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Seneca

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En esta edición presentamos los mejores libros que escribió Séneca. Séneca el Joven fue un filósofo, político y escritor romano conocido por sus obras de carácter moralista. Consumado orador, fue una figura predominante de la política, y pasó a la historia como el máximo representante del estoicismo.

Contenido :

De la divina providencia (a Lucilo)
De la vida bienaventurada (a Galión)
De la tranquilidad del ánimo (a Sereno)
De la brevedad de la vida (a Paulino)
De la constancia del sabio y que en él no puede caer injuria (a Sereno)

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TRATADOS FILOSÓFICOS

Séneca

Traducido porPEDRO Fernández NAVARRETE

Índice

Séneca

AL LECTOR

DE LA DIVINA PROVIDENCIA

CAPITULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPITULO V

CAPÍTULO VI

DE LA VIDA BIENAVENTURADA

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPITULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPITULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIV

CAPÍTULO XV

CAPÍTULO XVI

CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVIII

CAPÍTULO XIX

CAPITULO XX

CAPÍTULO XXI

CAPÍTULO XXII

CAPÍTULO XXIII

CAPÍTULO XXIV

CAPÍTULO XXV

CAPÍTULO XXVI

CAPÍTULO XXVII

CAPÍTULO XXVIII

CAPÍTULO XXIX

CAPÍTULO XXX

CAPÍTULO XXXI

CAPITULO XXXII

DE LA TRANQUILIDAD DEL ÁNIMO

CAPITULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPITULO IV

CAPITULO V

CAPÍTULO VI

CAPITULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPITULO IX

CAPÍTULO X

CAPITULO XI

CAPÍTULO XII

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIV

CAPÍTULO XV

DE LA BREVEDAD DE LA VIDA

CAPÍTULO PRIMERO

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPITULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPITULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIV

CAPÍTULO XV

CAPÍTULO XVI

CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVIII

CAPÍTULO XIX

CAPÍTULO XX

CAPÍTULO XXI

DE LA CONSTANCIA DEL SABIO Y QUE EN ÉL N0 PUEDE CAER INJURIA

CAPÍTULO PRIMERO

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPITULO IX

CAPITULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

CAPITULO XIII

CAPÍTULO XIV

CAPÍTULO XV

CAPÍTULO XVI

CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVIII

CAPÍTULO XIX

Séneca

4 a.C-65

Séneca el Joven fue un filósofo, político y escritor romano conocido por sus obras de carácter moralista. Consumado orador, fue una figura predominante de la política, y pasó a la historia como el máximo representante del estoicismo.

AL LECTOR

Preséntote, amado lector, traducidos en lengua castellana, los mejores libros que escribió Séneca. Y porque algunas personas han condenado en mí esta ocupación por poco sustancial, pues puede acudir a ella cualquiera buen latino, sin tener el adorno de otras letras mayores; quiero satisfacer con decirles que muchos insignes y eminentes varones, de que tienes entera noticia, no se desdeñaron de traer a su patria, por medio de la traducción, los tesoros de otras naciones, a que se junta lo que dijo el doctísimo Alciato en la prefación de sus Emblemas, que las había compuesto en las horas festivas, que otros pierden en perniciosos juegos y vanos paseos. Resta disculparme del estilo poco culto, y de los descuidos que hallares en la traducción, no habiendo atendido tanto a la colocación de las palabras, cuanto a dar las sentencias la fuerza que tienen en su primero idioma. Para esto me valgo de la disculpa que dio Aurelio Cassiodoro de no haber puesto el último pulimento a sus obras, que fue el hallarse cargado de las ocupaciones que tuvo en las Secretarías de cinco Reyes Godos: Verùm hoc mihi objicere poterit otiosus, si verbum improvida celeritate projeci: si sensum de medio sumptum non ornaverim venustate sermonum: si prœcepto veterum non reddiderim propria personarum. Occupatus autem, qui rapitur diversitate causarum, cui jugiter incumbit, responsum reddere, et alteri expedienda dictare, non me adjicere poterit, qui se in talibus periclitatum esse cognoscit. Si Cassiodoro se disculpa con haber servido a cinco Reyes, yo, que con menor caudal he asistido en el mismo ministerio a siete personas Reales, podré valerme de la misma disculpa. También te suplico adviertas que en esta traducción he seguido unas veces el texto de los Códices antiguos, y otras el corregido por Lipsio y otros autores: y tal vez me he tomado licencia a enmendar con autoridad propia (aunque con evidentes conjeturas) algunos lugares en que, sin faltar al rigor de la traducción, se ha realzado el sentido. Y pues mientras la salud me dio lugar te serví con otros estudios de mi propio caudal, recibe ahora éstos, cuya lectura podrá sacar a tu ánimo del peligroso golfo del mundo, colocándole en la tranquilidad de apacible puerto.

