al cuidado del fuego destructor, y ello por culpa mía, que a tantos he matado por culpa de mi nombre, manantial de desastres . [200] Leda buscó la muerte en un lazo axfixiante, a causa del dolor que mi deshonra le produjo. Mi esposo, extraviado [205] largo tiempo en el mar, ha perecido; y Cástor y su hermano, honor gemelo de la patria, han desaparecido, han desaparecido abandonando la tierra que temblaba bajo los cascos [210] de sus caballos, y los gimnasios a orillas del Eurotas, rico en juncos, escenario de esfuerzos juveniles .

CORO .

Antístrofa 2.a

¡Ay, ay! ¡Cuán lamentables son tu destino y tu suerte, mujer! Infortunada vida has llevado desde el día en que [215] Zeus te engendró de tu madre, brillando por el éter bajo el plumaje de un cisne blanco como la nieve. Pues, ¿qué desgracia se ha alejado de ti? ¿Qué no has sufrido a lo largo [220] de tu existencia? Tu madre ha muerto; los queridos hijos gemelos de Zeus tampoco son felices; tú, mi señora, no puedes [225] ver el suelo de la patria, y corre por las ciudades el rumor de que compartes el lecho de un bárbaro; tu esposo abandonó la vida en las olas del mar: ya nunca más verás feliz las moradas de tu padre ni a la Diosa que habita casa de bronce6 .

HELENA .

Epodo.

[230] ¡Ay, ay! ¿Qué frigio o quién de tierra helénica cortó el pino que iba a inundar de llanto Ilión? De ese pino construyó el Priámida su funesto bajel y, con tripulación bárbara, navegó hasta mi hogar, en pos de mi belleza desdichadísima , [235] a fin de poseer mi lecho. Viajaba con él Cipris, amiga siempre del engaño y del crimen, y llevaba la muerte a los dánaos. ¡Desgraciada de mí entre tantos males! Hera , [240] la augusta diosa a la que Zeus abraza en su dorado trono, envió a Hermes, el veloz hijo de Maya, quien, mientras en mi peplo recogía yo rosas frescas para ir a ofrecérselas [245] más tarde a la Diosa que habita casa de bronce, me arrebató a través del éter y me condujo a esta desventurada tierra, convirtiéndome en causa de la contienda —de la contienda, ¡pobre de mí!— entre la Hélade y los Priámidas. Desde [250] entonces mi nombre arrastra, a orillas del Simunte, una mala fama ficticia .

CORIFEO . — Sé que estás sufriendo, pero hay que soportar con resignación las fatalidades de la vida.

HELENA . — Amigas, ¿a qué destino estoy uncida? ¿Me [255] ha parido mi madre para ser un prodigio ante los mortales? Pues ninguna mujer, helénide o bárbara, ha alumbrado a sus hijos poniendo un huevo blanco, como dicen que Leda me parió a mí de Zeus. Un prodigio es también toda mi vida, y [260] ello por culpa de Hera y a causa de mi belleza. ¡Ojalá esta belleza pudiera borrarse como se borra una pintura, y los rasgos de mi cara se volvieran horrendos en vez de hermosos! ¡Ojalá los helenos olvidaran la mala fama que ahora tengo, y recordasen lo que no es malo como recuerdan ahora [265] lo malo!

Cuando uno está pendiente de un suceso feliz, y los dioses convierten su esperanza en desgracia, el caso, aunque no deja de ser duro, se puede soportar. Pero a mí no me abruma una, sino muchas calamidades. Para empezar, soy inocente, [270] y se me considera una infame. Mucho peor es que te acusen de males que no has cometido, que la realidad misma del mal. Además, fui expulsada de mi patria por los dioses y enviada a estas gentes bárbaras, donde, privada de los seres [275] queridos, soy esclava yo, que procedo de hombres libres: pues todos los bárbaros son esclavos, a excepción de uno 7 . Un áncora, tan sólo una, mantenía aún mi esperanza: que un día volvería mi esposo y pondría fin a mis males; pero mi [280] esposo ha muerto, ya no existe. Murió también mi madre, y yo soy su asesino: aunque no sea justo acusarme por ello, la culpa es sólo mía. Mi hija 8 , la que fuera mi orgullo y el de mi casa, virgen y sin marido verá cómo blanquean sus cabellos. [285] Y los hijos de Zeus, los famosos Dioscuros, ya no existen. Por todo ello perezco yo en medio de tantas desgracias, aunque de hecho no esté muerta. [Lo último y peor es que, si volviera a la patria, me prohibirían el acceso, pensando que, si era la Helena que fue a Troya, debería haber [290] vuelto con Menelao. Porque, si viviera mi esposo, nos reconoceríamos recurriendo a señales que sólo él y yo sabemos. Pero eso no es posible ahora, y él ya nunca regresará.]

¿Por qué estoy viva aún? ¿Qué esperanza me queda? ¿Contraer nuevo matrimonio para remediar mis desgracias, [295] vivir en compañía de un bárbaro sentándome a su opulenta mesa? Pero cuando un marido es odioso a su mujer, también el propio cuerpo 9 se hace odioso, y mejor es morir. ¿Cómo [300] no va a estar bien la muerte para mí? [Vergonzoso es colgarse de un lazo, y parece inconveniente incluso para los esclavos. Degollarse es más noble y hermoso, y ¡es tan breve el instante que nos libera de la vida!] ¡A qué abismo de males he venido a parar! ¡La misma belleza que hace felices a las demás mujeres, a mí me ha perdido! [305]

CORIFEO . — Helena, no creas que el extranjero que ha venido, quienquiera que sea, ha dicho sólo verdades.

HELENA . — Por lo menos dijo a las claras que mi marido había muerto.

CORIFEO . — Muchos relatos se construyen a base de mentiras.

HELENA . — Y, al contrario, otros muchos son verdad. [310]

CORIFEO . — Te inclinas a dar crédito a lo malo antes que a lo bueno.

HELENA . — El propio miedo me conduce hacia aquello que temo.

CORIFEO . — ¿Con qué simpatías cuentas en este palacio?

HELENA . — Todos son mis amigos, a excepción del que intenta desposarme.

CORIFEO . — ¿Sabes lo que tienes que hacer? Abandona [315] esta tumba.

HELENA . — ¿A qué consejo quieres llegar hablando así?

CORIFEO . — Entra en la casa y pregunta a Teónoe, la hija de la Nereida póntica, la que todo lo sabe, si todavía existe tu esposo o si ha perdido ya la luz del sol. Cuando conozcas [320] la verdad, entrégate al gozo o al llanto. ¿De qué vale penar antes de saberlo todo a ciencia cierta? Hazme caso: deja esta tumba y ve en busca de la doncella por quien has de salir de tu ignorancia. Si en esta misma casa puedes obtener [325] información veraz, ¿para qué buscarla más lejos? Quiero acompañarte yo también al palacio y escuchar contigo los oráculos de la virgen. Una mujer debe compartir las fatigas de otra mujer.

HELENA . —Acepto, amigas, vuestro consejo. Venid, venid [330] al palacio para que, dentro de la casa, conozcáis la verdad acerca de mis sufrimientos .

CORO . — Llamas a quien te sigue de buena gana .

[335] HELENA . — ¡Ay, día infortunado! ¿Qué nuevas lamentables voy a oír, desdichada de mí?

CORO . — No anticipes lamentos, oh querida, profetizando males .

[340] HELENA . — ¿Qué habrá sufrido mi infortunado esposo? ¿ Ve la luz, la cuadriga de Helio, el curso de los astros, o , [345] entre los muertos, bajo tierra, sufre duradero destino?

CORO . — Piensa en el porvenir mejor, cualquiera que sea .

HELENA . — Yo te invoco, húmedo Eurotas de verdes juncos [350] y te juro que, si es cierto el rumor de la muerte de mi esposo …

CORO . — ¿Por qué esas palabras ininteligibles?

HELENA . — …suspenderé mi cuello de una cuerda asesina, o me introduciré una espada en embestida de hierro frío [355] a través de la carne, mortal persecución del degüello que hace brotar la sangre de la garganta, ofreciéndome en sacrificio a las tres diosas y al Priámida que las celebró antaño con el canto de su siringa junto a los pastoriles establos . [360] CORO . — ¡Váyanse esas desgracias a otra parte y seas tú muy feliz!

HELENA . — ¡Ay, Troya desdichada! Por hechos nunca cometidos has sido destruida y has soportado tantas desgracias. Los dones con que Cipris me adornó han engendrado [365] mucha sangre, mucho llanto; han traído dolor sobre dolor, lágrimas sobre lágrimas, sufrimientos. Las madres han perdido a sus hijos; las doncellas, hermanas de los muertos, han depositado sus cabelleras junto al cauce del [370] frigio Escamandro. La Hélade ha lanzado un grito, un grito de dolor, y se ha deshecho en llanto, se ha golpeado la cabeza con las manos, y con las uñas ha surcado de heridas sangrientas sus delicadas mejillas .

Oh tú, afortunada Calisto, doncella de la Arcadia de [375] antaño, que subiste al lecho de Zeus bajo la forma de un cuadrúpedo, ¡cuánto mejor te fue a ti que a mi madre!, pues, transformada en fiera de miembros velludos —por más que la ternura de tus ojos suavizara tu aspecto externo—, abandonaste el fardo de la pena. Afortunada tú también, la cierva [380] de cuernos de oro que Ártemis expulsó de sus coros antaño, la Titánide , hija de Mérope, castigada por tu belleza . ¡Mi cuerpo ha arruinado, ha arruinado la ciudadela de [385] Dardania y ha sembrado la muerte entre los aqueos!

MENELAO . — ¡Oh Pélope, tú que en Pisa rivalizaste otrora con Enómao en el certamen de cuadrigas! ¡Ojalá entonces, [cuando fuiste persuadido a formar parte de un festín ante los dioses], hubieras muerto, antes de engendrar a mi padre [390] Atreo, quien, a su vez, del lecho de Aérope engendró a Agamenón y a mí, Menelao, ilustre pareja! Glorioso me parece —y digo esto sin vanidad— trasladar por medio del remo todo un ejército hasta Troya, sin que, como un tirano, hubiera [395] de reunirlo por la fuerza, pues la juventud de la Hélade se puso de buen grado bajo mis órdenes. De los que me siguieron, unos ya no se cuentan entre los vivos; otros, felizmente escapados de los peligros marinos, llevaron a sus casas, de regreso, los nombres de los muertos. Pero yo, desdichado, [400] no he dejado de errar sobre las ondas del glauco mar desde que derribé las torres de Ilión, y, aunque deseo ardientemente volver a mi patria, los dioses no me consideran digno de hacerlo. Tengo navegadas todas las costas, desiertas e inhospitalarias, [405] de Libia. En cuanto me acerco a mi casa, el viento me hace retroceder, y jamás una brisa favorable ha henchido mis velas de modo que pudiese regresar a mi país.