DE LA DIVINA PROVIDENCIA

A LUCILO

Nota : Rodríguez de Castro, en el tomo II de su Biblioteca Española, dice: «El libro De Providentia le compuso Séneca después de la muerte de Cayo, para responder a la pregunta de su amigo Lucio, que deseaba saber por qué tenían que sufrir adversidades los que eran buenos.»

CAPITULO I

CÓMO HABIENDO ESTA PROVIDENCIA, SUCEDEN MALES A LOS HOMBRES BUENOS

Pregúntasme,Lucilo, cómo se comprende que gobernándose el mundo con divina Providencia, sucedan muchos males a los hombres buenos. Daréte razón de esto con más comodidad en el contexto del libro, cuando probare que a todas las cosas preside la Providencia divina, y que nos asiste Dios. Pero porque has mostrado gusto de que se separe del todo esta parte, y que quedando entero el negocio se decida este artículo, lo haré, por no ser cosa difícil al que hace la causa de los Dioses.

Será cosa superflua querer hacer ahora demostración de que esta grande obra del mundo no puede estar sin alguna guarda, y que el curso y discurso cierto de las estrellas no es de movimiento casual; porque lo que mueve el caso a cada paso se turba, y con facilidad choca; y al contrario, esta nunca ofendida velocidad camina obligada por imperio de eterna ley, y trae tanta variedad de cosas en la mar y en la tierra, y tantas clarísimas lumbreras, que con determinada disposición alumbran, que no pueden moverse por orden de materia errante, porque las cosas que casualmente se unen no están dispuestas con tan grande arte como lo está el gravísimo peso de la tierra, que siendo inmóvil mira la fuga del cielo, que en su redondez se apresura, o  los mares, que metidos en hondos valles ablandan las tierras, sin que la entrada de los ríos les cause aumento. Y ve que de pequeñas semillas nacen grandes plantas, y que ni aun aquellas cosas que parecen confusas e inciertas, como son las lluvias, las nubes, los golpes de encontrados rayos, los incendios de las rompidas cumbres de los montes, los temblores de la movida tierra y demás tumultuosos accidentes que giran en contorno de ella, aunque son repentinas, no se mueven sin razón, pues aun aquéllas tienen sus causas no menos que las que en remotas tierras se miran como milagros; cuales son las aguas calientes en medio de los ríos, o los nuevos espacios de islas que en alto mar se descubren1; y el que hiciere observación verá que retirándose en él las aguas, dejan desnudas las riberas, y que dentro de poco tiempo vuelven a estar cubiertas, y conocerá que con una cierta volubilidad se retiran y encogen dentro de sí, y que las olas vuelven otra vez a salir, buscando con veloz curso su asiento, creciendo a veces con las porciones y bajando y subiendo en un mismo día y en una misma hora, mostrándose ya mayores y ya menores conforme las atrae la Luna, a cuyo albedrío crece el Océano. Todo esto quede reservado para su oportuno tiempo; porque aunque tú te quejas de la divina Providencia, no dudas de ella.