Y he aquí que ahora yo, náufrago miserable, he venido a caer en esta tierra, después de haber perdido a mis amigos. [410] Mi nave se ha roto en mil pedazos contra las rocas. De los diversos elementos que la componían, sólo ha quedado intacta la quilla, sobre la cual logré, a duras penas y por un azar inesperado, salvarme a mí y a Helena, mi esposa, a quien traigo conmigo desde Troya. Cuál sea el nombre de [415] este país y cuál el pueblo que lo habita, lo ignoro. Y me da vergüenza presentarme ante la gente, no sea que me vayan a interrogar acerca de mis harapos, pues quiero ocultar por pudor mi desgracia. Cuando a un hombre que está muy alto le ruedan mal las cosas, la falta de costumbre le mortifica [420] más que al que ha sido siempre un desgraciado. Pero la necesidad me consume, no tengo pan, ni vestidos con que cubrir mi piel; puede verse que son sólo restos del naufragio los jirones que llevo puestos. El mar me ha arrebatado los peplos de antaño, mis magníficas vestiduras, todo mi esplendor. [425] A la que fue el origen de todos mi males, a mi esposa, la he ocultado en el interior de una gruta, y he venido, dejando como encargados de su custodia a aquellos de mis compañeros que han sobrevivido. Y aquí estoy, solo, buscando con afán poder hacerme con lo que urgentemente [430] necesitan mis amigos de allá. A la vista de este palacio cernido de murallas, de estas puertas soberbias propiedad de algún hombre opulento, me he acercado. De una rica mansión es lógico esperar que unos náufragos obtengan algo, mientras que de gentes que no tienen recursos para vivir nada podríamos obtener, por más ayuda que quisieran prestarnos.

[435] ¡Ohé! ¿No va a salir de la casa un portero que transmita dentro, de mi parte, el mensaje de mis miserias?

ANCIANA . — ¿Quién hay a las puertas? ¿No te alejarás del palacio? Si sigues ahí parado, en el umbral de entrada, [440] importunarás a mis amos. O morirás, pues eres heleno, y para ellos no hay hospitalidad en esta tierra.

MENELAO . — Esas mismas palabras pueden decirse en otro tono, pues pienso obedecerte. Pero depón tu cólera.

ANCIANA . — Vete. Mi misión, extranjero, consiste en que ningún heleno se acerque a este palacio.

MENELAO . — ¡Ah! No me empujes, no me eches a la [445] fuerza.

ANCIANA . — Tú tienes la culpa. No haces caso de lo que te digo.

MENELAO . — Ve dentro y anúnciame a tus amos.

ANCIANA . — ¡Bien lo purgaría, créeme, si llevase tu mensaje!

MENELAO . — Vengo como náufrago, como extranjero. Soy, por tanto, inviolable.

ANCIANA . — Dirígete, entonces, a cualquier otra casa. [450]

MENELAO . — No, voy a entrar en ésta. Hazme caso ahora tú.

ANCIANA . — Eres un obstinado. En seguida serás expulsado a la fuerza.

MENELAO . — ¡Ay! ¿Dónde está mi glorioso ejército?

ANCIANA . — En otra parte fuiste un gran personaje. Aquí no lo eres.

MENELAO . — ¡Ah, demon 10 mío! ¡Qué tratamiento tan [455] indigno padecemos tú y yo!

ANCIANA . — ¿Por qué bañas tus párpados con lágrimas? ¿A quién diriges tus lamentos?

MENELAO . — A mi feliz destino de otro tiempo.

ANCIANA . — Y, ¿por qué no te vas a ofrecer ese llanto a tus amigos?

MENELAO . — ¿Qué país es éste? ¿De quién son estas regias moradas?

[460] ANCIANA . — Proteo habita esta morada, y esta tierra es Egipto.

MENELAO . — ¿Egipto? ¡Desdichado de mí, adónde he ido a parar!

ANCIANA . — ¿Qué puedes reprocharle al esplendor del Nilo?

MENELAO . — No le reprocho nada. Lamento mi destino.

ANCIANA . — A muchos les va mal, no eres tú el único.

[465] MENELAO . — ¿Está en palacio aquel a quien tú llamas soberano?

ANCIANA . — Ésa es su tumba. En esta tierra reina su hijo.

MENELAO . — Y, dime, ¿dónde está? ¿Fuera o en la morada?

ANCIANA . — Dentro no está. Pero es el mayor enemigo de los helenos.

MENELAO . — ¿Cuál es la causa de esa hostilidad cuyos beneficios recojo?

[470] ANCIANA . — Helena, la hija de Zeus, está en este palacio.

MENELAO . — ¿Cómo dices? ¿Qué palabra has dicho? Repítemela.

ANCIANA . — La hija de Tindáreo, la que antaño vivía en Esparta

MENELAO . — ¿De dónde ha venido? ¿Qué significa esto?

ANCIANA . —Desde tierra lacedemonia llegó hasta aquí.

[475] MENELAO . — ¿Cuándo? No me habrán arrebatado de la gruta a mi esposa…

ANCIANA . — Antes de que marchasen a Troya los aqueos, extranjero. Pero vete de este palacio. Las cosas han tomado [480] aquí un giro inquietante para la casa del tirano. No llegaste oportunamente. Si el amo te descubre, la muerte será tu regalo de hospitalidad. Mi ánimo está a favor de los helenos, a pesar de las duras palabras que te he dicho, dictadas por el miedo

MENELAO . — ¿Qué diré? Nuevas calamidades acabo de oír, mayores que las primeras, si es que he llegado aquí, trayendo [485] desde Troya a la esposa que me habían arrebatado, a quien he puesto a salvo en una gruta, y me encuentro con que otra mujer que tiene su mismo nombre, el mismo, vive en éste palacio. ¡Y me ha dicho que es hija de Zeus! ¿Acaso [490] puede encontrarse un hombre a orillas del Nilo que se llame Zeus? Sólo un Zeus hay, y está en el cielo. Y Esparta, ¿dónde va a haber otra que no sea la que riegan las aguas del Eurotas de bellos juncos? Una sola vez se ha llamado Tindáreo alguien. ¿Hay otra tierra que se llame Lacedemonia o Troya? [495] En realidad, no sé qué decir…, pues, según parece, se encuentran en el ancho mundo muchas ciudades y mujeres que llevan el mismo nombre, y nadie se asombra por ello. Por otra parte, no pienso darme a la fuga por las amenazas [500] de una esclava. Ningún hombre tiene el alma tan bárbara como para atreverse a negarme el alimento después de oír mi nombre. Famoso es el incendio de Troya, y yo, Menelao, fui quien lo hizo arder: en todas partes soy conocido. Esperaré [505] al dueño del palacio. Tengo ante mí dos posibilidades: si veo que es un hombre sin entrañas, me ocultaré e iré junto a los restos del naufragio; si se muestra benévolo, le pediré lo que necesito para remediar la triste situación actual. El [510] mayor infortunio para mí, que soy rey, es mendigar de otros reyes lo que hace falta para vivir. Sin embargo, estoy obligado a hacerlo. No soy yo quien lo dice, sino un sabio proverbio: nada hay más poderoso que la necesidad.

CORO . — Por la virgen profética he sabido —lo anunció [515] claramente en la mansión real— que Menelao no ha ido al negro Érebo ni yace oculto bajo tierra, sino que, desdichado [520] y sin amigos, se consume errabundo por las olas del mar, sin alcanzar los puertos y costas de su patria, y sin desembarcar , [525] a golpes de su remo marino, sino en país extrano, desde que abandonó la Tróade11 .

HELENA . — He aquí que vuelvo junto a esta tumba, después de haber oído el gratísimo oráculo de Teónoe, la que [530] todo lo sabe. Dice que mi esposo está vivo, que puede ver la luz del sol; que navega sin rumbo por mares infinitos, por aquí y por allá, en largo y errabundo peregrinaje; que un día volverá, cuando sus desventuras en el mar hayan terminado. [535] Una cosa sólo no ha dicho, y es si conseguirá salvarse cuando venga. Me he abstenido de preguntarle a ese respecto, pues me sentía feliz sabiendo que se encontraba sano y salvo. También me ha dicho que estaba cerca de este país, víctima de un naufragio en compañía de unos pocos amigos. [540] ¡Ay de mí! ¿Cuándo llegarás? ¡Cómo deseo que llegue ese momento!

¡Ah! ¿Quién es éste? ¿Habré caído en una emboscada urdida por el impío hijo de Proteo? Como yegua veloz, como [545] bacante movida por su dios, correré hacia la tumba. ¡Qué aspecto tan salvaje tiene el hombre que intenta cogerme!

MENELAO . — Oh tú que, en admirable impulso de tus miembros, corres hacia las gradas de esa tumba, y a sus columnas donde arden fuegos sacrificiales, ¡detente! ¿Por qué huyes? A la vista de tu cuerpo, el estupor y la extrañeza me dominan.

[550] HELENA . — ¡Injusticia sufro, mujeres! Este hombre trata de impedir que llegue a la tumba, quiere cogerme y entregarme al tirano cuyas bodas rehúyo.

MENELAO . —No soy ningún ladrón, ni el esbirro de un malvado.

HELENA . — Los vestidos que llevas son ya bastante deshonrosos.

MENELAO . — Detén tu pie ligero, abandona todo temor. [555]

HELENA . — Me detengo, ahora que toco ya esta tumba.

MENELAO . — ¿Quién eres? ¿Qué es lo que tengo ante mis ojos, mujer?

HELENA . — Y tú, ¿quién eres? Te devuelvo la misma pregunta.

MENELAO . — Jamás vi un parecido tan asombroso.

HELENA . — ¡Oh dioses! Pues un don de los dioses es el [560] reconocimiento de los seres queridos.

MENELAO . — ¿Eres helénide o nativa de este país?

HELENA . — Helénide. Pero, ¿y tú? Quiero saber quién eres tú.

MENELAO . — Mujer, te pareces extraordinariamente a Helena.

HELENA . — Y tú a Menelao. No sé qué decir.

MENELAO . — Has reconocido en mí al hombre más desdichado [565] de todos.

HELENA . — ¡Oh, qué tarde has llegado a los brazos de tu esposa!

MENELAO . — ¿De qué esposa? No toques mis vestidos.

HELENA . — De la que obtuviste de Tindáreo, mi padre.

MENELAO . — ¡Oh Hécate, portadora de antorchas, envíame visiones favorables!

HELENA . — No soy un fantasma nocturno al servicio de [570] Enedia 11bis .

MENELAO . — Pero yo no puedo ser el esposo de dos mujeres.

HELENA . — ¿Y de qué otra mujer eres señor?

MENELAO . — De la que he traído de Frigia y he ocultado en el interior de una gruta.

HELENA . — Sólo yo he sido tuya: ninguna otra mujer.

[575] MENELAO . — ¿Puede ser que esté sana mi razón y mis ojos enfermos?

HELENA . — Al verme, ¿no crees ver a tu esposa?

MENELAO . — Tu cuerpo es igual, pero la certeza me impide…

HELENA . — Mírame. ¿Qué más quieres? ¿Quién me conoce mejor que tú?

MENELAO . — Mucho te pareces. Eso no lo puedo negar.

[580] HELENA . — ¿Quién te lo hará saber mejor que tus ojos?

MENELAO . — Mi problema es que tengo otra esposa.

HELENA . — Yo nunca fui a la Tróade; era mi imagen.

MENELAO . — Pero, ¿quién puede producir imágenes vivas?

HELENA . — El éter, del que un dios formó a la mujer que posees.