Yo quiero ponerte en amistad con los Dioses, que son buenos con los buenos; porque la naturaleza no consiente que los bienes dañen a los buenos. Entre Dios y los varones justos hay una cierta amistad, unida mediante la virtud: y cuando dije amistad, debiera decir una estrecha familiaridad, y aun una cierta semejanza; porque el hombre bueno se diferencia de Dios en el tiempo, siendo discípulo e imitador suyo; porque aquel magnífico padre, que no es blando exigiendo virtudes, cría con más aspereza a los buenos, como lo hacen los severos padres. Por lo cual cuando vieres que los varones justos y amados de Dios padecen trabajos y fatigas, y que caminan cuesta arriba, y que al contrario los malos están lozanos y abundantes de deleites, persuádete de que al modo que nos agrada la modestia de los hijos, y nos deleita la licencia de los esclavos nacidos en casa, y a los primeros enfrenamos con melancólico recogimiento, y en los otros alentamos la desenvoltura; así hace lo mismo Dios, no teniendo en deleites al varón bueno, de quien hace experiencias para que se haga duro, porque le prepara para sí.

1Véase la Historia natural de Plinio, libro II, capítulos LXXXVI, LXXXVII, LXXXVIII y LXXXIX.

CAPÍTULO II

¿Por qué, sucediendo muchas cosas adversas a los varones buenos, decimos que al que lo es no le puede suceder cosa mala? Las cosas contrarias no se mezclan; del mismo modo que tantos ríos y tantas lluvias, y la fuerza de tantas saludables fuentes no mudan ni aun templan el desabrimiento del mar, así tampoco trastorna el ánimo del varón fuerte la avenida de las adversidades. Siempre se queda en su ser, y todo lo que le sucede lo convierte en su mismo color, porque es más poderoso que todas las cosas externas. Yo no digo que no las siente; pero digo que las vence, y que estando plácido y quieto se levanta contra las cosas que le acometen, juzgando que todas las adversas son examen y experiencias de su valor. Pues, ¿qué varón levantado a las cosas honestas no apetece el justo trabajo, estando pronto a los oficios, aun con riesgo de peligros? ¿Y a qué persona cuidadosa no es penosa la holganza? Vemos que los luchadores, deseosos de aumentar sus fuerzas, se ponen a ellas con los más fuertes, pidiendo a aquéllos con quien se prueban para la verdadera pelea que usen contra ellos de todo su esfuerzo: consienten ser heridos y vejados; y cuando no hallan otros que solos se les puedan oponer, ellos se oponen a muchos. Marchítase la virtud si no tiene adversario, y conócese cuán grande es y las fuerzas que tiene cuando el sufrimiento muestra su valor. Sábete, pues, que los varones buenos han de hacer lo mismo, sin temer lo áspero y difícil y sin dar quejas de la fortuna. Atribuyan a bien todo lo que les sucediere, conviértanlo en bien, pues no está la monta en lo que se sufre, sino en el denuedo con que se sufre. ¿No consideras cuán diferentemente perdonan los padres que las madres? Ellos quieren que sus hijos se ejerciten en los estudios sin consentirles ociosidad, ni aun en los días feriados, sacándoles tal vez el sudor, y tal las lágrimas; pero las madres procuran meterlos en su seno y detenerlos a la sombra, sin que jamás lloren, sin que se entristezcan y sin que trabajen. Dios tiene para con los buenos ánimo paternal, y cuando más apretadamente los ama, los fatiga, ya con obras, ya con dolores y ya con pérdidas, para que con esto cobren verdadero esfuerzo. Los que están cebados en la pereza desmayan no sólo con el trabajo, sino también con el peso, desfalleciendo con su misma carga. La felicidad que nunca fue ofendida no sabe sufrir golpes algunos; pero donde se ha tenido continua pelea con las descomodidades, críanse callos con las injurias sin rendirse a los infortunios; pues aunque el fuerte caiga, pelea de rodillas. ¿Te admira por ventura que aquel Dios, grande