[585] MENELAO . — ¿Cuál de los dioses? Dices cosas increíbles.

HELENA . — Hera, sustituyéndome para que Paris no me poseyese.

MENELAO . — ¿Cómo, pues, estabas aquí y en Troya al mismo tiempo?

HELENA . — El nombre puede estar en muchos lugares; el cuerpo, no.

MENELAO . — Déjame, que bastantes desgracias tengo.

[590] HELENA . — ¿Me vas a abandonar a mí para llevarte el espectro de tu esposa?

MENELAO . — Adiós a ti, mujer, tan semejante a Helena.

HELENA . — ¡Perezco! ¡He encontrado a mi esposo y ya no lo tengo!

MENELAO . — Mis muchas fatigas en Troya me convencen de que no puedes tener razón.

HELENA . — ¡Ay de mí! ¿Quién ha sufrido más que yo? [595] Los seres más queridos me abandonan, y nunca más volveré a ver a los helenos ni regresaré a mi patria.

MENSAJERO . — Por fin te encuentro, Menelao, después de haber errado en tu busca por toda esta tierra bárbara, enviado por los compañeros a quienes dejaste.

MENELAO . — ¿Qué ocure? ¿Es que os han despojado los [600] bárbaros?

MENSAJERO . — Un prodigio, y es inferior la palabra al hecho.

MENELAO . — Habla, pues tu apresuramiento indica nuevas insólitas.

MENSAJERO . — Digo que has padecido en vano innumerables fatigas.

MENELAO . — Deploras males antiguos. ¿Qué anuncias [605] de nuevo?

MENSAJERO . — Tu esposa ha desaparecido en las profundidades del éter. El cielo la mantiene oculta, después que hubo dejado la sagrada caverna donde la guardábamos. Tan sólo dijo: «Desventurados frigios y vosotros, aqueos todos, por mi causa, y merced a las maquinaciones de Hera, habéis [610] muerto a orillas del Escamandro, creyendo que Paris poseía a Helena, a quien nunca ha poseído. Ahora que ya ha pasado el tiempo prescrito y he cumplido fielmente lo fijado por el destino, debo volver al cielo, mi padre. Pero la desdichada Tindáride ha padecido injustamente una funesta reputación.» [615]

Salud, hija de Leda. ¿Estabas aquí? ¡Y yo que anunciaba que te habías marchado a las estrellas, sin saber que tuvieses un cuerpo alado! No consentiré que te burles una segunda vez de nosotros; ya nos proporcionaste suficientes fatigas en [620] Ilión a tu esposo y a sus compañeros de armas.

MENELAO . — ¡Eso es! Tus palabras coinciden con las de ella. ¡Oh día deseado que te trae de nuevo a mis brazos!

HELENA . — ¡Oh Menelao, el más querido de los hombres! [625] Larga ha sido la ausencia, pero el placer me ha sido devuelto. Amigas, soy feliz, tengo ante mí a mi esposo y puedo rodearle con amorosos brazos, después de tantos soles .

[630] MENELAO . —Y yo a ti. Tantas cosas quiero decirte que no sé por dónde empezar.

HELENA . — Se me erizan de gozo los cabellos, vierto lágrimas [635] y te abrazo para obtener mi dicha, esposo mío .

MENELAO . — ¡Oh visión queridísima! Nada me falta, pues te tengo a ti, hija de Zeus y Leda, a quien felicitaron [640] antaño los jóvenes hermanos de los blancos corceles12 ; a ti, a quien un dios alejó de mi lado para conducirte a un destino más alto . Una afortunada desgracia nos ha reunido a ti [645] y a mí, tu esposo, después de mucho tiempo, pero, al fin, ojalá gocemos de una buena fortuna .

CORIFEO . — Ojalá. Hago mío tu voto, pues de nosotros dos no puede uno ser desgraciado y el otro no.

HELENA . — Amigas, amigas, ya no me quejo, ya no gimo [650] por los males de antaño. Tengo a mi esposo, cuyo regreso desde Troya tantos años he esperado .

MENELAO . — Me tienes, y yo a ti. Innumerables soles han pasado hasta que, al fin, he comprendido los engaños de la diosa. Mis lágrimas son de alegría: hay en ellas placer y [655] no tristeza .

HELENA . — ¿Qué diré? ¿Qué mortal hubiera soñado esto nunca? Inesperadamente te estrecho contra mi corazón .

MENELAO . — ¡Y creí yo que fuiste a la ciudad del Ida y [660] a las inútiles murallas de Ilión! Por los dioses, ¿cómo te arrebataron de mi morada?

HELENA . — ¡Ay, ay! A crueles comienzos te remontas. ¡Ay, ay! Cruel es el relato que solicitas .

MENELAO . — Habla, pues hay que oír todos los dones de los dioses.

HELENA . — Me horroriza lo que voy a decir .

MENELAO . —Dilo, sin embargo. Es dulce oír hablar de [665] males pasados.

HELENA . — No me llevó ningún remo alado hacia el lecho de un joven bárbaro, ni las alas de un deseo adúltero .

MENELAO . — ¿Qué dios, o qué destino, te arrebató, pues, de la patria?

HELENA . — El hijo de Zeus13 , de Zeus, ¡oh esposo!, me [670] condujo al Nilo .

MENELAO . — ¡Prodigioso! Y, ¿quién le enviaba? ¡Extrañas palabras!

HELENA . — Lloro, y mis párpados se humedecen de lágrimas. La esposa de Zeus fue la responsable de mi ruina .

MENELAO . — ¿Hera? ¿Por qué querría causarnos daño? [675]

HELENA . — ¡Ay de los baños y las fuentes, terribles para mí, en que las diosas hicieron resplandecer su cuerpo, lo que fue origen de aquel juicio!

MENELAO . — ¿Y, a causa de aquel juicio, Hera te hizo sufrir?

HELENA . — Para desposeer a Paris … [680]

MENELAO . — ¿Cómo? Explícate .

HELENA . —… a quien Cipris me había prometido .

MENELAO . — ¡Desventurada!

HELENA . — ¡Desventurada y triste de mí! Por eso me trajo a Egipto .

MENELAO . —Y le dio en tu lugar un fantasma, según me has dicho.

HELENA . — ¡Cuántas calamidades, cuántas calamidades en tu palacio, madre mía! ¡Ay de mí! [685]

MENELAO . — ¿Qué dices?

HELENA . — Ya no existe mi madre. Se estranguló con un lazo por vergüenza de mi adulterio .

MENELAO . — ¡Ay! ¿Y vive Hermíone, nuestra hija?

[690] HELENA . — Sin esposo, sin hijos, lamenta mi funesta unión .

MENELAO . — ¡Oh tú, Paris, que destruiste por completo, de arriba a abajo, mi morada! también tú te has perdido, y millares de dánaos armados de bronce .

HELENA . — Y a mí un dios me ha arrojado, desdichada [695] y maldita, lejos de la patria, de mi ciudad y de ti, el día en que dejé tu palacio y tu lecho, pero no en busca de una unión deshonrosa .

CORIFEO . — Si en el porvenir obtenéis una fortuna dichosa, ello os compensará de las desgracias pasadas.

[700] MENSAJERO . — Menelao, hazme partícipe de esa felicidad que estoy viendo, pero cuya razón de ser desconozco.

MENELAO . — ¡Oh anciano! Ven a tomar parte en estos diálogos.

MENSAJERO . — ¿No es ésta la causante de nuestras fatigas en Ilión?

[705] MENELAO . — No lo es. Los dioses nos han engañado. No tuvimos sino una imagen hecha de nube entre las manos.

MENSAJERO . — ¿Qué dices? ¿Por una simple nube sufrimos tanto?

MENELAO . —Fue obra de Hera y fruto de la discordia de las tres diosas.

MENSAJERO . —Y esta que tiene existencia real, ¿es tu esposa?

[710] MENELAO . —Lo es. Confía en mis palabras.

MENSAJERO . —¡Oh hija, qué inconstante y difícil de entender es la divinidad! ¡Con qué facilidad lo cambia todo y lo trae y lo lleva de un lado a otro! Un hombre sufre; otro, que ha empezado por no sufrir, muere más tarde miserablemente, sin haber podido gozar de una buena fortuna estable. [715] Tú y tu esposo habéis padecido mucho; tú por los rumores y habladurías, él en el esfuerzo de la lanza. Nada obtuvo de lo que deseaba cuando lo buscó con ahínco, y he aquí que ahora, por sí mismo, el bien que colma su felicidad le ha salido al paso. No has deshonrado, entonces, a tu anciano padre, ni [720] a los Dioscuros; nada has hecho de cuanto te atribuyen. Recuerdo todavía tu himeneo, las antorchas que yo llevaba, corriendo junto a tu cuadriga; recuerdo cómo, sentada en el [725] carro con Menelao, abandonaste recién casada la feliz morada paterna. Mal siervo es el que no respeta a sus amos y no participa de sus alegrías ni de sus desgracias. En cuanto a mí, aunque esclavo por nacimiento, ¡ojalá se me cuente [730] entre los siervos bien nacidos, libres de corazón aunque no lo sean de nombre! Mejor es esto que padecer, siendo una sola persona, el doble infortunio de tener un mal corazón y obedecer a los demás como un esclavo.

MENELAO . — ¡Oh anciano! Muchas fatigas has sufrido por mí junto al escudo, y ahora tomas parte en mi felicidad. [735] Ve y anuncia a los compañeros supervivientes dónde estamos y en qué estado de buena fortuna nos has encontrado. Diles que esperen en la costa, atentos a los combates que, según creo, nos aguardan, y que estén listos, si por acaso [740] conseguimos sacar a Helena de esta tierra, a correr nuestra misma suerte y escapar, si podemos, todos juntos de estos bárbaros.

MENSAJERO . — Así se hará, ¡oh rey! Ahora veo qué falso y lleno de mentiras es el arte de los adivinos. Ninguna [745] sensatez hay en la llama que arde, ni en los cantos de los seres alados. Necedad es pensar que los pájaros tienen deudas con los mortales. Pues Calcante, que veía a los suyos morir por un fantasma, nada dijo, ni lo comunicó al ejército. Tampoco [750] lo hizo Héleno, y la ciudad fue destruida inútilmente. ¿Se dirá, acaso, que un dios así lo había querido? ¿Por qué, entonces, consultamos los oráculos? Hay que sacrificar en honor de los dioses, implorar sus beneficios y dejarse de [755] adivinaciones, que no son más que un señuelo para los humanos. Nadie, sin trabajar, se ha enriquecido con los fuegos sacrificiales; la razón y la prudencia son los mejores adivinos.

CORIFEO . — Por lo que hace a los adivinos, pienso lo mismo que este anciano. Quien tiene la amistad de los dioses [760] posee en su hogar el mejor oráculo.

HELENA . — En fin, todo va bien, al menos por ahora. Pero, ¿cómo has podido llegar a salvo aquí, infeliz, desde Troya? Saberlo no me reporta ganancia, pero quien ama siempre desea oír el relato de las desgracias del ser amado.