amador de los buenos, queriéndolos excelentísimos y escogidos, les asigna la fortuna para que se ejerciten con ella? Yo me admiro cuando los veo tomar vigor, porque los Dioses tienen por deleitoso espectáculo el ver los grandes varones luchando con las calamidades. Nosotros solemos tener por entretenimiento el ver algún mancebo de ánimo constante, que espera con el venablo a la fiera que le embiste, y sin temor aguarda al león que le acomete; y tanto es más gustoso este espectáculo, cuanto es más noble el que le hace1. Estas fiestas no son de las que atraen los ojos de los Dioses, por ser cosas pueriles y entretenimientos de la humana liviandad. Mira otro espectáculo digno de que Dios ponga con atención en él los ojos: mira una cosa digna de que Dios la vea: esto es el varón fuerte que está asido a brazos con la mala fortuna, y más cuando él mismo la desafió. Dígote de verdad que yo no veo cosa que Júpiter tenga más hermosa en la tierra para divertir el ánimo, como mirar a Catón, que después de rompidos diversas veces los de su parcialidad, está firme, y que levantado entre las públicas ruinas de la república decía: «Aunque todo el Imperio haya venido a las manos de uno, y aunque las ciudades se guarden con ejércitos y los mares con flotas, y aunque los soldados Cesarianos tengan cerradas las puertas, tiene Catón por donde salir: una mano hará ancho camino a nuestra libertad. Este puñal, que en las guerras civiles se ha conservado puro y sin hacer ofensa2, sacará al fin a luz buenas y nobles obras, dando a Catón la libertad que él no pudo dar a su patria. Emprende, oh ánimo, la obra mucho tiempo meditada; líbrate de los sucesos humanos. Ya Petreyo y Juba se encontraron y cayeron heridos cada uno por la mano del otro: egregia y fuerte convención del hado, pero no decente a mi grandeza, siendo tan feo a Catón pedir a otros la muerte como pedirles la vida.» Tengo por cierto que los Dioses miraban con gran gozo cuando aquel gran varón, acérrimo vengador de sí, estaba cuidando de la ajena salud y disponiendo la huída de los otros; y cuando estaba tratando sus estudios hasta la última noche, y cuando arrimó la espada a aquel santo pecho, y cuando esparciendo sus entrañas, sacó con su propia mano aquella purísima alma, indigna de ser manchada con hierro. Creo que no sin causa fue la herida poco cierta y eficaz; porque no fuera suficiente espectáculo para los Dioses ver sola una vez en este trance a Catón. Retúvose, y tornó en sí la virtud para ostentarse en lo más difícil; porque no es necesario tan valeroso ánimo para intentar la muerte como para volver a emprenderla. ¿Por qué no habían los Dioses de mirar con gusto a su ahijado, que con ilustre y memorable fin escapaba? La muerte eterniza a aquéllos cuyo fin alaban aún los que la temen.

1También hombres libres y caballeros romanos y jóvenes de familias ilustres solían tal vez combatir en la arena, o por falta de medios para subsistir, o por adulación a los Emperadores. (Véase Justo Lipsio en sus Saturnales, libro II, capítulo III.)

2Habló como gentil, que no es lícito matarse.

CAPÍTULO III

Pero porque cuando pasemos más adelante con el discurso te haré demostración que no son males los que lo parecen, digo ahora que estas cosas que tú llamas ásperas y adversas, y dignas de abominación, son en primer lugar en favor de aquéllos a quienes suceden, y después en utilidad de todos en general, que de esto último tienen los Dioses mayor cuidado que de los particulares, y tras ellos de los que quieren les sucedan males; porque a los que rehúsan los tienen por indignos. Añadiré que estas cosas las dispone el hado, y que justamente vienen a los buenos por la misma razón que son buenos 1. Tras esto te persuadiré que no tengas compasión del varón bueno, porque aunque podrás llamarle desdichado, nunca él lo puede ser.