[765] MENELAO . — Por muchas cosas me preguntas en una sola palabra y de una sola vez. ¿Te hablaré de nuestro desastre en el Egeo, de los fuegos eubeos de Nauplio 14 , de Creta, de Libia, de las ciudades que he recorrido y del observatorio [770] de Perseo 15 ? No llegarían a satisfacerte mis palabras, y, al contarte mis males, volvería a vivir todos mi sufrimientos y experimentaría una pena doble.

HELENA . — Has hablado mejor de lo que yo lo hice al preguntarte. Dejando a un lado todo lo demás, dime sólo una cosa: ¿cuánto tiempo te has consumido sobre las espaldas del mar, errante a merced de las olas?

MENELAO . — Después de los diez años transcurridos en [775] Troya, he vivido otros siete en mis naves.

HELENA . — ¡Ay, ay! Largo tiempo dices, oh desdichado, y, tras salvarte allí, llegas aquí en busca del degüello.

MENELAO . — ¿Cómo dices? ¿Qué hablas? Mujer, tú me destruyes.

HELENA . — ¡Huye lo más rápidamente posible de esta tierra [780] y aléjate de ella! Te matará el hombre que vive en este palacio.

MENELAO . — ¿Qué he hecho yo que merezca ese castigo?

HELENA . — Tu inesperada llegada es un obstáculo para mis bodas.

MENELAO . — ¿Quiere, pues, alguien casarse con mi esposa?

HELENA . — Y ultrajarme. He tenido que sufrirlo. [785]

MENELAO . — ¿Es algún particular poderoso, o el soberano de esta tierra?

HELENA . — Es el rey del país, el hijo de Proteo.

MENELAO . — ¡Ya está claro el enigma que escuché a la anciana portera!

HELENA . — ¿A qué bárbaras puertas te has dirigido?

MENELAO . — A éstas, de donde fui expulsado como un [790] mendigo.

HELENA . —No mendigarías tu pan… ¡Desgraciada de mí!

MENELAO . — Eso hacía, pero no me di el nombre de mendigo.

HELENA . — Entonces debes estar al tanto de lo concerniente a mis bodas.

MENELAO . — Lo estoy, pero ignoro si has podido evitarlas.

HELENA . —Sabe que he conservado para ti mi lecho intacto. [795]

MENELAO . — ¿Cómo estaré seguro de ello? Gratas son tus palabras, si son ciertas.

HELENA . — ¿Ves mi morada miserable junto a este sepulcro?

MENELAO . — Veo un lecho de hojas. ¿Qué tiene que ver eso contigo, desdichada?

HELENA . — Aquí vengo a suplicar, huyendo de esas bodas.

[800] MENELAO . — ¿A falta de un altar, o es ésa la costumbre bárbara?

HELENA . — Esta tumba me ha protegido como el templo de un dios.

MENELAO . — ¿No me es posible entonces llevarte a nuestra casa?

HELENA . — Te espera la espada antes que mi lecho.

MENELAO . — ¡ Soy el más desgraciado de los hombres!

[805] HELENA . — No te avergüences y huye de esta tierra.

MENELAO . — ¿Abandonándote? He destruido Troya por ti.

HELENA . — Mejor es eso que morir por mi amor.

MENELAO . — Sería una cobardía indigna del vencedor de Ilión.

HELENA . — Si has pensado matar al rey, es imposible.

[810] MENELAO . — ¿Su cuerpo no es vulnerable al hierro?

HELENA . — Ya lo sabrás. Atreverse a lo imposible no es propio de hombre cuerdo.

MENELAO . — ¿Presentaré en silencio las manos para que me las aten?

HELENA . — Tu situación es desesperada. Hay que recurrir a la astucia.

MENELAO . — Mejor es morir haciendo algo que no intentar nada.

[815] HELENA . — Una sola esperanza tenemos de salvarnos.

MENELAO . — ¿El soborno, la audacia, o la elocuencia?

HELENA . — Que el tirano no sepa que has venido.

MENELAO . — ¿Quién va a decírselo? No puede saber quién soy yo.

HELENA . — Tiene dentro una aliada semejante a los dioses.

MENELAO . — ¿Habita una voz inspirada en lo más hondo [820] de su casa?

HELENA . — No. Es la hermana del rey, la que llaman Teónoe.

MENELAO . — Un nombre profético. Dime qué es lo que hace.

HELENA . — Lo sabe todo. Dirá a su hermano que estás aquí.

MENELAO . — En ese caso moriré, pues no puedo ocultarme.

HELENA . — Quizá pudiéramos convencerla suplicándole… [825]

MENELAO . — ¿Hacer qué? ¿A qué esperanza me conduces?

HELENA . —… que no dijera a su hermano que estás aquí.

MENELAO . — Si la persuadiéramos, ¿cómo podríamos escapar de esta tierra?

HELENA . — Fácilmente, si nos ayuda; a sus espaldas, nunca.

MENELAO . — Eso es tarea tuya. Las mujeres se entienden [830] entre sí.

HELENA . — Ten por seguro que mis manos abrazarán sus rodillas.

MENELAO . — Bien; pero, ¿y si no atiende a nuestra súplica?

HELENA . — Morirás. Y yo, desdichada, tendré que casarme por la fuerza.

MENELAO . — ¡Eres una traidora! Esa violencia no es más que un pretexto.

HELENA . — No, por tu cabeza te lo juro con sagrado juramento. [835]

MENELAO . — ¿Qué dices? ¿Morirás? ¿No cambiarás nunca de lecho?

HELENA . — Moriré con tu misma espada y caeré junto a ti.

MENELAO . — Toma, entonces, mi diestra en señal de fe.

HELENA . — La toco. Muerto tú, renunciaré a la luz del sol.

[840] MENELAO . — Y yo, si es que te pierdo, dejaré de vivir.

HELENA . — Pero, ¿qué hemos de hacer para morir con gloria?

MENELAO . — Después de matarte sobre este sepulcro, me mataré. Pero antes entablaré un gran combate por tu posesión. [845]¡Que se acerque quien quiera! No deshonraré mi gloria troyana, ni volveré a la Hélade en busca de reproches yo, que he privado a Tetis de Aquiles, que contemplé la muerte de Ayante Telamonio y dejé sin hijo al Nelida 16 . [850] ¿No voy a estimar justo morir por mi mujer? Desde luego que sí, porque, si los dioses son sabios, cubren con tierra leve la tumba del valiente muerto en combate por sus enemigos, y en cambio a los cobardes los arrojan bajo pesados túmulos de piedra 17 .

[855] CORIFEO . — ¡Oh dioses, que el linaje de Tántalo pueda verse algún día feliz y libre de infortunios!

HELENA . — ¡Desdichada de mí! La suerte me es adversa. Se acabó, Menelao: la profetisa Teónoe sale del palacio. [860] Rechina al abrirse la cerradura. ¡Huye! Pero, ¿para qué huir? Esté ausente o presente, ella sabe que estás aquí. ¡Estoy perdida, pobre de mí! ¡Te salvaste de Troya y de una tierra bárbara, pero has vuelto a caer bajo bárbaros filos!

TEÓNOE . — Ve tú delante, llevando el sagrado fulgor de [865] las antorchas, y purifica —rito solemne— los rincones del éter, a fin de que podamos recibir el aire limpio del cielo. Y tú derrama fuego purificador en el camino, por si algún pie impío lo ha hollado, y sacude a mi paso el hachón de pino [870] llameante. Cuando hayáis honrado a los dioses con el culto por mí prescrito, conducid al palacio la llama del hogar…

Helena, ¿qué te parecen mis oráculos? Visible tienes ante ti a tu esposo Menelao, que ha venido hasta aquí privado de sus naves y de tu espectro. ¡Desventurado! Llegaste [875] después de sortear grandes peligros, y no sabes si podrás regresar a tu casa o si habrás de quedarte aquí. La discordia reina entre los dioses: en este día se reúne ante Zeus una asamblea para decidir sobre ti. Hera, que antaño fuera tu [880] enemiga, ahora te es favorable y quiere que regreses sano y salvo a la patria en compañía de ésta, a fin de que la Hélade conozca que las bodas de Alejandro, don de Cipris, no fueron más que una mentira. Pero Cipris quiere impedir tu regreso, con objeto de no verse al descubierto y de que no parezca [885] que obtuvo su título de belleza en virtud de unas falsas bodas de Helena. De mí depende el desenlace, tanto si, como quiere Cipris, te pierdo diciéndole a mi hermano que estás aquí, como si, de acuerdo con Hera, te salvo la vida [890] ocultándoselo a mi hermano, que me ha ordenado que le diga cuándo llegas a este país. ¿Quién quiere ir a informar a mi hermano de tu presencia, para mi propia seguridad?

HELENA . — ¡Oh virgen, a tus rodillas caigo suplicante y elijo el asiento menos feliz para rogarte por mí misma y por [895] éste, a quien a duras penas he recobrado y voy a verle ya en peligro de muerte! ¡No digas a tu hermano, te lo ruego, que mi esposo ha llegado a mis brazos amantísimos, y sálvale, [900] te lo suplico! No sacrifiques tu piedad a tu hermano, comprando así una gratitud injusta y perversa. Odia el dios la violencia, y ordena a los mortales que no adquieran sus bienes [905] mediante la rapiña. [Debemos renunciar a la riqueza injusta.] Bien común es el cielo para todos los hombres, y lo es también la tierra, en la que nadie debe enriquecer su casa con lo ajeno, ni arrebatar nada por la fuerza. Felizmente para [910] mí en un sentido, y desgraciadamente en otro, Hermes me entregó a tu padre, a fin de que me conservara para mi esposo, que está aquí y quiere recuperarme. ¿Cómo, si muere, va a poder recobrarme? Y, ¿cómo van a devolverme viva a un muerto? Ahora recapacita en la orden divina y en la responsabilidad [915] de Proteo: la divinidad y tu padre muerto, ¿querrían o no querrían devolver un bien ajeno? Desde luego que sí, y es por ello por lo que no debes optar por un hermano insolente en detrimento de un padre honrado. Pues si, [920] siendo adivinadora y creyendo en los dioses, pervirtieras la justicia paterna y abrazaras la causa de tu injusto hermano, sería vergonzoso que, conociendo todo lo divino, lo que es y lo que será, no conocieses lo que es justo. Sálvame a mí, [925] infeliz entre tantas desgracias, concédeme una tregua en medio de mis infortunios. Nadie hay de los mortales que no aborrezca a Helena: en la Hélade dicen que traicioné a mi esposo y que me fui a vivir a las casas ricas en oro de los frigios. Si regreso a la Hélade y pongo el pie de nuevo en [930] Esparta, podrán oír y ver que murieron por intrigas divinas, y que yo jamás traicioné a los míos; entonces me restituirán la virtud perdida y casaré a mi hija, con quien nadie quiere [935] ahora casarse, y, poniendo fin a esta odiosa miseria, gozaré de las riquezas que no faltan en mi morada. Si hubiera muerto Menelao consumido en la hoguera, no ahorraría yo lágrimas de ternura por el ausente; pero ahora que está aquí, sano y salvo, ¿voy a verme privada de él? No, no hagas eso, [940] virgen, te lo suplico. Concédeme esta gracia e imita la conducta de tu virtuoso padre, pues la gloria más hermosa para los hijos, cuando se tiene un padre honrado, es poseer sus mismas pautas morales.

TEÓNOE