Dije lo primero, que estas cosas de quien tememos y tenemos horror son favorables a los mismos a quien suceden, y ésta es la más difícil de mis proposiciones. Dirásme: ¿cómo puede ser útil el ser desterrados, el venir a pobreza, el enterrar los hijos y la mujer, el padecer ignominia y el verse debilitados? Si de esto te admiras, también te admirarás de que hay algunos que curan sus enfermedades con hierro y fuego, con hambre y sed. Y si te pusieres a pensar, que a muchos para curarlos les raen y descubren los huesos, les abren las venas y cortan algunos miembros que no se podían conservar sin daño del cuerpo. Con esto, pues, concederás que he probado que hay incomodidades que resultan en beneficio de quien las recibe; y muchas cosas de las que se alaban y apetecen se convierten en daño de aquéllos que con ellos se alegran, siendo semejantes a las crudezas y embriagueces, y a las demás cosas que con deleite quitan la vida. Entre muchas magníficas sentencias de nuestro Demetrio hay ésta, que es en mí fresca, porque aun resuena en mis oídos. «Para mí, decía, ninguno me parece más infeliz que aquél a quien jamás sucedió cosa adversa;» porque a este tal nunca se le permitió hacer experiencia de sí, habiéndole sucedido todas las cosas conforme a su deseo, y muchas aun antes de desearlas. Mal concepto hicieron los Dioses de éste; tuviéronle por indigno de que alguna vez pudiese vencer a la fortuna, porque ella huye de todos los flojos, diciendo: «¿Para qué he de tener yo a éste por contrario? Al punto rendirá las armas; para con él no es necesaria toda mi potencia; con sola una ligera amenaza huirá; no tiene valor para esperar mi vista; búsquese otro con quien pueda yo venir a las manos, porque me desdeño encontrarme con hombre que está pronto a dejarse vencer.» El gladiador tiene por ignominia el salir a la pelea con el que le es inferior, porque sabe no es gloria vencer al que sin peligro se vence. Lo mismo hace la fortuna, la cual busca los más fuertes y que le sean iguales: a los otros déjalos con fastidio: al más erguido y contumaz acomete, poniendo contra él toda su fuerza. En Mucio experimentó el fuego, en Fabricio la pobreza, en Rutilio el destierro, en Régulo los tormentos, en Sócrates el veneno, y en Catón la muerte. Ninguna otra cosa halla ejemplos grandes sino es la mala fortuna. ¿Es por ventura infeliz Mucio, porque con su diestra oprime la tea de fuego de sus enemigos, castigando así su error, y porque con la mano abrasada hace huir al Rey, a quien con ella armada no pudo?, ¿fuera por dicha más afortunado si la calentara en el seno de la amiga? ¿Y es por ventura infeliz Fabricio, por cavar sus heredades en el tiempo de descanso en que no acudía a la República, y por haber tenido iguales guerras con las riquezas que con Pirro, y porque sentado a su chimenea aquel viejo triunfador cenaba las raíces de hierbas que él mismo había arrancado, escardando sus heredades?, ¿acaso fuera más dichoso si juntara en su vientre los peces de remotas riberas y las peregrinas cazas, y si despertara el inapetente estómago, ganoso de vomitar con las ostras de entrambos mares, superior e inferior?, ¿o si con mucha cantidad de manzanas rodeara las fieras de la caza, cogidas con muerte de muchos monteros? ¿Es por ventura infeliz Rutilio, porque los que le condenaron serán en todos los siglos condenados, y porque sufrió con mayor igualdad de ánimo el ser quitado a la patria que el serle alzado el destierro, y porque él solo negó ayuda al dictador Sula? Y siendo vuelto a llamar del destierro, no sólo no vino, sino antes se apartó más lejos, diciendo: «Vean esas cosas aquéllos a quienes en Roma tiene presos la felicidad: vean en la plaza y en el lago Servilio gran cantidad de sangre (que éste era el lugar donde en la confiscación de Sula despojaban y mataban a los proscritos): vean las cabezas de los senadores y la muchedumbre de homicidas que a cada paso se encuentran vagantes por la ciudad: y vean muchos millares de ciudadanos romanos despedazados en un mismo lugar, después de dada la fe, o por decir mejor, engañados por esa misma fe. Vean estas cosas los que no saben sufrir el destierro.» ¿Será más dichoso Sula, porque cuando baja al Tribunal le hacen plaza con las espadas, y porque consiente colgar las cabezas de los varones consulares, contándose el precio de las muertes por el tesoro y escrituras públicas? ¡Hacer esto el mismo que promulgó la ley Cornelia 2! Vengamos a Régulo, veamos en qué le ofendió la fortuna, habiéndole hecho ejemplar de paciencia. Hieren los clavos su pellejo, y a cualquier parte que reclina el fatigado cuerpo se acuesta sobre la herida, condenados los ojos a perpetuo desvelo. Cuanto más tuvo de tormento, tanto más tendrá de gloria. ¿Quieres saber cuán poco se arrepintió de valuar con este precio la virtud? Pues cúrale, y vuélvele al Senado, y verás que persevera en el mismo parecer. ¿Tendrás por más dichoso a Mecenas, a quien estando ansioso con los amores, y llorando cada día los repudios de su insufrible mujer, se le procuraba el sueño con blando son de sinfonías que desde lejos resonaban? Por más que con el vino se adormezca, y por más que con el ruido de las aguas se divierta, engañando con mil deleites el afligido ánimo, se desvelará en los blandos colchones como Régulo en los tormentos: porque a éste le sirve de consuelo el ver que sufre los trabajos por la virtud, y desde el suplicio pone los ojos en la causa; a esotro, marchito en sus deleites y fatigado con la demasiada felicidad, le aflige más la causa que los mismos tormentos que padece.

No han llegado los vicios a tener tan entera posesión del género humano, que se dude si dándose elección de lo que cada uno quisiera ser, no hubiera más que eligieran ser Régulos que Mecenas. Y si hubiere alguno que tenga osadía a confesar que quiere ser Mecenas y no Régulo, este tal, aunque lo disimule, sin duda quisiera más ser Terencio. ¿Juzgas a Sócrates maltratado porque bebió el brebaje de la inmortalidad, disputando de la muerte hasta la misma muerte, y porque apoderándose poco a poco el frío, se encogió el vigor de las venas? ¡Cuánta más razón hay para tener envidia de éste que de aquéllos a quien se da la bebida en preciosos vasos; y a quienes el mancebo desbarbado, de cortada o ambigua virilidad, acostumbrado al ultraje, les escancia la nieve en copa de oro! Todo lo que éstos beben lo vuelven con tristeza en vómitos, tornando a gustar su misma cólera; pero aquél alegre y gustoso beberá el veneno. En lo que toca a Catón está ya dicho mucho, y el común sentir de los hombres confesará que tuvo felicidad, habiéndole elegido la naturaleza para quebrantar en él las cosas que suelen temerse. Las enemistades de los poderosos son pesadas: opóngase, pues, a un mismo tiempo a Pompeyo, César y Craso. El ser los malos preferidos en los honores es cosa dura: pues antepóngasele Vatinio. Áspera cosa es intervenir en guerras civiles: milite, pues, por causa tan justa en todo el orbe, tan feliz como pertinazmente. Grave cosa es quitarse la vida: hágalo. ¿Y qué ha de conseguir con esto? Que conozcan todos que no son males éstos, pues yo juzgo digno de ellos a Catón.

1Habló como gentil en decir que había hado: todo sucede conforme la voluntad de Dios, de aprobación o permisión.

2Lex Cornelia de sicariis.

CAPÍTULO IV